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Aquel Open McDonald´s de los Celtics

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Hace más de un cuarto de siglo el que pensara que un españolito pudiera jugar con asiduidad en la NBA, no estaba en sus cabales. A un madrileño con los arrestos del caballo de Espartero, de nombre y apellido comunes, Fernando Martín, se le tomó por iluso, atrevido y quijotesco cuando cogió su petate y se echó al monte para conquistar las Américas. Incluso desde alguna esquina malintencionada le tildaban de antipatriota, pues su enlace con los “profesionales” suponía su ruptura con la selección nacional. Vivir para ver, pero es lo te descubre remover el trasero de las hemerotecas. ¡Olé tus narices Fernando!

Cuando esto escribo, no ha pasado un mes y todavía nos estamos frotando los ojos. Dos chicos altos, muy altos, de este lado del Atlántico, hermanos para más señas, han hecho el salto inicial del partido del Fin de Semana de las Estrellas. Los Gasol no son mediáticos, no son los que más camisetas facturan, ni los que más mates realizan, pero son tan, tan buenos, que Pau recibió casi un millón de votos de los aficionados en el Este, sólo por detrás de Lebron James, y Marc obtuvo casi 800 mil sufragios (quinto de su conferencia, comandada por el crack Stephen Curry), para formar parte de los quintetos de partida del All Star. Su mérito, simple y llanamente, jugar de maravilla al baloncesto. Alucinante. Chapeau. 

Bueno, que me pierdo. Mucho tiempo antes de que algún político lo pregonara al viento, surgieron los primeros brotes verdes en nuestro país. Mucho tiempo antes de que alguna marca de bebidas alcohólicas lo usara como eslogan, unos cuantos locos del balón naranja asentados en la Península Ibérica ya pensaron en verde. Sí, el martes 18 de octubre de 1988 tomaban tierra en el aeropuerto de Barajas los míticos Boston Celtics para disputar la segunda edición del Open McDonald´s. Supuso la catarsis y el definitivo lanzamiento del universo NBA en España. 


Un primer acercamiento

A comienzos de los 80, la NBA había tomado oxígeno. Olvidada la pretérita década anterior envuelta en escándalos de violencia y droga, las grandes franquicias y sus consolidadas estrellas devolvieron el lustre a la competición. Afianzado el brillo doméstico había que colocar el producto en el mundo. El avispado David Stern puso sus ojos en el mercado de más raigambre y potencial consumo inmediato: la vieja Europa. Así en 1987 tendió lazos con la FIBA de Boris Stankovic para organizar el primer torneo mixto entre equipos profesionales USA y “amateurs” europeos bajo el patrocinio de multinacional hamburguesera McDonald´s. 

El primer certamen del torneo tuvo el cariz de un melón, esto es a cala y a prueba. El escenario no era para deslumbrar: la Milwaukee Arena (MECCA), uno de los pabellones más antiguos y pequeños de la Liga con capacidad para sólo 11.052 espectadores. El contendiente elegido se movía entre la zona noble, si bien los cualificados y espléndidos Bucks no tenían ni el glamour ni el bagaje en títulos de Celtics o Lakers, que posiblemente hubieran ahuyentado para la cita a sus posibles rivales. La franquicia de Winconsin hasta entonces conducida por el gran Don Nelson había alcanzado con suficiencia los playoffs, tras más de 50 partidos ganados en temporada regular durante 7 temporadas consecutivas. Por Europa concurrían su vigente campeón de clubs, la célebre Tracer de Milán de los veteranos McAdoo (que demostró a sus compatriotas no haber perdido olfato e hizo 78 puntos en el torneo), Ricky Brown, Meneghin, Pittis, Premier y D´Antoni, y la antigua Unión Soviética (que venía de caer ante los griegos en el Europeo ateniense) dirigida por el “zorro plateado”, Alexander Gomelski. Los soviéticos contaban con su recámara de excelsos tiradores exteriores (Marchulenis, Valters, Homicius, Sokk y Kurtinaitis), pero se encontraban huérfanos en la pintura (sin Sabonis, Tkachenco, ni Belostenny, lesionado nada más iniciarse el primer encuentro), con lo que al solitario y malogrado Pankraskin (malévolamente definido por Sport Illustrated como “el jugador más feo y desgarbado de la historia del baloncesto internacional”) le tuvieron que echar una mano por dentro los talentosos aleros altos, Volkov y Tikhonenko. 

Pese a no contar con Sidney Moncrief (su referencia indiscutible, lesionado), Ricky Pierce, John Lucas o Craig Hodges (éstos negociando sus contratos), el Open fue un paseo para los locales que pasaron por encima de sus amedrentados oponentes. A los lombardos (que después caerían ante los soviéticos) sólo les sacaron 12 engañosos puntos de diferencia (123-111), pero las declaraciones del entrenador Franco Casalini no dejaban lugar a la duda “Después de jugar contra Milwaukee veo el océano Atlántico más ancho todavía”. Los del ejército rojo sólo les resistieron hasta el minuto 6 con 15-14 en el marcador. En plena pretemporada los Bucks demostraron por qué todos los años era de las escuadras que más tarde se iba de vacaciones con Paul Pressey, Jack Sikma y Terry Cummings (MVP) marcando territorio. Amparados en su presionante defensa y en sus supersónicos contraataques, las diferencias llegaron a ser sonrojantes (101-54) y las manifestaciones de los europeos esclarecedoras: “Imposible, no se puede hacer nada con los profesionales… Hemos venido a aprender” (Gomelski), “Son muy superiores… Hicimos lo que pudimos” (Marchulenis), “Nos tenían bloqueados… No hay menos de cuarenta puntos de diferencia” (Kurtinaitis), “He aprendido más de basket en estos cinco días que en cinco años en la URSS” (Volkov). A la postre un misericorde Del Harris, rescató del fondo del armario a los suplentes de los suplentes con lo que el electrónico reflejó un decoroso 127-100. Fin a la primera experiencia con una repercusión moderada.

Madrid supone el despegue

En el año 1956, los Syracuse Nationals, campeones de la NBA la temporada precedente, en plena Guerra Fría y por mandato expreso del presidente Dwight Eisenhower, realizaron una gira mundial que les condujo entre otras ciudades a Barcelona (tres partidos) y Madrid (dos). Mucho había llovido desde entonces hasta el advenimiento de los Celts en el otoño del 88. 

Abierto y probado el melón, esta vez la NBA ponía su infraestructura al servicio de la difusión y venta internacional de su producto en su primera puesta en escena fuera de sus fronteras. Gastaba más de 200 millones de pesetas en el evento, desplazaba a más de veinte empleados desde sus oficinas en la Quinta Avenida de Nueva York, se calcula que llegaron más de 1.200 personas para cubrir el torneo y esta vez, despachados los miedos iniciales, se invitó a su franquicia más ganadora (los 16 entorchados que pendían del techo del Garden así lo testimoniaban). Cerca de más de 40 canales de televisión ofrecerían las imágenes al mundo, las animadoras de la Universidad de Memphis State (las mejores del país los tres últimos ejercicios) harían las delicias del personal con sus bailes y acrobacias, el mismísimo “Doctor J” impartiría un clinic en la matinal del sábado y entre Tanya, la increíble malabarista, y una mascota disfrazada de pollo amenizarían los eternos descansos. Los madrileños tendrían el placer de observar en directo el “orgullo, la tradición y la grandeza de Boston”. En su comunidad eran los verdaderos “Señores del Anillo” de Tolkien. 



Los invitados

Scavolini Pesaro

El Scavolini de Pesaro había ganado su primera Lega tras 41 años de historia. El artífice principal un entrenador con aire de profesor universitario, Valerio Bianchini, que previamente había hecho campeones domésticos y continentales a las escuadras de Cantú y Roma. Cobijado en un bloque nacional de excelente calidad, en el que sobresalían los dones organizativos y el tiro de Gracis junto a los finísimos movimientos de Magnifico en contraste a la contundencia bajo los aros de Ario Costa y Vecchiato, “il filósofo” se había cargado a dos extranjeros de tronío, Alexander Petrovic y al ex-profesional Greg Ballard, para encajar dos retales exteriores de la NBA, Darren Daye y Darwin Cook, que a la postre resultaron decisivos para el histórico scudetto que rompía el dominio milanista. Curiosa la historia de Daye, que ese año había salido por la puerta de atrás de los Celtics tras campaña y media. Con molestias en los pies, cierto día le conminaron para que usara la misma máquina recuperadora con la que se trataba Kevin McHale, pero el empleado del hotel le dio por error la llave de la habitación de un periodista de Sports Illustrated, que al regresar a la misma se encontró al jugador con el pie metido en su recién estrenada máquina de escribir electrónica. De traca.

El estudioso Bianchini huía un tanto de los modelos ultradefensivos, lentos y encorsetados que por entonces se gastaban tanto en el país de la bota. Partiendo de esquemas bien definidos sus conjuntos gozaban de más alegría y libertad y buscaban el contragolpe. De esa guisa, y saliendo de una alejada quinta posición en temporada regular, habían conquistado el título. Ahora en el “Foro” madrileño se presentaba sin apenas cambios reseñables en la plantilla, sólo el de Larry Drew por Cook, pero con la sensible baja por lesión para el primer partido de Daye.

Yugoslavia

Venían de ganar la medalla de plata y salvo Obradovic (28) y Cutura (26), dos jugadorazos de equipo, ningún otro rebasaba la frontera de los 25 años. Hagan memoria y sueñen: los maravillosos Divac y Radja, podían jugar y hacer jugar desde cualquier espacio de la pintura; Vrankovic, con precontrato con los Celtics, dejaba dudas ofensivas y de actitud, pero era el mayor bastión defensivo interior del Continente; Paspalj, con aire de poeta maldito, y Kukoc (¡qué jugador! el primer europeo que, de verdad, podía ocupar las cinco posiciones del campo), redefinieron el puesto de 3; anotadores compulsivos, Cvjeticanin y Komazec, al que colocaron el cartel del nuevo Drazen; Zdovc, otro base cerebral y de gran lectura atrás, que se hacía necesario en cualquier grupo; Radulovic y Alihodzic, completaban la rotación del luminoso plantel que traían los balcánicos, al que sólo les faltaba Petrovic, que hacía su debut oficial con los blancos. 

Con semejante gama de colores, el gran Dusan Ivkovic, tenía la paleta ideal para pintar un cuadro recordado e inigualable y, a fe, que en el futuro lo conseguiría. Si en Seúl esbozó las primeras pinceladas, en el Europeo de Zagreb y en el Mundial de Argentina el lienzo quedó crepuscular, único y probablemente irrepetible. Ivkovic vertebró sistemas flexibles para desarrollar el ingenio y los fundamentos de los suyos, les tatuó la importancia de la defensa para correr a campo abierto e incorporó dos pivots de manera simultánea y permanente con lo que ganó solidez y rebote. Preservó las enseñanzas del maestro Nikolic y depuró su estilo, aunando seriedad y disciplina en la mayor generación de capacidades que probablemente se recuerde a este lado del Atlántico. Lástima de la maldita guerra… A Madrid llegaba una divisa de jóvenes artistas sublimes y excepcionales que convocaban a la imaginación. Desde su tronera en la grada, los scouting USA no daban tregua a su blog de notas. 

Real Madrid

Los blancos eran la copia de los Celtics en Europa. Su tenaz juego de defensa agresiva, contraataque y espíritu colectivo habían colmado sus vitrinas, pero los laureles habían tornado de acera los dos últimos campeonatos en favor de sus más enconados rivales, Lakers y Barcelona. Vivían período de entreguerras, de reestructuración y rearme.

Mendoza había firmado al último gran “diablo” balcánico, Drazen Petrovic, al que se le había abierto hueco hegemónico en la plantilla con la salida de dos pesos pesados, Corbalán e Iturriaga. Como único base puro del rebaño, Lolo Sainz, contaba con You Llorente, una fuerza de la naturaleza atemperada a través de los años, pero la disposición inicial de salida abogada por la dirección y anotación de dos escoltas, el croata y un Chechu Biriukov en plena madurez. Por entonces, Quique Villalobos apenas entraba para darlos escasos descansos. De Santa Coloma había llegado una bestia, Pep Cargol, que le disputaba a Johnny Rodgers el puesto de alero alto. Con los extranjeros contratados para el perímetro, la zona pintaba nacional quedando repartida entre los Martin y Romay (más algunas ayuditas de Rodgers cuando las faltas o lesiones lo requerían). El año traía toda la expectación y el morbo en la Casa Blanca. De cómo se acoplara el genio de Sibenik, odiado hasta su fichaje y entronizado ahora por la afición merengue, dependía el futuro próximo real. 

Boston Celtics

Sí. Llegaban a Madrid los míticos e históricos Boston Celtics. Con Auerbach y su puro, sus 16 campeonatos, su clásico uniforme blanco o verde, sus botas negras, su eterna tradición, su gen ganador, su orgullo perenne y su célebre quinteto recitado de carrerilla. Brian McIntyre, el relaciones públicas de la NBA, ya lo había anunciado en agosto: “Vienen todos”.

Larry Bird había remoloneado un tanto, a vueltas con la ampliación de su contrato. Cuando se incorporó unos días más tarde a la concentración del equipo en el Hellenic College de Brookline (Massachussets) ya era el jugador mejor pagado de la NBA. Feliz declaraba “quiero ganar más anillos antes de retirarme”, más su anhelo no llegó a cumplirse.

Al visceral californiano Dennis Johnson, “el pájaro” le consideró el mejor compañero con el que había jugado. En sus inicios profesionales Johnson se había sobrepuesto a un aciago día en el tiro (0 de 14) en el séptimo partido de su primera Final ante los Washington Bullets, para conquistar su primer anillo con los Sonics en la revancha de la temporada siguiente (sus 23 puntos y 2,2 tapones de promedio le hicieron acreedor del MVP de las finales del 79). Sus desavenencias con Lenny Wilkens le llevaron de camino a los Suns de Phoenix. Tras tres temporadas en Arizona, Auerbach puso el ojo en el controvertido hombre orquesta (defendía como un poseso, dirigía con mano de hierro, reboteaba con asiduidad y aparecía anotando en los momentos calientes) para hacer frente a Magic en los Lakers y a Maurice Cheeks y Andrew Toney en los Sixers. En su estreno los bostonianos se engarzaron el anillo resultando la aportación de Dennis decisiva, con más de 20 puntos de media en los últimos 4 partidos, y una excelsa defensa sobre el genio de Michigan (le consideraba el mejor defensor exterior de la historia) que perdió 31 balones en los 7 partidos de la serie. Con él al mando, la franquicia vivió los mejores momentos de la década. Combativo, jamás se arrugaba, tan capacitado para chocar con un búfalo como para lidiarlo al natural. Más relajado comentaba que el Palacio de los Deportes madrileño le recordaba al Madison Square Garden neoyorquino en pequeño. 

Kevin McHale y Robert Parish llegaron a Massachussets al tiempo, fruto de una de las más célebres y geniales operaciones de traspasos concebidas en el deporte profesional. Tras el plantón del ansiado Ralph Sampson, Auerbach y Bill Fitch diseñaron un plan para robustecer la línea interior y así traspasaron los derechos de las elecciones nº 1 (Joe B. Carroll) y 13 a los Golden State Warriors, a cambio de la nº 3 (McHale) y Parish en el draft del 80. La transacción resultó decisiva y catapultó a la franquicia céltica al papel protagonista de décadas pretéritas. 

Parish cubrió con garantías desde su llegada la temprana marcha de Dave Cowens: corría el campo como pocos 7 pies, aportaba solidez reboteadora y una regularidad asombrosa en su tiro en suspensión a la media vuelta, el célebre arco iris (rainbow jumper) por la parábola que describía el balón para salvar los palos de escoba que le colocaba su entrenador colegial. Todo ello sin pestañear, con ese empaque funerario. Pocos motes cuadren tan bien, como el que acuñó su compañero Cedric Maxwell para el doble 0, “El jefe”, por su parecido al personaje del jefe indio Bromden de mirada imperturbable en la maravillosa película “Alguien voló sobre el nido del cuco”. 

McHale engañaba desde su deslavazado cuerpo y eternas y pendulares extremidades. Del mismo pueblo minero, Hibbing, que el gran trovador Bob Dylan, hacía acopio de un inacabable muestrario de movimientos desde el poste bajo. Su poder de intimidación, fastuosa colección de tiros e inteligencia en su lectura de juego, le llevaron a ser considerado el mejor sexto hombre de la NBA y, una vez consolidado en el quinteto titular, el indiscutible amo en la posición de poste bajo. 

Danny Ainge cierra el círculo mágico. Completo deportista, llegó a ser All América de instituto en los tres deportes estadounidenses de referencia y se dedicó profesionalmente al beisbol antes de ser captado por Auerbach. Po su fiereza y combatividad fue considerado “el jugador más odiado de la Liga”, sin obviar su excelente tiro exterior y propensión a salir al contraataque. 

Con su cinco All Star, lleno de talento y cargado de años, se presentaban los Celtics en la capital española pese a “que les suponía un esfuerzo extra y nos parte la preparación” (McHale) y “que significa un parón importante en nuestra programación de pretemporada; pero estamos orgullosos de haber sido elegidos como representantes de la NBA y vamos a hacerlo bien” (Bird). Tras el largo viaje, el extenuante programa de actos con visita oficial a La Zarzuela y entrega de dos camisetas al entonces Príncipe de Asturias, Felipe Borbón, la recepción en la embajada americana, la comida obligada en el McDonald´s de turno y las sesiones de entrenamiento que sorprendieron a algunos por su dedicación y seriedad, los Celtics cumplieron de largo su misión. 

¡A jugar!

Celtics-Yugoslvia

Máxima expectación para abrir el certamen y el encuentro no defraudó, aunque el personal estaba mosqueado con las plazas libres que se podían observar en el graderío cuando en teoría estaba el aforo completo a razón de 1.500 pesetas la entrada más barata y 3.500 la más cara, pero la NBA se había guardado un montón de invitaciones y ahí ya se sabe…

Los plavi plantaron cara hasta el descanso. Vrankovic se empeñó en contradecir a los que sospechaban de su carácter indolente, ejerciendo de dique intimidador en la pintura. Su presencia en pista marcó el devenir del choque. Ivkovic le sentó con un resultado favorable de 45-42 y los verdes aprovecharon la concesión para remontar y marcharse al descanso con ventaja 53-47 (27-26 al final del primer cuarto). Cvjeticanin había enseñado su puntería (17 puntos al final del encuentro con tres triples sin fallo) y Paspalj su calidad y desparpajo (5 encestes de 8 intentos en el ecuador del partido). En los Celtics, sólo Bird parecía suelto en ataque, sin noticias de Johnson ni de Ainge.

En la reanudación, Jimmy Rodgers, nuevo en el puesto, que no en la plaza, llamaba a capítulo a los suyos que apretaron atrás. Parish (20 puntos y 15 rebotes), espabilado tras un mate de Vrankovic, y McHale (21 y 11) candaron la zona. Bird (27 puntos) inventarió toda una gama de canastas (un par de ganchos con la izquierda fueron sublimes) y el novato Brian Shaw subió ritmo para abrir brecha (75-56) en un suspiro hasta el marcador final 113-85. Llamó la atención un futuro celta, Dino Radja (16 puntos) al que los espías profesionales adivinaban un don extrasensorial para este juego.

Real Madrid – Scavollini

A los aficionados y jugadores no se les quitó el susto del cuerpo hasta que el hasta entonces discutido Rogers tomó cartas en el asunto. Con 10 abajo en el minuto 3 de la reanudación, Johnny cogió su fúsil (dos triples y una canasta de dos en un resquicio) para voltear la suerte del encuentro. Tomó además en asignación al hasta entonces estilete italiano, Andrea Gracis (que estuvo inmenso con 37 puntos y sólo dos errores en lanzamientos de campo), y neutralizó su flujo anotador. Un parcial de 26-5 había finiquitado la contienda en 7 minutos. El último cuarto maquilló un partido mediocre de Petrovic (todavía adaptándose) a pesar de sus 34 puntos y recalcó la importancia que habrían de cobrar sus escuderos, Llorente y, sobre todo, Chechu Biriukov. A los transalpinos, lastrada su exigua rotación por las bajas de Silvestrini y Dale, se les hizo eterno el partido. 



Boston Celtics – Real Madrid, la gran final

El intrascendente partido de consolación sólo sirvió para aseverar lo que los imberbes balcánicos apuntaban, que confirmarían en años venideros. Gustaron especialmente los interiores (Divac, Radja y Vrankovic) y la facilidad singular de Paspalj. Kukoc, discreto, dejaría para más adelante su presentación estelar en sociedad. Bianchini rescató a Dale, pero los eslavos gobernaron a placer. 

Así que nos situábamos ante la final soñada. En la jornada de descanso Petrovic había cumplido años (24) e intentaba restarse presión con la boca pequeña “Siempre he deseado jugar contra un equipo de la NBA e intentaré no defraudar, pero eso no significa que tenga que demostrar que soy jugador válido para la Liga profesional”. En su fuero interno él se sabía examinado. 

En la reventa, por el pase se llegaban a pedir 30.000 pesetas. La Plaza de Felipe II era el hervidero festivo de excitación que recordaba a las mejores épocas del Torneo de Navidad. Ramón Trecet convertido en factor mediático, firmando tantos autógrafos como el jugador más buscado. 

Petrovic, Biriukov, Rogers, Fernando Martín y Romay comparecen en el círculo central; a los que se enfrentan Johnson, Ainge, Bird, McHale y Parish. El americano Strom y el ruso son los encargados de impartir justicia. 12.000 espectadores los contemplan en vivo. La igualdad preside el primer asalto, que concluye con ligera ventaja para los Celtics (29-25). Los tiradores (Biriukov, casi perfecto, y Petrovic versus Ainge&Bird) han ajustado sus mirillas. Jim Rodgers recurre a las piernas frescas de Brian Shaw para inducir a la ansiedad a Drazen, que alterna jugadas maravillosas con pérdidas precipitadas y lanzamientos mal seleccionados. Sus 22 puntos finales no esconden sus erráticos e inusuales porcentajes de tiro: 40% en intentos de canastas de 2 puntos (4/10), 33% en triples (2/6), 66% desde la línea del tiro libre (8/12). En la pintura los púgiles mantienen las tablas: los Martin no se amilanan ante MacHale y Romay se mueve como pez en el agua entre el universo de contacto NBA (pediría luego la foto de su histórico tapón a Robert Parish). La segunda unidad céltica dispone de un talento limitado, pero Jim Paxson, Reggie Lewis y Brad Lohaus aumentan unos grados la intensidad y cortocircuitan el ataque merengue para ampliar la ventaja al intermedio (61-47).

Tras el descanso el Madrid se agarra a su orgullo, su historia y su juego colectivo. Llorente suelta la cabalgadura, impone vértigo y los suyos se agarran a su grupa. Cargol (15 puntos) deslumbra al mismísimo Auerbach con su exuberancia física y descaro. La grada enloquece y los locales se llevan el parcial (30-24) para concluir en un esperanzador 77-85.

A 10 minutos de la conclusión Rodgers devuelve a Bird y a McHale al parquet. Se acabaron las bromas. El rubio no vive ningún encuentro de manera descansada y fagocita cualquier atisbo de sorpresa. En un alarde de carácter realiza una demostración palmaria de superioridad. En apenas seis minutos convierte dos triples (más otro que le anulan), una canasta de dos puntos, regala una asistencia a McHale y atrapa un rebote defensivo. Se pasa a un marcador de 80-101 después de un parcial 2-14. A falta de 3.19 Jim Rodgers otorga el descanso definitivo a su Dios ante la ovación atronadora de la grada. 

El electrónico refleja un testimonial 111-96 para los “pross”. Todos contentos. Los Celtics han cumplido su cometido arrastrando y fidelizando a miles de fans y el Real Madrid ha caído hermosamente asido a sus tradicionales señas de identidad y restañando en cierta manera el alicaído prestigio europeo tras la nula competencia en la edición de Milwaukee.

Hasta ahí un torneo maravilloso y esperanzador que, sin embargo, pareció gafar a sus partícipes. 

A los viejos Celtics se les había gripado su proceso de reestructuración con el fallecimiento de Len Bias, el físico no sostuvo a sus estrellas aquejadas de lesiones que les invitarían a la retirada (especialmente Bird y McHale) y hasta que no armaron otro Big Three (Paul Pierce, Ray Allen y Kevin Garnett) más Rajon Rondo con “Doc” Rivers de entrenador no se fumaron otro puro. Pero eso no sucedió hasta 2008.

El Madrid atravesó una larga travesía por el desierto, topándose con todo tipo de adversidades: fallecimientos (Fernando Martín e Ignacio Pinedo), huidas (la de Petrovic a la NBA), múltiples lesiones y falta de paciencia en proyectos que hubieran podido rendir buenos dividendos de haberlos dado tiempo a consolidarse (George Karl, Scariolo, Maljkovic, Plaza, Messina…) hasta el ilusionante de Laso actual.

Yugoslavia suscitó toda clase de epítetos baloncestísticos en los dos años siguientes con un estilo y unos jugadores sin parangón en el universo FIBA que desarrollaron espléndidas carreras profesionales. Hasta que una guerra entre hermanos, vergonzosa para un mundo y una Europa que a finales del siglo XX permitió semejante atrocidad, desangró al país.

El Scavollini ganó otro Scudetto en el 90 y una Copa en el 92, pero ahí se finiquita su dinámica victoriosa. Llegó a descender a la Liga Due y en la actualidad disputa la Serie A, pero como el propio basket transalpino se encuentra instalado en la mediocridad sin visos de mejora. Una pena. 

Lo que sí está claro es que aquel Open MacDonald´s supuso un antes y un después en el acercamiento entre el baloncesto de los dos continentes y el pistoletazo de salida para su expansión internacional. Desde aquella primera aventura, muchos ciudadanos del mundo han podido ver in situ a sus veneradas estrellas profesionales. Y bien que lo disfrutan.

Mil gracias a Carlos Laínez por su ayuda y labor desinteresada en la redecoración, el diseño y modernización del blog.

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