
¡Cómo hemos cambiado!, cantaba Presuntos Implicados. En tres décadas (que son más de una y más de dos) todos hemos ganado (peso), perdido (pelo), aclarado (la frente y con suerte las ideas) y asomado a la madurez (las arrugas, como el algodón, no engañan). Apenas se venden periódicos (bendito papel) porque todo está en la red. El basket ha abierto fronteras y los equipos forman un crisol de nacionalidades.
El chavalito con la bufanda azul a dos tonos al que su padre le cuenta que hace 30 años Estudiantes pasó de animador de la Liga a serio aspirante al título, dudara de su progenitor. Cuando éste prosiga con la cantinela de que tenían a dos de los mejores extranjeros (cuando sólo se admitían dos y eran mayoritariamente norteamericanos) de la ACB, pensará que ha perdido la chaveta.
La historia viene de largo (pero es cierta). David Russell primero, y Ricky Winslow después, constituyeron junto a John Pinone, una de de las mejores parejas de foráneos de la época. Y a su alrededor, magnetizados, crecieron exponencialmente un montón de jóvenes talentosos, descreídos y descarados que llevaron al club del Ramiro a su Edad de Oro.
Si Russell parecía siempre preparado, impecable, para ir de cóctel a un selecto club gourmet; Pinone se acercaba más al paisano que campaba a gusto de aperitivo con sus colegas. Si David era el divo de los adolescentes, el poster de sus carpetas; John se erigía en el centro de las tertulias de los mayores, llenaba de orgullo el corazón de los aficionados de siempre. El elegante moreno apenas hablaba castellano, el blanco en meses ya chapurreaba la lengua de Cervantes. El alero irradiaba brillo, el poste desprendía alma. La exuberancia versus la parquedad.
Cuando Magariños tiene ahora más de hotel con spa que de antiguo casino de capital de provincia donde se congregaban los parroquianos entre humaredas de tabaco para disfrutar/sufrir de una tarde de baloncesto “con encanto”, regresamos a la “Era del Oso” de la mano/zarpa del gran John Pinone. Subimos al desván para desempolvar sus hazañas.
Un icono colegial en Connecticut
Hijo de un ejecutivo de General Motors y de una empleada de seguros, sus pasos deportivos parecían encaminados hacia el fútbol americano hasta que su padre, al que por su origen lo nombraban “el italiano”, lo centró en el basket. ¡Bien por el viejo!
Con el instituto South Catholic College alcanzó dos títulos del estado. Así cuando concluyó su etapa de high school tenía una pila de ofrecimientos de las selectas universidades del país, entre ellas North Carolina, Notre Dame o Virginia. Finalmente para desdicha de sus conciudadanos en Connecticut, aceptó la beca de los “Gatos Salvajes” de Vilanova, la universidad católica de Filadelfia en la que convivían seis mil alumnos.
Cuatro años exitosos a las órdenes de Ronnie Massimino en los que se quedaron a las puertas de la Final Four. Victorias de prestigio, por ejemplo ante la Carolina del Norte de Michael Jordan (20 puntos) y Sam Perkins (15), con 14 puntos de Pinone y 11 de Ed Pickney. Convocatorias con la selección de su país: triunfo en la Universiada de Bucarest en la que compartió habitación con el mítico Kevin Magee, además de vestuario con Roy Hinson, Sidney Lowe y David Salomon (que tras su etapa en Treviso sonó para el Madrid) y derrota en la final del Mundial 82 de Cali frente a los rusos (que se tomaron la revancha) con 10 puntos de Pinone y un último lanzamiento desperdiciado para ganar el partido por el gran “Doc” Rivers. Esa cita de Colombia resultó histórica para la selección española porque por primera vez se impuso al combinado (universitario) estadounidense, sin que John pudiera entrar en juego, convaleciente de una gastroenteritis.
Se graduó con honores y media de notable en Económicas. Elegido en varias ocasiones All American (tercer equipo) y All Academic, la universidad retiró su camiseta número 45 con el reconocimiento de su mentor “era, por su corazón y deseos de ganar, el mejor jugador que he entrenado”. Resulta chocante que el college y su célebre técnico alcanzaran el título en el 85 con Steve Pinone, hermano de John, en la plantilla.
Pese a sus apreciables estadísticas (16,1 puntos, 6,6 rebotes, 1,8 asistencias y 55,7% de acierto en 34,4 minutos), queda relegado a la tercera ronda del draft del 83. Los Haws de Atlanta le escogen en el puesto 58. Su presencia es testimonial: 20 puntos, 10 rebotes y 3 asistencias en 7 partidos y 65 minutos. Su aventura profesional concluye en diciembre tras disfrutar de los vuelos del “halcón” Dominique Wilkins “eso sí que era increíble”. Retorna a su Hartford natal, monta un bar y apura la temporada en los Ohio Mixers de la CBA. En verano nueva decepción: los Utah Jazz le cortan y recurre a su tutor. Massimino tira de contactos, telefonea y en 24 horas está en España para cambiar su vida y la del club de la calle Serrano. Su sitio no parecía estar junto a los “pross”, en los que en aquel tiempo cohabitaban 23 franquicias en lugar de las 30 actuales.

“Nos la han colao”
Eso fue lo que pensó y no calló Mariano Bartivas cuando le explicaron que el personaje fondón que había atravesado Magariños iba a ser el americano que sustituía a su compatriota Mc Cormick, un armario de dos cuerpos que no había cuajado y que ostenta el triste honor de ser el primer americano despedido en la historia del Estu, que fracasó en la inicial negociación para traer a Darrell Lockart (aquel pedazo jugador que conquistó Bilbao).
Estudiantes las había pasado canutas para salvar la categoría la campaña precedente en un agónico play off final frente al Magia de Huesca. Los cotizados Terry Stotts y Chuck Aleksinas habían marchado camino de Francia y de la NBA, así que había de rearmarse si no quería sufrir las mismas calamidades. La vuelta de Vicente Gil ilusionaba, se había firmado a un prometedor Carlos Montes, que tras la desaparición de Inmobanco había emigrado a Alcorcón, y dejaba dudas el fichaje del espectacular David Russell que después de un estreno deslumbrante (41 puntos y 20 rebotes ante el OAR el año anterior) no había terminado de convencer al Joventud de Aito en Badalona.
Sin apenas entrenar ni conocer a sus compañeros, el mocetón algo pasado de peso debutaba nada menos que ante el Real Madrid en el Pabellón de la antigua Ciudad Deportiva. El periodista Manolo Lama (que sabe un rato de baloncesto y había compartido pupitre en los Maristas de San José del Parque con Fernando Martín), en la cabina de radio, afortunadamente equivocó el diagnóstico y lanzó a las ondas: “Han traído a un tío que es un saco de patatas. Va a durar 3 partidos”. Ajeno a comentarios, Pinone puso en jaque a la armada blanca (Romay, Robinson y Martín) e hizo 24 puntos en la decorosa derrota (98-86).

Spain is different, and “Los Estudiantes” more
Si bien sus siguientes actuaciones no dejaron de ser convincentes, el muchacho se encontraba un tanto perdido. Se alojaba en el Hotel Luz Palacio, a 200 metros del Magata, pero no le cuadraban los horarios, las largas comidas y eternas sobremesas, odiaba el tráfico capitalino y los fastidiosos e interminables viajes en autobús con el equipo. Telefoneaba unas cuantas veces al día a Miguel Ángel Paniagua, su agente, y apenas cruzaba palabra con el resto de sus compañeros (salvo con Russell, García Coll y Rementería con los que parlamentaba en inglés). Anne Marie, su novia, se había quedado en Estados Unidos y habían concretado fecha de boda para el septiembre venidero. Parecía otra ave de paso.
“La Demencia” adaptó su mote colegial y le rebautizó, de oso pasó a Pinoso y dio inicio a su romance con su singular pareja de americanos, absolutamente dispar, ciertamente complementaria. Habían aterrizado en Magariños con 23 años (ambos de la hornada del 61). Russell saltaba niños en los concursos de mates, Pinone no brincaba ni por encima de una caja de cerillas (“que machaque”, le cantaba socarrona la grada), pero adhería para su causa a la muchachada con sus zarpazos. David vivía pendiente de Manhattam, a John la posterior llegada de su mujer le borró cualquier resto de morriña. Uno gastaba en refinados trajes (incluso llevaba plancha en los viajes para dejarlos impolutos) y conducía un Jaguar, el otro cotejaba hasta el último dólar cual hormiguita (a Satur, el utillero, le traía de cabeza para que le guardara su Rolex de oro mientras entrenaba). Russell coleccionaba jugadas espectaculares al abrigo de un físico excelso, Pinone fabricaba canastas sencillas resultado de su excelente técnica individual y su vasta lectura del juego. Con frecuencia intercambiaban los papeles, el alero rehuía el lanzamiento exterior para buscar encestes con acrobáticas entradas o reversos al poste bajo y el pivot se acantonaba en la continuación de la personal o en los fondos para acribillar con certeros lanzamientos a sus rivales. Los dos compartían ese punto de inteligencia que te hace consciente de tus defectos y exprimir tus méritos (haz muy bien lo que sepas).
La temporada se enderezó. A las sólidas actuaciones de Pinone (19,6 puntos y 5,9 rebotes), se unían las estratosféricas exhibiciones de Russell (en Vitoria con 50 puntos igualó la histórica marca anotadora de José Luis Sagivela en el club y en Villalba alcanzó los 48 para la victoria en la prórroga). Para cuando el neoyorkino se rompió el quinto metatarsiano del pié derecho, Estudiantes ya viajaba en velocidad de crucero. Tony Sims cubrió su baja de manera portentosa y superaron el primer cruce de la eliminatoria hacia el título contra el Caja de Álava para caer frente al eterno rival en 3 partidos. Al “Oso” y a Vicente, “el tío más demente”, les condonaron la disputa de la Copa Príncipe de Asturias. Uno tenía que preparar una boda, el otro cumplir con la selección.
Las bicicletas y las arduas negociaciones son para el verano. Después de un año placentero parecía una quimera que Estudiantes mantuviera a sus principales figuras, pero Gil tras el espectacular europeo realizado en Alemania renovó votos con los entonces amarillos patrocinados por la Caja Postal, Pinone desestimó las ofertas de Venecia y Caja de Álava que le ofrecían algo más de dinero, para firmar con “Los Estudiantes” por 68.000 $ y Russell no convenció ni a Pacers ni a Khicks, con lo que también retornó al redil.
La gente colma las gradas de Magariños, se sabe el quinteto de carrerilla –Gil, Montes, Russell, Pedro Rodríguez y Pinone- con las contribuciones de “Chinche” Lafuente, Coll, Héctor Perotas y Rementería desde el banco y Paco Garrido conduce con mano ligera al grupo, alejado de complicados sistemas y disciplinas militares. Se entrena una vez al día (a las 8 de la tarde) y el futbito sustituye a las canastas en las prácticas de los lunes. “Garrido es un buen entrenador. Su estilo es diferente, apropiado para un equipo como Estudiantes”, proclamaba John.
El equipo juega de memoria, Russell en Navidades gana el primer concurso de mates de la historia de la ACB al volar en Don Benito por encima de un niño, que paradójicamente viste el chándal del Madrid. David cierra el curso como segundo máximo anotador de la Liga, Pinone como cuarto (25,8 puntos, 7,4 rebotes y 57% en tiros de campo) y Gil es el mayor asistente. 5º puesto en un año magnífico coronado con el título de la Copa Príncipe de Asturias que permite disputar competición europea la campaña siguiente. El dueto yankee renueva por un bienio más, a razón de 80.000 $ anuales por barba.
En la temporada 86-87 ascienden del desaparecido Logos, Abel Amón y José Miguel Antúnez. El base, le discutirá el puesto a Gil, y cobrará una importancia capital para el desembarco posterior del talento emergente de La Nevera. Bosé se establece como segundo patrocinador para la Korac, en la que se compite muy dignamente (cayendo en Caserta por dos pírricos puntos). Estudiantes intercala sus partidos como local entre Magariños y el antiguo Palacio de los Deportes. Pinone se mantiene sublime (en el derby de la segunda fase ante los blancos hace uno de sus mejores partidos como colegial: convierte 41 puntos y captura 12 rebotes en la derrota 91-94). Permanece incombustible más tiempo que nadie en pista: disputa 1107 minutos de los 1.130 posibles a una media de 39,5 minutos por partido con 24,1 puntos y 7,1 rebotes. El epílogo de la temporada ha entrado en la leyenda. El segundo partido de cuartos ante el Madrid será recordado para siempre. Tras tres prórrogas, Magariños se transforma en un manicomio del que salen a hombros sus toreros. 121-115. Épico. Pedro Rodríguez (17 puntos y 13 rebotes), Russell (41 puntos) y Pinone (36 puntos y 15 rebotes) disputan los 55 minutos de la proverbial batalla. Por los merengues, Biriukov (35 tantos), Branson (25) y Spriggs (21) lo dan todo. El desempate se lo lleva el Madrid (98-86) con un formidable Brad Branson (35 puntos), al que Pinoso opone 22. El Estu se abona a la 5ª plaza como en la temporada sucesiva y pisa el terreno de los grandes. En noviembre el matrimonio Pinone se queda embarazado y La Demencia tararea: “Queremos pinositos”. La pareja es feliz en Madrid, cómodamente instalados en la zona de Capitán Haya. Anne Marie, profesora, da incluso clases de inglés a sus alumnos en su apartamento.
Vientos de cambio
En la temporada 88-89 Juanan Orenga se incorpora como fichaje esperanzador para reforzar la pintura (su contratación se manifestará fundamental en los éxitos que están por llegar). Estudiantes le amarga el debut a Drazen Petrovic y levanta el título de la Comunidad, 82-78, con 25 puntos de Pinone, pero al poco Russell se rompe el menisco izquierdo de su rodilla derecha. Comienzan los problemas. Albert Irving sustituye eficazmente a Russell, pero se destroza la rodilla (triada). Eric White aterriza poco más tarde, pero no le alcanza a la altura de las botas. Sólo la histórica remontada (92-65) ante el Smelt Olimpia de Ljubljana con el alunizaje estelar de Nacho Azofra (13 puntos) y la canasta definitiva de Pinone sobre la bocina, arroja algo de luz en un panorama sombrío. Se encadenan seis derrotas consecutivas, la última por 1 punto ante el Magia de Huesca con Pinone errando el tiro libre que hubiera podido empatar la contienda y la situación se hace insostenible. La plantilla desconfía de los métodos y sistemas de su técnico. “El estilo conservador y tradicional de Paco no propiciaba una reacción… El equipo había perdido la confianza en Paco. Faltaba motivación. Necesitábamos un cambio, un revulsivo”. (John Pinone)
Tras un lustro exitoso, Garrido dimite. Un discípulo de Ignacio Pinedo, Miguel Ángel Martín, procedente de Inmobanco, responsable de la cantera estudiantil y entrenador del junior, ocupa su plaza. Tiene 39 años y durante un tiempo compatibiliza el puesto con el cargo que ocupa en la multinacional Kodac. A los pocos días, una de las vacas sagradas del vestuario, Vicente Gil, se le enfrenta y Martín, apoyado por la directiva, no recula. El incidente le cuesta 100.000 pesetas al entonces capitán. Alberto Herreros y Nacho Azofra se hacen habituales en los entrenos y van entrando en los partidos. Russell vuelve para lesionarse de manera definitiva y aparece Winslow hasta final de temporada, que había cumplido sobradamente en el Cajacanarias. Ricky iguala en espectacularidad a David, pero añade defensa, si se lo propone, y un tiro exterior por momentos letal. Bueno, bonito y… más completo. Pedro “Picapiedra” Rodríguez pilla mononucleosis, la “enfermedad del beso” (tres meses de baja) y Pinoso se multiplica (35 puntos al Puleva, 30 a BBV Villalva y 37 al Valvi). Se gana 3-0 el cruce a Mayoral Maristas Málaga, lo que suponía que los madrileños partían desde la A-1 la temporada siguiente. Tras el choque, el “cura” queda para tomar una copa con sus americanos y explicarles la revolución que se avecina. Sus extranjeros le apoyan y los históricos Gil, Coll y Rementería salen del equipo para dar paso definitivo a Azofra, Herreros y Arranz.
En la temporada 89-90, “Baby Estudiantes” sale como el equipo más joven de la categoría, pero los noveles responden, no se arrendan y ante el experimentado Caja de Ronda dan la campanada en cuartos. Tras una primera parte timorata, Martín, ante la zona malagueña, echa la bronca de su vida a Herreros: “Si tiras y fallas el responsable soy yo, pero si te cagas y no tiras, no me vales”. Alberto replica a lo grande con 28 puntos a la conclusión (incluidos 8 triples). En Madrid, Estudiantes finiquita la eliminatoria. El Barsa le para los pies en semifinales: 4º puesto de la insolente guardería.
Que vienen, que vienen
Los chicos aprenden rápido y no se cortan un pelo. En los cuartos de la Korac están a un tris de dar la vuelta a la desventaja que traían de Badalona (93-79). Magariños se transforma en una caldera y se quedan a un punto de la heroicidad (76-63): ni el triple de Winslow ni el postrero lanzamiento, sin apenas tiempo, de Pinone entran.
En la Copa de Zaragoza, se cargan a los locales a las primeras de cambio y al Joventut en semifinales. En la final, frente al Barsa, un triple frontal de Herreros, perfectamente diseñado, da en la parte posterior del aro y no entra. El título se escapa por dos puntos (67-65). Sólo Winslow huye de la frustración: “el año que viene ganamos nosotros”. En Liga terceros. En semifinales se le escapan los dos partidos en el Palau y caen en el cuarto en el Palacio tras dos prórrogas. Cuidadín.
En el 92 se festeja el Quinto Aniversario de la Reconquista, la Expo, los Juegos Olímpicos de Barcelona y la explosión definitiva de Estudiantes con 5 canteranos y 6 chicos por debajo de los 23 años. Antúnez ha salido traspasado al Madrid, Montes y Arranz emigraron buscando minutos. A Martín no le tiembla la mano y apuesta por Pablo Martínez, Juan Aisa y Alfonso Reyes como sustitutos.
Comienzo arrebatador en Liga, 13-0, pero en el expedito camino se encuentran piedras en forma de lesiones (Pablo Martínez se rompe un tobillo y le suple de manera magnífica Quique Ruiz Paz) y cansancio. Una canasta sobre el tiempo de Juan Aisa en Milán conserva el baskeaverage frente a los lombardos, lo que a la postre supuso la ventaja de campo en cuartos de Liga Europea ante el histórico Maccabi.
La ciudad nazarí de Granada recibe a sus visitantes coperos. Estudiantes llega muy tocado (en el Sant Jordi han recibido una zurra del Barsa y la mala noticia de la lesión en el codo de Nacho Azofra). Tanto que ni reservan hotel. Cuentan que cuando Pinone se entera monta un Cristo de la altura. Siempre desafiante, jamás admitía coartadas. No entiende que con un título de fondo y el Madrid como primer rival, la expedición agache la cabeza. Otra vez Aisa cobra papel protagonista al anotar el único triple del equipo para ganar el partido de cuartos ante el Real. En semis Pablo Martínez (17 puntos) realiza uno de sus partidos más recordados con el Estu, que se clasifica para la final (78-77) tras un error en el tiro del formidable Jordi Villacampa. Herreros quería la revancha contra el Barsa, pero Pinone mucho más pragmático se decantaba por el líder de la Liga, el CAI Zaragoza: “Quizá el Barsa tiene jugadores más expertos para este partido”.
El destino obedeció los deseos del “Oso”, pero los zaragozanos eran un equipo serio, experimentado, con Manel Comas de jefe. Empate a 31 al descanso. Con 11 minutos por jugar el marcador reflejaba un 43-47 para los maños y aquellos no pintaba bien para los madrileños. Martín, en un arranque de lucidez o desesperación, mandó salir a Nacho Azofra, que ni se había vestido en los encuentros previos ni podía siquiera lanzar a canasta por sus dolores en el codo. Pero el “chico más listo de la clase” robó un balón nada más entrar y el sino del encuentro cambió. El mejor jugador sí o sí de la Copa fue Ricky Winslow, pero el MVP fue a parar a Pinone por la ascendencia en el grupo. Era su jugador vertebral. Al día siguiente se suspendieron las clases en el instituto y los alborozados chavales recibían a sus héroes en un abarrotado Magariños.
Con muy poco tiempo para el descanso se perdió en la prórroga en La mano de Elías. A la vuelta los macabeos se llevaron la del pulpo en el primer choque en Madrid, pero en el definitivo se mascaba la tensión desde los vomitorios. Pablito Martínez apareció cuando los balones queman y San José, en su día, echó una mano a los locales: en la jugada decisiva Doran Jamchi resbaló cuando iba a recibir para ejecutar uno de sus famosos lanzamientos y Estudiantes consiguió billete para la final a cuatro. Estambul supuso una fiesta inolvidable para los aficionados y un mal sueño para los jugadores, que no llegaron a competir. El Joventut les ganó las semis para luego darse de bruces con el tiro perfecto, el de Sasha Djordjevic. A ese imberbe Partizan de Obradovic, Estudiantes le había ganado los dos encuentros en la fase de grupo.
Después de adueñarse del primer partido de las semis ligueras en Badalona, Estudiantes “regaló” el segundo tras tenerlo ganado en varias ocasiones. Los verdinegros se llevaron el gato al agua tras dos prórrogas y la eliminatoria en 5 partidos. Es la temporada más rememorada por cualquier “demente” que se precie.

Y se acabó
Mejorar lo hecho era complicado. Se amplía el cupo a tres extranjeros y el Estu encuentra un chollo: captan, el día antes de la apertura del campeonato, a uno de los mejores tiradores del continente, Danko Cvjeticanin, por sólo 70.000 $, irrisorios al lado de lo que cobraban sus colegas, Ricky Winslow (600.000) y John Pinone (400.000). Vecina se incorporaba a un cuadro coral (del que se caía el inasequible al desaliento, Pedro Rodríguez) repleto de talento para reproducir la inteligencia del “Oso”, que ha dejado de ser la principal referencia anotadora de la plantilla. Estudiantes naufraga en la Copa: derrota sin paliativos ante Natwest Zaragoza (75-91). Pinone y Winslow apenas suman 4 miserables puntos entre ambos. En Copa de Europa es la Benetton de Kukoc quien les apuntilla en la fase de grupos. Tras una irregular fase regular (cuartos), susto en el primer cruce de los play offs ligueros frente a Manresa y complicaciones con Caja San Fernando en la siguiente ronda. En semis Estudiantes casi hace la hombrada. Conduce la eliminatoria al quinto encuentro, pero Luyk ordena una zona y Sabonis impone su ley en la definitiva victoria blanca (81-77).
Ese sábado 8 de mayo de 1993 supone el último partido de la carrera de John Pinone. Sus 4 puntos (una canasta de 4 intentos en 21 minutos) ejemplifican su cuesta abajo (“con la inteligencia sólo ya no le daba”, declara con tino “Pepu” Hernández), más no hacen justicia a su maravillosa carrera en el Ramiro. La decisión estaba cantada y para su amigo y entrenador Miguel Ángel Martín supuso “la decisión más dura” que tomó a lo largo de su trayectoria en los banquillos. “Su salida fue dolorosa, pero necesaria”, concluía.
En su adiós, “La Demencia” y la grada militante mucho tiempo después de terminado el partido no se movía de su sitio al son del famoso canto de Chanquete: “Si no sale Pinoso no nos moverán”. Le costó, pero apareció para soltar alguna lágrima y despedirse de una afición que le encumbró. En noviembre regresó para el homenaje que Estudiantes le preparó. El club le distinguió con su insignia de oro y brillantes y los dementes un enorme oso de peluche. “Gracias por no haberme olvidado”, susurró con voz entrecortada.
Su legado
Por encima de guarismos (18,6 puntos y 6,6 rebotes en 332 partidos y cuatro semifinales ligueras consecutivas), enseñó la profesión a un grupo de jóvenes avispados que del patio y las pachangas con los amigos pasaron a La Nevera y de ahí a mirar de tú a tú a las mejores escuadras del continente. Su gen ganador, “no tiraba un partido” (Nacho Azofra), prendió en los talentosos chavales que le respetaban y le vacilaban por igual. “Siempre tenía palabras de ánimo para nosotros, especialmente en los malos momentos. Pero también no os podéis imaginar cómo nos apretaba” (Alberto Herreros).
Juanan Orenga ahonda en su vena competitiva “supo hacer que un grupo de gente joven tuviera la ambición de llegar a ser el mejor”, Cvjeticanin ensalza la grandeza del personaje “llegó a un club medio y dejó un grande”, mientras Nacho Azofra evoca añorante tiempos pretéritos “era el último que quedaba de Magariños, que era otra cosa”.
Garrido notó “que no era un americano normal nada más llegar” y le califica como “un ganador nato, muy competitivo, pero con una capacidad limitada de sacrificio físico”.
“El cura” sintonizó con el “Oso” al poco de llegar. Le pidió que le ayudara en el adiestramiento individual de sus postes en el junior y éste le dedicaba unas horas semanales a la esbelta chavalería. Cuando cogió el equipo sabía que Pinone habría de ser su mástil. Comían juntos con frecuencia: John había relegado la hamburguesa en favor de una buena merluza o de un cordero en condiciones. Cuando tras la salida de Vicente Gil, su técnico le ofreció (con el beneplácito de Pedrolo y Carlos Montes) la capitanía, John la aceptó de buen grado. Martín incide en las virtudes del que considera “el jugador más inteligente al que ha entrenado” y así recalca su juicio calculador y su ascendencia sobre el grupo “los primeros días de la semana entrenaba lo justo, pero el jueves y el viernes entrenaba como un hijo de puta… Era un grandísimo competidor y un líder”.
No era ni atlético ni mucho menos fibroso, pero “era listo como nadie para sacar faltas” (Pedro Rodríguez) y sin ser ágil, se desenvolvía más rápido de lo que su cuerpo aparentaba.
Poseía un extenso catálogo de recursos técnicos que le hacían difícilmente defendible: tiraba con soltura desde cualquier sitio (daba gusto verle recrear el lanzamiento de Larry Bird a una pierna echándose ligeramente hacia atrás); pasaba con facilidad, sin artificios, especialmente desde la cabeza de la bombilla, para encontrar al compañero mejor situado; posteaba y utilizaba un ganchito resultón que sacaba desde la barriga; usaba su robusto (hasta rollizo cuerpo) para ganar la posición o cerrar el rebote como dictan los manuales; se dosificaba, pero defendía con fiereza, ahuyentando a sus rivales con sus famosos zarpazos (la garra que nunca sancionaban, que diría el siempre agudo Vicente Salaner) cuando éstos iniciaban la suspensión. Consideraba al gigantón Wallace Bryant que vistió las camisetas del Magia Huesca y del Barsa como su oponente más incómodo y de haber podido fichar, hubiera recuperado a Fernando Martín para su Estudiantes. Pero lo que multiplicaba sus habilidades era su extrasensorial conocimiento del juego. Ejercía de segundo base, representaba la prolongación del entrenador.
Con fama de muy mirao para el dinero, los desvergonzados compañeros le repetían con frecuencia la misma broma cuando entrenaban en el templo de la calle Goya: “John, he visto a Anne Marie cargada de bolsas saliendo de El Corte Inglés”. Ya estaba de mala leche la siguiente hora y media.
Tenía algunos buenos amigos entre la prensa como Sixto Miguel Serrano (que dicho sea de paso, es una pena que no siga narrando basket), aunque tuvo alguna pelotera, como el día en que tras ganar al Madrid con una sobresaliente actuación suya le dedicó tres cortes de mangas al histórico periodista de As, Martín Tello, que había escrito que era un gran bebedor de cerveza.
Culto, leía asiduamente varios diarios de información general y los especializados en economía, tanto los españoles como los de su país. Era corriente encontrarle en el Vips de López de Hoyos de madrugada hojeando las primeras ediciones.
Montó un pub (el Civic Center) enfrente del pabellón de la Universidad de Vilanova en que se servía comida española, trabajó en el TDBanknorth y también tocó el negocio inmobiliario. Fue acusado de evadir impuestos, alegó que su socio le había engañado y se libró de la cárcel, aunque tuvo que afrontar una severa multa. Se mantiene vinculado al basket como entrenador de instituto en Cromwell. El salón de su casa lo preside una foto conmemorativa de la Copa de Granada.
Tras el “saco de patatas” llegaron 9 extranjeros en 2 años. Es John Pinone, un mito en el Ramiro, una leyenda para una generación, la del que nunca capitulaba. Es John Pinone, el jugador norteamericano que más temporadas ha permanecido en un club español (9), si exceptuamos a dos que vinieron para quedarse, los maravillosos Clifford Luyk y Wayne Brabender. Es John Pinone, natural, sin conservantes ni colorantes. Es John Pinone, otro caso que demuestra que el talento no entiende de envases: gordito, con pinta de leñador rupestre en Oregón, de granjero en Indiana o de tabernero en cualquier mesón castizo, pero amigo ¡cómo jugaba al baloncesto! Único, irrepetible.
Dedicado al maestro de periodistas Carlos Jiménez, recientemente fallecido. Y a mi amigo Piter en Méjico lindo (que lo disfrutes).
Agradecido siempre a Carlos Laínez y a Raúl Barrera en la Biblioteca Ferrándiz del Espacio 2014 FEB. Un placer charlar con Nacho Azofra, Gonzalo Martínez y Miguel Ángel Martín de basket y de vida. Gran rato. Mil gracias. No me olvido de ti, David Zozaya, y de tu paciente chica, Natalia. Qué baratas me salen tus cañas.
Bibliografía básica consultada (toda excelentemente escrita y documentada):
- John Pinone, el zarpazo del oso (Fernando Belda) en el libro Extranjeros en la ACB.
- Los libros Historias de una rivalidad y Ganar es de horteras de Guillermo Ortiz.
- “… Que nos vamos a Estambul, chim-pum”, el relato de Antonio Rodríguez en el nº 5 de Cuadernos de Basket.
- Club Estudiantes, 60 años de baloncesto, escrito por Felipe Sevillano, Carlos Jiménez, Alonso de Palencia y Santi Escribano.