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Maccabi, basket en La Tierra Prometida

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Asociar Oriente Medio con deporte se antoja complicado. La zona en permanente e histórico conflicto deja titulares luctuosos en la sección Internacional de los periódicos, pero rara vez las noticias son amables y se asoman a Deportes. Tras la Primera Guerra Mundial, la Sociedad de Naciones avaló el Mandato Británico de Palestina con el propósito de “crear un hogar nacional para el pueblo judío”. Dos años después de concluir la Segunda Gran Guerra, las Naciones Unidas aprobaron la partición de Palestina en dos estados de similar extensión, uno judío y el otro árabe. La proclamación de independencia el 14 de mayo de 1948 por parte del Estado de Israel conllevó la inmediata declaración de guerra de sus vecinos árabes y dio paso a una mitad de siglo plagada de enfrentamientos bélicos (la Guerra del Sinaí de 1956, la de los Seis Días en el 67, la del Yom Kipur en el 73 o la del Líbano en el 82) de la que la zona no se ha repuesto del todo. A veces parece que Dios se hubiera olvidado de la parte del mundo donde más se le nombra.

Hoy, en lugar de bucear en aguas del Mar Rojo, curiosearé en el equipo de baloncesto más reconocido de Israel. Su marca más identificable, seguida y exitosa. Todo un clásico que, en palabras de su histórico presidente, Shimon Mizrahi, “ha sido el mejor embajador del país”. 


Los jueves por la noche da inicio el fin de semana en Israel y se ha convertido en tradición que grupos de amigos o familiares se reúnan en torno a la televisión o acudan al pabellón para contemplar el partido de Copa de Europa del Maccabi.

Tel Aviv, “la burbuja” o la “Gran Naranja”, como coloquialmente se la conoce (en contraposición a la Gran Manzana neoyorkina), es una ciudad moderna, acogedora, de clima cálido, bañada por el Mediterráneo, que merece la pena recorrerse incluso en bicicleta (tiene más de 100 km de carril bici habilitados). El parque HaYarkon insufla aire puro a la urbe. Las abundantes playas sacian la demanda de los bañistas. Los más culturetas se refugian en el Museo de Arte (apodado el sobre) que contiene una maravillosa colección impresionista con La pastora de Van Gogh como emblema, o en el innovador Museo del Diseño en Holón. El que gusta de un paseo se detiene en “La Ciudad Blanca”, declarada en el 2003 Patrimonio de la Humanidad por la Unesco: sus edificios fueron construidos en la década de 1930 por los arquitectos de la escuela fundada por Walter Gropius que huían del nazismo. De líneas horizontales y esquinas redondeadas, escapan a cualquier ánimo de ornamentación exterior, dando un paisaje original a la zona. El viajero prosigue su camino y siente envidia en su paso por “El barrio europeo”, el más caro y lujoso. El afán consumista le imantará a las boutiques del complejo HaTachana, las tiendas del barrio Florentine o los puestos del barrio yemení. Tras disfrutar de una copiosa cena, la marcha del “Puerto Viejo” no defraudará a los noctámbulos. En fin, el núcleo urbano más moderno del área (es una de las diez ciudades más influyentes del mundo en el ámbito tecnológico), alberga al club deportivo de más honda tradición.

Su creación y desarrollo

Data del año 1932. Fundado por los sionistas, su nombre honra a los macabeos, que en el año 164 antes de Cristo, derrotaron al rey greco-sirio Antioco Epifanes y proclamaron durante una centuria la independencia judía en la Tierra de Israel. 

Desde que en 1954 se fundara la Liga Israelí su dominio ha sido avasallador, adueñándose de la competición, en la que nunca ha bajado del tercer lugar, para acaparar un botín de 50 campeonatos ligueros y 40 copas nacionales. Su trayectoria ha sido tan jaleada por sus seguidores como criticada por los aficionados rivales que afean la colosal diferencia de presupuesto (el Maccabi triplica al que le sigue), esgrimen la facilidad con la que nacionalizan jugadores norteamericanos (en su día Aulcie Perry pagó 25.000 $ de los de la época para convertirse al judaísmo) y reprueban las ayudas gubernamentales mediante las cuales, según los censores, esquilman el mercado de los mejores jugadores de Israel a los que ofrecen contratos inalcanzables para el resto de los equipos (para luego darles pocos minutos de juego y empobrecer el nivel general del baloncesto patrio). Como todo juicio, depende del prisma desde el que se mire. 

Sin ser estrictamente así, los Maccabi de cada ciudad se arriman al Israel oficial y tradicional, cercano al nacionalismo, mientras que los Hapoel conservan más vínculos con el Partido Laborista, con el ala izquierda. Como ocurre con otros grandes europeos lo amarillo no deja indiferente, despierta adhesiones en el país o acumula antipatías: se es pro o anti Maccabi Tel Aviv.


La Mano de Elías

De cómo un nombre tan bíblico y redondo puede devenir en el espantoso “Nokia Arena” actual tiene la culpa el dinero en forma de publicidad. El pabellón, ubicado en el barrio del mismo nombre (Yad Eliyahu) fundado por los soldados británicos en 1945, se inauguró en el año 63 y se techó y amplió su capacidad hasta los 10.000 espectadores nueve años más tarde. Las últimas obras acometidas en el 2008 han dejado en el actual y majestuoso estado la casa del Maccabi, donde sus apasionados y entendidos aficionados (Juan Antonio Corbalán era recibido con mayores honores que los jugadores locales) han sido testigos de las hazañas de su equipo. La majestuosa cancha es un hervidero. El Real Madrid, sin ir más lejos, se tiró casi 10 temporadas sin ganar en tan singular santuario hasta que en diciembre de 1985, una noche sublime del inolvidable Wayne Robinson propició la victoria. Curiosamente el equipo que más veces ha asaltado el histórico templo bajo la actual denominación de Euroliga ha sido el Baskonia vitoriano. 

Otro de los símbolos distintivos del club ha sido su patrocinador. Su nombre estuvo casi perennemente unido al de la empresa alimenticia Elite durante más de 4 décadas. Desde julio de 2008 la compañía de aparatos eléctricos y aire acondicionado Electra es el nuevo sponsor del club. 


Tal Brody

La facilidad con la que Maccabi se imponía en su competición doméstica ha posibilitado que sea el equipo que en más ocasiones haya participado en la Copa de Europa desde su puesta en marcha en el año 58. Pero su concurso en la misma pasó absolutamente desapercibido durante los primeros años. 

Casi por casualidad, Tal Brody, un base de la Universidad de Illinois que había sido elegido por los Baltimore Bullets en el puesto 15 del draft del 65, acudió a Israel a disputar con la selección de los Estados Unidos los Juegos Macabeos. Descendiente de una familia judía (sus abuelos emigraron a Nueva Jersey desde Palestina), ganó el oro y su juego asombró de tal manera que los dirigentes del Maccabi se empeñaron en su contratación. El fichaje cambiaría la historia del club. 

En la edición del año 68, Maccabi se clasificó para el grupo de cuartos de final y se jugó ante el Madrid el segundo puesto que daba acceso a semifinales. Los partidos tuvieron su miga. El cuadro merengue cobró una ventaja de 10 puntos en la ida, con un excepcional marcaje de Brabender a Brody, al que dejó en 5 pírricos puntos. España e Israel no mantenían relaciones diplomáticas por entonces. Bernabéu viajó con el equipo y en un acto espontáneo regaló su propia insignia de oro del club a Moshe Dayan, ministro de la Guerra. El episodio casi le cuesta un conflicto con los países árabes al General Franco. El Madrid estuvo en un brete de quedarse fuera: con 75-74 y dos segundos por jugar Carlos Sevillano recibió una falta. Ferrándiz, que no quería ni en pintura la prórroga, le ordenó fallar los lanzamientos. En el primero, el veterano capitán le hizo caso, pero, antes de ejecutar el segundo, el árbitro (sensibilizada la FIBA con la autocanasta de Alocen del año 62) le amenazó con una técnica si erraba a propósito. Sevillano anotó y el encuentro llegó al tiempo extra. Ferrándiz echaba espuma por la boca, pero su equipo contuvo milagrosamente la diferencia (96-88). A la postre el Madrid sería campeón al imponerse en la final al Spartak Brno. Maccabi se había asomado al Viejo Continente. 

Año 1977. El primer equipo de cada uno de los seis grupos se clasificaba para la liguilla final de la Copa de Europa. El Maccabi cumplía y lideraba el suyo por delante del Sinudyne Bolonia. Lío a la vista: los gobiernos comunistas de Rusia y Checoslovaquia impedían a sus conjuntos (TSKA y Spartak) la posibilidad de visitar Israel y negaban al Maccabi el visado de entrada a su territorio. La FIBA tomó una decisión que confirió ventaja a los israelitas respecto al resto de sus rivales, al darles por ganados sus dos encuentros de casa y jugar en campo neutral –en Bélgica- los dos partidos a los que acudía como visitante. La frase de Brody tras la victoria en Virton ante los soviéticos (79-91) ha quedado para la posteridad: “Estamos en el mapa”. 

Hasta casi la última jornada cuatro equipos tuvieron opciones para entrar en la final, pero fueron Maccabi Tel Aviv y Mobilgirgi Varese los que consiguieron el billete para disputarla el 7 de abril en Belgrado, en la maravillosa Sala Pionir. Ralph Klein dirigía un bloque que ya llevaba tiempo jugando junto, con dos “sabras”, los pujantes jóvenes “Motti” Aroesti y Micky Berkowicz, el capitán Tal Brody que asumía los galones en los minutos decisivos, dos americanos nacionalizados, Lou Silver y Jim Boatwright, que intercambiaban posiciones dentro-fuera y el espigado estadounidense Aulcie Perry, como principales figuras. El claro favoritismo italiano pronto se vino abajo cuando los macabeos obtuvieron sus primeras ventajas y se fueron al descanso con 9 puntos de renta (39-30). En la reanudación los trasalpinos reaccionaron e igualaron el marcador. A 7 segundos para la conclusión, un pase de Iellini no encontró a Bob Morse y el Maccabi se hizo con su primer título continental (78-77) con Boatwright (26 puntos) de principal estilete. Por una vez los italianos pensaron ganar la Copa sin bajar del autobús y lo pagaron. “Nuestra derrota empezó probablemente el día que nos conformamos con la derrota en Moscú, pensando que era más fácil jugar contra el Maccabi que contra el Madrid”, lamentaría el gran Bob Morse.


Micky Berkowicz, “El Rey de Israel”

Hubo que esperar tres años para ver al equipo hebreo en una nueva final de Copa de Europa. Retirado Brody, Maccabi había añadido a su compendio de estrellas a Earl Williams. Sí, aquel angelito, “La Masa”, que en el año 83 subió a la grada del Pabellón de la antigua Ciudad Deportiva para saldar cuentas con el desalmado que le había atinado con una moneda en la cabeza; la estampida provocada en la tribuna fue la de una tira de petardos en la plaza de un pueblo (en un momento no quedó allí ni el apuntador). Bien, pues blancos y amarillos disputaron la final en Berlín, donde a pesar de la bestial aportación de Williams (33 puntos de la criatura), el planteamiento con defensas alternativas de Lolo Sainz hizo pupa y el Madrid (al que le vino un tanto largo el partido) obtuvo se séptimo título. Rafa Rullán (27 puntos) dio un curso de sapiencia y finura en el lanzamiento y Walter Szczerbiak, uno de los más certeros y elegantes tiradores que por estas lides se haya conocido, cerraba su exitosa trayectoria en la Copa de Europa con 16 puntos. 

Si la selección israelí había dado un paso de gigante con la plata europea en Turín 79 (una canasta de Berkovicz ante Yugoslavia los condujo a la final), Maccabi se había instalado definitivamente entre la clase noble. El núcleo duro de los jugadores se mantenía en el 81, con la novedad de Rudy D´Amico en el banquillo. Al entrenador estadounidense, cuestionado gran parte de la temporada, le salvó la inquebrantable fe que le tuvo el presidente Shimon Mizrahi (elegido en 2007 por la revista Time como uno de los 50 gestores deportivos mejores del mundo). Tras pasarlas canutas en la fase de grupos, donde el caribeño Jacques Cachemire, estrella del ASPO Tours francés, estuvo a punto de dejarlos fuera, los macabeos se pusieron las pilas y entraron en la final disputada en Estrasburgo con el Virtus Sinudyne como oponente. La bella Bolonia es “grassa” (gorda, por lo bien que se come), roja (comunista), académica (su universidad es la más antigua del mundo) y cuna de gran baloncesto; así que los italianos, pese a la baja del americano McMillian, manejaron el tempo y el marcador durante gran parte del choque. Hasta que Williams (19 puntos) y Perry (18 puntos) no se hicieron grandes en el rebote, los amarillos no pudieron correr. A cuarenta segundos, una entrada de Berkowicz pone tres arriba a los macabeos. De inmediato Cantamessi da la réplica (78-77). Con 15 segundos por jugarse, Maccabi es incapaz de poner en juego el balón. En la siguiente jugada los árbitros pitan una polémica falta de ataque de Bonamico sobre Boatwright. El saque israelí llega a manos de Berkowicz que vuela con tal celeridad hacia canasta que en su camino parece cometer unos claros pasos que no son señalados por los colegiados. La canasta final italiana deja el marcador definitivo en 80-79 para los hebreos, que de esta manera se hacen con su segunda Copa de Europa. Berkowicz se corona definitivamente con 20 puntos. 

La leyenda de Micky Berkowicz se acrecentó. Nuevos títulos (hasta 19 Ligas, 17 Copas y la Intercontinental del 80), finales europeas (en el 82 derrota frente al Squibb Cantú de los maravillosos Marzorati y Riva con 18 puntos de cada uno; en las del 87 y 88 caerían ante la experimentadísima Tracer Milán y en la 89 oficiaron de verdugos los noveles Kukoc y Radja de la Jugoplastika Split) y la posibilidad de jugar en la NBA que un juez israelí le vedó. Convenció a Hubbie Brown, entrenador de los Haws de Atlanta, en el campamento de verano y llegó a firmar un contrato, pero Maccabi no le dejó marchar. Micky denunció el caso a los tribunales y un juez dictó sentencia: el jugador se quedaba en Israel, a cambio el club le doblaba el sueldo. De ser un excelso penetrador y finalizador de contraataques, llegó a convertirse en un fiable tirador, al que todo el mundo miraba para asumir los lanzamientos finales. El mejor jugador de la historia de Israel tuvo el inmenso honor de celebrar El Milagro de Janucá, una de las principales fiestas del calendario hebreo.

Kevin Magee, el mejor americano

Fue el primer jugador del baloncesto universitario en quedar entre los diez primeros en puntos, rebotes y porcentajes de tiros convertidos en dos temporadas distintas, pero una lesión en la mano en un partido del NIT le relegó a la posición 39 del draft. Los Suns le cortaron y probó la aventura europea. Primero recaló en Varese convirtiéndose en el máximo reboteador de la Lega y de ahí saltó a Zaragoza para cambiar la ACB. Hay un antes y un después de que el CAI ganase la Copa del Rey en su viejo Palacio de Deportes un 2 de diciembre de 1983. Miguel Ángel Paniagua lo trajo a España y su carácter impregnó a equipo y afición. “He comprado un Mercedes por el precio de un Seiscientos”, llegó a declarar ufano el presidente José Luis Rubio. 

Su cotización subió como la espuma y Maccabi puso sus ojos y muchos dólares en él. En 6 años se convertiría en un mito. De corta estatura para su posición (2,03 metros pelados), su juego amalgamaba potencia (era una roca) y técnica depurada. Tenía instinto y hambre para el rebote, facilidad para tirar abierto, culo para ganar el sitio dentro y un elegante juego de pies. Pese a caer en las tres finales de Copa de Europa consecutivas que disputó, años después de su retirada arrasó en la votación que dirimía cual había sido el mejor americano de la historia del Maccabi. Dobló en votos al segundo, el descomunal Earl Williams, y dejó muy atrás a otros nombres insignes como Aulcie Perry (que terminó en una cárcel neoyorkina por tráfico y consumo de drogas), Anthony Parker o Tom Chambers. 

La Tracer de Milan fue su bestia negra. En el año 87 Zvi Sherf fue incapaz de compatibilizar los caracteres de sus aleros exteriores, Micky Berkovicz y el excelso tirador Doran Jamchi. O jugaba uno o el otro, pero no podían coincidir en pista. El choque de egos les llevó a una derrota por la mínima (71-69). Los cambios en el banquillo (volvió Zvi Sherf) y de acompañante foráneo (Ken Barlow entró por Lee Johnson) al año siguiente tampoco mutaron el resultado: a tres minutos para la conclusión Mike D´Antoni se adueñó del choque y se llevó el segundo título consecutivo a la Lombardía.

Ya retirado, un fatal accidente de tráfico en Los Ángeles cortó su vida de raíz cuando contaba 44 años. En Tel Aviv dejó una huella indeleble.

Y La Estrella de David volvió a brillar en Moscú

En abril de 1971 un intercambio de partidas de tenis de mesa en territorio chino entre jugadores locales y miembros de la selección estadounidense supuso el preludio al restablecimiento de relaciones entre ambos países. El hecho se bautizó como la “Diplomacia del Ping-Pong” y diez meses y medio después Richard Nixon y Mao Tsé Tung refrendaron el histórico paso. 

Desde la “Guerra de los Seis Días” Israel y la URSS se hallaban enemistados. Esa impenetrabilidad encontraba sus agravios en el mundo de la canasta: los enfrentamientos entre las selecciones y equipos de los países o no se disputaban o se hacían en campo neutral. A finales de los ochenta, vientos de cambio soplaban en la Unión Soviética: términos como Perestroika (reestructuración) o Glasnost (transparencia informativa) se popularizaron de la mano de Mijail Gorbachov. El jueves 12 de enero de 1989, tras 22 años de desencuentros, soviéticos y hebreos volvieron a disputar un partido de baloncesto en suelo ruso. Muy cerca del Kremlin, las barbas y bonetes judíos contrastaban con los verdes uniformes militares soviéticos en una repleta grada. El evento tuvo mucho más trascendencia social y política que deportiva: un Maccabi lanzado hacía doblar la rodilla al equipo del ejército rojo. 

El verdugo de la NBA

Poca gente conoce que el cuadro macabeo fue el primero en hacer morder el polvo a una franquicia de la NBA. Y no a una cualquiera. El 8 de septiembre de 1978 llegaron a Tel Aviv los Washington Bullets, por entonces campeones de la Liga Profesional Norteamericana. Si bien no aparecieron con la plantilla al completo (sólo 9 jugadores), la expedición sí contaba con sus más notables referentes: Elvin Hayes, Wes Unseld, Grevey y Bob Danbridge. Maccabi, que llegó a gozar de ventajas de hasta 13 puntos, se impuso por la mínima (98-97) merced a un devastador Berkovicz. El entrenador Dick Motta asumió con deportividad la derrota: “merecieron ganar porque jugaron mejor. No jugamos contra amateurs sino contra profesionales como nosotros”. Durante años la NBA pasó de puntillas por el tema y hasta silenciaba la afrenta.

En agosto del 84 se organizó en Tel Aviv un torneo cuadrangular. Los Suns de Phoenix que habían llegado a la Final de Conferencia Oeste con los Lakers pasaron por encima del Hapoel. Kevin Magee y Lee Johnson (37 puntos) aprovecharon las bajas de Buck Williams y el “Gorila” Dawkins en los Nets de New Jersey para campar a sus anchas. La ayudita de Berkovicz (26 puntos) consumó el paso a la final, donde el contraataque y el acierto del trío de marras (Magee 36, Johnson 28 y Berkovicz 20) destrozaron (113-92) a los “Soles” del elegante matador Larry Nance., que enamoró en el Concurso de Mates.

Diciembre de 2005. Tras ganar en primavera la Euroliga por segundo año consecutivo, en los días previos a la Navidad, Maccabi se marcha de gira por Estados Unidos. En Canadá ante los Raptors de Calderón, Anthony Parker da en los morros a un montón de managers generales que habían desconfiado de su talento, y con una canasta a falta de 0,8 segundos pone nuevamente patas arriba la historia. El 103-105 supuso el primer triunfo de un conjunto FIBA en suelo norteamericano. Le cogieron el tranquillo y a punto estuvieron de dar otro susto en Orlando a los Magic. Los garbeos de años posteriores no trajeron tan felices noticias, pero sí la curiosa entrada en el parquet del Madison de un rabino que intentó persuadir a los árbitros para que dejaran permanecer en la cancha al expulsado y colérico Pini Gershon que no se avenía a razones, después de 10 minutos, para salir de la misma. 

El día que el Doctor J vistió de amarillo

Habían pasado dos años desde el agravio a los Bullets, así que la NBA en el 80 envió un combinado de jugadores de primer nivel (Julius Erving, Moses Malone y Michael Ray Richardson) para combatir al Maccabi en Tierra Santa. El amistoso tuvo trampa y un guiño al aficionado hebreo. Como a los locales les faltaban Perry y Williams, y Berkowicz no se encontraba en condiciones de afrontar un partido completo, se tomó la decisión de que Julius Erving jugara la primera parte con la camiseta del Maccabi. Los hinchas no creían lo que veían; los increíbles vuelos del Doctor J y sus 20 puntos al descanso trasladaron a la grada a otro planeta. Daban ganas de dejarse el pelo afro para levitar como Julius. En la segunda mitad Miki Berkovicz saltó al campo para reclamar protagonismo. A punto por minuto (20) llevó a los suyos a una ajustada victoria (114-112). Fue lo de menos. Nadie de los presentes olvidará la imagen de uno de los más grandes que ha dado este deporte, Julius Erving, de amarillo. 


Saras

Sarunas Jasikevicius es uno de esos personajes en que a muchos nos gustaría reencarnarnos. Me explico. Atesora talento (sin duda uno de los jugadores más creativos de las últimas dos décadas), carácter ganador, una mano que meció a su antojo la cuna europea durante años y una personalidad arrolladora. A sus pases sin mirar, su tiro de manual tras bote y su pasión por el juego se adhirieron una legión de seguidores allá donde fue. Puede fallar (en Sidney 2000 tuvo el tiro para mandar a casa a los orgullosos americanos), pero jamás se ha escondido. El año pasado cuando todo el mundo le daba por acabado estuvo en un tris de birlarle el título al Madrid en el Palacio de los Deportes. Por si fuera poco casóse bien, con una tal Linor Abergil, famosa modelo israelí que fue Miss Universo, y cuando se hartó de ganar en Europa saltó el charco para jugar en los Pacers de Indiana, donde los entrenadores reparaban más en sus deficiencias defensivas que en sus capacidades atacantes. Un genio, ya lo he dicho. 

El amigo Saras llegó a Tel Aviv con el morro torcido. Después de levantar la primera Euroliga para el Barsa, Pesic (excelente entrenador por otra parte) no tuvo a bien que continuara y prefirió a Vlado Illievski (¡por Dios!). Pronto sintonizó con los apasionados hinchas de La Mano de Elías. 

La llegada de Jasikevicius coincidió con la vuelta de Anthony Parker, que ya había ganado con los judíos la Suproliga en París, y el regreso del particular y visceral Pini Gerson al banquillo. Para más guasa, Tel Aviv acogía la Final a Cuatro de la Euroliga 2003-2004, con lo que de daba por supuesto la clasificación para la misma. Aguardaba en cuartos el Zalguiris de un Sabonis que con casi 40 años había retornado para convertirse en el MVP de la primera fase. Maccabi tenía ventaja de campo y jugaba en casa el partido de desempate, pero el desarrollo del choque se tornó en una pesadilla para los macabeos. A falta de 16 segundos perdían por 6 puntos y con 2 segundos por jugar caían 91-94 y el lituano Giedius Gustas disponía de 2 tiros libres para finiquitar el envite. Falló ambos y en el segundo Tanoka Beard invadió la zona, con lo que los hebreos sacaron de fondo. El balón llegó a Derrick Sharp que convirtió un triple imposible sobre la bocina y condujo el partido a la prórroga. Un milagro. Los lituanos abatidos no dieron para más y Maccabi ganó el partido y el acceso a su Final Four con 37 puntos de Jasikevicius. La estratosférica última actuación de Arvidas Sabonis (29 puntos, 9 rebotes, 3 asistencias, 4 triples y 39 de valoración) no sirvió para pasar, pero siempre quedará en el recuerdo. Brutal. 

Como anfitrión Maccabi no defraudó y sus experimentados jugadores administraron adecuadamente la presión. A la inventiva y puntería de sus exteriores (Parker fue nominado mejor jugador) se unió la inteligencia (Vujcic) y exuberancia física (Maceo Baston y Deon Thomas) de sus pivots. Si la semifinal frente al CSKA fue de digestión larga, la final ante Skipper Bolonia de Repesa fue un paseo militar y un fiestón en toda la ciudad. 

Tras el éxito, Moni Fanan, el histórico general manager (que en 2009 se suicidaría) tuvo intención de retirarse, pero varios jugadores, que lo veían como a un padre, amenazaron con marcharse y depuso su actitud. Se convino la ampliación del contrato de Saras por otra temporada más y éste devolvió la confianza depositada con otra Euroliga en Moscú ante un gran TAU Baskonia. Al final de la campaña Sarunas puso rumbo a Indiana y con él se fue una época de vino y rosas. 

En la actualidad, Maccabi trata de recomponerse y reverdecer viejos laureles. El año pasado el Maccabi Haifa le movió la silla y le ganó la Liga. Al formidable técnico David Blatt, le queda mucho terreno por recorrer: los mimbres no son los de antaño, el presupuesto se ha limado y la conexión del equipo con la grada se resquebraja. Suerte en la tarea, pues el baloncesto europeo necesita de todos sus grandes (y pequeños) para competir y convivir con la NBA.

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