“Hay un antes y un después de Clifford Luyk en el baloncesto español”. La frase hay que atribuírsela hace ya lustros a un rival y compañero, Juan Antonio Martínez Arroyo. Para calibrar su verdadera valía podríamos echar un vistazo a su curriculum (33 títulos), pero su importancia hay que alejarla de los fríos números. El Madrid y la selección después, crecieron al cobijo de su alargada sombra hasta arrimarse a la altura de los grandes, sin excusas, ni complejos. Armado para lo grueso, dotado para lo fino, su estilizada figura guardaba las piezas de un campeón. Respondía a la terca estirpe de jugador de ceño fruncido que cree que lo mejor de ganar es no perder, y así contagió su espíritu depredador a lo largo de década y media.
Socarrón, presume de ser el mejor jugador de mus nacido fuera de la Península Ibérica. Como las cartas sólo acierto a sostenerlas y no sé si será para tanto, indago en las páginas amarillentas del basket para cotejar qué hay de mito en las palabras de reconocimiento del fenomenal base de Estudiantes.
No hay mus
Clifford inició su particular partida un 28 de junio de 1942 en Chittenango, Siracusa, estado de Nueva York. La urgencia de un parto adelantado una semana le hizo nacer sobre una curiosa superficie: “La cama de mis padres era demasiado blanda, así que se decidió usar la mesa del comedor”. La misma que ocho años más tarde los niños (Hebert y Clifford) transformaron en tablero para su genuina canasta casera.
Sus padres, emigrantes, se habían conocido en el barco transoceánico que les trasladaba al esperanzador Nuevo Mundo, Él natural de Amsterdam, ella provenía de un pueblo cerquita de Zurich, se entendieron en alemán. La familia vivía en una casa de tres pisos de la que en algunas mañanas de frío invierno tenían que salir con la ayuda de un pequeño tobogán para salvar la capa de nieve que la cubría y no era extraño que los pequeños llegaran a la escuela esquiando.
Cliff compaginó desde los 6 años su destreza con el bate y su habilidad frente al aro, pero concluida su etapa en el instituto público Vernon-Verona- Sherrill el beisbol quedó atrás. En su última temporada como “red devil” sus deslumbrantes registros, 27,1 puntos, le abrían un futuro ilusionante. Por entonces ya levantaba 203 centímetros del suelo. Visitó hasta 5 colleges para decantarse finalmente por el programa de baloncesto de la Universidad de Florida en Gainesville. En su debut junto al entrenador John Mauer promedió unos alentadores 7,3 puntos y 7 rebotes, pero el bagaje grupal fue deprimente (6 victorias por 16 derrotas). Norm Sloan viró la tendencia en los dos siguientes cursos (balance 15/11 y 12/11). El afamado coach de la célebre chaqueta a cuadros rojos y blancos, que sería campeón en el 74 con North Carolina State, entregó las llaves de la zona a Luyk y éste devolvió la confianza con guarismos excelentes, 14,9 puntos y 13 rebotes como junior y 21,3 tantos y 15,3 rechaces (séptimo reboteador del país) en su despedida con actuaciones llamativas (40 puntos ante Tennessee y 36 frente a Georgia). Salió licenciado en Ciencias Exactas camino al draft de 1962. Los Knicks le eligieron en la posición 29 de la cuarta ronda en un evento que introduciría en la Liga Profesional a 4 futuros Hall of Fame (Dave DeBusschere, Jerry Lucas, John Havlicek y Don Nelson). En la misma fiesta, sonó temprano otro nombre acreditado por entonces en España: los Philadelphia Warriors designaron a Wayne Hightower en 5ª posición.
Envido
Un año antes Pedro Ferrándiz había saltado el charco para levantarle a los propios Harlem Globetrotters al talentoso Hightower con el consiguiente enfado de su propietario Abe Saperstein, que llegó a escribir una misiva de repulsa al propio Santiago Bernabéu. El impacto del fichaje fue tremendo. Si bien el norteamericano nunca se integró por completo en la dinámica del equipo (siempre parecía hallarse en su mundo, escondido tras un libro, que nadie sabe si terminó de leer, o bajo un sombrero), se trataba de un diamante, un jugador superlativo, absolutamente desequilibrante. A su vera el Madrid avanzaba por la Copa de Europa con paso firme. En octavos de final, la argucia del alicantino ordenando la histórica autocanasta de Alocén conllevó la pírrica derrota por dos puntos en Varese y el cambio de reglamento. Los blancos remontan en casa (83-62), se deshacen del Legia Varsovia en cuartos y superan por dos puntos la desventaja que traían de Ljubljana para meterse en su primera final continental. En un partido magnífico el Madrid cayó con honor (aguantó hasta la expulsión por faltas del valiente Lluis Cortés mediada la segunda parte) en el Patinoire de Ginebra ante el Dinamo de Tiblisi por 90 a 83, pese a los 32 puntos de su estrella.
Ha llovido mucho desde entonces, pero la sección de baloncesto del Real estuvo a punto de desaparecer en el verano de 1962. La situación económica del club era tal que Saporta llegó a proponer la eliminación de todas las secciones (incluida la de baloncesto que le suponía un boquete de 3 millones de pesetas) y el cierre de la Ciudad Deportiva (otro agujero de igual tamaño). Más Don Santiago tenía cariño a sus gigantes y un ángel en casa, Doña María (su esposa), que intercedió por los altotes, aferrándose al prestigio que el baloncesto daba a la Sociedad. Salvados por la campaña, Ferrándiz había cedido su posición en el banquillo a Joaquín Hernández (procedente del desaparecido Hesperia, filial blanco) para asumir la secretaria técnica. Paco Amescua sustituía a Antonio Candelas como delegado del equipo. A Hightower se le comunicaba telegráficamente que no se prolongaba su contrato. Pedro volvió a hacer las Américas para fichar a dos blanquitos que entrarían en la historia del Real. Cuentan que invitado por el presidente de los Knicks se fijó en Burgess y Luyk durante un encuentro amistoso que los enfrentaba a los fabulosos Celtics de Boston. Lo que iba a ser un préstamo de un año, en el caso de Clifford se convirtió en una travesía de 16 temporadas como jugador. Emiliano, la figura del equipo, acudió al aeropuerto a recibir al trío. Ni Rodríguez ni un desvencijado Barajas impresionaron a Luyk: “¿Éste tío bajito con ese pecho de pollo es el que dices que es tan bueno?”, espetó a Ferrándiz.
Enseguida Luyk maridó con club y ciudad. Hospedado los primeros meses en el Hotel Victoria con el aragonés José María Aybar (su segundo padre) como singular cicerone, se mezcló con toreros (el Viti, Palomo Linares, etc…), aprendió a jugar al mus, degustó la gastronomía hispana, para enraizar como un “gatito” más. El 25 de noviembre de 1962 Clifford hizo su puesta de largo en Lisboa ante el Benfica anotando 20 puntos en la victoria 61-97.
El “enemigo” ruso
El partido de vuelta de los cuartos de final de aquella edición de 1963 de la Copa de Europa frente al Honved húngaro supuso la primera retransmisión televisiva de un encuentro de baloncesto en España. Las imágenes llegaron a través de 3 cámaras únicamente. La inconfundible voz de Matías Prats llevó la emoción (el Madrid igualó la eliminatoria) a los pocos hogares que disponían del codiciado aparato. El siempre enciclopédico Prats recurrió a la ayuda de Pedro Macía para adiestrarle en los pormenores de un deporte que desconocía. Su hijo, el pequeño Matías, anotaba las faltas personales. En el desempate, el Madrid se impondría de nuevo a los magiares en el mítico y ancestral Frontón Fiesta Alegre (con un fondo y un lateral encajonados por aquel muro verde).
En semifinales el Madrid cae 79-60 en Brno. Un ardid de Saporta consigue retrasar 17 días el choque de vuelta, lo que da tiempo a Emiliano a recuperarse de su lesión en el tobillo. Sevillano y Burgess avivan la remontada que les conduce a su segunda final consecutiva. Tras arduas negociaciones (Saporta, Bernabeu y Ferrándiz se desplazaron directamente a El Pardo), se consiguió el beneplácito de Franco para acudir a la Unión Soviética y recibir a los rusos en el enfrentamiento a doble partido. Los del Ejército Rojo no tenían cuernos ni rabo ni portaban tridente como alguno se imaginaba y en pleno mes de julio exprimieron la capital española (alucinaron en El Corte Inglés, cataron la vida nocturna, acudieron a una corrida de novillos en Las Ventas, visitaron el estadio Bernabeu y se deleitaron con una revista en el cine Capitol). Cumplida la romería tocaba trabajo. 23 de julio con 40 grados en Madrid y el Fiesta Alegre lleno a reventar. La defensa y el temible contraataque blanco (50 puntos entre Emiliano y Sevillano) llevaban con la lengua fuera a los de la Armada Roja. Un mate de Luyk situaba la máxima diferencia (73-43) entre una grada enloquecida. Flaquean las reservas merengues y el TSKA de la mano de un gran Aleksandr Travin ajusta el marcador (86-69). Antes de partir, los soviéticos no dejaron pasar la oportunidad de visionar la película “West Side Story”: cuentan que el percherón Korneev lloraba como una magdalena.
Devolución de visita e hito histórico. Por vez primera desde la dictadura franquista un equipo español pisa suelo prohibido. Transcurrido un tiempo infinito en la aduana, Moscú y su régimen comunista les reciben con calorazo (33 grados), cordialidad y carestías. Ese primitivo viaje fue el primero de muchos en los vetustos Tupolev de la compañía Aeroflot, de alojarse en el Metropol donde servían la cerveza caliente y a cualquier sopa con dos albóndigas hacían llamar comida, de intercambiar camisas y vaqueros por cuadros (Ferrándiz, antes de meterse en un lío de proporciones bíblicas, tuvo que devolver un lienzo flamenco del siglo XVI adquirido en una tienda que en occidente hubieran tasado en más de 2 millones de pesetas), iconos religiosos y caviar (que terminaba a precio astronómico en el Jockey y demás restaurantes de postín de Madrid). Cumplieron con las obligadas visitas turísticas (cambio de guardia en la Plaza Roja, mausoleo de Lenin, el Kremlin y al teatro Bolshoi). Aquel 30 de julio, entre los 20 mil espectadores que atestaban el Estadio Lenin figuraba el mítico Yuri Gagarin. El “despiste” del protocolo local lo subsanó Saporta aportando la bandera española que junto a varios discos con el himno nacional siempre portaba en su maleta (por si acaso). Los locales accionaron el rodillo y al descanso (48-34) casi habían enjugado la desventaja. Con 20 abajo y 15 segundos, José Ramón Durand anota el primer tiro libre, yerra el segundo que es palmeado y encestado milagrosamente por Burgess. La igualdad del tanteo implica un desempate a disputar en un máximo de 48 horas. Los blancos acortan el plazo a 24 para que Emiliano pudiera llegar a su boda (la estampa del pasillo a la salida de la iglesia en el que los compañeros homenajean a la feliz pareja, sosteniendo cada uno un balón en alto, es memorable). Españoles y rusos confraternizan fuera de la cancha en una cena entrañable llena de camaradería. Al día siguiente, TSKA(con un banquillo mucho más extenso) se proclama campeón (99-80). A pesar de la derrota, Don Santiago se muestra orgulloso “del paso decisivo para la popularidad de nuestro deporte” y compara metafóricamente la paloma de la paz con un anaranjado balón de baloncesto. En el comportamiento exquisito de ambas aficiones, se demostraba que los pueblos están muy por encima de la necedad de sus dirigentes. Emiliano alababa el rendimiento del dúo norteamericano: “Su labor ha sido extraordinaria. Individualmente no tienen comparación con Hightower, pero en conjunto su trabajo se ha acomodado más y mejor a la dinámica del equipo y a nuestro ritmo de juego”.
Se acabó la siembra
Si el Madrid dominaba con mano firme la competición doméstica (tras la llegada de Luyk encadenó 4 Ligas consecutivas), para reinar en Europa habría de doblegar a los países de la Europa del Este y posteriormente a las más graníticas escuadras italianas. Y a la tercera fue la vencida. El Real aprovechó el año sabático de los soviéticos (dedicados a preparar bajo la supervisión de Aleksander Gomelski los Juegos Olímpicos de Tokio 64) que habían copado las 6 ediciones iniciales, para alzarse con el título. No fue fácil. En semifinales se enganchó a Emiliano (26 puntos) para sobrevivir en el Palalido milanés (asumible derrota 82-77). El leonés completó una eliminatoria espléndida (otros 32 puntos) y condujo a los blancos (101-78) a su tercera final consecutiva. Un abarrotado Palacio de Invierno fue testigo de la victoria de Spartak de Brno, pese al empuje de Emiliano (31), Burgess (22) y Luyk (18). Máxima expectación ese 10 de mayo de 1964 en el Fiesta Alegre (3.500 espectadores lo constreñían). Los príncipes de España presidían en el palco. Estrechez al descanso (37-33 para los locales). En la reanudación, los merengues salen desbocados, domeñan el rebote (favorecidos por las eliminaciones de J. Bobrovski y Konechkny), Sainz enciende la mecha de sus cohetes (Sevi y Emi) para culminar una gesta histórica (84-64). Luyk (25) acompaña al gran Emiliano (28) en el casillero anotador. Muy reseñable el esfuerzo defensivo de Burgess sobre la estrella checa, J. Bobrovski (al que dejó en 8 puntos). El capitán Sevillano levanta el trofeo donado por L´Equipe de manos de William Jones.
Abierta la lata el Madrid le coge el gusto. Se enfrentan con gallardía a su situación más dolorosa: el fallecimiento en meses de su entrenador Joaquín Hernándezaquejado de un cáncer renal. Ferrándiz regresa al banquillo para completar su primer triplete. En las semis europeasprueba de fuego en Belgrado. Si en casa se habían impuesto 84-61 al OKK que dirigía desde la banda Boris Stankovic y capitaneaba el gran Radivoj Korac, en la capital de la antigua Yugoslavia les enseñaron el significado del vocablo encerrona, con premeditación (en la víspera ya les habían anunciado que el cronómetro electrónico se había estropeado), nocturnidad y alevosía. El partido se prolongó durante 138 minutos. Al delegado merengue ni se le permitía preguntar el tiempo que restaba. Al descanso los españoles perdían 45-32. En la continuación cae lesionado Sevillano, en el minuto 30 salen eliminados por faltas Luyk y Sainz. Poco después el que enfila el camino del banquillo es Burgess entre un preocupante 87-70. Ferrandiz da entrada a Jim Scott (aquel niño grandullón moreno al que Sevillano gastaba bromas que, un tanto despistado con la geografía, en un viaje a Austria pidió a sus compañeros que le avisasen cuando avistaran un canguro) para auxiliar a Moncho Monsalve. Las desventajas se estabilizaron entre los 10 y los 15 puntos. Por lo visto, tras un escalofriante mate de Scott, el gesto de impotencia hacia su banquillo del genial Korac, que aquella noche alcanzó los 58 puntos (ese año ante el Alviks de Estocolmo había establecido su record de anotación en 99 puntos), significó el término del melodrama con victoria local 113-96. Al santanderino Manolo Ducal (fiel seguidor), el episodio le costó un disgusto: un aficionado local se cansó de que reclamase insistentemente el tiempo y sin mediar palabra le aplastó el reloj sin sacárselo de la muñeca. Relatan también que una conocida actriz húngara de nombre Elizabeth se pasó los días persiguiendo a los alas blancos, Emiliano y Sevillano. Había que oír a Ferrándiz cuando se enteró, elucubrando sobre una maquiavélica maniobra de los yugoslavos.
Si el Madrid entró por la vía épica en la final, el TSKA tampoco se ahorró sufrimiento, pues los italianos del Ignis de Varese con el dudosamente nacionalizado Tonny Gennari de figura se las hicieron pasar canutas.
Entre Lolo Sainz, que maniató al cerebro soviético, Alachatchan, y Luyk, sublime (30 puntos), en uno de los mejores partidos que recuerda (salió eliminado por faltas en medio de una gran ovación), evitaron una derrota mayor (88-81). La fantástica reacción de la grada evaporó la inicial “rusofobia” de Clifford de un plumazo. En Madrid, los forasteros fueron convenientemente agasajados (contundentes comidas, toros y fútbol). Emiliano, aprovechó la 4ª falta de Volnov para abrir una vía de agua en un parcial favorable al descanso 36-29. Ferrándiz desembridó a los suyos. Las personales mermaron a las torres rusas y el Madrid apoyado en el dominio de los aros pudo correr a campo abierto. A la conclusión 76-62. Suficiente para coronar el 13 de abril de 1965 la2ª Copa de Europa consecutiva y sacar a hombros a Bernabéu.
Órdago: la nacionalización
Vientos de guerra soplaban en el baloncesto español. Concluida la campaña 63/64, Anselmo López (con la idea de proteger a la selección española) y los clubs catalanes, habían propuesto reducir el número de plazas de jugadores extranjeros. Si la resistencia de la Federación Castellana evitó la medida, un año más tarde, en la Asamblea de julio del 65, se acordó que para la campaña subsiguiente (66/67) quedaba prohibida la inscripción de jugadores foráneos. Saporta abandonó la reunión indignado: “Si me prohibís que Luyk y Burgess puedan jugar como extranjeros, no podréis impedir que lo hagan como españoles”.
“Cada verano me daba cuenta de que donde me encontraba realmente a gusto era en España. Y así comuniqué a Don Raimundo en una gira por Sudamérica mi decisión de nacionalizarme”. Saporta maniobra y en Consejo de Ministros se le concede la nacionalidad española “en razón a los méritos contraídos por haber colaborado en la conquista de dos Copas de Europa para el baloncesto español”. Lo publica el BOE en su edición de 5 de noviembre de 1965. Sus rivales nacionales habían hecho un pan como unas tortas, pues los capitalinos salían muy reforzados.
La demolición del Frontón Fiesta Alegre obliga a la construccióna la carrera de un Pabellón propio en la Ciudad Deportiva. La primera Copa Intercontinental Trofeo Phillips, posteriormente renombrado como Torneo de Navidad, sirvió para inaugurar el nuevo y moderno recinto el día de Reyes de 1966 (su estreno se había demorado unos días, pues habían olvidado ubicar el baño de señoras). Durante las obras, los blancos disputan algunos de sus encuentros como inquilinos en el coqueto y diminuto gimnasio del Colegio Maravillas.
Ferrándiz ambicionaba el puesto de seleccionador (del que luego salió como el rosario de la aurora), por lo que pasó a ocupar nuevamente la dirección técnica de la sección. Se pensó en el prestigioso Robert Busnel (“el poeta del baloncesto”), pero el experimento salió rana. El Madrid hizo doblete, venció por la mínima en la final de Copa ante el Juventud gracias a un tiro libre de Emiliano (con 24 puntos del “nuevo español” Clifford Luyk) y también se impuso con suspense (78-73) a su principal rival, el Picadero barcelonés (el presidente Joaquín Rodríguez, con el patrocinio de la cervecera Damn había firmado a Chus Codina, José Ramón Ramos, Lorenzo Alocén y al puertorriqueño Teófilo Cruz para rodear al excelente Alfonso Martínez), en el encuentro decisivo por el trofeo liguero. El Mataró obró de matagigantes y juez de la competición. En ambos títulos se oyeron las quejas discrepantes de los catalanes por los polémicos arbitrajes. El Madrid, involucrado en un grupo durísimo, no pasa de los cuartos europeos. Slavia de Praga (del maravilloso Jeri Zidek) y Simmenthal milanés, dirigido por Rubini y comandado por Bill Bradley cercenan la trayectoria blanca y acceden a semifinales y a disputar la final con posterioridad. La audacia de los lombardos, que aprovecharon que la futura estrella rutilante de los Knicks se encontraba en Oxford completando su formación académica para conseguir que participase con el equipo en el torneo continental, les otorgó el rédito del título.
Dos “orejonas” consecutivas
La Liga del 67 fue la única que se escapó del insaciable gaznate del gran Pedro Ferrándiz que retornaba al banquillo. Paniagua (proveniente del segunda de Manolo Villafranca), Cristobal (ascendido del juvenil), Guardiola (fichado del Sevilla) y José Ramón Ramos (firmado en una operación a tres bandas con Picadero y Estudiantes) reforzaban el nutrido plantel nacional en una edición sin foráneos. Para la Copa de Europa se contrataron dos americanos de categoría, Miles Aiken (máximo anotador en el Águilas bilbaíno) y Jim McIntyre. Ambos saldrían tarifando con el levantino. Doshistóricas canastas de Emilio Seguraotorgan la Liga al Juventud en una enloquecida Nevera que pasea a hombros a Ignacio Pinedo. Clifford Luyk pronto se restablece de los 2 tiros libres decisivos que marró en las postrimerías del encuentro y hace 40 puntos en la final de Copa que el Madrid le gana al Kas en Vitoria. Saporta consigue llevar la final a 4 de la Copa de Europa a Madrid. El Real suda tinta china para imponerse 88-86 en semifinales al Olimpia. En la final, McIntyre acorta la mecha de Vianello, y los bases blancos empeñan sus voluntades en emborronar los porcentajes del americano Chobin (aunque anotó 32 puntos). La táctica da fruto para enviar a la lona al Simenthal (91-83) con 29 tantos de Emiliano, 23 de Aiken (muy por encima de su compatriota Robbins) y 17 de Luyk, que anduvo renqueante de su rodilla todo el año, de la que tuvo que volver a operarse en verano.
En la confrontación decisiva de cuartos de final de la siguiente Copa de Europa por fin asoma un dubitativo Brabender que estuvo en un tris de ser cortado. En la capital los blancos se imponen 64-54 al Macabi gracias al generoso desgaste del novato Wayne sobre Tal Brody, al que limita a tan sólo 5 puntos. El nacionalizado israelí le felicita al final del choque en el inicio de una eterna amistad. En la vuelta Santiago Bernabeu entrega su insignia del club a Moshe Dayan en un gesto envuelto en polémica, pues los estados de Israel y España no mantenían relaciones internacionales por entonces. Brody (26) y Brabender (19) rivalizan en aciertos. Los amarillos estiran la diferencia hasta 14 en la segunda parte. Luyk (31) y Aiken (23) insuflan vida al Real. En los tiempos muertos, Ferrándiz prohíbe la prórroga. Con 2 segundos y 75-74 en contra, Carlos Sevillano recibe falta personal. “No se te ocurra meterlo”, vocifera el técnico. El capitán le hace caso y lanza horrorosamente el primero. El árbitro se acerca, parece amenazarle y anota el segundo. Ferrándiz se lo comía. Si en la prórroga (que no jugó, castigado), el Madrid hubiera perdido por más de 10 (96-88 al final), Sevillano vuelve nadando. En las semifinales a doble partido, Brabender se consagra en su marcaje sobre Djerdja, la estrella junto a Cosic, del Zadar.
En la victoria decisiva en Badalona, Sevillano se había roto el tendón rotuliano (el percance terminaría con su carrera). Esta vez una canasta milagrosa de Paniagua le había entregado el título liguero a los blancos y de paso había salvado el culo de Emiliano, que no había aprendido de la regañina a Sevillano en Israel.
Lafinal del 68 en Lyon escenifica el esplendor de los suplentes. La espalda de Emiliano dijo basta en la primera parte. Si bien el Madrid llegó a gozar de una diferencia de hasta 10 puntos sobre el Spartak de Brno (que con los hermanos Bobrowski, Konvicka y Novicki entre otros, partía como favorito) a falta de 7 minutos, transcurridos otros 2 la diferencia se limaba a 4 míseros tantos (86-82) con un quinteto de circunstancias y formato pequeño obligado por las eliminaciones. Paniagua, Sainz, Toncho Nava (10 puntos y gran trabajo sobre Pistelak) y José Ramón Ramos establecieron una defensa numantina en torno a un Aiken (26 puntos) colosal para acarrear el cuarto título continental a las vitrinas (98-95). Luyk en su habitual rendimiento sostenido (24 puntos y 13 rebotes) enseñó el legendario camino a Brabender (22 puntos), ya indiscutible. Lolo Sainz fue paseado a hombros en su último partido y los checos cruzaron al vestuario blanco a felicitar muy deportivamente a los vencedores.
El chasco de Montjuic y “el enemigo italiano”
Reabierto el mercado foráneo (se permite un extranjero por equipo), el Madrid nacionaliza a Brabender, inscribe a Aiken en Liga, recluta a Vicente Ramos del Estudiantes y asoman del junior Rullán, Cabrera y Viñas. Campeones de Liga, pero el tridente (Lluis, Buscató y Enrique Margall) se afana y traslada la Copa del Generalisimo a Badalona (82-81 en Orense), pese a los 28 puntos y 10 rebotes de Luyk. Con todo predispuesto, el Madrid se deja una nueva posibilidad de Copa de Europa en la final de Barcelona. Dilapida una ventaja de 4 puntos a falta de 25 segundos (Emiliano equivoca la estrategia con una entrada suicida y Lipso iguala en el último segundo). Aiken falla una canasta sencilla (que le cuesta su salida del Madrid) en el tiempo extra. Con el público a favor (indignado por unos inexistentes pasos señalados desde la imaginación del colegiado suizo André Pythoud) los rusos (con el antiguo base Alachatchan en la banda, pero dirigidos de facto por Aleksander Gomelski) aprovechan el momento y se alzan con el título (103-99 en la segunda prórroga). Belov se descubre como un jugador magnífico (19 puntos) y Andreiev como un muro de 2,15 metros insalvable (37 tantos y 11 rebotes).
El Madrid somete a su dictado el mercado doméstico (tres dobletes sucesivos), pero no atina en los refuerzos norteamericanos (el prometedor Bob Whitmore marcha de vuelta a su país –le pillan con marihuana- sin debutar, y ni Britelle ni Signorile ni Tim Muller ni Norbert Thimm rinden a la altura) y se debilita en el continente. Brabender pasa una temporada completa (la 69/70) en el dique seco debido a una grave lesión en la rodilla. Entra en liza el maravilloso Varese del maestro Nikolic, escuadra aguerrida y talentosa. Los Ossola, Raga y Meneghin levantan 2 de los tres siguientes trofeos, el del medio en el 71 convierte nuevamente a Belov en héroe de los moscovitas. Nikolic retorna a Belgrado para encargarse de una modesta escuela de baloncesto (cuentan que obligado por las autoridades para conservar su vivienda).
Duplex con 2 Copas de Europa más
El Torneo de Navidad había conocido su más fascinante edición en diciembre del 71 con el alunizaje de la Universidad de Carolina del Norteguiada sabiamente por el irrepetible Dean Smith. “Baloncesto, Baloncesto”, titulaba en su crónica Marca. El grandioso Emiliano Rodríguez había colgado las botasconcluido el curso de 1973. El homenaje que recibió al alimón con su inseparable Nino Buscató y sus equipos enfrentados a la selección europea resultó conmovedor.
El ojo clínico del Real esta vez daba en la diana. El 10 de Emiliano lo habría de portar durante 7 años un tal Walter, de apellido impronunciable, Szczerbiak, que había recomendado el periodista Vicente Salaner, enviado especial del periódico Informaciones a Nueva York. Si en la prueba en privado gustó (Ferrándiz y Saporta le ligaron un contrato de 5 años), su puesta en escena en público resultó pavorosa: 46 puntos al Barsa del malabarista Héctor Blondet en la aplastante victoria 125-65 que abría la Liga. Carmelo Cabrera dejaba un encuentro para enmarcar en la fase de grupos europea frente al Radnicki yugoslavo (25 puntos, 4 rebotes, 5 asistencias y 9 robos adornaron la exhibición). El Madrid accedió a la final tras unas semifinales descafeinadas, pues la mitad de los franceses del Berck se declararon en huelga por impagos y los blancos no tuvieron piedad. En el Palis des Sports de Nantes aguardaba el fiero Ignis de Varese. El encuentro estuvo a punto de aplazarse por el fallecimiento la víspera del expresidente francés George Pompidou. Si los transalpinos dieron el primer golpe (22-10 en el minuto 8), Ferrándiz viró el rumbo trastocando los emparejamientos de los pivots (a un hasta entonces imparable Meneghin –llevaba 14 puntos- pasó a nublarlo Luyk, mientras que Rullan tomaba a Zanatta), a la vez que daba entrada al genial Carmelo Cabrera. En OK Corral, echaban humo los revólveres: Brabender (22) y Walter (14) nivelaron los disparos de Raga (17) y Morse (24). A falta de 2 minutos y medio y 78-74 en el electrónico, Cabrera, hasta entonces capital (16 puntos) comete dos faltas en ataque y es eliminado. Ferrándiz “aprovechó la inexperiencia de Sandro Gamba” y tomó una decisión que marcó el destino del partido y transcendería el curso de la futura historia: cuando Vicente Ramos se despojaba del chándal, ordenó salir a Juan Antonio Corbalán. El junior de 18 años no se cortó, mostró desparpajo y aplomo, sacó dos faltas a la presión italiana y anotó los 4 tiros libres decisivos para amortajar a los varesinos (84-82). Luyk que estrenaba capitanía hizo entrega del trofeo a un emocionado Bernabéu: “Habéis escrito una de las páginas más brillantes en la historia del Real Madrid. Soy un anciano y me habéis dado una gran satisfacción”. Para coronar el triplete (en Liga sólo permitió un empate en el Palau), los blancos vencieron 87-85 en la final de Copa alicantina al Juventud en lo que supuso la despedida, entre lágrimas, delos ejemplares Buscató y Enrique Margall. Aquel equipo de ensueño se mantuvo 3 años, 2 meses y 26 días (88 partidos) imbatido en competición nacional.
Ferrándiz abandona los banquillos al concluir la campaña 74-75 con su decimoprimer doblete, pero tras sobrevivir a otra encerrona monumental en Zadar (los de Cosic estiran el crono hasta 111 minutos), su Real pierde la vitola de favorito y cae en la final europea de Amberes frente al Ignis que, sin Meneghin lesionado ni Raga (cortado por Gamba antes de iniciarse la temporada), se encomendó a Morse (29 puntos). La eliminación en el minuto 27 del americano Yelverton (una figura universitaria que había salido por la puerta de atrás de la NBA al negarse a escuchar de pié el himno americano), allanaba el terreno, pero entró en liza un desconocido Sergio Ricci (13 puntos en una serie de 6 de 9 lanzamientos) para decantar definitivamente el encuentro.
Pedro designó a su ayudante, Sainz, como sucesor con sólo 35 años. Lolo apenas tocó la plantilla: simplemente incorporó a John Coughran del YMCA para aliviar a Luyk en la competencia continental. Una polémica canasta de Brabender sobre la bocina finiquitó la Liga en el Palau a falta de 5 jornadas. El espléndido Juventud, acaudillado por Víctor Escorial, Juan Ramón Fernández y Santillana le arrebató la última Copa del Generalísimo (Franco había fallecido en noviembre). En Europa, Varese (patrocinado ahora por Mobilgirgi) obtuvo su quinto entorchado, nuevamente a costa del Real en Ginebra (81-74). Morse (28 puntos) y Meneghin (23 tantos y 11 rebotes) no dieron opción. La mano de Sainz se empieza a notar en el tiempo venidero: sitúa a Corbalán por delante de Ramos y Cabrera, canjea a Coughran para la Liga (en detrimento de Walter) y revitaliza al equipo de la plaga de lesiones para completar un excelente botín (Liga, Copa e Intercontinental). La Girgi “elige” mal rival (su derrota en Moscú mete en la final al Maccabi), pues los israelitas les derrocan contra natura en la Sala Pionir de Belgrado.
Clifford saldó su último gran servicio a la Casa Blanca en las semifinales europeas de la temporada (77/78) de su adiós. Cuando peor pintaban las cosas, con Walter eliminado, Luyk fagocitó a Jerkov en medio del infernal ambiente de Split. En el último minuto, el entrenador Skansi, desquiciado, fue sancionado con técnica. El público comenzó a entonar el himno nacional que los jugadores croatas corearon. El marcador final reflejaba un 72-77, mientras los blancos corrían despavoridos al vestuario. El 6 de abril en Munich la final europea enfrentaba a dos pentacampeones. Otra vez la aparición de Carmelo Cabrera (con 22-28 en contra) devino decisiva. El mago canario removió los naipes, pellizcó a los suyos y surtió al letal Walter que desde entonces no erró un tiro. Rafa Rullan, ya en versión ilustrada, custodió la zona; Prada drenó el arsenal de Morse y Brabender mostró su contumaz casta y puntería. Luyk como capitán alzaba el sexto trofeo europeo blanco. A lo largo de la primavera el Real se dejó la Liga en Badalona (el Cotonificio de Aíto saca de rueda al Madrid y “Moka” Slavnic agranda su leyenda para hacer campeón a la Penya), mientras que la final de Copa pone en el mapa al Barsa del recién elegido José Luis Nuñez (que quería cepillarse la sección) y de una emergente generación (Epi, Sibilio, Solózabal, De la Cruz…). Dos días antes -2 de junio de 1978- había fallecido Santiago Bernabeu. La Intercontinental de Buenos Aires supuso el dulce colofón a la carrera de dos amigos, Clifford Luyk y Vicente Ramos.Una semana después, el 2 de julio, el equipo de sus amores los homenajeaba en el Pabellón ante la Selección Europea. Ambos recibían la Medalla al Mérito Deportivo.
La Selección
El 16 de abril de 1966 estrenó la elástica roja en el Mundial oficioso de Chile. Y le quedó que ni pintada durante 150 ocasiones. Clifford la dio lustre y sirvió para que España ascendiera varios escalones. En un país de chaparritos, con el magnífico Alfonso Martínez (de sólo 1,93) como solitario islote en las aguas bravas de la pintura, la nacionalización de Luyk (y después de Brabender) supuso un acercamiento a la zona noble. El campeonato se celebró a la intemperie sobre pistas desmontables de madera colocadas frente a las gradas de los estadios futboleros bajo temperaturas otoñales. Sus 28 puntos en la victoria 81-70 sobre Argentina ya mostraban su ascendencia en la próxima década. España concluía en un esperanzador sexto puesto y se constató el deterioro definitivo en la relación entre Alfonso Martínez (al que pillaron de salida nocturna) y Antonio Díaz Miguel.
El camino hacia el podio llevó su tiempo. Luyk rescata, pese a las infiltraciones de novocaína que antes de los encuentros le inyectaba el doctor Guillen para calmar los dolores de su rodilla, su enriquecedora experiencia olímpica en Méjico 68. Los hispanos cosecharon su plaza de acceso en el previo de Monterrey (la celebración con el equipo polaco entre vodkas derivó apocalíptica). Durante la gira preparatoria a los Juegos, los 26 puntos de Luyk frente a Pacers (entonces en la ABA) habían virado los ojos de los de Indiana hacia su compatriota. Una derrota frente a la poderosa Yugoslavia (a la postre plata) tabicaba el paso a las impensables medallas. Pese al partidazo de Luyk (32 puntos), España tampoco podía con Méjico (72-73) ni con el caserísimo arbitraje del norteamericano Lichty. La Selección remató su participación con una clara victoria (y la séptima plaza) sobre Italia (lo que la situaba a la cabeza de la Europa Occidental). La prima curiosamente se cobró en monedas de oro.
Meritorio 5º puesto (la mejor clasificación hasta la fecha) en el Europeo de Nápoles 60 (con Luyk máximo reboteador del torneo) y crisis institucional en el bienio posterior. La dimisión de Samaranch, encarado con el Secretario del Movimiento, Torcuato Fernando Miranda, acarreó la salida de la Federación de Anselmo López y Raimundo Saporta. El advenimiento del dúo formado por Juan Gich (nuevo secretario) y Enrique Menor (como presidente federativo) tuvo un efecto ruinoso. En el lamentable Europeo de Essen 71, España retrocedía hasta el 7º puesto (algunos periódicos fustigaron sin misericordia a Luyk, que en meses había perdido a su madre y a su amigo José María Aybar, al tiempo que se encontraba descentrado por su próxima paternidad). A pesar de la pareja de marras, España sacó el billete para los Juegos Olímpicos de Munich 72 tras dos durísimos torneos en Groningen y Amsterdam primero y Augsburgo después (con la impactante aparición de un chaval de 17 años, un tal Corbalán, que todavía no había debutado entre los seniors del Madrid). En el medio, Menor ideó una gira de 21 días desarrollada entre Sudamérica (7 partidos) y España (otros 2). El agotador proceso (sólo tuvieron 8 días de descanso) restringió la gasolina de los jugadores hispanos, ubicados en la Villa a tan sólo 100 metros del atentado contra la expedición israelí. El postrero triunfo 84-83 sobre la República Federal Alemana (31 puntos de Luyk), entrañó un triste epílogo (undécimo lugar) para un conjunto sin reserva calórica.
Saporta regresa a la Federación y Segura de Luna se instala como presidente. Calma y cordura antes del evento que propagó la fiebre de las canastas por la piel de toro, el Eurobasket de Barcelona 73. Luyk ya contaba alrededor con jóvenes y talentosos valores (Santillana, Rullan y Miguel Ángel Estrada) para defender el fuerte. A los perimetrales, fundamentos y puntos se les caían de las manos. El 27 de septiembre se daba el pistoletazo de salida frente al coco del grupo la insigne Yugoslavia, que llevó a España a rebufo para imponerse (65-59). “El verdadero campeonato empieza para nosotros mañana”, declaró juiciosamente el capitán Buscató. Contra Bulgaria, Miguel Ángel Estrada reivindicó su presencia maniatando al gigante Golomeev hasta lograr una diferencia (85-69) notable para posibles empates. El enconado y tradicional duelo entre Meneghin y Luyk condujo a los dos al banquillo, cargados de faltas, antes de cumplirse el minuto 10; Brabender sólo erró un tiro (23 puntos), Santillana (20) apuntaba caché continental y Luyk en su línea (13) en un triunfo insospechadamente cómodo (77-65). La zona gala se atraganta en la segunda parte y otorga una ventaja sustancial a los vecinos (51-58). Díaz Miguel recurre al fondo de armario y Cabrera encuentra recurrentemente a Buscató (23 tantos) para dinamitar el encuentro (85-80). Grecia tampoco opuso excesiva resistencia (86-74). Jueves 4 de octubre, Rusia rival en semifinales y Montjuic rebosante. La URSS sale mandona difuminando a los tiradores locales hasta que emerge Nino Buscató (convierte 8/9 lanzamientos), pero los soviéticos marchan con ventaja al descanso (40-45). Las zonas ideadas por Díaz Miguel comienzan a dar fruto, Estrada se significa como dique de contención y Ramos y Buscató espabilan carteras y salen en estampida al contragolpe. Estrada iguala a 70 y Nino adelanta a España. Ramos, en modo Capitán Trueno, anota 3 suspensiones (78-72). Antonio templa voluntades e introduce al experimentado Luyk y al habilidoso Carmelo para congelar el balón. Un majestuoso gancho de Estrada enmarca el broche definitivo (80-76). Locura colectiva. En la final, Yugoslavia pone a las claras (31-43 al descanso, 31-51 en el minuto 22 y 67-78 en el 40) su hegemonía en los 70. La plata sabe a dorado. Nino, no olvida las palabras premonitorias de Saporta, “al podio se sube con el pié derecho” cuando pone fin a su etapa con la selección. A Clifford le restaban tres competiciones más: meritorias clasificaciones en el Mundial de Puerto Rico 74 (5º) y Europeo de Belgrado 75 (4º) y bajonazo al escurrírsele entre los dedos el pasaporte olímpico hacia Montreal 76.
El Luyk entrenador
“Mi ilusión es ser útil al Madrid”. Como entrenador en categorías inferiores a un primer año irregular le siguió un ciclo inmaculado, como atestiguan 4 campeonatos de España consecutivos (dos con el juvenil y otros dos con el junior). Clifford aglutinó a una extraordinaria generación. Con Paco Velasco de faro (todavía no se explica cómo no rompió en enorme jugador en categoría senior), Óscar Peña de estilete anotador y García Coll de intendente el perímetro, y Pedro Rodríguez, Guillermo Hernángomez e Imanol Rementería de guardia pretoriana interior, la talentosa muchachada pasó temporadas completas sin palmar un partido. Y no será porque enfrente no hubiese nivel (Toñín Llorente y Marrero en Inmobanco, Villacampa, Montero y Azcón en Joventut, Rafa Vecina en el Barsa). Luyk tocaba a arrebato y su jauría intercalaba agresivas defensas individuales y “tramposas” estrategias zonales, que conducía a un ritmo trepidante de patrones clásicos: contraataque, transición y sencillez en estático. Su formación se completó durante 6 años como ayudante en el primer equipo. En junio del 90 le llega la alternativa en un banquillo ACB: firma por Villalba que busca patrocinador tras la espantada de BBVA. Y en éstas aparece Jesús Gil y su Atlético como salvador para poner la pasta y acaparar un proyecto que pretendía saltarse etapas y entrar en la élite ya (firmó al deslumbrante Walter Berry y a Shelton Jones). Pero al peculiar presidente le daba sarpullido todo lo que oliera a merengue y enseguida se deshizo del técnico (destituido tras la jornada 9 y un balance de 2 victorias). En la campaña siguiente hizo las maletas hacia Murcia, pero el presidente pimentonero, Juan Valverde, tampoco era un dechado de paciencia, y sólo duró otros 6 encuentros (registro 2-4) antes de ser cesado, aún en contra de la opinión de la plantilla que le apoyaba sin fisuras.
En enero de 1992, George Karl abandona Madrid (un tanto harto de críticas) para aceptar la oferta de los Seattle Supersonics, que habían destituido a K.C. Jones. Luyk muestra tal predisposición hacia el cargo que dirige los cuatro primeros partidos sin cerrar el contrato. “Estoy como en una nube. He visto cumplida la ilusión de mi vida”. Aprovecha el gran trabajo físico de Paco López, reduce el número de sistemas e incorpora “la mirada del tigre”. Dos buenos americanos (Ricky Brown y Mark Simpson) se agregan a 7 internaciones hispanos. Si en Granada un triple de Juan Aísa les echa de los cuartos coperos, en Nantes Brown aprovecha un regalo de Fassolulas para levantarle la Recopaal Paok. En Liga, tras eliminar a Barcelona y TAU Baskonia, el Real se bate hasta el último suspiro frente al Joventut, pero acusa en extremo la lesión en el cuarto partido de Antonio Martín (el collarín con el que abandona la cancha da idea de la seriedad de su lesión de columna). La Penya se impone con justicia 85-72. En la postemporada al triángulo anotador de referencia (Biriukov-Brown-Simpson) se une el fichaje estelar de Arvidas Sabonis y la llegada desde Guadalajara de Lasa y Santos. Luyk cumple su declaración de intenciones: “Si no corremos, 80% de juego interior”. El príncipe lituano abre la despensa de los títulos con la Copa de La Coruña y despliega su muestrario de fundamentos en Bolonia (donde sale ovacionado). Tras eliminar a los de Messina (Santos anula por completo a Danilovic), el Madrid parte como claro favorito para la Final Four de Atenas, pero el maestro Maljkovicteje una tela que enmaraña a los blancos a los que deja en sólo 52 puntos. Ni Luyk ni Skansi “esta tarde el baloncesto ha muerto”, reaccionan bien ante el insospechado campeón, un Limoges con los talentos justos (Michael Young, Dacoury y Forte) muy bien parapetado atrás. El Madrid se lame las heridas y rescata el título liguero 7 años después necesitando del mejor Antúnez (16 puntos y 4 asistencias), de la puntería de Biriukov (13 puntos incluidos 3 triples) y del abrumador Sabonis (22 puntos y 10 rebotes). Con el fichaje de Arlauckas y Kurtinaitis y las bajas de Romay, Brown y Simpson –sancionado por dopaje- Mariano Jaquotot da una vuelta de tuerca más. Laeliminación europea frente al Joventut de Obradovic, sitúa en el disparadero a Luyk, que no salva el cargo (a mitad de curso había desechado una oferta del PAOK Salónica que triplicaba sus emolumentos) ni con el posterior e inapelable (3-0) título de Liga frente al Barcelona. En la temporada 98/99Lorenzo Sanz junior se acordaría de Clifford nuevamente como entrenador del primer equipo para abordar un proyecto complicado de reajuste presupuestario, con una plantilla corta de la que sobresalían los Albertos y Tanoka Beard. En los torneos domésticos no pasaron de semifinales (TAU Cerámica en Copa y Caja San Fernando en Liga ejercieron de verdugos), mientras que en el continente Teamsytem Bolonia les cortó la trayectoria una ronda antes. El Madrid le relegaba a la dirección técnica y fichaba a Sergio Scariolo.
Solomillo con 31 de mano
Desde fuera da la sensación de que la sigue mirando como si se hubiera enamorado de ella esa misma mañana. “Mi mejor gancho fue con mi mujer, enganchar a Paquita”. Se conocieron en el año 67 en Zorba, una boutique de la Gran Vía, mientras la modelo estaba probándose un traje para un desfile. Él aguardaba con Wayne Brabender y los presentaron, pero no volvieron a verse hasta 3 años más tarde al terminar un partido del Torneo de Navidad. Fue un flechazo. Seis meses después subían al altar de la iglesia de San Sebastián con el consiguiente mosqueo de la prensa rosa, pues ni celebraron bodorrio ni concedieron la exclusiva. Nadie daba un duro por la relación entre la Miss Europa y el famoso jugador, pero han pasado muchas lunas y ahí siguen. Fruto del feliz enlace nacieron Sergio, Estefanía y Alex. Los chicos siguieron los pasos baloncestísticos del padre y el mayor llegó a jugar como profesional en el Real Madrid, Forum Filatélico y Breogan de Lugo. Estefanía se convirtió en una cotizada modelo. La vida dio un mordisco atroz a la familia cuando Sergio fallecía a la temprana edad de 36 años víctima de un cáncer. En el maravilloso documental “Campo de Estrellas” de Real Madrid Televisión, los Luyk recuerdan el episodio emocionados. “Superar la muerte de un hijo es muy difícil. Es el mundo al revés. Era muy difícil, pero tener a dos hijos más, ayuda” (Clifford). “Cuando falleció Sergio, estábamos mal. La llamada del Madrid, fue todo” (Paquita Torres). En 2009, el Madrid, con Florentino a la cabeza, se acordó de uno de los suyos, y le nombró Asesor Técnico de la sección de baloncesto. “Le dio la vida. Lo agradecemos todos muchísimo”, recalca Estefanía. “El Real Madrid ha sido mi segunda educación en la vida. Estoy muy a gusto en el club y espero seguir muchos años”, remacha el patriarca. Ya lo dice el refrán: de bien nacido es ser agradecido.
Un jugador vertebral, icónico
“Luyk ha sido el hombre que ha enseñado al jugador español a comportarse en los partidos y en los entrenamientos” (Lolo Sainz). “Tenía una calidad muy por encima del baloncesto que se jugaba por entonces en España” (Juan Corbalán). “Era un tremendo luchador. Siempre estaba al 110%” (Cristóbal Rodríguez). Todo es cierto. Y más.
Antes de que Kareem Abdul Jabbar patentase su “Skyhook”, Clifford popularizó su abovedado lanzamiento en Europa. Sí, el célebre gancho que ponía de los nervios a Ferrándiz hasta que le demostró que “en sus manos era un arma mortífera”. Con el tiempo ganó algo de rango de tiro para alejar a los gigantes rivales de la zona y distribuir juego desde la cabeza de la bombilla.
Cayó en un equipo en el que ser segundo era una tragedia (contaba Corbalán que el afán ganador del grupo era tal, que hubieron de prohibirse los juegos – Monopoly, dardos o cartas – en las concentraciones para evitar males mayores, pues todos querían vencer a toda costa) y multiplicó la fibra competitiva de sus compañeros.
Distinguido por su tamaño, por su porte, por su brillo, por su ambición, su eficacia pasaba por la sencillez. Daría de gladiador en Roma o de bailarín en el Bolshoi. Jamás negaba sacrificios ni rehuía combates (4 veces le pusieron la nariz al pil pil), era de esos pocos jugadores que cuando todo se iba al garete, él estaba allí. Por eso sintonizaba con la grada, cuadraba con todo entrenador, brillaba con cualquier táctica.
Luyk y su gancho. Luyk y su casta. Luyk y sus títulos. Fundamental. Imprescindible. Un día vino y se quedó entre nosotros. A Dios gracias.