Hace bien poco, su nombre tituló secciones de deportes y su rostro cerró telediarios. Esta vez no se trataba de un campeonato, de colgarse otra medalla. No. Desde la normalidad, sin estridencias, “sólo” anunciaba que se hacía a un lado, abandonaba su vinculación con el deporte. Dejaba de ser director deportivo de Unicaja Málaga para dedicarse al cuidado de sus hijos. Lo explicaba sin darse importancia, pensando en plural (nada diferente a lo que en su trayectoria nos acostumbró): “Somos una familia. Mi mujer lleva 20 años sacrificándose, dedicada a mi y a mis hijos. Ya la toca. Es hora de que ella se desarrolle profesionalmente y aproveche su oportunidad”.
No lo dice un cualquiera. Detrás asoma un campeón mundial, un subcampeón olímpico y europeo. No es poca cosa, pero él no le concede significación especial al hecho, lo ve de manera natural. Siempre huyó de protagonismos y orilló egos en su carrera y en su vida diaria. Su apariencia confirma el talante de buen chico y niega el del tenaz competidor que se convirtió, sin buscarlo, en el capitán de la mejor selección española que vieron los tiempos. “No era de hablar mucho. No le hacía falta. Pero cuando tomaba la palabra, todo el mundo lo escuchaba” (Pepu Hernández).
Hoy toca historia grande, incluso a su pesar. La del Gran Capitán (como Gonzalo Fernández de Córdoba), la de un tipo extraordinario de apellidos comunes: Carlos Jiménez Sánchez.
De puntillas
Así aparece Carlos en alguna foto de grupo adolescente con sus compañeros de equipo y así irrumpió y se manejó el chaval de Carabanchel durante toda su carrera deportiva. De muy crío, siendo el más largo de la clase, no iba a pasar desapercibido a los ojos de Pepe Domaica que, enseguida le captó para el baloncesto en su colegio, San Viator, relegando sus cualidades como defensa central de fútbol. Era patilargo, de tallo fino, afilado, de la clase de niños a los que se les adivina un crecimiento definitivo tardío. Eso le sirvió para desenvolverse en posiciones exteriores y para permanecer, involuntariamente, alejado del radar de los grandes. Jamás fue seleccionado para una selección autonómica.
Mediado el segundo año de cadetes, Enrique León se cruza en su vida. Quique, muchos años en San Agustín, había horneado junto a Raimundo Gorgojo a la excelente camada infantil del Real Madrid nacida en el año 76, de la que sobresalían Borja Larragán (proveniente de Buen Consejo), Darío Quesada (de San Agustín), Sergio De Benito (formado en Escolapios) y Carlos Rodríguez (la estrella de Agustinianos). Esa generación arrasaría en el Campeonato de Madrid (+48 sobre el Estudiantes, del otro gran referente de la añada, el antiguo agustino Rodrigo De la Fuente) y se impondría por 3 al Barcelona en la final del campeonato de España oficioso de la categoría. Pero los entrenadores vienen y van, y León se encontraba libre cuando aceptó el ofrecimiento de los de la Plaza Elíptica para sustituir al técnico del cadete que por incompatibilidad laboral debía dejarlo. Quique atisbó las posibilidades de la cuadrilla cuando en primavera ganaron la final del Torneo Virgen de Atocha al Real Madrid (que venía exhausto del Campeonato de España) y convence a Pepe Domaica para que el bloque permanezca unido, sin la obligación de soltar a los jugadores más destacados hacia el cuadro de segundo año. Sanvi mantiene así dos buenos equipos juveniles en Serie A y la añada inferior concluye en una meritoria 9ª posición en el campeonato madrileño. Les cabe un regusto agridulce, pues en la semana del playoff de desempate en Alcalá no pudieron entrenar debido a la lluvia y se llevaron una buena tunda.
La barbacoa
Finiquitada la temporada, el entrenador invita a los jugadores y familias a una barbacoa en su casa de San Rafael, Segovia. Tras la parrilla, las bromas dejan paso a una reunión grupal en el garaje. El técnico no da puntada sin hilo y pregunta a los suyos quién va a continuar. Para sorpresa de algunos, Jiménez toma la palabra: “Yo me quedo en Sanvi. Cuenta conmigo”. Todos adivinaban las novias que rondaban a Carlos (muy del gusto de Ángel Jareño en el Madrid, pretendido por Estudiantes y seguido por Baloncesto León), por lo que la tajante aseveración del capitán provoca un torrente de afirmaciones. La primera, la de su íntimo, FJ Martín, el islote colegial que se había mantenido junto a Carlos desde sus inicios alevines, pues Alfonso, el otro “sanvi”, pasaba a ejercer labores de delegado. El Ok de Javi Martín tenía una significación especial, ya que de todos era conocido que lo tenía casi hecho con Estudiantes. Cuando el tercer vértice en importancia del triángulo, César De la Fuente, un tirador tremendo llegado en cadete que se estaba planteando dejar de jugar, daba el sí quiero, aquello terminó en boda.
León ya vislumbraba las cualidades de Carlos “No le recuerdo partidos de 20 puntos, pero hacía todo bien; era muy inteligente, siempre hacía lo que tenía que hacer”, de manera que le recomendó a Chus Mateo, asistente de Ángel Pardo en la selección junior, que de momento se hizo el remolón.
El milagro de un equipo de patio de colegio
Desde las postrimerías del verano el grupo se hallaba conjurado bajo un objetivo común: llegar lo más lejos posible. Regresó Juan Antonio Trenado, León rescató a Iván Martín de su Madrid, se incorporó un cadete de calidad, Sergio Pérez Pinzas, y llegaron de San Agustín y Santa María del Pilar los dos Nachos para reforzar el perímetro. FJ había destinado gran parte de las vacaciones a la mejora en el tiro, que convirtió en su arma más demoledora. Carlos pegó el estirón físico definitivo para situarse en 203 centímetros.
Hasta navidades trabajaron pesas una vez por semana en un pequeño gimnasio del barrio de Prosperidad. Otro día lo dedicaban a la extenuante preparación física bajo la supervisión de Rafa Pato. Rara era la semana que no se fogueaban en algún un amistoso frente a un conjunto senior de 1ª o 2ª nacional: Cref, Pozuelo, Parla. Y León reservaba de su dinero los viernes el pabellón del Triángulo del Oro, en Plaza Castilla, para evitar contratiempos climatológicos pretéritos.
Salieron como tiros. Antes de las navidades ya habían pasado por la piedra al Estudiantes (sin Rodrigo, que se curtía en el 1ª B de Fuenlabrada) y al Real Madrid. Con el cambio de fase la reglamentación obligaba a jugar bajo techo, así que el pabellón Juan De la Cierva getafense pasó a convertirse en su campo de sueños. Quedaron segundos de la fase regular tras los blancos. En la fratricida Final a 4, vencen a los del Ramiro, caen frente al Madrid y se imponen a Canoe para acceder al Campeonato de España Juvenil a disputarse en Segovia. Una heroicidad.
En el Perico Delgado mostraron un comportamiento desigual. Pagaron la novatada en la dura apertura ante Cajabilbao (66-84). Se soltaron para doblegar 81-77 al Taugrés Baskonia de los hermanos Cazorla y un tal Jorge Garbajosa (los vascos se las hicieron pasar canutas al formidable Madrid de Charly Sáez de Aja en la final) y entregaron la cuchara con la Unió Manresa 68-81. Obtuvieron la séptima plaza al vencer 106-105 a Natwest Zaragoza, en un torneo atípico, sin Barcelona, Joventut, Estudiantes ni Pamesa.
Carlos ya había perdido el anonimato cuando fue seleccionado junto a FJ para disputar en abril el prestigioso torneo júnior de Manheim. Pese al traspiés inicial con Lituania, se trajeron la plata tras deshacerse en semifinales de Australia (84-83) y sucumbir ante EEUU (71-91). Para Carlos su bautismo internacional (50 puntos en 138 minutos) supuso su primer vuelo en avión y la toma de contacto con sus compañeros de quinta (Vidaurreta, Mons, Ayuso, Guillen, Carlos Rodríguez, Quesada, Larragán, Rejón o Francisco Rueda), que sin su estandarte (Rodrigo De la Fuente) compitieron magníficamente. Al grueso de la cosecha del 76, subcampeona continental juvenil, se le unirían en verano Rodrigo, Iker Iturbe y Juan Pedro Cazorla para acometer el Europeo Júnior en Tel Aviv. En semifinales, cinco minutos horrendos ante Lituania -a la postre campeona- dejaban a España fuera de la final. Pero la Generación del Éxodo (De la Fuente, Larragán, Iturbe, Quesada, Vidaurreta y Alex Franco emigrarían hacia universidades norteamericanas) se encorajinó para arrebatarle el bronce a Italia (Rodrigo 18 tantos, Iturbe 13 y Jiménez 11 despuntaron como máximos anotadores). En un gran trabajo coral deslumbró Rodrigo De la Fuente que promedió más de 17 puntos y fue nominado dentro del quinteto ideal. Ángel Pardo no regateaba elogios hacia Carlos: “Para ser un chico salido de un colegio, ha rendido extraordinariamente. Sorpresa agradable. Gran ayuda en el rebote y espíritu de lucha”. Además, sumaba 9,5 puntos en 20,8 minutos. A Carlos siempre le salieron las cuentas.
A su vuelta, Carlos elegía Estudiantes para continuar su vida en Madrid y compatibilizar deporte y estudios. Si Domaica hubiera hecho caso a León, habría sacado una buena pasta: “Le dije que tasase el fichaje por objetivos”. Sonríe el avispado entrenador: “Pensé que sería un buen jugador ACB, pero jamás en la trayectoria que luego tuvo”.
A fuego lento
En pretemporada, Miguel Ángel Martín, al que como a su maestro Ignacio Pinedo, nunca le costó dar paso al talento joven, ya anunciaba el potencial del chaval: “Atención a Carlos Jiménez que tiene unas condiciones fabulosas” y le hacia debutar en el Trofeo Teresa Herrera coruñés ante el Stefanel Milan de Bodiroga, Gentile y Fucka. Carlos anotaría 5 puntos en la derrota 74-93 y compartiría habitación con Gonzalo Martínez.
Apareció 3 minutos en el inicio liguero ante Cáceres, pero su equipo había de ser el EBA junto a un grupo de jóvenes (Paco García, Marcos Salas, Paco De Benito, Pedro Robles, Javi Velázquez, Juanjo Ayuso, Javier Blázquez o Guillermo Rejón) repletos de ilusión y talento sabiamente conducidos por Ángel Goñi. En su primera entrevista en Gigantes, deja entrever su buen juicio: “No creo que juegue en los dos equipos. Tengo previsto jugar este año en el EBA, ya que ahora lo que cuenta es mi progresión… En la ACB noto mucho la diferencia física. Hay cada meneo por la zona que… Por lo demás creo que sí podría jugar ya en la ACB… Cuando llegue el momento de dar el salto definitivo a la ACB, llegará…”. En la vorágine de entrenos y viajes, tras la vuelta de un partido en Huesca, Carlos, en el rellano de la élite, pide a Goñi (y al club) centrarse únicamente en el EBA para continuar su desarrollo técnico y sobre todo físico. El salto del colegio al mundo profesional es demasiado grande y necesita un periodo de maduración. Demandaba el crecimiento, no el reconocimiento.
Borrasca en el Ramiro, con los foráneos, inadaptados, en el punto de mira. “Usted a mí no me cuesta el puesto” (Miguel Ángel Martín a Harper Williams). “Los extranjeros no han entendido nuestra filosofía” (Pablo Martínez). A finales de noviembre, tras una derrota en casa frente al Caja San Fernando de un apabullante Nacho Azofra, destituyen al “Cura”, en lo que supone el debut liguero de Iñaki De Miguel. Su sucesor es su ayudante, Pepu Hernández, que vigila por el rabillo del ojo la evolución de Carlos en el filial. En Navidades, Jiménez es escogido por José Ortiz, entrenador de Fuenlabrada, para participar en el Torneo Sub 23 de Confederaciones de la EBA. Su equipo, el combinado de la región Centro gana la final del torneo al Este 106-92 con los exmadridistas José María Silva (17 puntos) y Roberto Gallego (14) como máximos anotadores. Roberto Dueñas y Carlos Jiménez, todavía en fase larvaria, sólo un punto cada uno, aunque Miguel Ángel Martín vislumbrara un prometedor futuro a su exdiscípulo: “Dentro de unos años será el mejor jugador de España”. Iván Corrales es el talentoso base del equipo.
Estudiantes cerró dignamente el curso, entrando en playoff como séptimo para caer frente a Unicaja. Carlos que apenas intervino con el senior (sólo 7 partidos), progresó adecuadamente en el EBA y salvaron la categoría en la eliminatoria por la permanencia frente al Azuqueca.
Pese a que “no había competido en la élite”, Joan Montes se lo lleva en verano al Mundial Junior de Grecia 95 y espera de él una importante aportación en “rebote, penetraciones y defensa”. España pasa de fase con sólo una derrota frente a la poderosísima Grecia (alumbrada por Rentzias, Papanikolau y Kakioutzis). En segunda ronda, sin un tirador puro, pero apelando al colectivo y parapetada en una gran defensa coral limitan la puntería lituana y la ferocidad argentina, y sólo doblegan la rodilla en la prórroga ante la potente Australia. Los helenos (que serían campeones sin paliativos) hacen nuevamente picadillo la resistencia ibérica (57-80) en semifinales. Los hispanos se cuelgan una meritoria medalla de bronce: gran segunda mitad y triunfo 77-64 sobre Croacia (Vidaurreta 20 puntos, Larragán 14, Rodrigo 11 y Carlos 10 y 8 rebotes). El criado en Sanvi no defraudó las expectativas creadas y realizó un completísimo campeonato. En 25 minutos promedió 9 puntos y 8 rechaces (el mejor del equipo). Le aguarda, ahora sí, el primer equipo de Estudiantes.
Haciéndose un sitio
Jiménez asciende definitivamente junto a Inaki De Miguel y Paco García. En su puesto le espera una competencia feroz (Herreros es el mejor jugador nacional de la época, Aísa retorna de su exitoso periplo francés y Chandler Thompson corrobora todo lo bueno que mostró en Orense). Pero a Carlos no le apremia el éxito. “Nunca tuvo prisa. Desde joven fue muy consciente de sus limitaciones y ni él ni su entorno tuvieron prisa. Si querías, Estudiantes era un sitio en el que podías pasar toda tu carrera. Pagaba bien, entrábamos en playoffs, jugábamos en Europa, había gente en la selección, teníamos buenos jugadores extranjeros y era más fácil no tener prisa porque te proyectaban en el club durante años. Además, le vino muy bien porque físicamente se tenía que hacer. Tenía que mejorar cosas (conocimiento del juego, técnica individual…), pero en lo que no tenía que mejorar nada era en ganas y en poner la cara, ni en trabajo ni en concentración. En eso era muy superior. Era un tío muy ordenado y eso hacía que nos ayudara y nosotros a él. Y no era un jugador que apretase ni al entrenador ni a sus compañeros”. El entonces hijo pródigo Nacho Azofra, da fe del buen coco del chaval en su análisis.
Dentro de una trayectoria irregular, los de Ramiro cuajaron un buen año, llegando a forzar un 5º partido al Barsa en semis y de paso acceder a Liga Europea. Carlos, piano piano, exprimiendo los minutos y forjándose con rivales del calibre de Karnisovas.
Herreros se acoge al Decreto 1006
Verano movidito.
En pretemporada, en un viaje inolvidable, Estudiantes visita Mostar para jugar delante de las fuerzas armadas españolas desplazadas en misión humanitaria al conflicto balcánico. En medio de la barbarie, Carlos no esconde en Gigantes sus debilidades militares cuando sale fotografiado sobre un carro de combate: “Estos temas me encantan. En casa hago maquetas de aviones militares. Me libré de la mili por la altura y me vino muy bien para el baloncesto. Pero si no hubiera sido por eso, hubiera pedido hacerla”.
Regresan al Estu, Harper Williams y Rafa Vecina (éste ejerce un importantísimo tutelaje sobre Carlitos). Herreros fuerza su marcha al Madrid, que suelta 250 millones de pesetas más IVA, y Carlos gana espacio en la rotación. Es impensable que asuma el derroche anotador de Alberto, pero muestra las virtudes que con el tiempo le harán capital (defensa, rebote, concentración, inteligencia y un buen tiro). Nuevamente se sincera en la revista: “La salida de Herreros me benefició claramente… Subí un escalón y me dí cuenta de que era un poco más importante para el equipo… No pretendo ser el sucesor de nadie, pero sí quiero ser mejor que Herreros, con todo lo que eso conlleva… Quiero que llegue un día en que no destaque en nada y, sin embargo, lo haga todo bien”. Otra primavera con el Barsa como dique en las semifinales ligueras y el reconocimiento como Mejor Sexto Hombre de la Liga. Buen paso por Liga Europea con un partido heroico para el buen aficionado estudiantil que comprobó ojiplático como los chavales (Iñaki, Paco y Carlos) se dejaban el alma para darle la vuelta un partido al todo poderoso Olympiakos de Fassoulas y David Rivers. Villeurbane pondría fin en el partido de desempate de octavos a la aventura colegial.
Grandes noticias: Estudiantes ata su renovación 4 años (desoye los rumores venidos de la Ciudad Condal) y la convocatoria para el Mundial Sub 22 de Australia de 1997. Gustavo Aranzana lo percibe como “el más callado; lo observa todo sin rechistar” fuera de la cancha y dentro como “un jugador completo con un gran equilibrio, que puede jugar de espaldas y de cara y un excelente reboteador ofensivo, aunque ha llegado muy bajo de forma”. España no superó el crucial partido de cuartos, frente a Puerto Rico (71-77), pese a la máxima anotación del madrileño (18) y termina séptima. Aranzana lamentaba el desenlace: “Debemos aprender a competir. Con Roberto Dueñas hubiéramos estado entre los cuatro primeros. No tenemos físico ni tiradores” y pese a las dolencias de Jiménez, que no le habían permitido rendir a tope, ponderaba su importancia (7,3 puntos y 5,1 rebotes). Ricardo Guillén (14,1) y Rodrigo De la Fuente (11,8) serían los máximos artilleros de la decepcionada selección.
En su Cincuentenario, Estudiantes firma a otro de esos jugadores “engañosos”: Shaun Vandiver era un gordito culón que arrastraba las rodillas, no saltaba una tortilla francesa y que entendía el baloncesto como los ángeles. La salida de Aísa hacia Francia otorga todavía más sitio a Carlos que ya no mira atrás. Pepu avisa de “todas las cosas que lleva en la mochila” su jugador y que ya va soltando (asombra en la victoria en el Palau con 22 puntos y un triple definitorio en el último suspiro). Campaña irregular del equipo, plagada de lesiones (el pequeño gran Gonzalo Martínez se volvió a destrozar la rodilla), que encalló en la comarca del Bagés. En cuartos de final, Manresa daba la primera pista de lo que sería su sorprendente título liguero. En los vestuarios del Congost, Rafa Vecina (el hombre que era capaz de jugar al baloncesto sin botas, claudica Nacho Azofra) ponía fin a su brillante trayectoria y lloraba su adiós como un niño sin postre. En Europa la también futura campeona Kinder de Messina, Rigadeau y Danilovic había cercenado las esperanzas madrileñas. Mediada la temporada, Carlos había estrenado internacionalidad con la absoluta en los encuentros del preeuropeo. Cumplida la misma, hace oídos sordos a mareantes ofertas y amplía su vinculación con los de la calle Serrano: “El dinero no lo es todo. Aquí también puedo ganar títulos” y participa en el Mundobasket 98 de Grecia. La España de Lolo Sainz alcanza un estimable quinto puesto.
Asentarse en la élite
En el estío del 98 el histórico Juan Francisco Moneo (sal que esto se pone feo, le gritaba con gracia La Demencia) deja la presidencia de Estudiantes. Le sustituye otra institución, Alejandro González Varona. Se consigue la vuelta de Alfonso Reyes y dan el salto al senior Pedro Robles y Felipe Reyes (reciente campeón europeo júnior). Carlos, definitivamente ubicado en el quinteto titular, tiene un arranque accidentado. En el segundo partido, frente a Unicaja, se hace un esguince en ambos tobillos. Tres partidos después, se raja un codo al chocar contra una valla: “la primera noche no puede dormir de lo que me pinchaban los puntos. Perdí la cuenta cuando me llevaban dados 25”. Desde el incidente se acolchó la publicidad. Poca cosa para alguien duro de pelar. Le llaman para el All Star. Alternan el Palacio en Liga con el Magariños en Korac, y excelsas victorias con fragantes derrotas, que les dejan fuera de la Copa. En el continente caminan a paso militar, pasaportan al Ostende para entrar en la final (la hazaña se vio empañada por la rotura del ligamento cruzado de la rodilla derecha de Chandler Thompson). Aguarda el Barsa, al que los colegiales arrinconan en una segunda parte de ensueño y acuden al Palau con 16 puntos de ventaja, pero prenden rápido en la hoguera blaugrana (a los 12 minutos ya palmaban 24-9) y se vuelven sin el trofeo con una zurra que jamás olvidarán (97-70). En Liga, salvan el factor campo y se meten en semifinales pasando por encima de TAU Baskonia, pero el sastre culé le tiene tomadas las medidas (3-0).
Lolo está encantado con la evolución de Carlitos, como cariñosamente le llamaba, aunque recela un tanto de su altruismo: “Tiene pendiente la explosión definitiva. Su carácter nada egoísta puede retrasar su total explosión”. Y en el Europeo de Francia 99, España alcanza una milagrosa e importantísima medalla de plata. Con las maletas hechas en el hotel, Francia (sin nada que jugarse) vence a Eslovenia tras ir 19 abajo y el combinado nacional entra en cuartos de rebote para medirse a la archifavorita Lituania. Sainz encargó la utópica labor de anular al “Goliat” Arvidas Sabonis a Iñaki De Miguel: “Pártete la cara que yo te la pago”. Y el soldado aburrió de tal manera al general de la NBA (3 puntos y 3 rebotes en 16 minutos) que éste al cruzarse en un tiempo muerto con el técnico de Tetuán le imploró: “Lolo por favor quítame esta lapa”. España rayó a una gran altura defensiva y se encomendó a un impresionante Alberto Herreros (28 puntos ante los báticos y 29 sobre Francia en semis) para acceder a la final contra Italia. Los trasalpinos que había hecho lo propio con Yugoslavia, tenían más talento (Carlton Mayers, Andrea Meneghin y Gregor Fucka) y callo y no dieron opción (64-56) a una España cansada y sin tino (36% en tiros de campo). Pero esa segunda plaza sería fundamental en el devenir futuro: “Los Alfonso Reyes, Nacho Rodríguez o Alberto Herreros pondrían la base de los éxitos posteriores”, reconocería Pepe Sáez.
Txapeldun de Copa
Poco antes del inicio de la campaña siguiente, Iñaki De Miguel emigra al Olympiacos en una oferta irrechazable para club y jugador que se embolsan una talegada. En la mejor tradición ramireña su hueco lo ocupa Felipe Reyes, reciente Campeón del Mundo Júnior. Adecco, patrocinador oficial del Estu, pretende sacar de su retiro al mismísimo Michael Jordan bajo el pretexto de recibir clases diarias de golf de Severiano Ballesteros y 12 millones de $. Onírico.
Estudiantes llega a la Copa de Vitoria con paso firme y se enfrenta a los 3 equipos que le preceden en la clasificación. La última edición disputada en el País Vasco (San Sebastián año 1963) había abierto las vitrinas del instituto. Nacho y Gonzalo gripan el motor local (Bennett), Pepu acrecienta el nerviosismo baskonista con sus defensas alternativas y Carlos (9 puntos) complementa a un espléndido Felipe (17). Las semifinales las contemplará Jiménez desde el banquillo, con un constipado de caballo. Anulado André Turner, con los Reyes merendándose a Richard Scott, y Thompson dinamitando desde el perímetro, Estudiantes accede con cierta comodidad (80-65 sobre Caja San Fernando) a la final del lunes ante el Pamesa de Miki Vukovic, en la que la presencia del de Carabanchel (muy mermado) fue testimonial. No importó, Azofra sacó de rueda a Rodilla y Alfonso Reyes, brutal “Robocop” (26 puntos), de quicio a Tanoka Beard que entró pronto en faltas. Dos triples de Aisa y Azofra a falta de 7 minutos pusieron en la rampa del podio (59-50) a los colegiales. El trofeo llegó roto al vestuario. Del destrozo se acusa a Vandiver (espléndido, como casi siempre, con 14 puntos). La plantilla dedica el triunfo emocionada al gran Satur, el utillero de toda la vida fallecido unos días antes.
En las semifinales de la Korac el Unicaja de Maljkovic puso palos en las ruedas estudiantiles y el Magata no pudo ser testigo de la remontada.
Estudiantes tampoco tendría piedad de los taronjas en playoff (3-0 con una excelente actuación de Carlos en La Fonteta, 19 puntos y 4 rebotes). Para la historia queda el error bajo canasta en el Pabellón de Thompson en el último segundo del 5º partido de semis que impidió el pase a la final. Pese a todo, sobresaliente curso de los de la calle Serrano. El Madrid de Scariolo ganaría una Liga de mucho mérito en el Palau.
Los Juegos de Sidney 2000 supusieron el alunizaje de los primeros astronautas de la Generación del 2000 (Raúl y Navarro) y una decepción mayúscula (novenos).
El mejor alero puro de la Liga
Absolutamente establecido, Carlos se afirma como un paradigma de regularidad que se mueve en torno a los 10 puntos y 6 rebotes y en el amo de los intangibles. Estudiantes se armaría alrededor de los dos mejores jugadores nacionales de la Liga en sus puestos, Carlos Jiménez y Felipe Reyes. En las siguientes cuatro temporadas (de 2000 a 2004) alcanzarían con holgura las semifinales de playoff. Mención especial para aquella fantástica eliminatoria de cuartos en la 2001/2002 con un duelo de dibujos animados entre Raúl López y Nacho Azofra. Gigantes nombraba a Carlos mejor defensor de la temporada que por vez primera rebasa los 10 puntos (10,8 de promedio) y calca su desarrollo: “inconmensurable en defensa y rebote y mesurado en ataque”.
En la 2003/2004 se quedan a una brazada del título. Después de eliminar en el quinto contra pronóstico al TAU en Vitoria compitieron bravamente en los dos partidos del Palau. En el que abría la serie final, Pepu enmascaraba defensas y los azulgranas se fueron manteniendo gracias a Ilievski, Navarro y Bodiroga. Cuando quemaba el encuentro, los colegiados señalaron unos dudosísimos pasos a Carlos Jiménez y en el desafío desde la línea de personal salió victorioso el Barsa, con Navarro de verdugo (4 tiros libres seguidos) y Brewer errando el decisivo a falta de 3 segundos (79-78). El siguiente combate parecía adquirir color local cuando se entraba en el último cuarto 64-48, pero los del Ramiro reaccionaron y empataron a 73 merced a un triple de Jiménez. Con 10 segundos Brewer pierde una bola para empatar y el Barsa se sitúa 78-74. A falta de 5 segundos Loncar recibe otra falta; anota el primero, lanza a fallar el segundo y cuando Patterson va al rebote es claramente agarrado por Dueñas. Los árbitros no lo ven y Bodiroga no perdona (80-74). Felipe escenifica la indignación madrileña: “Nadie recibe tantas ayudas arbitrales como el Barsa”.
“Lo veo tan chungo, tan rematadamente difícil, que hasta es posible”, se podía leer en una de las pancartas de La Demencia en Vistalegre. Y… casi. Porque Estudiantes le zarandeó por dos veces al equipo de Pesic en Carabanchel, con un Nikola Loncar tocado por los dioses. En el 5º, el técnico serbio trabó el contraataque y la circulación de balón colegial y sujetó a Loncar y Felipe. Tras un último empate a 46, los culés cargaron bayonetas y Bodiroga, Navarro y, sobre todo, Rodrigo De la Fuente (17 puntos) decantaron el campeonato desde el triple (69-64). Jiménez, excelente en el epílogo, 12 puntos y 8 rebotes en 34 minutos.
Con la selección, Carlos rasca chapa en los europeos de Turquía 2001 (bronce, en la aparición de Gasol y Felipe) y Suecia 2003 (plata) y vuelve con la miel en los labios del Mundial de Indianápolis 2002 (dos victorias de quilates sobre la campeona Yugoslavia y los profesionales USA -Carlos se quedó con la camiseta de Reggie Miller-, no borran la amargura tras la eliminación en los dichosos cuartos ante Nowitzki y su Alemania) y los Juegos Olímpicos de Atenas 2004 (USA endosó a España la única derrota en los cruces de un inmaculado torneo), en los que el equipo parecía que estaba para mucho más. Los de la Generación del 80 conjugan mal el verbo perder, pero todo proceso lleva su aprendizaje.
Algo está cambiando
Tras el exitazo liguero, Estudiantes vende a Felipe Reyes (que durante años marcó dobles dígitos en puntos y rebotes a un nivel estratosférico) al Madrid. El Chacho ocupa con naturalidad y desparpajo el puesto de Brewer y Ángel Goñi sale del cuerpo técnico para dedicarse a otros cometidos. Carlos ya cumple su décima temporada en ACB. Le agasajan con la típica camiseta conmemorativa y desde su discreción responde con un partido total (20 puntos, 7 rebotes, 4 asistencias y 10 faltas recibidas) en la ajustada victoria sobre Lleida. Por votación popular es elegido dentro del mejor quinteto de la Liga junto a Calderón, Charlie Bell, Scola y Garbajosa y es designado Gigante Nacional por la revista. Rompen el maleficio y se cargan al Barsa en postemporada, pero en semifinales se dan de bruces contra el Madrid. Pepu abandona el barco y Carlos cree llegado el momento de cambiar de aires. Así se lo hace saber a la directiva, que en principio no pone reparos. Más el tema se complica cuando el destino elegido es el Madrid. Estudiantes llega a un acuerdo con Akasvayu Girona, que pone más pasta. Pero el jugador no quiere salir de Madrid (Noelia, su mujer, trabaja también en un importante bufete de la capital), y los blancos regatean la guita. En el Ramiro se cierran en banda y remiten a la cláusula completa (3,6 millones de euros). La situación se enroca, comienza la temporada, desde la grada lo flagelan (pasaron de cantarle “Carlos Jiménez qué cojones tienes” a “CJ qué poco pelo tienes”) en la apertura con derrota frente a TAU Baskonia. El nuevo entrenador, Juan Orenga, deja a Carlos en el banquillo los siguientes 4 encuentros porque no le ve centrado y el equipo lo paga con derrotas. Reaparece en casa ante el Joventut y a la sexta obtienen la primera victoria (93-82). Nacho Azofra (17 puntos y 9 asistencias) rinde pleitesía a su compañero: “Él es Don Carlos Jiménez y cualquiera que sepa de esto, sabe lo que aporta, aunque no esté bien en ataque. Sus intangibles son valiosísimos”. A los veteranos se les va sumando el empuje de Pancho Jasen y la frescura de Rodríguez y Suárez, pero Orenga no termina por enderezar la nave y tras la décima derrota en 15 partidos es sustituido por Pedro Martínez.
Llega la fecha límite, 31 de enero, sin acuerdo entre las partes y Carlos asume la situación: “No pensaba que tendría que separar el corazón de la cabeza para jugar al basket”. Se engarza la armadura de profesional y realiza una segunda parte de temporada espléndida. El emergente talento Rudy Fernández lo admira como referencia: “Mi ejemplo es Carlos Jiménez, que es capaz de hacer 33 de valoración metiendo 7 puntos. He aprendido de él la búsqueda de un juego completo”. El de San Viator, concluye en el quinteto ideal a la vera de Prigioni, Navarro, Garbajosa y Scola en las circunstancias más adversas, dando la razón al mallorquín con partidos de 39 de valoración con sólo 4 lanzamientos a canasta o 34 con apenas 5 intentos. La eficacia personificada (8º mejor jugador valorado). Remontan posiciones y se cuelan en playoff. En la derrota en Málaga, el histórico Nacho Azofra disputaría sus últimos minutos como “demente”.
Campeones del Mundo
Jiménez estaba en las agendas de todos los candidatos a la presidencia del Real Madrid, pero un tanto escamado, no quería vivir otro verano en boca de todos y aceptó, en mitad de la concentración del equipo nacional, la oferta de Unicaja, reciente campeón de Liga con Scariolo.
Había llegado feliz a la concentración a San Fernando y al poco recibió el permiso de su viejo conocido Pepu Hernández (a la sazón nuevo seleccionador) para conocer a su primer hijo, Pablo, que ya recibió su primer presente (una camiseta de la selección con su nombre).
Desde que dejaron las maletas en el Bahía Sur, aquello pintaba bien y Pepu supo captar la dinámica del grupo y ganarse a sus discípulos: “No vengo a imponer mi estilo, sino aprovechar el de los jugadores, que tienen mucho talento. Les he pedido intensidad en el trabajo y que se lo pasen bien”. ¡Eureka! Da fe el doctor Delfín Galiano “con Pepu volvió la filosofía de Lolo” y el delegado Manolo Rubia destaca “como el conductor de grupo perfecto” a Pepu. “Cuando vi que Carlos también estaba jugado a la pocha pensé: Ahora sí que nadie nos va a frenar” (refiere el antiguo jefe de prensa Roberto Hernández). En realidad, Carlos no jugó a las cartas (le iban más los libros), sólo contabilizaba el marcador porque “quería formar parte de aquello; eran ratos divertidísimos”. Las tres valoraciones de los miembros de la expedición las recoge Luis Fernando López en su magnífico libro “Estos maravillosos años”.
A España le faltaba una palabra de cuatro letras (Marc) para completar el crucigrama. El “otro” Gasol sustituye a Fran Vázquez lesionado. Y España no habría de perder ningún partido hasta conquistar el título mundial en Japón. Pulveriza rivales y registros, 18 victorias consecutivas (en 9 amistosos y otros tantos encuentros oficiales). Sufre hasta la extremaunción contra Argentina (pero el triple esquinado de Nocioni no entra) y se sobrepone a la lesión de Pau Gasol en el último minuto de aquellas semifinales. Al momento, el grupo lamió la herida: “Vamos a ganar por ti”, le espetó Navarro a su amigo delante de todos. Esa noche Pepu Hernández se entera del fallecimiento de su padre, pero el técnico silencia el hecho (sólo lo saben el presidente, el cuerpo técnico y Carlos Jiménez, al que se lo ha soplado Sáez) y plantea un partido de calado histórico. España deja en 47 puntos a Grecia, que dos días antes había profanado a las estrellas profesionales americanas, endosándoles 101 puntos. Si en semis, lucieron el Chacho y Rudy, en la final Cabezas y Berni se comen crudos a Spanoulis y Papaloukas, Marc empequeñece a Sofo Schortsanitis, Navarro y Garbajosa recobran confianza y puntería (20 cada uno) y Jiménez, actuando de 4, hace un partido para enseñar en las escuelas. Como casi siempre, las estadísticas (4 puntos y 11 rebotes) no hacen justicia a su labor. Está en todo, llega a todo, le cabe todo, ayuda para todo. Sublime pasando a limpio lo sucio. “Un modelo perfecto de jugador de equipo”, diría Pepu. “Imprescindible. Si no estuviera, habría que inventarlo”, remarcaría Gigantes.
Todo el país recordará aquel 3 de septiembre de 2006. Victoria aplastante 70-47 sobre Grecia. Lágrimas de alegría, muchas. Lágrimas de emoción, más. Por Pau y su pie. Por Pepu y su dolor. Por un grupo de chavales talentosos, competitivos, ejemplares, que hacían el corro de la patata portando en sus cabezas los hachimakis (las cintas japonesas que encarnan constancia y esfuerzo), cantaban “El Hombre Despechado” de Riki López y se cachondeaban cuando Pau se adelantaba y recogía por error (pensaba que era el de MVP) el trofeo de campeones que debía haber recibido Carlos.
Dos platas con sabor muy diferente
Si al año siguiente España perdió el oro en su Europeo, en los Juegos de Pekín España ganó la plata.
Algo se quebró en aquel verano de 2007. Desde la Federación se trató de “vender” el oro mundial y la preparación para el Europeo en casa se llenó de actos protocolarios y publicitarios. El marketing limó tiempo al baloncesto y Pepu se mosqueó. Confía en los mismos 12 mundialistas (aguarda a Garbajosa, que se restablece con el tiempo muy justo de su grave lesión con los Raptors) y se distancia del presidente Sáez. Croacia da un aviso al cierre de la primera fase, que sirve a España para centrarse con 4 victorias seguidas y acceder a semifinales. Otra vez Grecia y otro gran partido, el mejor del campeonato con Pau y Juan Carlos (23 puntos por barba) acaudillando el triunfo (82-77). Y España se trastabilla en la final, varada, sin ritmo, frescura, tiro ni circulación de balón. Sólo Calderón encuentra alguna vía de agua individual en el entramado defensivo ruso. Su entrenador, el gran David Blatt, plantea un encuentro árido de pírrico tanteo para llegar con posibilidades al final. Y lo clava. Su compatriota, el formidable base Jon Holden, pone por delante a los antiguos soviéticos en un lanzamiento muy afortunado. El postrero tiro de Pau Gasol sale escupido por el aro y Rusia sale campeona.
El torneo deja sus cicatrices y algunas no se cierran. En primavera estalla el choque de egos entre presidente y entrenador y en el cisma éste sale por la puerta de atrás. Con los Juegos de Pekín a las puertas se piensa en Aíto García Reneses como solución y, pese a las diferencias, aciertan de pleno. El madrileño es, probablemente el mejor entrenador español de siempre, pero tiene su manera peculiar de entender el baloncesto y gestionar el grupo. Sus rotaciones constantes desubican a algunos, que pierden galones. Difumina rangos y sus chicos del Joventut (Ricky y Rudy) son los que mejor parecen entender el libreto del maestro (espíritu defensivo, ritmo muy vivo y situaciones sencillas en ataque). La puesta en escena (81-66 sobre Grecia) no hace pensar en las dificultades posteriores. Ricky, a sus imberbes 17 años, saca al equipo de un atolladero importante para remontar 14 puntos a China en el último cuarto y vencer en la prórroga. Carlos se dio un golpe fortísimo y se lastimó la cabeza y la espalda, lo que le impidió disputar los dos siguientes partidos (trabajada victoria sobre Alemania y paliza ante USA, 82-119). Un triunfo sencillo sobre Angola cierra fase. Antes de los cuartos, los jugadores celebran una balsámica cena en el Mare, el restaurante de Arturo Lanz, antiguo cantante de Aviador Dro. Salen vitaminados y Croacia no opone excesiva resistencia (72-59). Los tiradores lituanos campan a sus anchas en la primera parte de las semifinales (preocupante 42-36 para los bálticos), pero España, sin alardes, se agarra al parquet. Felipe Reyes (13 puntos) y Jiménez (11 puntos y 7 rebotes), empecinados, percuten martillonamente en el último cuarto y con empate a 71 y 7 minutos por jugar, Aíto frota la lámpara y planta una zona que desorienta a Jasikevicius y compañía. Pau, Carlos y Raúl López firman la sentencia desde el punto de personal (91-86): finalistas. En el hotel a García Reneses no le vale y pica a los suyos: “¿Pensáis que ya han acabado los Juegos?”. Carlos adelanta un secretito meditado al presidente Sáez…
La lesión muscular de Calde (que le impide jugar), las tempranas faltas de Raúl y las molestias en la mano de Ricky (muy cobijado todo el torneo por Carlos y Garbo) sacan a Navarro de la chistera. Y Juanqui (18 puntos) rescata al niño travieso que lleva dentro y vuelve locos a las estrellas de la NBA desde el puesto de base. Pese a los marcianos porcentajes de tiro de los pross (12/16 de 2, 3/4 triples y 11/14 tiros libres en el cuarto inicial), España no se arruga y planta cara (31-38). Al intermedio 61-69 con Rudy reivindicando un sitio en la constelación (después de 11 puntos con 3 triples) y la grada silbando la parcialidad arbitral, persiste el tiroteo (61-69). Humeaban las redes de los aros. Felipe se muestra como un Reyes y Navarro sigue esparciendo bombas de racimo (82-91 al cierre del tercer periodo tras triple de Anthony). Pau a su nivelazo (21 puntos). El Pabellón enloquece con un triple de Rudy sobre Lebron (89-91 en el minuto 32). Carlos no olvida los rostros de tensión de los americanos tras el enceste. El incandescente Fernández le hizo un mate a Howard en la cara para llevar el poster en la carpeta hasta que termines la universidad. Pero los USA buscaban la redención, se conjuraron y suben la apuesta. Lebron (14 tantos), Wade (20) y especialmente Bryant no podían permitir la afrenta. Kobe hizo 13 puntos en el periodo definitivo (incluido un 3 + 1 acallando al público que colocaba el electrónico 99-104). Carlos Jiménez enchufó un triple y tuvo otro desde la misma esquina con 105-111 a falta de 1 minuto y medio que no entró (en su único error en el lanzamiento para 12 puntos) y ahí se acabaron las opciones hispanas. Alguien dijo que hay derrotas que condecoran. Tras el partido, posiblemente el mejor de la historia de la selección, Carlos comunicó a sus compañeros en el corrillo que lo dejaba. “No hay mejor despedida posible”, afirmaba. Echa la vista atrás, se reconoce en el niño vio la final de Los Ángeles 84 en Cullera, en casa de su amigo Julio Álvarez, “Yuyu, y guarda con enorme cariño la antorcha que como relevista portó en 2004. Es el momento. Juan Carlos Navarro, rendido, resaltaba su “trabajo impecable como jugador y capitán”.
Málaga, un paraíso; Estudiantes, el infierno del descenso
A Carlos le costó lo suyo abandonar la capital, pero la Costa del Sol le cambió la vida y allí se ha establecido.
Ante la salida de Garbajosa a Toronto, Scariolo lo situó como 4. “Es el jugador con más valoración de la plantilla y el que más impacto tiene”, recalcaría el italiano. En su primera temporada se colarían en la Final Four ateniense de la Euroliga, dejando en la cuneta al Barsa (histórico el triple de “Pepe” Sánchez). En la venidera, el de Brescia cerraba su lustro andaluz entrando como octavos en postemporada. Darían la sorpresa cepillándose al Madrid, para ceder ante el TAU Baskonia, futuro campeón.
Le sustituye Aíto que porta todavía caliente la medalla olímpica. Están a punto de quedar campeones de Copa en Madrid y de entrar en la final ACB, pero TAU (100-98) y Barcelona se imponen en sendas prórrogas (en el Palau, Omar Cook tuvo el triple para pasar la eliminatoria). En el bienio siguiente la poca estabilidad se tradujo en un desfile incesante de jugadores y en la erosión de la grada y la directiva con el entrenador, que terminó con el cese de éste. Playoff sin pena ni gloria.
Y cuando parecía que iba a colgar las botas, Nacho Azofra, por entonces director deportivo de Estudiantes se acuerda de Carlos y le trae de vuelta al Ramiro de la mano de Pepu Hernández. Descenso no consumado en un año horrible, para olvidar, con el que Jiménez puso un triste fin a una espléndida carrera. Regresa a Málaga como entrenador de cantera del club, Repesa le pide que se vista de corto (y participa en 11 partidos) hasta que se recupere de su lesión Sergi Vidal, en un último servicio. Con el tiempo llega a ser director deportivo de Unicaja.
El hombre tranquilo
Aparentaba bonachón y su corazón latía al ritmo más lento registrado por los médicos de la Federación (28 pulsaciones en reposo). Pintaba meticulosamente soldaditos de plomo. Tan noble como firme: “Era caliente jugando. Muy duro y competitivo. Decíamos, pobre Carlos, qué bofetada le han dado… Él ya le había dado tres antes y no nos habíamos enterado”, rememora entre risas Azofra. Ni temeroso ni temerario. Difícil verlo sacando los pies del tiesto (llegó a ser nombrado jugador más deportivo por la ABP), pero cierta tarde perdió la compostura en Vistalegre cuando Dragisa Drobnjak le agredió alevosamente. El de Carabanchel se reviró a por el serbio como un tigre herido: Carlos acudió al entierro de su abuela con la nariz rota, taponada por las vendas. La solitaria anécdota no disipa su temple: “A los 18 años ya parecía un adulto. Jugaba en el EBA con la misma concentración e intensidad que luego con la selección” (Paco García). “Siempre hacía lo que se esperaba de él. Tenía calma. Sabía esperar a solucionar las cosas en frío”, ahonda Nacho.
Un jugador de culto
No era el típico jugador que entraba por los ojos del aficionado medio, su figura trasciende mucho más entre técnicos y compañeros. Nunca fue cabeza de cartel, un bestseller, un superventas, pero era el jugador al que todos los entrenadores ponían y al que todo baloncestista quería tener en su trinchera. Si hubiera gozado de más confianza en su tiro, habría asumido un volumen mayor de lanzamientos. Jamás sería un anotador (24 tantos constituyen su mayor guarismo en ACB y 13 en la selección). Con frecuencia parecía dejarse balas en el cargador. “Disfruto anotando una canasta, pero también colaborando a impedir que nos metan otra. Siempre me he divertido haciendo un poco de todo”, se justificaba ante sus críticos. Pesquera apreciaba las virtudes de un soldado universal: “Asume su papel siempre y da todo lo que le pidas. Capaz de defender a cualquier rival, colosal reboteador e imprescindible en el grupo”.
Si se mostraba tímido en ataque, aunque “sabía estar perfectamente, aprovechaba los espacios, jugaba muy bien sin balón, te seguía las penetraciones, cortaba desde el lado contrario, era muy grande y arrastraba mucha defensa, daba el pase preciso, creaba ventajas, siempre iba al rebote y poco a poco mejoró el tiro de tres… Si recibía con espacio, la metía” (Nacho Azofra compendia sus virtudes ofensivas), en defensa no se admiten peros. En alerta permanente, con las orejas tiesas y el culo prieto. Sacrificado, versátil, disciplinado, contundente. “Nunca jamás he visto a nadie defender como a Carlos Jiménez. Había partidos en los que podía olvidarme del balón y mirarle a él presionar al base contrario, luego coger a su hombre, ir a una ayuda a un lado de la cancha, llegar a tiempo para ayudar en el otro, puntear el tiro y coger el rebote”, recapacitaba extasiado Guillermo Ortiz en su libro “Ganar es de horteras”. Omnipresente, le veía Paco García, “al ser tan grande, ocupaba mucho sitio y llegaba a todos lados”. Gonzalo Martínez alaba su rendimiento sostenido: “Era un diesel. Daba mucha estabilidad y un nivel medio brutal. Aportaba mucha fuerza defensiva y rebote en un sitio que nosotros necesitábamos”. Cierto. Estudiantes nunca gozó de pivots muy grandes y en muchas de las posiciones partía con desventaja física respecto a sus rivales. Una anécdota de su capitán retrata de manera definitiva las capacidades de Jiménez… Durante el descanso Nacho lo arengaba: “Carlos no estás defendiendo una mierda. Ponte las pilas que el base me lleva metidos 10 puntos”. Efectivamente, Carlos podía defender al suyo y a otros dos. Sería negar la mayor no decir que como jugador de equipo, quizá no ha habido otro en el baloncesto español. A mí por lo menos, no me salen tantos.
Mi agradecimiento a mi amigo Nacho (aunque la pandemia impidiera la entrevista con Carlos), a Quique León, Nacho Azofra, Paco García y Gonzalo Martínez por su tiempo, anécdotas y acertadas observaciones. Fue un placer.
Entre la bibliografía consultada destaca la enciclopédica y maravillosa historia de los 60 años de Estudiantes, Estos Maravillosos Años de Luis Fernando López (lo mejor que se ha escrito sobre la selección española), los dos libros de baloncesto del periodista Guillermo Ortiz y las abundantes entrevistas y reportajes de la Revista Gigantes.