Quantcast
Channel: Contraataque de 11
Viewing all 81 articles
Browse latest View live

Simplemente Essie Hollis

$
0
0


Quizá éste sea un paseo por la Calle Melancolía de Sabina, pero me apetecía darlo con uno de mis ídolos de niñez. Con el paso del tiempo amplificas las hazañas de tus héroes, los sobredimensionas y los tomas por dioses, aunque hayan venido después otros probablemente mejores, pero los has hecho tuyos. Son los que te hicieron soñar despierto con mates estratosféricos, tiros imposibles o pases con retrovisor.

A los chavales de mi época las siglas NBA nos sonaban muy lejos. Lo que más se le acercaba eran las entonces increíbles giras que los Harlem Globetrotters realizaban por el mundo. Recuerdo que un niño bien del colegio pasó una temporada en Estados Unidos y volvió extasiado con un tal Julius Erving, al que puso de moda sin que el resto le hubiéramos visto jugar. Así cada vez que alguien hacía un arabesco en su camino hacia el aro, gritaba “Julius”.

Como lo de las redes sociales e Internet no se lo podía imaginar en aquellos tiempos ni Kubrick en su 2001 Odisea en el Espacio, lo primero y más parecido al Doctor J que aterrizó por estos lares fue un negro delgaducho de casi dos metros.  Lo trajo a San Sebastián un adelantado de este deporte, Josean Gasca, y junto a Nate Davis y Mirza Delibasic completa mi trébol de predilectos que marcaron a una generación entera de adolescentes de finales de los setenta y principios de los ochenta. Pónganse cómodos porque nuestro particular viaje al pasado lo haremos en helicóptero y tomen una pastilla contra el mareo si padecen vértigo. Despegamos, el gran Essie “helicóptero” Hollis inicia el movimiento rotatorio de sus hélices. Como un día le dijo a Jordi Villacampa: “comienza el espectáculo”.




De patito feo a cisne

Essie fue el primogénito de nueve hermanos y eso le marcó y le responsabilizó. Cuando sus padres marchaban a trabajar quedaba junto a su hermana mayor a cargo de la prole. Pronto demostró oído para la música y aprendió a tocar el saxo, la batería y sobre todo la guitarra, llegando a formar un grupo con sus amigos. Para el deporte no demostraba grandes aptitudes: era alto, pero desgarbado y poco coordinado. A pesar de sus 190 centímetros su entrenador en el colegio no lo animaba a seguir y era objeto de las mofas de sus compañeros, pero el baloncesto le enganchó y decidió entrenar con ahínco. Un playground cercano a su casa fue el escenario de sus progresos; en el verano en que terminó noveno curso acudía a las ocho de la mañana a la cancha y no la abandonaba hasta la una de la madrugada. Entrenaba una media de 14 horas diarias y calcula que en esos tres meses ensayó el equivalente a tres temporadas, jugando al día con cinco tandas diferentes de chavales. Sus hermanos eran los improvisados reboteadores y tres de ellos (con Charles, que murió en 2008 de cáncer, como su mayor fan) llegaron a jugar a basket a nivel aficionado. Cuando a la vuelta de las vacaciones “Bee” (abeja, como le apodaban en el barrio) ingresó en el instituto, el torpe había mutado sus movimientos hasta hacerlos fáciles (Easy como también le denominaban) y sincrónicos. Se pasaba el día botando toda pelota que tenía a su alcance, ya fuera de ping pong, tenis o basket hasta tener el dominio de un malabarista. Acompañaba a su amigo Joe Blanks a descargar contenedores de 50 galones del camión de basura que tenía su padre, con lo que fortaleció sus escuálidos brazos y en el duro invierno de Erie, Pensilvania, acudía a la cancha callejera con pala en mano para quitar la nieve. Su entrenador en Strong Vincent, Robert Trombocco, lo pulió y al culminar el último año de high school con un promedio anotador de 30,1 puntos recibió las ofertas de algunas de las mejores universidades americanas. Rechazó las invitaciones de la UCLA de John Wooden o la Indiana de Bobby Knight.

San Buenaventura

Se decantó por una pequeña universidad a unos cien kilómetros al este de Erie, casi en la frontera con el estado de Nueva York. Lo reclutó Larry Weise antes de Jim Stalin se hiciera cargo del equipo. El entrenador siempre lo recuerda sonriendo. Su ayudante Bob Sassone evoca el pasaje en que dio su abrigo del ejército al joven Essie que había llegado al campus con lo justo (las normas prohíben la compra de regalos a los jugadores) para evitar que se pelara de frío.

Fue llegar y besar el santo. A pesar de las miradas de recelo de los más veteranos, Hollis a partir del cuarto partido se hizo con la plaza de titular. El novato compartió la inquietud con su entrenador al que le dijo que no le importaría comenzar en el banquillo. El coach zanjó la cuestión: “tú juegas y yo entreno”. A lo largo de sus cuatro años promedió 18,5 puntos y 9,1 rebotes desde tres diferentes posiciones en la cancha (escolta, alero o pivot) con algunas anotaciones escandalosas como sus 49 puntos ante Catedral o los 51 ante Oliver. En su último año se fue hasta los 21,8 puntos y 10,4 rebotes y terminaron con un balance de 20-6 que no resultó suficiente para recibir la invitación entre los entonces 32 equipos de la fase final de la NCAA. Ganaron el por la época muy prestigioso torneo de la NIT, al que acudían los que habían quedado fuera de aquella, en el Madison de Nueva York al derrotar a los Houston Cougars en la final por  94 a 91. Las otras estrellas del conjunto eran Jim Baron, padre del exjugador del Bruesa e íntimo amigo de Essie, Greg Sanders –máximo anotador- y el escolta Glenn Hagan. De madrugada, tras el triunfo, cinco mil personas les recibirían a su llegada al campus.

Del Jazz de Nueva Orleans al de San Sebastián

Fue elegido en la segunda ronda del draft en el puesto 44 por los Jazz de Nueva Orleans junto al fenómeno Pete Maravich -¿se imaginan lo que hubieran hecho los dos juntos?- y a Truck “el camión” Robinson, pero le cortaron en el campamento de entrenamiento.

En las postrimerías del verano de 1977 el genio Josean Gasca que había colocado a su equipo, Dico´s San Sebastian, quinto la temporada anterior, se tenía que reinventar. Sin patrocinador, había logrado vender a su estrella americana Dave Russell e invertir ese dinero en la adquisición de dos estadounidenses, uno de ellos únicamente participaría en competición europea. En esas y por mediación del intermediario Jim McGregor llegó  Essie como alma en pena, tras el rechazo de los profesionales, para probar como “segundo americano” del Askatuak. La primera plaza parecía otorgada a un grandullón de 2,17 metros, un tal Ken Beasley. El primer “bolo” se llevó a cabo en Bayona contra precisamente el Orthez de Dave Russell que unos meses más tarde se mataría en accidente de coche.  El periodista Ramón Trecet muy vinculado a Gasca y al baloncesto en Donostia por la época lo relata “Essie estaba como perdido… Supimos que para él pasar pruebas era un castigo, porque no entendía la falta de confianza, pero aquel día hizo dos cosas y nos quedamos todos mirándonos entre nosotros”. Algo más atisbó Gasca cuando a los pocos días se quedó con Essie como primer espada. “Me vendría mejor el alto, pero va a ser emocionante ver a Hollis”, arguyó. Iñaki Almandoz cofundador del club y pieza fundamental del basket donostiarra apostilla aún más en el magnífico artículo que para ACB.com publicó Quique Peinado: “Nada más verlo jugar nos dimos cuenta de que era un hallazgo, una maravilla. Driblaba, tiraba, pasaba… ¡Y qué físico! Hacía cosas que no habíamos visto jamás. Enseguida supimos que el bueno era él”.

La temporada empezó rara, pues dio inicio con eliminatorias de la Copa del Rey, y no fue hasta noviembre cuando se puso de largo la Liga. A Essie le sirvió el castellano que había aprendido con el profesor Hogan durante dos años en el instituto y gracias a embajadores como Josu Pérez o Mikel Aldona, que se convirtieron en amigos de por vida, se fue adaptando a las costumbres locales. Se sorprendía con la siesta y adoraba el buen pescado, La Concha y los pintxos. De inicio dos mihuras y sendas palizas ante el Madrid en casa y el Barsa en la Ciudad Condal, donde Gasca no se pudo sentar en el banquillo al ser expulsado y sancionado en el debut ante los blancos. Su liga empezaría ante el Manresa donde Essie realizó una primera jugada que hoy todavía se recuerda al remontar la línea de fondo y estampar un mate a dos manos a canasta pasada ante el incrédulo gigante Bob Fullarton. Se dejaba la mitad del sueldo en llamadas a casa, pero disfrutaba enormemente del basket, de la ciudad y de su gente. En nada se convirtió en un ídolo, Superbeltza (supernegro). Siete mil espectadores copaban cada quince días el velódromo de Anoeta e hizo una legión de seguidores por todos los pabellones españoles. Una canasta suya ante el Basconia certificó el mantenimiento de la categoría con una plantilla nacional de jugadores de la zona alrededor de una estrella rutilante que terminó como máximo anotador de la categoría con 39,18 puntos por partido. En marzo al Hospitalet le endosó 55 puntos y en los cuartos de final de Copa a doble partido (93-90 y 97-91) estuvo a punto de llevarse por delante al Juventud Badalona del gran Moka Slavnic que sería Campeón de Liga. En el primero de los mismos hizo 61 puntos, sin que existiera la línea de tres puntos, con 16 canastas seguidas. La única mala noticia que trajo el año fue el fallecimiento de su madre. Esa primavera el Barsa se llegó a plantear contratarlo para competición europea la temporada siguiente, pero Essie tenía otros planes. Se marchó agradecido “Si quitamos a los americanos, Askatuak tiene mejor equipo que muchos de la categoría”, “Con Gasca he perfeccionado táctica y estrategia”, “He aprendido de Gasca y enseñado a mis compañeros”, diría.

La decepción definitiva y la vuelta a Europa

En su cabeza estaba entrar en profesionales. Cuando llegó al Training Camp de los Pistons no se creían que hubiera metido casi 40 puntos por partido en España hasta que comprobaron en sus carnes la facilidad anotadora de Essie al promediar 33 puntos en los primeros encuentros. Dick Vitale, hoy insigne e histórico analista de la cadena ESPN, fue contratado desde la Universidad de Detroit como nuevo entrenador de la franquicia y prefirió dar minutos a dos discípulos colegiales suyos, Terry Tyles y John Long, en lugar de a Hollis. Debutó con victoria ante los Lakers haciendo 9 puntos y 7 rebotes, pero su presencia en la gran liga no pasó de testimonial a lo largo de 25 partidos con 2,8 puntos y 1,8 rebotes de media. Todavía hoy no se imagina el señor Vitale cuanta gente le estamos “agradecidos” en España. A mitad de temporada marchó a la CBA para hacer campeón a los Rochester Zeniths con 17,2 puntos por partido.

En la siguiente campaña retornó a Europa para erigirse en el máximo anotador de la A-2 italiana en el Rodrigo Chieti con 28,2 puntos y 9,6 rebotes. Tendría como compañero americano al pivot Bill Collins que después jugaría en Ferrol.

En el verano del 80 salta la noticia. El entonces presidente del Granollers, Antonio “Kissinger” Novoa coge un vuelo a Nueva York para ficharlo. Después de varios retrasos, en agosto llega al Prat acompañado de su esposa y de un enorme radiocassette. Es portada del nº 1 de la mítica revista Nuevo Basket. Areslux había sido el equipo revelación el año anterior, pero había perdido a su principal referencia “Chichi” Creus que había emigrado al Barsa. Ángel Palmi, designado entrenador del año en la campaña precedente, y hoy ilustre director deportivo de la Federación Española, recuerda al monstruo: “Vivía a otro ritmo en la pista. Daba pases que sus compañeros no veían y perdía muchos balones por eso. Mi esfuerzo iba encaminado a que viera que tenía que bajar el pistón para que el resto pudiera seguirle”. A pesar de los puntos de Epi I y Mendiburu y de las exhibiciones de Essie (segundo máximo anotador de la Liga con 26,9 puntos y mejor taponador) con algunos partidos estratosféricos (43 puntos al Helios Zaragoza y 45 al Estudiantes) el resultado colectivo fue mediocre.

En su año en Cataluña la cosa no mejoró. Se puso tan feo que mediado el mismo se dio un ultimátum a la plantilla, o se ganaba o multa por la mitad del sueldo. Hollis jugaba más que nunca para el equipo y asistía con fluidez especialmente a Mendiburu. Desde la directiva se le acusó de que no anotaba, los 25 puntos que promediaba no parecían suficientes, así que reaccionó a lo grande: 43 puntos ante el Joventut, 34 en el Pabellón en la derrota por 3 ante el Madrid por los 36 de Mirza Delibasic, 43 por los 40 de Nate Davis ante el Miñón Valladolid, 36 contra el Naútico y 31 en Ferrol. El cambio de Codina por Zorrozua sirvió para salvar la categoría con Hollis (27,1) y Mendiburu (24,5) como cuartos y sextos encestadores de la competición. No llegó a un acuerdo de renovación y la última noche se despidió de manera muy emotiva de sus amigos de Nuevo Basket que le idolatraban en el Pub La Ceniza. Fichó por el Levole Mestre italiano de Moncho Monsalve, donde pese a promediar 24,3 puntos y 8,9 rebotes, descendieron.

A Vitoria

Txema Capetillo lo reclamó para Baskonia y el club vivió dos plácidas temporadas entre los grandes, en la A1, con llenos permanentes en Mendizorroza.  Compartió plaza extranjera con el voluntarioso Clarida y con el tan inteligente dentro del campo como peculiar fuera, Terry White. Un artista del billar, el mus y la farra en general, que discutía sus contratos en castellano y en pesetas, según explica socarrón Xavier Añua, un mito del deporte alavés que los tuvo a sus órdenes en la segunda campaña. De Hollis cuenta en el maravilloso reportaje de baskonistas.com que era abstemio, que se cuidaba un montón, aunque tuviera el cuerpo como un mecano con dos dedos de la mano rotos, que le gustaba bailar y que era un poco tacaño, de tal manera que cuando iba a las discotecas compraba previamente una botella de tres cuartos de litro de coca cola, pedía un vaso con hielo y así se ahorraba la consumición. Todos fueron actores de fondo de la película La Vieja Música con un reparto de relumbrón donde Federico Luppi y Antonio Resines tratan de reconducir la situación del Breogan de Lugo.

La plantilla nacional era de garantías con jóvenes de la tierra que apuntaban muy alto como Aitor Zárate, Pablo Laso o Alberto Ortega (con los que Essie organizaba continuas sesiones de técnica individual y 1 contra 1), valores en alza como Davalillo o Mikel Cuadra y jugadores consolidados como Miguel López Abril, Iñaki Garayalde y Josean Querejeta, que fue el máximo anotador con 30 puntos en el primer título baskonista, la Copa Príncipe de Asturias.

En los playoffs de la primera temporada frente al Licor 43 Essie cometió su único gran error reprobable de su carrera deportiva. La defensa de la “mosca cojonera” que era Joaquín Costa (según Essie, junto a “Indio” Díaz sus mejores defensores) le sacó de quicio y le agredió, dándole un codazo. A pesar de las inmediatas excusas posteriores a jugador y dúo arbitral, le cayeron 6 partidos, lo que puso en seria duda su continuidad en el equipo. Le fueron condonados gracias a la amnistía concedida en la despedida de Ernesto Segura de Luna y deleitó una segunda temporada a los vitorianos, si bien su nivel de juego y anotación bajó un tanto de los 27 a los 22,3 puntos. Al final de la misma entró Pepe Laso con la idea dos foráneos puramente interiores y Essie no renovó, algo que muchos alaveses no entenderían. Aún conserva el record anotador de un jugador de Baskonia en un partido, 53 puntos ante el Miñón Valladolid de Nate Davis. En 2008 la revista DATO realizó una encuesta entre los periodistas deportivos alaveses para descubrir al mejor jugador de la historia del Baskonia; a pesar del tiempo transcurrido, Hollis obtuvo la cuarta plaza, tras Luis Scola, Bennett y Pablo Laso. Ahí es nada.

Los directivos del Estudiantes pensaron en él para sustituir al lesionado David Russell, pero su contratación no se llegó a concretar. “La Demencia”, a la que tras un partidazo saludó en plan Ghandi, hubiera enloquecido.

La 1ª B

Aquí descendería un escalón e iniciaría su peregrinaje por equipos de la entonces 1ª B. Su primera parada le sería conocida, San Sebastián, bajo el patrocinio de Pacharán La Navarra. En su primer partido en Bilbao dio tal exhibición que al ser eliminado por faltas el público le dedicó una ovación de más de un minuto. Alguno todavía rememora los 37 puntos, 18 rebotes, 10 asistencias y 10 robos de balón que hizo ante Seguros Caudal, con la oportuna sacada de pañuelos.

Xavi Fernández, el escolta internacional que luego desarrollaría una excelsa carrera en el Barsa, le subrayaría como el primer gran fichaje de la historia del León. Rozarían el ascenso durante un par de años y le harían la pascua al entonces Bancobao Villalba, para desgracia de mi amigo Juan Luis que siempre me lo recuerda, al que una noche sublime del genial Hollis desbarató sus ilusiones ACB. Su compañero en El Bierzo, Mikel Cuadra, hoy gran escritor y columnista lo tiene claro: “Era tan imaginativo que para un entrenador metódico era un fastidio. Lo suyo era pura anarquía, pero una anarquía maravillosa, por eso jugó tantos años en Primera B donde el baloncesto era mucho más libre”.

Cachondo él, cuando se le preguntaba por la retirada decía “hasta que el cuerpo aguante; ni bebo ni fumo ni voy con hombres…”. A su amigo, el erudito periodista Pere Ferreras, le confesaba que le quedaban 300 saltos y que los tenía que ir dosificando. Su penúltima parada la haría en el Syrius Mallorca de Miguel Tarín y cuando llevaba 10 meses fuera de las canchas recibió una llamada para sustituir a Russell Cross (nº 6 del draft) y salvar en 9 partidos del descenso al Hospitalet. Consiguió su objetivo, pero lamentó hacerlo a costa de mandar a Segunda al Askatuak, el equipo que lo había traído a España, donde jugó 10 de sus 14 temporadas como profesional. Ese 19 de mayo de 1990, con 22 puntos y 6 rebotes, cerró la puerta del vestuario para no volver a abrirla más.

Su juego, leyendas y realidades

Él cuenta que jugaba a tres velocidades (rápida, lenta y superlenta) y que cambiaba de ritmo en función del rival que tuviera delante. Tenía un dominio de balón asombroso, le encantaba botar el balón a 10 centímetros del suelo (mi padre alucinaba cuando lo veía) para meterse luego el balón entre las piernas y lanzar en suspensión desde muy atrás. Pasaba como los ángeles y era el jugador extranjero líder en asistencias. Confiesa que le hubiera gustado jugar de base, pero era otra época. De hecho, al jugador español que más admiraba era a Juan Antonio Corbalán.

Al periodista Antoni Daimiel le preguntaron qué era lo que le faltaba por ver en una cancha. Medio en broma respondió que ver el mate de Michael Jordan de la película Space Jam en que tras rebotar en el suelo el balón toca el techo, pero que se rumoreaba que en tiempos eso ya lo había hecho Essie Hollis en alguna cancha catalana… A saber.

Sí es cierto, según relataba a Iñigo Puerta en el Diario Vasco en un maravilloso reportaje, que entrenando en el Velódromo de Anoeta coincidió con los saltadores de altura y sin apenas calentar sobrepasó los 2,02 metros. De ahí su apodo, helicóptero, porque se quedaba suspendido en el aire.

No llegaba a lo de Nate Davis, que apostaba (y ganaba) a sus compañeros de Valladolid que era capaz de coger de un salto billetes de mil que éstos le colocaban con una escalera en la parte superior del tablero, pero saltaba un rato. La metía para abajo con el codo o tocaba el aro con la cabeza. Fue además un fantástico taponador, con un gran timing.

Su esposa Sharon, como buena jamaicana odiaba el frío, por lo que tras su retiro decidieron ubicarse en la cálida Florida, en Fort Lauderdale, donde Essie da clases de español, además de entrenar baloncesto en el Instituto Taravella. Son padres de dos hijos: Kiara, modelo publicitaria, y Damian, jugador profesional de baloncesto en Hungría.

En lo que Essie es un auténtico campeón es en el arte de hacer amigos. Allá por donde ha ido ha dejado un tropel de ellos. Iñaki Garayalde contaba en el artículo de Quique Peinado para ACB.com que fueron a jugar a Granollers y de camino a la cancha, debido a una nevada, se tuvieron que bajar del autocar y seguir a pie. Essie insistió en ayudar a la gente de los coches que habían quedado tirados. Llegaron con el tiempo justo para recibir unas friegas de alcohol y jugar el partido, que dicho sea de paso perdieron con un último tiro fallado por Essie. Lo único que le preocupaba después era saber si la gente de la carretera estaba bien.

Recibe periódicamente llamadas de medios de comunicación españoles; en el programa radiofónico Tirando a Fallar, Vicente Azpitarte y Antonio Rodríguez le hicieron una maravillosa entrevista en la que éste contaba la anécdota del Mundial Sub 19 de 2007 en Novi Sad al que el periodista se había desplazado. Finalizado el mismo, le pudo la curiosidad y se acercó a los componentes del combinado estadounidense que había perdido la final. Allí estaban Stephen Curry (hoy excelso jugador profesional e hijo de Del Curry, mítico jugador durante 16 años de la NBA) y un tal Hollis, al que sus maneras habían recordado al periodista a un viejo mito de la ACB de los 80. “Oye chaval ¿tú padre no se llamará Essie y jugó al baloncesto en España?” preguntó cauto Antonio. “Sí”, respondió sorprendido el chico. Antonio se fue hacia Damian para felicitarle, darle recuerdos a su padre, decirle que era el Dr. J europeo, el ídolo de una generación de críos en España y toda una riestra de epítetos que dejaron locos a la pareja que no esperaba una alusión hacia el progenitor más anónimo de los dos.

Como escribía Miguel Ángel Paniagua en un artículo sobre los extranjeros de la ACB “Ha cambiado seis veces de equipo en España. El problema para los equipos es siempre encontrar un sustituto que haga olvidar a los aficionados que Essie Hollis jugó allí”.

Me quedó con la reflexión de Ramón Trecet “Nunca nadie me ha hecho sentir lo que Essie Hollis en una cancha de baloncesto, ni siquiera las grandes estrellas de la NBA”.

Cuando a veces me preguntan: Juanpa, ¿por qué te gusta tanto el baloncesto? La respuesta es sencilla. Por tipos como Essie Hollis (y Nate Davis y Mirza Delibasic y Magic Johnson y Larry Bird y Michael Jordan y Juan Carlos Navarro, y tantos…), luego viene la defensa, los sistemas, el esfuerzo,…, pero primero fueron ellos. 

De cuando los griegos subieron al Olimpo

$
0
0


Por el trabajo convivo a diario con números, con dinero, con volatilidades, con primas de riesgo (cuando lo más parecido a prima que había visto era la de algún amigo, que estaba muy buena y que, por supuesto, no me hacía el menor caso), con tipos (que no personas) de interés… Tiene bemoles en un tío de letras de toda la vida, pero… Qué aburrido dirán. Pues no es precisamente el adjetivo que aplicaría a mi actividad diaria, porque entretenido es un rato, pero divertido tampoco.

A Dios gracias los pronósticos más agoreros de los mayas no se cumplieron y seguimos vagando por este valle de lágrimas. Bueno, pues en este entorno apocalíptico, con el paro, el desencanto en la clase política y la corrupción instalados de pleno, todavía existe un país mediterráneo más ninguneado que el nuestro, otrora cuna de la civilización occidental, al que algunos cínicamente han señalado como origen del mal. En Grecia, que diría con pausa y sorna el maestro Gila, está todo roto y por el suelo, pero no siempre fue así. No se asusten, no voy a hacer un ejercicio histórico y remontarme a las guerras entre las antiguas polis (ciudades) griegas ni a los tiempos de Platón, Aristóteles o Sócrates, para el que no existía paradoja en matar hombres por la defensa de Atenas y la práctica de la dialéctica, ni entraré en diatribas filosóficas. Pisaré mi terreno, el deportivo, y me iré a un tiempo cercano. Echaré la vista sólo tres décadas atrás, en las que un puñado de aguerridos y talentosos jugadores de baloncesto fueron ejemplo de coraje y se atrevieron a discutir títulos a los esbeltos y poderosos eslavos de las antiguas repúblicas de Yugoslavia y Unión Soviética, que por entonces todavía competían unidas.




Los Soprano

El siguiente relato tiene su génesis en lo que fue el centro de operaciones de la familia más popular y mafiosa (Los Soprano) creada por la cadena HBO. Y es que en el año 1957 de nuestra era vino al mundo el cuarto hijo del matrimonio compuesto por Giorgo y Stella Georgalis que había emigrado hasta Nueva Jersey desde la isla de Rhodas. Treinta años más tarde el pequeño Nikolaos (nuestro particular Tony Soprano), junto a dos compañeros de fatigas, que tenían por idéntico nombre Panayotis, hizo historia para siempre en el baloncesto del Viejo Continente situando a la antigua Grecia en el Olimpo de los dioses.

Vuelta a los orígenes

Después de unos primeros escarceos siguiendo los pasos de su padre en el mundo del boxeo, el pequeño Nick se dedicó por completo al baloncesto. Pronto destacó en el instituto de Union Hill y consiguió una beca para estudiar y jugar durante cuatro años en la prestigiosa Universidad de Seton Hall. En su última temporada con los Piratas promedió 27,5 puntos por partido (la tercera marca anotadora del país tras el gran Larry Bird y Balder) lo que le abriría las puertas del draft. En la célebre hornada del 79, quedó relegado muy atrás por los Celtics, en el puesto 68 de la 4ª ronda. La desidia de su agente, más preocupado por los negocios de otra de sus representadas, la cantante Diana Ross, y una inoportuna lesión durante el campus de entrenamiento hizo que los de Boston de Bill Fitch se decantaran por Gerald Henderson en su lugar, en un error que años más tarde admitiría el propio Red Auerbach. Enterados en Grecia del traspié, los principales equipos helenos pusieron sus ojos en él, siendo el Aris el que más empeño puso y se quedó con el jugador. Como jocosamente relata Sergio García-Ronrás en su excelente artículo “En manos de los dioses” de Cuadernos del Basket, la llegada al aeropuerto del rebautizado como Nicos Gallis, trajo sus chanzas, pues debido al desconocimiento de los medios locales se esperaba a un escolta de 1,90 cuando apenas superaba los 180 centímetros “lo han debido lavar y ha encogido”, bromeaban. Pero las coñas duraron el tiempo justo de verlo en acción. Era época de dominio verde del trébol del Panatinaikos, pero ese fichaje apenas relevante venido de ultramar haría virar el epicentro del basket griego hacia la antigua ciudad macedonia de Salónica. En su segundo año ya se hizo con el cetro de máximo anotador de la Liga Griega (lo consiguió 11 veces) con una media escandalosa por encima de los 44 puntos. En 1983 se alzó con el primero de sus 8 campeonatos de Liga (con 4 designaciones como MVP), a los que hay que añadir 7 Copas griegas. Con la selección fue máximo anotador del Mundial de España 86 y de cuatro Europeos (1983, 1987, 1989 y 1991).

Su uno contra uno enamoraba a sus seguidores y martilleaba a sus rivales. Basado en la fortaleza de un par de piernas que eran columnas dóricas y un excelente manejo de balón, desbordaba a sus oponentes con incontestables cambios de ritmos o reversos eléctricos. Para cuando se quería dar cuenta su primer defensor, ya se había marchado y estaba lanzando con una potencia de salto descomunal sobre la ayuda. Sus rectificados y sus canastas con tiro adicional se hicieron célebres. Sin tener un diámetro de tiro largo (sus lanzamientos no iban más allá de cuatro metros), era prácticamente imparable.

En octubre del 83 un imberbe Michael Jordan alucinaba tras un partido amistoso a orillas del Egeo con la Universidad de Carolina del Norte al lidiar con el astro griego “no esperaba encontrar en Europa un jugador con semejante calidad ofensiva”. El gran Audie Norris no podía ocultar su admiración por el escolta que les había metido 45 puntos (con sólo 7 fallos en el tiro) y ganado en el Palau “lo que ha hecho esta noche sólo pueden hacerlo dos o tres jugadores en el mundo”. Por poner coto al cupo de admiradores reflejar el pensamiento de una estrella allá dónde estuvo, un tal Bob McAdoo, “a Gallis le he visto hacer cosas en una cancha que no he visto a ningún Laker o Celtic”, decía. El mandamás histórico del Aris, Anestis Petalidis, cierra la cascada de epítetos, “Gallis es un jugador de esos que sólo nacen cada cien años”.

Panos

Panayotis Yannakis sería la perfecta estatua griega de cuerpo robusto y rostro esforzado. Es el símbolo del orgullo, la personificación de la fe, el triunfo de la inteligencia y un canto a la razón. Todo en uno. Casta y conocimiento.

Vino al mundo pronto, el primer día del año, de 1959, para no perderse nada, en el popular barrio de Nikea de la populosa Atenas. De mente audaz y concentración perpetua, desde temprana edad coqueteó con el baloncesto. Con tan sólo 13 años Giorgos Vassilakopoulos lo puso a entrenar con el primer equipo de Ionikos, en el que permanecería 12 años, siendo máximo anotador del campeonato en la temporada 79-80. En la siguiente se enfrentaría por primera vez a la nueva sensación del campeonato, Nicos Gallis, en un partido de otro planeta. En la era de twitter se hubieran presentado más o menos así: Hola soy Panos 74. Encantado, soy Nikos 62. Ese es el balance numérico de los puntos aportados por cada cual en un envite que se llevaron los del Aris en la prórroga. Brutal.

Los Celtics ahondaron en la rama griega y lo escogieron en el último puesto (205) de la novena ronda del draft y para las Américas que se fue a probar en el 82. Fue convenciendo a los dirigentes verdes, pero se quedó fuera cuatro días antes del comienzo de la competición cuando cambiaron a Dave Cowens por Quinn Bickner, que jugaba en su posición. Se rompió el ligamento cruzaron anterior y su aventura profesional quedó en agua de borrajas, pero su tenacidad le hizo recuperarse y unirse en el 84 al proyecto más sólido de la Liga Griega. En el Aris tomó la presidencia del club el constructor Cristos Mijailidis, cuya primera decisión ese verano fue la contratación de Yannakis, que constituyó con Gallis la pareja de bajitos más determinante de la competición y una de las más temibles del Continente. Bajo la batuta de Yannis Ioannidis, el Aris (el Dios de la Guerra) dominaría durante casi una década de manera abrumadora la competición doméstica, pero se quedaría a las puertas de la gloria continental. Su mayor logro sería alcanzar durante tres ocasiones consecutivas la Final Four, para caer al primer partido, y su mayor decepción el llamado “Partido de la vergüenza” cuando la Tracer les eliminó en la fase de grupos al remontar en Milan los 31 puntos que traían de renta. La relación del peculiar presidente con sus dos estrellas y su entrenador pasó por muchos altibajos, enzarzado en las cifras de los contratos con los primeros y en el límite de las funciones y parcelas de cada uno con el segundo. Con los años aparecieron las deudas, el patriarca del equipo, Anestesis Petalidis, encontró un primer respaldo económico, pero la crisis económica se hizo insostenible y salieron del club (que ahora se encuentra fuera del primer plano) entrenadores y jugadores de tronío.

Yannakis es el gran capitán histórico de la Selección Griega. Vistió su camiseta en 350 ocasiones y la hizo Campeona de Europa como seleccionador en 2004 en Belgrado. Su garra, su ambición, su defensa, sus lanzamientos lejanos de tres puntos le hicieron inolvidable. 

La Araña

Al dúo de marras se le uniría un tercer personaje para trasladar el foco baloncestístico heleno de Atenas a Salónica (la estatua de Alejandro el Grande que preside el puerto junto a la Torre Blanca se hartó de recibir trofeos) y situar a Hellas en el primer nivel de la canasta europea.

Ese tío de percha desgarbada, patas de alambre y brazos infinitos que atendía al nombre de Panayotis Fassoulas fue el soporte defensivo, reboteador e intimidatorio de su Paok y de la selección. Probó un año con la North Carolina State de Jim Valvano, al final del cual fue seleccionado por los Trail Blazers de Portland en el puesto 37 de la 2ª ronda del draft, pero no llegó a jugar con los profesionales USA. Donde realmente se asentó fue en el Paok de Salonica para rascar una Liga y dos Copas al imbatible Aris y ganar una Recopa y una Korac a nivel Europeo. Los blanquinegros con Ivkovic en el banquillo llegaron a gozar de enormes jugadores como Prelevic, Barlow o Walter Berry. Era la época en que el país nadaba en la abundancia, los clubs estaban en manos de armadores o constructores ¿les suena?, y se asistía a procesos de nacionalizaciones de jugadores masivos e indecentes con madres que declaraban que sus hijos venían de una relación extramatrimonial con un marinero griego que había atracado en el puerto de Tallin, por ejemplo, como en los casos de los letones Sokk y Kuusma. La estrella más elevada y menos luminosa del trío fue capital e imprescindible para los éxitos del combinado nacional.

La hazaña

Corría el año 1987 y el país heleno organizaba el Campeonato Europeo de baloncesto. Sus diez millones de habitantes aguardaban ilusionados el comienzo del evento. El entrenador Kostas Politis había armado un grupo serio y guerrero, donde además de los citados destacaba el alero Christodoulou, de gran mano y férrea defensa. En su grupo estaban todos los gallos, pues los anfitriones habían de enfrentarse a Yugoslavia, España, Rusia y Francia (sólo Italia iba por el otro lado del cuadro). A los balcánicos les ganaron en la segunda jornada en medio de la locura general con un Gallis sublime que se fue hasta los 44 puntos. España les puso freno la tarde siguiente en uno de los últimos grandes partidos de la era Díaz Miguel: Romay probablemente hizo el mejor partido (y campeonato de su vida) con 19 puntos, 21 rebotes y 4 tapones en los 40 minutos que disputó; Montero logró rebajar los porcentajes de Gallis, dirigir con criterio y anotar con precisión (15 puntos); Villacampa se hizo con Yannakis y también sumó (14 puntos); y Epi, que era largamente ovacionado en las presentaciones de los equipos, y Andrés Jiménez estuvieron sublimes con 27 y 22 puntos cada uno. En la cuarta jornada los helenos harían temblar a la poderosa URSS para terminar claudicando por 3 puntos y en la última de la primera fase se impondrían a los galos para cruzarse con Italia en cuartos. 

El choque contra los trasalpinos no era moco de pavo. La victoria suponía dos hitos: ganar por primera vez en competición oficial a sus vecinos mediterráneos y plantarse en semifinales. El triunfo fue hasta más cómodo de lo previsto con Gallis como martillo pilón (38 puntos) y Yannakis (22 puntos) y Kambouris (14 puntos) de escuderos de lujo.

Y llegó el primer reto inverosímil, la Yugoslavia de los Petrovic, Kukoc, Paspalj, Grbovic, Vrankovic, Divac o Cvjeticanin en semifinales. Los balcánicos eran todavía un grupo de talento excelso e incipiente, en el Cosic no consiguió amalgamar a sus estrellas ni mantener una línea consecuente con su segundo, el excéntrico Moka Slavnic. En el partido de la fase inicial habían saltado chispas y el público abroncaba los malos modos de los plavi, que encontraron sus demonios, los propios y los arbitrales con una actuación de lo más casera del colegiado francés Mainini. La defensa local diluyó el caudal anotador de los jóvenes genios y emergió la figura de un Christodoulou, que olvidó los problemas físicos que arrastraba en su rodilla desde el inicio del torneo, para clavar 3 triples capitales e irse a los 18 puntos que resultaron decisorios en la victoria local contra pronóstico por cuatro. Será recordada la jugada defensiva de Yannakis lanzándose en plancha para, tras resbalar varios metros tocar el balón, evitar que un jugador yugoslavo hiciera una canasta vital para el desenlace del partido.

14 de junio de 1987. El desafío final parecía imposible, la gran URSS que había llegado imbatida y que, a pesar de las ausencias de Sabonis, Belostenny y Kurtinaitis, partía como clara favorita con Volkov, Homicius, Valters, Tkanchenko, Marchulonis (que se presentó a lo grande en sociedad), Iovaisha o Pankraskin en sus filas. El Pabellón de la Paz y de la Amistad (pusieron el nombre antes de disputarse encuentro alguno allí) acogía a 17.000 enfervorecidos hinchas que ansiaban un milagro. Igualdad. 42-41 al descanso para los locales. Mediada las segunda parte estirón de los de Gomelski 63-71. En el minuto 37 más palos entre las ruedas locales: Yannakis y Fassoulas eliminados por faltas. Con 36 segundos por jugar Tkachenko comete su quinta personal y Andritsos convierte dos tiros libres para empatar. Los soviéticos yerran la siguiente posesión e Ioannou desperdicia un contraataque en lugar de pasársela a Gallis. Con el reloj al límite Iovaisha (que realizó un buen partido con cuatro triples) anota sobre la bocina, pero los colegiados (Sanchís y Steeves dieron un clinic de exquisito arbitraje) anulan la canasta por convertirla fuera de tiempo. Prórroga, con la ausencia añadida en los soviéticos de Marchulonis. Dos triples de Valters echan más leña al fuego y se llega con empate a 101 con 4 segundos por jugar. Ioannou desperdicia la segunda oportunidad de pasar a la historia como un héroe, pero el rebote lo atrapa Kambouris que recibe la falta de Goborov. El papel estelar le queda reservado a este modesto albañil que aterrizó en el mundo de la canasta a la tardía edad de 20 años para convertir los dos tiros libres de la victoria helena. 

El público estalla al son atronador de The Final Countdown de Europe y los 700 policías desplegados no pueden contener a la masa. Gallis refrenda su cetro de máximo anotador con 40 puntos ante los soviéticos y sólo deja de jugar durante 4 minutos el primer día ante Rumania. Yannakis concluye el torneo como mayor asistente y Fassoulas lo hace como máximo taponador y tercer mejor reboteador. La Ministra de Deportes, la desaparecida actriz Melina Mercouri, fuma como una carretera en la grada y enloquece entre gritos. La ciudad cuenta a partir de esa noche con 14 nuevas licencias de taxis: es la prima que reciben los 12 jugadores y 2 entrenadores protagonistas de la gesta. No se trata de ninguna bagatela, cada una estaba valorada en 5 millones de pesetas de las de entonces. La decadente Atenas no dormirá, las plazas de Sindagma y Omonia se llenarán de fastos, de petardos, bengalas y sirenas. 

Y luego…

Grecia no obtuvo plaza para los Juegos Olímpicos de Seúl 88 donde la URSS de un resucitado (en Portland) Sabonis se llevó el oro al merendarse en semifinales a la última selección universitaria estadounidense de David Robinson y deshacerse de la pujante Yugoslavia en la final.

En el 89 Zagreb acogió un nuevo Europeo. Rompiendo todas las previsiones, los helenos tumbaron en la semifinal a la Unión Soviética, que estuvo pesimamente dirigida por Garastas que había ocupado el puesto de Gomelski. La perestroika había abierto las puertas a la salida de jugadores y muchos de los soviéticos estaban más inmersos en sus nuevos contratos que en el juego. Algo ayudaron también los 43 puntos de Gallis.

La final, misión imposible. La antigua Yugoslavia fue un rodillo. Drazen Petrovic promedió ¡un 76% en tiros de dos y un 70% en lanzamientos triples! durante el torneo, siendo el segundo anotador (tras Gallis) y el mejor asistente, con 30 puntos y 6 asistencias por noche. Para el último partido aparcó 28 puntos y 12 pases a sus compañeros. Kukoc, Paspalj, Vrankovic, Divac, Zdovc o Radja harían el resto, desplegando uno de los baloncestos más bellos que se recuerdan. Ivkovic se permitió el lujo de dejar fuera de la lista por motivos disciplinarios al subidito Komazec. Si la primavera había traído dos trofeos continentales a sus clubs, Jugoplastica y Partizán, el inicio del estío representó el estallido y la consagración de una generación de jugadores plavi probablemente única. El orgullo griego les llevó hasta la plata, más era inalcanzable.

Con los años la crisis fue haciendo mella en el país heleno. Gallis pasó por momentos personales muy delicados (en el 88 falleció en accidente de tráfico Jenny, su mujer, de la que estaba en trámites de separación), pero logró recomponerse. Salónica perdería brillo y sus jugadores más importantes pondrían rumbo a la capital. Gallis primero y Yannakis después se vestirían de verde. Fassoulas engrosaría las filas de los vecinos de Olimpiakos. A Nicos le daba sarpullido el banquillo y un buen día en el descanso le dijo a Politis que ahí se quedaba y se marchó para su casa. Yannakis fue más paciente y se coronó campeón de la Copa de Europa con el Panatinaikos en la final del tapón ilegal de Vrankovic a Montero. Como entrenador hizo campeona de Europa y subcampeona mundial a su selección. Fassoulas fundó y presidió el sindicato de jugadores, para luego embarcarse en la política como diputado y posteriormente alcalde de El Pireo.

Hay hechos y personajes que marcan el devenir de la historia, de un país y de un deporte. Severiano Ballesteros “se inventó” el golf en España, Björn Borg descubrió el tenis a los suecos. En Grecia hay un antes y un después tras aquel junio del 87. Papaloukas, Diamantidis, Fotsis o Spanoulis, eran apenas unos críos con grandes referentes a los que imitar y emular. Un año después de la proeza, el baloncesto griego había multiplicado ¡por cuarenta! el número de sus licencias federativas. Ahí es nada. 

Tkachenko, Sabonis y la antigua CCCP

$
0
0

Año 1972. Plena Guerra Fría, la CIA y la KGB. Estados Unidos y la Unión Soviética se disputan el mundo. El deporte se sobredimensiona y no escapa al enfrentamiento entre las dos grandes potencias.

El 1 de septiembre, tras 34 años de reinado soviético, Bobby Fisher, probablemente el mayor genio que haya dado la historia del ajedrez, se imponía en Reikiavik a Boris Spassky y su tropel de 36 grandes maestros. En el ciclo de candidatos había dejado a cero, en un hecho sin precedentes, a los maestros Taimánov y Larsen. A la capital islandesa, después de varios desplantes, acudió sólo, tras una llamada de Henry Kissinger. Después de múltiples exigencias y arbitrariedades, no asistió a la presentación del torneo, llegó 6 minutos tarde a la primera partida que perdió y alegando que le molestaba el sonido de las cámaras se negó a jugar la segunda. Remontó ese 2-0 en contra y tras un mes y medio se hizo con el título. No volvió a jugar ningún torneo oficial. A pesar de los 5 millones de dólares que ponía como bolsa el dictador filipino Ferdinand Marcos, rehuyó defender el título en 1975 contra el nuevo genio ruso Anatoli Karpov. Paranoia, miedo a perder, quien sabe… 

En 1984 el joven Gari Kasparov disputó el Campeonato Mundial a Karpov en el inicio de una de las rivalidades más notables de la historia del ajedrez (sólo comparable a la vivida en la primera mitad de siglo por Capablanca y Alehkine) y del deporte. El novel acusó los nervios y perdió las cinco primeras partidas, pero reaccionó y se hizo con las tres siguientes. Tras 6 meses y un día se anunció la suspensión del campeonato, que volvió a celebrarse en septiembre en Moscú al mejor de 24 partidas. Kasparov se coronó con 22 años y estableció un nuevo orden. Era el símbolo de la Perestroika. Gari retuvo el trofeo en las ediciones del 86 y del 87. La celebrada en Sevilla tuvo una cobertura mediática sin parangón: la última partida retransmitida en directo por TVE por el gran Leontxo García alcanzó una audiencia de 13 millones de espectadores. En el 90 en Nueva York y sin banderas de por medio por exigencias de Kasparov a la gresca con el régimen, conservó el título. Cuando años después Gari, feroz opositor a Putin, fue encarcelado, Anatoli fue de los pocos que intentó visitarle y eso no lo ha olvidado el azerbayano por muy enemigos que fueran delante del tablero. 

Los Juegos Olímpicos de 1972 celebrados en Munich quedaron marcados por tres hechos: terroristas palestinos con el sobrenombre de Septiembre Negro entraron en la Villa y retuvieron y asesinaron a varios deportistas israelíes, el nadador Mark Spitz obtuvo 7 medallas de oro y la URSS ganó el título de baloncesto en la final más polémica del olimpismo.

Así es, el 9 de septiembre (8 días después de la pérdida del cetro ajedrecístico) los soviéticos, repararon la afrenta. Doug Collins había puesto por delante a los yankees a falta de 3 segundos con dos tiros libres. Kondrashkin, que en los días previos a los Juegos sustituyó a Gomelski ante el temor de que éste, según un soplo de la KGB, pidiera asilo a los israelitas, solicitó tiempo muerto que no le fue concedido. Transcurrieron dos segundos, sacaron de fondo y el balón tras tocar en un jugador ruso salió del campo. Los americanos se abrazaron celebrando la victoria, pero el secretario general de la FIBA, William Jones ordenó retrotraer el cronómetro a esos 3 segundos. Edeskho dió un pase de canasta a canasta, Forbes y Joyce se entorpecieron en el salto y Alexander Belov anotó bajo el aro. La URSS ganó 51-50. Durante el tumulto, el entrenador derrotado, Henry Iba, perdió la cartera. Esas medallas de plata están guardadas en un banco de Zurich. Los estadounidenses, que volvieron a la patria como los soldados de Vietnam, se negaron a recogerlas. 

Nuestros personajes de hoy nacieron en la antigua Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas y tienen en común su desmesurada altura y una carrera lastrada por las lesiones. El relato no podría titularse “Lucha de gigantes” como la maravillosa canción de Antonio Vega, pues aunque se enfrentaron con sus respectivos clubs, no rivalizaron como sus compatriotas ajedrecísticos. Compartieron selección y marcaron una época, pero su reinado podía haber sido más extenso y prolijo de haberles respetado la salud. Son dos grandes, dos gigantes: Vladimir Tkachenko y Arvydas Sabonis. 

Valodia

Si por la época la RAE (Real Academia Española de la Lengua) hubiera andado más viva, habría incluido como sinónimo de gigante el término Tkachenko, pues todo patio de colegio que se preciara tenía algún chico muy alto y desgarbado al que le apodaban de esa guisa. 

Vladimir nunca pasó desapercibido. Ruso de Sochi, en la parte oriental del Mar Negro, desde niño (que no pequeño) su largura llamó la atención: 1,90 metros a los 12 años, 2,12 a los 15, para pararse en 2,21 a los 19 y un 64 de pié. Curiosamente su primer torneo grande fue en Santiago de Compostela: obtuvo la plata del Europeo junior de 1976 y su primera nominación en un quinteto ideal junto a nuestro Juanma Iturriaga, en lo que serían el mostacho y la barba más reconocibles del basket europeo durante tres lustros. Ese mismo año acudió a los Juegos Olímpicos de Montreal donde los americanos de Dean Smith recuperaron el oro. Rusia cayó en semifinales (con dos puntos de Tkachenko) ante la gran Yugoslavia comandada por un imperial Kikanovic que anotó 27 puntos y se hizo con el bronce a costa de la débil Canadá (8 puntos del gigante). Hasta la irrupción de Ricky Rubio en Pekín, Tkachenko era el medallista olímpico más joven del deporte de la canasta con 19 años. 

En el Europeo del 77 de Ostende se convirtió en el principal quebradero de cabeza del maestro Nikolic, pero el buen trabajo de las torres balcánicas, Jerkov, Radovanovic y especialmente Cosic con 19 rebotes equilibraron el poderío interior ruso. Fue el mejor de su equipo (16 puntos y 18 rebotes en la final) y máximo reboteador del campeonato, pero no evitó que Yugoslavia ganara holgadamente (74-61) con Dalipagic como jugador más valorado de la cita.

Al año siguiente en el Mundial de Filipinas, se reprodujo el resultado, pero con un desenlace más emocionante. Sergei Belov había ajustado el marcador con tres canastas consecutivas y Myskhin forzó la prórroga, pero la quinta falta de Vladimir tras el salto inicial marcó el devenir del encuentro. Los yugoslavos se colgarían el oro tras el 82-81 y el ruso sería elegido otra vez en el quinteto ideal, tras ser la principal baza ofensiva soviética al promediar 14,6 puntos. 

El 79 sería su año de gloria en el Europeo de Turin. Pese al tropiezo inicial ante España, en el que la dupla Tkachenko (20 puntos) y Belostenny fue bien sujetada por los postes hispanos, Santillana (24 puntos) y De la Cruz (23), los soviéticos se rehicieron ante sus rivales más enconados. Los yugoslavos les habían derrotado desde 1973 las últimas once veces que habían jugado, pero los rusos les tenían muchas ganas. Su dominio reboteador (19 rechaces más que los eslavos) y la aparición de un joven Tarakanov fueron decisivos para su victoria. En el último partido de la fase inicial se impusieron a la escuadra local con 23 puntos de Tkachenko y otros tantos de Myshkin. Una serie de sorpresivos resultados arrojaron un finalista advenedizo en estas lides, la Israel del gran Miki Berkowitz, que nada pudo oponer ante el arsenal soviético. Tkachenko redondeaba su enorme campeonato con 29 puntos que le convertirían en el MVP. A final de año la revista la Gazzeta dello Sport le reconocería como Mejor Jugador Europeo del año con tan sólo 22 primaveras. 7
La Olimpiada de Moscú 80 traería el mayor fiasco del baloncesto soviético. En los meses previos a la disputa de los Juegos, Vladimir se hizo un corte muy feo en su mano derecha que le limitó durante los mismos. Italia les eliminaría en semifinales, la gran Yugoslavia subiría a lo más alto del cajón y la URSS se tendría que conformar con un bronce que traería represalias internas, por ejemplo para Belov que tras prender la antorcha olímpica en el Estadio Lenin, fue apartado de la selección, ignorado en el proceso sucesorio inmediato a Gomelski y suprimida su pensión como deportista emérito. Eran los tiempos duros de Breznev.

Praga volvió a ser testigo en el 81 de una nueva final entre la URSS y Yugoslavia. La primera generación de oro balcánica estaba dando sus últimas bocanadas. Los soviéticos se harían con su decimotercer título, segundo consecutivo, con desahogo y relativa sorpresa, pues la incorporación de Valters les había dotado de una velocidad hasta entonces desconocida al contragolpe. Valters, Kikanovic, Dalipagic, Myskhin y Tkachenko compondrían el quinteto del campeonato.

Gomelski, El Zorro Plateado, urdió un plan para atraer a las dos torres gemelas del Stroitel de Kiev, al TSKA, el equipo del ejército rojo: los llamó a filas. En verano el Mundial 82 de Colombia supuso su último gran cénit como jugador. Sus 12,6 puntos por partido resultaron vitales en la captura del oro tras el tiro final errado por Doc Rivers y la exhibición (31 puntos) del finísimo Myshkin. Un espigado príncipe lituano empezaba a despuntar y se vislumbraban serios achaques en Vladimir que ya nunca le abandonarían. Se perdió el Europeo de Nantes y el boicot impidió su presencia en Los Ángeles. En la cita europea de Stuttgart, Rusia fue un rodillo, pero sus limitaciones físicas y el empuje de los nuevos valores (Volkov, Tikhonenko) empezaban a relegar a Valodia. En España sólo actuó la mitad de los encuentros mundialistas y Atenas 87 representó su despedida de la selección, rindiendo a buen nivel, pero sin poder impedir que el Dios Gallis situara a Hellas en lo más cúspide. 

El corpachón de Tkachenko no tomó ningún tren moderno de vía estrecha. El aperturismo de Gorbachov le cogió mayor y mermado. El AVE de la NBA al que se subieron con éxito sus compañeros Sabonis y Marciulionis no pasó por su puerta: hasta Seúl los estadounidenses apenas se detenían en los escaparates del baloncesto europeo. Su salida al exterior en 1990 lo trajo a Guadalajara, entonces filial del Madrid. Wayne Brabender, entrenador blanco, dio el visto bueno a su contratación por 3 millones de pesetas oficiales (dicen que 10 reales), pensando en él como alternativa en un momento dado a Stanley Roberts. No se dio el caso. Realizó una notable temporada (15,7 puntos y 8 rebotes), llegando a liderar la 1ª B para terminar en cuarta posición. Sólo fue un año, pero dejó un gran poso entre los alcarreños. Su cuerpo dijo basta, la espalda le machacaba y las rodillas y los tobillos ya no le sostenían. El deporte de élite exprime los cuerpos, los lleva al límite y sin el descanso y los cuidados debidos, los esfuerzos pasan factura. En cierta ocasión el gigante, permaneció un buen rato inerte en la cancha sin poder levantarse; una hernia de hiato y otra de disco se lo impedían. 

Como verán por los datos de hemeroteca, Tkachenko fue un tío grande de este juego que marcó una época, aunque un tanto efímera. Ha sido injustamente relegado, no se le ha puesto en valor. No era un simple reclamo por su descomunal físico. La Rusia de esos años llegó a jugar para él y para sus terroríficos aleros que le circundaban. Si ganaba la posición dentro, aunque con un repertorio de movimientos limitado, era imparable. Taponaba y dominaba el rebote con claridad. Al final de sus días ganó mano y por la Alcarria hasta se atrevía a lanzar triples con cierta puntería. Hace poco se le vio vetusto y encorvado en un encuentro de los veteranos del CSKA y el Zalgiris que no pudo disputar.

Sobre él se cuentan mil anécdotas. Entraron a robar en su casa mientras dormía y los ruidos le despertaron; cuando se enfrentó a los cacos, éstos huyeron despavoridos de tal manera que uno llegó a saltar por la ventana (de un tercer piso) y se rompió unos cuantos huesos. Las autoridades del Telón de Acero le detuvieron por evasión de divisas (por la época era muy común entre los jugadores soviéticos cambiar pantalones vaqueros por caviar en sus viajes y venderlos a su llegada a la patria para sacar unos cuantos dólares de contrabando, pero al que le cogían…); así se tiró un par de años castigado sin salir de Rusia. Iturriaga relataba en sus memorias que la expedición madridista contempló sorprendida como Tkanchenko esperaba cola en la parada del autobús para volver a su casa a la salida de un partido que acababan de disputar. Juan De la Cruz contaba un día que era tan grande que en cierto lance notó que le oprimía a ambos lados de la cintura, pensando que le tenía agarrado con las dos manos; cuando se giró comprobó asombrado que una de ellas la tenía en alto y era la otra la que le atenazaba y abarcaba todo su talle. Chechu Biriukov alucinaba viéndole subido a un toro mecánico en la Sala Macumba de Madrid… 

En fin, un gigante inmerecidamente postergado, arrinconado en el desván de los vagos recuerdos.


Sabas

El amigo Sabonis me acompañó un montón de años al colegio. Sí, es verdad, mi carpeta iba forrada por la foto de Nuevo Basket en la que destrozaba el tablero del antiguo Pabellón de la Ciudad Deportiva del Madrid. Si mérito tuvo el chaval, más le doy a Del Corral por ponerse debajo (qué huevos tenías Alfonso).

Llamándose Arvydas Romas Sabonis podía pasar por un personaje de La Princesa Prometida. En su niñez parecía encaminar sus pasos hacia el mundo del ajedrez o la música hasta que se cruzó en su camino Juri Fiodorov y cambió el destino del cuento. Se trataba de un formador excepcional, un entrenador de baloncesto de método universal, que no etiquetaba a los chavales por su estatura, sino que intercambiaba sus posiciones en el campo y planteaba sus ejercicios de técnica individual para todos por igual. Le tuteló desde los 12 años. Otro, cuando el adolescente empezó a estirar exageradamente (medía 2 metros a los 13 años, 2,09 a los 15, hasta detenerse en 2,17 en su madurez), hubiera restringido su campo de acción a la pintura, pero Juri no. Sabas era delgado, coordinado, potente y listo. Leía el juego como un base, tenía la mano de un alero de la tierra y los pies de una bailarina del Bolshoi. Lituania, caldo de cultivo de innumerables escoltas de robustas piernas y fina puntería y aleros polivalentes, había descubierto a un pivot capaz de hacer cualquier cosa sobre una cancha. 

La XVI Spartakiada se celebraba en Vilnius y a ella acudían las selecciones de las diferentes repúblicas que pertenecían a la CCCP. La camada de chicos de 1963 y 1964 era excepcionalmente buena. Apunten algunos de los nombres que luego han sonado: Sabonis y Marciulionis acudían por Lituania, José Biriukov era la estrella y capitán de la favorita selección moscovita, Tikhonenko era la principal referencia de Kazajistan, Volkov de Ucrania y Miglenieks de Letonia. Contra pronóstico los locales se harían por un punto con el torneo y Sabonis fue elegido mejor jugador; Chechu Biriukov ocupó la segunda plaza y la derrota la recuerda como una de las más tristes de su vida. Esa generación se presentó en agosto del 81 en Grecia para arrasar en el Europeo Cadete. La Yugoslavia de Drazen Petrovic y la España dirigida por un atónito Miguel Nolis a la que Sabonis le cascó 39 puntos, serían dos de sus víctimas. 

En la temporada 81-82, con 17 años, Garastas lo pone a jugar en el Zalgiris, donde realiza una excepcional campaña, pero pierde la cabeza en el primer partido de play off ante el Dynamo de Moscú, agrede a Govalenko y es sancionado sin poder cumplir el resto de la eliminatoria, que caería del lado de los moscovitas. Gomelski ha detectado su potencial y se le lleva a la selección absoluta para disputar el Mundial de Cali. Toma contacto con el grupo, juega 5 de los 9 partidos con una media de 9,2 puntos, se pica en concursos de triples con el gran Miskhin, y se vuelve con el título. En junio sus compañeros de la junior se habían llevado por delante a Yugoslavia, 97-87 en la final del Europeo de Bulgaria, con Drazen Petrovic, 42 puntos en la final bien respondidos por los 36 de Biriukov, como MVP.

A iniciativa de Gomelski, la Federación Rusa decide realizar una gira por Estados Unidos en la que competirán contra 12 universidades en otros tantos partidos a lo largo de 3 semanas. El Zorro Plateado quiere foguear a los nuevos talentos e iniciar un proceso de renovación del equipo nacional. Sabonis impresiona al panorama baloncestístico americano. Promedia 18 puntos y 9 rebotes, supera (con 25 puntos, 9 rebotes y 3 tapones) al alemán Uwe Blab en su duelo contra la Indiana de Bobby Knight a la que derrota y pone sobre aviso para los próximos Juegos de Los Ángeles, y hace tablas en su enfrentamiento con el mejor jugador universitario del momento, Ralf Sampson. A los 13 puntos, 25 rebotes y 9 tapones del norteamericano, opone 21 puntos, 14 rebotes y 4 tapones. El viaje supone un gran éxito: sólo pierden 3 partidos, dos de ellos por un punto y el otro tras dos prórrogas y muy casera actuación arbitral en Virginia.

A pesar de sus 24 puntos, un tiro de Epi le deja fuera de la final del Europeo de Nantes donde se ha de conformar con el bronce. Durante el torneo ha destrozado dos tableros y ha entrado por derecho propio en el quinteto ideal del mismo junto a Corbalan, Gallis, Epi y Meneghin. Casi nada, cuando todavía no había cumplido los 18 años.

Pero los soviéticos no guardan medida, ignoran su descanso y le convocan para el Mundial Junior de Palma un mes después y así cierra el verano con otra plata de una quinta que por calidad debería haberlo ganado. Fue una muestra de lo que venía: Villacampa, Montero, Binelli, Pichi Campana, Schrempf, Marciulionis, Thikonenko, Volkov, Sokk, Andrew Gaze, Kenny Walker…

El boicot ordenado por Andropov nos dejó con las ganas de saber qué hubiera pasado en Los Ángeles, si el rodillo ruso (tras apalizar a todos sus rivales en el Preolímpico de París) hubiera podido con la selección universitaria de Michael Jordan y Pat Ewing, marcialmente dirigida por Bobby Knight.

La campaña 84-85 trajo varios regalos para Sabas. Su tío, carpintero de profesión le obsequió con una cama nueva de 2,30 metros tras ganar la Liga con el Zalgiris, después de transcurridos 51 años desde la última. En junio se corona como el Mejor Jugador del Campeonato Europeo de selecciones celebrado en Stuttgart: en semifinales le hace un roto de 33 puntos a Italia (al descanso llevaba 26) y no tiene piedad con Checoslovaquia en la final, a la que endosa 23 puntos. La URSS también triunfa en la Universiada de Tokio con canasta postrera de Chomicius. El único desengaño le vino en primavera, en Grenoble, donde el Barsa de Mike Davis, Otis Howard y Manolo Flores le arrebata la Recopa. 

La tristeza de la dura derrota frente a su odiada Cibona de Petrovic en mayo del 86 cuando se le cruzaron los cables y se autoexpulsó tras una agresión a Nakic, vendría parcialmente compensada dos meses más tarde en el Mundial de España. En semifinales, la URSS se enfrentaba a los plavi: tienen el partido perdido a falta de 49 segundos con 9 abajo; Sabonis anota un triple a tablero, Tikhonenko otro, Divac comete pasos y Valters sobre la bocina con otro lanzamiento de 3 puntos lleva el encuentro al tiempo extra. El Palacio de los Deportes de Madrid es una locura: ¡Rusia, Rusia! grita la enfervorizada hinchada (quién lo hubiera supuesto algo más de una década antes). Acceden a la final y caen frente a USA personalizada en el marine David Robinson y el diminuto Tyrone Bogues.

La cuerda se tensa hasta que… se rompe

Durante la preparación del Mundial había sentido molestias en su tobillo derecho. En Tenerife hace un parón en los entrenos y en San Sebastián le diagnostican una rotura fibrilar en el talón de Aquiles. Recae en el inicio de la campaña 86-87 y apenas juega con su equipo: su participación se limita a la Copa de Europa y a la final de liga ante el TSKA. A tres semanas del Europeo de Atenas, se rompe el talón del pié derecho en la concentración de Novogorsk. Le opera el Dr. Vestutis Vitkus que le cose minuciosamente el tendón roto con finísimos hilos sintéticos. Al poco de retirársele la escayola, se cae por las escaleras de su casa y se lo vuelve a destrozar, necesitando una segunda operación. En el lento proceso recuperador le ayuda Aleksandras Kousakas, antiguo preparador de atletas de campo a través, con el que combina la natación, waterpolo y el remo (Arvidas llegaba a tener un ritmo de paladas de 42 por minutos, superior al de algunos integrantes del equipo nacional). 

Gomelski se mueve entre bastidores y recaba la ayuda de los americanos. Ted Turner, propietario de los Atlanta Haws y de la CNN, media con los Blazers, que le habían escogido en el puesto 24 de la primera ronda del draft. Se desplaza hasta Portland, donde permanece tres meses y medio en la clínica del prestigioso Dr. Cook “le curé como hubiese curado a un vietcon”, declaraba. En Oregon ponen a su disposición un lujoso apartamento y disfruta de su pasatiempo preferido, la pesca, en el río Clackamas, y practica el remo en el lago Oswego. Lo del idioma es otro cantar “o el aprende inglés o nosotros lituano”, llegan a afirmar desde el club. John Thompson, el entrenador de la universidad de Georgetown que dirigirá el combinado olímpico estadounidense hace suyas las palabras de Lenin “los capitalistas nos venderán la cuerda con que les ahorcaremos”.

Regresa a la Unión Soviética. El juego interior ruso está seriamente tocado: una hernia discal ha dejado fuera de combate a Tkachenko y Belosteny se acaba de recuperar de una lesión de rodilla en un accidente automovilístico. Sólo Goborov y el tierno Pankrasnkin están sanos. Su inclusión en el equipo genera un debate nacional: “si fuera mi hijo no jugaba en dos años”, asevera el Dr. Cook; “no debe jugar, es un riesgo gravísimo”, implora el Dr. Vitkus. Se prueba en un 3 x 3 y entrena con muchísima cautela sin poder apoyar del todo el pié (todavía le restan unos grados para su flexión completa). En contra de la opinión médica lituana, el consejo facultativo del Sports Comité da el visto bueno. Gomeslki deja en su tejado la última palabra: “Es mi pie, pero también mi cabeza. Cuenta conmigo”, responde Sabas dos días antes del viaje a Corea.

El oro (milagro) de Seúl

Se movía como dentro de una pompa de jabón. “No sé como estoy en realidad. No me atrevo a encestar hacia abajo. No juego desde hace dos años”. Bill Wall el “insigne” jefe de la ABA-USA profetiza “tendrá suerte si supera vivo la primera mitad del partido ante Yugoslavia”.

Probablemente Gomelski no haya sido el entrenador más revolucionario de la historia del baloncesto (sus arcaicas trenzas, ochos y tijeras daban ya sarpullidos en la época), pero sí uno de los más listos y el más adecuado para aunar los distintos caracteres y sentimientos de rusos, lituanos, letones, estonios, ucranianos o kazajos. Se ganó el respeto de sus jugadores. A un grupo lleno de talento le convenció de la importancia de Sabas, que marcaría de manera determinante el ritmo a jugar durante el torneo. A una batería de letales tiradores (Kurtinaitis, Chomicius y Tarakanov) se le unía la fortaleza y el poder de penetración de Marciulionis y la versatilidad de Tikhonenko y Volkov. A la derrota inicial ante Yugoslavia no le dieron excesivo crédito. Lo vital era ir cogiendo tono y que Sabas fuera creciendo. La victoria contra Brasil les dio alas para el enfrentamiento en semifinales ante Estados Unidos. La defensa yankee había resultado asfixiante para sus rivales, pero no contaban con tiradores de solvencia. Sabonis y Volkov se convirtieron en el arma secreta para ayudar a Sokk y Miglienieks (que habían tomado el relevo del indisciplinado Valters, al que Gomelski no había llevado a los Juegos) en la salida de la presión. La URSS con un sólido Sabonis (13 puntos y 13 rebotes) derrotaba a la advenediza USA en un día aciago para David Robinson y Danny Manning (0 puntos). Su entrenador John Thompson echaba balones fuera y señalaba con el dedo acusador a los Blazers que habían recuperado al gigante lituano, y a los Haws, Bucks y distintos equipos universitarios que se habían enfrentado a los rusos a lo largo de los últimos años. 

En la final si se vio algún asiento vacío era porque los estadounidenses habían comprado catorce mil de las veinte mil localidades del aforo. A la misma llegaron los soviéticos con el convencimiento único de la victoria. Tras el inicio fulgurante de los yugoslavos (12-24), Sabonis echó el candado a la zona para completar una actuación descomunal (20 puntos, 15 rebotes y 3 tapones en 37 minutos) y Marciulionis hizo mella desde el perímetro (21 puntos). La URSS se hacía con un nuevo entorchado olímpico apoyada en un gigante que meses antes estaba postrado en una silla de ruedas. Probablemente la larga convalecencia le hizo entender a Sabas, al que se le había acusado antaño de cierta dejadez, displicencia o apatía, de la importancia de lo que significaba el baloncesto y volvió mentalmente mucho más fuerte. Incluso en la sala de espera del control antidoping, con unas cervezas de por medio, restañó viejas heridas con Drazen Petrovic, que esta vez se portó como un señor “para que alguien juegue como Sabonis, en las condiciones que ha tenido que reaparecer, se necesita ser un superjugador” , declaraba el genio de Sibenik.

La Perestroika

La reconstrucción iniciada en 1985 por Mijail Gorbachov trae consigo la glasnost (la apertura) hacia el exterior del régimen comunista soviético, la independencia de sus principales repúblicas y la salida de sus mejores deportistas. Si bien las condiciones iniciales son un tanto leoninas para sus protagonistas. En el caso de Sabonis lo que pagó el Forum por él y por Chomicius (casi un millón de $) a través de una firma de colonias, Victor di Milano, se dividió en tres partes: una para Moscú, otra para Lituania y el Zalgiris, y un 20% (lo normal era solamente el 10) para los jugadores. 

De esta manera el presidente del Valladolid, Gonzalo Gonzalo, lo trajo a España en una operación maquiavélica en el verano del 89, recordado además por la incorporación al equipo de Miguel Juane a través del Decreto 1006 por primera vez en el deporte español. Los desvelos diarios del fisioterapeuta Miguel Ángel Salcedo y el doctor Javier Alonso le rehabilitaron definitivamente. Éste ha labrado una estrecha amistad con Sabas. Cuenta que para su tratamiento diario era conveniente no haber desayunado, pues había que tener mucho estómago para ver el tobillo amoratado y ensangrentado cada mañana. El gigante le invitó a su boda en Kaunas y según relata en una entrevista en Gigantes se tiró 15 días borracho; le era imposible encontrar otra bebida que no fuera coñac, champán o fundamentalmente vodka. Una mañana en Pucela, el médico tuvo la ocurrencia de montar en el ascensor con la madre del artista (la buena señora pesaba 150 kilos), el aparato no aguantó la carga, cedió, se descolgó, y no se mataron de milagro. 

Fueron 3 años a orillas del Pisuerga llevando a los pucelanos a los play offs por el título y otro trienio en la Casa Blanca. Los madridistas recuperaron la hegemonía perdida: hicieron doblete el primer año (llevaban 6 temporadas sin catar la Liga), se llevaron el título liguero el segundo y conquistaron la añorada Copa de Europa en el tercero. Algunos directivos merengues objetaban continuamente que el lituano ganaba mucho (cierto, cobraba mucho más que Radja en Roma o Danilovic en Bolonia), pero la sección no ha vuelto a pasar por un periodo tan florido desde entonces. Probablemente ha sido el mejor jugador que ha pasado por la ACB: sus números así lo demuestran: 20,3 puntos, 12,4 rebotes y ¡28 de valoración! así lo demuestran.

A principios de los 90 se reunió con Juan Antonio Samaranch y logró acelerar el proceso para que su Lituania compitiera en los Juegos de Barcelona 92 donde alcanzaron la medalla de bronce frente al Equipo Unificado de la desmembrada Unión Soviética. Sabas se salió con 27 puntos y 16 rebotes para preservar el orgullo patrio. 

En el 95 se quedó con las ganas de conseguir el Campeonato Europeo de selecciones celebrado en Atenas, con su recién creado estado. Yugoslavia volvía a las competiciones internacionales tras las sanciones de la ONU. La final es recordada como uno de los mejores partidos de baloncesto del Viejo Continente. Divac, Danilovic, Djordjevic y Bodiroga desafiaban a Sabonis, Marciulionis, Karnisovas y Kurtinaitis, entre otros. Fue el encuentro de los 41 puntos con 9 de 12 en triples de Sasha Djordjevic, de los 32 puntos y 6 asistencias de Marciulionis, de los 26 puntos y 17 rebotes de Sabonis, y de los 23 puntos de Danilovic. Fue el partido del lamentable arbitraje del norteamericano Toliver, que irritó de tal manera a los bálticos que a falta de dos minutos y medio se negaban a continuar jugando tras la discutible falta de Strombergas sobre Savic y la posterior técnica al banquillo lituano. La conversación entre Djordjevic y Marciulionis recondujo la situación y terminó el choque con la victoria balcánica por 96-90.

La NBA

Cruzó el charco tras haberlo ganado todo en Europa a la “temprana” edad de 30 años e impactó en la Liga desde el primer momento. “Tiene un sentido único del juego. Puede hacer lo que ningún grande: anotar desde fuera, desde dentro y pasar… pero no el pase fácil, el que todos hacen”, habla Magic Johnson. “Sin lesiones hubiera sido mejor que David Robinson, hubiera sido 10 años All Star”, turno de Radja. “Era un Larry Bird de 2,20”, cierro con Bill Walton. 

En su año de debut quedó en segunda posición en las votaciones por los galardones de Rookie del año y Mejor Sexto Hombre, tras Damon Stoudamire y Toni Kukoc, respectivamente, y lideró diez categorías estadísticas entre los novatos.

Su estado físico limitaba sus minutos en cancha, pero siempre estaba en juego cuando se cocían y decidían los partidos. Lo más lejos que llegó con los controvertidos Blazers (en plantillas llenas de excepcionales y polémicos jugadores) fue la final de la Conferencia Oeste de la temporada Oeste ante Lakers. En el Forum, con 3-3, desperdiciaron una diferencia de +15 y un cuarto por jugarse. Mike Dunleavy se durmió ante la reacción angelina y su equipo encajó un parcial de 13-31 para palmar por 8.

Después de 6 temporadas en Oregon abandona el baloncesto y se instala en Torremolinos donde se toma un año sabático, teniendo la extraña sensación de “levantarse por las mañanas y que no le doliera nada”. Los Blazers, que le adoran, le tientan nuevamente y juega un año más para ellos a razón de 10 millones de $, con la clausula contractual de no actuar más de 20 minutos por noche.


Despedida y susto

Rozando los cuarenta, quiere jugar un último año (2003-2004) para su Zalgiris, al que regresa tras 14 años para hacerle Campeón de Liga. Es designado Mejor Jugador de las dos primeras fases de Euroliga. Son eliminados en cuartos por el Maccabi tras dejarse levantar un partido imposible en Tel Aviv: a falta de 2 segundos ganaban 91-94 y Giedius Gustas dispone de 2 tiros libres que falla; los israelitas sacan de fondo, pues Tanoka Beard había invadido la zona, y un triple de Derrick Sharp conduce a la prórroga en el último segundo. Los macabeos ganaron el partido y la Euroliga. Increíble, como las estadísticas de Sabas en su último partido en competición europea: 29 puntos, 9 rebotes, 3 asistencias, 4 triples y 39 de valoración. Brutal.

Ese año recogió parabienes y admiración de todas las canchas donde jugó. En Atenas, un hombre se le acercó y le entregó un ramo de flores: “Esto es de parte de la afición griega”. 

En 2011 nos dio el susto padre. Tras jugar una pachanga se encontró mal. Le dio un infarto y le salvaron la vida de milagro. Fue nombrado por unanimidad Presidente de la Federación de Baloncesto de Lituania, donde le idolatran. No me extraña, cuentan que al poco de independizarse prestó 10 millones de $ a su recobrada nación para construir hospitales, colegios, etc.

Algunas veces comenta que no puede ver videos de cuando tenía 17 años porque se echa a llorar, pero cuando echa la vista atrás está contento “nadie que tuvo dos roturas en el talón de Aquiles estuvo jugando a ese nivel tanto tiempo”.

Nunca nadie en Europa jugó tan bien desde tan alto. Nunca nadie en el mundo tuvo semejante lectura del juego desde tamaña atalaya. Nunca. Never, never, never.

La casa de los Martínez (Arroyo, claro)

$
0
0

Para el ciudadano medio español ya madurito, el título inicial del artículo le traerá a la memoria la magnífica serie (luego llevada al cine) que a finales de los sesenta tenía postrados ante el televisor a millones de personas que seguían las peripecias de la singular familia. Para el avezado en el deporte, el común apellido no necesitaría de la aclaración entre paréntesis, pues sabría que alude a una de las más grandes dinastías que ha dado el mundo de la canasta. El patronímico va asociado al Estudiantes desde su creación y ha perdurado seis décadas después. La saga (como otras tantas en el club: los Bermúdez, Codina, Ramos, Sagi-Vela, Martín, Reyes, etc) merecía un relato, que centraré en su representante más reconocido, Juan Antonio, y sus dos hijos varones, Pablo y Gonzalo.

 
En el principio de los tiempos, que diría Manolito Gafotas, en la postguerra, un grupo de chavales comenzaron a practicar en su instituto un deporte hasta entonces minoritario, el baloncesto. Cautivaron al profesor de latín y jefe de estudios, Don Antonio Magariños, y con su apoyo formaron un equipo y comenzaron a competir a nivel regional bajo el nombre del instituto Ramiro de Maeztu. Problemas logísticos les hizo trasladar durante un año su cancha de juego fuera del centro educativo hacia el cercano barrio de Prosperidad y cambiaron la denominación del equipo, para el que los chicos no se rompieron la cabeza cuando idearon el nombre: Estudiantes, pues todos tenían esa condición. Corría el año 47 y Luis Martínez Arroyo fue miembro cofundador de esa primitiva plantilla, cuyo tesorero y también jugador era José Luis Cela, el hermano del insigne Premio Nobel de Literatura. A Luis se le unió su hermano Manolo en el primer equipo para quedar campeones de la 1ª B . Manolo inauguró una singular tradición: fue el primer “traidor” de la historia del club al fichar por el Real Madrid. Luis jugó nueve campañas para los colegiales y desde la 53-54 ya formaba parte de la junta directiva. La temporada precedente a la de la creación de la Liga Nacional supuso su último año en activo. Su vida seguiría ligada al club como directivo, entrenador del equipo filial u organizador de los campeonatos internos del Ramiro.

En el mismo año, 1944, que Luis había llegado al instituto para iniciar su bachillerato, vinieron al mundo los gemelos de la familia, a los que pronto les entró el gusanillo del baloncesto. Fernando jugó durante 8 temporadas en Estudiantes y luego desarrolló durante años una ingente labor como gerente. Juan Antonio inscribió su primera licencia a los 12 años y es el jugador estudiantil que durante más campañas ininterrumpidas ha jugado en su primer equipo. 

Juan

El chico apuntaba cualidades desde muy joven. Su equipo, dirigido por Roberto Bermúdez, cayó en la final del Campeonato de España de la categoría ante el Madrid entrenado por Ferrándiz (con el que el destino le llevaría a cruzarse en múltiples ocasiones) y que tenía en Pepe Laso y Sevillano a sus mejores jugadores. Con 17 años Jaime Bolea ascendía al senior al pujante escolta, en lo que se presumía una campaña, la 61-62, complicada, tras la salida de Abreu, Podi Codina y Salaberría. Pero Juan se hizo con el puesto de titular, que nunca abandonaría en su carrera, y terminó como octavo máximo anotador del campeonato, lo que unido a la gran temporada de José Ramón Ramos (tercero en la tabla de encestadores) les haría quedar terceros en Liga y llegar a la final de Copa ante el Madrid. El año además pasaría a la historia por la célebre autocanasta de Alocén ordenada por el genial Ferrándiz, que obligaría a la FIBA a cambiar el reglamento. La guinda la puso la convocatoria a la selección junior de Antonio Díaz Miguel para el Europeo de Bolonia, donde el dúo estudiantil tendría una actuación muy destacada para traerse la medalla de bronce, tanto que José Ramón fue el máximo anotador del torneo. Lástima que a mediados de noviembre declinaran la invitación para acudir con la selección absoluta en la exótica gira por Taiwán y Filipinas, pero el viaje les ocasionaba un serio contratiempo en sus estudios. 

El curso 62-63 sería histórico para Estudiantes por el subcampeonato de Liga, las tres victorias sobre sus eternos rivales (que llevaban dos años sin perder) y el título de Copa en San Sebastián. El escenario, el Frontón Urumea, con una parte de su superficie de parquet y la otra de cemento. Para los encuentros ligueros el inteligentísimo Bolea había desplegado una táctica tan simple como eficaz: colocar a sus pivots en las esquinas para alejar de la zona a los pivots blancos, Luyk y Burgess, y que sus talentosos exteriores (Martínez Arroyo, JR Ramos y Chus Codina) pudieran jugar libremente un tres para tres frente a sus equivalentes en el Madrid (Sevillano, Sainz y Emiliano). En la Copa no podían inscribirse extranjeros, por lo que el juego era mucho más abierto e igualado. En la segunda parte, la cuarta falta de José Ramón Ramos (26 puntos) y el tirón en el cuádriceps de Emiliano condicionaron el choque. Juan cogió el testigo anotador (25 puntos), bien apoyado por Codina (18 puntos) para cerrar la victoria (94- 90). Las 15 horas de vuelta en una tartana de gasóleo merecieron la pena. Les esperaba una cena ofrecida por el club ¡con langosta! que algunos cataron por primera vez y el jamón que compró el patriarca de los Ramos, que degustaron todos con voracidad salvo el musulmán “Baby” Mimoun. 

En mayo el trío fue llamado por Joaquín Hernández, a la sazón entrenador entonces de la Selección Española y del Real Madrid, para disputar el Pre-Europeo ante las débiles Libia y Portugal, en lo que constituyó la primera de las 70 internacionalidades de Juan, con 8 puntos en su debut. Ese otoño del 63 resultó de lo más convulso. Hernández los citó nuevamente para los Juegos del Mediterráneo de Nápoles que servirían de preparación al Europeo de Wroclaw posterior, pero Ramos y Martínez se autoexcluyeron para acudir a sus exámenes de septiembre. Anselmo López intercedió en su favor y pudieron incorporarse al grupo en semifinales. El torneo concluyó con una exitosa plata que suponía 6.000 pesetas para cada jugador. Pero la bula obtenida no fue del agrado del entrenador que sometió al voto de los jugadores el reparto de la parte de la prima proporcional de los dos jugadores ausentes en esos tres primeros partidos: el plebiscito sólo recogió el voto en contra de Chus Codina. El ambiente se enrareció, haciéndose palpable el antagonismo Estudiantes-Madrid, Anselmo López-Raimundo Saporta. En Polonia tras un aterrizaje milagroso del Dakota, al que Alfonso Martínez se negó a volver a subir, afloraron las desavenencias: los jugadores y técnicos rechazaron el lúgubre hotel escogido y se marcharon al de los directivos; el terceto estudiantil compartía habitación triple y almorzaba en una mesa separada del resto; Codina tras el partido contra los rusos le cantó las cuarenta a Hernández en el vestuario y fue apartado del grupo. A todo esto se añadirían más contratiempos a lo largo del campeonato: Juan Martínez Arroyo pilló una gripe que le tuvo postrado en cama y sólo pudo comparecer el último día ante Bélgica, Buscató también cogería un buen resfriado, Lluis se rompería el tobillo izquierdo, Monsalve se dañaría una cornea y Sevillano se lastimaría un tobillo. El séptimo puesto final (con Emiliano designado como mejor jugador) suponía el liderato de la Europa Occidental, pero quedó la incógnita de saber a dónde se hubiera llegado de mediar una mejor convivencia y no establecerse un hospital de campaña en mitad de la competición.

En una decisión sin precedentes y del todo errónea e injusta, la directiva colegial enseñó la puerta de salida a Jaime Bolea para ofrecer el cargo de entrenador-jugador a Chus Codina y así evitar que el base aceptara una suculenta oferta del Reus. Como en la época los jugadores del Ramiro no cobraban, los dirigentes disfrazaron la propuesta bajo esa nueva fórmula. Para dar la razón al Madrid, que había pretendido ficharle ese verano, Juan se estrenó en la siguiente Liga con victoria ante los blancos. En la vuelta se marcó un partidazo, aun con derrota, haciendo 28 puntos en el Frontón Fiesta Alegre en el primer encuentro televisado en la historia del Estu. 

El experimento duró un año. Se marchó Codina y la junta directiva, contraria a la idea del patrocinio y el profesionalismo, dimitió en pleno. Anselmo López presidió una junta gestora y evitó la desaparición del club, a la vez que tuvo el buen ojo de ofrecer a Juan Martínez Arroyo trabajo en una de sus empresas, Transfesa. Se puso en manos del preparador físico, Francisco Hernández, la dirección del equipo; no llegó a estar cómodo con las cuestiones técnicas y a mitad de año presentó su dimisión, pero los jugadores le obligaron a reconsiderar su postura. Los chicos estaban como toros y se terminó en una muy meritoria cuarta plaza. Juan Martínez Arroyo y José Ramón Ramos fueron convocados por Ferrándiz para disputar con la selección el Europeo de Tiblisi y Moscú, donde el alicantino cosechó uno de los pocos y sonados fracasos de su vida deportiva.

En la temporada siguiente, 65-66, José Hermida accedió a la presidencia colegial y fichó a un mago, a Ignacio Pinedo, posiblemente el mejor entrenador de la historia del club. Así lo asegura Juan en el artículo titulado El irreductible que le dedicó J. Dioni López en ACB.com “Es el entrenador de más calidad que he tenido. Tenía las ideas muy claras para adaptarse a las altas y bajas y todos los años confiábamos en que a él se le ocurriera algo”. El excepcional e imprescindible trabajo “Club Estudiantes, 60 años de baloncesto” lo ratifica: “Pinedo no era amigo de tácticas”. Decía: “Como esos dibujitos que hacen en la pizarra hago yo cien en media hora…” “Hay que elegir a los once mejores posibles y a uno que toque muy bien la guitarra”. Y encontró un músico excepcional en Juan Antonio Martínez Arroyo, al que hizo capitán y trasladó del puesto de escolta al de base, convirtiéndose en el más inteligente director de orquesta de la época. De su batuta saldría el baloncesto inteligente que el aire tranquilo del donostiarra preconizaba, con una fuerte defensa, un ritmo endiablado, un ataque sencillo aprovechando las cualidades de los suyos y un factor motivacional imprescindible para que el jugador se creyera el mejor. Listo como pocos, cuentan que cuando iba a salir a entrenar se escondía primero, echaba una miradita para saber si estaban todos y si faltaba alguna de las figuras esperaba un rato hasta que llegaban, haciendo ver que el que se había retrasado era él. Pinedo cada año se reinventaba y encontraba felices soluciones a las bajas que el dinero ajeno ocasionaba, vía fichajes, en su plantilla. Así en la campaña 67-68, con “La Nevera” ya cubierta se alcanzó el tercer puesto y en un partido histórico le destrozó la Liga al Madrid con dos canastas épicas de Emilio Segura, que tres minutos antes había salido por nuestro protagonista, eliminado por faltas. Ese año tres talentos estudiantiles terminarían entre los diez primeros anotadores del Campeonato: Martínez Arroyo (3º), José Luis Sagi-Vela (6º) y Vicente Ramos (9º). Al final de esa temporada se organizó en Barcelona un curioso campeonato mundial para jugadores bajitos (inferiores a los 180 centímetros); al conjunto español de jugones lo dirigía, quién si no, Ignacio Pinedo, con Juan como uno de sus principales componentes. Se alzaron con la plata por detrás de Estados Unidos. 

Las lesiones le diezmaron en la siguiente campaña, excelente para el equipo que ocupó la segunda plaza a una victoria de los merengues: la ausencia de Juan resultó determinante en la derrota en casa por dos puntos. Al final de la misma, Díaz Miguel, a pesar de su maltrecha salud, le convocó para los Juegos Olímpicos de Méjico. Los problemas musculares que arrastraba no le permitieron disputar los encuentros preliminares, pero sí conocería a los míticos Oscar Robertson y Jerry Lucas que formaban parte de un combinado que en Cincinatti se enfrentó a España. Ya en la villa, se puso en manos de José Luis Torrado, entonces masajista de la selección de atletismo y las hierbas y masajes de éste sanaron el isqueotibial de Juan y el bíceps clural del saltador italiano Gentile que obtuvo medalla olímpica. Cuenta la leyenda que a lo largo de los años los emplastes de “El Brujo” casi le cuestan un disgusto, pues en cierta ocasión, enterada la comitiva rusa de las bondades del fisioterapeuta recurrieron al gallego para tratar a uno de sus pivots; la temperatura del ungüento era tan alta que el gigante aulló de dolor, con lo que en segundos entraron dos miembros del KGB provistos de metralletas. A Torrado no se le ocurrió otra cosa para demostrar que las quejas del ruso no eran para tanto que meterse el invento en los testículos… cuando llegó a su habitación le ardía todo. Bueno, el caso es que tras perderse los dos primeros partidos de competición olímpica ante Estados Unidos y Filipinas, que acabó como el rosario de la aurora con paliza a José Luis Sagi-Vela incluida, Juan debutó ante Méjico y jugó otros cinco partidos, siendo clave en la victoria ante Italia en la disputa por el séptimo lugar, realizando probablemente su mejor partido con la selección, de la que se retiraría (junto a Emiliano) tras el triste Europeo de Essen. 

En aquellos años Juan vivió la diáspora de sus más talentosos compañeros: José Ramón Ramos al Picadero, Aito al Barsa, Vicente Ramos al Madrid o su entrañable José Luis Sagi-Vela al Kas bilbaíno, que pagó un millón de pesetas de las de entonces que sirvieron para colocar parquet en La Nevera. En realidad, Lester Leane venía a por la parejita, pero Juan además de ingeniero industrial no tenía un pelo de tonto y le dijo en cheli al americano que nones cuando le ofreció la mitad del salario que a su compañero. Se conoce que los centímetros valían más perras. Fue testigo directo y actor principal en la inauguración del nuevo Polideportivo en 1970. Si en los albores del nuevo milenio Juan Carlos Navarro patentó su “bomba”, tres décadas antes otro Juan registró su célebre “chiribito”: tomaba el balón en el centro de la bombilla, fijaba a su oponente, le engañaba con una finta que hacía caer para atrás al defensor, lo que aprovechaba el base para levantarse en el aire y lanzar al centro del tablero. Eran dos, seguro. Esa fue la primera canasta oficial que vio el Magariños. Estrenó la camiseta con publicidad del llamado Estudiantes Monteverde. Abrió competición europea con el Estu, la Recopa, donde en semifinales fueron eliminados por el Estrella Roja de Asa Nikolic y Moka Slavnic. Colgó las botas y tras 18 temporadas en el club (13 en su equipo senior) recibió un homenaje en octubre del 74, pero esa temporada Estudiantes caminaba por tierras movedizas y la sombra del descenso se hacía más alargada. Se lesionaron los dos bases, Nacho Pinedo y Quintero, y Fernando Bermúdez que había sustituido a Codina pensó en Juan que llevaba 9 meses inactivo. Se reunió con los hermanos Bufalá y entre los tres le convencieron para que regresara. Quedaban siete partidos y había que ganar un mínimo de cuatro (que fue lo que se hizo) para salvar la categoría: la historia siempre traerá la victoria épica en el Palau con 10 puntos y la dirección magistral de Martínez Arroyo. No contento con eso, metió al equipo en la final de la Copa ante el Madrid, en lo que supuso su retirada definitiva… y la de Ferrándiz (tras su décimo primer doblete). Los viejos aficionados estudiantiles tienen en Juan a su Cid particular. 

Juan Antonio Martínez Arroyo encarna la fidelidad a unos colores (Ferrándiz reconoce que fue el único jugador al que no pudo fichar y, como San Pedro, Juan le negó no una sino tres veces). Ejemplifica el baloncesto amateur, pues antepuso sus estudios de Ingeniería Industrial a los cantos de sirena del vil metal e incluso a las convocatorias de la Selección Nacional. Los que tuvieron el gusto de verlo jugar le consideran el base más inteligente de su tiempo y el mejor arquero conocido en la calle Serrano… de su cuerda salían al contraataque las más veloces y certeras flechas en forma de aleros (los Ramos, Aíto, los Sagi-Vela, Victor Escorial…) que se recuerdan por aquellos lares. 


Pablo

Ser los hijos de un mito no ha de resultar sencillo, más si cabe cuando practicas la misma disciplina deportiva que tu progenitor. Ya podían meter 30 puntos y dar 10 asistencias que siempre encontraban la réplica en la grada de algún veterano seguidor que apostillaba “el bueno de verdad era el padre”, pero Pablo y Gonzalo decidieron no entrar en comparaciones y asumirlo con cierta naturalidad. 

Pablo tenía (tiene) especial facilidad para los deportes de pelota (es un excelso jugador de tenis y de golf) con la particularidad de que es diestro para todos ellos, excepto para el baloncesto. Como alumno del Ramiro desde siempre tuvo una pelota naranja entre las manos. Aún conserva nítido el recuerdo de su primera camiseta blanca ¡sí, blanca! con sus letras en rojo y su número 4 en el premini de Estudiantes. Estaba en cuarto de EGB y desde entonces (salvo el año que estuvo en un high school en Miami) fue escalando por todas las categorías inferiores del club. Crecía idolatrando al genial Isiah Thomas, del que tenía un poster en su habitación. En abril del 87 Miguel Ángel Martín le convoca para la selección nacional cadete, pero en verano se suspende el Europeo que había de celebrarse en Grecia. En juveniles coincide con una generación colegial sobresaliente: en enero del 89 ganan la final del prestigioso torneo de Hospitalet al Grupo IFA con un triple en el último segundo de Joe Alonso (una enciclopedia de fundamentos dentro de un cuerpo no demasiado esculpido para el basket que paseó su talentazo durante años en la LEB); Pablo haría 11 puntos y su amigo Alfonso Reyes, nominado mejor jugador, 28. En la primavera, en San Javier, se llevan de calle el Campeonato de España ante el mismo oponente en la final (93-78) con 25 puntos de Pablo, 19 del gran Ángel Castilblanque (qué pena lo de su dolencia cardiaca), 26 de Alfonso Reyes y 12 de Joe Alonso. Todavía le emocionan las palabras de su entrenador, Pepu Hernández, dos horas después: “Pablo, gracias por esto”. Su talentoso y atrevido juego no pasa desapercibido para Wayne Brabender, que le reclama para disputar con la selección junior la Copa Mediterráneo en Venecia (hace un total de 46 puntos y ganan el torneo). Como si se tratara de una premonición, debuta con el primer equipo ese 24 de mayo en el Día del Minibasket en el Magariños ante la Universidad de Arizona del célebre Lute Olson y asiste a la exhibición anotadora de su idolatrado compañero Ricky Winslow que convierte 49 puntos. 

En septiembre se asoma al Torneo de la Comunidad de Madrid y disputa una eliminatoria de Copa ante el Cajacanarias. Para las navidades tras cubrir con el combinado nacional los torneos de El Corte Inglés y el Seis Naciones, es llamado con urgencia por Miguel Ángel Martin para cubrir la baja del lesionado Azofra. Abandona la concentración de Pepinster, se estrena con 2 minutos ante el Grupo IFA y sale tan airoso en los 10 minutos que juega en la victoria en Girona ante el Valvi (72-75) que Miguel Ángel Martín pide un aplauso para él en el hotel y participa en otros dos encuentros ante Villalba y Joventut. Luego de participar en el primer partido de play off en el Palau, una lesión en verano le incapacita para el Europeo Junior de Holanda, del que su amigo Alfonso Reyes regresa como Mejor Jugador. En el estío una cruel enfermedad se lleva a los 46 años al entrañable José Luis Sagi-Vela, compañero durante cuántas tardes de parquet y charla de Juan Antonio.

En la temporada 90-91 ya se fraguaba un gran Estudiantes con el Barsa como verdugo en la final de Copa y las semifinales ligueras, pero fue en el curso siguiente, 91-92, cuando el grupo se doctora. Pablo ocupa el sitio de Antúnez que había emigrado al Madrid, Alfonso Reyes se gana un sitio y Aísa buscaba una oportunidad. Con la media de edad más baja de toda la ACB, jugaban de memoria. 13 victorias seguidas de salida. En la previa de la Copa de Europa Pablo se fractura el tobillo derecho; su falta la suple con solvencia un gran Quique Ruiz-Paz que también lleva el basket en los genes. El Viejo Continente asiste a victorias insospechadas ante rivales de postín: Aris Salónica, Partizán, Phillips Milán… Pero el equipo llega tan justo a la Copa nazarí y con tan poca fe que ni siquiera tiene reservado hotel para el segundo envite. Nacho Azofra se ha magullado seriamente un codo y su concurso parece imposible. El marrón se lo comen Juan Aísa y Pablo. Un triple del primero echa al Madrid de cuartos. Pablo hace el partido soñado en las semis ante la Penya con 17 puntos y una soltura descomunal y el Estu se mete en su segunda final copera consecutiva vistiendo el uniforme posiblemente más bonito azul claro (que representa la rama de letras) – oscuro (la de ciencias) de la historia del Estudiantes. El CAI Zaragoza del “sheriff”, el gran Manel Comas, les espera. Como no hay dos sin tres (y era el torneo de los bases colegiales), el “Cura”, mediada la segunda parte, echa mano de un mermadísimo Azofra, que sin poder tirar y apenas botar, roba dos balones y recarga las pilas de sus compañeros para investirse campeones. La celebración fue de las que hacen época y Pablo se dio el gusto de vivirla con su hermano que había acudido como tercer base. Cuentan que Gonzalo vio muy de cerca el techo del garito con los manteos del grupo. 

Dos días más tarde esperaba en los cuartos europeos el Maccabi en su mítica Mano de Elías. Un punto en la prórroga separa al equipo de la gloria. En la vuelta el vendaval irreverente de los mocosos del Ramiro arrasa a los hebreos. Para el partido de desempate el Palacio se viste de gala: esto es, turbantes, chilabas, velos, gorros,… Quizá en el club no se haya conocido otro ambiente igual (en las imágenes televisivas no se adivinaba un hueco ni en las escaleras). “La Demencia”, la madre de la ciencia, parece dar cabida a todo el pabellón. Pero el partido iba a costar sangre, sudor y muchas lágrimas… de alegría. Fue tosco, trabado y con muchos nervios. Dos acciones fundamentales de Pablo, con 5 descarados puntos seguidos y un robo de balón, ponen al Estu por delante, pero la última posesión es macabea. Bloqueo por línea de fondo para reciba y tire el letal Doran Jamchi, que resbala donde antes había caído Pedro “Picapiedra” Rodríguez y no puede atrapar el balón. El delirio, la locura, el paroxismo. El Estu se va a Estambul chin pun, a Estambul chin pun. Lo vivido a orillas del Bósforo sólo sería una fiesta para los aficionados. La sensación de los jugadores fue otra bien distinta, tras recibir dos palizas y no entrar en ningún momento en los partidos.

Aún sin final feliz, los encuentros de semifinales ligueros ante el Joventut han pasado a los anales del Ramiro. Los madrileños se adelantaron 0-1 en Badalona, pero el daño que les hizo la derrota en Cataluña en el segundo tras regalar dos prórrogas fue irreparable. En Madrid, tablas, un partido para cada uno. En el regreso al Olímpico victoria final para la Penya, con un Estudiantes que llevó ventaja hasta el descanso. Con 21 años Pablo alcanzó su cénit.

El trienio posterior supone un trasiego de jugadores importante con las semifinales ligueras como techo. Al final del primer año termina el ciclo del mejor dueto americano conocido en el club, Pinone y Winslow. Concluido el segundo quien sale es Azofra. El tercero supondría el último de Pablo. Compartiría puesto con su hermano Gonzalo y con “Chinche” Lafuente, pero resultaría un ejercicio de lo más agitado con el cese de Miguel Ángel Martín y el advenimiento de Pepu. La eliminación en dos partidos por el Unicaja marcó el séptimo puesto. Pablo lideraría la clasificación de mejor porcentaje de tiros libres de la Liga, pero su juego no terminó de asentarse y puso rumbo a Cáceres (en el 97 sería pieza importante en el subcampeonato de Copa donde se deshace del Estu). Inicia un lento peregrinar que le conduce al Ciudad de Huelva, al Forli italiano (en el que compartió vestuario con el famoso “Sugar” Ray Richardson) y al Le Mans francés. No cuaja, no se asienta y las continuas lesiones minan su confianza. Con 29 años decide poner fin a su carrera y en 2001 retorna al Estu como coordinador del club deportivo y crea las Series Colegiales bajo un mensaje “Jugar al baloncesto en el colegio será la mejor experiencia de tu vida”. Se suelta como “plumilla” y colabora en distintos medios de comunicación (ya apuntaba maneras en la conmovedora carta de ánimo que en la revista Gigantes dirigió a su compañero Ángel Castilblanque). Codirige TSC, una empresa dedicada al asesoramiento, da charlas en centros educativos y comenta los partidos de Euroliga. Su gran talento le llevó hasta un punto medio del camino “chaval, como quieras ser profesional sin defender, no creo que te dejen muchos años”, le auguraba su padre. En Gigantes hacía una cruda reflexión: “O me faltaba nivel o la gente no confiaba en mí… No podía ir todo el mundo en dirección contraria a mí: si no encontraba un lugar en la ACB o donde yo quería era por algo. Seguramente estuve más tiempo de lo que un niño sueña”.


Gonzalo

El benjamín de la prole también se tiraba horas entre canastas. Y no se le daba mal. En su primer partido federado en el Colegio San Patricio asombró a su progenitor y a su hermano con 28 puntos en la victoria de su equipo 36-31. Desde su diminuto cuerpo dominaba los partidos. Fue estirando, pero se quedó en ciento setenta y tantos centímetros… muy justitos para llegar a la élite, salvo que tuvieras el talento natural, la velocidad, el tiro y la cabeza de Gonzalo. Sus potentes piernas le dotaban de un salto tan portentoso que la metía para abajo. En agosto del 91 acude al Europeo Juvenil de Salónica; en el plantel destaca por encima de todos Ricardo Peral, muy bien escoltado por Alzamora, Escudero, Montaner y Luengo, pero el cerebro del grupo que vuelve con el bronce es Gonzalo, que de paso anota 72 puntos en los 7 partidos disputados. 

El 92 es el año más exitoso en la dilatada historia del Estu, el año de Kobi, de los maravillosos Juegos Olímpicos de Barcelona, donde todos comprobamos que la vida es sueño al asombrarnos con el Dream Team. Ese verano trajo una nefasta noticia para el baloncesto patrio, el “Angolazo” y otra particularmente mala para la familia Martínez: preparando el Europeo de Hungría con la junior, Gonzalo se rompe los ligamentos de su rodilla izquierda. Las lesiones le habrían de limitar y perseguir a lo largo de su carrera. 

Tras la salida de Mike Hansen (un escolta de tiro prodigioso más que un director de juego), Gonzalo compone en la temporada 94-95 la terna de bases del primer equipo junto a su hermano Pablo y Lafuente. En competición europea hace la canasta europea ante el Alba de Berlín, en una suerte que repetiría unas cuántas veces en el tiempo. Pero la hermanada sociedad sólo habría de durar un año: en el verano del 95 Pablo busca nuevos aires y retorna el hijo pródigo, Nacho Azofra. En el último minuto de un partido de pretemporada en Valladolid, Gonzalo choca contra la base de la canasta y se rompe el tendón rotuliano de su rodilla derecha. Su lugar lo ocuparía su amigo y compañero de siempre Paco García y se fichó de urgencia al “Conguito” Jennings. No vuelve a jugar de continuo hasta el curso 96-97: Herreros había partido hacia el Madrid, pero el bloque se recompone y termina en una privilegiada tercera posición. Gonzalo completa una magnífica campaña, pero en agosto del 97 se rompe el cruzado de su rodilla derecha. Otros seis meses, con sus correspondientes días y horas, parado.

Especial protagonismo cobraría Gonzalo en la campaña 98-99. La Korac se disputó en Magariños, y allí toman ventaja los que han vivido su frío y conocen sus traicioneras tablas. En octavos ante el Ruda Slaska polaco muestra sus mejores virtudes, en semis un triple suyo en el último segundo gana el partido en Bélgica, pero Chandler Thompson se hace polvo el cruzado en la vuelta en el momento clave de la temporada. Ya en la final les espera el Barsa que se lleva un revolcón en el Palacio en un partido sublime de los del Ramiro; sin embargo en el Palau los azulgranas voltean la diferencia de 16 puntos que se habían llevado en contra y obtienen el título. En la competición doméstica Gonzalo se sale en el cruce con el Tau Vitoria con 15 puntos en 16 minutos en el tercer partido y 10 puntos, 4 asistencias y 4 balones robados en 17 minutos en el cuarto. El Barsa, su bestia negra particular, les corta el camino el camino hacia la final.

Si en Granada Gonzalo había sido un convidado, en la Copa del 2000 en Vitoria fue ya un actor principal en el título y la coronación de los hermanos Reyes. La visita a Magariños de Pablo (10 puntos) con el Le Mans condujo a un singular duelo fraternal con 8 puntos de Gonzalo. Las semifinales europeas ante Unicaja y domésticas ante el Madrid enmarcarían un gran año (mira que si Adecco aprovecha el cierre patronal USA para traerse a Michael Jordan…) con el sabor agridulce del tiro fallado bajo aro por Thompson en el Pabellón blanco. El Madrid ganaría la Liga y tentaría al pequeño de los Martínez y a Felipe Reyes para cambiar de acera. 

En junio del 2002 Pepu decide fichar a un base americano, Corey Brewer, y Pedro Martínez le invita a dirigir su proyecto en el Gran Canaria. Gonzalo, con el rol de titular, plasma el juego de conjunto diseñado por su técnico y durante tres años entran en play offs practicando un baloncesto rápido, sencillo, ordenado y vistoso. La llegada de Salva Maldonado y el fichaje de Marcus Norris le llevan al banquillo, pero promedia 18 minutos del partido. Un triple final suyo, con 16 puntos (8 de los últimos 13 de los insulares), evita que Estudiantes entre en las eliminatorias por el título. Para el siguiente año los del Ramiro contratan a Pedro Martínez y el catalán vuelve a acordarse de Gonzalo que regresa a su casa. Las cosas no marchan bien y a mitad de año es destituido. Un jovencísimo Mariano De Pablos salva los muebles, pero apenas permanece un año en el cargo. Un triple de Gonzalo da el triunfo ante el Madrid ante la locura de la grada. En la temporada siguiente con el fantasma del descenso apareciendo por el Ramiro contratan a Perasovic que posterga a Gonzalo. Éste no desfallece y sus pinceladas de calidad son decisorias en la increíble remontada (con ayuda arbitral) en enero ante el León. En mayo con el agua al cuello y la nave a punto de zozobrar, el croata se acuerda de Gonzalo en el angustioso partido contra el Menorca en casa: le pone a falta de dos minutos para el descanso y ya no lo vuelve a quitar. Su equilibrada dirección y las heroicidades de Pancho Jasen dan un triunfo agónico. El Estu salva en León la categoría con 7 puntos en 18 minutos de Gonzalo y un partidazo de Sergio Sánchez (30 de valoración). Su último viaje le conduce a Murcia, pero “al comenzar la temporada me di cuenta que no estaba al nivel para aportar al equipo… Cada año me ha costado más jugar porque siempre he estado en desventaja. Progresivamente el baloncesto ha sido más físico y rápido y últimamente veía una inferioridad exagerada que no suplía tan bien con otros recursos que tenía” declaraba tras su precipitada retirada en diciembre a Miguel Panadés en Gigantes, que le definía con gran tino “Un base con carnet”. Su honesta decisión puso fin a una dilatada carrera acotada por su físico y masacrada por las lesiones que no difuminan siquiera la enorme calidad de Gonzalo. Qué merito.

En mayo del 2009 fallecieron, con horas de diferencia, Luis Martínez Arroyo (cofundador de Estudiantes) y Juan Francisco Moneo, presidente del club durante 15 años. “Sal Moneo que esto se pone feo”, le cantaba con gracia La Demencia. Quién sabe si el futuro nos deparará algún chavalito de la estirpe ganando partidos para los del Ramiro. De momento, comparto la pasión de la familia por el basket y alabo el mensaje que Pablo transmite en sus charlas “el baloncesto como herramienta para educar en valores como el trabajo en equipo, el respeto a las reglas del juego, la aceptación de la derrota y la necesidad de esforzarse y de competir al máximo para lograr sus objetivos”. Amén.

Muchas gracias a la familia Martínez Arroyo por el agradabilísimo rato que me dedicó y especialmente a mi amigo Coque que lo hizo posible. 

Historias de Nueva York

$
0
0

Había terminado de releer el “Viaje al centro de la Tierra” de Julio Verne y me quedaban unos días libres en el curro. Necesitaba airearme, evadirme de mi realidad diaria. ¿Dónde voy sólo a estas alturas del año? Era febrero y en Madrid hacía un frío del demonio. Descarté una playa. No me gusta la sensación de volver moreno, cuando el resto anda como terrones de azúcar. Desentona. Y de pronto, se me ocurrió ¿y si me voy al epicentro del mundo? Me dio cierto reparo porque todos mis conocidos volvían enamorados de Nueva York y pensaba que entre tanta alabanza me podía defraudar. Entonces recordé cuando fui a ver 6 meses después de su estreno “El silencio de los corderos”, mascullando “no será para tanto…”. Me encantó, una obra maestra. Así que tomé un avión y salté el charco. Comprobé que con mi inglés de Gomaespuma salía del paso, que era imposible llamar la atención y que había estado en muchos de los lugares que luego visité… en las películas. 

Los primeros días me di la gran paliza. Impresionado por la aldea global, por la urbe cosmopolita, merodeé por el distrito financiero, me defraudó la estrechez de la famosa Wall Street, permanecí un rato sobrecogido en la Zona Cero, divisé alguno de sus más de mil quinientos rascacielos desde el Empire State, enloquecí en el Barrio Chino, patiné debajo del Rockefeller Center con música de Julio Iglesias de fondo, asistí al musical de Cats en Broadway, visioné las últimas noticias en los impactantes rótulos de Times Square, me perdí en alguno de los maravillosos museos de la City, compré ropa para un batallón, quedé seducido por el encanto del barrio de Greenwich con sus universidades y sus coloristas tiendas, estiré las piernas en Central Park, tomé un ferry hacia la Estatua de la Libertad y escuché la historia de la entrada de los emigrantes al Nuevo Mundo en la isla de Ellis. De vuelta a Manhattam paseé junto al río Hudson y me detuve en el edificio de las Naciones Unidas. Cogí el metro que nunca duerme y crucé el famoso puente para adentrarme en Brooklyn, del que retorné al hotel fascinado y exhausto. Me había gastado el dinerito en buenos restaurantes y tomado una copita en ciertos locales de moda. Me quedaban dos días y había estado en casi todos los puntos emblemáticos. Esta es la mía, me dije. Así que entre la neblina que surgía de una alcantarilla atisbé un taxi amarillo y lo paré. Un conductor dominicano me debió calar rápido, pues en perfecto spanglish me preguntó: ¿Dónde le llevo compadre? A cualquier rincón que respire baloncesto, le respondí. ¿Le gusta el basquetbol? Se giró sorprendido Walter, que así se llamaba el taxista. Pues prepárese que hay unos cuántos, chilló el moreno en medio del tráfico. De momento, vamos a la calle 33 esquina con la octava avenida. El Madison Square Garden, la Meca y el hogar de los Knicks. 




Los Knickerbockers

Llevaba un minuto en el auto y el tipo ya me había caído bien. Sin pedírselo había comenzado a contar atropelladamente la historia de los Knicks. Era una enciclopedia al volante, un torrente de datos. 

No son ni el equipo más victorioso (los Celtics) ni siquiera el más glamouroso (los Lakers), pero sí uno de los fundadores de la competición profesional americana que aún perviven, junto a los del trébol verde de Boston y a los Warriors, antaño ubicados en Philadelphia y ahora en San Francisco. Sin su presencia hubiera sido imposible la creación de la Liga y su desarrollo y expansión posterior. Durante la II Guerra Mundial Ned Irish, el propietario del palacio neoyorquino, había organizado con gran acogida encuentros de baloncesto universitario, así que Walter Brown y Al Sutphin, dueños de los equipos de Boston y Cleveland, le convencieron para que se sumara a la nueva idea. Su nombre “Knickerbockers” proviene de los pantalones bombachos que vestían los primeros colonos holandeses de la entonces Nueva Amsterdam. ¿Se los imagina?, se carcajea Walter.

Dos entrenadores han marcado su historia: Joe Lapchick y Red Holzman. 

Joe constituyó toda un referencia en la ciudad pues además de dirigir a los profesionales fue, antes y después, técnico de la Universidad de St. Johns. Un total de 29 años entre ambos y tres subcampeonatos iniciales con los Knicks. 

Holzman los puso en órbita y obtuvo los dos únicos títulos de la franquicia hasta la fecha. Armó un equipo con mayúsculas, de enormes jugadores que antepusieron el juego de conjunto a las individualidades. Baloncesto de manual, con defensa de grupo, movimiento constante de pelota, pantallas para todos, pases extras y tiros cómodos. A Willis Reed, la “Leyenda del Garden”, se le fueron uniendo Walt Frazier y Bill Bradley. Canjeó en un golpe maestro fundamental a Walt Bellamy por Dave DeBusschere (el mejor alero defensivo de la NBA, con una capacidad atlética y de liderazgo fuera de lo común). Junto a Cazzie Russell y Dick Barnett constituyeron el armazón que dio lugar al primer anillo en una de las series más emocionantes de la historia frente a los Lakers de Chamberlain, resuelta en un séptimo partido épico en el Madison. Willis Reed, a la postre mejor jugador del All Star Game, la temporada regular y las finales, no había podido asistir por lesión al sexto en Los Ángeles y su presencia se daba por descartada. Se vistió y salió a calentar y así lo reflejó Marv Albert el speaker del pabellón: “¡Aquí viene Willis! ¡El público está eufórico! Willis pasa por delante de la mesa de anotadores, toma una pelota. Los Lakers han dejado de lanzar, ¡ahora están observando a Willis!” Anotó las dos primeras canastas para luego sentarse y no volver a jugar. Fue el factor psicológico decisivo para sus compañeros, sus enfervorecidos hinchas y sus rivales. Walt Frazier tiró de clase para enmarcar una actuación legendaria con 36 puntos y 19 asistencias. En la calle era un dandy al volante de un Rolls Royce, ataviado con trajes a la última y sombreros de ala ancha. En la cancha a su elegancia natural añadía una defensa feroz. Eficacia y espectáculo todo en uno. A Willis Reed se le caía la baba con su compañero: “El balón es de “Clyde” (apodado así por su semejanza con el personaje de la película Bonnie and Clyde) y sólo nos deja jugar a nosotros durante un momento para que el espectáculo continúe”. Era la primavera del 70 y Walter recuerda emocionado como la gente inundó las calles. “Nunca vi a otro equipo jugar de esa manera”, confiesa nostálgico. Se rasca la cabeza y me suelta: ¿Cuándo todos anotan más de 10 puntos a quién defiendes? 


El siguiente año cayeron sorprendentemente en la eliminatoria ante los Bullets de Baltimore liderados por Earl Monroe, Gus Johnson y Wes Unseld y el título lo conquistaron los Bucks de los míticos Óscar Robertson y Lew Alcindor. Para el posterior ejercicio se reforzaron con Jerry Lucas y Monroe, pero no fue suficiente y los Lakers les hicieron morder el polvo. Fue en la 72-73 cuando se tomaron cumplida venganza de los angelinos, devolviéndoles el 4-1 de la campaña precedente para hacerse con el último título de los neoyorkinos. Esta vez “The Pearl” (“La Perla”) Monroe fue el artista que mandó en la serie. Woddy Allen, al que le va la vida con su equipo “que ganen los Knicks es tan importante como la existencia humana”, le rescata como su jugador predilecto, llegándole a comparar con Marlon Brando. Su dominio de balón, su habilidad anotadora o sus maravillosos lanzamientos en singulares escorzos, hacían de Monroe el mejor instrumentista de jazz en una cancha de baloncesto. Su compañero en los Bullets, Ray Scott, llegó a decir que Dios no podría en uno contra uno con Earl.

Y de ahí en adelante… la travesía del desierto. Ingente cantidad de dinero invertido en jugadores y técnicos de postín, pero mi taxista dominicano tiene su propia teoría: “Si Red Auerbach no hubiera emigrado con sus puros a Massachusetts para hacer grandes a los Celtics… otro gallo hubiera cantado. Lo que sí tengo claro es que el jugador más inteligente que ha pisado una cancha de baloncesto, lo hemos tenido aquí”. Y en estas Walter se envalentona y prosigue con la vida y milagros de Bill Bradley.



El Senador

Para el que no la conozca, y más en los tiempos que vivimos, la historia tiene su miga. Nacido en el estado de Missouri, a orillas del Missisippi, en el seno de una familia de clase media-alta (su padre era el presidente del banco local), demostró gran afición por el baloncesto y una singular pasión por los estudios. Al terminar el bachillerato desechó las becas que las más afamadas universidades del país, a nivel de baloncesto, le ofrecían y se decantó por el mejor proyecto académico para recalar en Princeton, Nueva Jersey, el centro académico, hasta la fecha, con la mayor cantidad de premios Nobel del planeta. Se tuvo que pagar la matrícula y la manutención, pues el college sólo ayudaba a los buenos estudiantes que despuntaban en el deporte y que carecían de medios económicos para sufragarse una carrera. A las órdenes del ex-jugador profesional Van Breda Kolff, promedió en sus cuatro años de estancia 30 puntos por partido, siendo “All American” (mejor quinteto) en tres ocasiones y jugador del año en 1965, cuando llevó a su equipo a la “Final Four” en Portland, donde fue eliminado por la incomparable UCLA de John Wooden. En el 64 había sido el capitán (y jugador más joven) de la triunfal selección estadounidense en los Juegos Olímpicos de Tokio. Sus dotes de líder ya habían apuntado en el campus, donde fue elegido por mayoría presidente de la Asociación de Estudiantes.

Una vez graduado con notas sobresalientes en Historia Americana, cuando toda estrella universitaria se frota las manos y la cartera con su paso a profesionales, Bill dejó al país boquiabierto. Postergaba dos años su entrada en la Liga para disfrutar de la beca Rhodes en Ciencias Políticas y Económicas que la universidad inglesa de Oxford le brindaba. La insigne institución, reconocida por su histórica rivalidad en remo con Cambridge, consideraba el baloncesto un deporte menor, secundario. 

Me vinieron a la memoria los tres excelentes artículos del gran Miguel Ángel Paniagua, en la revista Gigantes. Amén de las relumbrantes marcas anotadoras que allí obtuvo, del logro que más se enorgullece Bradley es que su deporte pasó de secundario a convertirse en principal, en “full-blue”, en completo, con lo que sus jugadores tienen el honor de vestir desde entonces una chaqueta azul, con el escudo de la Universidad, que supone una distinción reconocida en todas las Islas. 

Ahí no quedó la cosa, pues durante su permanencia en el Reino Unido, la Simmenthal contactó con Bradley para que participara como foráneo en la Copa de Europa. Entrenaba con el club lombardo los fines de semana y viajaba los días de partido a la localidad europea que correspondiese. En la ciudad de la universidad más antigua del Viejo Continente, en Bolonia, el americano ayudó con sus 14 puntos a conquistar para el Olimpia Milan su primer entorchado europeo. Se impusieron 77 a 72 a los checos del Slavia Praga y en la rueda de prensa posterior Bill agradeció sinceramente a los periodistas las críticas que éstos habían vertido al poco de su llegada, pues le obligaron a trabajar más duro para sobreponerse. 

Por fin los de Nueva York (que lo habían elegido en el segundo puesto del draft) pudieron disfrutar de su magnífica lectura del juego, de su enorme visión periférica (Holzman le adaptó su jugada colegial, la Princeton Tiger) y de su excelente mano, pese a que sus promedios anotadores, por encima de los 12 puntos y 3 asistencias, ni se acercaron a los realizados en la universidad. Dio igual, era mucho más. Se convirtió en el líder espiritual de unos Knicks únicos, ganadores, que se convirtieron en el paradigma de juego de equipo. Su amigo y compañero de habitación por entonces, y otrora victorioso entrenador, Phil Jackson, alababa su inteligencia, su concentración, su juego sin balón, para definirle como el “pegamento que unía a aquellos Knicks”. Concluído su décimo año como profesional, Bradley decidió poner el punto final a su carrera deportiva para iniciar una extensa andadura política que le llevó a ser senador demócrata durante 18 años e incluso a competir con Al Gore en las previas a las elecciones por la presidencia. En el año 99, este hombre de mente preclara y valores excepcionales, publicó un libro, “Values of the game”, que pronto se convirtió en un best seller de referencia. 


El Rey

El tráfico no avanza, pero la amena conversación de Walter hace que el tiempo vuele. Se me ocurre preguntarle si ha tenido un ídolo y ahí se explaya. “Mire jefe a nosotros nos han dado calabazas Wilt Chamberlain, Lew Alcindor (luego Kareem Abdul Jabbar) y recientemente Lebron James. En el 85 preferimos a Pat Ewing en lugar de a Michael Jordan, que encima era de Brooklyn, pero nosotros hemos tenido nuestro rey, y aún sin corona, a ese no nos lo va a quitar nadie”.

Han pasado una porra de años y para muchos neoyorkinos Bernard King sigue siendo su jugador favorito. Otro hijo del barrio de Brooklyn, su carrera fue un tobogán repleto de altibajos, de serios incidentes con la ley, lesiones gravísimas y actuaciones individuales descollantes con records de anotación. Su exitosa etapa universitaria en Tennessee, donde promedió 25,8 puntos, se vio empañada por continuos episodios delictivos (fue detenido por el robo de un televisor y arrestado por allanamiento de morada y posesión de marihuana). Elegido por los Nets en el puesto nº 7 del draft del 77, su veloz y letal suspensión impactó muy pronto en la liga, destacando como un anotador compulsivo (24,2 puntos en su temporada de debut). Tras dos campañas en Nueva Jersey entró en un traspaso múltiple y llegó a la franquicia de Utah. Sus adiciones se acentuaron en el estado mormón, donde fue acusado y declarado culpable de dos delitos sexuales. Sólo jugó 19 encuentros para los Jazz, que pronto le pusieron rumbo a San Francisco. Entró en varios programas de rehabilitación para salir de la droga y el alcohol y se reencontró en Golden State, con promedios superiores a los 20 puntos. Pero fue en NY donde alcanzaría el estrellato y el cariño de una grada que le idolatró. Capaz de anotar dos noches seguidas más de 50 puntos o de disfrazarse de Santa Claus y establecer la marca histórica de la franquicia un día de Navidad, yéndose a las seis decenas. Era un tres moderno con un magnífico juego al poste bajo y un devastador tiro exterior que le llevó a liderar la lista de anotadores del campeonato con 32,9 puntos en la temporada 84/85, al final de la cual se destrozó la rodilla izquierda en un partido frente a los Kansas City (hoy Sacramento Kings). Los médicos le daban por desahuciado para la práctica del deporte, pero el antaño díscolo jugador demostró carácter. Creyó al médico del club, Norman Scott, que le propuso utilizar ligamentos de la cadera y el muslo para restañar el tendón perdido, y se machacó en la sala de fisioterapia y el gimnasio durante los 25 meses siguientes a razón de cinco horas los siete días de la semana. Un Madison emocionado fue testigo de su reaparición frente a los Bucks una noche de abril del 87. Disputaría los últimos seis encuentros de la temporada, con más de 22 puntos por choque. Sin embargo, el nuevo y flamante entrenador, Rick Pitino, un icono de los banquillos universitarios amante del ritmo atroz y de la defensa extenuante en toda la cancha, desechó su renovación. Con el orgullo tocado marchó a los Washington Bullets. Se le metieron entre ceja y ceja dos objetivos: llegar a los 50 puntos en un partido y volver a ser All Star. Por supuesto que alcanzó ambos y vivió su noche más dulce en su ciudad, ante su gente, en su Madison: les hizo 49 puntos a los Knicks con la grada entregada a su mito.

La Cenicienta

Como todavía queda un trecho para llegar a nuestro destino no me resisto a preguntar a mi conductor por la última sensación mediática de los de Nueva York (con permiso de un superclase como D. Carmelo Anthony), Jeremy Lin. El chino como le llama Walter, aunque sea de ascendencia taiwanesa, representa como nadie la fábula, que tanto gusta a los norteamericanos, del éxito de un desconocido en la tierra de las oportunidades. 

Ninguneado primero por las mejores universidades (se graduó en Harvard, de prestigio académico, pero escaso bagaje deportivo) y después por los pross (no entró en el draft), se tuvo que buscar la vida en las ligas de verano con los Mavericks, aunque finalmente fueron los Warriors los que le hicieron su primer contrato profesional después de asistir al repaso que dio al nº1 del draft, John Wall, en Las Vegas. Su concurso con los de San Francisco fue bastante testimonial. En el año del lockout, con la lesión de Baron Davis los Knicks contrataron a LINsanity “La locura por Lin”, y la plaga de desgracias físicas se extendió a Melo y Amare Stoudemaire. Jeremy parecía un simple temporero más en la Gran Manzana (ni siquiera alquiló vivienda propia, sino que se acomodó en la de su hermano), pero en una semana de febrero saltó la banca: 25 puntos y 7 asistencias ante los Nets de Deron Williams, 28 puntos y 8 asistencias sobre los Jazz de Devin Harris, 23 puntos y 10 asistencias con los Wizards de John Wall como oponentes y 38 puntos y 7 asistencias que le sacó del anonimato en el que Kobe Bryant y sus Lakers le mantenían. El mundo a sus pies en seis días. De paso salvó el culo a su entrenador Mike D´Antoni y se coló en los titulares de los principales periódicos y revistas de la nación como Time o Sports Illustrated. Un cromo suyo firmado valía 1.200 dólares. Su excelente lectura de juego, su capacidad para crearse sus tiros y su habilidad para encontrar al compañero mejor situado habían enamorado a la afición más exigente del país. A final de temporada había quórum: la directiva, el entrenador, el jugador y sobre todo los hinchas, estaban de acuerdo, Lin debía permanecer en Gotham. Pero el cuento no tuvo el final esperado: los Knicks decidieron, apoyados en un informe financiero, no igualar la propuesta que los Rockets pusieron encima de la mesa por el jugador. Los de Houston obraron con gran inteligencia al desglosar la oferta: 5 millones de $ el primer año, 5,2 el segundo y 15 en el tercero. En ese último apartado residió la clave del negocio: la cifra que cobraría al cierre del trienio, si se unía a los salarios ya pactados con las otras estrellas del conjunto, haría dispararse el impuesto de lujo y los de Nueva York decidieron hacerse a un lado. Una pena, pero el business mandó Lin a Texas.



El villano

Sin apenas darme cuenta llegamos al Madison. No es día de partido y no creo que me entretenga mucho tiempo. Walter me emplaza para llevarme de vuelta y acepto. Gasto una hora en el pabellón,: visito los vestuarios, me entretengo en la tienda, pero no pico nada, me siento a tomar un café y hasta que pasan cinco minutos no reparo en uno de los clientes/aficionados de la mesa de al lado, su fan más furibundo, el director de cine Spike Lee que no para de gesticular. A la salida mi taxi ya espera y cuando al relatar mis andanzas por el Garden llego a la parte de la cafetería, Walter se revuelve exasperado. No puede ni ver al personaje, lo menos que le dice es pintón. Le tiene tirria desde las eliminatorias frente a los Pacers de los años 94 y 95. Los duelos han pasado a la historia por su dureza y emotividad con un protagonista estelar: el fantástico Reggie Miller que se hacía grande en los playoffs (tiempo de Miller, tiempo de un killer, que diría nuestro añorado Montes), cuando los niños se hacen hombres. Miller era un asesino de primera, un tirador letal y un provocador muy listo. Olía la sangre a leguas de distancia. De jovencito le tocó sufrir a su hermana Cheryl, una de las mejores jugadoras que ha dado este deporte y una competidora nata. Reggie acaudillaba a los Pacers en un estado que amaba el baloncesto desde la cuna. En los pueblos, institutos y universidades de la región más que un deporte era una religión. Contraviniendo la opinión popular, el entonces gerente de la franquicia, Donnie Walsh, se había decantado en el draft por el fino alero proveniente de UCLA en lugar de la estrella universitaria local, Steve Alford., pero pronto los resultados le dieron la razón. 

Dos equipos casi simétricos, los Knicks y los Pacers, comandados por dos maestros, Pat Riley y Larry Brown se plantaron en la final de la Conferencia Este del año 94. Eran duros, muy duros. Tenía mano para tirar y para repartir estopa. No hacían prisioneros y como se presumía su enfrentamiento devino en una batalla sin cuartel. La prensa neoyorkina había infravalorado el potencial de los Pacers, tratándolos poco menos que de pueblerinos y éstos estaban picados. Los Knicks se adelantaron 2-0, pero los de Indiana restablecieron la igualdad en casa. El 5º partido de aquella eliminatoria supone una de las mayores demostraciones individuales de un jugador. Los locales mantenían cómodas ventajas hasta que desde su asiento de primera fila Spike Lee comenzó a instigar a Reggie Miller. Sus burlas, bravuconadas e insultos despertaron a la bestia que afinó la puntería, convirtiendo canastas imposibles y tiros lejanísimos. Además de contestar con puntos, el angelino respondió con gestos al cineasta, primero simulando estrangularle y luego agarrándose el paquete. Hizo 25 tantos en un último cuarto de videoteca, pero la prensa local hizo responsable a Spike de la debacle. Si los Knicks no hacen la machada de imponerse con cierta holgura en Indiana y rematar la faena en NY con final emocionantísimo en el que los Pacers tuvieron opción de tiro ganador que erraron, el director no vuelve a pisar “La gran Manzana”.

Había nacido una rivalidad y los dos conjuntos se aguardaban en los cruces del año siguiente. Los Pacers adquirieron de los Clippers a un antiguo héroe local que había salido de su casa por la puerta de atrás y tenían muchas ganas a los Knicks. Mark Jackson, un base clásico que sabía lo que se hacía. En el primer encuentro con 18,7 segundos por jugarse y 105-99 en el marcador, el Madison celebraba la victoria. Lo que de ahí al final pasó es historia con mayúsculas: jugada de banda y triple de Miller a falta de 16,4 segundos. Anthony Mason entrega el balón en el saque de fondo a Reggie que en lugar de lanzar, se gira, retrocede hasta la línea de tres y anota otro triple. Empate y 13,2 segundos. Falta sobre John Starks, al que Miller sacaba continuamente de quicio. En el Madison se oía el vuelo de las moscas. Falla los dos tiros libres, Pat Ewing coge el rebote, pero yerra el lanzamiento y Miller recibe personal de Mason al recoger el rechace. Encesta los dos lanzamientos y en el ataque final Greg Anthony se trastabilla y no llega ni a lanzar. Lo nunca visto. Tras distintas victorias locales y visitantes el guión volvía a deparar un séptimo partido en el Garden. Los Pacers se fueron de 15 puntos, pero los Knicks apretaron para recuperar terreno. Starks los acercó a dos puntos con un triple restando medio minuto. Mark Jackson desperdició la oportunidad de sentenciar y a Ewing se le salió una bandeja increíble que hizo regodearse a Reggie “por el placer de verles perder y encima en NY”. La ciudad encontró un villano en Miller y Walter una diana en Spike Lee a la que siempre dispara. 

El baloncesto callejero y sus leyendas

Al dejarme en el hotel, el dominicano me sorprendió con su propuesta. Al día siguiente libraba y me quería enseñar “el otro Nueva York”. No sé muy bien a qué se refería, pero me llamó la curiosidad y accedí. 

Como a Miss Daisy, el gran Walker me dio un paseo en su taxi por los míticos parques de NY donde se practica el mejor baloncesto urbano del planeta. 

En Rucker Park con su célebre torneo de Enterteiner´s Basketball Classics (EBC) me habló de “The Goat” Earl Manigault, al que Kareem Abdul Jabbar en su retirada señaló como el mejor jugador al que se había enfrentado. En Harlem es un mito, una cancha lleva su nombre y con el tiempo intentó alejar a los chavales de las drogas (que tanto daño le hicieron) a través del basket. De otra gloria de las calles, Rafer Alston o “Skip to my Lou”, apodado como la conocida nana porque dormía a sus rivales mientras botaba el balón, cuenta la leyenda que tenía tantos adeptos que uno de los días de partido llegó a colapsar el metro de NY. Su maravilloso dominio de balón y su inagotable imaginación tenía un efecto hipnotizador entre sus partidarios y oponentes, a los que podía llegar a ridiculizar con cualquier virguería sólo al alcance del mejor malabarista. Se le diagnosticó el Síndrome de Asperger, pero el Rucker era su dominio y And1 aprovechó para editar una serie de DVD recopilatorios de sus mejores jugadas, los And1 Mixtape, que causaron furor. Su carrera en la NBA no fue rutilante, pero con el tiempo fue ganando solidez a partir de 2006 especialmente en Houston y Orlando. De otro de sus iconos, Joe Hammond, dicen que rechazó una oferta de los Lakers por más de 500.000 $, argumentando que ganaba más jugando en la calle. Todavía nadie ha superado su record de 74 puntos. En su momento se decía que el que no había dominado en el Rucker no era jugador el baloncesto. Por allí, ha pasado lo mejor del baloncesto aficionado y profesional americano (excepto Michael Jordan). Ahora diez calles más abajo, el prestigioso Tri-State Classic le ha comido la tostada al EBC, con su famosa “batalla de los barrios”.

Nos adentramos en el corazón de Harlem para entrar en otro de los puntos calientes del basket de Gotham. Junto a los edificios del King Towers Proyects se ubica la cancha que acoge desde más de dos décadas el reputado Kingdome Clasicc y surgen muchos más nombres.

Aluciné cuando me llevó a la playa del Bronx y ahí me enseñó Orchard Beach, donde se celebra el Hoops In The Sun. Allí se extendió con la vida de Lloyd Danields, otra leyenda, al que a mediados de los 80 comparaban con Magic Johnson. Su vida era los playgrounds, el alcohol y la droga, y la salvó de milagro tras recibir tres balazos. En su día Tarkanian lo reclutó para UNLV, pero le pillaron con crack en una redada. Después recorrió ligas menores de medio mundo. Todavía para algunos es el mejor jugador que ha pisado las canchas de Nueva York.

Para el postre Walter se ha reservado la guinda del pastel. Nos trasladamos al Uptown, al barrio de Washington Heights, con el parque Monsignor Kett Playground (aquí la estrella es otro jugón, el base dominicano Adris “too hard to guard” Deleon, que dio un curso en su último pique al crack profesional Brandon Jennings). Es el barrio dominicano y en su campo de juego no hay capacidad para más de 1.500 personas. Su ambiente probablemente sea el más caldeado (entre trompetas, tambores y banderas) de toda la ciudad y su torneo, el de Dyckman, se convirtió en verano de 2011 en el mejor evento de los disputados nunca en “La Gran Manzana”. En el maravilloso y muy recomendable libro “El partido que cambió la historia”, Antonio Gil lo relata con pelos y señales. Nike aprovechó el cierre patronal de la NBA para hacer un equipo de ensueño con una selección de los mejores jugadores callejeros y retó al resto. Puso un cheque de 5.000 $ al rival que lo batiera y una diana en la espalda de sus patrocinados. Todos les tenían ganas. La sensacional campaña de marketing hizo lo demás. Cayeron en dos ocasiones, llegó a jugar para ellos incluso Kevin Durant, pero en la final ante el otro gran equipo, Ooh Way Records, se impusieron por un resultado ajustadísimo ante una marabunta de gente.  

Se ha hecho tarde y nos ha entrado el hambre. Quiero invitar a comer a mi anfitrión y  me lleva a un pequeño restaurante de su barrio, el encantador Brooklyn. Entre unas deliciosas costillas asadas y una enorme hamburguesa me hace una confesión. El deporte que le gustaba de crío era el beisbol, pero desde que el innombrable (Walter O´Malley) se llevara a los Dodgers en 1957 a Los Ángeles no ha presenciado un sólo partido del deporte del bate en directo. El personaje resultaba tan odiado que circulaba un chiste. Le preguntaban a un hincha del equipo qué haría en una habitación si portara una pistola con dos balas en el cargador y estuviera junto a Hitler, Stalin y O´Malley. Sin pestañear el aficionado dijo que le pegaría los dos tiros al dueño de la franquicia.

Así que aunque a Walter, mi taxista dominicano, el multimillonario ruso Mikhlail Prokorov le haya plantado en su barrio a los Nets, le haya construido un pabellón idílico con el Barclays Center y recientemente haya tirado la casa por la ventana por los célticos Garnett y Pierce, él ya no mudará de chaqueta. Seguirá aferrado a su Knicks y a la mística del Garden. Cuestión de sentimientos, qué le vamos a hacer.  

Celtics-Stevens ¿un cuento con final feliz?

$
0
0

¿Qué tienen en común la elitista Boston y la Indiana rural? Su profundo amor por el baloncesto, su adoración por el mejor jugador blanco que jamás haya pisado una cancha y ahora el advenimiento al estado de Massachusetts del joven técnico Brad Stevens para hacerse cargo de los míticos Celtics. Hasta llegar a detenernos en este último y reciente hecho, daremos un pequeño repaso a la singular y victoriosa historia de los verdes.

Ubicada al nordeste de Estados Unidos, Boston es la capital del estado de Massachusetts, el icónico hogar de los Kennedy y la ciudad más poblada de Nueva Inglaterra, la región con mayor nivel de vida del país. Histórica (con batallas como La masacre de Boston o El Motín del té durante la Guerra de Independencia frente al Reino Unido), aburguesada, coqueta (el distrito Histórico del Sur constituye el más bello ejemplo de la época victoriana), católica (marcada por la inmigración irlandesa e italiana), fina (su “acento” es el más prestigioso y parodiado de la nación), marítima (el puerto es uno de los principales de la costa este), culta (sus más de 100 universidades y colegios la conceden el apelativo de “la Atenas de América” y sus Escuelas Públicas desarrollan el mejor sistema escolar del país), sanitaria (con el impresionante área médica y académica de Longwood), alberga a cuatros de los equipos más reconocibles del panorama deportivo norteamericano -los Red Sox (beisbol), los Bruins (hockey), los Patriots (football) y los Celtics (basket)-, y por sus calles corren todos los años miles de de atletas en su prestigiosa y este año tristemente conocida maratón.

La historia de los Celtics da para un libro y ese ya lo han escrito de manera magistral mi admirado Antonio Rodríguez y el todo terreno Juan Francisco Escudero, así que sólo me detendré en sus momentos más relevantes hasta aterrizar en el presente con la sorprendente contratación de su flamante e imberbe entrenador. 

El mítico Boston Garden constituyó el escenario de las más grandes hazañas célticas desde 1946 a 1995 (curiosamente los Celtics perdieron el primer y el último partido que disputaron en la legendaria pista). Edificado en la parte alta de la North Station, su acústica, la cercanía a cancha de los espectadores levantados de sus asientos de madera y la cutrez de los vestuarios le dieron un halo de viejo pabellón, de gimnasio antiguo dentro de un mundo profesional, con su sala de prensa llena de fotografías, sus estandartes colgados del techo y su genuino e irregular parquet traído de un bosque de Tennessee y esas tablas “falsas” (como las de Magariños) “hay que conocerlo para saber dónde irá el balón; parece que un fantasma juega con él a su antojo”, nos ilustra Bob Cousy. Ninguna otra cancha ha gozado de semejante misticismo. La figura de Leprechaun, ese duende que caricaturizó Zang Auerbach (el hermano de Red), con la pipa, el sombrero, el bastón y, por supuesto, la pelota, preside el círculo central del Garden y representa, junto al trébol verde irlandés tan propio del día de San Patricio, el logo de la franquicia. 

Walter Brown, un empresario que a la vez fue presidente de los Bruins de hockey sobre hielo, creó los Boston Celtics. Fue uno de los principales impulsores de la génesis de la Basketball Association of América (que luego devendría en la NBA), dos años exactos después del Desembarco de Normandía. Recogería también la idea la lanzada por Haskell Cohen (relaciones públicas de la NBA) para asumir la organización del primer Partido de las Estrellas. La camiseta con el nº1 verde siempre le estará reservada. 

Johnny Most fue la voz, el cronista vehemente durante 37 años (hasta 1990) desde su cabina de radio. Vertió ácidas críticas sobre sus rivales y relató las excelencias de sus más laureadas estrellas y de sus más reconocidos y reconocibles actores de reparto. Se deleitó con la inteligencia y el extraordinario tiro exterior de Bill Sharman (un auténtico profesional que empezó realizando footing y sesiones de tiro por su cuenta y que luego triunfaría como entrenador en los Lakers); alabó la facilidad para el juego de Ed Macauley (el primer interior céltico); elogió al considerado primer sexto hombre de la historia, Frank Ramsey; magnificó la bravura del excéntrico Gene Conley, que durante años dio descanso a Bill Russell, y que fue campeón en dos deportes profesionales, en basket con los Celtics y en beisbol con los Braves; glorificó la carrera del inconmensurable Tom Heinsohn, que en el séptimo partido del primer título se fue hasta los 37 puntos y 23 rebotes; ensalzó la impagable labor defensiva de K.C.Jones; vitoreó los tiros a tabla del ingente anotador que era Sam Jones; aplaudió el trabajo grupal y callado de Tom “Satch” Sanders; exaltó la actitud y el juego total del magnífico John “Hondo” Havlicek, que siempre aportaba (“it´s over, Johny Havlicek stole the ball”, vociferaba como poseso en la final de la conferencia oriental del 65); jaleó el juego de pies, la riqueza de movimientos y la incorporación como “tráiler” del bohemio Dave Cowens; o enloqueció con la aportación estelar de Jo Jo White (33 puntos y 9 asistencias) en la victoria clave tras tres prórrogas en el quinto partido de la finales del 76 ante los Suns.

El “puro” ganador

Aconsejado por Sam Cohen, redactor jefe de deportes del Boston Record, Walter Brown decidió contratar como entrenador a Red Auerbach, que sólo contaba 34 años y un bagaje poco abrumador (tras sus discretos resultados en su tres años en Washington y una última campaña en Tri-Cities), en una decisión que marcaría el devenir de la Liga en las siguientes cuatro décadas con un botín de 16 anillos, 8 de ellos consecutivos. Demostró un gran ojo a la hora de seleccionar jugadores, pero como técnico no fue un innovador. Huía de las pizarras y era partidario de un baloncesto sencillo basado en una correosa defensa, el dominio del rebote (que no consiguió hasta la llegada de Russell) y la salida al contraataque. Fue pionero al elegir a un jugador de raza negra en el draft (Chuck Cooper), al poner en cancha un quinteto de color o al colocar en el banquillo al primer entrenador afroamericano (Bill Russell, al que nombró para sucederle en el cargo). Exigía y adoraba por igual a sus jugadores “jamás culpé a ningún jugador mío de una derrota”. Su secreto según su pupilo Jim Loscutoff era “mantenerse alejado de las mujeres de los jugadores”. Odiado por sus rivales “no recuerdo un jugador suyo que sintiese admiración por Red; tampoco a ningún rival que no le odiase”, apostilla Bill Russell. Sus oponentes le llegaron a acusar del mal funcionamiento del agua o del aire acondicionado del pabellón.


En julio del 79, harto de las decisiones del entonces propietario, estuvo a punto de abandonar el club con dirección a los Knicks, pero de camino al aeropuerto el taxista que le transportaba a la terminal oyó la conversación que mantenía con su abogado y le hizo recapacitar. “Usted pertenece a este club y a esta ciudad”, le conminó el conductor. Llamó a su mujer y ambos estuvieron de acuerdo en permanecer en Boston. La incorporación de un chico de pueblo rubio traería otras 3 banderas para la franquicia. 

Red Auerbach encarna el orgullo (la arrogancia para sus detractores que aborrecían el “puro de la victoria”) y el espíritu ganador de la franquicia. “Los Celtics no son un equipo de baloncesto, son un modo de vida”, decía, basado en una concepción del juego solidaria, de conjunto con mayúsculas. Así ganaron una pila de campeonatos sin que ninguno de sus jugadores estuviera entre los que encabezaban las clasificaciones estadísticas de anotación y sin tener en sus filas a un nº 1 del draft. “La parte más divertida del baloncesto no es encestar, es ganar”, ahí se resume su particular credo.

La chistera trajo a un mago

Que Auerbach no es infalible se demostró en la primera decisión importante que tuvo que tomar. Buscaba un jugador grande que le asegurara poder de intimidación y dominio del rebote para correr y Bob Cousy, que había ganado con Holy Cross la NCCA en su primer año universitario, era el base con más talento de su promoción, pero no se aproximaba a lo que el técnico demandaba. Así que contraviniendo la opinión general eligió a Charlie Share. Los derechos de Cousy correspondieron a Tri-Cities, que los traspasó a los Chicago Stags, pero Bob de no jugar cerca de casa, en Boston, sólo pensaba en montar una gasolinera y una academia donde daría clases de conducir. La franquicia de los Stags desapareció, con lo que sus tres bases, Max Zaslofsky, Andy Phillip y Cousy, estaban disponibles. Como los propietarios de las franquicias destino de los jugadores no se ponían de acuerdo, introdujeron los papeles con los tres nombres en un sombrero y el azar trajo al “Houdini del parquet” a los Celtics.


Desde su etapa universitaria lo suyo con la grada del Garden, encandilada con su dominio de balón (su bote entre las piernas o por detrás de la espalda), sus malabarismos o sus pases sin mirar, fue un flechazo, una revolución, amor a primera vista. Su vistoso y electrizante juego terminó por convencer a Auerbach que le había calificado como “paleto local” y la franquicia cerró el año con balance positivo para de ahí en adelante entrar periódicamente en play offs y con la llegada posterior de Russell y Heinsohn someter al resto de la Liga. Cousy se retiró con 6 campeonatos en el bolsillo (siendo designado MVP en el primero), liderando la clasificación de asistencias en 8 ocasiones. Su despedida, anunciada a principio de temporada, fue heroica: en el sexto encuentro de la final ante los Lakers tuvo que abandonar el encuentro lesionado en un tobillo; los angelinos remontaron y Cousy, cojeando, pidió a su entrenador la entrada en cancha “es mi último partido y no lo quiero ver desde el banco”. No anotó ningún punto más, pero posibilitó el quinto anillo consecutivo de los célticos. Auerbach reconoció que Cousy fue el mejor jugador exterior que jamás entrenó.

El señor de los anillos

¿Puede alguien sin anotar apenas cambiar el rumbo de un partido? ¿Y de una Liga? ¿Y de una década? Si. La respuesta es Bill Russell. 

Si la primera gran estrella de los Celtics vino de rebote, la segunda por orden cronológico fue fruto de la tenacidad y testarudez de Auerbach empeñado en fichar un grande que le ganara campeonatos. 

La historia de la gestación de su fichaje tiene su miga. Bill Reinhard, su antiguo entrenador en George Washington, fue el primero que le puso tras la pista y Red, que conocía la estrecha relación que unía a su amigo Pete Newell con Phil Woolpert, entrenador del mozo en la Universidad de San Francisco, encargó a aquel que le hiciera un seguimiento pormenorizado. Russell obtuvo con su USF los títulos de 1955 y 1956 y establecieron una marca de 55 triunfos consecutivos. De esta manera los de Boston tendrían que maniobrar con habilidad para hacerse con el ansiado center en el fértil draft del 56 (en el que además adquirirían a Tom Heinsohn y a K.C. Jones). Red hizo correr el bulo de que la emergente estrella quería ganar muchísimo dinero y el presidente céltico, Walter Brown, llegó a un acuerdo con su equivalente en Rochester para que dejara pasar la elección: a cambio llevaría su espectáculo sobre hielo, los Ice Capades, dos semanas al año a la pequeña ciudad. La segunda elección correspondía a los Haws de Saint Louis a los que Auerbach tuvo que ofrecer a Ed Macauley (que quería regresar a su casa por la enfermedad de su hijo Patrick) y a Cliff Hagan (tan excelente y duro alero en las pistas como sensible y culto fuera de ellas: coleccionaba antigüedades, era asiduo de los museos y tocaba maravillosamente el piano). El trato fue bueno para los Haws que contrataron dos All Starts, que entrarían posteriormente en el Hall of Fame, y ganaron un anillo, y determinante para los Celtics: con Russell se hicieron con 11 de los 13 campeonatos (los dos últimos como jugador-entrenador).


Bill tras regresar de Australia con el título olímpico se incorporó a la Liga un 22 de diciembre y quiso el destino que su primer rival fueran los Haws. En 21 minutos ya demostró de lo que sería capaz: 6 puntos, 16 rebotes y sobre todo 3 tapones seguidos en el último cuarto al gran Bob Pettit para dar la vuelta al marcador. Según Bob Cousy “a su llegada era incapaz de acertar a un toro en el culo”, pero su impacto fue inminente: en su primera confrontación amargó la noche a Neil Johnson (máximo anotador durante tres temporadas), al que colocó 9 tapones y le tuvo 42 minutos sin anotar. Ahí radicaba su secreto “no se trata de taponar todos los tiros, sino de hacer creer al rival que puedes taponar cada lanzamiento”. Auerbach lo vio antes que nadie: “No me importaba los puntos que anotase. Quería que me diera el balón el mayor número de veces posible, con rebotes y tapones. Ya anotarían nuestros tiradores”. En su campaña como debutante y, después de unos reñidísimos play offs finales (con puñetazo de Auerbach en el tercer encuentro en Sant Louis sobre el dueño de la franquicia local, Ben Kerner), el trofeo se quedaría en el séptimo en Boston tras dos prórrogas y un último tiro errado bajo canasta por Bob Pettit (39 puntos y 19 rebotes).

Muchos se quedaran con sus duelos con el gran Wilt Chamberlain (por contrato estableció que quería ganar 1 dólar más -100.001- que su rival), pero su aparición transformó el juego, le dio una importancia capital a la defensa y, contra lo que pueda parecer, lo hizo más veloz. Los Celtics disfrutaban del intimidador que taponaba o hacía variar el ángulo de los tiros, detentaban un mayor número de posesiones y se beneficiaban de un excelente primer pase para lanzar su famoso contraataque (era además un extraordinario distribuidor de juego desde la cabecera de la bombilla). Los rivales a su vez también debían llegar más rápido, para intentar encestar en transición antes de que la defensa verde estuviera formada; de lo contrario su ataque se hacía menos vertical, pues la presencia del coloso disuadía las penetraciones, y se requería una mejor circulación para encontrar lanzamientos cómodos. Su instinto competitivo era tal que la tensión le hacía vomitar antes de los partidos por pequeño que fuese el rival.

Poco amigo de las celebraciones y eventos públicos (no firmaba autógrafos y sólo consintió que los Celtics le retiraran su camiseta con el nº 6 a condición de que el acto se realizase a puerta cerrada), su figura trascendió el ámbito deportivo, siendo un contumaz luchador en favor de los derechos civiles. Vigilado por el FBI en los tiempos de segregación racial, acompañó en sus marchas al reverendo King. En 2011 recibió del presidente Obama la Medalla de la Libertad, el más alto reconocimiento que puede obtener un civil en Estados Unidos.

La llegada del Pájaro

“La primera vez que jugué al baloncesto con pantalones cortos fue en Springs Valley, en el instituto. En mi granja hacía mucho frío”. Allí, en French Lick (un pequeño pueblo del estado de Indiana), se forjó la leyenda de Larry Bird. En su último año había promediado 31 puntos y 21 rebotes y las mejores universidades del país habían puesto sus ojos sobre él. Kentucky era su predilecta, pero su técnico Joe B. Hall no tuvo tuvo a bien ficharlo. Denny Crum, en cambio, el excelente técnico de Lousville, se acercó a su granja y como el chico se hacía el remolón decidió jugarse al H-O-R-S-E la posibilidad de que al menos aceptara visitar el centro: en ocho lanzamientos el coach estaba en el coche de vuelta a su casa con las manos vacías. Por cercanía y prestigio, Larry decidió aceptar la beca que le ofrecieron los Hoosiers de Indiana, pero 24 días después hacía el petate y se volvía a su pueblo: ni sintonizó con los métodos de Bobby Knight ni se encontró a gusto en el grandioso campus. Su madre estuvo semanas sin hablarle. Poco antes sus padres se habían separado y su progenitor se había suicidado. En adelante se dedicó a seguir ensayando en solitario, a jugar con sus amigos y a trabajar como barrendero para echar una mano en la economía familiar.


Al verano siguiente entre Bill Hodges y Bob King le reclutaron para la modesta universidad de Indiana State y ya no se bajó del tren del éxito. Larry promedió 32,8 puntos en su debut, y los Haws lideraron su conferencia durante tres años para en la última campaña plantarse en la final de la NCAA (no tuvo su mejor noche con una serie de 7 de 21 en el tiro para 19 puntos y 13 rebotes) ante los “espartanos” de Michigan State y Magic Johnson, que les ganaron la partida y se hicieron con el título en el partido con mayor audiencia televisiva de la historia, en el comienzo de una hermosa amistad y de una histórica rivalidad. Quedó segundo máximo anotador del curso, entre Lawrence Buttler y el griego Nikos Gallis ¿les suena?, que jugaba en Seton Hall. 

“Cuando le fichamos parecía el típico patán campesino, pero su mirada era ya la de un ganador nato. No nos equivocamos”. Palabra de Auerbach, que un año antes decidió en una maniobra histórica seleccionarle en el puesto nº6 del draft. Curiosamente el equipo al que correspondía elegir en la primera posición era los Pacers de Indiana, pero ni ellos ni los Blazers (a los que finalmente cedieron su lugar) lograron convencer al rubio para que ese año diera su salto a profesionales, por lo que desecharon su contratación. Red decidió asumir el riesgo, pues tenían que esperarle una temporada, pero el chico no le defraudó: fue nombrado novato del año y los verdes ganaron 32 encuentros más que la campaña precedente. Sin embargo, no pudo dejar de mirar con envidia como el anillo iba a parar a los Lakers del gran Magic Johnson que en una actuación sublime desde el puesto de pivot (Jabbar estaba lesionado) se despachó con 42 puntos ante los Sixers y un clinic desde el poste bajo. 

El prestidigitador Auerbach no había concluido con los trucos. Esa primavera los Celtics disponían de la primera elección del nuevo draft. El neoyorkino, sabedor de que su equipo necesitaba robustecer su línea interior, decidió canjear su puesto con los Golden State Warriors (que escogieron a Joe Barry Carroll) a cambio de recibir a Robert Parish y la tercera elección, que los célticos gastaron en el inconmensurable Kevin McHale. Sólo hicieron falta unos meses para comprobar las bondades de los cambios. Los de Boston remontaron un 3-1 a los Sixers del colosal Julius Erving en la final de la Conferencia Este, imponiéndose en los últimos 3 encuentros por una diferencia global de 5 puntos y un último tiro de Larry que les otorgaría la victoria 91-90. Los Rockets del inmenso Moses Malones sucumbirían en las Finales y los nuevos Celtics con un quinteto -Dennis Johnson, Danny Ainge, Larry Bird y Kevin McHale- que todo buen aficionado cita de carrerilla recogerían, bajo la paciente y discreta dirección de K.C. Jones, en años posteriores otros dos anillos.

A lo largo de los años Larry Bird obtendría tres trofeos de Mejor Jugador de la Liga, batiría el record de anotación de la franquicia con 60 puntos una noche en Nueva Orleans, vencería en los tres primeros concursos de triples organizados por la NBA (en el del estreno entró en el vestuario preguntando a sus rivales quién iba a quedar segundo y en el tercero, sin quitarse la parte de arriba del chándal, levantó el dedo antes de comprobar cómo entraba el último tiro) y tendría actuaciones portentosas como cuando se desató en el Garden en la Final del 86 sobre las incipientes Torres Gemelas (Sampson y Olajuwon) con 29 puntos, 11 rebotes y 12 asistencias, o con el milagroso robo de balón en el saque de fondo a Isiah Thomas en las finales de Conferencia del 87, o el admirable duelo que sostuvo con Dominique Wilkins en el séptimo partido de las semifinales del 88 (el de Atlanta hizo 47 puntos, el de Boston 34; encestando 9 de los 10 lanzamientos que probó en el último cuarto para pasar a la siguiente ronda).

Más allá de los logros, que fueron muchos, Bird y Magic marcaron el baloncesto de los ochenta, lo acapararon, lo rescataron para el público americano y lo publicitaron para todo el globo. Hicieron suyo este deporte desde dos concepciones contrapuestas; más austera y clásica una, más estética y vistosa la otra, pero con un objetivo común: ganar. Siempre desde el respeto y admiración mutua compitieron al límite en la mayor y más sana rivalidad de la historia del deporte. “Es el jugador más inteligente contra el que me he enfrentado. Siempre disfruté jugando contra él porque siempre me hacía jugar al máximo nivel” afirma Johnson, que acudió al Garden el día que los Celtics colgaron de su techo la camiseta con el nº33 para proclamar micrófono en mano “no habrá nunca, nunca, nunca jamás otro Larry Bird” (ni otro Magic Johnson, matiza el que esto escribe).

Sólo hace unos días, Paul George, estrella actual de los Pacers contó la última de su actual presidente que estaba observando en la banda el entrenamiento del equipo: “Se nos escapó un balón y le llegó rodando. Larry se agachó, se remangó la camisa y se puso a tirar desde el triple. Metió quince seguidas y salió del pabellón como si nada. Fue lo más increíble que he visto en mi vida. Nos quedamos sin palabras. No sabíamos si seguir entrenando o irnos a casa”. De traca. ¡Vaya pájaro!

Sorpresa, sorpresa

Retirados los héroes de los ochenta tuvo que pasar década y media para que los célticos volvieran a la vida (nunca mejor dicho tras los decesos de Len Bias y Reggie Lewis). Los All Star Kevin Garnett y Ray Allen se unieron al gran capitán, Paul Pierce, y al pujante base Rajon Rondo, en el proyecto que gobernó “Doc” Rivers con sabiduría y brillantez. Su “Ubuntu”, su particular filosofía “una persona sólo es persona a través de otras personas”, que subrayaba el trabajo en equipo, convenció a su grupo de estrellas y condujo a un nuevo campeonato, a otra final y al mejor juego colectivo (equiparable al de los Spurs de San Antonio) de toda la Liga. 

Escindido definitivamente el Big Three, con la salida de Rivers hacia los Clippers, los verdes debían reinventarse esta primavera y la decisión corrió a cargo de su jefe de operaciones, Danny Ainge, que sorprendió al mundo con la elección de Brad Stevens. De los últimos siete entrenadores contratados por la franquicia, sólo Rick Pitino y “Doc” Rivers tenían experiencia como primeros entrenadores de la NBA. Su juventud, cumplirá en octubre 37 años, tampoco parece echar para atrás a los de Boston, que antes firmaron en el puesto a Dave Cowens con 30 años en el año 78, a Bill Russell con 32 en el 66, a Auerbach con 33 en el 50 o a Tom Heinsohn con 35 en el 69. Pero el envite tiene su riesgo, más teniendo en cuenta los precedentes de afamados coach universitarios (Pitino o Calipari) que se han quemado el culo en los banquillos de los profesionales. En el contrato -22 millones de $ en 6 años- ambas partes salen de su área de confort: los Celtics podrían haber apuntado hacia cualquier preparador mediáticamente reconocido y Stevens lo hubiera tenido más sencillo aceptando los ofrecimientos de las universidades de Oregon, Clemson, Wake Forest, Illinois o UCLA que han llamado a su puerta con un fajo de billetes similar. Ahora veremos qué tiene el agua cuando la bendicen o el por qué en Boston han puesto en manos de este novel (que será el entrenador nº17 de su historia) el proyecto de reconstrucción de la franquicia que espera pronto izar su bandera nº18 en el TD Garden.

“Es difícil no sentir amor por el baloncesto cuando creciste en Indiana”, confiesa Stevens. Y es que allí no se juega, se mama el baloncesto. Cualquier pequeña granja del interior tiene su canasta y si el concurso universitario tiene un seguimiento sin parangón, las contiendas colegiales constituyen una religión. El Estado acoge nueve de los diez pabellones de instituto más grandes del país y a cuarenta millas del “downtown” de Indianápolis, en el pequeño pueblo de New Castle, se puede visitar el Hall of Fame del baloncesto escolar de Indiana. En el museo se recuerda, por ejemplo a Damon Bailey, el mejor jugador de instituto de todos los tiempos que elevó el récord anotador a 3.134 puntos, ganó el campeonato estatal del 90, jugó 4 años para Bobby Knight y fue seleccionado por los Pacers en el draft del 94, pero al que una gravísima lesión de rodilla cercenaría su prometedora carrera. Allí se pueden contemplar vestigios de El milagro de Milan, la proeza de una escuela de apenas un centenar de estudiantes que en 1954, tras batir a centros como el poderoso Crispus Attucks del gran Óscar Roberson o el favorito Muncie Central en la finalísima con un tiro sobre la bocina de Bobby Plump, se hizo con el título estatal. El encuentro desbordó todas las previsiones: 5.0000 personas se quedaron fuera del ya repleto, con 15.000 afortunados, Hinckle Fieldhouse, cancha de la Universidad de Butler. Las entradas que inicialmente costaban 2 dólares y medio se llegaron a revender por 50. La victoria abrió el camino de nueve de los diez chicos campeones que pudieron estudiar en la universidad. Seis de ellos fueron entrenadores de baloncesto y Bobby Plump fue becado en Butler y llegó a profesionales. Todavía hoy en la torre de agua del diminuto pueblo de Milan se puede leer “State Champs 1954” y en su vetusto gimnasio el arcaico marcador señala el 32-30 definitivo. La gesta quedó recogida e inmortalizada para siempre en “Hoosiers”, probablemente (así lo votaron los lectores de USA Today) la mejor película deportiva de todos los tiempos, donde Gene Hackman borda el papel del entrenador original, Marvin Wood. Obra maestra. 


Stevens fue un notable jugador y un distinguido estudiante. Tras graduarse en Economía con altas calificaciones aceptó un buen empleo en la farmaceútica Eli Lilly, pero su mundo era otro. Vislumbró la oportunidad de entrar como voluntario en el departamento de baloncesto de la Universidad de Butler, lo debatió con su novia y futura esposa, que continuó con sus estudios de Derecho (ahora es una experta laboralista y su representante), y para allá que se fue. Los padres de Tracy los tomaron por locos. “Teníamos 23 años y nos dimos cuenta de que era una oportunidad. Íbamos a ser mucho más felices si los dos nos apasionábamos con lo que hacíamos”. De labores administrativas pasó a coordinar las operaciones de basket hasta que como entrenador asistente asumió cometidos propios del juego, en el reclutamiento de jugadores, la planificación de los partidos, el entrenamiento o la enseñanza de fundamentos. Después de una buena temporada donde cayeron en el torneo NCAA ante los posteriores ganadores, los Gators de Florida, a los que tuvieron contra las cuerdas con una ventaja de 9 puntos, el entrenador Lickliter decidió emigrar a la Universidad de Iowa. Barry Collier, director deportivo de Butler, le había observado detenidamente durante sus 6 años como ayudante y le confió el cargo de entrenador jefe, convencido de que era el idóneo para conducir “El camino de Butler”. Desde su estreno recibió los parabienes de algunos de sus más prestigiosos colegas, así el legendario Bobby Knight manifestaba tras caer derrotado “me gustaría que jugásemos tan inteligente como ellos lo hacen”. Saldó con un impresionante balance de 30 victorias y 4 derrotas su primera temporada, para no amilanarse en la posterior, pese a los 4 jugadores que habían terminado su ciclo académico, y concluir con un recuento 26-6. 

En la tercera su dirección calmada, su análisis exhaustivo, su énfasis defensivo, su concepto de juego colectivo y su absoluta confianza en las acciones y cualidades de los suyos, había calado entre sus jugadores. Su quintero titular: Hayward, Mack, Howard, Nored y Veasley ha encontrado un hueco en la historia. Tras perder en navidades ante UAB ya no volvieron a conocer la derrota hasta la Final Nacional. 25 victorias consecutivas. Ganaron su conferencia y fueron pasando obstáculos en el Torneo de la NCAA: UTEP; Murray State (providencial un robo de balón de Hayward); Syracuse -¿te das cuenta de que Jim Boeheim lleva más tiempo como entrenador del que tú has vivido?, le preguntaron-, a la que tuvieron casi 5 minutos sin anotar; Kansas State en la Final Regional, con un tiempo muerto ejemplificador “juega tu juego, simplemente”, para serenar a sus huestes. 

Así aparecieron en la Final Four en el Lucas Oil Stadium de Indianápolis con capacidad para 70.000 espectadores. Un rival de prestigio, Michigan State, llevó el partido igualado hasta el tramo final. Con 3 puntos arriba Stevens ordenó a sus Bulldogs realizar una falta para evitar que les igualaran con un triple. El “espartano” Lucious erróa intencionadamente el segundo tiro libre, pero Hayward cerró el rebote para sellar el paso a la Final. “Si no estuviera aquí dirigiendo un partido, sería un hincha de Butler. Me gusta cómo juegan. Me gusta su historia”, Tom Izzo. No se me ocurre un mejor agasajo y comportamiento de un entrenador derrotado. ¡Chapeau!

El New York Times denominó al choque con Duke “El partido más esperado en años”. La vieja historia de David frente a Goliat: un centro de 4.200 estudiantes con un presupuesto diez veces inferior, diez chicos procedentes del estado de Indiana y el segundo entrenador más joven en llegar a una Final, contra la todopoderosa Duke, con jugadores de ocho estados, pingues ingresos televisivos y el adiestrador Krzyzewski que reunía por entonces un puñado ingente de victorias y 3 títulos nacionales. No pudo ser. Duke recogió su cuarto entorchado (61-59) al no entrar un último tiro de Hayward desde medio campo. El partido resultó grandioso y dignificó la historia del deporte y a sus protagonistas. Butler se convirtió en la universidad más pequeña en jugar una final desde Jacksonville (3.173 alumnos) en 1970. Stevens se mostró orgulloso: “Aceptamos cualquier resultado por lo que dieron en la cancha; dieron todo de sí. No hay que bajar la cabeza. Lo que han logrado, lo han logrado juntos y eso dura más que una noche, pase lo que pase con el marcador final”. Fue felicitado por el Presidente Obama e invitado al Show de David Letterman, pero su mensaje no mutó, permaneciendo fiel a los valores fundamentales que le habían llevado hasta allí.

Aún con la salida hacia la NBA de Gordon Hayward, su jugador estrella, Butler volvió al lugar de los hechos la temporada siguiente para caer nuevamente en la Final NCAA ante Connecticut. Culminaron un año sensacional con un partido horrendo. Con 41 puntos y un 18,8% en tiros de campo no se puede ganar ni una liga municipal, pero para los nostálgicos que todavía le tienen fe al baloncesto universitario, al comprometido con el juego solidario, al que desarrollan programas ejemplares de reclutamiento de jugadores y comportamiento ético en la cancha como el coach Stevens, la victoria siempre será de Butler. Para vergüenza de la propia organización del torneo y de todo el deporte americano, unos días después la NCAA sancionó al entrenador ganador Jim Calhoun con tres partidos oficiales, que habría de cumplir la temporada venidera, por prácticas ilegales en la incorporación de jugadores. Una nimiedad que apestó. 

En las dos últimas temporadas Butler se ha mantenido en la senda del triunfo, pero no ha llegado tan lejos. Ahora le toca a Stevens, el entrenador de rostro aniñado “parece que comprueba el espejo cada mañana para ver si es el momento de afeitarse”, observaba jocoso un periodista, al que algún guarda de seguridad ha tomado por jugador, ganarse el respeto de los profesionales. Probablemente como arguía otro periodista “por su calma no sea el hombre indicado para sacarte de un edificio en llamas”, pero sus vastos conocimientos, su fortaleza moral, su pasión por el exhaustivo análisis estadístico, su sabia dirección de grupo y su examen pormenorizado de los rivales le han llevado hasta el Garden. Sólo falta que los Celtics le den tiempo y jugadores (tendrán 9 selecciones de primera ronda en el próximo lustro y sólo un verdadero jugadorazo, Rajon Rondo, que está saliendo de un grave lesión) para redecorar su vida. Tan importante es lo primero, paciencia, como lo segundo, talento, porque al final, salvo en contadísimas excepciones, los que ganan campeonatos son los grandes equipos de muy buenos jugadores. Suerte Brad porque la mereces y porque tú éxito será una gran noticia para el baloncesto.

Málaga, fusión de basket

$
0
0




A los pies del monte Gibralfaro, la antigua Alcazaba preside una vista espléndida. En su falda el Teatro Romano y la Catedral de la Encarnación (la “manquita”, pues le falta una torre) han sido testigos mudos del espectacular cambio operado en el puerto y en la peatonal calle Larios. En el Mediterráneo mueren los estuarios del Guadalmedina y Guadalhorce. El mar todo lo refleja, todo lo traslada desde la república independiente de El Palo a la punta opuesta de la bahía donde los aficionados ansían que su Unicaja reverdezca viejos laureles. 

Hubo un tiempo en que la capital de la Costa del Sol se contoneaba entre dos amores: uno sobrio, maduro, apuesto (Caja De Ronda); el otro juvenil, desenfadado, arrollador (Mayoral Maristas). Como resultaba utópico elegir, el sueño se hizo uno. Esta es la crónica rebajada del largo noviazgo entre Málaga y el deporte de la canasta. No fue un flechazo a primera vista y muchos tahúres mediaron para seducir a través del balón naranja a la antigua ciudad fenicia. De no tener apeadero a llegar el AVE con su cesta. De competir en divisiones inferiores a pasear títulos a techo descubierto y viajar por Europa. De pegar a un balón con el pié a mimarlo entre botes con las manos. 

Si el cenachero (vendedor de pescado), la biznaga y el boquerón representan algunos de los distintivos de la Málaga tradicional, mediterránea y marinera, tres personajes entre muchos simbolizan el triunfo del baloncesto en la provincia: Alfonso Queipo de Llano, José María Martín Urbano y el fallecido Paco Rengel. Los dos primeros, hacedores de clubs y armadores de equipos, han ocupado todos los puestos imaginables en una institución deportiva: a Alfonso le ha costado mucha pasta su sana afición y su viejo Seat 1500 tenía más kilómetros que el baúl de la Piquer, entre charlas, campamentos y clinics a los que regularmente acudía con su inseparable José María. Desde el Diario Sur, Paco fue un “colaboracionista”, si podamos al término del sentido que se le dio en la 2ª Guerra Mundial: esto es, colaboró para acercar a todos los malagueños el mundo de la canasta desde la objetividad, la pasión y el humor; fundó la emblemática web basketconfidencial donde dio rienda suelta para que multitud de amigos del mundillo cooperaran con artículos y expresasen de manera libre sus opiniones. Cuando salió por la puerta de atrás del periódico creó el digital ymalaga.com, pero este año una cruel enfermedad se ha llevado a este periodista íntegro, de raza y alta escuela. Nada es fruto de la casualidad, así que veremos de dónde viene Unicaja y quienes han sido los muchos padres del éxito. 


La Prehistoria

Mediada la década de los 50, el deporte (salvo el fútbol) en las provincias era un fenómeno poco vertebrado, que se practicaba al amparo de determinados colectivos, escuelas de formación profesional y algunos colegios. En Málaga los curas de San Agustín, de San Estanislao (el hermano jesuita Ignacio Beltrán) y de los Maristas (el hermano Lucidio) tuvieron mucho que ver con el fomento y el desarrollo posterior del baloncesto.

Alfonso Queipo de Llano marchó a Madrid a estudiar. En la capital jugó en el Colegio Ateneo y se impregnó del ambiente baloncestístico del “foro” de la mano de personajes como Ferrándiz o Pinedo que le inocularon una profunda devoción por la canasta. A su vuelta, en el Colegio Maristas, jugó, entrenó e incluso proyectó películas en Super 8 de la NBA a los chavales. Allí coincidiría con el lucense Manolo Jato (el padre de Silvia, la presentadora de televisión), cuyos métodos trajeron la modernidad. Junto al incomparable Jesús Bonilla (luego mecenas -calcula que con el baloncesto habrá perdido más de 100 millones de pesetas- y máximo impulsor del baloncesto femenino en la provincia), pusieron en pie la sección de baloncesto del C.D. Málaga: Queipo ejercía de directivo y jugador; el gallego, era el técnico del primer equipo que tenía a Ramón Guardiola como estrella; y el juvenil lo llevaba un joven profesor, José María Martín Urbano, que haría carrera en la docencia y en los banquillos. Poco después Pepe Paterna los condujo al proyecto del Centro de Deportes El Palo en el Pabellón de Guadaljaire.


Caja de Ronda

Martín Urbano llevaría al conjunto junior a disputar su primera fase final de Campeonato de España de 1976 en Vinaroz. El verano del año siguiente, accedió a la demanda de su cuñado que le conminaba a echar una mano en la organización de unos juegos deportivos para empleados de la Caja de Ronda. En la grada de Carranque instó a Paco Moreno (secretario general de la entidad) a patrocinar la aventura baloncestística de El Palo. Su demanda no cayó en saco roto y la respuesta sorprendió a Queipo en un crucero de vacaciones. En unos días presentaron un informe a Juan De la Rosa (director general) y se constituyó la S.D. Caja de Ronda que salió en Tercera División con una aportación de 1 millón de pesetas de la entidad ahorradora (dicen que Alfonso puso 3 de su bolsillo).

En la fase de Granada del 78, con Queipo en el banquillo, se ascendió a 1ªB. La campaña venidera traía un nuevo escenario, el nuevo Pabellón Ciudad Jardín, con el campeón de Europa, Bosna de Sarajevo, como invitado a la inauguración. A los dos meses, unas lluvias torrenciales provocaron que el equipo se mudara nuevamente al Pabellón de Tiro de Pichón. En sólo 3 años se alcanzó la máxima categoría nacional (la primera división) ante el Santa Clara de Vigo, con el gran Antonio Guadamuro (junto a Miguel Ángel Martín y José Emilio Nuñez, pioneros en la información de basket en la ciudad) relatando la hazaña en la primera retransmisión por radio a nivel local de este deporte. La gesta se consiguió con Damián Caneda en el banquillo y Paco Moreno y Alfonso Queipo (que sería más adelante uno de los fundadores de la ACB) en los despachos. De los héroes del ascenso se mantuvo a Alonso, Ferrer, Gallar, Gómez, Logroño y al histórico Rafael Pozo y se pensó como entrenador en Ramón Guardiola, ayudante de Lolo en el Madrid, para afrontar, junto a los refuerzos de Ron Charles (campeón universitario con Magic en Michigan State), Ángel Navarro, Prada y López Abril, el aterrizaje en la élite en la campaña 81/82. El resultado, un honroso décimo puesto. Con mi admirado Moncho Monsalve (auxiliado por Martín Urbano) se vivió un bienio de cierta estabilidad hasta que en la 84/85 se descendió. Dos años se tardó en retornar a la categoría, esta vez con Arturo Ortega al frente. Pero fue en la 88/89 cuando el proyecto, con Mario Pesquera a la cabeza, se consolidó.


Y en éstas que llega Maristas 

Si el equipo de Pesquera realizaba el baloncesto más elaborado y con mejor selección de tiro de la Liga, a la ACB asomó un soplo de aire fresco con un equipo fuera de catálogo, guerrillero, de patio de colegio. Maristas y su “Viriato”, Javier Imbroda, revolucionaron la Liga.

El Ademar Basket Club había nacido en 1953 para cambiar su denominación por Club Baloncesto Maristas en 1972. La fábula moderna del colegio tiene su inicio en la temporada 81/82 con Damián Caneda como entrenador y Jacinto Castillo eterno y vital como gerente, pero se quedaron a las puertas del ascenso a 1ªB. Dos años después con Caneda ejerciendo de presidente y Manuel Romero de preparador se obtuvo la recompensa en Burgos, pero en la siguiente campaña Javier Imbroda no tuvo suerte en su estreno y se desandó el camino. La ampliación a 24 equipos de la categoría el curso siguiente implicó su regreso a la división de plata en una ruta que ya no tenía vuelta a atrás. 


Rafael Domínguez de Gor, propietario de la empresa de moda juvenil e infantil, Mayoral, que por entonces facturaba cerca de 8.000 millones de pesetas, y antiguo alumno del colegio, entró en escena y patrocinó al equipo. Se conservó el bloque de jugadores nacionales y para la incorporación de los foráneos se tiró de los contactos que los hermanos Maristas conservaban por el mundo. De esta peregrina manera arribó en la 86/87 desde la liga irlandesa el saltarín Mike Smith (que brincó por encima de Paco Solsona, base del Badajoz, para dejar boquiabierto al personal y hacerse con el concurso de mates). Llegó a oídos de los andaluces la existencia de un jovencito holandés de 2,20 metros que destacaba en el Marist College de Nueva York. Más el destino de Rick Smits estaba marcado: sería seleccionado en el puesto 2 del draft y triunfaría plenamente en los Pacers de Indiana durante años. Firmaron a Dave Cooke, pero fue expulsado en Tenerife a falta de cuatro jornadas, por lo que se empleó de urgencia a un recomendado de Mike en la liga irlandesa, Ray Smith. La sociedad formada por los del común apellido trascendió su pequeño entorno mediterráneo y se labró una leyenda crepuscular durante las siguientes tres campañas: puntos y espectáculo a mansalva. 

En la primavera del 88 el colegio fletó 8 autocares y llegaron 700 maristas en excursión a Sevilla para intentar el asalto a la ACB en el segundo partido del playoff de octavos ante el Caja San Fernando. Todos con la misma camiseta (ahora costumbre tan celebrada en los actuales pabellones de la NBA). Dicho y hecho. La Asociación de clubs había ampliado el rango de equipos hasta 24 con la creación de la A-1 y la A-2 para la siguiente campaña. La cuarta plaza final después de eliminar a Breogan en cuartos y caer en semifinales ante el Askatuak daba el acceso por invitación a la ACB. El sueño colegial se había cumplido. 


Dos mundos distintos que convergen en espacio y tiempo

Málaga contaba con dos equipos en ACB. No encontraron una rivalidad renacentista, cual Capuletos y Montescos, pero sí hubo sus piques. Paco Moreno se arrimaba a las instrucciones de la Asociación de Clubs sobre la coincidencia geográfica y reclamaba una indemnización “El Caja de Ronda no puede apoyar la candidatura del Mayoral para la Serie A. Otra cosa es que como persona, desee y esté de acuerdo con la existencia en Málaga de otro equipo en Primera División”. Pelillos a la mar. Ambos zarparían en dos proyectos muy distintos que han quedado en el imaginario de la gente. 

Caja de Ronda era un equipo corto (Pesquera apenas utilizaba siete jugadores), de juego masticado y ritmo sostenido, de pulso bajo, porte regio y raya diplomática. Apuraban las posesiones sabedores de que a los contrarios a partir del segundo veinte les flojeaban las piernas. Habían firmado a un reciente campeón de Europa, Ricky Brown, de toque elegante y mejores pies, que se complementaba con la exuberancia física y buena mano de Joe Arlauckas. El triple poste lo cerraba Rafa Vecina, al que Miquel Nolis había enseñado el oficio, Nino Buscató había instruido en los secretos del tiro y Ed Johnson adiestrado en los movimientos cerca de la bombilla. Un físico de broma, con una rodilla sin apenas cartílago, apenas sostenía la enorme calidad del badalonés… la cabecita ya la traía de casa. En el cerebro/ordenador de Fede Ramiro cabía todo el baloncesto, era un manual completo de dirección, en cada jugada mejoraba a sus compañeros. Entre los “cuatro fantásticos” se cocinaban los minutos (Ramiro llegó a promediar en la segunda temporada 40,33 minutos por partido) y los puntos. El puesto de escolta se lo ventilaban entre Blanco, Palacios y Grau. Pesquera sabía de la inteligencia en ataque de sus estrellas y de sus limitaciones físicas atrás, con lo diseñó una defensa inteligente buscando las áreas en que los tiradores contrarios bajaran sus porcentajes, a la vez que “trampeaba” con sus célebres zonas match-up con el ánimo de confundir los ataques enemigos. Dos quintos puestos reflejaron el triunfo de un baloncesto excelente, de laboratorio y estudio. De premio, Ramiro y Vecina fueron convocados con la selección.

Lo de Maristas era puro rock & roll, un canto a la insurgencia, a la herejía, una vuelta al romanticismo (sin pivots, sólo José Pedro García se podía batir el cobre por dentro). Los Smith eran dos moscas en un vaso de leche. Imbroda movía la cucharilla y aquello era un no parar, un ritmo febril, de universidad americana, que hacía boquear al oponente de turno. La pirotecnia no parecía tener fin, la llamada a la presión en todo el campo del melillense (que paradójicamente fue suspendido en esa materia en el 82 por Ángel Pardo, seleccionador juvenil), encontraba oportuna respuesta en sus aleccionadas tropas. Juego directo, a tumba abierta buscando el error rival. El milagro se obró con la misma plantilla -que quintuplicó sus exiguos salarios- del ascenso (de la que se cayeron Gallar y Juanma Rodríguez, que se tiró un mes sin dirigir la palabra a Imbroda y Castillo, pero que pasó a ser el tercer entrenador y posteriormente director deportivo del club durante 16 años) con la incorporación sucesiva de nuevos talentos de la cantera como Luna, el legendario Nacho Rodríguez –hermano de Juanma- de dilatada carrera posterior en el Barcelona y en el Equipo Nacional, o Achi Castillo -hijo de Jacinto-, probablemente el jugador malagueño de mayor clase, pero que se equivocó marchándose muy joven a Taugres y a su vuelta no se pudo subir al tren en marcha y abandonó el deporte. El Nuevo Carranque, como en su día había pronosticado Imbroda con el antiguo pabellón del colegio, también se quedó chico. El buen rollo de los jugadores, cuentan que cada viernes se celebraban las “polladas” -comidas de pollo asado- en casa de algún miembro de la plantilla, se contagió a la grada que durante 4 años se abandonó a una quimera infantil al grito de ¡Esto es Mayoral!


Uno mejor que dos: la fusión

En el año de la Expo de Sevilla y los Juegos Olímpicos de Barcelona se puso fin a la aventura por separado y nació el CB Málaga SAD con Raimundo Traspalacios de presidente, Rafael Jiménez de gerente, Juanma Rodríguez de director técnico deportivo y J.C. Gaspar en la dirección de marketing y promoción. No entraron los históricos Queipo de Llano y Jacinto Castillo. Éste, pasado el tiempo, sería el primer ojeador español en Europa de la NBA, donde tiene un enorme prestigio, para los Bucks de Milwaukee. A Martín Urbano se le orilló para trabajar con la cantera. Javier Imbroda y Pedro Ramírez se hicieron cargo del primer equipo. En tres años se estuvo a un triple (no convertido por Mike Ansley) de la gloria en el cuarto partido de la final de la ACB.

La 98/99 supuso otro giro de tuerca: Pedro Ramírez se quedó huérfano, tras la salida de Imbroda rumbo al Caja San Fernando sevillano, se prescindió de Martín Urbano y Nacho Rodríguez emigró al Barsa en busca de trofeos. Al año siguiente se subió otro escalón con la contratación de Boza Maljkovic y la final de la Korac ante el Limoges. Sólo habría que esperar unos meses para compensar la decepción europea, pues esta vez el título no se escaparía con el Hemofarm Vrsac como contrincante. El cuarto puesto liguero coronó una gran campaña. En la 2001-2002 se abordó sin éxito una nueva final de ACB: el 3-0 del TAU Baskonia dejó con las manos vacías a los andaluces que pasaron por dos años de secano.

Con Garbajosa, otra cosa

Para la 2004/05 se tiró la casa por la ventana. Se firmaron fichajes de relumbrón: Pepe Sánchez, J.R. Bremer, Florent Pietrus, Fran Vázquez, Tabak y Garbajosa. Del cuadro anterior permanecieron Cabezas, Berni, Herrmann y Risacher con el gran Sergio Scariolo (que había sustituido, mediada la campaña precedente, a Paco Alonso) al mando. 

La Copa de Zaragoza fue la primera parada a la gloria. Si Herrmann resultó determinante ante los rivales levantinos (Etosa Alicante y Pamesa Valencia), con un cuarto para entronizar la pizarra de Scariolo y su zona 1-3-1- que dio la vuelta a una semifinal perdida, Bremer se destapó con 17 puntos en la final ante el Madrid, al que Garbajosa terminó por rematar con otros tantos. Campeones y MVP para el asesino silencioso de Torrejón.

Lo mejor estaba por llegar. El equipo había cuajado lo suficiente para hacerse con la ACB en la temporada sucesiva. El indiscutible 3-0 sobre Baskonia sirvió para acrecentar la fama del estudioso italiano, inmortalizar a un equipo y encumbrar definitivamente a Jorge Garbajosa, el mejor jugador de la historia del club, que daría el salto a los Raptors de la NBA. Listo como pocos, Garbo redefinió el puesto de 4 moderno. Pocos flashes le enfocaron cerca de las alambradas de la zona, pero su conocimiento del juego ¡cuántas faltas de ataque sacaba!, su capacidad de pase y su mano letal le hicieron un jugador de época. De cualquier época.


El futuro

De ahí en adelante, la travesía por el desierto… Una presencia en la Final Four Europea de Atenas en 2007 con el mítico triple de Pepe Sánchez en cuartos… Después, un comienzo ilusionante con Aíto (final de Copa), pero el maestro madrileño no terminó de sintonizar ni con la grada ni con la directiva. En los últimos tiempos, se han contratado entrenadores de distintos paladar y envergadura, Chus Mateo, Luis Casimiro y Jasmin Repesa; se ha invertido mucho dinero en fichajes de toda índole y nacionalidad; se trajo para la dirección deportiva a Berdi Pérez (pero ya no está); se buscó en Carlos Jiménez un impulso para la cantera y en Manolo Rubia un alma conocedora de la casa, pero el resultado por ahora ha sido baldío (paciencia). Ahora se ha pensado en un enorme entrenador como Joan Plaza para llevar la nave a buen puerto y desde algunos rincones reclaman a los mandamases, Braulio Medel y Eduardo García, un director deportivo general con conocimiento del mercado exterior para Los Guindos, aunque no será por jugadores, que en el reciente lustro han llegado unos cuántos.

Sólo espero que por la salud de nuestro baloncesto en Málaga (Vitoria, San Sebastián, Bilbao, Santiago, Sevilla, Valladolid, Murcia, Las Palmas, Tenerife, Zaragoza y Valencia) den con la tecla del éxito. En estos tiempos de carestía se necesita que las grandes ciudades y sus alrededores (Fuenlabrada, Badalona o Manresa) incorporen modelos estructurados, ilusionantes y victoriosos, con espacio para sus canteras, que compitan con el binomio Madrid-Barcelona. Aunque sólo sea para que en “La trastienda” malagueña de Paco Ramos Llorca, los comensales, veteranos del baloncesto malagueño, tengan una vez al mes un ratito para contar batallitas de su deporte preferido…

Amaya Valdemoro, una grande

$
0
0

Ahora todo parece “sencillo”. La selección femenina de baloncesto ha subido a lo más alto del cajón en el Europeo disputado en Francia y las chicas que vienen detrás han copado los pódiums de sus respectivos campeonatos (oros en los Europeos sub 20, sub 18 y sub 16 y cuartas en el Mundial sub 19) en un verano de ensueño. El presente parece espléndido y el futuro, si salvamos la tan manida crisis, más que prometedor. Sin embargo, poca gente conoce que hasta el año 74 el equipo nacional sólo había disputado 10 partidos internacionales, datando el estreno del 16 de junio de 1963 ante Suiza en Magrat. Cae lejos, pero no tanto. El 50 aniversario no ha podido deparar mejores regalos. 

Mis primeras imágenes llegan en color (que no soy tan mayor), pero sin alta definición. Recuerdo a Anna Junyer y Rosa Castillo, en su magnífico equipo de juguete, el Comansi, dirigido por María Planas, esposa de Eduardo Portela. Rememoro la polémica que en su día se suscitó en torno a la sensacional Marisol Paíno (y las dudas sobre su feminidad) y evoco los pequeños pasos que se dieron hasta cristalizar los primeros éxitos. El programa ADO tan cuidadosamente elaborado por Chema Buceta fructificó un año después de los Juegos Olímpicos de Barcelona donde se concluyó quintas. Perugia 93 es el principio con mayúsculas. Un día antes del inicio de la competición una noticia conmocionó el evento: la muerte de Drazen Petrovic en accidente de tráfico. Doce mujeres (Laura Grande, Carolina Múgica, Blanca Ares, Mar Xantal, Pilar Alonso, Wonny Geuer, Pilar Valero, Ana Belen Álvaro, Mónica Messa, Marina Ferragut, Betty Cebrián, Paloma Sánchez) y su seleccionador (Manolo Coloma) entraron en la historia para siempre. Campeonas de Europa al imponerse a Francia 63-53. Los 24 puntos de Blanca Ares y la entrada de Ferragut (9 puntos y 10 rebotes) resultaron determinantes. En el podio las chicas hacían piña entonando el tan tarareado por entonces “Indurain, Indurain” (el navarro ese día repetía Giro). Meses antes el Dorna Godella se había hecho con su segundo entorchado europeo consecutivo de clubs. Han pasado los años y España se ha instalado definitivamente en la élite. Nada es casual. Detrás hay una ardua labor de multitud de clubs, el trabajo diario de un porrón de entrenadores y la ilusión de una legión de niñas. La Federación ha hecho lo suyo. Sus ojeadores han cubierto campeonatos nacionales de base y han separado a lo más granado en el Colell en julio. Ha seguido un Programa de Detección de Talentos hasta los 15 años y ha creado una Comisión de Seguimiento Individualizado a partir de los 16. Si toda esa capacidad la pones al servicio de entrenadores del nivel de Carlos Colinas, Jordi Fernández, José Ignacio Hernández, Evaristo Méndez o Lucas Mondelo, los resultados llegan. El baloncesto es el deporte femenino con mayor número de federadas. Ahí radica el secreto: de la cantidad bien conducida sale la calidad.

Tras el Europeo nuestra más insigne representante, Amaya Valdemoro, ha anunciado su retirada de la Selección. Así que creo llegado el momento de, a través de un recorrido por su carrera, rendir un humilde homenaje a su trayectoria y a todo el baloncesto femenino.

Una atleta

Si alguien preguntara a Amaya qué hubiera querido ser, respondería sin dudarlo que campeona olímpica de los 1.500 metros. Y en esas estaba, corriendo, saltando y lanzando (obtuvo el título infantil de la Comunidad en la disciplina de peso) cuando siendo una niña, un día cualquiera el baloncesto se cruzó de manera fortuita en su vida. Con 12 años acudió a ver un partido de su hermana Virginia en el Sagrado Corazón; el equipo contrario no se presentó y las faltaba una para jugar la pachanga. Amaya completó el partidillo y desde entonces no se ha bajado del carro. Pasó por el histórico Tintoretto y por la Complutense. Aún adolescente, con 15 años, empezó su peregrinar por el mundo: emigró a Salamanca y resultó concluyente en la fase de ascenso a Primera División (23 puntos de la mocosa en la final). Un año más tarde debutaba en la máxima categoría, la firmaba el Dorna Godella y con 17 gozaba desde el banquillo con los títulos nacionales y continentales de las valencianas y hacía sus pinitos en la selección absoluta (en categorías inferiores ya abría su despensa de medallas –platas- en los europeos cadete y juvenil de los años 93 y 94).

“Siempre quería pelea“

Así la define Miki Vukovic en el magnífico y emotivo reportaje que el año pasado emitió Informe Robinson. Su espartano entrenador en la capital del Turia va más allá: “con 16 años tenía más nivel de juego que algunas de las americanas”, pero Amaya no olvida y parodia con gracia las tremendas broncas del balcánico, que la bajaba los humos y la ponía en tierra. Vukovic frotó su ego con piedra pómez limpiando toda impertinencia e idolatría juvenil. Su carácter ganador “no soporto perder, ganar es adictivo” fue asomando en esos primeros años. Retornó a tierras charras con el Halcón Viajes para, tras dos temporadas, salir envuelta en la polémica con dirección al Pool Getafe de Guimaraes. Allí coincidió con Antonio Díaz Miguel y Blanca Ares, mejor jugadora española y europea del momento (25, 39 y 37 puntos en la final de la Liga del 97), con la que tuvo sus roces. Análogo espíritu combativo y dos gallos en el mismo corral. La estrella consagrada acusó en Gigantes a la joven de falta de carácter, de anotar en los partidos fáciles, pero “cuando llegan los choques importantes se ve que todavía está por hacer, no es capaz de aguantar la presión”. Amaya replicó “No merece la pena hablar de una tipeja como ésta. Todo el mundillo del baloncesto femenino la conoce”. Polémicas pretéritas, afortunadamente olvidadas por dos extraordinarias competidoras: “Ella fue una grandísima jugadora que, como yo, sólo quería ser la mejor. Y chocábamos. Era competición pura. Ahora ya no hay duelos así”, conciliaba añorante tiempo después la Valdemoro. 

Salamanca-Valencia / Valencia-Salamanca

Entre esas dos ciudades ha consagrado 12 años de su vida deportiva. Su relación con la ciudad castellana se debatió entre la profunda adoración de los aficionados cuando era local, a la más honda ojeriza como rival. Allí hizo la burrada de 49 puntos –su récord- en una semifinal liguera frente al Ensino de Lugo. Por cierto, en la ciudad gallega se declaró el primer Partido de Alto Riesgo del baloncesto femenino y Amaya respondió con dos sopapos a un individuo que la tiró de la coleta y la golpeó en la nuca. En cambio, a orillas de la Malvarrosa siempre se la llenó de afecto. Su caudal de títulos en Levante (6 Ligas, 6 Copas, 4 Supercopas y un Mundial de Clubs) justifica el apego y el cariño de los seguidores ches. Probablemente fue el lugar donde más disfrutó del baloncesto cuando su exuberancia física le permitía arrollar a sus rivales con sus penetraciones hacia el aro y sus lanzamientos largos. Así los incondicionales de la Fuente de San Luis contemplaron una insólita pancarta una mañana de domingo, mediado el partido: “Amaya ¿dónde está el Cola Cao?”, anunciaba el rótulo. Cuando la Valdemoro contempló la escena no pudo menos que carcajearse ante las interpelaciones curiosas de sus compañeras. Un puñado de amigos de Madrid se había acercado el fin de semana y pernoctaban en su piso. Tras la cena y a una hora prudencial Amaya había abandonado el séquito, que siguió de fiesta. Cuando se levantó tardó un buen rato en encontrar la ropa de juego que había dejado doblada cuidadosamente la noche anterior. Aquello era un desbarajuste. Buscó y buscó hasta que dio con ella. Uno de los colegas la tomó como pijama. Le despertó, recogió el uniforme y se fue al pabellón pensando que la tropa se quedaría en brazos de Morfeo. Pero los visitantes no la fallaron. Hicieron de tripas corazón y se levantaron para verla jugar, no sin que por ello no dejaran claro en público a su anfitriona el descontento con la ausencia del imprescindible ingrediente en el desayuno. Tiempos felices. 

WBNA: luces y sombras

Con 21 años Amaya decidió emprender la aventura americana destino Houston. Las Comets habían ganado el campeonato anterior y reforzaban el puesto de alero con la incorporación de la de Alcobendas. La competencia en la posición era brutal, pues tenía por delante a las tres mejores alas del mundo: Janet Arcain, Cynthia Cooper y Sheryl Swoopes. En las escasas oportunidades que el laureado entrenador Van Chancellor (4 veces campeón con las profesionales, 14 con las universitarias en Mississipi, oro olímpico en Atenas 2004) le dio entrada en cancha, Valdemoro cumplió de largo. Los cinco veranos tejanos dieron para mucho bueno: tres títulos de la WBNA (con remontada histórica –caían por 11 a 4 minutos del último partido- en el primer campeonato ante las Mercury de Phoenix, entrenadas por la gran Cheryl Miller), recepciones en la Casa Blanca con los presidentes Bush (que la habló en castellano sobre su amigo Aznar) y Clinton (mucho más simpático), pabellones de 15.000 personas repletos, sorpresas de grandes estrellas de la NBA (Charles “el gordo” Barkley había encargado un ramo de rosas para cada una de las jugadoras el día de la apertura del torneo o las felicitaciones de Clyde Drexler), un poster enorme de Michael Jordan (la Valdemoro es muy mitómana y tiene al de Brooklyn en su Santísima Trinidad, junto a Drazen Petrovic y Fermín Cacho) que no había podido encontrar y que un día alguien dejó en su taquilla y el título en un concurso de culos (¡eh! en pantalón corto, por supuesto, que la broma no fue a más), al que la apuntó un cheerleader de la franquicia. Para morro… la madrileña. 

También le depararon algunos sinsabores: vivió el drama del fallecimiento de Kim Perrot, base titular del equipo en los dos primeros anillos de “las cometas”, a la que en febrero del 99 se le detectó un cáncer de pulmón, poco después se le extendió al cerebro y en agosto, en los días previos a las finales, falleció. Se le otorgó a título póstumo la tercera alianza y se retiró su camiseta con el número 10. 

A Amaya siempre le quedará el pesar de no haber gozado de mayor protagonismo en las escuetas rotaciones de su coach. En los entrenos podía pasarse dos horas seguidas defendiendo con el quinteto suplente hasta que las titulares atacaran bien. En su inicio su inglés le jugó una mala pasada: entendió “four, forty” (4,40), en lugar de “four, fourteen” (4,14) para la hora de la convocatoria, el equipo se marchó y a ella la recogió una limusina. “Rookie como perdamos lo vas a pagar muy caro”, le avisó su entrenador. Menos mal que ganaron. Llegó incluso a entrenar durante un par de semanas con un dedo roto para no perder la forma. Tras los dos primeros años pensó cambiar de equipo: Indiana, Seattle y Miami mostraron interés, pero no la dejaron salir. A la cuarta -en 2001- parecía ir la vencida, tras la retirada de Cynthia Cooper, pero el físico no le aguantó. La tendinitis crónica en el rotuliano de ambas rodillas, la hacía levantarse con dolores varias veces cada noche y la impedía conducir y permanecer sentada mucho tiempo. Se operó sola en Estados Unidos y se perdió el bronce Europeo en Francia. Tres días después de la intervención un tornado casi arrasa la región. La Valdemoro, imposibilitada, se tiró un día entero comiendo galletas, pues la persona que tenía que llevarla la comida no pudo acceder a la zona. En su quinto verano en la liga americana, la cortaron en el último momento. Después, en el Mundial de China, Van Chancellor y su ayudante “sorprendidos” por su juego la animaron para que regresara. Harta de no poder demostrar sus cualidades, no volvió más. 

Desde Rusia con… frío

Concluyó otro ciclo exitoso en Valencia y en junio de 2005 le llegó la oportunidad económica de su vida. Fichó por el Samara ruso, entonces vigente campeón de Europa, que la triplicaba el sueldo. Sabía lo que la esperaba: frío polar con temperaturas de hasta -40º, un idioma imposible, un chalecito precioso en las afueras, chofer –Dimitri- a su disposición las 24 horas, monotonía (de casa al pabellón y del pabellón a casa), un club profesional con 30 empleados, desplazamientos larguísimos cubiertos en avión o en tren (coche cama), un gran espectáculo con cheerleaders y rayos laser antes de cada encuentro de Euroliga y la plantilla más completa en la que haya jugado en el Viejo Continente, con gente de la talla de María Stepanova, Ann Wauters o Ilona Korstin. Triunfó (fue nombrada mejor extranjera de la Liga en su debut y escogida para el All Star Game de la Euroliga en 2006, 2007 y 2008), pero en los tres años que permaneció en Rusia (dos en el Samara y otro en el CSKA) le quedó clavada la espinita de la Copa de Europa. En su estreno estuvieron cerca, pero una colosal Nykesha Sales encestó 16 puntos en el último cuarto y aupó al local Brno hacia el título. Fue una etapa dura de especial maduración personal, donde convivió consigo misma y desterró sus manías en la cancha con la ayuda de un psicólogo deportivo. Se hizo adicta al Skype, leyó sin descanso y visionó un montón de películas que sus amigos la grababan. De buen saque, echó de menos como nunca el cocido de su abuela Lucía o las lentejas de la madre de Elisa Aguilar. Con frecuencia añoraba el placer de sentarse a la mesa de un buen restaurante español. 

Madariaga

Amaya tuvo la inmensa desgracia de perder a su madre muy jovencita. Con apenas 18 años un cruel cáncer se la quitó. Días antes de morir tuvieron una conversación: “Siempre que metas una canasta acuérdate de mí”. Esas palabras la han acompañado y la vinieron a la cabeza después de alcanzar su sueño, participar en unos Juegos Olímpicos. 

La empresa no fue fácil y llegó por el sendero de la épica. España acudió al Europeo de Grecia con el objetivo de clasificarse para los Juegos que un año después tendrían lugar en la capital helena. Para ello era requisito imprescindible colgarse una medalla, pues sólo acudían las tres primeras. Tras el temido y sufrido cruce de cuartos ante Serbia y Montenegro (una zona y tres triples de Ferragut ayudaron a pasar el trance), se cruzaron nuevamente en semifinales con las imponentes rusas, a las que se había vencido en la fase inicial. Se llegó con opciones hasta el último minuto para finalmente caer 78-71. Había que levantar el ánimo porque en el bronce estaba el premio olímpico. Esperaba Polonia y una de las mayores hazañas del baloncesto español. El equipo llegó fundido, sin la actividad defensiva habitual: no se pasaban por delante los bloqueos, las ayudas llegaban tarde y Bibrzycka (19 puntos) y la gigante Dydek (21) campaban a sus anchas. Los parciales eran desalentadores: 35-49 al descanso, 56-71 al final del tercer cuarto y 56-71 a 9 minutos. Cuando todo parecía perdido, España tiró de casta y Cholas de las piernas frescas de las suplentes: Rosi Sánchez había abierto la lata de la zona eslava con 2 triples y las jóvenes Marta Fernández (19 puntos en 20 minutos) y Nuria Martínez (14 en 15) voltearon el marcador con un parcial de 31-10 en el último período. El deseado bronce. Un milagro que emocionó a todo el país. Amaya, máxima anotadora del torneo, loca de alegría declaraba que era el momento más feliz de su vida deportiva. 

Primer partido de los Juegos y Amaya sorprende incluso a su gente. Cuando se despoja del chándal para acudir al salto inicial, el apellido que aparece inscrito en su camiseta no es el habitual. Nueve años después de su fallecimiento, Amaya rinde su particular y sentido homenaje a su madre. En España, su padre Álvaro y su hermana Virginia, que ignoraban la ocurrencia, lloran a lágrima viva. El apellido rotulado era Madariaga. Los norteamericanos, en cambio, pensaron que se había casado y había tomado el apellido del marido. España borda el primer cuarto ante China y Amaya sale poseída (sin duda auxiliada desde arriba) y ve el aro como una piscina “tiraba y las veía todas dentro”, confiesa perpleja. Hace 22 puntos en 10 minutos en una serie estratosférica (5 de 6 canastas en lanzamientos de 2 puntos y 4 de 5 triples). España completa un torneo excelente, pero Brasil (con la veterana Janeth Arcain y sus 27 puntos) le impide el acceso a las medallas en cuartos. Un sexto puesto más que digno y el orgullo de sentirse olímpica con el recuerdo emocionante de la entrada al estadio en la ceremonia inaugural. A la vuelta las desavenencias de las jugadoras con los métodos del exigente Vicente “Cholas” Rodríguez, trajeron la destitución de éste. 

Su equipo: la Selección

Podía llegar exprimida por la competición, maltratada por las lesiones, pero la Valdemoro estaba deseando que entrara el verano para concentrarse con el equipo de su vida, la Selección Española. Ningún hombre o mujer ha vestido tantas veces la elástica nacional como ella: 258 ocasiones. La quedaba como un guante (incluso el cacareado body que tanto aborrecía del Mundial del 2002). La camiseta roja estaba hecha a su medida. “Aún se me pone la carne de gallina cada vez que me pongo la camiseta de España”, manifestaba emocionada.

Pese al curriculum de Amaya, nadie gana siempre ni casi nadie pierde eternamente. La Valdemoro ha vivido y participado (salvo, por lesión, en el bronce Europeo de Francia 2001 con aparición estelar de Nieves Anula) en todos los éxitos del combinado nacional los últimos 20 años. Sus vitrinas custodian 5 medallas europeas (una de oro, una de plata y tres de bronce) y una presea mundial de bronce. A nivel individual ha sido varias veces máxima encestadora de estos torneos y en 2007 fue elegida MVP del Eurobasket. 

Pero quizá lo más importante sea su contribución al crecimiento del baloncesto femenino en las dos últimas décadas. La selección acudía a los campeonatos en clara inferioridad física en relación a sus principales rivales, que eran mucho más altas y fuertes. Su baloncesto de conjunto había de rozar la perfección defensiva, con agresividad, pasando los bloqueos por delante para evitar los cambios, ritmo alto con rotaciones de 10 jugadoras, “sembrando desde el minuto 1 para recoger en el 39”, como argumentaba Evaristo Pérez. En ataque había que dar sitio al talento de las jugadoras exteriores obligando durante años a que las pivots estuvieran muy cerca del aro; así se ganaba espacio para que las pequeñas aprovecharan su uno contra uno. Hasta la impensable aparición de Alba Torrens con sus 192 centímetros y sus inabarcables condiciones, Amaya se veía obligada a sujetar a la 3 rival, que normalmente la sacaba la cabeza, y echar una mano considerable en el rebote, en lugar de asentarse en su posición natural, la de escolta. Hasta la llegada de Sancho Little, las interiores no han competido en condiciones naturales de equilibrio. Qué trabajo han hecho en este tiempo Woonny Geuer, Betty Cebrián, Marina Ferragut o Anna Montañana, por ejemplo. Toda una evolución. Toda una revolución.

Si tuviera que elegir un solo partido de los 254, quizá me quedaría con el de cuartos de final frente a Francia en el Mundial de la República Checa donde la fe nuevamente llevó a la victoria. Era viernes 1 de octubre del 2010, en pleno veranillo de San Miguel. La cosa tenía muy mala pinta. Se llegó a marchar 12 puntos abajo y se entró en el último medio minuto con seis puntos de desventaja y posesión gala. España pierde de 1 y Francia saca desde la línea de centro con 10 segundos por jugarse. El tiempo muerto de José Ignacio Hernández es histórico (vean Youtube). Diseña una jugada para Amaya, que antes de salir a pista da un grito a sus compañeras: “Si yo no puedo, la que la coja, para adentro”. España hace falta y la francesa sólo convierte un tiro libre, Alba Torrens rebotea y pasa el balón a Amaya que recorre el campo, finta el cambio de dirección y se va hacia canasta con todo. Deja una entrada a tabla y empata sobre el segundero. ¡Dios qué subidón! ¡Qué saltos en casa! “Es lo que todos querríamos ser de mayor, Amaya Valdemoro” vocifera emocionado el gran Quique Peinado en la retransmisión de Marca TV. Amaya ha hecho 7 puntos en los últimos 27 segundos del tiempo reglamentario y el encuentro llega a la prórroga. España se impone 74-71, con 28 puntos de Amaya en 43 minutos, y se toma con calma las semifinales ante el imposible equipo estadounidense (70-106). Esa no es su guerra. En la final de consolación, la defensa colectiva y los puntos de Little (22), Torrens (18) y Valdemoro (16) nos imantan al bronce. 

Un año después llegó la gran decepción. El equipo que pretendía regresar del Europeo de Polonia con el oro colgado no pudo sobreponerse a la mala suerte y a las lesiones de Marta Xargay, Amaya Valdemoro (su problema de circulación –varices internas- en su renqueante gemelo derecho le viene de lejos) y de Sancho Little. Cayó en la fase de grupos y se quedó sin los Juegos Olímpicos de Londres en la mayor decepción de la carrera de la Valdemoro. Tragaron saliva y en 2012 jugaron el PreEuropeo. Verano del 2013 y Francia les esperaba en la final de su Europeo: la victoria con Torrens, Little y Lima sublimes, supuso el broche perfecto para la despedida de la selección de dos amigas inseparables (que recogieron la copa juntas), Amaya Valdemoro y Elisa Aguilar. Por fin campeonas de Europa.

¿A dónde ibas?

Octubre de 2011. Amaya ha vuelto a Madrid. En su primer año en Rivas ha ayudado al equipo a adjudicarse su primera Copa de la Reina. Ilusionada inicia su segunda temporada en el debut en casa en Euroliga. A falta de 24 segundos va a taponar un tiro debajo del aro, se desequilibra y apoya los brazos antes de caer de espaldas. Se rompe las dos muñecas. Sus gritos desde el suelo sobrecogen a un pabellón mudo. El dolor es tal que se desmaya varias veces. Sale del campo encorvada, como un guiñapo, ayudada por el fisioterapeuta “nunca llegué a pensar que una persona podría soportar tanto dolor”, manifestaría más tarde. “¿A dónde ibas? Que tú ya no estás para esas cosas”, la dijo sabiamente su padre. La escayolan la muñeca derecha y la operan de la izquierda. Durante días necesita ayuda para todo: no puede coger los cubiertos para comer ni vestirse sola. La rehabilitación es dura. Raúl Martínez, José Antonio Fernández y David Baos la aguantan y la recuperan. Llegado el momento llama a su amiga del alma para la prueba del algodón: “Elisa vente a tirar conmigo”. La prueba no puede ser más desalentadora, los lanzamientos a dos metros no tocan ni el aro. El trayecto de Rivas a Alcobendas lo hace llorando como una Magdalena. Pero lo que no mata te hace fuerte y Amaya vuelve a ser jugadora de baloncesto 4 meses después de su infortunio. En primavera caen en Estambul en la final del Euroliga ante el Ros Casares (que tristemente desaparecería poco después).

En septiembre del 2012 firmó por el Tarsus turco. Viajes rocambolescos e interminables, un presidente despótico que repartía las primas a su antojo. Como El Almendro, vuelve a casa por Navidad, pero decide rescindir el contrato. Se va de vacaciones a Brasil y, asqueada, no quiere saber nada de baloncesto durante un mes y medio. A su vuelta tiene claro que quiere jugar el Europeo con la selección y recibe un trato patricio (criticado por algunos círculos) desde la Federación. Desecha ofertas, se pone en forma (entre físico y pilates) y entrena y juega con el Canoe. En junio vuelve con el oro colgado de Orchies. 

¿Y luego?

Probablemente Amaya no ha tenido la elegancia de Laia Palau, ni la facilidad de Alba Torrens ni la fuerza de Sancho Little, pero nadie ha puesto en tela de juicio su compromiso febril, su casta ganadora, su carácter inquebrantable. Siempre ha estado ahí para jugarse el último tiro. Ha endurecido la mandíbula para defender a la figura rival (que a unas cuántas ha anulado), ha torcido el gesto para dar el grito de alerta o la voz de aliento. Ha sido un espejo, un referente, una imagen en la que miles de niñas se han mirado ilusionadas. Un torrente, un volcán en erupción. Ha sido Amaya Valdemoro. La mejor.

El pasado lo ha escrito con sangre, sudor y lágrimas (es muy “llorona”) y lo ha cincelado en letras de oro, plata y bronce, que de todo ha habido. El futuro es una página en blanco que Amaya habrá de rellenar: más baloncesto, escuelas, medios de comunicación (que piquito tiene un rato la amiga)… Quién sabe. Algo relacionado con el deporte, eso seguro. Si el genio de la lámpara se le apareciese para concederle un deseo deportivo, tengo claro lo que diría: “Dame salud para jugar otros 10 años”. Mucha suerte y gracias eternas de toda la afición. 

Mi agradecimiento a mi amigo Héctor que hizo posible la enriquecedora charla con la crack y a Amaya por su naturalidad y generosidad al dedicarme un buen rato de su tiempo.

El maestro Ignacio Pinedo

$
0
0
El protagonista de hoy es toda una referencia de nuestro universo baloncestístico pero, como argüía Javier Limón sobre los Beatles en su maravilloso programa musical “Un lugar llamado mundo”, no por el tiempo transcurrido sino por el que todavía le queda y por el poso dejado que trasciende generaciones. 


En la actualidad, contagia alegría el Madrid de Pablo Laso al amparo de un modelo tradicional: defensa, contragolpe y sencillez en ataque. El patrón, tan académico como romántico, lo creo heredero del estilo que hace décadas preconizó Ignacio Pinedo. No garantiza títulos (ninguna patente los certifica), pero sí llena las canchas, enamora a los aficionados y atrae a los indecisos. Hoy abordo la figura de Pinedo, que junto a Eduardo Kucharski, Pedro Ferrándiz y Antonio Díaz Miguel marcaron, entre otros muchos, el devenir del deporte de la canasta en sus primeros 50 años de existencia en España. No fue un revolucionario en cuestiones tácticas, no ideó ningún sistema ciertamente novedoso. Su éxito se cimentó en el conocimiento y motivación de los jugadores, en la hábil gestión de grupos y en su formidable dirección de equipos. Vamos lo que ahora viene a ser el tan traído “coaching”. Pinedo nunca estuvo tan de moda como en los tiempos modernos, que diría Chaplin. Siempre fue un adelantado. 


Jugador en la postguerra

De familia bien, nacido en San Sebastián e hijo de padre español y madre francesa, tuvo su primer contacto con la canasta en el colegio Liceo Francés de Madrid donde estudiaba. Allí coincidió con un chico serio de grandes dotes organizativas (Raimundo Saporta) y otro muchacho guasón (Arturo Imedio) que le acompañaría durante su etapa de jugador. Con 14 años Saporta compraba el material deportivo a plazos en Casa Melilla, inscribía a los distintos equipos y se encargaba de todos los trámites administrativos con la Federación. El Liceo jugaba en la calle Marqués de la Ensenada, frente al Palacio de Justicia, y utilizaba como cancha de entrenamiento una instalación techada en un chalet de la calle Serrano esquina López de Hoyos que había pertenecido a los Marqueses de Urquijo y que luego pasó a ser propiedad de la Embajada Francesa. El equipo femenino atrajo también gran cantidad de público: a sus virtudes baloncestísticas unía un uniforme subversivo para la época; jugaban con pantalón corto, en lugar de la tradicional falda pantalón. Llegó una recomendación para cambiar el vestuario, que fue desoída por el club. 


En 1944 Ignacio fichó por el SEU y quedaron campeones de Castilla por delante del América de los hermanos Alonso. Supuso un apeadero fugaz: al año se volvió al Liceo que con el tiempo se convertiría en una alternativa a los grandes de Madrid. Hicieron un equipo de campanillas. A los estudiantes del propio colegio se les sumaron algunos de los mejores jugadores de la región atraídos con un cebo poco común entonces: una vez al año realizaban una gira por Francia sufragada por los distintos clubs locales. En 1950 alcanzaron las semifinales del Campeonato de España y un año después ganaban el Campeonato de Castilla “un equipo ordenado en el que cuatro de sus jugadores se llamaban Imedio, mientras que en el Madrid cada uno se llama como le da la gana”, escribía irónico el cronista de ABC. Efectivamente al núcleo familiar formado por Carlos, Alfonso, Luis y Arturo, se les unía Pinedo, Vías, Ribé, Jiménez y Perea, dirigidos por Ramón Urtubi. Los liceístas aceptaron jugar en “campo neutral”, en el frontón Fiesta Alegre a cambio de 2.000 pesetas y se impusieron a los blancos, que les habían arrebatado a su mejor jugador, el puertorriqueño “Willo” Galíndez. En la temporada 52-53 su amigo Saporta se llevó a Pinedo al Madrid, que por entonces pagaba (Borras y Galíndez ganaban 5.000 pesetas al mes, el resto diez duros por partido ganado y veinte si pasaban de 100 puntos) y “tenía duchas de agua caliente”. En tres años disputó tres finales de Copa ante el Juventud de Badalona, imponiéndose en la segunda. 

La Selección y el Mundial de Argentina

Cual personaje de “Un tiempo entre costuras”, Pinedo se estrenaría en Tetuán, en el antiguo Protectorado Español, como jugador de la Selección Española un 22 de mayo de 1949. Su fácil debut ante Portugal coincidió con el de Andrés Oller (héroe badalonés con su canasta final en la Copa de España del 53) y Carlos Piernavieja, insigne periodista de Marca, polifacético atleta (récord nacional de natación e internacional en cinco disciplinas deportivas) y alma mater del Canoe (junto a Cholo Méndez).

A principios del año venidero se contrató a Michael Rutzgis, excelente técnico (introdujo el juego con bloqueos) y gran persona, pero con una desmesurada afición al alcohol. Tenía una bella esposa, que según contaba Martín Tello bebía los vientos por el joven Pinedo. Chapurreaba el castellano, decía “tiros libros” y tenía su gracia: una vez a Ángel González, que no jugaba nunca, le dijo “Gonsales, si queda un minuto y ganamos de un punto y te digo ¡Gonsales rapid!, quiere decir Gonsales, rapid para la ducha”. En el torneo de Niza, España se ganó por derecho propio la plaza (con la postrera canasta de “Met” Ferrando, tras tiempo muerto y padrenuestro ante Bélgica) para el primer Mundial de la historia que habría de celebrarse en Argentina en octubre de 1950. Desde la FIBA, William Jones, alto funcionario de la UNESCO y alumno de Naismith en Springfield, apostó por el país sudamericano como sede del evento. Europa se estaba recomponiendo de los desastres de la Gran Guerra, en Estados Unidos entre su naciente campeonato profesional y su consolidado universitario tenían bastante y Perón demandaba para su pujante nación un acontecimiento que ensombreciera el Campeonato Mundial de fútbol que organizaba el vecino Brasil. Y para allá que volaron los españolitos junto a los franceses a bordo de un cuatrimotor a hélices en un trayecto de 36 horas con escalas en Lisboa, Dakar, Natal y Río de Janeiro. Previamente en la concentración de Toledo, Rutzgis había obligado a Ferrando, Pinedo y Bárcenas a afeitarse los bigotes por consejo del cachondo de Kucharski. 

El certamen supuso un fracaso deportivo para los nuestros, pues sólo se ganó un partido por la incomparecencia de la Yugoslavia del General Tito, y una enriquecedora experiencia personal con multitud de anécdotas. El equipo llegó muy diezmado sin la presencia de los puertorriqueños Galíndez y Borras por la protesta previa francesa, cansado al aterrizar un día antes del comienzo de la competición y sin conjuntar (incluso un tal Álvaro Salvadores que jugaba en Chile se incorporó a la concentración en Buenos Aires). Argentina, con Óscar Furlong y Ricardo González como estrellas, se hizo con el oro ante el combinado americano en un atestado Luna Park. Los españoles se quedaron otros diez días allí (la frecuencia de los aviones no era la actual) y disfrutaron y ligaron lo suyo. Pinedo relataba décadas después en Superbasket que una chica le llamó diciendo que le había visto jugar y que quería salir con él. Como era suplente y su presencia fue testimonial Ignacio la contestó: “Querrás decir que me has visto en el banquillo”. “Si, si, el tercero del banco”, replicó interesada la muchacha.

El desastre implicó que España renunciara a competir en el Europeo de Paris de 1951 y en los Juegos Olímpicos de Helsinki en 1952. En adelante Pinedo cobraría protagonismo y se consagraba como alero anotador, pero al hacer oficial su retirada como jugador, Jacinto Ardevínez en una decisión controvertida decidió no convocar ese verano a los históricos Pinedo y Juanito Dalmau para los Juegos Mediterráneos de Barcelona 1955 en lo que supondría el primer gran éxito de nuestro deporte. El oro encumbraría a Joaquín Hernández y a Jordi Bonareu. 

En entrevistas posteriores la memoria de Ignacio traía multitud de sucesos relacionados con los antediluvianos viajes: “Cuando aterrizábamos después de un viaje peligroso, el General Querejeta (presidente de la Federación) gritaba ¡Arriba España! Entonces Gómez y Lozano cantaban el himno de Infantería y el general le decía al entrenador “Esos dos que no falten. Hay que dar espíritu al equipo”. Su amigo Arturo Imedio le metía el miedo en el cuerpo antes de subirse al avión: “Llegamos a las 8 a Barcelona o nos vemos a las 7 con San Pedro”. Las comidas, tan exiguas por entonces, también tenían lo suyo: “Cuando nos ponían solomillo siempre había falsas llamadas de teléfono. A la vuelta el protagonista se encontraba el plato vacío, con lo que optamos por escupir encima cuando nos reclamaban”. 

Entrenador del Real Madrid

Convencido por Don Raimundo (Pinedo era el único que le tuteaba), colgó las botas para en la temporada 55-56 dedicarse en exclusiva a la dirección técnica del equipo y vivir y ganar una de las finales de Copa más polémicas de la historia, pues con tanteo 53-54 favorable al Aismalíbar barcelonés los árbitros pitaron una clara falta a Riera que a todas luces pareció fuera de tiempo. Cuando Máximo Arnaiz, delegado madridista, se dirigió a la mesa de anotación para intentar manipular el cronómetro, Kucharski se abalanzó sobre él y le sacudió un puñetazo. Se lió la marimorena, Alcántara sólo convirtió uno de los dos tiros libres que llevaron el encuentro a la prórroga dónde se impusieron con claridad los merengues ante un rival ya muy mermado.

Saporta, mano derecha de Bernabéu en el Real Madrid, se había hecho fuerte en la Federación de Baloncesto como presidente de la C.O.I. (Comisión Organizaciones Internacionales). Ideó e impulsó la primera Liga Nacional en la temporada 56-57. En su primitivo formato la competición la disputaron 6 equipos (4 catalanes y 2 madrileños). Dados los escasos medios, los equipos habían de viajar por parejas y aprovechar el fin de semana para jugar dos partidos. La Federación asumió los gastos de desplazamiento, estancias, arbitraje y alquiler del Frontón Fiesta Alegre en Madrid y del Palacio de Deportes en Barcelona. A cambio recibió los ingresos procedentes de lo recaudado en las taquillas. Como la aventura se saldó con beneficios (40.065,65 pesetas), éstos se repartieron entre las federaciones española, catalana y castellana y los clubs participantes en la proporción que establecía su clasificación final. 

El Real Madrid llegó a las semifinales de la primera edición de la Copa de Europa, pero en el 58 el General Franco negó el permiso para el traslado a Riga y vedó a los letones (entonces rusos) el visado para entrar en la Península Ibérica. La política truncó la trayectoria europea del Madrid, que a nivel doméstico se hizo con las dos primeras ediciones del campeonato liguero y con una Copa de España, si bien la derrota frente al Juventud en la segunda final, tras desperdiciar una renta de 11 puntos a falta de dos minutos, le costaría el puesto a Pinedo. Con 62-60 el gran Alfonso Martínez cometía una absurda personal que llevó al verdinegro Jorge Parra a la línea de tiros libres con el cronómetro a cero. La conversión de los mismos conduciría a una prórroga donde la Penya se haría con el título. Ignacio entendió su decapitación como injusta y tiempo estuvo sin hablarse con su compañero de clase del Liceo. Saporta ofreció el cargo a Pedro Ferrándiz que lo había bordado en el Hesperia, pero éste desechó el ofrecimiento. El puesto lo ocupó Ardevínez: una temporada sin trofeos significó su cese fulminante y una nueva proposición que esta vez Ferrándiz aceptó, con el resultado de todos conocido (“los títulos le salieron por las orejas”, como llegó a afirmar sin rubor el levantino). Pinedo se sintió traicionado por el joven al que había ayudado y tutelado desde su llegada desde Alicante. Ya nada sería igual entre ambos: “Yo me porté muy bien con él y no puedo decir que existiera correspondencia. Le traje, le enseñé los principios del baloncesto… Caso típico en que el alumno rebasa al maestro”, subrayaba en alguna entrevista el vasco. 

Estudiantes

Pinedo, un tanto escamado, abandonó el baloncesto de élite para dedicarse a su otra gran pasión, la enseñanza (dio clases de francés, entre otros centros, en el Liceo y en el Tajamar), hasta que la llamada de José Hermida en la temporada 65-66 le devolvió a la vida. Durante 8 campañas encontró en la entonces prolija cantera del Ramiro soluciones a la desbanda que cada fin de curso se producía. Los grandes de la liga ofrecían pasta de verdad y contratos profesionales… en La Nevera, barra libre a los jugadores tras los entrenos (hasta que Ignacio logró canjearla por una remuneración testimonial de 200 pesetas) y la posibilidad de conciliar deporte y estudios. La claque estudiantil abrazó como suyo el juego postulado por el avezado técnico: para paliar las carencias de altura de los suyos, defensa y contraataque a muerte desde un espíritu guerrillero y un ritmo infatigable e innegociable. Amalgamaba las defensas presionantes en todo el campo con las estrategias zonales. Abría el campo dando vía libre al talento de sus exteriores. Y los resultados llegaron. 

En su segundo año, le dio el disgusto de su vida a Ferrándiz. En el derby, dos canastas de Emilio Segura una mañana de San José privaron al alicantino (por única vez) del título liguero que fue a parar a las huestes del Juventud de Badalona. Jugador y técnico terminaron paseados a hombros en La Nevera. Fue el entrenador del combinado nacional que obtuvo la plata en el original y único Campeonato Mundial para jugadores por debajo de los 180 centímetros disputado en Barcelona. Tras el calamitoso Europeo Senior de Helsinki 67, Saporta le ofreció el cargo de seleccionador de la absoluta, pero Ignacio lo rechazó y Díaz Miguel continuó en el puesto e hizo historia hasta los Juegos Olímpicos de Barcelona. 

En la temporada 67-68 el Estu rozó el Campeonato. Con un balance de 16 victorias y 4 derrotas logró la segunda posición. Con el éxito, desbandada general a final de curso: Vicente Ramos emigró al Madrid, Aíto al Barsa y Cifré al San José, El mago siguió sacando conejos (jóvenes talentos) de la chistera: Miguel Ángel Estrada y Gonzalo Sagi-Vela ascendieron de las categorías inferiores y se trajo al excelso Víctor Escorial del Vallehermoso. Y aunque parezca irreal, dadas las estrecheces de los colegiales, Estudiantes tentó al gran Kresimir Kosic, pero las autoridades yugoslavas no dejaban salir a sus figuras hasta cumplidos los 28 años. 

Pinedo frotó su lámpara para alumbrar “el primer siglo de oro estudiantil”. Vivió el cierre del techado de La Nevera, la inauguración de Magariños, el paso al seudoprofesionalismo, el primer patrocinio con su correspondiente publicidad en las camisetas (Estudiantes Monteverde) y las Bodas de Plata de los del Ramiro con la vuelta del legendario José Ramón Ramos. En su último año (campaña 72-73) incluso hizo debutar a su hijo Nacho, que posteriormente se consolidaría como un buen base en el primer equipo. Un cuarto puesto y el subcampeonato de Copa no pareció suficiente a la directiva para renovar al “zorro plateado”. En su lugar, contrató a otro histórico, Chus Codina, para dirigir al EuroEstudiantes. Su buque insignia, Juan Antonio Martínez Arroyo, pone en valor en un excelente artículo de Dioni López para ACB.com el trabajo de su técnico: “Pinedo es el entrenador de más calidad que he tenido. Tenía las ideas muy claras para adaptarse a las altas y bajas y todos los años confiábamos en que a él se le ocurriera algo”. Palabra del base posiblemente más inteligente que haya pisado una cancha en España.

Nuevamente Saporta se cruzó en su camino y le brindó una oportunidad insospechada. La mítica e irrepetible Ita Poza había dejado de entrenar al Creff Hola. Saporta había tomado tanto cariño al club, uno de los principales estandartes del basket femenino madrileño y patrio, que intentó convencer a Bernabéu para habilitar la sección en el cuadro blanco. Don Santiago no tragó, pero de hecho jugaban sus partidos europeos en la antigua Ciudad Deportiva. Así Ignacio accedió al planteamiento de su amigo para formar el binomio técnico junto a Luis Chana: éste era el entrenador de facto durante la semana y aquel dirigía los partidos. El tándem condujo a un destino exitoso con la obtención de la Copa ante el favorito Mataró (64-48) y un meritorio tercer puesto en Liga. Su fugaz escarceo dejó huella: “Trabajar con Pinedo fue un lujazo, porque tenía un concepto muy revolucionario del baloncesto”, declara la entonces jugadora y hoy presidenta Teresa Pérez Villlota.

La Junior o el sitio de su recreo

Pinedo confesó que “el baloncesto es una droga, una adicción para toda la vida”. Y si hubo un lugar donde disfrutó de la enseñanza de su deporte ése fue la selección nacional junior que comandó durante 15 años. Gozó moldeando el carácter y el juego de los más prometedores jóvenes de las décadas de los 70 y 80. Instruyó y educó a generaciones ganadoras, formó a un compendio de fieles colaboradores que le profesaban cariño y ferviente admiración y colmó sus vitrinas de medallas y trofeos. 

Si el Europeo de Atenas del 70 dejó una sensación agridulce con un estimable quinto puesto, cuatro años más tarde vendría el desquite. En Gien, en pleno valle del Loira, bajo una organización calamitosa (sin marcador, cronómetro electrónico o controlador numérico de los 30 segundos y con los equipos alojados en una escuela fuera de la Villa), España, que había armado un conjunto alrededor del bloque badalonés (el Juventud aportaba 7 jugadores, entre los que figuraba el célebre “matraco” Margall), avisó de sus intenciones al ganar en la primera jornada a la URSS. Tras las victorias ante Bélgica, Austria y Holanda, una inesperada derrota ante Polonia pondría a los nuestros los pies en el suelo. Los triunfos ante Finlandia e Italia (remontando 5 puntos en los últimos 2 minutos gracias a un inspirado Ernesto Delgado) dieron el primer puesto de grupo y un cruce asequible en semifinales. Se aplastó a Suecia (84-47). En la final de Orleans esperaba la temible Yugoslavia. En un partido muy parejo, con Bosch, Delgado y el malogrado Filbá tirando del carro, se llegó a la prórroga. Dos canastas del base dieron ventaja a España, que entró en el último minuto dos puntos arriba gracias a una suspensión de Filbá. Falta sobre Radovanovic que sólo convierte el primer tiro libre y el rebote lo alcanza Filbá. En el tiempo muerto previo Pinedo había ordenado congelar el balón hasta final de posesión y en las malas dejar a los eslavos dos segundos para atacar. La suerte y el único marcador electrónico que estaba ubicado de aquella manera en uno de los fondos nos dio la espalda. El base hispano, Manel “Jagger” (por su parecido con el Rolling) Bosch, que no podía ver el tiempo que restaba, cometió su único error de bulto (fue nombrado mejor jugador del torneo) y desoyó los consejos dados desde la banda; vio el panorama expedito y penetró hacia canasta, pero su tiro no entró. Radovanovic atrapó el rebote, dio un rápido pase a Zupank, que pasado el medio campo anotó la suspensión del triunfo casi sobre la bocina. Bosch, Filbá y Cairó fueron seleccionados para el combinado europeo que se fue de gira por Estados Unidos, pero nada pudo consolar a los nuestros del amargo sabor de la plata en el campeonato que hizo su presentación oficial un juvenil Tkackenko.

Aíto y Pinedo se pusieron manos a la obra para preparar el siguiente Europeo que se había de celebrar en el 76 en Santiago de Compostela. El ayudante escudriñaba las provincias catalanas, mientras que Pinedo cubría Castilla y Canarias. Se celebraron varias concentraciones mayoritarias en Madrid y Barcelona y se fue apartando el grano entre la paja. Asomaba la generación del juvenil, la del 59, que con el tiempo aportaría nombres imprescindibles en el imaginario colectivo de nuestro deporte. La victoria en un amistoso en Vigo ante Yugoslavia disparó las expectativas, pero si en Francia se había perdido el oro, aquí se ganó el bronce. Con mejores resultados que juego y las habituales limitaciones de altura (sólo Romay superaba los 2 metros), el equipo no dio para más. Yugoslavia (campeona) y Rusia, eran claramente superiores. Joaquín Costa, Solozábal, Ansa, López Rodríguez, Iturriaga (que formó parte del quinteto del torneo), Garayalde, Epi, Romay, Querejeta o Salvo, se consolidaron posteriormente en la élite durante años. 

Para Roseto 78 se había pasado por el reconocido torneo de Manheim en la primavera del 77. En el partido inaugural se dieron de bruces con un prestidigitador desconocido, que salía a calentar con un radiocasete enorme; un tal Magic Johnson, que lanzaría a los suyos en un parcial de salida brutal (2-28). El pressing yankie impedía a los españoles pasar el medio campo. Era otra galaxia contra la que se compitió mejor en la final, pese a otro resultado escandaloso (110-137). Para el verano alguno de los nuestros conocería en la Universiada de Sofía (con Pepe Laso como preparador) al otro jugador que cambiaría el baloncesto moderno: un rubio de un pueblo de Indiana llamado Larry Bird. A Italia, los chicos exprimidos por Bernardino Lombao llegaron como motos. En la primera fase sólo se cayó ante la URSS. Para las semifinales aguardaba la sempiterna Yugoslavia. Epi, que recogía el trabajo desarrollado con Miquel Nolis, Kucharski y Zeravica, se había vuelto un martillo pilón: en los dos últimos encuentros no bajó de 30 puntos, para promediar 27 en el certamen y aparecer incluido en el cinco ideal. José Luis Llorente era un purasangre, Romay un bastión reboteador y defensivo, “Indio” Díaz aportaba en todos lados (decisivo ante Italia), Itu, diezmado por una lesión de tobillo, tiraba de experiencia y galones de capitán, y Pedro Práxedes devino como revelación, ayudando desde el rebote y la anotación. La agónica victoria por un punto ante Yugoslavia condujo a la final, donde la empresa resultaba poco menos que onírica. Los rusos traían un conjunto granítico, del siglo XXI, 6 jugadores por encima de 2 metros, con Belostenny y Derjuigin derivados de la absoluta y un tirador, Homicius, que daría que hablar en el futuro. Entre Joseba Gaztañaga e “Indio” Díaz anularon las prestaciones del gigante Belostenny y España cobró una máxima ventaja de 9 puntos mediado el primer tiempo, pero los soviéticos ajustaron el tanteo al descanso. Las 4 faltas de Romay, sustituido por Fernando Arcega, hicieron pupa y se abrió brecha en el marcador (94-80 en el minuto 34 tras cuatro canastas de un providencial Grdzlinze). La presión suicida ordenada por Pinedo redujo las distancias, pero se nadó para quedarnos en la orilla (100-104). Esta vez la plata supo a gloria.

Relataba su amigo y compañero de mus, el periodista Marín Tello, que para el momento más fastidioso de las concentraciones, la designación de los descartes, el viejo zorro ideaba una treta: ordenaba a los bases hacer equipos para el partidillo y casi siempre la opinión de Pinedo coincidía con la elección de sus directores de juego, con lo que se quedaban fuera los dos últimos designados, salvo que alguno fuera “un cachondo y tocara bien la guitarra” (es decir, que creara el buen rollo imprescindible en el grupo). Ignacio creía tanto en los jóvenes que llegó a postular a la Federación Española la inclusión de la Junior en la Primera División un año que la Liga se quedaba coja, en número impar de participantes. No coló. Tampoco se le hizo caso cuando esgrimía que se debería prescindir de los jugadores extranjeros especialmente en los dos últimos años del ciclo olímpico. 

Tempus/Inmobanco: otro paraíso

Probablemente éste sea el relato del club más desarraigo de la historia de nuestro baloncesto. Sin ciudad referencia que lo albergara, con cancha itinerante (jugó en Vallehermoso, Pozuelo y Canoe), huérfano de una afición arraigada, expiró en el éxito víctima final de los problemas económicos de su patrocinador. Lo que en su germen fue una idea romántica de Saporta (crear una espacio de desarrollo y crecimiento para los noveles juniors que salían de la cantera del Madrid), devino en un proyecto utópico e insurrecto. Así se creó un equipo nodriza con lo más granado de la fábrica blanca, en manos de un técnico capaz, Rafa Peiró, que había aleccionado a algunos de los jugadores en el juvenil. Se parte de la Segunda División bajo el nombre de Castilla-Vallehermoso, para al año siguiente ascender a la máxima categoría en la curiosa compañía del Mollet, entonces filial azulgrana. En su estreno, renombrado como Tempus, saltan la banca llegando a final de Copa del Rey frente al Barcelona y dejando fuera de la misma a sus mayores, al Madrid en semifinales. En una decisión hoy todavía incomprensible, Saporta comunicó a Peiró antes de las mismas que la temporada siguiente no iba a continuar y que su puesto lo ocuparía Ignacio Pinedo, que durante el año había visitado en multitud de ocasiones el polideportivo de Vallehermoso. 

El club migró su sede. El reducido y helador pabellón de los Escolapios de Pozuelo sería testigo de las andanzas (más bien carreras) del bisoño equipo, que únicamente conservaba 4 jugadores del grupo anterior: Del Corral, Fermosell, Prado e “Indio” Díaz. Con un presupuesto modesto, 10 millones de pesetas, y un juego agresivo y veloz completaron una loable campaña en la zona media del campeonato liguero y otro paso emocionante por la Copa: el Barsa les apeó en semifinales, ante la mirada del mítico saltador de longitud, Bob Beamon, que había realizado el saque de honor en Pozuelo de Alarcón.

En la 80-81 el equipo, patrocinado ahora por Inmobank, perdió fuerza (algunos jugadores de tronío habían hecho las maletas) y descendió. A Pinedo se le acusó de dejadez, de trabajar poco con los jugadores: Ángel Pardo desarrollaba los entrenos semanales con Ignacio en la banda y éste dirigía los partidos del fin de semana. Con el mazazo no se perdió el enfoque. La estructura de la cantera estaba consolidada, el club funcionaba como una familia con personajes clave en la sombra, como Cristóbal Rodríguez o Manolo Padilla, y al núcleo duro de la plantilla (Nino Morales, Goenechea, Simon, Beiran, Gaztañaga, Fermosel y Beltrán) se les había unido el experimentado Vicente Gil. El año resultaría excepcional: el primer equipo volvería a Primera División, el junior, con Tirso Lorente al mando, quedaría subcampeón de España en Guadalajara y el juvenil, de Miguel Ángel Martín, campeón en Valladolid. 

El regreso a la élite trajo de vuelta a Del Corral e “Indio” Díaz, el fichaje de los curtidos Prada y Galvin y la promoción meteórica de Toñin Llorente. Por segunda edición consecutiva, el remozado Inmobanco fue invitado al Torneo de Navidad e Ignacio hizo un guiño a los suyos: El Corte Inglés, patrocinador del evento, obsequiaba a los integrantes del plantel, cuerpo técnico y cuadro médico con un cheque regalo y un traje, con lo que convocó a Tirso y Miguel Ángel para que recibieran los presentes. Aquello parecía un clinic sin silla para tantos. Por si fuera poco, ante los ojipláticos espectadores se llevaron el trofeo y un exuberante Alfonso Del Corral el galardón de mejor jugador. El quinto puesto en Liga quedó adornado con la clasificación para la final de Copa, después de que en unas semifinales durísimas ante el Cotonificio, el maestro (Pinedo) se impusiera al alumno (Aíto). La derrota frente al Barcelona en Palencia supuso el triste colofón a la historia sui generis de Inmobanco, que tras la quiebra del Banco de Levante desapareció al no poder encontrar nuevo mecenas. 

Pinedo saldría de los madriles para vivir una experiencia fallida en Málaga, que abocó a Caja de Ronda al descenso de categoría.

Un final guionizado

Para inventariar el legado de Ignacio Pinedo hay que olvidarse de los conceptos tácticos del juego. Trivializaba el influjo de la pizarra “como esos dibujitos hago yo cien en media hora”. Si Antonio Díaz Miguel era un estudioso de los grandes entrenadores universitarios americanos, Pinedo se “inventaba” el baloncesto, descifraba los problemas y tomaba las mejores decisiones en el menor tiempo. “La técnica sólo supone el 40% del trabajo de un entrenador. Lo difícil es llevar un equipo con todo lo que ello comporta”. Aclaraba que en su vida había empezado 4 o 5 libros sobre baloncesto, pero que no había concluido ninguno. “Probablemente haya un montón de entrenadores en la categoría cadete de Madrid que ataquen mejor que yo una zona 2-3, pero a estos doce tíos nadie los dirige mejor que yo”, insistía. Y era verdad, tenía un poder motivacional asombroso “El jugador más conflictivo es el que dice a todo que sí. El que demuestra genio y falta de resignación está más cerca de ser figura”. En las charlas ponía variopintos ejemplos como el que relataba Javier Imbroda: “Si tu estrella te insulta, no te des por aludido. Mira para otro lado porque sabes que es vital para el equipo. Ahora, a los dos días le llamas a tu despacho y le dices a la cara que tu madre no es ninguna fulana y le preguntas si la suya lo es. A partir de ese momento, ese jugador será tuyo para siempre. Hay que buscar un momento alejado de la tensión para decírselo”. Algunos de los jugadores que no le tragaban, ahora le idolatran, pues con el tiempo comprendieron que a base de tocarles las distintas fibras sacó de ellos su máximo rendimiento. Agitaba o mimaba los egos, según conviniera.

La lista de discípulos y preparadores a los que influyó es larga. Fue el primero en acuñar la figura del ayudante y del preparador físico. Aíto y Tirso le auxiliaron en diferentes épocas en la Junior. Lorente quizá fuese su ojito derecho: siempre cabal, fiel e inteligente. Cuentan que cuando George Karl abandonó el Madrid se lo quiso llevar a Estados Unidos, pero el bueno de Tirso rechazó la propuesta. A Ángel Pardo lo tuvo de segundo en la época de Inmobanco y le sacaba de quicio con cierta costumbre: el siempre flemático Pinedo ordenaba a su ayudante que solicitara tiempo muerto, Ignacio se levantaba con calma, dejaba su cigarrillo Kent en el banquillo y daba las instrucciones oportunas. Cuántas veces se oía luego vociferar a Ángel, pues al ocupar su sitio se había quemado el culo con el dichoso cigarro. 

Eterno seductor impenitente, el gran Carlos Toro escribió que Pinedo andaba como Robert Mitchum y pensaba como Einstein. Fumador empedernido, tertuliano clarividente, disfrutaba de una buena comida (era asiduo a las fabes de Casa Hortensia) y de una agradable sobremesa con su partidita de mus. Pasó una época mala, relegado por el cáncer que superó en tres ocasiones, en la que recibió el apoyo y la visita de sus técnicos y jugadores (los hermanos Martín, Pep Cargol o Quique Ruíz Paz, por ejemplo, le dedicaban una atención especial), hasta que en la primavera del 91 recibió la oferta del Madrid para volver al banquillo del primer equipo. Inmediatamente descolgó el teléfono y contactó con otro de sus alumnos, Miguel Ángel Martín, por entonces técnico de un gran Estudiantes: “Prepárate porque vamos a ser rivales”, le soltó. “El cura”, que se encontraba fuera de España para disputar un partido de Copa de Europa, no daba crédito, se lo desaconsejó (sabedor del débil estado de salud de su amigo) y le tomó por loco. La respuesta del maestro con percha y pose de veterano galán cinematográfico fue premonitoria al compararse con Errol Flyn en el papel del General Custer en la película “Murieron con las botas puestas”. Veinte días después de aceptar el cargo, para el que eligió como escudero a otro de los suyos, Ángel Jareño, sufría un infarto en pleno partido en la ida de la Copa Korac frente al Clear Cantú. Ya no volvió a despertar y cinco meses después fallecería.

Su pasión por el baloncesto se resume en otra de sus sentencias: “No hay droga más dura que diez segundos por jugar, uno abajo y balón en tu poder”.

Mi agradecimiento a mi amigo David Zozaya que me puso en contacto con Miguel Ángel Martín y a éste por su amabilidad y el buen rato que me dedicó, repleto de anécdotas y experiencias clarificadoras. Mi reconocimiento a Raúl Barrera y a Carlos que me abrieron las puertas de la Biblioteca Pedro Ferrándiz del Espacio 2014 FEB y me orientaron en la búsqueda de la documentación necesaria.

Maccabi, basket en La Tierra Prometida

$
0
0

Asociar Oriente Medio con deporte se antoja complicado. La zona en permanente e histórico conflicto deja titulares luctuosos en la sección Internacional de los periódicos, pero rara vez las noticias son amables y se asoman a Deportes. Tras la Primera Guerra Mundial, la Sociedad de Naciones avaló el Mandato Británico de Palestina con el propósito de “crear un hogar nacional para el pueblo judío”. Dos años después de concluir la Segunda Gran Guerra, las Naciones Unidas aprobaron la partición de Palestina en dos estados de similar extensión, uno judío y el otro árabe. La proclamación de independencia el 14 de mayo de 1948 por parte del Estado de Israel conllevó la inmediata declaración de guerra de sus vecinos árabes y dio paso a una mitad de siglo plagada de enfrentamientos bélicos (la Guerra del Sinaí de 1956, la de los Seis Días en el 67, la del Yom Kipur en el 73 o la del Líbano en el 82) de la que la zona no se ha repuesto del todo. A veces parece que Dios se hubiera olvidado de la parte del mundo donde más se le nombra.

Hoy, en lugar de bucear en aguas del Mar Rojo, curiosearé en el equipo de baloncesto más reconocido de Israel. Su marca más identificable, seguida y exitosa. Todo un clásico que, en palabras de su histórico presidente, Shimon Mizrahi, “ha sido el mejor embajador del país”. 


Los jueves por la noche da inicio el fin de semana en Israel y se ha convertido en tradición que grupos de amigos o familiares se reúnan en torno a la televisión o acudan al pabellón para contemplar el partido de Copa de Europa del Maccabi.

Tel Aviv, “la burbuja” o la “Gran Naranja”, como coloquialmente se la conoce (en contraposición a la Gran Manzana neoyorkina), es una ciudad moderna, acogedora, de clima cálido, bañada por el Mediterráneo, que merece la pena recorrerse incluso en bicicleta (tiene más de 100 km de carril bici habilitados). El parque HaYarkon insufla aire puro a la urbe. Las abundantes playas sacian la demanda de los bañistas. Los más culturetas se refugian en el Museo de Arte (apodado el sobre) que contiene una maravillosa colección impresionista con La pastora de Van Gogh como emblema, o en el innovador Museo del Diseño en Holón. El que gusta de un paseo se detiene en “La Ciudad Blanca”, declarada en el 2003 Patrimonio de la Humanidad por la Unesco: sus edificios fueron construidos en la década de 1930 por los arquitectos de la escuela fundada por Walter Gropius que huían del nazismo. De líneas horizontales y esquinas redondeadas, escapan a cualquier ánimo de ornamentación exterior, dando un paisaje original a la zona. El viajero prosigue su camino y siente envidia en su paso por “El barrio europeo”, el más caro y lujoso. El afán consumista le imantará a las boutiques del complejo HaTachana, las tiendas del barrio Florentine o los puestos del barrio yemení. Tras disfrutar de una copiosa cena, la marcha del “Puerto Viejo” no defraudará a los noctámbulos. En fin, el núcleo urbano más moderno del área (es una de las diez ciudades más influyentes del mundo en el ámbito tecnológico), alberga al club deportivo de más honda tradición.

Su creación y desarrollo

Data del año 1932. Fundado por los sionistas, su nombre honra a los macabeos, que en el año 164 antes de Cristo, derrotaron al rey greco-sirio Antioco Epifanes y proclamaron durante una centuria la independencia judía en la Tierra de Israel. 

Desde que en 1954 se fundara la Liga Israelí su dominio ha sido avasallador, adueñándose de la competición, en la que nunca ha bajado del tercer lugar, para acaparar un botín de 50 campeonatos ligueros y 40 copas nacionales. Su trayectoria ha sido tan jaleada por sus seguidores como criticada por los aficionados rivales que afean la colosal diferencia de presupuesto (el Maccabi triplica al que le sigue), esgrimen la facilidad con la que nacionalizan jugadores norteamericanos (en su día Aulcie Perry pagó 25.000 $ de los de la época para convertirse al judaísmo) y reprueban las ayudas gubernamentales mediante las cuales, según los censores, esquilman el mercado de los mejores jugadores de Israel a los que ofrecen contratos inalcanzables para el resto de los equipos (para luego darles pocos minutos de juego y empobrecer el nivel general del baloncesto patrio). Como todo juicio, depende del prisma desde el que se mire. 

Sin ser estrictamente así, los Maccabi de cada ciudad se arriman al Israel oficial y tradicional, cercano al nacionalismo, mientras que los Hapoel conservan más vínculos con el Partido Laborista, con el ala izquierda. Como ocurre con otros grandes europeos lo amarillo no deja indiferente, despierta adhesiones en el país o acumula antipatías: se es pro o anti Maccabi Tel Aviv.


La Mano de Elías

De cómo un nombre tan bíblico y redondo puede devenir en el espantoso “Nokia Arena” actual tiene la culpa el dinero en forma de publicidad. El pabellón, ubicado en el barrio del mismo nombre (Yad Eliyahu) fundado por los soldados británicos en 1945, se inauguró en el año 63 y se techó y amplió su capacidad hasta los 10.000 espectadores nueve años más tarde. Las últimas obras acometidas en el 2008 han dejado en el actual y majestuoso estado la casa del Maccabi, donde sus apasionados y entendidos aficionados (Juan Antonio Corbalán era recibido con mayores honores que los jugadores locales) han sido testigos de las hazañas de su equipo. La majestuosa cancha es un hervidero. El Real Madrid, sin ir más lejos, se tiró casi 10 temporadas sin ganar en tan singular santuario hasta que en diciembre de 1985, una noche sublime del inolvidable Wayne Robinson propició la victoria. Curiosamente el equipo que más veces ha asaltado el histórico templo bajo la actual denominación de Euroliga ha sido el Baskonia vitoriano. 

Otro de los símbolos distintivos del club ha sido su patrocinador. Su nombre estuvo casi perennemente unido al de la empresa alimenticia Elite durante más de 4 décadas. Desde julio de 2008 la compañía de aparatos eléctricos y aire acondicionado Electra es el nuevo sponsor del club. 


Tal Brody

La facilidad con la que Maccabi se imponía en su competición doméstica ha posibilitado que sea el equipo que en más ocasiones haya participado en la Copa de Europa desde su puesta en marcha en el año 58. Pero su concurso en la misma pasó absolutamente desapercibido durante los primeros años. 

Casi por casualidad, Tal Brody, un base de la Universidad de Illinois que había sido elegido por los Baltimore Bullets en el puesto 15 del draft del 65, acudió a Israel a disputar con la selección de los Estados Unidos los Juegos Macabeos. Descendiente de una familia judía (sus abuelos emigraron a Nueva Jersey desde Palestina), ganó el oro y su juego asombró de tal manera que los dirigentes del Maccabi se empeñaron en su contratación. El fichaje cambiaría la historia del club. 

En la edición del año 68, Maccabi se clasificó para el grupo de cuartos de final y se jugó ante el Madrid el segundo puesto que daba acceso a semifinales. Los partidos tuvieron su miga. El cuadro merengue cobró una ventaja de 10 puntos en la ida, con un excepcional marcaje de Brabender a Brody, al que dejó en 5 pírricos puntos. España e Israel no mantenían relaciones diplomáticas por entonces. Bernabéu viajó con el equipo y en un acto espontáneo regaló su propia insignia de oro del club a Moshe Dayan, ministro de la Guerra. El episodio casi le cuesta un conflicto con los países árabes al General Franco. El Madrid estuvo en un brete de quedarse fuera: con 75-74 y dos segundos por jugar Carlos Sevillano recibió una falta. Ferrándiz, que no quería ni en pintura la prórroga, le ordenó fallar los lanzamientos. En el primero, el veterano capitán le hizo caso, pero, antes de ejecutar el segundo, el árbitro (sensibilizada la FIBA con la autocanasta de Alocen del año 62) le amenazó con una técnica si erraba a propósito. Sevillano anotó y el encuentro llegó al tiempo extra. Ferrándiz echaba espuma por la boca, pero su equipo contuvo milagrosamente la diferencia (96-88). A la postre el Madrid sería campeón al imponerse en la final al Spartak Brno. Maccabi se había asomado al Viejo Continente. 

Año 1977. El primer equipo de cada uno de los seis grupos se clasificaba para la liguilla final de la Copa de Europa. El Maccabi cumplía y lideraba el suyo por delante del Sinudyne Bolonia. Lío a la vista: los gobiernos comunistas de Rusia y Checoslovaquia impedían a sus conjuntos (TSKA y Spartak) la posibilidad de visitar Israel y negaban al Maccabi el visado de entrada a su territorio. La FIBA tomó una decisión que confirió ventaja a los israelitas respecto al resto de sus rivales, al darles por ganados sus dos encuentros de casa y jugar en campo neutral –en Bélgica- los dos partidos a los que acudía como visitante. La frase de Brody tras la victoria en Virton ante los soviéticos (79-91) ha quedado para la posteridad: “Estamos en el mapa”. 

Hasta casi la última jornada cuatro equipos tuvieron opciones para entrar en la final, pero fueron Maccabi Tel Aviv y Mobilgirgi Varese los que consiguieron el billete para disputarla el 7 de abril en Belgrado, en la maravillosa Sala Pionir. Ralph Klein dirigía un bloque que ya llevaba tiempo jugando junto, con dos “sabras”, los pujantes jóvenes “Motti” Aroesti y Micky Berkowicz, el capitán Tal Brody que asumía los galones en los minutos decisivos, dos americanos nacionalizados, Lou Silver y Jim Boatwright, que intercambiaban posiciones dentro-fuera y el espigado estadounidense Aulcie Perry, como principales figuras. El claro favoritismo italiano pronto se vino abajo cuando los macabeos obtuvieron sus primeras ventajas y se fueron al descanso con 9 puntos de renta (39-30). En la reanudación los trasalpinos reaccionaron e igualaron el marcador. A 7 segundos para la conclusión, un pase de Iellini no encontró a Bob Morse y el Maccabi se hizo con su primer título continental (78-77) con Boatwright (26 puntos) de principal estilete. Por una vez los italianos pensaron ganar la Copa sin bajar del autobús y lo pagaron. “Nuestra derrota empezó probablemente el día que nos conformamos con la derrota en Moscú, pensando que era más fácil jugar contra el Maccabi que contra el Madrid”, lamentaría el gran Bob Morse.


Micky Berkowicz, “El Rey de Israel”

Hubo que esperar tres años para ver al equipo hebreo en una nueva final de Copa de Europa. Retirado Brody, Maccabi había añadido a su compendio de estrellas a Earl Williams. Sí, aquel angelito, “La Masa”, que en el año 83 subió a la grada del Pabellón de la antigua Ciudad Deportiva para saldar cuentas con el desalmado que le había atinado con una moneda en la cabeza; la estampida provocada en la tribuna fue la de una tira de petardos en la plaza de un pueblo (en un momento no quedó allí ni el apuntador). Bien, pues blancos y amarillos disputaron la final en Berlín, donde a pesar de la bestial aportación de Williams (33 puntos de la criatura), el planteamiento con defensas alternativas de Lolo Sainz hizo pupa y el Madrid (al que le vino un tanto largo el partido) obtuvo se séptimo título. Rafa Rullán (27 puntos) dio un curso de sapiencia y finura en el lanzamiento y Walter Szczerbiak, uno de los más certeros y elegantes tiradores que por estas lides se haya conocido, cerraba su exitosa trayectoria en la Copa de Europa con 16 puntos. 

Si la selección israelí había dado un paso de gigante con la plata europea en Turín 79 (una canasta de Berkovicz ante Yugoslavia los condujo a la final), Maccabi se había instalado definitivamente entre la clase noble. El núcleo duro de los jugadores se mantenía en el 81, con la novedad de Rudy D´Amico en el banquillo. Al entrenador estadounidense, cuestionado gran parte de la temporada, le salvó la inquebrantable fe que le tuvo el presidente Shimon Mizrahi (elegido en 2007 por la revista Time como uno de los 50 gestores deportivos mejores del mundo). Tras pasarlas canutas en la fase de grupos, donde el caribeño Jacques Cachemire, estrella del ASPO Tours francés, estuvo a punto de dejarlos fuera, los macabeos se pusieron las pilas y entraron en la final disputada en Estrasburgo con el Virtus Sinudyne como oponente. La bella Bolonia es “grassa” (gorda, por lo bien que se come), roja (comunista), académica (su universidad es la más antigua del mundo) y cuna de gran baloncesto; así que los italianos, pese a la baja del americano McMillian, manejaron el tempo y el marcador durante gran parte del choque. Hasta que Williams (19 puntos) y Perry (18 puntos) no se hicieron grandes en el rebote, los amarillos no pudieron correr. A cuarenta segundos, una entrada de Berkowicz pone tres arriba a los macabeos. De inmediato Cantamessi da la réplica (78-77). Con 15 segundos por jugarse, Maccabi es incapaz de poner en juego el balón. En la siguiente jugada los árbitros pitan una polémica falta de ataque de Bonamico sobre Boatwright. El saque israelí llega a manos de Berkowicz que vuela con tal celeridad hacia canasta que en su camino parece cometer unos claros pasos que no son señalados por los colegiados. La canasta final italiana deja el marcador definitivo en 80-79 para los hebreos, que de esta manera se hacen con su segunda Copa de Europa. Berkowicz se corona definitivamente con 20 puntos. 

La leyenda de Micky Berkowicz se acrecentó. Nuevos títulos (hasta 19 Ligas, 17 Copas y la Intercontinental del 80), finales europeas (en el 82 derrota frente al Squibb Cantú de los maravillosos Marzorati y Riva con 18 puntos de cada uno; en las del 87 y 88 caerían ante la experimentadísima Tracer Milán y en la 89 oficiaron de verdugos los noveles Kukoc y Radja de la Jugoplastika Split) y la posibilidad de jugar en la NBA que un juez israelí le vedó. Convenció a Hubbie Brown, entrenador de los Haws de Atlanta, en el campamento de verano y llegó a firmar un contrato, pero Maccabi no le dejó marchar. Micky denunció el caso a los tribunales y un juez dictó sentencia: el jugador se quedaba en Israel, a cambio el club le doblaba el sueldo. De ser un excelso penetrador y finalizador de contraataques, llegó a convertirse en un fiable tirador, al que todo el mundo miraba para asumir los lanzamientos finales. El mejor jugador de la historia de Israel tuvo el inmenso honor de celebrar El Milagro de Janucá, una de las principales fiestas del calendario hebreo.

Kevin Magee, el mejor americano

Fue el primer jugador del baloncesto universitario en quedar entre los diez primeros en puntos, rebotes y porcentajes de tiros convertidos en dos temporadas distintas, pero una lesión en la mano en un partido del NIT le relegó a la posición 39 del draft. Los Suns le cortaron y probó la aventura europea. Primero recaló en Varese convirtiéndose en el máximo reboteador de la Lega y de ahí saltó a Zaragoza para cambiar la ACB. Hay un antes y un después de que el CAI ganase la Copa del Rey en su viejo Palacio de Deportes un 2 de diciembre de 1983. Miguel Ángel Paniagua lo trajo a España y su carácter impregnó a equipo y afición. “He comprado un Mercedes por el precio de un Seiscientos”, llegó a declarar ufano el presidente José Luis Rubio. 

Su cotización subió como la espuma y Maccabi puso sus ojos y muchos dólares en él. En 6 años se convertiría en un mito. De corta estatura para su posición (2,03 metros pelados), su juego amalgamaba potencia (era una roca) y técnica depurada. Tenía instinto y hambre para el rebote, facilidad para tirar abierto, culo para ganar el sitio dentro y un elegante juego de pies. Pese a caer en las tres finales de Copa de Europa consecutivas que disputó, años después de su retirada arrasó en la votación que dirimía cual había sido el mejor americano de la historia del Maccabi. Dobló en votos al segundo, el descomunal Earl Williams, y dejó muy atrás a otros nombres insignes como Aulcie Perry (que terminó en una cárcel neoyorkina por tráfico y consumo de drogas), Anthony Parker o Tom Chambers. 

La Tracer de Milan fue su bestia negra. En el año 87 Zvi Sherf fue incapaz de compatibilizar los caracteres de sus aleros exteriores, Micky Berkovicz y el excelso tirador Doran Jamchi. O jugaba uno o el otro, pero no podían coincidir en pista. El choque de egos les llevó a una derrota por la mínima (71-69). Los cambios en el banquillo (volvió Zvi Sherf) y de acompañante foráneo (Ken Barlow entró por Lee Johnson) al año siguiente tampoco mutaron el resultado: a tres minutos para la conclusión Mike D´Antoni se adueñó del choque y se llevó el segundo título consecutivo a la Lombardía.

Ya retirado, un fatal accidente de tráfico en Los Ángeles cortó su vida de raíz cuando contaba 44 años. En Tel Aviv dejó una huella indeleble.

Y La Estrella de David volvió a brillar en Moscú

En abril de 1971 un intercambio de partidas de tenis de mesa en territorio chino entre jugadores locales y miembros de la selección estadounidense supuso el preludio al restablecimiento de relaciones entre ambos países. El hecho se bautizó como la “Diplomacia del Ping-Pong” y diez meses y medio después Richard Nixon y Mao Tsé Tung refrendaron el histórico paso. 

Desde la “Guerra de los Seis Días” Israel y la URSS se hallaban enemistados. Esa impenetrabilidad encontraba sus agravios en el mundo de la canasta: los enfrentamientos entre las selecciones y equipos de los países o no se disputaban o se hacían en campo neutral. A finales de los ochenta, vientos de cambio soplaban en la Unión Soviética: términos como Perestroika (reestructuración) o Glasnost (transparencia informativa) se popularizaron de la mano de Mijail Gorbachov. El jueves 12 de enero de 1989, tras 22 años de desencuentros, soviéticos y hebreos volvieron a disputar un partido de baloncesto en suelo ruso. Muy cerca del Kremlin, las barbas y bonetes judíos contrastaban con los verdes uniformes militares soviéticos en una repleta grada. El evento tuvo mucho más trascendencia social y política que deportiva: un Maccabi lanzado hacía doblar la rodilla al equipo del ejército rojo. 

El verdugo de la NBA

Poca gente conoce que el cuadro macabeo fue el primero en hacer morder el polvo a una franquicia de la NBA. Y no a una cualquiera. El 8 de septiembre de 1978 llegaron a Tel Aviv los Washington Bullets, por entonces campeones de la Liga Profesional Norteamericana. Si bien no aparecieron con la plantilla al completo (sólo 9 jugadores), la expedición sí contaba con sus más notables referentes: Elvin Hayes, Wes Unseld, Grevey y Bob Danbridge. Maccabi, que llegó a gozar de ventajas de hasta 13 puntos, se impuso por la mínima (98-97) merced a un devastador Berkovicz. El entrenador Dick Motta asumió con deportividad la derrota: “merecieron ganar porque jugaron mejor. No jugamos contra amateurs sino contra profesionales como nosotros”. Durante años la NBA pasó de puntillas por el tema y hasta silenciaba la afrenta.

En agosto del 84 se organizó en Tel Aviv un torneo cuadrangular. Los Suns de Phoenix que habían llegado a la Final de Conferencia Oeste con los Lakers pasaron por encima del Hapoel. Kevin Magee y Lee Johnson (37 puntos) aprovecharon las bajas de Buck Williams y el “Gorila” Dawkins en los Nets de New Jersey para campar a sus anchas. La ayudita de Berkovicz (26 puntos) consumó el paso a la final, donde el contraataque y el acierto del trío de marras (Magee 36, Johnson 28 y Berkovicz 20) destrozaron (113-92) a los “Soles” del elegante matador Larry Nance., que enamoró en el Concurso de Mates.

Diciembre de 2005. Tras ganar en primavera la Euroliga por segundo año consecutivo, en los días previos a la Navidad, Maccabi se marcha de gira por Estados Unidos. En Canadá ante los Raptors de Calderón, Anthony Parker da en los morros a un montón de managers generales que habían desconfiado de su talento, y con una canasta a falta de 0,8 segundos pone nuevamente patas arriba la historia. El 103-105 supuso el primer triunfo de un conjunto FIBA en suelo norteamericano. Le cogieron el tranquillo y a punto estuvieron de dar otro susto en Orlando a los Magic. Los garbeos de años posteriores no trajeron tan felices noticias, pero sí la curiosa entrada en el parquet del Madison de un rabino que intentó persuadir a los árbitros para que dejaran permanecer en la cancha al expulsado y colérico Pini Gershon que no se avenía a razones, después de 10 minutos, para salir de la misma. 

El día que el Doctor J vistió de amarillo

Habían pasado dos años desde el agravio a los Bullets, así que la NBA en el 80 envió un combinado de jugadores de primer nivel (Julius Erving, Moses Malone y Michael Ray Richardson) para combatir al Maccabi en Tierra Santa. El amistoso tuvo trampa y un guiño al aficionado hebreo. Como a los locales les faltaban Perry y Williams, y Berkowicz no se encontraba en condiciones de afrontar un partido completo, se tomó la decisión de que Julius Erving jugara la primera parte con la camiseta del Maccabi. Los hinchas no creían lo que veían; los increíbles vuelos del Doctor J y sus 20 puntos al descanso trasladaron a la grada a otro planeta. Daban ganas de dejarse el pelo afro para levitar como Julius. En la segunda mitad Miki Berkovicz saltó al campo para reclamar protagonismo. A punto por minuto (20) llevó a los suyos a una ajustada victoria (114-112). Fue lo de menos. Nadie de los presentes olvidará la imagen de uno de los más grandes que ha dado este deporte, Julius Erving, de amarillo. 


Saras

Sarunas Jasikevicius es uno de esos personajes en que a muchos nos gustaría reencarnarnos. Me explico. Atesora talento (sin duda uno de los jugadores más creativos de las últimas dos décadas), carácter ganador, una mano que meció a su antojo la cuna europea durante años y una personalidad arrolladora. A sus pases sin mirar, su tiro de manual tras bote y su pasión por el juego se adhirieron una legión de seguidores allá donde fue. Puede fallar (en Sidney 2000 tuvo el tiro para mandar a casa a los orgullosos americanos), pero jamás se ha escondido. El año pasado cuando todo el mundo le daba por acabado estuvo en un tris de birlarle el título al Madrid en el Palacio de los Deportes. Por si fuera poco casóse bien, con una tal Linor Abergil, famosa modelo israelí que fue Miss Universo, y cuando se hartó de ganar en Europa saltó el charco para jugar en los Pacers de Indiana, donde los entrenadores reparaban más en sus deficiencias defensivas que en sus capacidades atacantes. Un genio, ya lo he dicho. 

El amigo Saras llegó a Tel Aviv con el morro torcido. Después de levantar la primera Euroliga para el Barsa, Pesic (excelente entrenador por otra parte) no tuvo a bien que continuara y prefirió a Vlado Illievski (¡por Dios!). Pronto sintonizó con los apasionados hinchas de La Mano de Elías. 

La llegada de Jasikevicius coincidió con la vuelta de Anthony Parker, que ya había ganado con los judíos la Suproliga en París, y el regreso del particular y visceral Pini Gerson al banquillo. Para más guasa, Tel Aviv acogía la Final a Cuatro de la Euroliga 2003-2004, con lo que de daba por supuesto la clasificación para la misma. Aguardaba en cuartos el Zalguiris de un Sabonis que con casi 40 años había retornado para convertirse en el MVP de la primera fase. Maccabi tenía ventaja de campo y jugaba en casa el partido de desempate, pero el desarrollo del choque se tornó en una pesadilla para los macabeos. A falta de 16 segundos perdían por 6 puntos y con 2 segundos por jugar caían 91-94 y el lituano Giedius Gustas disponía de 2 tiros libres para finiquitar el envite. Falló ambos y en el segundo Tanoka Beard invadió la zona, con lo que los hebreos sacaron de fondo. El balón llegó a Derrick Sharp que convirtió un triple imposible sobre la bocina y condujo el partido a la prórroga. Un milagro. Los lituanos abatidos no dieron para más y Maccabi ganó el partido y el acceso a su Final Four con 37 puntos de Jasikevicius. La estratosférica última actuación de Arvidas Sabonis (29 puntos, 9 rebotes, 3 asistencias, 4 triples y 39 de valoración) no sirvió para pasar, pero siempre quedará en el recuerdo. Brutal. 

Como anfitrión Maccabi no defraudó y sus experimentados jugadores administraron adecuadamente la presión. A la inventiva y puntería de sus exteriores (Parker fue nominado mejor jugador) se unió la inteligencia (Vujcic) y exuberancia física (Maceo Baston y Deon Thomas) de sus pivots. Si la semifinal frente al CSKA fue de digestión larga, la final ante Skipper Bolonia de Repesa fue un paseo militar y un fiestón en toda la ciudad. 

Tras el éxito, Moni Fanan, el histórico general manager (que en 2009 se suicidaría) tuvo intención de retirarse, pero varios jugadores, que lo veían como a un padre, amenazaron con marcharse y depuso su actitud. Se convino la ampliación del contrato de Saras por otra temporada más y éste devolvió la confianza depositada con otra Euroliga en Moscú ante un gran TAU Baskonia. Al final de la campaña Sarunas puso rumbo a Indiana y con él se fue una época de vino y rosas. 

En la actualidad, Maccabi trata de recomponerse y reverdecer viejos laureles. El año pasado el Maccabi Haifa le movió la silla y le ganó la Liga. Al formidable técnico David Blatt, le queda mucho terreno por recorrer: los mimbres no son los de antaño, el presupuesto se ha limado y la conexión del equipo con la grada se resquebraja. Suerte en la tarea, pues el baloncesto europeo necesita de todos sus grandes (y pequeños) para competir y convivir con la NBA.

El mítico Fededora

$
0
0

A su modo siempre fue feliz. Se interesó por la vida, curioseó en la cultura y se dejó conquistar por el deporte y su gente. Nunca se sintió extraño ni extranjero: en su tierra le referían como al “Gallego” y aquí a veces le saludaban como “Che”, pero ambos lugares los tomó como suyos. 

El gusanillo del básquetbol se lo metió su abuelo desde la primera ocasión en que le oyó contar la historia del “Hindú Club”, aquellos locos estudiantes del Colegio La Salle de Buenos Aires que saciados tras ganar cinco campeonatos nacionales, decidieron, con el Pancho Borgonovo a la cabeza, emprender una gira por Europa. Corría el año 1927 y en barco se tardaba un mes en llegar al Viejo Continente. La expedición se sintió decepcionada cuando no pudo jugar ni en Alemania ni en Bélgica. Pero en Londres tornó la suerte: disputaron dos partidos y los ganaron. Próximo destino París e idéntico desenlace en otros tantos encuentros (el segundo ante el campeón capitalino, Stade Francais). Barcelona supuso el brillante colofón al paseo trasatlántico. Las 5.000 personas que abarrotaban el campo de Gracia alucinaron con la desenvoltura de los argentinos que vapulearon 50-16 a una selección catalana. A Fede le caló tanto el relato que de continuo conminaba al viejo para que lo rememorara. El patriarca poseía una memoria prodigiosa y a cada poco rescataba pretéritos sucesos relacionados con el pasatiempo preferido del nieto. 

La casualidad y los negocios condujeron a la familia Guevara a una corta estancia en Buenos Aires. Lo que iba a ser una semana se alargó a casi un mes. A Fede no le importó. Todos los días la gran urbe descubría al adolescente imágenes nuevas: el barrio de la Boca, las amplias avenidas, los históricos teatros, las enormes librerías… Todo le fascinaba. Un buen día llegó su padre con una sorpresa que le hizo saltar de alegría. Un cliente le había dado dos boletos para la final del primer Campeonato del Mundo de baloncesto. Era el 3 de noviembre de 1950 y el chico nunca olvidaría nada de lo que ocurrió en el legendario Luna Park esa tarde. 


El combinado albiceleste llegó invicto a la final donde le esperaba Estados Unidos. Las gradas se llenaron horas antes de dar comienzo el choque. A las estrellas locales, Óscar “Millito” Furlong (elegido mejor jugador del torneo) y Ricardo “Negro” González se unió la estimable aportación del base Del Vecchio que anotó 14 puntos. La relativamente cómoda victoria argentina (64-50) les otorgó el primer título mundial de la historia y dio paso a una larga vigilia en la noche bonaerense. La multitud festiva recorrió enfervorecida la calle Corrientes. Cuando terminó el partido la emoción no dejaba hablar al pequeño. Sólo podía abrazar a su padre. A su regreso a Bahía Blanca sus amigos no daban crédito. Por unos días fue la envidia y el protagonista indirecto de la singular proeza. El rey del barrio. 

Pero Fede no era alto (“con 12 años me hastié de crecer”, decía), ni coordinado ni tenía especial facilidad para los deportes, más bien al contrario. Su reinado sólo vivió otro momento de gloria entre sus compañeros: jugaba (más bien poco) en el equipo del colegio y su entrenador acuciado por las eliminaciones de algunos de sus mejores jugadores le puso a jugar en los instantes últimos de la final del campeonato escolar. Con el tiempo a punto de cumplirse recibió una falta personal. Uno abajo en el marcador y el reloj a 0. Cuando se encaminó a la línea de tiros libres un pensamiento se cruzó por su cabeza. Era un mal lanzador. Se paró delante de la raya de la personal, miró al aro, dio tres botes, subió el balón con el codo en perfecto ángulo recto a la vez que flexionaba las rodillas y lanzó la pelota con su mano izquierda (pero ¿qué hace?, susurró su entrenador) dejando la muñeca bien arriba. El balón entró limpio. Empate. No hizo caso a nadie (ni siquiera a los gritos de ánimo de los suyos) y su mirada permaneció fija en dirección a la canasta. El árbitro le entregó el esférico y se dispuso de igual manera. El tiro pegó en la parte anterior del aro, en la posterior y finalmente se coló llorando. Victoria, campeonato, abrazos y paseo a hombros. En el vestuario cuando su entrenador le preguntó por qué había obrado de aquella guisa, Fede encogió los hombros para responder: “Había que darle una oportunidad a la mano buena”. El técnico le miró sin creerlo: “Tócate los huevos. Todos estos años y me entero ahora de que eres zurdo”. La sonrisa del chico le delató: “Para todo, menos para el basket”. Y entre bromas ahí quedó la cosa. Ése fue el último partido de Fede. Sabía que no era lo suyo y disfrutaba infinitamente más con la contemplación del juego que como partícipe del mismo.

Una tarde se recibió carta desde España. Su tío Jorge (como Gardel) había montado una empresa allí y le iba de cine, pero necesitaba cierta ayuda para explotarla en condiciones. El cónclave familiar no tardó en decidirse: apostaban por la aventura y saltaban el charco. Se mudaban de un país rico a otro pobre que había salido hacía poco más de dos décadas de una guerra civil. La compañía, dedicada a la importación de materias primas y alimentos de primera necesidad desde Argentina, se encontraba ubicada en un barrio de clase media del Madrid de principios de los 60, el barrio de Prosperidad. El tío Jorge había adquirido a muy buen precio una descomunal nave junto al antiguo Asilo de Santamarca, a pocos metros de la calle López de Hoyos. La malla industrial del distrito la componían pequeños talleres, empresas de artes gráficas y laboratorios de productos farmacéuticos. Vivía alquilado muy cerca, en una de las casitas bajas del vecindario y como la vivienda era amplia la familia se instaló junta. Los recién llegados no tardaron en adaptarse. Todos colaboraban en el buen funcionamiento del negocio, que iba viento en popa. Los domingos aprovechaban para ir a cualquiera de los tres cines cercanos (el López de Hoyos, el Royal o el Covadonga), pasear por el Retiro, o acudir al Bernabéu que les pillaba a un par de cuadras de casa. La pasión por el deporte de la canasta la llevaban en la sangre, con lo que cada fin de semana se dejaban caer por la Nevera del Ramiro o el Frontón Fiesta Alegre.

De natural reservado, a Fede sin embargo no le costó hacer amigos entre los jóvenes vecinos, con los que empezó a frecuentar las fiestas dominicales. Era un pato mareao, así que por la pista de baile se dejaba ver poco. Disfrutaba de la música, pero prefería la retaguardia y la conversación. Cierta noche, cuando la velada iba tocando a su fin, vio acercarse a una muchacha morena de ojos color miel, gracioso flequillo que le caía sobre la frente y sonrisa arrebatadora que le dijo: “¿Me puedes pedir un refresco de cola?”. “Claro”, acertó a decir Fede, pero como la bebida tardó en llegar, sus amigas la metieron prisa y se aproximó nuevamente para darle las gracias y decirle que lo dejara. Pasó un mes sin que Fede volviera por el local. Varios viajes por el norte con la empresa lo habían mantenido ocupado, así que la primera tarde de domingo que le quedó libre decidió acompañar a su cuadrilla a la afamada sala. Apuraba su consumición cuando alguien le tocó en el hombro. Era la misma cara bonita. “Oye, no te enfadarías el otro día”, le soltó piadosa la joven. “¿Por qué? No claro, que no”, respondió tímidamente Fede. Se hizo el silencio, hasta que la dijo “Vos tenés unos incisivos preciosos”. Al momento enrojeció avergonzado y la joven sorprendida sacó a relucir la mejor de sus sonrisas. Sus encuentros se hicieron habituales y al cabo de unas semanas Dora y Fede comenzaron a salir. A los dos años se casaron y alquilaron un pequeño apartamento no muy lejos del núcleo familiar, encima de la mercería El Arca de Noé.

El viaje de novios lleva a la feliz pareja a la Argentina. Fede la enseña la capital, la presenta a su familia en Bahía y Dora descubre el segundo gran amor de su vida: el tango. Se siente fascinada por las letras desgarradoras y por la liturgia del baile que aprende con inusitada soltura. Toma clases en una academia y el profesor alaba la predisposición y las buenas maneras de la española. La hace entender que en el tango manda el hombre, que es quien decide la coreografía. Más el buen tanguero será el que propicie y fomente el lucimiento de la dama. Fede no baila, pero se deleita con la desenvoltura de su mujer, disfruta con la aparente sencillez con la que se mueve en la dificultad de la danza: la apertura con un paso base, la continuación con una andada, la sensualidad en el abrazo y el lucimiento con los ochos y los ganchos. 

Fede aprovechó la estancia para contemplar en vivo partidos de baloncesto. Algunas noches se sentaban al abrigo del brasero con un delicioso mate, mientras la voz de su abuelo recuperaba historias pasadas y presentes. Así revivió el emocionante episodio del Campeonato Argentino del 57, celebrado en su ciudad, Bahía Blanca, la capital del basquetbol sudamericano. La organización había creado un clima festivo, cada club local había elegido a su reina y desde el inicio de la competencia el estadio de Estudiantes había llenado sus cinco mil localidades. A la final llegó el cuadro local, que representaba a la provincia de Buenos Aires, frente al de la provincia de Mendoza. La expectación fue tal que tuvieron que abrirse las puertas del pabellón y entraron mil personas de más. La muchedumbre llegaba hasta el límite de la cancha de juego. El momento cumbre vino tras finalizar el partido, en el que se impuso el cuadro bonaerense, confeccionado mayoritariamente con jugadores de Bahía. La euforia se desató, se invadió el rectángulo de juego y en esto que los jugadores mendocinos se reúnen en el círculo central y comienzan a cantar. A su alrededor se va haciendo silencio hasta que sólo se les escuchaba a ellos. Para cuando el grupo pone fin a la canción con el “¡Duro Mendoza… Duro Bahía!” la gente arrebatada rompe en aplausos, en una atronadora ovación que reconoce a vencedores y vencidos. “Lo nunca visto. Eso es deporte. Lucha, competencia y luego a dar la mano. El reconocimiento. De cagarse, de cagarse…” termina repitiendo el abuelo. 

En su vuelta a la Península son felices y proponen a los Guevara una alocada idea. Una parte de la nave está en desuso, por lo que piden permiso para adecentarla y explotarla como gimnasio y salón de baile. La familia no pone impedimento y sin prisa van dando cuerpo al recinto. Un año más tarde, un cartel a la entrada anuncia “El Fededora, complejo deportivo, baile y toreo de salón”. Se han gastado una pasta en la reforma, con lo que la aspiración de poner parquet a la instalación la desechan, aunque tanto la sala de danza como la cancha de baloncesto han quedado muy cucas. Dora dará clases de tango. En un primer momento su clientela se limita casi exclusivamente a la colonia argentina residente en el “Foro”, pero se corre la voz y gentes del barrio y de la burguesía madrileña se dejan ver por el Fededora. De vez en cuando se asiste a alguna clase magistral de toreo de salón, pero lo que mantiene ilusionado a Fede es el alquiler a pequeños clubs y grupos de amigos para realizar entrenamientos o disputar partidos de baloncesto. Sin perder de vista el negocio familiar, que les da (y muy bien) de comer, el Fededora se va haciendo un nombre entre los deportistas y bailarines de la capital. 

De Argentina le llegan noticias de la aparición de tres auténticos cracks en el baloncesto bahiense. Fruet, Cabrera y De Lizaso copan durante una década el Campeonato Argentino, aunque en el 65 se quedan a un punto de la gloria tras un bicampeonato. Veinte mil enfervorecidos hinchas han aupado a la escuadra local al triunfo en Santiago de Estero. 

En el año 69 se produce un hecho que cautiva a Fede. El 5 de febrero el Club Natación Canoe inaugura un complejo deportivo con piscina cubierta, otra al aire libre y un pabellón para baloncesto que embelesa a Fede. Había conocido al peruano Cholo Méndez, un auténtico maestro del basket y un magnífico profesor de técnica individual, la que había aprendido en los high school estadounidenses. Había seguido puntualmente de la mano del auténtico motor del club, Juan Tamames, el avance de las obras. En su modestia aspiraba que su pequeño escenario se asemejara algún día al maravilloso recinto de los nadadores. 

Dos años más tarde la salud del abuelo empeoró. Estaba en las últimas y la familia se desplazó al completo para darle un último adiós. Cuando llegaron su situación era irreversible, pero se mantenía estable. Podía durar horas o meses. La mayor parte del tiempo dormitaba y sólo durante esporádicos ratos recobraba la lucidez. Una tarde que padre, tío y sobrino lo velaban, Jorge rompió el silencio: “¿Sabéis lo que de verdad le gustaría al viejo?”. Él sólo se respondió: “Que mañana fuéramos a ver a la selección de Bahía contra la Yugoslavia Campeona del Mundo y se lo viniéramos a contar. Así que no le vamos a desairar”. Allá que se encaminaron los tres con la esperanza de distraerse y traer algo épico que narrar. Cada uno tenía sus predilecciones. Los hermanos siempre se decantaron por el color aurinegro del Olimpo. Jorge mantenía que Atilio Fruet había revertido el sino del baloncesto local y sus diez títulos hasta su retirada así lo atestiguaban; era un alero alto capaz de hacer daño por dentro o por fuera y que, sin embargo, se habría de perder el encuentro por un problema en el brazo. El otro representante de “La Garra” del Olimpo era el predilecto de Fede padre: José Ignacio “El Negro” De Lizaso era el compañero ideal de trinchera. Fede hijo, hincha de Estudiantes, sólo tenía ojos para Beto Cabrera, un base mágico que dirigía con mano firme y elegancia a su equipo y a la selección provincial con la que conquistó 9 campeonatos. Los tres fueron los principales referentes de la selección bahiense que se hizo con 7 títulos provinciales consecutivos. Por dentro, les echaba un cable importante el gigantón Giorgio Ugozzoli.

El marco resultaba inmejorable, el recién estrenado Norberto Tomás, nueva sede del Olimpo, que había decidido dedicar el nombre del gimnasio al jugador que había fallecido 9 meses antes durante un partido y que con tanto ahínco había defendido los colores del club. El rival, la selección yugoslava dirigida por Ranko Zeravica, que tutelada en la sombra por el maestro Aza Nikolic, se encontraba de gira para foguear a sus futuras estrellas. De los campeones de Liubliana, sólo 4 jugadores repetían convocatoria, más el grandioso Kresimir Cosic, que estaba tocado y no jugó el encuentro. Primera parte de ritmo lento y corta ventaja local (34-32). Los celestes le meten otra velocidad a la salida de los vestuarios (parcial de 8-0), pero los “plavi” se agarran a su cuarteto campeón, mantienen el tipo y neutralizan la diferencia (52-57). “Bill” o “El Lungo” Brusa nunca entendió de amistosos, sólo le valía ganar, así que aún a costa de perder por faltas a varios de sus titulares, envió a los suyos a la guerra con todo. Dos tiros abiertos del mago Cabrera daban una ventaja de 4 a los locales, pero en la siguiente jugada cometía la quinta personal y los argentinos habían de disputar los últimos dos minutos sin su cabeza pensante. Jevolac, tras un rebote acerca a los balcánicos a un punto. El último ataque se lo radia el nieto al abuelo moribundo entre voces y lágrimas: “Ojunian sube la pelota, pasa la línea divisoria y la grada murmura y a la vez empuja. ¿Quién será el valiente?, se preguntan suspirando todos. Ese balón lo traían desde el campanario para “La Cigüeña”. Sí abuelo, porque ahí apareció De Lisazo, que bien sabía que esa bola era suya y de nadie más, para tirarse una suspensión de portada de “El Gráfico” y sentenciar el partido. Sí abuelo, ganamos a los Campeones del Mundo”. El viejo, con los ojos como platos, sólo consiguió murmurar “qué pibes”. Una semana después moría y la familia regresaba con el corazón encogido. 

Pasa un lustro y cambian las tornas. Al fallecimiento de Franco se sucede una Transición en esos días ejemplar. Lo que se gana en España se retrocede en Argentina: el Golpe de Estado del General Vilela conduce a un régimen de terror que supuso la desaparición y muerte de unos 30.000 argentinos. La barbarie. La familia permaneció en España encogida y amedrentada por las confusas noticias que llegaban desde su patria. Nunca se metieron en política, consideraban a Perón un demagogo y no concebían una nación sin libertad para expresarse o moverse. Sintieron miedo, vergüenza y horror. Pasada la etapa oscura e ignominiosa y restablecido el estado democrático, la familia y el país intentan restañar heridas y recuperar la normalidad. 

Desde hace tiempo, los mejores especialistas habían confirmado a la feliz pareja que no podían tener hijos. Se acostumbran a la situación y deciden darse el capricho de concederse dos viejos sueños. Compran un piso en Torres Blancas, el emblemático edificio que encumbró a Sáenz de Oiza y por el que recibió el premio de la Excelencia Europea en el año 74. La estructura arbórea de hormigón armado carente de pilares, consolidada a base de cilindros rodeados en su perímetro por balcones con celosías de madera, siempre les había cautivado y la bonanza de los negocios les permitió la adquisición a pesar del elevado precio. Por otro lado, la fortuna llevó a Fede a relacionarse con una empresa internacional de maderas estadounidense y reconquistar un viejo anhelo: colocar parquet en su pabellón. Ya puestos, indagó y supo que la famosa superficie de madera del Boston Garden procedía de un bosque de Tennessee y por un poco más de dinero la compañía le hacía el traslado y la instalación. Lo mantuvo en secreto y un verano acometió la obra. Cuando en octubre reabrió sus puertas no daba abasto para atender las peticiones de solicitud de alquiler. La demanda se multiplica y los antiguos alumnos y jugadores de los colegios próximos (Corazonistas, Ramiro de Maeztu, Claret, San Agustín, Menesianos, Recuerdo) organizan una Liga los fines de semana. La fiebre del baloncesto ha aterrizado en España: en el primer lustro de los ochenta la selección se trae la plata europea de Nantes y la olímpica de Los Ángeles y las primeras imágenes de la NBA (con Bird, Magic, Julius Erving o Kareem Abdul Jabbar) llegan a través de la televisión. Los chavales tiran de imaginación y rebautizan la cancha cada vez que les toca jugar como locales: el FedeForum, el FedeGarden, el FedeMadisonSquareGarden, el FedeSpectrum, el FedeSummit, el FedeOmni. Ponen dos condiciones a su casero: que la final se juegue en el FedeColiseum y que entregue los trofeos. Éste sólo estipula una para sus inquilinos: ni una bronca o da por concluido el campeonato. El éxito es tal, que en los años sucesivos, antiguos alumnos de colegios alejados del distrito de Chamartín, se incorporan al evento (Pilaristas, Decroly, Sagrados Corazones, Maristas, Salesianos, Virgen de Atocha, San Viator, Fátima, Maravillas…). Fede disfruta como un niño y procura no perderse un partido. 

En el año 83 aterriza en España un tipo singular, el entrenador argentino León Najnudel al que ficha CAI Zaragoza de Ferrocarril Oeste. Le aguarda un equipo joven y renovado que preside un tipo listo, un lince, José Luis Rubio. Se crea la ACEB (posterior ACB) y la ciudad maña organiza la Copa del Rey. Sólo Fernando Arcega y Manel Bosch repiten de la temporada precedente. Han firmado a dos aleros de categoría, Charly López Rodríguez (que a la postre metería la bandeja clave para la conquista del título) e “Indio” Díaz, y de abajo asoman jóvenes talentos: Pepe Arcega, Paco Zapata, Raúl Capablo y el tristemente desaparecido Rafa Martínez Sansegundo. León participa de un baloncesto sencillo, insiste en pocos conceptos (una defensa inteligente, evitar pérdidas de balón, hacer que circule con fluidez para seleccionar buenos tiros, cerrar el rebote…), pero bien hechos y da tanta libertad al grupo, dentro y fuera de la cancha, que los jugadores echan de menos una mayor dosis de entrenamiento. Iniciada la campaña, el fichaje de una bestia, Kevin Magee (que complementará al otro buen americano, Jimmy Allen), cambia la historia moderna del baloncesto español. La fuerza sobrenatural y el carácter competitivo de Magee contagia al resto y en la final se deshacen contra pronóstico del Barsa. El momento supuso un punto de inflexión y la eterna amistad entre el peculiar técnico y su compatriota argentino, dueño del distinguido gimnasio en la capital madrileña. El preparador regresaría a la patria para montar la liga profesional de su país (LNB), para lo que llegaría a recabar incluso los estatutos de su homónima española. 

Por boca de León tuvo conocimiento de los nuevos valores que se fraguaban allende los mares: le vaticinó el dominio del Atenas de Córdoba apoyado en las dos grandes sensaciones del momento, el “Pichi” Campana y Marcelo Milanesio, y a finales de la década le contaba las excelencias de un chico que con 205 centímetros hacía bien todo, Marcelo Nicola. El agente Arturo Ortega y el director técnico de Baskonia, Alfredo Salazar, tuvieron el olfato y la intuición. Fueron los primeros en pescar en aguas vírgenes con una caña entonces corta (Vitoria) y un anzuelo sencillo (ofrecían contratos largos a cantidades asumibles). Capturaron (captaron, mejor dicho), pezqueñines que a su cuidado se harían tan grandes que algunos arribarían al mayor océano conocido (la NBA): Fabricio Oberto, Luis Scola, el “Chapu” Nocioni. España e Italia fueron los caladeros de aquella generación irrepetible (Pablo Prigioni, Hugo Sconochinni, Juan Alberto Espil, “Pepe” Sánchez, Lucas Victoriano, Rubén Wolkowyski, Leo Gutiérrez, Juanpi Gutiérrez, Pancho Hasen, Walter Herrmann, Carlos Delfino, el “puma” Montecchia”…). Al mejor, a Manu Ginóbili, lo colocó Ortega en Reggio Calabria, antes de dominar Europa desde Bolonia; era el paso previo para que en San Antonio (Tejas), en el “salvaje oeste”, sus manos se empezaran a llenar de anillos (lleva 3). Esa generación hizo a Argentina subcampeona del Mundo en Indianapolis 2002, tras humillar a la prepotente selección USA y sentirse “robada” en la final ante Yugoslavia, y campeona olímpica en Atenas 2004, después de la inolvidable canasta en el último segundo de Ginóbili ante Serbia y Montenegro, el nuevo repaso a Estados Unidos y la aplastante victoria ante Italia en la final. Ese 28 de agosto, Fede era el hombre más feliz de la tierra. Todos esos chicos que, sin excepción, pasaban a visitarlo por su humilde gimnasio, le habían henchido su orgullo argentino. Nunca se lo podría agradecer suficientemente a León, a Julio Lamas, a Ruben Magnano, a Sergio Hernández…, los entrenadores que un día se los habían presentado. 

Fede le había puesto unas graditas al gimnasio, unos coquetos vestuarios y la calefacción funcionaba en invierno y el aire acondicionado en verano. La Federación Madrileña arrendaba el pabellón para las finales de sus campeonatos y el Fededora llegó a dar cobijo a las charlas técnicas de los maestros más reputados del panorama internacional. Una noche muy tarde recibió una charla de la Federación Española: el Canoe se había inundado y la selección juvenil no tenía pista donde entrenar. Sin problema. A las diez en punto tenía allí a Charly Sainz de Aja (al que trataba de Virgen de Atocha) y a sus chavales. A los madrileños (Antonio Bueno, López Valera y especialmente a Felipe Reyes, por su hermano Alfonso, al que le guardaba un cariño especial), los conocía bien. Al resto no, y como había oído hablar maravillas de ellos, se quedó a ver la sesión de entreno. A lo largo de la semana que se prolongaron las prácticas, el descubrimiento y la fascinación fue mutua. Fede no había visto nada igual a tan tierna edad y los chavales se encontraban magnetizados al legendario parquet y al encanto mágico del gimnasio. Saboreó el juego de pies de Germán Gabriel (sin duda, haría una gran pareja de baile con su Dora), admiró la fortaleza de Carlos Cabezas y José Calderón, le asombró la exuberancia física de Drame, le sorprendió la potencia de Julio González y le cautivó la ascendencia y el saber hacer de Berni Rodríguez. Una pareja que siempre iba junta le tenía descolocado: eran dos palos, uno un tallo, el otro un junco. Eran Juan Carlos Navarro y Pau Gasol, eran la facilidad para jugar al baloncesto. Fede alucinaba, pero de entre la panda escondía una predilección secreta y fue al único que puso mote: Rául “Mandrake” López. El apodo (que aludía al mago, al personaje del comic creado por Lee Falk en los años treinta), fue el que llevó su ídolo de siempre, Beto Cabrera. Lo que hacía el de Vic sobre la cancha le extasiaba y le devolvía a sus años mozos. Llegó a un acuerdo con el grupo: podían venir siempre que quisieran a condición de que vinieran a contarle sus proezas o fracasos. Así se enteró del Campeonato de Europa Junior conquistado en Varna, con un tiro decisivo en suspensión de su idolatrado Raúl en semifinales ante Grecia. El siguiente éxito de la camada lo gozó por televisión, el Mundial Junior de Lisboa. El salto que dio con el triple de Carlos Cabezas casi le lleva a caer sobre el receptor. ¡Qué alegrón!

En la primavera de 2006 una cruel enfermedad le había dejado sin su Dora. En tres meses se había apagado como un pajarito. Le daba pereza y pena regresar cada noche al piso de Torres Blancas, así que se habilitó un catre en el despachito del gimnasio. Allí se sentía menos sólo. El verano vencía y le traía una distracción, el Campeonato del Mundo de Baloncesto en Japón. Llegó a perdonar al “Chapu” Nocioni el triple fallado en semifinales porque implicaba que sus “niños” se metieran en la final frente a Grecia, que se había cargado a Estados Unidos. Pese a cierto pesimismo (Pau Gasol, el mejor jugador del torneo, se había lesionado de gravedad y no podía jugar), Fede no tenía duda de la calidad y el halo competitivo de esos chicos. Le llamaron amigos, pero decidió verlo sólo, sin compañía. España dio una lección defensiva, una singular muestra de juego de equipo. “Pepu” Hernández se inventó un 4 de lujo, Carlos Jiménez, que ocupó todos los espacios, acaparó los rebotes y personificó el espíritu de una escuadra histórica, la más grande que había dado nuestro baloncesto. A la conclusión, a Fede se le juntaron todas las emociones y lloraba como un niño. Recordó cuando de chico salía entre sollozos de la mano de su padre del Luna Park. Había pasado más de medio siglo.

El día de Navidad, la señora Reme acudió como cada mañana a adecentar el gimnasio. Le extrañó que tan temprano hubiera luz en el cuartito. De fondo se escuchaba la melodía preferida de Dora, el maravilloso Oblivion interpretado por el maestro Astor Piazzolla. Sus compases acompañaron los últimos latidos de un corazón grande, el de Fede Guevara.

Nota: Esta historia es fruto de la imaginación de su autor. Ni Fede ni Dora existieron nunca, ni tampoco su mítico gimnasio, aunque sí los partidos y campeonatos nacionales e internacionales que durante el relato refiero. Desde aquí pido disculpas a los personajes conocidos y reales nombrados que hago interactuar y que me sirvieron para darle forma a este viaje onírico por el baloncesto hispanoargentino. A cambio espero disfruten con la lectura. Agradezco a mi amiga Marisa su ayuda en el esbozo de los conceptos básicos del tango.

El vuelo de Nate Davis

$
0
0

El día de Navidad Canal+ nos trajo un regalo muy particular. A los de una determinada edad nos transportó a los albores del baloncesto moderno, a los inicios de la ACB, y nos devolvió a uno de sus ídolos; a los más jóvenes les presentó a una leyenda de este deporte en nuestro país. A todos, nos situó ante una historia verdadera, tan dura como real, tan brillante como estremecedora, la de una estrella en las canchas al que un día la vida le dio la espalda. Impactado, emocionado y eternamente agradecido por el maravilloso documental de Informe Robinson, como “yo también vi jugar a Nate Davis” pero me faltaron agallas en noviembre  para coger el coche y plantarme en Ferrol, decidí husmear un poco en aquellos maravillosos años porque el niño que fui no olvida. Y esto es lo que he encontrado. Espero que les guste.


Carolina del Sur

Nathaniel Davis fue el mayor de cinco hermanos. Vino al mundo en Columbia, capital de Carolina del Sur, en el año 54 en un estado y en una época en que blancos y negros no comían en los mismos restaurantes, ni acudían a los mismos colegios ni siquiera ocupaban los mismos asientos en los autobuses. Su padre barnizaba pianos de cola  y dirigía con mano firme la educación de sus hijos. A Nate le encantaba el fútbol americano, pero “afortunadamente” una lesión en la pierna (se la rompió) le llevó al baloncesto. Jugó en la escuela en Alcorn, en el instituto en Eau Clair (su camiseta con el nº 35 pende de lo más alto del nuevo pabellón) y en todos los parques de su ciudad. Más de una vez llegó más tarde de la hora fijada, se encontró la puerta cerrada y tuvo que pernoctar en casa de algún amigo. Sus dotes para la canasta le hicieron acreedor de una beca en la Universidad de South Carolina, en la que coincidiría con tres compañeros que luego harían carrera en la NBA: el finísimo Alex English (símbolo de los Nuggets de los 80), Mike Dunleavy y Brian Winters (All Star con los Bucks). Estos días ha confesado que durante la época consumía marihuana prácticamente a diario y que fue su esposa Annie la que le quitó de la cabeza el vicio. Cuatro años exitosos en los “Gamecocks” con el techo de cuartos, el Sweet 16 de la NCAA, y el 5º lugar de la década en la tabla de anotadores del centro académico no le valieron a Nate para atraer la atención de los focos profesionales. Los Bulls no le elegirían hasta el puesto 101 del draft y le cortaron en su campamento de verano. Pero había que comer, así que terminados sus estudios de Criminología aceptó el puesto de ayudante del sheriff. Durante 9 meses aparcó el baloncesto, trabajó la calle a tres turnos y salvó la vida de milagro cuando acudió a solucionar un incidente y la bala perdida de un borracho por poco le atina. Hasta que un buen día un representante belga le habló de la posibilidad de venir a España; Nate le conminó a contactar con su entrenador universitario, el célebre Frank McGuire, para pedir referencias y voló a la Península Ibérica.

Gasca y su Askatuak

José Antonio Gasca podía ser un excéntrico, un rebelde, una “mosca cojonera” para los grandes, pero se trataba lisa y llanamente de un genio, un visionario, un tío adelantado a su época, un entrenador que con gente de la casa había alcanzado la quinta y sexta plaza liguera a finales de los sesenta. Excepcional motivador, era Maquiavelo dirigiendo partidos. Después de su etapa francesa, regresó a San Sebastián para ascender al equipo de su ciudad a Primera. Suscrito a todas las revistas especializadas americanas, viajaba anualmente a Estados Unidos. De gran ojo a la hora de elegir al foráneo de turno, con Robota quedó campeón de Segunda y con Dave Russell encontró un tres todoterreno que colocó al Dico´s de Azpiazu, Pérez, Motos, Ubarrechea o Galdona en el quinto lugar. Lo vendió al Orthez y con la pasta que sacaron, rompió el molde: fichó a Essie Hollis. El “helicóptero” causó sensación desde el primer vuelo y, a pesar de la jubilación del gigantón Aspiazu, terminaron sextos. Como el gran Hollis soñaba con los profesionales su aventura en La Bella Easo apenas duró un año. Hallar un sustituto que ocupara su lugar en el imaginario de la gente parecía misión imposible. Gasca lo encontró: era Nate Davis. Al principio acusó la inactividad (las piernas le pesaban), pero al cabo de tres semanas de entrenos convenció de tal manera al selecto paladar del preparador que le firmó por dos años. Gasca, siempre indómito e insurgente, envió copia del contrato “profesional” de Davis a la FEB y a la FIBA, en demostración clara del profesionalismo por el que abogaba.

El equipo, con pocos cambios respecto a temporadas precedentes, lo componían chavales de la tierra que compatibilizaban su dedicación al basket con estudios o trabajo. Sólo ganaron tres partidos en el año, pero su atrevida puesta en escena era innegociable. Al Madrid le tutearon en un repleto Anoeta. Cuentan que entre bromas Davis le dijo a su defensor que no se encontraba bien y que probablemente haría el peor partido de su vida: 55 puntos le delataron. Claro que Iturriaga, de Bilbao él, no se arrugó e hizo 40 en la victoria blanca (95-102). Nate terminó el curso con el mejor promedio anotador de la Liga, a 32,5 puntos por noche (el máximo encestador fue Webb Williams con 735 puntos por los 724 de Nate), pero sus críticas a la labor del entrenador en la prensa local (luego se justificó con el típico malentendido con el idioma) le apartaron del equipo. Limó asperezas con Gasca y tras el descenso fue traspasado al Valladolid. En San Sebastián todavía reclaman la autoría de los primeros “alley opps” que se vieron en España.

Ancha es Castilla

Los de Pucela aprovecharon la salida del Madrid del “Globetrotter” Carmelo Cabrera para firmarlo y reunir una pareja de ensueño recordada 30 años después. El equipo terminó noveno a pesar de la dudosa química (disputas internas, cese a mitad de temporada del entrenador, Vicente Sanjuan) y la escasa dedicación defensiva (nadie encajó más puntos que ellos, 103 por partido). Davis deslumbró promediando 29,7 tantos (1º de la Liga por delante de Brabender y Mike Phillips), 9 rebotes (2º) y 2 tapones (3º). Su familia se asentó en la tranquila capital castellana y  él se sintió mimado en la calle e idolatrado en la cancha.

Durante la temporada siguiente, 80-81, los bases (Cabrera y Seara) no terminaban de llevarse, pero el bloque se consolidó con los históricos Lafuente, Martín De Francisco, Llano, Puente y Toño Martín. Mario Pesquera aportó conocimiento y orden atrás y los resultaron llegaron (sextos). Davis recortó su media (“sólo” 26,2 puntos –cuarto de la competición-), con tres actuaciones por encima de los 40 puntos, dos victorias en los irrepetibles duelos frente al Areslux de Essie y un encuentro que ha entrado en los anales de la historia.

El partido de la mano rota

A comienzos de enero del 81 Davis se fracturó el cuarto metacarpiano de la mano izquierda en un entrenamiento. El próximo rival liguero era el OAR Ferrol y nadie de los que acudieron al Huerta del Rey ha podido borrar de su memoria ese encuentro. Nate hace la rueda y de salida se queda en el banquillo. Para amortiguar la baja los castellanos salen en defensa zonal, pero el canadiense Lars Hansen, que se iría a los 40 puntos, campa a sus anchas.  En el minuto 8, con 14-26 en contra, Pesquera pregunta al lisiado y lo pone a jugar. Los gallegos se marchan al descanso con 22 puntos de ventaja (Hansen sólo ha errado 3 tiros en una serie descomunal de 13 de 16). En la reanudación apuestan por un quinteto bajito con dos bases y Lafuente y Martín De Francisco en la engorrosa tarea de limitar las prestaciones de Hansen, que a la postre sería máximo anotador del año. En los primeros dos minutos la diferencia se amplía hasta los 26 puntos (45-71). La presión morada reduce las distancias (87-92) en el 35. A dos minutos para la conclusión Davis pone por delante a los locales y la grada enloquece. Con empate a 98 canasta de Nate, que en el ataque siguiente asiste a Martin. La postrera canasta del ferrolano Suso Fernández deja el marcador en el definitivo 102-100 para el Miñón Valladolid. Invasión de la cancha (las fotos en blanco y negro con la mano vendada recogen el momento) y saludo del torero desde los medios. No era para menos: el Cid, siglos después, se había reencarnado en jugador de baloncesto en Valladolid. 27 puntos, 13 aciertos sobre 19 intentos, para ganar un partido imposible con una mano rota en 31 minutos legendarios.

Lo que pocos recuerdan es que en el siguiente partido, Davis repitió la hazaña a orillas del Pisuerga. El Miñón se impuso al Manresa 92-90. Evidentemente el hueso no había soldado y sólo pudo actuar 17 minutos en los que únicamente anotó 4 puntos, pero adivinen quién metió la canasta final… Después de aquello se tiró tres partidos sin jugar.

La temporada 81-82 supuso la última como violeta. Pepe Alonso sustituyó a Cabrera, Pera ocupó plaza como escolta y tomó la puerta de salida Goyo Estrada que no llegó a cuajar. El equipo de Pesquera cabalgó a paso firme y se instaló en la zona noble (quinto puesto). Davis se sostuvo en sus números (26,1 puntos), dejando algunas actuaciones excelsas: 48 puntos y 12 rebotes ante el Canarias en la victoria 98-100 y 50 puntos y 14 rebotes ante el CAI en el triunfo 112-100. En Valladolid  los amantes del western se frotaron los ojos con el duelo anual en OK Corral: Nate Davis 40 versus Essie Hollis 43, pero el botín quedó en casa (Miñón 101-Areslux 93). En Tenerife, el desafío de otro cañonero, Scales se fue hasta los 45 puntos, no le valió al Naútico para ganar. Cuestionado Pesquera sobre si cambiaría al ídolo local por Davis (que se había quedado en 25), declaró que ni en broma. Concluyó su ciclo en la tierra del maestro Delibes,  a dónde no regresó hasta octubre del 88 cuando Forum Valladolid y Clesa Ferrol le tributaron un merecido homenaje. La sala de trofeos del club lleva su nombre.



Camino de Santiago

A Nate no se le iba de la cabeza la NBA y realizó un último intento de entrar en profesionales en el verano del 82. Durante 5 meses se machacó con los Bullets de Washington, compartiendo vestuario con jugadores de la talla de Jeff Ruland, Ballard o Spencer Haywood. Llegó incluso a desenvolverse con soltura en el puesto de base, pero otra vez a última hora le cerraron las puertas. Douglas Benhoof, un amigo que residía en Valladolid, le llamó con la posibilidad de sustituir a “Chuck” Verderber que se había roto el tendón de Aquiles en la quinta jornada. Su estancia en la ciudad del Santo Patrón apenas duró un par de meses: 12 partidos a 26,2 puntos la noche. Debutó con derrota un 14 de noviembre en Manresa (20 puntos) y tardó en soltarse (en los siguientes 4 partidos se movió entre los 20 y 25 puntos) hasta que le cogió el aire (40 al Areslux, 39 al Coto de Aíto y 32 en su único triunfo ante su anterior equipo, el Miñón Valladolid). En el viejo pabellón del Sar, el día de Reyes Obradoiro se llevó un palizón del Real Madrid (70-125) y el público una jugada para contar a los nietos, un mate de Nate Davis colosal después de tirarse el balón contra el tablero. Que los árbitros anularan la acción por ilegal fue lo de menos. Sólo jugó dos encuentros más con los gallegos; en el penúltimo en casa le hizo 41 puntos a Basconia. Los problemas en los cobros le devolvieron a Estados Unidos.

Con muchos jugadores que ganaron el ascenso y una plantilla muy joven (Modrego, Lomas, Carlos Pérez, Alberto Abalde, Pagés, Alberto Corts, Orbea, Aldrey, Abel Amón y Pepe Rivera) dirigida por Todor Lazic (que tuvo que ser sustituido a mitad de año por Pepe Casal debido a un problema pulmonar), Obradoiro sólo obtuvo dos victorias, descendió y no retornó a la élite hasta 2009 para orgullo de su increíble afición.

Somos la leche

 Juan Fernández, otro “loco” de este deporte, puso a su OAR (que regía desde 1960) en el mapa desde la esquina noroeste de la nación. En los ochenta, Ferrol sufría como pocas la reconversión naval y el azote del paro (en los últimos 25 años ha pasado de ser la tercera ciudad en población de Galicia a la séptima). Los astilleros se vinieron abajo y el baloncesto daba un respiro a las penas los domingos a la mañana. Atrás había quedado el antiguo Punta Arnela y riadas de gente bajaban de Canido a La Malata. Cinco mil personas la llenaban y el equipo tuteaba a los grandes. “Mico” Saldaña, Manolito Aller, Miguel Loureiro eran un símbolo para los suyos, su identidad. Nate Davis era algo más, el sueño de sentirse grandes por un rato, el anhelo de una aventura excepcional. Patrocinados por Clesa, un cántico se repitió hasta convertirse en eslogan: “Somos la leche”.

Con técnicos de prestigio, Jaime Ventura, Javier Casero, Tim Shea o Moncho Monsalve, el equipo hasta se asomaba a Europa. Jugadores importantes nacionales (Fede Ramiro, Ernesto Delgado o Toño Martín) se unieron al reto atlántico. El hispanoargentino Ricardo García echaba una mano por dentro a Bill Collins, un profesional como la copa de un pino.

Nate, Annie y sus dos hijos estaban encantados en el apacible entorno. Se le podía ver con frecuencia corretear por las playas de Valdoviño o machacarse en los montes cercanos. Disfrutaba de su rutina casera: compraba los periódicos americanos, hacía un poco de tiro en el pabellón, comía en casa y disfrutaba con su colección de videos de cine clásico. A la tarde a entrenar. Su felicidad se reflejaba en la cancha, sus dos primeros años se alzó con el trofeo de máximo anotador, con medias de 28,1 y 30 puntos. En la época, Nike entregaba la Bota de Oro al primer encestador nacional porque en su día Larry O´Neill había despreciado el trofeo al enterarse de que no estaba bañado en el precioso metal.

Algún aficionado todavía rememora el primer cruce de la Copa Korac: Racing Maes Pils Mechelen, se había impuesto en Malinas 81-72. En la vuelta, con la eliminatoria empatada, Clesa Ferrol ganaba 74-65, Nate Davis realiza un lanzamiento de tres puntos al poco de atravesar la línea de medio campo. Más de uno se lleva las manos a la cabeza, pero Nate es el primero que observa que el tiro no va y corre al rebote. En el último segundo palmea en el aire con la mano izquierda y convierte la canasta sobre la bocina. La apoteosis.

En el comienzo de su octava temporada en España el proyecto ferrolano se revelaba de lo más ambicioso con la solicitud de nacionalización de Nate Davis (simultáneamente desde otros puntos del país se gestionaron –y finalmente se consiguieron- las de Matt White –hace poco desaparecido en extrañas circunstancias- y del mormón Steve Trumbo, aquel reboteador excelso que llegaba a lanzar los tiros libres con los ojos cerrados). El equipo se confeccionó bajo esa premisa: se dejaron salir a Fede Ramiro y a Ernesto Delgado y se trajo un solo americano interior a la espera de la culminación del proceso. Comenzada la temporada, como ni John Martin primero ni luego Terry dieron consistencia por dentro, Moncho Monsalve tiró de contactos para traerse a una joven perla centroafriacana, Anicet Lavodrama. El chaval era un portento físico, pero se veía muy sólo en la zona. El proceso se encallaba y aumentaba el casillero de derrotas. En el último partido del año 85 visitaban Santa Coloma para enfrentarse al Licor 43. Terminando el encuentro Nate Davis cayó mal y se rompió la clavícula. Entonces no lo sabía, pero fue su último partido como jugador de baloncesto. Derrota 90-81 y 27 puntos (8 de 14 en lanzamientos de 2, 3 de 8 en triples, 2 tiros libres lanzados y convertidos, 4 rebotes y 1 tapón en 37 minutos). Dejaba la competición como máximo anotador con 412 puntos y 29,2 de promedio y un escalofriante porcentaje del 43% en triples. Cuentan que en el momento del accidente, OAR le tenía redactado un contrato que le hubiera resuelto la vida a razón de medio millón de dólares por 6 años y 100.000 dólares en mano. Otis Howard, aquel excelente jugador con el que ninguno de sus compañeros quería compartir habitación en los viajes (roncaba como un oso), dio la solvencia y el vigor en la pintura que el conjunto necesitaba y después de una temporada de vaivenes (incluidas las disputas entre Monsalve y Fernández) se salvó la categoría.
Aquel concurso de mates

Quiso la mala fortuna que la lesión de Davis evitara su participación en el primer concurso de mates organizado por la ACB en Don Benito. Lo llevaba preparando dos semanas. Minutos después de que David Russell saltara sobre el niño Gustavo para alucinar al respetable y hacerse con el certamen, Nate Davis entraba en el quirófano para operarse. Tiempo estimado de la rehabilitación, tres meses.

A pesar de las bajas de Davis y del elegante Claude Riley, la prueba resultó de altísimo nivel. A Russell (que además obtuvo el título de máximo anotador de aquella Liga) le siguieron el incombustible Wayne Robinson y Anicet Lavodrama, y nuestro “saltamontes” Carlos Montes y Willie Jones también dejaron posters para llenar habitaciones. ¿Qué hubiera pasado si Davis hubiera acudido? ¿Con qué se hubiera atrevido?

Missing

Tras la operación acudió de paisano a La Malata para ver ganar a sus compañeros 70-68 al Claret de Las Palmas. Marchó de vacaciones a Estados Unidos, pero jamás regresó. Desapareció. Annie no se encontraba bien y tras multitud de pruebas los médicos detectaron su dolencia: tenía SIDA. En el parto de su segundo hijo, Matthew, había perdido mucha sangre y necesitó transfusiones. Una de las muestras estaba contaminada. Nate empeñó su fortuna en sus cuidados, pero no había solución y al cabo de unos meses moría. El shock que le produjo su desaparición le llevó a 2 semanas de internamiento. Annie era su ancla, su roca, el pilar de su vida. En el mismo año fallecieron su madre, su abuela y su mujer. Fervoroso creyente (decía que saltaba tanto para estar más cerca de Dios), trató de agarrarse a la fe, pero se rompió por dentro: “cuando la perdí, yo también me morí”. Todos sus sueños se habían resquebrajado. Arruinado, había perdido todo, tenía que salir adelante. El baloncesto ya sólo sería un agridulce recuerdo. Se trasladó a Atlanta a vivir con su hermana que le echó una mano con los chicos. Trabajó en empresas de seguridad, de mensajería y de informática. A dos matrimonios le sucedieron dos divorcios. Allí le encontró en el 96 su amigo, el periodista Jaime Fernández, y le realizó un reportaje para la Televisión Gallega de gran éxito. Tiene otros 2 hijos y es abuelo de 5 nietos. Con 60 años comparte piso con un compañero que no tiene idea de que Nate fue una estrella del baloncesto tiempo ha en un lejano país.

San Andrés de Teixido

Refiere el dicho popular que al santuario “vai de morto quen non foi de vivo” (va de muerto el que no fue de vivo). La capilla se encuentra sobre los acantilados de Vixía Herbeira (los más altos de la Europa Continental a 613 metros de altura) en uno de los parajes más bellos y recomendables de toda Galicia, al este de Cedeira y muy próximo a Ferrol. Tengo para mí que alguna de las iluminadas mentes del Informe Robinson se le cruzó algún pensamiento similar para traer a Nate de vuelta a España.

En Valladolid se metió un lechazo en compañía de su amigo y socio en la cancha, Carmelo Cabrera. Sobre el parquet del Huerta del Rey se giraba conmovido hacia el lugar desde el que Annie le veía encestar cada noche. Lo de Ferrol le superó. Como en Pucela, la gente casi tres décadas después lo paraba por la calle: “Te recordaremos toda la vida, aquí no eras Nate, eras Nat Davis”, “Eres de los ilustres de Ferrol”, le resume un cocinero el sentir de sus vecinos. No lo puede creer. Cuando llega a La Malata llora como un niño en el vestuario, tres mil personas están esperando para aplaudirle casi tres décadas después. Sus antiguos compañeros tampoco lo han olvidado, participaron en un partidillo amistoso y charlaron en el Toxos e Froles, en el edificio que ocupaba la antigua sede del club.

¿Era tan bueno?

Sí. Sin duda. Lo sé, no defendía un carajo (él se excusaba en que no podía rendir los cuarenta minutos en las dos partes de la cancha y que dónde el equipo realmente le necesitaba era en ataque, más cuando el papel de los refuerzos foráneos en la época era esencial) y a veces iba por libre y se saltaba los sistemas, pero salvo a Michael Jordan no he visto un tiro en suspensión tras bote tan certero y elegante como el de Nate Davis (Manolito Aller decía que cada vez que se levantaba te ponía los huevos en la cara). Su rango de tiro era inabarcable, metía triples de ocho metros o lanzamientos cortos a tablero y sus porcentajes de acierto magníficos. Chupaba, pero como arguía el eterno capitán del OAR, Miguel Loureiro “había que dársela porque la metía”. De condiciones atléticas de otro planeta, todavía hay quien evoca el tapón contra el tablero a Chicho Sibilio o el que le puso a Brian Jackson en un Partido de las Estrellas; otros se decantan por un mate de espaldas en parado después de coger un balón desde el suelo del Palau. Postales de carpetas de colegio, posters de dormitorio en alguna casa de principios de los ochenta. De su prodigiosa capacidad de salto dan fe algunos de sus camaradas que cruzaban apuestas para comprobar si Nate Davis, con sus 194 centímetros, era capaz de limpiar billetes de mil pesetas o incluso monedas de la parte alta del tablero. Te garantizaba los 30 puntos por noche, un buen número de rebotes y un espectáculo sin igual por entonces. Para Pesquera “era un extraterrestre”, Tim Shea opina que “con Davis cambió el concepto del basket en España” y como siempre Antoni Daimiel da con la tecla “Antes de que existiera Jordan, Jordan era Julius Erving. Para mí antes de que existieran Jordan y Julius, existió Nate Davis”.

Beethoven decía que el único símbolo de superioridad que conocía era la bondad. Miguel Loureiro desvela el verdadero secreto de Nate Davis “caló tanto porque era un hombre bueno, con un gran corazón y un excelente compañero”. El entonces chaval  Miguel Piñeiro acentúa en la misma línea “al terminar de entrenar no permitía que el juvenil que se ejercitaba con ellos cogiera el autobús de noche para volver a casa, no fuera a pasarle algo y se ofrecía a llevarle”. Anicet Lavodrama ahonda en su doble faceta “era sencillo en la vida y exuberante en la cancha”.

Cuenta la leyenda que las piedras de los milladoiros (montones que los peregrinos van dejando a los lados del camino en su paso a la romería) “hablarán en el Juicio Final” para manifestar qué almas cumplieron con la promesa de ir a San Andrés. Hasta que llegue el día me quedo con la imagen de un buen tío y un jugador excepcional, con rango de héroe, que alumbró un tiempo diferente. Su historia emparenta con los mejores guiones de película. Visionar una parte de la misma fue un gusto. Como yo también vi jugar a Nate Davis, para los descreídos me uno a la vieja aspiración renacentista de Leonardo Da Vinci. Ahora lo sé, el hombre (algunos hombres) pueden volar.

Gracias otra vez a Carlos Laínez y Raúl Barrera por facilitarme la labor de documentación en la Biblioteca Pedro Ferrándiz del Espacio 2014 FEB. 

Chicho y Epi ¡vaya dúo!

$
0
0

..

Reza la leyenda que al gran Lolo Sainz le aparecieron las primeras canas con los quebraderos de cabeza que le dieron la pareja de marras. Esta es la historia de éxito de dos jugadores complementarios, de dos personalidades contrapuestas que convergieron en un tiempo y un lugar para cambiar la historia de nuestro deporte. Es el testimonio de que el camino hacia la élite está abierto al talento y al sacrificio diario. Iniciamos el viaje mediático al boom del basket español de los 80 de la mano (qué mano) de dos personajes fundamentales que cambiaron tendencia, que tiñeron de azulgrana un cuadro hasta entonces blanco inmaculado. Viajaron por las mejores autovías del mundo; uno pagaba a diario el peaje a toca teja a través de un esfuerzo ímprobo, el otro tenía el crédito de su ingente destreza. Uno se hizo, el otro nació jugador de baloncesto.



Tan cerca

Jamás. Ninguno de sus primeros entrenadores pudo imaginarse dónde llegaría Juan Antonio. La primera división, la selección, 239 internacionalidades, mejor baloncestista europeo del año 84, mejor jugador de la década de los 80 para L´Equipe… Jamás. Era alto, sí, pero desgarbado, poco coordinado y sin aparentes aptitudes para el juego, para cualquier disciplina deportiva. Voluntad toda, pero con eso no se llega ¿O sí? Suena más a sueño cabezón y repetitivo de un niño que creció animado, tutelado y entrenado por sus hermanos Fernando y Herminio que le inocularon la pasión por el deporte de la canasta. Epi no se puso límites, ansiaba ser el mejor jugador posible y llegó tan lejos como sus facultades y su tesón le permitieron, deseoso de una perfección para la que nunca se encontró llamado.


El chico que nació a escasos 100 metros de la Basílica de la Virgen del Pilar no se vino abajo cuando fue descartado para uno de los equipos del colegio. Siguió entrenando, padeciendo el Moncayo invernal a orillas del Ebro embutido en un par de chándales de algodón. Con el tiempo llegaría al Helios. Pedro Labé y Miguel Ángel Treviño fueron algunos de sus entrenadores en la capital maña, pero quizá fue Jaime Ventura quien primero atisbó las posibilidades del mozo.

Su hermano Herminio jugaba en el Kas bilbaíno. El gran Ranko Zeravica, por entonces entrenador del Barsa, se había encaprichado con su juego en el Europeo Junior de Orleans, donde a España se le escapa el oro en el último segundo, por lo que recomienda su incorporación. Ramón Ciurana y Eduardo Portela cierran el fichaje y regalan dos millones de pesetas al equipo vasco, pues horas después el club desaparecería, con lo que de haber esperado un día se hubieran ahorrado el montante de la operación. El insospechado negocio culé vino por otro lado: Herminio sugirió la contratación de Juan Antonio, el Barsa encontró un trabajo para el padre como contable en el ramo de la hostelería y la familia (salvo su hermano Fernando) se desplazó a la Ciudad Condal. Era el verano del 74 y los futboleros vivían emocionados con la venida de un astro holandés, Johan Cruyff.

Epi II, como se le conoció en un principio, coincidió en el juvenil con uno de los mejores preparadores de formación que ha dado este país, Miguel Nolis. Ambos llegaron a la vez al Palau y curraron a destajo. Por consejo de Zeravica, jugó primero por dentro para fortalecerse, pero a diario repasaba machaconamente los fundamentos exteriores. Apenas gozó de minutos, pero su perseverancia trajo premio. En verano, Antonio Serra le reclamó para la selección juvenil que acudió al Europeo de Atenas 75. Tomó un papel secundario (38 puntos y 50 rebotes en 104 minutos de los 8 partidos que disputó), pero la experiencia fue aleccionadora: vivió el caos de la organización (48 horas antes de dar comienzo el torneo no se conocía ni el número de participantes ni el calendario, España llegó a disputar dos encuentros en el intervalo de 11 horas), las dudas sobre la edad real de los jugadores griegos y conoció de primera mano cómo se las gastaba el famoso árbitro Florito. En su estreno, la quinta plaza le supo a gloria. De la época, cuenta  Nolis la bronca que se llevaron de Portela en la previa a la final del Campeonato de España Juvenil ante el Madrid cuando les pilló metiéndose una sabrosa paella. A Epi se conoce que no le debió sentar tan mal el indigesto arroz cuando terminó el partido con 43 puntos y el título en el bolsillo. Ya lo dicen los que saben… hay que cuidar la alimentación.

Pasó al junior con Berenguer y se fue alejando del aro para adueñarse de la posición de alero. Alargó su rango de lanzamientos hacia la larga distancia, perfeccionó su tiro a tabla, mejoró su manejo de balón, dominó la parada en un tiempo y cultivó las fintas. Con un año de adelanto, Pinedo se lo llevó al Europeo Junior de Santiago de Compostela en el verano del 76. En el viejo (entonces novísimo) Pabellón de Sar asomaron algunos de los jugadores que con el tiempo serían grandes: Aza Petrovic, Giannakis, Belostenny y sobre todo el gigante Vladimir Tkackenko que, amén de 30 puntos en la final, se metió la criaturita en un desayuno 20 huevos fritos y 10 yogures, según relataba un atónito Quino Salvo. El título cayó del lado yugoslavo, cuyo mejor jugador, MVP, un tal Vukosavljevic, no llegó a nada en el futuro. España se colgaba el bronce, Juanma Iturriaga apuntaba muchísimo y se postuló en el cinco ideal. Epi crecía con paso firme y aguantaba los vaciles de sus compañeros en los baños en la playa. La primavera siguiente, en el torneo de Manheim un marciano, Magic Johnson, les mostraba otro deporte. Contra España sólo podía la inalcanzable Estados Unidos y Epi se subía al tren de los buenos (164 puntos en 7 partidos). En el verano se las vería con el mejor jugador blanco que hay conocido este planeta, Larry Bird, en la Universiada de Sofía. Y llegó el año 78 y el torneo que lo cambió todo: el Europeo de Roseto, donde Epi y una histórica generación del 59 (Itu, Romay, Llorente, Fernando Arcega, Indio Díaz,…), explotó. Ganaron de 1 a Yugoslavia en semis, pero las torres rusas, con 6 tíos entonces por encima de 2 metros, oscurecieron el paisaje y España claudicó en la final (100-104). Epi se salió: 34 y 38 puntos en los dos últimos enfrentamientos del Europeo, 27 tantos de media y nominación para el quinteto ideal.


Tan lejos  

La historia de Sibilio trae sabor caribeño y su puntito de intriga en los comienzos. Nacido en Haina, un pueblecito situado a 17 km de Santo Domingo, era el menor de 7 hermanos. Tomó contacto con el basket, pero pronto lo dejó por “considerarlo un deporte de nenas”. Al muchacho, lo que de verdad le gustaba era el deporte rey, el beisbol, pero tras probar con el bate vuelve a la canasta. Abel Feisal, seleccionador juvenil dominicano que había jugado en el Sant Josep badalonés, lo ve jugar, se fija en su físico liviano, en sus largos brazos pendulares, en su extraordinaria capacidad de salto y lo capta para el combinado nacional. Entrena como un negro durante 3 sesiones diarias y progresa tanto que un año después (noviembre del 74) alcanza el título centroameriacano juvenil, donde es nombrado mejor jugador (fue el máximo encestador y reboteador). Los técnicos azulgranas, alertados por los positivos informes dominicanos que reciben de Feisal, Leandro De la Cruz y Humberto Rodríguez, le siguen la pista. En la pretemporada de 1975, la selección dominicana absoluta participa en el Torneo de Hospitalet; Chicho, con apenas 16 años, deslumbra y Zeravica recomienda encarecidamente su fichaje junto al de Hugo Cabrera (éste más adelante llegaría a probar con los Knicks). Regresa a su país. Algunas de las mejores universidades americanas han puesto sus ojos en él, pero recibe la negativa materna. El Barsa mientras se mueve entre bastidores: se queda con su documentación, lo matricula en el Colegio Alpe y convence a Humberto Rodríguez para que medie  con sus padres. Se llega a un acuerdo y a finales de febrero del 76 Chicho llega a España, para instalarse en casa del padre de Chus Rodríguez, jugador del Pineda. Allí ya vivía el que fue su compañero del alma, Juan De la Cruz. Con la competición tan avanzada la Federación Catalana se negó a tramitarle la ficha, así que sólo puede entrenar con el junior, probarse en algún amistoso con el primer equipo y jugar en el Colegio Alpe, con el que obtendría el Campeonato del Mundo Escolar en Granollers ante los norteamericanos del Pasadena. Lo pasa mal, los trámites se complican, pero el Barsa realiza una maniobra maquiavélica y dos semanas antes de que se reuniera la Asamblea de clubs que iba a ampliar la barrera a 3 años de residencia para nuevas nacionalizaciones, obtiene casi por encantamiento la de Chicho. Era el 16 de junio de 1977. Para evitar polémicas, al chico le prohíben hacer declaraciones a los medios de comunicación. Un día más tarde debuta en Magariños, Estudiantes impugna las semifinales coperas, pero su queja cae en saco roto. Acusa los nervios, pero anota 10 puntos.

En la final del Campeonato de España Junior en Huelva ante el Madrid (de Iturriaga, Llorente o Romay) había anotado 41 puntos. Los azulgranas se impusieron 88-86 en una de los torneos de mayor nivel que se recuerdan.

Con los papeles en regla, pudo disputar la final de la Copa del Rey ante el Real Madrid en Palma de Mallorca. Había sido un año tumultuoso para los catalanes que a mitad de campaña arguyeron “motivos personales (la enfermedad de su esposa)” para destituir temporalmente a Todor Lazic y colocar en el banquillo a Eduardo Portela. El primero “recuperó” el cargo, pero fue una figura decorativa en la final, pues de facto al equipo lo dirigió el segundo. El Barsa acusó en demasía la ausencia de Guyette (que había el máximo anotador liguero), Sibilio se presentó a lo grande (25 puntos), Brabender estuvo imperial (33 puntos) y Lolo Sainz obtuvo su primer doblete con los blancos.


Allá donde se cruzan los caminos… pongamos que hablo del Palau

La temporada 77-78 trajo un montón de novedades al baloncesto español y a la sección de baloncesto del F.C. Barcelona. Por lo pronto, Eduardo Kucharski se incorporó como nuevo técnico de la mano de Dani Fernández que había salido por la puerta de atrás del Joventut. Causaron baja Herminio San Epifanio, Goyo Estrada y Carmichael y promocionaron de la cantera los talentosos Solozabal, Práxedes y Sibilio (en su temporada debutante hizo 577 puntos, el 5º de la Liga, en una clasificación que lideró el gran Essie Hollis con 862 puntos a una media sideral de 39,18 por tarde). Los grandes se repartieron los títulos: Moka Slavnic desparramó su magia a lo largo de la Liga que ganó la Penya, el Madrid alcanzó su sexta Copa de Europa conducido por la mano de Carmelo Cabrera y el Barsa se llevó la Copa del Rey en el encuentro probablemente más importante en la historia de la sección. En ese partido se jugó su porvenir.

El 6 de mayo resultó elegido por la masa social azulgrana José Luis Nuñez como nuevo presidente del Barcelona. Harto de sinsabores y poco aficionado al mundo de la canasta, había insinuado a sus más íntimos la posibilidad de suprimir el basket. El tercer puesto liguero no le había congratulado, con lo que el partido del 4 de junio en Zaragoza podría constituir un matchball para el futuro de la sección, un todo o nada. Previamente se guardó un minuto de silencio por el fallecimiento de Santiago Bernabéu dos días antes (lo que condujo a la salida del club a petición propia de su fiel Raimundo Saporta).Orilladas las polémicas con Víctor Escorial y Estrada, Kucharski había abierto la puerta a los jóvenes. A la cita llega Chicho en plena forma, en cuartos hace 34 y 33 puntos ante el Pineda, en semifinales 35 y 33 al Estudiantes. Miguel  López Abril dio un curso de dirección, Sibilio (28) y Guyette (33) flagelaron en la zona a los merengues y en la segunda parte la entrada del junior Juan Antonio San Epifanio devino providencial. Tras la victoria, Nuñez y Mussons bajaron a posar en la foto de rigor con su primer trofeo como dirigentes culés. Epi por su parte se abrazó emocionado a su padre y a su hermano Herminio a pie de pista. El inicio de una era, la puesta en escena del duetto de aleros más letal del baloncesto europeo de la década siguiente. Los ochenta son nuestros, podrían haber profetizado sin equivocarse. El Barsa sería “El Rey de Copas” al ganar 6 ediciones consecutivas entre las temporadas 1978 a 1983 con actuaciones sublimes en las finales de nuestros protagonistas con 38, 22, 27 ,28 y 19 puntos de Sibilio y 26, 22, 28, 16 y 30 puntos de Epi.

Villano en su país

Concluida la temporada, en junio de 1978 Chicho regresaba a su patria para disputar el Torneo Centroamericano. Minutos antes del primer partido llega un telegrama del señor Stankovic de la FIBA en que le deniega la licencia para jugar. La República Dominicana se proclamó campeona por delante de Puerto Rico, Méjico y la local Panamá, obteniendo por añadidura el pase para el Mundial de Filipinas. El lío fue tal que a varios dirigentes y entrenadores federativos caribeños les costó el puesto acusados de componenda con la entidad barcelonista. Chicho estalló en su vuelta a España y desde el club paliaron el cabreo con un aumento de medio millón de pesetas en su sueldo.

Olímpicos

El dúo de moda se había asentado e infundía un temor casi reverencial a sus contrarios. Tras su etapa exitosa en Badalona, Antonio Serra había arribado al Barsa. Consciente del potencial en las alas había armado los equipos y diseñado los sistemas para el mortífero tiro de Zipi y Zape. El juego de Epi carecía de artificio, en pocas ocasiones invocaba a la imaginación, era pura eficacia, absoluta concentración; Sibilio “pintaba” cuadros impresionistas, de su paleta salían magníficos brochazos que emborronaban las canastas enemigas. Sólo Perico Ansa daba ciertos descansos a la singular pareja cuya principal función era anotar, anotar y anotar. En un día inspirado la metían desde la fila 7 del Palau.

Tras el descalabro de Hamilton y el descenso a la segunda división, Antonio Díaz Miguel había incorporado 7 caras nuevas para el Pre-europeo de Grecia 79. España se clasifica y Epi da la cara desde el principio: anota 108 puntos (2º del equipo tras su ídolo Wayne Brabender, del que luego se haría íntimo y con el que compartiría afición por el ajedrez), siendo además el máximo reboteador del equipo. Un tiro libre suyo ante los anfitriones da acceso al Europeo de Turín. La semilla de la generación del 59 había comenzado a germinar. En Italia, en un partido heroico se venció a la infranqueable URSS (que concluiría campeona) con 24 puntos de Epi, una defensa por delante (que habría que patentar)  del “Lagarto” De la Cruz a Tkachenko (MVP) y una exhibición desde la cabeza de la bombilla de Luis Miguel Santillana. Una canasta fuera de tiempo de Villalta alejó a la selección de las medallas, pero el sexto puesto marcó un futuro esperanzador.

En Suiza se consiguió in extremis  la clasificación para los Juegos Olímpicos del 80, al ganar a Israel y que Checoslovaquia hiciera lo propio con Francia. La empresa tuvo su mérito, pues se acudió con apenas dos pivots en condiciones (Romay y De la Cruz), Rullán estaba lesionado, Santillana salía de una hepatitis, Sibilio todavía no gozaba de la nacionalidad para jugar con España e Iturriaga se encontraba de exámenes. En Moscú, España desfilaría bajo la bandera olímpica. Al boicot de Estados Unidos (lástima porque preparaban una selección de postín con jugadores de la talla de Mark Aguirre, Rolando Blackman, Sam Bowie o Isiah Thomas) y Canadá, se sumaron entre otras las bajas de Francia, Israel y Alemania. Sibilio obtuvo finalmente la nacionalización, España se fue de gira preparatoria por las universidades americanas y a Epi, que estaba cumpliendo el servicio militar, se le denegó el permiso para acudir a los Juegos, por lo que Díaz Miguel pensó en llamar a Alfonso Del Corral. Saporta se manejaba entre bambalinas en el Ministerio de Asuntos Exteriores. Días antes del comienzo de los Juegos envió un telegrama y se presentó con el jugador en su último gran servicio al baloncesto hispano. España realizó un buen torneo y se aupó a la élite. Se deshizo de Polonia y Senegal, perdió de 4 ante la Yugoslavia que resultó campeona, ganó a Brasil con 33 puntos de Chicho y tuvo que llegar a la prórroga para hacerse con un triunfo agónico ante Cuba. El último partido del grupo ante Italia (que se saldó con derrota) resultaba intrascendente, pues su destino era la lucha por el bronce. Ahí pagó los platos rotos ante una URSS que había fracasado en sus Juegos y que no podía perder.  Al pobre Sergei Belov que había encendido la llama del pebetero, le degradaron. A pesar de no anotar un solo punto frente a los rusos, Chicho Sibilio quedó en el quinto lugar en la tabla de anotadores.

El año 81 estuvo plagado de compromisos para la pareja. Con el Barsa de Serra obtuvieron el primer doblete (Liga y Copa), pero se quedaron con las ganas en Europa. Un Squibb más hecho, sabiamente dirigido por Valerio Bianchini, le birla la opción de ganar su primera Recopa. Con el partido igualado el francés Mainini anula por pasos una canasta de Juan De la Cruz con tiro adicional. Marzorati hace dos canastas clave y pone por delante a los italianos.  Sibilio anota su único punto a un minuto del final. Tras una canasta de Flowers, el marcador (82-86) ya no se movería y el título recalaría en Cantú, pese al gran partido de Epi (28 puntos) y De la Cruz (19). En el Europeo de Checoslovaquia debuta Fernando Martín con la selección. En la lucha por el bronce, los anfitriones Brabenec (28 puntos) y Kropilac (25) capan la posibilidad de medalla.

¡Qué noche la de aquel año!

Mundial de Colombia. Madrugada del 18 de agosto de 1982. Partido 250 de Antonio Díaz Miguel al frente de la selección. La expedición, por consejo del marchador Jordi Llompart, había llegado a Bogotá 10 días antes del comienzo del torneo para aclimatarse a la altura. 20.000 personas abarrotaban El Campín de Bogota para presenciar el encuentro entre España y Estados Unidos. La voz emocionada de Juan Manuel Gozalo trajo a través de las ondas de Radio Nacional la hazaña hispana. Corbalán bordó la dirección, la salida del contraataque y además anotó (19), Epi (26) y Chicho (21) ejercieron de puñales, Romay resultó un muro y Fernando Martín iniciaba su leyenda (26). España hizo el partido perfecto para derrotar por primera vez en su historia a los inventores de este deporte. El combinado americano no perdería ningún encuentro más hasta la final de la competición en que “Doc” Rivers dispuso de una última bola para alcanzar el oro. Su tiro no entró. A España, Yugoslavia la sacaría del tercer puesto del cajón, pero la medalla estaba al caer. Chicho y Epi habían completado un campeonato de ensueño con casi 18 puntos por barba.

..

El mejor torneo con la selección

El Barsa había ganado la Liga al Madrid de Delibasic en un partido de desempate celebrado en Oviedo que había provocado un postrero palmeo de Santillana en el Palau y la Copa al inolvidable Inmobanco en Pamplona con 30 puntos de Epi y 19 de Chicho. En el Europeo de Nantes 83 España desarrolla probablemente el mejor campeonato a las órdenes de Díaz Miguel. Se sobrepuso al varapalo inicial cuando un error en el pase de Juanito Corbalán (que a la postre sería mejor jugador del torneo) trajo la intercepción de Villalta (con pasos), la canasta de Marzorati en el último segundo y la derrota. El día siguiente esperaba el coco yugoslavo, al que nunca se le había ganado, pero esta vez tocaba. Andrés Jiménez puso el 91-90 y los posteriores lanzamientos de Vilfan y Radovanovic no llegaron a entrar. Se sufrió ante los locales (75-73) y Suecia (81-76) y a Grecia se le dio una buena tunda. El 1 de junio pasó a la historia de nuestro deporte: España se impuso 95-94 a la potentísima URSS de Sabonis (que se había cargado dos tableros durante la competición) en semifinales. Epi dio el tiro de gracia con su característico lanzamiento lateral para redondear una actuación imperial de los aleros (Sibilio 26, Epi 25). La final supuso otro hito, pues al coincidir con la de la Copa del Rey de fútbol (nada menos que un Madrid-Barsa) se consiguió aplazar el comienzo de ésta un par de horas (inaudito). Italia se nos hizo bola. La defensa azzurri maniató la plasticidad y creatividad hispana. Una plata para recordar y un quinteto de ensueño: Corbalán, Gallis, Epi, Sabonis y Meneghin. Éste le dio al base el único beso que recibió de un hombre en una cancha de baloncesto en su vida, para susurrarle al oído: “Juanito en Los Ángeles tenemos que ser medalla”. Chicho sería nominado en el segundo quinteto del torneo.

..

A su vuelta, Nuñez prepara a Epi el “contrato de su vida”: 100 millones de pesetas por 8 años. A la larga, el boom del basket y la evolución de los salarios, demostró que su extensión había sido un error, si bien el presidente siempre se portó bien y fue adecuando las cifras a los tiempos. Indirectamente sí tomó una sabia decisión, pues desde ese momento olvidó los cantos de sirena que le llegaban de la NBA. “Prefiero ser cabeza de ratón a cola de león”, declararía. Efectivamente aquel no era su mundo.

La mayor decepción

En la primavera del 84, el Barcelona se plantaba en su primera final de Copa de Europa. El rival, el Banco di Roma de aquel entrenador, con aire de profesor universitario, que le había sisado la Recopa en el 81. Después de sus éxitos en Cantú, a Bianchini le habían encargado un proyecto maravilloso: poner a la “Ciudad Eterna” en el mapa del baloncesto continental. Su intento por fichar al base de moda, Roberto Brumanonti, había resultado una efémerides; los mil doscientos millones de liras (120 millones de pesetas de la época) constituían una atrocidad. Así que marchó a Monroe (Luisiana) en busca de un playmaker de tronío y lo encontró en un Larry Wright, base reserva de los Bullets campeones del 78. Cuando le vio manejarse en un playground sabía que era su hombre. Con él había ganado la Liga del 83 al Milán de Peterson y con él se impuso en Ginebra al Barsa. Poco antes del descanso Mike Davis cometió una cuarta falsa personal que se demostraría decisiva, pero los azulgranas se fueron a la caseta con una cómoda diferencia de 10 puntos. En la reanudación el panorama cambió, Wright se puso a los mandos (terminó con 27 puntos y 4 asistencias) y los 2 metros pelados de Clarence Kea le sirvieron para candar la pintura (9 puntos y 9 rebotes) y dar la vuelta al tanteo (73-79). Si Epi brilló con 31 puntos (en una serie de lanzamiento excepcional con 12 de 18 tiros convertidos y 7 de 9 tiros libres), todos los dedos acusadores apuntaron a Chicho, al que Serra defendió “sin él no hubiéramos llegado hasta aquí”. En el Barsa sigue pesando esa final. Si se hubiera ganado habrían venido muchas más detrás, piensan muchos.

La plata olímpica

La primera Liga ACB había dejado un sabor amargo. No llegó a concluir en la cancha. En el segundo choque en el antiguo Pabellón blanco se enzarzan Iturriaga y Mike Davis, y Fernando Martín toma partido en la colosal pelea. Los tres son expulsados y el Barsa gana el encuentro en la prórroga. El Comité de Competición sólo sanciona a los dos primeros y la junta directiva azulgrana decide que el equipo no comparezca al tercer y definitivo partido en el coliseo merengue. Craso error. El Madrid encadena tres Ligas seguidas.

Con este panorama se encontró Antonio Díaz Miguel cuando concentró al equipo. Restañó recientes heridas y España realizó un Preolímpico de fábula (ante Francia Epi llevaba 29 puntos al descanso sin errores en el tiro y frente a Grecia su concurso, con 31 puntos, devino fundamental en la victoria por la mínima) con una sola derrota en la final ante los rusos. Chicho prefiere descansar y jugar la liga de su país (y así ganar un dinerito) en lugar de acudir a los Juegos Olímpicos de Los Ángeles.

Para descargar tensiones, el grupo asistió a un concierto de Julio Iglesias en Hollywood dos días antes de la ceremonia de apertura. El primer partido marca el desarrollo del torneo y España se agarra a Epi (20) y Fernando Martín (27) para vencer a Canadá (83-82). Uruguay, Francia y China también son víctimas propiciatorias hasta que en la segunda parte la USA de Bobby Knight, Pat Ewing y Michael Jordan pone las cosas en su sitio. Se sufre en cuartos ante Australia (101-93), Epi y FM hacen 25 cada uno, y en semifinales ante Yugoslavia surgen Romay, Llorente y “Matraco” Margall (16 puntos) y una zona 2-1-2 para voltear el marcador. “Coach después del infierno que hemos pasado en las últimas semanas, de ninguna manera vamos a perder este partido”, anotaría Michael Jordan en la pizarra del vestuario. Palabra de Dios. El resultado (65-96) no deja lugar a dudas. Epi recibiría de Alvin Robertson, luego mejor defensor de la NBA, el marcaje más completo de su vida. Apenas le dejó moverse (4 puntos). La retransmisión sería el colofón televisivo del gran Héctor Quiroga, que tres semanas más tarde fallecería víctima de un cáncer.

Ése fue el cénit de aquella selección que había creado Díaz Miguel de juego alegre, defensa agresiva y contraataque, transiciones supersónicas, tiros abiertos y equilibrio interior. Un gusto de ver, una marca propia que a partir de ese momento se fue difuminando. La cima dio vértigo y se comenzaron a afrontar las grandes competiciones con los miedos pretéritos, pensando más en los rivales que en los talentos propios. Se manifestaron fantasmas inesperados y equipos inferiores de clase media como Checoslovaquia, Brasil, Alemania o Australia nos mandaron a casa. Corbalán se retiró y Díaz Miguel no definió los galones de su sucesión, que sin duda deberían haber recaído en Nacho Solozábal (amén de las grandes prestaciones de Llorente, Costa, Creus o Vicente Gil). Se aparcó incomprensiblemente a Chicho Sibilio. Fernando Martín nos hizo soñar con su aventura americana, pero las normas FIBA prohibían la participación de los “pross” con su selección. La mala suerte se cebó con las lesiones de los jugadores grandes (Romay, Antonio Martín, Morales, Ferrán) y el tercer extranjero limitó las posibilidades de los jóvenes. Muchas razones que echó por tierra una nueva generación de inmenso talento, la del 80, que recuperó la autoestima, viejos hábitos competitivos y un hambre voraz de títulos.


Y luego…

Desde L.A. nuestros personajes todavía anduvieron camino. Europa les fue propicia en las competiciones de pedrea - 2 Recopas ante Zalguiris (Sibilio por fin se quitó el Sambenito que se le había colgado en las grandes finales y después de anotar 29 puntos lloraba a lágrima viva sobre el parquet) y Scavolini, y una Korac frente al Limoges-, pero les vedó para siempre la Copa de Europa. A finales de los ochenta irrumpieron unos imberbes y espigados chicos croatas que jugaban para la Jugoplastica y que durante un trienio se hicieron los amos  del Viejo Continente. Los Kukoc, Radja y compañía mostraron un futuro nuevo en los albores del siglo XXI. En la competición doméstica, la defensa y las rotaciones impuestas por Aíto trajeron multitud de títulos. Andrés Jiménez, Nacho Solozábal, Juanito De la Cruz, Audie Norris… qué grandes, llenaron las vitrinas del Palau.

Chicho después de sus discrepancias con Aíto en la Final Four de Munich salió por la puerta falsa del club en dirección a Vitoria, allí contribuyó durante 4 años en la génesis de un Baskonia, que se haría muy grande y que se constituiría en ejemplo y referencia continental.

Días después de los sucesos comentados de Munich, Epi protagonizó en primera persona “La Liga de Petrovic”. En el 5º partido en el Palau, harto de los reprobables comportamientos habituales del genio croata, vendió su alma al diablo y dejó por una noche de ser “Super” (el acertado apodo que en su día le puso el periodista Joan Cerdá y que llevó a gala siempre). Sus feos gestos alentaron a la grada y desestabilizaron a los jugadores del Madrid enloquecidos por el arbitraje de Neyro (que en los 3 partidos que pitó cobró 154 personales -41 en el encuentro final- y 18 eliminaciones a los blancos, por 103 faltas -19 en el último- y 4 eliminaciones azulgranas). Quizá el colegiado no había olvidado el escupitazo que tres años antes le había lanzado el de Sibenik en el Torneo de Puerto Real. Sea como fuere, el Madrid, con Rodgers tocado y Fernando Martín lesionado, dilapidó la ventaja de la primera mitad y se salió del partido. El Barsa ganó el título y Epi pidió perdón en el vestuario por su conducta.

Epi ganó una medalla de bronce más con la selección en el Europeo de Roma, pero vivió amargamente el “angolazo” de Barcelona 92 y el “chinazo” de Toronto. Ahora, nadie le quita el honor de entrar en el Estadio Olímpico de Montjuic como último relevista de la antorcha en unos Juegos que serían inolvidables.

A estas alturas siempre habrá algún corto de miras que señale malévolamente que a su currículum les faltó la Copa de Europa… Es cierto, pero allá cada uno. A mí me da igual. Con dos personajes de tal calibre, nunca sabes quién ha hecho más, si ellos por el baloncesto o el deporte por ellos.

La Penya y la Liga de Moka Slavnic

$
0
0
..

Llevaba tiempo queriéndole hincar el diente a la Penya. El bressol (la cuna) del básquet siempre me había seducido y sentía la extraña sensación del que tiene una deuda sin pagar. Me cautivaron sus uniformes, ese verde con la raya en medio siempre daba bien. Su juego alegre, desenvuelto, innegociable me llamaba la atención y su inagotable cantera nunca dejó de producir talentos, jugadores creativos (Villacampa, Montero, Raúl López), listos (Ricky Rubio), finos estilistas (José María Margall), cerebrales (Rafa Jofresa), físicos (su hermano Tomás), totales (Rudy, Mumbrú) o legendarios (Alfonso Martínez, Enrique Margall, Buscató) a los que entrenadores de la talla de Broto, Kucharski, Serra, Manel Comas, Aíto, Nolis, Julbe, Pedro Martínez, Lolo Sainz, Obradovic o Salva Maldonado un día les pusieron a jugar y allí se quedaron.

Lo “fácil” hubiera sido rascar en el contexto del vigésimo aniversario de la primera y única Copa de Europa que el Joventut guarda en sus vitrinas, pero como el tema estaría muy trillado me impuse un reto más complicado. Hacía meses, desde mi relato “Los Balcanes y el Negro”, que no escribía sobre mi admirada Yugoslavia, así que decidí repasar someramente la historia del Joventut y vertebrar un relato que uniera los dos mundos, el plavi y el verdinegro, que tuviera como colofón a un genio inaprensible e indescifrable, Moka Slavnic, que un día aterrizó para ganar la Liga.


Spirit  of Saint Louis

El 20 de mayo de 1927 Charles Lindbergh fue el primer hombre en cruzar en avión el Atlántico hasta el continente europeo sin escalas. Cubrió él solito a bordo del monoplano Spirit of Saint Louis la travesía de Nueva York a París en 33 horas y 32 minutos. La heroicidad le reportó los 25.000 $ que había ofrecido el filántropo francés Raymond B. Orteig. Cinco años después el piloto volvería tristemente a las primeras planas de los periódicos: su hijo de 20 meses fue secuestrado y hallado muerto posteriormente. Del oscuro episodio se acusó y condenó a muerte a un carpintero de origen alemán, Bruno Hauptmann.

Imbuídos del espíritu aventurero del aviador, un grupo de amigos ponen en marcha una agrupación bajo el nombre Penya Spirit of Badalona el 30 de marzo de 1930 con la idea de realizar actividades deportivas desde excursiones en bicicleta, pasando por el fútbol, el polo o el ping-pong, hasta la primordial, el baloncesto. Los socios pagaban una cuota de 50 céntimos (lo que venía a costar una entrada de cine). Jaume Pettit acudió con el encargo de comprar la equipación a La Samaritana en la calle del Carme de Barcelona; adquirió unas camisetas de color verde y negro que eran las únicas con el número de existencias suficiente para vestir a todo el equipo. El precio 18 pesetas. El primer partido de baloncesto lo disputaron Estruch (socio número 1, jugador, entrenador y hasta posterior presidente), Capmany, Janer, Massot, Lloret y Parés ante la Penya Ni Cinc (Peña Ni Cinco). Los verdinegros se impusieron por 6-3 a  los de tan singular, ocurrente y desgraciadamente actual denominación. En 1932 se estableció como Centre Esportiu Badaloní y tras la victoria franquista en el 39 y la castellanización de todas las entidades se mutó a Club Juventud Badalona.

El Huracán Verde

En el año 48 la Penya se hace con su primera Copa del Generalísimo. En semifinales los de Josep Vila habían dado la vuelta a la ventaja de 17 puntos que traía el Barcelona de Fernando Font. En la final en Burgos, la velocidad badalonesa desarboló al Real Madrid. Oller, Kucharski (que después se tiraría un año sin jugar por querer regresar al Barsa) y Maneja (aquel supersónico base que en los 50 botaba a un palmo del suelo y pasaba sin mirar) anotaron 36 de los 41 puntos en la triste despedida de los hermanos  Pedro y Emilio Alonso en los blancos.

En el 53 un tiro de Oller sobre la bocina dio el segundo título y en el 55 la dirección desde el puesto de base de Juanito Canals y la portentosa actuación de Brunet (21 puntos) condujo al tercero. A finales de la década (y siempre con el Real Madrid como rival), en el 58 caería milagrosamente el cuarto tras remontar 11 puntos en 2 minutos; Jorge Parra condujo el encuentro a la prórroga al convertir los dos tiros libres de la absurda personal cometida por Alfonso Martínez. El triunfo catalán en el tiempo añadido le costó a Pinedo el puesto. A la mañana siguiente, la expedición comandada por el aragonés Joaquín Broto acudió a la Basílica del Pilar para agradecer a la Virgen la “ayudita”. La victoria ablandó al industrial badalonés Antoni Viñallonga (conocido para siempre como el Abuelo) que había adquirido los terrenos de la calle Latrilla donde jugaba el Joventut para ampliar su empresa metalúrgica. Llegó a un acuerdo con el ayuntamiento para urbanizar los solares de la Plana donde se construiría el pabellón para 1.500 espectadores en el año 62. De aquella se convirtió en el principal valedor e impulsor de la institución hasta su fallecimiento en 1971.

La primera Liga

Lleva un nombre, Emilio Segura. Dos canastas del estudiantil el día de San José del año 67 amargaron la mañana a Ferrándiz en la única Liga que se le escapó, dando la victoria a los del Ramiro y el trofeo voló hasta Badalona. Los de Kucharski, que había regresado de su periplo como técnico en la Virtus de Bolonia, habían reunido un bloque magnífico con el gran Alfonso Martínez (que disputó veinte ligas seguidas, ganándola con tres equipos diferentes en un caso sin precedentes); el legendario “Nino” (muñeco) Buscató que unía a su portentoso tiro, una casta incomparable, una ambición fuera de lo común y un comportamiento deportivo exquisito, que le valió una condecoración de la UNESCO por renunciar a convertir una canasta al encontrarse lesionado su oponente Vicente Ramos; el siempre eficiente y efectivo Lluis Cortés, ejemplo de tenacidad (con el primer sueldo encargó un tablero a un carpintero, un herrero le soldó un aro y su madre le cosió unas redes que remataron la canasta en la que poder seguir practicando a todas horas en casa)  y espíritu colectivo; y el imprescindible y siempre recordado Enrique Margall, el mayor y precursor de la mítica saga (llegó a coincidir con sus hermanos Narciso y José María en el primer equipo entre los años 71 y 73). Ese conjunto se hizo con la Copa del 69, ante el Madrid por un punto, con 24 tantos de Enrique Margall, 11 de Alfonso Martínez y 18 de Buscató.

Competencia, nueva casa y extranjeros

A principios de los 70 la ciudad llegó a acoger hasta 3 equipos a la vez en Primera División. A la Penya se le unió en singular competencia el carismático Círculo Católico, conocido coloquialmente como Can Cartrons (Casa Canastas). Apoyado por la empresa algodonera Cotonificio, durante un tiempo le comió la tostada. Magníficamente dirigido por Domingo Tallada en los despachos y Aíto García Reneses en el banquillo, se convirtió en el matagigantes y, como veremos, durante una temporada en el juez de la Liga. De su cantera asomaron enormes jugadores como Joaquín Costa, Jordi Freixanet y Andrés Jiménez, llegaron a quedar campeones de España Junior y atinaron con las contrataciones foráneas (sirvan de ejemplo Jack Schrader o Brian Jackson) lo que les llevó al tercer puesto liguero, sólo por detrás de los dos grandes con una propuesta de juego atrevida y atractiva. El histórico San Josep se mantuvo en la élite entre los años 68 y 74, con el renombrado Brunet a los mandos los primeros años.

En 1972 los anhelos de Antonio Más (presidente y personaje vital que fundó los Amics del Joventut y la Escuela de Basquet) y su secretario técnico Daniel Fernández se vieron cumplidos. La Penya se trasladaba al coqueto Ausías March y el club llenaba la nueva cancha con 4.500 socios. La proximidad de la grada encantaba a los jugadores y la modernidad de sus instalaciones llevó a la FIBA a considerarlo el mejor pabellón de Europa en su momento. Todavía hoy en Badalona persiste la opinión entre parte de la gente de que el club no debería haber abandonado nunca su escenario más acogedor.
  
Si en el 64 el Joventut había incluído por primera vez la rotulación de un anunciante en las camisetas con el patrocinio de la empresa local Fantasit, en el 75 caería otro tabú. Después de un fuerte debate interno, que a la postre generaría una crisis institucional de grandes dimensiones, Daniel Fernández convenció a Antonio Más para contratar jugadores extranjeros. Hasta entonces la Penya no había contado con jugadores foráneos ni entró en la compulsiva batalla de nacionalizaciones. La gran labor desarrollada por el americano Clinton Morris durante la campaña 72-73 en el desarrollo de los jóvenes jugadores (Santillana, Filbá, José María Margall, Juan Ramón Fernández o Manel Bosch) allanó el camino. El fichaje de Víctor Escorial y Miguel Ángel Estrada constituyó el segundo paso aperturista hasta la definitiva firma de Frank Costello (del Círculo Católico) en principio como refuerzo para la competición europea. Tras la eliminación europea, a la vuelta de Turín, Dani Fernández anunció su definitiva marcha del club, que arrastró a Kucharski y a Buscató siguiendo el camino de su principal valedor. El equipo quedó en manos del entonces preparador del junior, José María Meléndez, y se impuso contra todo pronóstico al Real Madrid en la final de Copa de Cartagena del 76. Los 38 puntos de Brabender no fueron suficientes frente al  juego colectivo badalonés con Santillana (19 puntos) de isleta interior, la sabia dirección de Manel Bosch y la puntería de Fernández (26) y el “Matraco” Margall (14). El encuentro dejó un héroe, Víctor Escorial (22 puntos), pletórico, en su mejor y último partido como verdinegro.

Slavnic

A comienzos del verano del 77 (26 de junio) se anunció un fichaje que revolucionará la Liga: Jaime Serra, nuevo secretario técnico, y Antonio Más, habían cerrado el fichaje de Zoran Slavnic. Salía de Yugoslavia a punto de cumplir 28 años a razón de 4,2 millones de pesetas la primera temporada y 5,6 la segunda. A su llegada a Badalona el presumible genio no se recataba “Quiero ser el Cruyff del Joventud”. ¿Era tan bueno o era pura fanfarronería?

Desde luego su curriculum vitae era irreprochable y enviadiable cuando aterrizó en Badalona: 2 Ligas yugoslavas (años 69 y 72), 3 Copas (71, 73 y 75) y una Recopa (74) con Estrella Roja de Belgrado; 3 Eurobasket, una plata olímpica y otra mundial con la selección (después añadiría el oro mundial en Manila 78, el bronce europeo en Turín 79 y el oro olímpico en Moscú 80). Casi nada. Impresionante. La antigua Yugoslavia (“unión” de los eslavos del sur) fue la dominadora absoluta del baloncesto de los 70 y Slavnic uno de sus principales referentes.

Su primer entrenador, Zdravko Kubat lo descubrió y orientó para el baloncesto (tenía dotes para el balonmano, natación o atletismo) y Milan Bjegojevic lo hizo debutar en el primer equipo con apenas 15 años en la temporada 68-69, permaneciendo en Belgrado hasta la 76-77. Jugó 222 partidos para los rojiblancos donde anotó 2829 puntos a una media de 12,7 por encuentro.

Después de obtener la plata en el Europeo Junior de Vigo 68, algunos de sus compañeros de generación (Jelovac, Simonovic y Solman) dieron el salto a la absoluta para proclamarse Campeones del Mundo en Ljiubljana en 1970. El torneo daría el empujón definitivo al baloncesto plavi, pero Moka tardó en hacerse un sitio entre los héroes nacionales. A Ranko Zeravica no le cuadraban las excentricidades del pequeño genio, le colgó el cartel de desordenado e indisciplinado y recurrentemente le dejaba fuera de las convocatorias de la selección. Tuvo que llegar Mirko Novosel para hacerle un hueco en el Europeo de Barcelona. Moka no le decepcionó y se hicieron con el oro al batir en la final a España. Después de 16 años (desde 1957) y ocho ediciones consecutivas concluía el dominio ruso, para instaurarse el balcánico al  llevarse el triunfo en los años 75 (la mítica Sala Pionir se inauguró para el evento) y 77. Curiosamente Moka repitió anotación en esas tres finales ganadoras: 12 puntos. En los Juegos de Montreal 76 un tiro lejano suyo (convirtió 18 puntos) culminó la remontada ante Italia y les dio acceso a las semifinales. En ellas se impondrían a los soviéticos con 8 puntos y 6 asistencias de Slavnic. La USA de Dean Smith resultó inabordable y se trajeron la plata a casa.

Llegaron a aburrir a los rusos con 13 victorias consecutivas, a mofarse de ellos en el famoso tuya-mía con hasta 9 pases-palmeos estilo voleibol entre Kikanovic y Slavnic en el medio campo con el partido decidido en la final del Europeo 77 en Bélgica, a superarles por un punto en la prórroga del Mundial de Manila 78 y a levantarles el título olímpico de sus propios Juegos en Moscú 80 (al pobre Serguei Belov le costó la degradación en el ejército). Si en el combinado nacional compartió alegrías con alguno de los mayores monstruos que haya dado el basket del Viejo Continente (Kikanovic, Dalipagic, Delibasic o Cosic…), en la Liga rivalizó encarnizadamente con ellos en la mejor competición doméstica de la época, donde hasta 6 equipos (Jugoplastika, Estrella Roja, Radnicki, Zadar, Bosna y Partizán) se hicieron con el título entre las temporadas 72 y 78. Antes de firmar por la Penya finiquitó su etapa con el Estrella Roja en su mejor promedio anotador de siempre (23,4 puntos).

..


En Badalona habían cerrado a un crack, que les había echado de dos eliminatorias europeas.  “Tenía un talento tremendo. La vida y el baloncesto siempre fueron para él sólo un juego”, según el maestro Nikolic. El juego, puntualizaría yo, pues Moka (así lo apodó un amigo con 10 años por su desmesurada afición a los pasteles de ese sabor y con el mote se quedó), no quería perder, no sabía perder. “Siempre hay que ganar y cuántos más puntos haya de por medio, mejor”, resolvía. Cuentan que en el Mundial de Manila y con 2 tiros libres a lanzar por Mirza Delibasic para ganar a Brasil, Moka le apostó a su compañero 100 $ a que no los metía; éste mucho más flemático aceptó el reto sin inmutarse y por supuesto se llevó la pasta.  Moka nunca soltó un dinero más feliz. Margall ahonda en la visceralidad ganadora de su compañero que se valía de cualquier tipo de artimañana para imponerse en un 1 contra 1 o al que se las veía negras para derrotar al mus. En un partido con el Manresa, Antonio Serra le lanzó un envite, arguyendo que no era capaz de dejar al base rival Josep María Soler (de perfil anotador) en menos de 8 puntos; Moka se puso las pilas atrás y su oponente sólo anotó 4. Por si alguien tenía dudas de quién era el faro en Badalona, Moka, como contaba en Nuevo Basket Pere Ferreras, marcó pronto su territorio: llegó al vestuario y en el lavabo donde el resto de los compañeros bebían y se aseaban, él, Moka Slavnic, echó una meada. “Quins collons que te” le llegó a decir Santillana boquiabierto a su compañero Ernesto Delgado. Todo un carácter.


La Liga de Moka

Aún con el bagaje que traía la excéntrica estrella, el Madrid mantenía su Real dictadura con  10 títulos consecutivos y la empresa parecía faraónica. La Penya había cerrado como técnico a Antonio Serra, tras su exitoso periplo en Mataró y Manresa, y José María Meléndez quedaba como director técnico de todos los equipos y de la Escuela. Se había dado la baja a Cairó y a Costello y se había ascendido del junior a Abadía. Los aficionados apodaron a su triunfal quinteto (Slavnic, José María Margall, Juan Ramón Fernández, Filbá y Santillana), los “Cinco Magníficos”. El banquillo de calidad, pero falto de experiencia, lo formaban Manel Bosch, Mula, José María Ferrer y Jordi Ribas, y para la Korac Serra se había traído de la mano a Ed Johnson. En el escaparate liguero Coughran (craso error elegirlo en lugar de a Walter), Chicho Sibilio y Slavnic partían como principales estrellas a seguir. Moka imantaba por ingenio y personalidad o repelía por arrogancia, pero no dejaba indiferente a nadie. Era capaz de anotar con destreza desde cualquier posición, dar los pases más inverosímiles o rodar por el suelo en busca de un balón suelto. Todo por ganar, sólo para ganar.

La Penya, pese al disgusto del entrenador, decidió hacer una gira de pretemporada en Argentina y el equipo fue cogiendo el tono físico a base de partidos (7). A la vuelta esperaba la liguilla de Copa, otros 12 encuentros también saldados con victoria. Así que la Liga comenzó más tarde que de costumbre, un 20 de noviembre. Serra había dibujado dos sistemas básicos de ataque, en función de si jugaban con 2 pivots (formación de 1-4 inicial) o con uno, y buscó alternativas para que coincidieran sus 2 bases en cancha, pues Manel Bosch (MVP del Europeo Junior de Orleans) era el jugador de más talento en la rotación. En la tercera jornada el Madrid visita el Ausías March y sale derrotado 86-79, El domingo siguiente dieron un puñetazo encima de la mesa ganando 63-66 en el Palau. La primera vuelta la concluyeron invictos. Por Europa su camino también permanecía inmaculado, con triunfos en los dobles enfrentamientos de Korac ante Orthez, OKK Belgrado, Hagen y Xerox. De esta guisa, con 34 victorias (41 si sumamos la gira argentina) consecutivas –que iban apuntando en la pizarra del vestuario-  en partidos oficiales (13 en Liga, 12 en Copa y 9 en Korac) se presentaban en el antiguo Pabellón para enfrentarse al Real Madrid. Entre semana habían ganado al Partizán de Belgrado (114-109) la ida de las semifinales de la Korac en Badalona: a los 32 puntos de Slavnic y 29 de Santillana, Kikanovic había opuesto 35 y Dalipagic 34. Brutal.



Ese 5 de marzo, en la Ciudad Deportiva el Madrid salió lanzado y se fue con 20 puntos de renta al descanso (50-30). La Penya redujo distancias en la reanudación hasta ponerse a 7 (89-82) a 53 segundos, pero el Madrid cerró el partido (96-86) con el botín del basketaverage particular a falta de 7 jornadas.  Luis María Prada realizó su mejor partido como blanco (30 puntos), acompañado del infalible Brabender (26); los 22 puntos de Santillana y los 19 de Margall esta vez no fueron suficientes.

Tres días más tarde una nueva desilusión: Kikanovic (31) y Dalipagic (36) volvían a ver el aro como una piscina en la vuelta para enjugar la desventaja inicial y meterse tras el 107-95 en una final europea que pasaría a los anales de la historia con el Bosna como rival. Los partisanos se hicieron con el título en la prórroga gracias a la épica anotadora de su pareja de marras, Dalipagic (48), Kikanovic (33), pese a los 32 de Delibasic y los 22 de Varajic. Los de Sarajevo se recuperaron 4 días más tarde de la afrenta y devolvieron el golpe para arrebatarles el título de Liga en el mismo Belgrado (109-112). Las metralletas siguieron a lo suyo: Delibasic (26), Varajic (28), Dalipagic (otros 48) y Kikanovic (26). Planeta plavi. Alucinante.

En la Liga, la misma jornada en la que el Madrid tropezaba en el Palau ante el Barsa de Kucharski y Daniel Fernández (101-95), la Penya hacia lo propio en Pineda (95-86). La esperanza se ponía en el “vecino pobre” de la ciudad. El 15 de abril el Cotonificio de Aíto recibía sin nada que jugarse (ya tenían el cuarto puesto asegurado) a los blancos en la histórica cancha de San José de la que eran usufructuarios. El Coto no había ganado al Madrid en los 5 años que llevaban en Primera y le tenían ganas. Los merengues venían pletóricos de alcanzar la Copa de Europa en Munich frente al Varese, pero enseguida se enfrentaron a la cruda realidad. Joaquín Costa los llevaba con la lengua fuera y Angstadt se adueñaba de las zonas. 62-43 al descanso para los algodoneros frente a todo un campeón de Europa. Vivir para ver. De salida en la reanudación, la presión suicida ordenada por Sainz menguaba la diferencia (68-62), los badaloneses estiraban el chicle y aumentaban a 13 la renta, pero el Madrid no se rendía y empataba a 87. Otra vez se hacía la goma (101-91) y nuevamente recorte para un marcador final 101-97 para los locales. Es cierto que se vieron beneficiados por el lamentable y escandaloso  arbitraje de Salvador Vidal  que, envuelto incluso en sospechas de amaño, abandonó el colegio catalán y no volvió a pitar, pero los badaloneses hicieron un partido memorable a ritmo suicida con Joaquín Costa (24), Angstadt (26) y Mendiburu (19) estelares. Esta vez la Penya no marró el favor, aprovechó la lesión de Gonzalo Sagi-Vela que sufrió un esguince al poco de iniciarse el partido para sacar una victoria cómoda del Ramiro (78-92). Posteriormente ganaba de 35 al Hospitalet y de 47 al Baskonia en Vitoria para coronarse campeón sin ser ni la mejor defensa ni el más fructífero ataque. El primero de mayo fue fiesta grande en Badalona. El éxito se forjó en el equilibrio, en la sabia dosificación de esfuerzos y en el liderazgo de un Moka Slavnic que aglutinaba el juego. Todo comenzaba y terminaba en el serbio. Paradójicamente ninguna casa patrocinó la camiseta verdinegra aquella temporada en la que la Penya ganó el 92% de sus partidos oficiales (44 de 48).

En la Copa, el club de Chamartín se tomaría cumplida venganza en unas disparatadas semifinales. 102-86 para la Penya a la ida con 24 puntos de Slavnic y 28 del malogrado Filbá por 23 de Brabender y 21 de Coughran y 132-109 para los blancos en el Pabellón tras prórroga con 54 puntos de Wayne Brabender y 26 de Moka Slavnic. Sin embargo, el trofeo se lo llevó el Barsa con lo que el recién estrenado  presidente José Luis Nuñez, que decidió no echar el cierre  a la sección. A nivel de reparto de títulos es la temporada más democrática que se recuerda.

El entusiasmo se apagó la temporada siguiente. Antonio Más había abandonado la nave tentado por la política, el equipo apenas se reforzó (el interesante fichaje de Josean Querejeta se evaporó) y el grupo comenzó a resquebrajarse. Moka tiró por la calle de en medio y se enfrentó a Luis Miguel Santillana, hasta entonces su mejor amigo y principal aliado, al entrenador e incluso a rivales (la trifulca con el madridista Randy Meister fue de las de aupa). Se perdió hasta 7 partidos por sanción. En junio del 79 salía por la puerta de atrás de Badalona en dirección a Sibenik. Allí ocuparía el puesto de entrenador-jugador durante dos años y daría la alternativa a Drazen Petrovic, al que según Moka “no le podías sacar de la cancha ni con un fúsil”, por la cantidad de horas que entrenaba.  Su odiado Partizán sería su siguiente destino, el Indesit Caserta dirigido por Bodgan Tanjevic con Óscar Schmidt de fulgurante estrella su próximo apeadero, para cerrar sus días como jugador en el modesto Buducnost. Como entrenador demostró olfato en la detección de grandes talentos y atrevimiento al ponerlos (Kukoc y Radja en la Jugoplastika, Djordjevic y Tarlac en el Partizan o Sasa Obradovic en el Estrella Roja), pero no se labró una carrera victoriosa. En Badalona dejó buenos amigos como Joan Mas, el entrañable propietario del restaurante de La Plana donde los jugadores acudían para celebrar las cenas de equipo, al que visitó en su domicilio antes del fallecimiento de éste. En el 2013 entró en el Salón de la Fama de la FIBA y la ACB lo estimó entre los 25 jugadores más importantes de la historia del baloncesto español, incluyéndole en el quinteto ideal de los años 70 junto a Corbalán, Brabender, Walter y Luyk.

Las Korac

La vida sigue y la Penya para festejar sus bodas de oro, en plena tormenta institucional, se hizo milagrosamente con su primer título europeo. La  final de la Korac 81 en el Palau ante el Carrera Venezia de Dalipagic, Haywood y Della Fiori se llegó a poner tan fea que el delegado del equipo, Salvador Ferrer, con 9 abajo y dos minutos por jugarse, dejó de apuntar. Ni “El Sheriff” Manel Comas, ni los jugadores se rindieron. El encuentro entró en los terrenos de la épica: con un segundo por jugarse Germán sacó de banda y Galvin forzó la prórroga en un tiro de película que entró limpio. Un americano fantástico ganador de la NBA (Al Skinner que nizo 19 puntos) y un montón de pipiolos (Margall, Santillana y Delgado habían sido eliminados por faltas), entre los que figuraba un jovencísimo Jordi Villacampa, se encomendaron a la defensa y a las buenas artes de “El Duende del Ramiro”. Sí, Gonzalo Sagi-Vela (27 puntos) se vistió de héroe para dar a los de Badalona su primer título europeo (105-104). Comas concedía la alternativa a una generación talentosa. Sin mirar el carnet de identidad empezó a dar bola a Villacampa, al que de pivot quiso resituar de base y ante la extrañeza del chico le soltó “Tú harás lo que te mande, como si te digo que vayas a pasearte por la Rambla con una pamela en la cabeza”. José Montero también debutó con 16 años en el homenaje a Santillana y Manel se atrevió a pronosticar: “Será mejor que Delibasic”. Nivelazo, pero a tanto no llegó.

En el 82 Luis Conesa y Francesc Cairó toman los mandos del club y poco a poco viran en la dirección adecuada. En el 88 las plaga de lesiones (con Crespo fuera y Margall, Montero y Meriweather muy diezmados) y la falta de experiencia hacen imposible la Recopa en Grenoble. Esta vez la prórroga culmina con el Limoges en campeón. Dos años después, el grupo había madurado lo suficiente y se legitima con la segunda Korac. Pedro Martínez había sustituido a Herb Brown a mitad de curso y el Joventud lograba un valioso empate en Pesaro a la ida. En Badalona, el Scavolini de Scariolo sucumbió por 10 puntos ante el huracán verdinegro, magníficamente dirigido por Montero (28 puntos y 10 asistencias). El gran Reggie Johnson se despide de la afición con un título.

La época dorada

La senda estaba marcada y aparecieron Lolo Sainz (y su saber estar y sentido común), dos americanos de campanillas (Corney Thopmson y Paul Presley) y Ferrán Martínez del Barsa ante la incredulidad de Boza Maljkovic: La cantera verdinegra siguió dando sus frutos: Rafa Jofresa compartía posición con su hermano Tomás  en lo más parecido a una ducha escocesa (frío-calor), para hacer el base ideal; Dani Pérez y Jordi Pardo aportaban calidad y tiro en las alas; y Ruf y Morales constituían la versión mediterránea de las “Torres Gemelas”. Villacampa se estableció como gran capitán y el conjunto se borraba el cartel de “equipo simpático” (que no ganaba). El club se convierte en Sociedad Anónima Deportiva y se roza la hazaña ante los Lakers en el Open Mcdonalds de París. El Olímpico se convirtió en el nuevo marco incomparable de las gestas badalonesas. Llegó a ser el pabellón con más entrenadores (socios) de Europa. Dos títulos de Liga llegaron y una Liga Europea se escapó por mor del tiro perfecto en Estambul, el de Sasha Djordjevic. En el 94 Zelkjo Obradovic devolvió a la Penya lo que dos años antes le había quitado. El “coleccionista de títulos” hizo por fin Campeón de Liga Europea a un equipo maravilloso. La foto del triple de Corney Thompson que ponía el definitivo 59-57 ha quedado para la posterioridad. Se cumplen 20 años.

..

Y después llegó la crisis y los vaivenes. El club se mueve entre dos aguas. En el 96, la debilidad económica obligó a vender el Ausías March. En lo deportivo, Alfred Julbe  vuelve a casa y sostenido por una tripleta americana de lujo (André Turner, Andy Tolson y Tanoka Beard) se trae una nueva Copa del Rey de León, tras remontar 19 puntos al Cáceres.

El Siglo XXI

En el 2000 Jordi Villacampa accede a la presidencia del club. Sigue haciendo de la necesidad virtud y explota el filón de los nuevos valores que emergen de las categorías inferiores. Así aparecen Raúl López (el primer jugador de la cantera verdinegra en llegar a la NBA), Mumbrú, Rudy Fernández, Ricky Rubio o Pau Ribas. Todos ellos se forman en la Penya para continuar sus carreras en otras latitudes, como casi siempre. El Joventut no tiene el dinero suficiente para competir con los salarios de los grandes de Europa o las franquicias de la NBA.

Aíto regresa a la que fue su casa y abre la puerta a una generación magnífica. Crea un equipo cargado de talento a su imagen y semajanza que recuerda al añorado Coto. Con 14 años se atreve a subir a Ricky Rubio, que crece exponencialmente al amparo de Bennet. Rudy Fernández se convierte en el jugador más completo de la Liga. Durante 3 años los badaloneses creen vivir en Nueva Orleans; el conjunto tiene ritmo, agita los partidos con agresividad y descaro y recupera las señas de identidad del club con una apuesta valiente y trasgresora. Sin saber cómo, los rivales creen haber sacudido un avispero; las rotaciones, las alternativas defensivas, los traps, el contraataque, las veloces transiciones, los tiros de tres puntos, el juego por encima del aro… Todo y todos al son que marca el maestro madrileño con la vocación de siempre: el ritmo. La atractiva propuesta recoge títulos: Eurocup en abril 2006 (84-63) al Kimki con Rudy (MVP y 17 puntos), Huertas, Mumbrú o Bennet como caras más destacadas; Copa del Rey en febrero 2008 en Vitoria ante Baskonia (82-80) con Rudy (MVP, 32 puntos y 29 de valoración), Ricky (9 puntos, 4 asistencias, 4 robos y 18 de valoración) y Desmond Mallet (el primo de Shaq O´Neal hizo 13 puntos en la segunda parte con 2 triples decisivos) estelares y la zona planteada por Aíto en el último cuarto y medio como factor desequilibrante; ULEB en abril 2008 (79-54 al Akasvayu Girona en Turín) con Rudy otra vez MVP, Mallet 26 puntos y Moiso (10 puntos) vital en su defensa a Marc Gasol. Con un poco más de piernas a final de temporada ese equipo hubiera optado al triplete con la Liga. Una delicia.

En la actualidad la Penya se recompone, se adecúa a los tiempos y mantiene su proyecto tradicional de cantera (olé para el trabajo de los entrenadores de formación). Los nuevos brotes verdinegros (Vives, Llovet, Ventura, Barrera, Suárez, Sans…) piden pista y la sabia mano de Salva Maldonado va dando paso ordenado. El club capea la crisis y se mantiene en una zona intermedia rozando la clasificación de la Copa del Rey y los playoffs. Suficiente, no se le puede pedir mucho más. Pero por historia, tradición y el bien común del baloncesto español, Joventut (Badalona ha sido la tercera ciudad en licencias federativas) ha de volver a las finales, Valencia y Zaragoza asentarse como plazas ganadoras, Vitoria recuperar pasados laureles, Estudiantes dejar de andar por el alambre, los canarios seguir tiñendo de alegre amarillo el campeonato, Sevilla ganarle un espacio al fútbol,  y en Bilbao, cobrar, coño, que ya les vale.

Parafraseando a Leño, el broche se lo dejo al gran Zelkjo Obradovic: “La Penya no es sólo un club, es una manera de vivir”.


Mi agradecimiento a mi amigo Ricard (el descubrimiento en la Copa de este año) por la imprescindible información proporcionada desde Badalona. Una recomendación, si se acercan por allí y van con hambre, su restaurante El Café de las Antípodes no les defraudará. Es un deleite para los buenos paladares. Mi reconocimiento otra vez a Carlos Laínez y Raúl Barrera por su paciencia en la biblioteca de la Fundación Pedro Ferrándiz Espacio 2014 FEB.

El viaje de los Telerín

$
0
0



Este año los Telerín no se van de vacaciones. La pasta no les llega. En septiembre lo hablaron: “O seguimos al equipo hasta donde llegue o vamos a la playa, pero todo no puede ser”. Y hubo quórum. Puestos a elegir ganó el baloncesto 4 a 0.



Los Telerín Prokic son una de tantas familias de clase media que viven en Madrid. Ubicados en el Parque de las Avenidas, la educación y el deporte copan su día a día.

Pedro Telerín arribó a la capital a principios de los 70 y se instaló en el popular barrio de Pueblo Nuevo. Manchego de nacimiento, de un lugar de cuyo nombre no logro acordarme, sacó su carrera de Magisterio con la especialidad de Historia Contemporánea. Tras un lento peregrinar por distintos pueblos de la meseta central, acumuló los puntos suficientes para obtener plaza en una escuela de Madrid. 

Anna Prokic es croata, de la coqueta costa dálmata. Hija de un diplomático que por la misma época fue asignado como agregado del gobierno de Tito en España, concluyó sus estudios de INEF en la Complutense y pronto comenzó a impartir clases de Educación Física en un colegio. Allí conoció a Pedro. Al principio no le llamó la atención, no era ni guapo ni feo, ni alto ni bajo, pero al poco se enamoró de sus maneras educadas, de su hablar pausado, de su cultura universal y de su delicada sensibilidad. Anna era un bombonazo: alta, delgada, con morfología de saltadora de altura, y unos ojos claros, entre verdes y azules, que quitaban el sentido. Simpática y extremadamente sociable, chocaba por su predisposición para todo y por su lenguaje sin artículos. Amor casi a primera vista. Todo les unía: la cultura (acudían con frecuencia al cine, no se perdían los estrenos teatrales, siempre atentos a las exposiciones, frecuentaban también el Real y el Auditorio), la literatura (Pedro tenía predilección por los escritores en castellano más clásicos – Galdos, Baroja y Delibes -, a los que más adelante incorporó a los cuentistas modernos, el gallego Manuel Rivas y el barcelonés Quim Monzó; mientras que Anna se decantaba por los latinoamericanos García Márquez, Vargas Llosa y Cortázar, el madrileño Ray Loriga y el estadounidense Paul Auster), los viajes, su pasión por la enseñanza volcada en la formación de los chavales, y el deporte.

El padre de Anna siguió con su periplo por el globo, pero ella ya estaba asentada aquí y se quedó. Había encontrado su lugar en el mundo y la media naranja con la que compartir sus días. Se casó con Pedro, aunque la boda hubo de retrasarse unos días por un accidente deportivo del novio. Un esguince le llevó a subir al altar con una ligera cojera y tuvo que aguantar las chanzas de algunos invitados, que le apodaron como el “novio de la cola de cinc”. Con los ahorros, un poco de ayuda familiar y la convencional hipoteca adquirieron un piso de tres habitaciones en el Parque de las Avenidas. El barrio tenía todo lo que la pareja demandaba: tranquilidad, excelente situación a un paso de Las Ventas (los toros eran la pasión solitaria de Pedro) y del centro de la capital, buenas comunicaciones y cercanía a la escuela. Los primeros años de matrimonio, la pareja decidió disfrutar el uno del otro sin ataduras. Anna acostumbrada a viajar con su padre y a manejarse en cinco idiomas enseñó mundo a Pedro, hasta que se plantearon tener niños. No fue fácil y tardaron en llegar vía tratamiento de fertilidad. Los gemelos Juan y Pablo eran un calco el uno del otro y enseguida se constituyeron en el epicentro de la vida de sus padres. Se criaron sanos y cuando alcanzaron la edad escolar los matricularon en el Menesianos. Sin sobresalir, tenían facilidad para los estudios y el deporte. No les hacía falta romperse los codos para sacar buenas notas y desde pequeños el balón naranja fue su más fiel compañero de juegos. Como el colegio les pillaba al lado de casa, en cuanto tenían un rato se acercaban al patio para tirar a canasta. Los padres vivían despreocupados sabiendo que sus hijos estaban en el colegio entrenando o jugando con el resto de sus amigos. 

Si físicamente eran como dos gotas de agua, de buen tamaño (cuando terminaron de crecer ambos medía 1 metro 86 centímetros) y complexión atlética, sus semejanzas terminaban ahí. Su distinta manera de ser la plasmaban en la cancha. Más de una vez Pedro les decía: “A ti Juan, Dios te dio corazón y piernas. A ti Pablo te concedió cabeza y mano”. Y llevaba razón. Ambos ocupaban la posición de alero: Juan era un gran defensor, un líder que aglutinaba a sus compañeros y tenía en las penetraciones su mejor virtud en ataque; Pablo procedía calmado, cerebral, elegante, de tiro fácil y natural, pero poco dado a los esfuerzos atrás. Se llevaban de maravilla. Para alegría de sus padres eran los mejores amigos, y las únicas discusiones que mantenían eran consecuencia de sus distintos caracteres en la vorágine de un partido de baloncesto, pero nada que pasara a mayores. Desde muy chicos sus progenitores les habían inculcado la trascendencia que tenía el deporte en el desarrollo personal: en la convivencia con el resto de los compañeros, en el seguimiento y respeto de las instrucciones de sus entrenadores, en el esfuerzo diario de mejora, en la importancia de competir, en el esfuerzo y reconocimiento en la derrota y en la dignidad tras la victoria. En fin veían en el deporte el mejor espejo en la vida de sus hijos, el entorno más adecuado en el que crecer y desplegar todas sus capacidades.

Anna heredó de su padre la pasión por el baloncesto. Hasta que una lesión destrozó para siempre su rodilla, Zoran Prokic había compartido vestuario en las categorías inferiores del Zadar con el gran Kresimir Cosic, probablemente el primer pivot moderno del continente europeo, que con su inteligencia había revolucionado el juego frente a los mastodónticos y musculosos postes de entonces. Cosic a la fuerza de sus contrarios oponía exquisitos fundamentos individuales, lectura de juego, habilidad en el tiro y movilidad. Con 20 años, “Kreso” decidió ingresar en la universidad mormona norteamericana de Brigham Young para tras graduarse (y rechazar una oferta en el año 1973 de Los Ángeles Lakers) regresar al Zadar y hartarse a ganar títulos con la selección y los distintos equipos en los que jugó (además Brest Liubliana, Synudine Bolonia y Cibona Zagreb). Pese a la lejanía de las canchas, Zoran siguió disfrutando de la amistad de su compañero al que oía, entre perplejo y divertido, relatar con minuciosidad la vida sexual de los mormones. Muchos años después ambos coincidirían en la embajada croata en Estados Unidos. 

A Anna se le dio bien el baloncesto y el voleibol, pero la pluralidad de los destinos de su padre, que había quedado viudo muy joven, no la permitió asentarse ni perfeccionar sus dotes deportivas. En 15 años había dado la vuelta al mapamundi y conocido los 5 continentes. Aún así, siempre daba importancia a sus orígenes y picaba a sus hijos con una frase grabada en el viejo pabellón Basketball Jazine de Zadar “Dios creó al hombre y nosotros el baloncesto”. Como Santo Tomás hasta que los gemelos no fueron a comprobarlo in situ en uno de sus viajes a los Balcanes maternos, no dieron fe del hecho. 

Anna y Pedro recorrieron la mayoría de los colegios y clubs de Madrid, siguiendo los partidos de fines de semana de sus hijos. A lo más que llegaron éstos fue a un cuarto puesto regional, pero disfrutaron durante su etapa colegial de un ambiente incomparable. Con la entrada en la universidad de los chicos, sus encuentros familiares con el baloncesto se circunscribían a la asistencia esporádica a los partidos del Real Madrid. A su llegada a la urbe, Pedro había sido espectador habitual en la antigua Ciudad Deportiva Blanca. Admiraba especialmente la garra de Vicente Ramos y la puntería milimétrica de Wayne Brabender. 

Con el tiempo se distanció un tanto del equipo; según él “la sección perdió parte de la esencia”, pero tras la llegada de Pablo Laso y la vuelta al Palacio de los Deportes de la calle Goya, propuso a Anna y a los chicos sacar el abono de temporada. La idea resultó excelente con un efecto colateral aglutinador hasta entonces impensado: padres e hijos habían encontrado una actividad común en la etapa en la que éstos comienzan a volar por su cuenta. La confección de la plantilla con gente joven y muchos nacionales de talento gustó a todos. La apuesta de Pablo Laso por un baloncesto alegre, dinámico, los terminó de fidelizar. En la primera campaña se quedaron con las ganas de ir a la Copa del Rey de Barcelona, pero no dando muchos visos de éxito decidieron quedarse en tierra y asistir perplejos en la tele a la exhibición blanca en el Palacio de los Deportes de Montjuic con Llull y Carroll como principales estandartes. La Liga se quedó por el camino: en el cuarto partido Xavi Pascual ideó una zona que sorprendió a los blancos y los azulgranas cerraron la serie en el Palau. La desilusión final no quebró el ánimo de los Telerín, que se sentían esperanzados con su equipo para temporadas venideras. 

El curso siguiente se animaron a viajar a la Copa en Vitoria: el varapalo frente al eterno rival en cuartos no condujo al desmoronamiento del conjunto como había sucedido con frecuencia en el pasado. El grupo se enganchó al proyecto con fuerza y se presentó en la Final Four de Londres. Los Tererín lo meditaron, pero por ese año con un viaje habían tenido bastante. Otra vez esperaba el Barsa: con sufrimiento se pasó el cruce. El comienzo en la final ante el Olimpiakos desbordó las expectativas en torno al televisor. Hasta 17 puntos de ventaja en el primer cuarto, pero la defensa de los griegos se le hizo bola al Madrid. Spanoulis ajustó la mira tras el descanso y echó por tierra las ilusiones merengues. Otro palo, pero quedaba la Liga con ventaja de campo y mismo rival. El choque de trenes de los dos colosos del baloncesto nacional se presumía de altura y la eliminatoria no defraudó: cada equipo, en su estilo, puso lo suyo para ganar, y finalmente el Madrid, que había llevado el encuentro con solvencia, se hizo con el trofeo pese a la postrera oposición del australiano Joe Ingles y del crack Sarunas Jasikevicius, que portará el gen ganador hasta el día que se retire. El rey de reyes aparece cuando se le espera: así Felipe se corona como MVP. En la grada los Telerín lo festejaban entre abrazos y palmadas emocionados. El título refrendaba una apuesta arriesgada, atrevida, cautivadora y muchos respiraron tranquilos: con la derrota hubieran emergido los resultadistas y con las críticas emergen las dudas y no todas las grandes instituciones conservan la paciencia necesaria para mantener proyectos. 

En el año actual se retoca el juego interior. Pretendiendo ganar músculo, intimidación y velocidad para candar la zona se firma al experimentado Bourousis y al novel Mejri. Las victorias reafirman al bloque que se dispone con el entusiasmo de años precedentes y propone un paso más en defensa. El Palacio se llena con asiduidad y en un partido de Euroliga frente al Efes turco (al que se gana de 50), el personal enloquece. Aquello se convierte en un Parque de Atracciones permanente con la afición entregada (como en los viejos tiempos de la Ciudad Deportiva) a un equipo que no regatea esfuerzos ni una pizca de espectáculo. El Chacho y su barba llevan dos años en trance, Rudy cobra crédito como el jugador más completo de Europa y Mirotic paga dividendos a los que creen en su crecimiento exponencial. Los Telerín tienen marcada una primera fecha en febrero. La Copa en Málaga les reserva un emocionante destino. Barsa y Madrid arrasan en las eliminatorias y deparan un epílogo para recordar. Los blancos entran en el minuto final con 7 arriba, pero el Barsa se aferra al partido. Oleson pone por delante a los azulgranas, tras aprovechar una canasta con tiro libre adicional. Quedan 5 segundos por jugar y Sergio Rodríguez que había perdido un balón decisivo atraviesa la cancha defendido por Sada que le aguanta el dribling. Cuando se levanta en suspensión para lanzar, Papanikolau equivoca la solución y sale a la ayuda. Por el rabillo del ojo el canario divisa a un compañero abierto liberado y le pasa el balón. El “increíble” Llull, Llull, Llull, convierte un lanzamiento esquinado pisando la línea de tres puntos. Los Telerín saltan entusiasmados. Con apenas un segundo, el Barsa prepara la jugada para que alguien palmee bajo aro. Tomic toca el balón que no entra de milagro. La locura. Los Telerín que se abrazan jubilosos, reciben el premio a su esfuerzo y fidelidad. Las 6 horas de vuelta en coche se les harán menos pesadas y el madrugón del lunes lo recibirán reconfortados. 

Las competiciones avanzan y el Madrid, después de hacer la machada de igualar la desventaja de Moscú e imponerse en Tel Aviv, se despista en Kaunas y cae a la segunda posición en el cruce que nadie quería, el Olympiakos griego. El campeón de Europa lleva la eliminatoria al quinto partido en el Palacio. Partidazo. Spanoulis y los suyos compiten como saben y venden cara su derrota. Reyes y Rudy alumbran el camino hacia la Final Four en medio del manicomio del Palacio. 

El Barsa aguarda en Milán en un partido que se presume tenso, largo y ajustado. Los catalanes salen mejor y obtienen una ventaja de 8 puntos de salida surtiendo de balones a un inconmensurable Tomic. Pero el Madrid reacciona de manos de la segunda unidad con el Chacho y Felipe de referentes y cobra ventaja al descanso. A los 5 minutos de la reanudación el Barsa se desmorona, entra en shock y el Madrid huele la sangre. Run & gun. 38 puntos de diferencia. Vivir para ver. Los Telerín como el resto de los aficionados madridistas se frotan los ojos. 

El Maccabi no ha entrado en la final de puntillas (sus 10.000 seguidores hacen mucho ruido), pero sí contra todo pronóstico. Es el único que en cuartos revirtió la ventaja de campo (y nada menos que contra Olimpia Milan) y en semis con 4 abajo y 14 segundos por jugar voltean el partido. Un triple les sitúa a 1 punto. En el saque, CSKA pone el balón en manos de su estandarte, Viktor Khryapa, al que se le resbala la pelota y la pierde. El americano Rice sale como una centella y anota una canasta suicida. Los rusos vuelan hacia el aro contrario y Teodosic encuentra sólo a la figura del equipo, Sonny Weems, que yerra el triple. El triunfo de la fe, del espíritu colectivo frente a las suma de talentos individuales. La fiebre amarilla en el Estado de Israel. 

Juan prepara la voz. Siendo un mico tomó la costumbre de radiar los partidos. Le daba igual que fueran chapas, que cromos, que una pachanga con los amigos o que un encuentro que diesen en la tele (a la que el bajaba el volumen). Lo narraba todo. De mayor quería trabajar en la radio como periodista deportivo. Hoy no iba a ser menos, era su primera final de Copa de Europa en directo. A su lado su comentarista técnico predilecto, su hermano Pablo, que hubiera ansiado convertirse en entrenador de baloncesto, y sus padres con la bufanda blanca del Real.

Pedro temía al Maccabi y su alma, su ardor guerrero. Mil una vez había contado a sus hijos las excelencias de Tal Brody, Micki Berkowitz, Motti Aroesti o Doran Jamchy. Pero la historia que más recordaban databa del año 83, cuando el americano Earl Williams saltó a las gradas del viejo Pabellón blanco tras recibir un monedazo y si no es por su compatriota Aucey Perry, que le bajó, hubiera formado un buen desaguisado. Madrid-Maccabi, un clásico. El partido más repetido de la Copa de Europa. 

¡Tri tri triple de Rudy! empieza vociferando Juan. Maccabi inicia su ataque alrededor de Schortsanitis. Cuando “Big” Sofo se desfonda, otros toman el relevo: Devin Smith y el eficaz veterano David Blu. El Madrid tarda en entrar y toma la iniciativa con los mejores minutos de Felipe. Alarga su mayor diferencia hasta los 11 puntos, pero Maccabi sigue a lo suyo y en el intermedio un triple sobre la bocina de Blu ajusta a 2 el marcador. Los tiros libres y el rebote ofensivo le agarran al partido. Aún con pírricas ventajas blancas el partido se mueve al dictado hebreo. Los cambios defensivos, las alternativas, las zonas match-up enfangan el talento Real y en muchos ataques se percibe atolondramiento y falta de fluidez en los madrileños que llegan a los últimos segundos de los ataques fuera de sistemas. 

Para los hermanos el partido no está para bromas: Juan se deja llevar por la pasión narrativa, Pablo busca antídotos a las trampas de David Blatt. “Hay que asegurar el rebote, apretar atrás, atacar los bloqueos directos, intentar correr, llegar en transición, dividir con el bote, pases extra, paciencia para buscar una buena selección de tiro…”. No se cansa, es un torrente de instrucciones agarrado a los antebrazos de su hermano. 

La final se mueve en un hilo. Juan estalla de alegría cuando Darden tira de fundamentos e inteligencia para hacer saltar a los postes macabeos, girarse y alargar la ventaja blanca (67-63). A Hickman le cae el balón en las manos después de una buena defensa de Rudy y un tapón de Mirotic y anota bajo aro. Canasta clave (67-65). Nikola no convierte un lanzamiento a tabla y Rice hace una entrada imposible. Empate a 3 minutos. A los dos encestes siguientes les precede un rebote ofensivo: Tyus y Mirotic. Han pasado otros 60 segundos. El montenegrino cobra protagonismo. Puntea un triple de Hickman, pero el balón llega a Blu sólo debajo de canasta. El Chacho y Mirotic dudan en ataque y finalmente éste lanza forzado en el último segundo y la bola hace la corbata. Definitivamente a Rice le han asignado el disfraz de héroe y le queda que ni pintado. Su extensión inalcanzable parece teñir de amarillo el desenlace. 69-73 a 58 segundos. Rodríguez le saca una falta gratis, anota los libres y sólo han transcurrido 3 segundos. El Madrid cierra filas y Bourousis fuerza un tiro desequilibrado de Hickman. El griego evita la tragedia al atrapar el rechace tras la entrada de Rudy. Con 21 segundos no le tiembla la mano para empatar desde la línea de personal. Slaughter sale para defender a Rice que marra el triple y el palmeo de Tyus tampoco entra. Si no quieres leche, dos tazas. Más madera. 

En la prórroga a alguno le va a saltar la patata. El Madrid sólo anota desde el tiro libre y equivoca las situaciones de bloqueo frontal sobre Rice que, tras anotar dos triples sólo, pone en franquicia a los suyos (77-81). Goteo desde la personal: Mirotic estrecha la diferencia (79-81). Los blancos descuidan el 2X2 en un alley opp para Tyus. No llegan las segundas ayudas. El Madrid recurre a los lanzamientos lejanos, pero ya no entran. Los amarillos no vacilan desde el 4,60 y se hacen con su sexto título europeo muy merecidamente. 

Juan resopla enrojecido. Está jodido, muy jodido, pero orgulloso de su equipo. No ha podido ser, pero ha caído de pie. Pablo se acerca, le da un beso en la mejilla y le susurra emocionado “Gracias, nadie lo cuenta como tú”. Desde el accidente del año pasado, los ojos de Juan son los suyos. El maldito árbol que le cayó encima una aciaga mañana de temporal le segó el nervio óptico y le ha dejado a oscuras para siempre. 

Después de un rato de duelo, la familia sale pesarosa del pabellón. A su lado, un padre con cara de funeral lleva de la mano a un niño muy pequeño que parece no ser muy consciente de lo que acaba de ocurrir. Ajeno a todo, como si nada el chico empieza a cantar “Como no te voy a querer, como no te voy a querer, como no te voy a querer si me hiciste Campeón de Europa por octava vez…”. Pedro se gira emocionado y le señala: “Ole chaval, ese es el espíritu” y los Telerín, entre palmas, se unen a coro al estribillo. La novena, la gloria se hace esperar, pero el camino tiene apeaderos maravillosos. 

Dedicado a todos aquellos aficionados que como la imaginaria familia Telerín siguen apasionados a sus equipos y hacen del baloncesto, un hábito sano, con sus miserias y sus grandezas, sus derrotas y sus victorias. Así es el deporte, la vida. 

El caballero Mirza Delibasic

$
0
0


En ocasiones no hace falta ser el que más puntos mete o el que más rebotes atrapa para marcar diferencias, ni siquiera ser nominado mejor jugador para permanecer durante años en el imaginario de la gente. Muchos extranjeros han vestido la casaca blanca del Real Madrid (Petrovic y Sabonis fueron en mi opinión los más estelares), pero ninguno (no consideremos a Brabender y a Luyk que son tan nuestros como la siesta o el aperitivo) dejó la impronta y el recuerdo de un enjuto jugador bosnio de principios de los 80. En sólo dos años se ganó el corazón y el reconocimiento de un vestuario de alcurnia y la más profunda admiración de un público abducido por un tiro de postal y unos pases oníricos.

Lunes de Semana Santa de 2014. Aprovecho la mañana y me acerco a la Biblioteca deL ESPACIO 2014 FEB para preparar nuevos relatos. Entra una persona conocida, charla un rato con Carlos, me saluda y me pregunta cortésmente qué estoy haciendo. Se lo explico, me alegra que conozca el blog y me dice que muy bien, que a seguir y se marcha. Al rato regresa requiriendo a Carlos que ha salido, así que me suelta:

- ¿En qué estás ahora?
- Con varios temas a la vez, pero estoy recabando información para hacer uno de un amigo tuyo que me apetece mucho - respondo con timidez. 
- ¿Amigo mío? - prosigue picado por la curiosidad. 
- Sí, Mirza Delibasic.

Abre los ojos como platos, resopla y deposita su enorme humanidad en una silla que se acerca.

- ¡Uff! La polla, la polla. Mirza era la polla, vocifera emocionado. Fue un antes y un después. He jugado con muchos, pero sólo pongo a Sabonis a su nivel. Y como tío era extraordinario

Ya pierdo la vergüenza y le pido al baloncestista español más grande que ha jugado en el Madrid (y hasta ahí puedo leer) que me cuente alguna cosa del monstruo. ¿Alguna? No paró, enlazaba anécdotas entre divertido y nostálgico. A la hora, ya me dijo:

- Macho, me voy que te estoy interrumpiendo y no te dejo que sigas con lo tuyo


Me despedí agradecido por la charla. Dimos vueltas alrededor del baloncesto de antes y el actual y, sin arreglar el mundo, pasamos un rato cojonudo. 

Me doy un capricho y rescato la historia de uno de mis ídolos (y el de muchos) de adolescencia, la de uno de los jugadores más distinguidos que haya dado nunca el continente europeo. ¿Se puede ser el más añorado habiendo ganado únicamente una Liga y un Mundial de Clubs en un equipo del bagaje del Madrid? Sí. Si te llamas Mirza Delibasic.


El poeta de Tuzla

Tuzla es la cuarta ciudad más grande de Bosnia y Herzegovina y alberga el único lago salado de Europa, visitado por 100.000 personas al año. Su nombre proviene de la palabra turca “sal”. Allí nació y creció nuestro protagonista. Los Delibasic (Izet y Duda) procuraron dar a sus hijos una formación basada en la educación y el respeto. Cuentan incluso que el patriarca, profesor de gimnasia, cambió de colegio para no coincidir con el de sus chicos y evitar malentendidos. El deporte siempre estuvo presente en la casa. Mirza destacaba con la raqueta y con 14 años se coronó como campeón cadete de Bosnia-Herzegovina, pero el duro invierno sólo le permitía practicar el tenis muy pocos meses al año. Guiado por su hermano se decantó por la canasta. En otoño del 68 entró a formar parte del Sloboda (“libertad”). Con 15 años debutó con el primer equipo, donde permaneció 4 años. 


Pronto su elegante desenvoltura llamó la atención y fue convocado para el Europeo Juvenil que se disputaría en la ciudad italiana de Gorizia en el verano de 1971. La competición estaba destinada a los nacidos en el año 54 y posteriores. Los yugoslavos “colaron” a Dragan Kikanovic, un genio venido al mundo un año antes. Sea como fuere, el cuadro rebosaba talento. A la renombrada pareja de aleros, acompañaba un base con cabeza que haría carrera, Dragan Todoric, y dos interiores de categoría, Mirko Grgin y el gigante Rajko Zizic. Los de Novosel se harían con el título después de desembarazarse de los rusos en semifinales y de los anfitriones en la final por 74-60. La “parejita” se hizo notar: Delibasic culminó el torneo con 99 puntos y Kikanovic con 90.

Sólo hubo que esperar un año para que el grupo (esta vez con Zeljko Jerkov, que no había viajado a tierras transalpinas por lesión, como referencia interior) diera otra alegría. En la ciudad dálmata de Zadar se organizó el Europeo Junior. Todo el país (a través de las imágenes televisivas) pudo constatar la voracidad enfermiza de Kikanovic y la poética destreza de Mirza. Si Dragan jugaba con el cuchillo entre los dientes, Mirza escribía los más delicados versos. No hubo color. Los “plavi” aniquilarían nuevamente a los “azurri” (89-65). Quedaba claro: los “mayores”, que dos años antes habían sido Campeones del Mundo en Liubliana, tenían el relevo asegurado. 

El Bosna de Sarajevo y la Reprezentacija (la selección).

Todos los grandes querían hacerse con los chicos de moda, pero la Federación no estaba por la labor. Había que salvaguardar el ecosistema de la Liga y por extensión del baloncesto patrio bajo dos pautas: el equilibrio de la competición y el desarrollo de los nuevos valores, por lo que no permitió que el Partizan (que ya contaba con Todoric, Kikanovic y Dalipagic en su línea exterior) pescara también al de Tuzla, de tal manera que “recomendó” su traspaso al Bosna. Otras fuentes arguyen que fue el propio Delibasic el que decidió salir del Partizan (con el que ya estaba entrenando) para firmar por los de Sarajevo. 

En el 72 llegó a la preciosa “Jerusalén de Europa”, la cosmopolita ciudad donde desde hacía siglos musulmanes, ortodoxos, católicos y judíos convivían entre sus cinco grandes montañas en los Alpes Dináricos. Lo esperaba un equipo joven, con un proyecto que maduró bajo la supervisión del gran Bodgan Tanjevic desde la 2ª división, de la que se ascendió en 1972, hasta la sorprendente corona europea en 1979. El ingente anotador Zarko Varajic y el valiosísimo pivot Ratko Radovanovic componían con Mirza el trío de lujo que daría días de gloria a los bosnios. El bloque fue creciendo alrededor del talento de Mirza, que se llevó el primer gran chasco de su carrera al caerse de la convocatoria para el Mundial de Puerto Rico 74. Pese a su excelsa temporada, Mirko Novosel lo dejó a las puertas (fue el jugador nº 13). “Aquello me marcó, pero me sirvió para mejorar como persona y como jugador”, diría con el tiempo. Lo que no mata, te hace fuerte.

Desde el siguiente acontecimiento con el combinado nacional, ya no se apearía del burro. 14 años después de albergar su primer Europeo, Yugoslavia organizaba el Campeonato del 75, para lo que ponía de largo su maravillosa Sala Pionir en Belgrado. Los 7.000 espectadores que llenaron el complejo disfrutaron de una final apoteósica ante los temibles rusos. Los plavi se marcharon al descanso con ventaja (44-37), pero en la reanudación los 16 puntos de Salnikov estrecharon la soga. Con 86-84 para los locales el árbitro italiano Albanesi pitó unos más que dudosos pasos a Milosedov. A la postre Cosic fue el mejor jugador del torneo (16 puntos y 18 puntos en la final), pero la endiablada mano de Kikanovic emergió anotando el tiro decisivo. Delibasic contribuyó con 6 puntos a la presea dorada. 

Su primer metal olímpico llegó un año más tarde en los Juegos de Montreal. La remontada épica ante Italia (en el descanso caían por 16) les dio confianza para semifinales, donde pasaron por encima de la Unión Soviética. El primer escalón del podio era cuestión de estado para los americanos tras el descalabro de Munich, con lo que los balcánicos estuvieron muy lejos de los entrenados por Dean Smith. 

En la temporada 76-77 los de Sarajevo tomaron una ventaja de dos partidos que parecía inalcanzable sobre Partizan y Jugoplastika cuando Delibasic encestaba el tiro decisorio en la victoria sobre los de Belgrado al poco de comenzar la segunda vuelta, pero los bosnios tropezaron en casa frente a los croatas y en su salida a Zadar. La Prva Liga se decidiría con un encuentro de desempate en Belgrado, donde el baloncesto le devolvió al gran Damir Solman la gloria perdida en la final de Copa de Europa frente al Varese. Si cinco años atrás erró la última posesión, esta vez la convirtió para redondear con el triplete una campaña fantástica para los de Split. A Mirza no le consolaría el trofeo de mejor jugador de la competición, pero el éxito ya estaba llamando a su puerta. 

Tras otro verano bañado en oro a las órdenes del profesor Nikolic (tercer Europeo consecutivo, con los rusos otra vez de miranda y Drazen Dalipagic como estrella), aguardaba otro campeonato doméstico emocionante. El Partizan se postulaba como el rival a batir: Kikanovic y Dalipagic estaban poseídos y promediaban más de 33 puntos por noche cada uno. Cuando la parejita se fue a los 33 y 48 tantos respectivamente para hacerse en la prórroga con su primera Korac, pese a los baldíos esfuerzos de Mirza con 32 puntos, toda Yugoslavia daba por hecho que los partisanos harían en la misma semana doblete en liga. Las actuales casas de apuestas se hubieran forrado, pues el Bosna asaltó Belgrado (102-109). Sus cuatro internaciones limpiaron miedos y tiraron de orgullo, carácter y puntería. Varajic hizo 28 puntos, Djogic 20 y Radovanovic 17; Delibasic acaudilló el partido con 26 puntos y un lote de asistencias. Ahí no quedó la cosa: a su primera Liga unirían la Copa unos días más tarde. Paradójicamente el premio al mejor jugador del año iría para Kikanovic.

Su partido preferido

De todos los que disputó a lo largo de su carrera el que Mirza recordaba con más agrado tuvo lugar en Estados Unidos. Como todos los años, Nikolic se llevaba a los chicos de gira por tierras americanas. Si tradicionalmente el viaje servía como aprendizaje y fogueo para los nuevos talentos, esta vez la excursión cobraba tintes más serios, pues ayudaba a preparar el próximo Mundial que se había de disputar en octubre en Manila. En la primavera del 78 se celebró el World International Tournament. Los plavi echaron sal en la herida abierta a la armada rusa y les dieron otra buena tunda (97-79). La clausura del rimbombante torneo cobró rango casi de final olímpica. Los americanos agrupaban a sus mejores universitarios, unos tales Magic Johnson, David Greenwood, Phil Ford, Joe Barry Carroll, Larry Bird, Darrell Griffith, James Bayley o Sidney Moncrieff. Igual les suenan, gran parte de ellos cimentaron leyenda posterior en la NBA. Los cuatro últimos no habían olvidado las provocaciones de Kikanovic en un choque el verano anterior en territorio balcánico que concluyó como el rosario de la aurora con victoria local por un punto. Vamos que les tenían ganas. 

Chapel Hill, cuna del baloncesto universitario, acogió el evento. Ningún equipo se separó en el marcador, que reseñó hasta 13 empates. Un resbalón de Dalipagic devino capital y los jovencitos norteamericanos se llevaron el gato al agua 88-83. Los europeos no simpatizaron con los árbitros que les señalaron 27 infracciones por pasos. Mirza Delibasic estuvo excelso con 19 puntos, acompañado por el dúo de aleros partisanos –22 Kikanovic, 18 Dalipagic- y del gran Kresimir Cosic (16). Siempre presumía contando que al día siguiente habían sido portada de los principales periódicos deportivos y que la gente les paraba por la calle felicitándolos por el nivel mostrado. Mirza, al igual que años antes había hecho Dalipagic con los Celtics, declinó la invitación de los Haws de Atlanta para acudir a su campamento estival. A veces se arrepentía de la decisión, más por entonces el gobierno de Tito no permitía la salida de jugadores al extranjero hasta cumplir los 28 años y su ingreso en la liga profesional le hubiera impedido volver a la selección.

De Manila, Mirza trajo colgada otra medalla de oro. Molestias en la espalda le impidieron disputar algunos encuentros, pero no faltó a la final más repetida de la década. Tras las canastas de Kikanovic y Myshkin tuvo en su mano la suerte del partido, pero su lanzamiento desde la prolongación de la personal no entró y se llegó al tiempo extra. En la misma sobresalió la figura de Kikanovic, sabiamente escoltado por Mirza desde el puesto de base. Un pase picado a una mano aprovechando una puerta atrás de Kica terminando el partido da para ponerlo en un clinic.

Campeón de Europa, Campeón Olímpico.

Si a nivel local la temporada 78-79 el Partizán copó los títulos, en las postrimerías de la misma se asistió a un hecho sin precedentes: por primera vez en la historia un conjunto yugoslavo, el Bosna de Sarajevo, alcanzaría la Copa de Europa. El Emerson Varese de Ossola, Morse, Yerverton y un diezmado Meneghin compadecía a su décima final consecutiva como gran favorita, pero los bosnios no se amilanaron. Varajic se llevó las portadas al anotar todavía hoy una cifra récord de 45 tantos en una extraordinaria serie de 14/22 en lanzamientos de 2 puntos y 17/21 en tiros libres, pero el verdadero dominador fue Mirza con 30 puntos (14/23 y 2/2), 6 asistencias y 5 robos. El marcador final reflejaba un sorprendente 96-93 y el Viejo Continente caía rendido al talento del bosnio. En la memoria de los aficionados madridistas la edición pasaría a la posteridad como la de los tres tiros libres fallados por Prada, pero el rastreador de exquisiteces reparará en el primer partido de la tradicional liguilla de semifinales a seis. En Sarajevo, a la salida a la repleta cancha, una foto enorme de Mirza cubría uno de los fondos como alertando a los blancos: entraban en territorio Delibasic. Las estrategias de Lolo cayeron en agua de borrajas: el de Tulza hizo 40 puntos sin despeinarse para alcanzar el triunfo 114-109 en la prórroga.

En el 80 Mirza se hace con su segundo título liguero. En Split, exhibe una actuación portentosa -28 puntos- y se desquita de la derrota que tres años antes le habían infligido los dálmatas. La Copa de Europa deja un aroma inolvidable en el viejo pabellón del Real Madrid. Dos jornadas antes de concluir la liguilla de semifinales, aterriza el actual campeón, el Bosna, para jugarse el cocido y la afición asiste a un episodio incomparable. Nadie de los que abarrotaron la grada ha podido olvidar el muestrario de canastas y asistencias que Delibasic enseñó esa noche. El personal fascinado llegó a aplaudir algunos de los trucos del mago y cuando desde la línea de tiros libres dio dos botes para terminar en un gancho limpio lateral que hubiera firmado Luyk la ovación fue general. Su elegancia natural, su señorial comportamiento y su juego pret a porter deslumbró. Spielberg ya le puso nombre a la película “Encuentros en la tercera fase”. Sus 44 puntos empequeñecieron junto al halo de grandiosidad que dejó el genio. A la parroquia local la deberían haber cobrado doble: la victoria 95-93 le valió al Madrid para meterse en la final de Berlín que le daría la séptima ante el Maccabi y un tipo chupado, liviano como una voluta de humo, les adentró en el baloncesto del futuro, les cambió la mirada.

Mirza se despidió de los Juegos Olímpicos a lo grande. Los rusos, sabedores del boicot americano y con el aval del título europeo del 79, los habían preparado con mimo, creyéndose acreedores del oro, pero a la gran generación yugoslava aún le quedaba una bala en la recámara. Después de un lustro, dos ángeles (Delibasic y Dalipagic) y dos demonios (Slavnic y Kikanovic) seguían peleándose los minutos, mientras que en la pintura Cosic daba sus últimas pinceladas maestras. La CCPP perdió pie (pobre Belov) y yugoslavos e italianos entraron en la final. Mirza se viste de Armani para la ocasión. Arma el juego con aparente facilidad, hace llegar el balón al compañero mejor situado (Kikanovic 22 puntos, Dalipagic 16), desempolva todas las suertes de la asistencia (da 7) y planea con sus maravillosas suspensiones por los linderos de la geografía transalpina (20 puntos). Total, que impartió un curso. Yugoslavia alcanzó el título que le faltaba, el oro olímpico, si bien Kikanovic no pudo acudir a la ceremonia de entrega. Los italianos le tenían tantas ganas que Meneghin se las cobró todas juntas en uno de los lances finales del encuentro. El brutal rodillazo-bocadillo en el muslo que recibió en una entrada a canasta le llevó directo al hospital. Cuenta la leyenda que en su época posterior en el Scavollini de Pesaro, los mejores jugadores azzurri hacían una porra con pasta de verdad y se la llevaba el que a final de curso le hubiera dado la galleta más gorda.

El Real Madrid

Mirza lo había ganado todo en su país y tras cumplir con sus obligaciones militares se le abrió la puerta para salir al exterior. Con media Europa detrás, el Madrid fue el que maniobró con mayor diligencia. Llegó a la Casa Blanca por mediación de Vorghi, el entrenador de la sección de voleibol (que luego fue preparador físico del Celta y del propio Real) con un contrato firmado por tres años a razón de 7, 7 y 9 millones de pesetas. La guinda al proyecto la puso el fichaje de Fernando Martín birlado al Joventut ante el cabreo de Manel Comas que lo tenía cerrado. 12 millones de las antiguas pesetas percibió Estudiantes por su traspaso. Era abril del 81.

El impacto de la pareja fue brutal e inmediato. En junio, a los pocos días de cerrarse sus contrataciones acudieron a disputar en Brasil el Mundial de Clubes. Martín pronto desmintió su papel de promesa. Sus 50 puntos al Santa Kilda hicieron ver a la curtida plantilla que se trataba de un crack. Fernando desbarajustó la definición de roles que el vestuario blanco tradicionalmente establecía. Desde la cercanía y la tranquilidad, Mirza se ganó al grupo, que en la cancha no tardó en darse cuenta de la grandeza crepuscular del balcánico. Los imberbes del Sirio de Óscar y Marcel no fueron oponente en la final (109-83). Delibasic refrendó una notable actuación con 35 puntos. 

A la vuelta del verano, Mirza hablaba “cheli” y en 10 días envidaba a pares y echaba órdagos a juego cual paisano castizo de Chamartín. Sus compañeros no daban crédito. Los Delibasic alquilaron vivienda muy cerca da la Antigua Ciudad Deportiva y Mirza no tardó en hacerse con las costumbres de la capital. Le encantaba Madrid y sus gentes. Sin profesor, aprendió castellano en el trato diario. Sintonizó con todos y el matrimonio frecuentó la compañía de los Brabender. La derrota en Badalona ante el Cotonificio (103-92) en la tercera jornada con 28 puntos de Mirza genera los primeros debates en prensa. Lo típico: “que si sus compañeros no le entienden, que si no se ha adaptado…”. La primera vuelta concluye con victoria blanca en el Pabellón sobre el Barsa (95-93): los 36 puntos de Delibasic volatilizan las críticas. Ya nadie recuerda haberlas pronunciado. 

El Madrid accede inmaculado a la final de la Recopa en Bruselas. En semifinales ha dejado fuera a la Sinudyne Bolonia de Nikolic y se presenta como claro favorito. El ambiente de preguerra que vive en los días previos la capital de la Unión Europea por el conflicto siderometalúrgico parece anticipar un desenlace no pronosticado. La Cibona de Novosel enmaraña a los merengues que reaccionan a lomos de Llorente, Brabender, Itu, Romay y Martín. En la zona Cosic y Knego han hecho pupa y Alexander Petrovic ha llevado el partido a la prórroga tras un enceste milagroso. El cansancio pasa factura y Lolo echa mano tarde de Delibasic (que había pasado la segunda parte orillado en el banquillo por las faltas personales) y de Juan Corbalán. Un error arbitral termina por sepultar justamente al Real. 

En España, el título liguero se dirime en la última jornada en el Palau. En la semana previa Mirza no se esconde y salta a los medios con naturalidad: “¿Nervioso? Para ganar estos partidos me trajeron, no para meterle 40 puntos al Naútico”. Fernando Martín anota los 9 primeros puntos visitantes. Tras fallar sus dos primeros lanzamientos, Mirza coge carrerilla y anota los 7 siguientes. Como siempre, Epi y Sibilio mantienen a flote al Barsa. Las faltas de sus interiores son una vía de agua para el Madrid: a 2 segundos para el descanso es expulsado Romay y Martín toma el mismo camino en el primer minuto de la reanudación. “Houston, Houston, tenemos un problema”. A Rullán no se le ha olvidado jugar (12 puntos) e Iturriaga rescata juveniles sensaciones en la pintura (23 puntos). Brabender ajusta la mirilla (19 puntos) y Corbalán gobierna a su antojo. La presión obra en contra de los azulgranas que son un manojo de nervios. Con Delibasic no parece que fuera la cosa: a 5 minutos para la conclusión, durante un tiempo muerto, se le observa de pie apoyado sobre el hombro de un compañero con las piernas cruzadas como si estuviera en la barra de un bar. Cuando el partido está en el fogón reclama la pelota para cerrarlo entre aclarados. 26 puntos le entronizan en la leyenda vikinga. 

El Barsa se toma cumplida revancha en la Copa. Badajoz fue testigo de la remontada catalana. Al Madrid le mató la lesión de Martín que a los 12 minutos tuvo que abandonar la cancha y la ventaja (16-32) se diluyó. En el 21 se quedó sin pivots titulares y Chichi Creus hacía carburar a los suyos (14 puntos). Sibilio (28) sacó a pasear su muñeca de seda y Perico Ansa le tomó las medidas a Delibasic (20) con un marcaje sensacional. Brabender (28) acudió al rescate, pero no fue suficiente y la Copa volaría a la Ciudad Condal (110-108).

Mirza había completado una excelente temporada: cuarto asistente de la Liga con 65 asistencias (el primer puesto lo acaparaba Carmelo Cabrera con 91, mientras Corbalán quedaba relegado al sexto) y séptimo máximo anotador bajo un promedio de 25 puntos por tarde (651 en total). Para la revista Nuevo Basket fue el segundo mejor jugador de la competición, tras el mítico Essie Hollis (le adelantó en una décima en sus calificaciones, 7,5 por 7,4 del bosnio). La Liga eligió a Fernando Martín como su jugador más sobresaliente. Por vez primera los blancos desvirgaban sus camisetas, rotuladas por la marca Zanussi.

Para el siguiente curso los seguidores merengues se las prometían muy felices: en la Copa de Europa habían incorporado como refuerzo al gran Dalipagic. El presumible chorreo de puntos exterior auspiciaba grandes metas, pero con el transcurrir de las jornadas se demostró que aquello no pitaba. Delibasic no alcanzaba el nivel pretérito, quizá influído por sus problemas conyugales que con posterioridad condujeron a un traumático divorcio. Durante partidos vagó como alma en pena. En Copa de Europa sólo se recuerda un gran partido conjunto a la Doble D: en Zagreb Dalipagic convirtió 33 puntos y Delibasic 26 para una cómoda victoria. El Madrid se quedó por el camino: la Billy Milán cercenó su paso a la gran final y en España un palmeo de Luis Miguel Santillana provocó un partido de desempate en Oviedo para allí la Liga troncarse culé.

El adiós

De todos es sabido que en deporte los vientos viran a velocidad de vértigo. Mirza era plenamente consciente del barco en el que navegaba. Ese yate nunca fue diseñado para segundos puestos, así que con un año de contrato por concluir habló cara a cara con su entrenador: “Lolo, si necesitas mi plaza de extranjero para fichar un pivot americano, hazlo sin temor. El interés del club está por encima de todo”. Con todo el dolor de su corazón, pues Sainz respetaba a Mirza como probablemente a ningún otro jugador (le llamaba “maestro”), aceptó la “proposición indecente”. A cuadros se quedó el gerente cuando fue a liquidar con Mirza el finiquito del año venidero: “No quiero nada. No me parece honesto cobrar sin trabajar. Bueno, sólo una cosa, hacerme socio del Real Madrid”. Y al momento dejó pagada una anualidad por adelantado. 


Tenía plazas dónde elegir. Europa entera le abría sus brazos. Escogió el Indesit Caserta de su amigo Bodgan Tanjevic “Ha sido el mejor entrenador que he tenido. Su forma de trabajar me impresionó desde el primer momento. Lo mismo me pasó con el profesor Nikolic, quién me demostró que iba por delante de su tiempo. Con éste, en la selección hicimos una revolución no sólo por el juego de ataque sino también por la defensa. Gracias a ella ganamos muchos partidos”. No llegó a debutar. En pretemporada un derrame cerebral le obligó a dejar el baloncesto con sólo 29 años. Sin tiempo para lamentarse, rehízo su vida. Volvió a casarse y tuvo otro hijo. 

La maldita guerra

Como tantos, Mirza, ingenuo, no la vio venir, no se imaginaba que la barbarie humana pudiera alcanzar el punto de matarse entre los que hacía cuatro días eran hermanos. Primero estalló en Eslovenia, luego alcanzó Croacia y finalmente el 6 de abril de 1992 (curiosamente 13 años exactos después de que el Bosna se coronara como Campeón de Europa) explotó en Sarajevo. Ese día su vida empezó a languidecer por dentro. Mandó a su mujer y a su hijo a Split y luego a Trieste, a casa de Tanjevic, pero el permaneció en la capital bosnia. En medio de los bombardeos, de la vigilancia contumaz de los francotiradores, de los cortes de luz, agua y teléfono, de la carestía alimentaria, era un símbolo para su pueblo. Daba igual que llevara una diana a su espalda. No podía abandonarlo. En septiembre, muy desmejorado, demandó dramáticamente en las cámaras de Antena 3 el auxilio internacional. 

3 de abril de 1993. Como si se tratara del guión de una película de suspense, una expedición compuesta por 18 personas, elude el asedio a la ciudad, sorteando las balas enemigas en el aeropuerto. Su destino, el Europeo que había de celebrarse en Alemania en junio. Mirza será el primer entrenador de la recién constituida selección de Bosnia y Herzegovina. Se movieron sigilosos, pernoctaron en colegios y autobuses hasta alcanzar después de varias noches la frontera croata. De Split se trasladaron a Zagreb donde tomaron su primer contacto con el balón. Algunas fuentes relataban que la aventura costó la vida a tres mujeres, víctimas de las balas “de los hombres de la montaña”. Durante el campeonato, Mirza ejerció de portavoz de una nación castigada “sólo seguimos por la fuerza de los cojones”, declaraba a Robert Álvarez en El País. El octavo puesto fue celebrado en Sarajevo como un triunfo. Mirza regresó al infierno y el cerco a la ciudad se prolongó hasta el 29 de febrero de 1996, constituyéndose en el más largo de la historia contemporánea, dejando por el camino 12.000 fallecidos y 50.000 heridos. Tozudo y patriota se mantuvo en Sarajevo hasta el final del conflicto. 

Su salud empeoraba, descuidada. Desoía las opiniones de los médicos. No cortó con el alcohol y fumaba como un carretero. En su etapa en “el foro”, Lolo Sainz, con la venia de la plantilla, tuvo que negociar un armisticio. Acordaron reducir sus dos paquetes diarios a un par de cigarrillos después de cada comida. El ritual se repetía en cada sobremesa con presencia ajena: Mirza aducía cualquier pequeño malestar para salir a tomar el aire y de paso echarse un pitillo. En cierta ocasión, un veterano directivo que desconocía la componenda recriminó al resto del grupo que nadie saliera a acompañar a un colega enfermo. 

Cuando en otoño del 2000 visitó por última vez Madrid como invitado especial a la puesta de largo de la Euroliga, sus amigos se dieron cuenta del grave deterioro que había sufrido. El 8 de diciembre de 2001 se anunciaba la noticia que conmocionaba a todo el baloncesto: con sólo 47 años Mirza Delibasic fallecía víctima de un cáncer linfático. Él, siempre irónico y socarrón aducía que había vivido el doble, mitad de día, mitad de noche. Tras su retirada, su biografía se asemejó más a la de un poeta romántico de salud quebradiza que a la de un mito del deporte.

¡Qué jugador!

Torneo de Navidad, temporada 82-83, partido frente a un combinado americano. Mirza otea un compañero que ha salido disparado buscando el aro rival. Desde su campo y sin pensarlo da un pase picado a una mano que atraviesa el campo en diagonal. Distancia: cerca de 20 metros. Resultado: canasta. La grada enloquece, el pabellón entero se levanta agradecido y la ovación se prolonga durante un minuto largo. 

Como éstas mil. Mirza era el Dios de las pequeñas y de las grandes cosas. Como Van Gogh, no fue el que más cuadros vendió en vida (Vincent sólo vendió uno, El viñedo rojo), pero sus brochazos dejaron lienzos inolvidables, trazos que ni antes ni después ha podido igualar nadie. Su paleta de pases era infinita: por detrás de la espalda, por detrás del cuello, de beisbol, de petanca (mi preferido, cuando le caía el balón al palomero de turno aquello era poesía en movimiento), por debajo de las piernas suyas o ajenas, a una mano o a dos, en el aire cuando se levantaba para tirar… Un catálogo infinitivo pleno de imaginación, de fabulación. Inventariar toda la gama llevaría un rato largo. 

¿Y su tiro? Fácil, el que se enseña en las escuelas, en los clinics. Su mecánica era elegante, natural. La suspensión de estampa, el codo recto en perfecto ángulo de 90º, el balón impulsado por la yema de los dedos dando vueltas hacia atrás. De manual, para ponerlo en un sello conmemorativo. 

Y que nadie se equivoque, el juego de Delibasic no era efectista sino efectivo. Se movía por las pista con la elegancia de un vals vienés. Convocaba la admiración y el respeto de aficionados, compañeros, entrenadores y rivales. Atendía por igual el exquisito paladar de los hinchas y la exigente mirada de sus técnicos. No se adornaba en vanos artificios, su objetivo era ganar y sus alardes (imposibles para el resto) le salían solos, sin frotar ninguna lámpara.

El periodista Joan Cerdá escribía un artículo en mayo del 82 en Nuevo Basket titulado “Delibasic, el Aleph del baloncesto”, en que comparaba el juego de Mirza con la definición del término que hacía Borges en su ensayo filosófico. Aleph como “uno de los puntos del espacio que contienen todos los puntos”, “el lugar donde están sin confundirse todos los lugares del orbe, vistos desde todos los ángulos”. Amén. No puedo estar más de acuerdo. 

¡Qué tío! 

Es difícil, ha pasado mucho tiempo, pero los veteranos de la sección blanca siguen hablando con fervor reverencial del Delibasic persona. Nadie olvida el día que apareció con una moto para Angelito, el utillero del equipo, que le recriminaba sus noches de timba en el casino. Tras una racha afortunada se presentó de tal guisa ante la estupefacción y el agradecimiento eterno del empleado que tuneó (antes no existía el vocablo) el vehículo con rótulos alusivos a su ídolo. Todos veneran sus charlas entre cañas, su extrema sensibilidad, su ironía, su refinada educación. Todos recuerdan con tristeza su mirada atravesada por la pena cuando la vida se le volvió perra entre tanta enfermedad, dolor y guerra. 

A su sepelio en el cementerio Bare de Sarajevo acudieron más de 10.000 personas sin distinción de bosnios, serbios y croatas y por supuesto una amplísima representación de los que habían sido sus compañeros: Kikanovic, Slavnic, Jerkov, Dalipagic, Solman, Novosel, Ivkovic, Brabender, Corbalán… Algo tendrá el agua cuando la bendicen. 

Su amigo Juan Antonio Corbalán, en su más que recomendable novela “Conversaciones con Mirza” recordaba un dicho recurrente del personaje “Qué bueno es perder sueño para compartir cosas”. Me quedo además con la reflexión que en varios parajes del libro se cita: “Hay que ser generoso en la victoria y orgulloso en la derrota”. Mirza lo era, en su baloncesto y en su vida. Por eso, antes de que los recuerdos amarilleen en las páginas del tiempo, había de recordarle. 

Joan Creus y el milagro de Manresa

$
0
0

Concluyó el curso en junio con la final entre los grandes y se repartieron las notas. Al Madrid se le hizo bola la temporada. Hasta marzo, paseó su juego atractivo y desenfadado por Europa y colmó de “highlights” a sus seguidores. Aparecieron las lesiones y desde arriba se racaneó: no puso ni tiritas con interinos y los jugadores de peso llegaron con el depósito justo al desenlace de la obra. Del varapalo macabeo en Milán no llegó a restablecerse. El Barsa en cambio, tras la bofetada continental, tomó cierto aire y distancia. Marcelhino salvó el culo a Pascual (dando la razón a los que consideran las rotaciones un cuento chino) en Valencia y Navarro (qué crack, Juan Carlos devolvió la pala a los que ya le estaban enterrando) y Tomic (el mayor talento interior que pulula por Europa) tiraron de galones. El Barsa demostró y se demostró que podía con los blancos en una batalla de igual a igual, aparcando el sopor que, en ocasiones, prensa y afición le echaban en cara. A su solidez defensiva y fortaleza en la pintura añadió alegría, desparpajo y un excelso acierto exterior. El “matraco” Margall siempre ha considerado que el secreto del tiro está en las piernas y ahí pudo residir una de las muchas claves del triunfo catalán. Más allá de consideraciones tácticas, al final hay que meterla y arribaron más frescos y anotaron con más fluidez y puntería que el Madrid, que ya en sus eliminatorias previas había dejado entrever que atrás no se manejaba como en los meses precedentes. Justísimo campeón. Muy grandes, tanto que en lo más alto del cajón sólo cabe uno. 

La “justicia poética” del resultado devolvió la sonrisa a Pascual, al que su currículum plagado de títulos debería servir como escudo frente a los ataques que de continuo ponen en tela de juicio su labor. Al alabado Laso ahora le ningunean desde la planta noble de Concha Espina. Alucino. Si algunas de las decisiones o lecturas de partido del vitoriano pueden ser cuestionables, ningún entrenador desde Lolo Sainz (y han pasado unos cuántos) ha dado tanto a una sección histórica que se ha visto relegada durante años. Los aficionados merengues han vuelto en masa al Palacio, se han triplicado el número de abonos y, sobre todo, se han identificado con su equipo y su manera de jugar. Vamos, que se lo han pasado bomba. Que el Madrid ha rescatado sus señas de identidad es una evidencia. Que la gente se ha plantado en Goya como el que va al Parque de Atracciones, salta a la vista. Eso, independientemente de los trofeos que se alcancen (que nadie te los garantiza) debería cobrar una importancia capital. De momento, parece que Pablo se salva de milagro de la quema. Allá los dirigentes y sus decisiones. Los que saben de esto en el club le han defendido a capa y espada. Que la tropa se le ha soliviantado, denle mando en plaza y se acaban los caprichos y las bromas. Por ahora, el Barsa, como casi siempre, parece cobrar ventaja de cara al año venidero: las contrataciones de Satoranski, Doellman y Pleiss suenan mejor que los refuerzos blancos, aunque el “Chapu” Noccioni dará un plus de intensidad que los blancos agradecerán. Veremos. 

Al final me he liado con una reflexión sobre el presente, pero lo que quería rememorar era la historia de la mayor sorpresa que ha dado la Liga en su historia, la del Manresa y el maravilloso Joan “Chichi” Creus. Ahí va. Démosle a la máquina del tiempo.

El escenario: Manresa

Ubicada en el centro geográfico y religioso de Cataluña, Manresa es la capital de la comarca barcelonesa del Bages. La zona, atravesada por el río Llobregat, vivió la revolución industrial del XIX con importantes fábricas textiles y empresas químicas. La Seu, la colegiata-basílica de Santa María, con el retablo gótico del Espíritu Santo, es el lugar de recogimiento de los parroquianos locales. A pocos kilómetros el Monasterio de Montserrat acoge cada año a miles de creyentes. 

La relación de la ciudad con el baloncesto viene de muy antiguo. El Manresa Baloncesto Club se fundó en 1931. Tres años más tarde se fusionaba con el Club Baloncesto Bages en la Unión Manresana. En el 40 se constituía en apéndice del Centro de Deportes Manresa Club, de tradición eminentemente futbolística. 

Lo interesante llega a finales de los sesenta. En la temporada 67-68 el Club Deportivo Manresa obtiene junto al San José Irpen de José Brunet una de las plazas de ascenso a la Primera División Nacional. Al año siguiente, con José Massaguer de entrenador y un balance de 7 victorias y 15 derrotas terminarían penúltimos, pero su paso por la división de plata sólo duraría una campaña: en la 69-70, de la mano de Antonio Serra regresan a la máxima categoría. El brillante cuarto puesto posterior con el célebre Juan Martínez como tercer máximo anotador abre un período de consolidación, que vive su máximo apogeo en la ciudad con el ascenso del Club Baloncesto Manresa. Así en la temporada 72-73, Manresa con apenas 60.000 habitantes, tendría el efímero honor de albergar dos equipos en Primera. A la postre, el actual club es el resultado de la fusión para la élite del Manresa E.B. y C.B. Manresa. 

En los setenta el equipo se afianza en las posiciones medio-altas de la clasificación. En el primer lustro, el tándem Serra en el banquillo y Martínez en la pista causa estragos. El Congost inaugurado en noviembre del 68 es una china en el zapato de los grandes. El equipo sale incluso a Europa y en el curso 71-72 participa por vez primera en la Copa Korac. Para la 73-74 se firma al gran Ed Johnson como refuerzo foráneo. La década se cierra a lo grande. Un cuadro fabuloso entrenado por Basora con un base clásico (Miguel López Abril), un americano de los que dejan huella (Bob Fullarton) y dos grandes jugadores (Víctor Escorial y Miguel Ángel Estrada) que habían salido por la puerta de atrás del Palau, se plantó en la final de Copa ante el Barsa. Ferrol fue testigo de su digna derrota (83-92). Para el evento se alcanzó un acuerdo con la tabaquera Marlboro y se lució la publicidad de la marca en las camisetas. 

A principios de los 80, Jaime Ventura se hace cargo de la nave y Jordi Creus, Germán González y Goyo Estrada se constituyen como principales estandartes. En la temporada 83-84 se pierde la categoría para recuperarla un año después. Juan Jiménez recibe el premio al mejor entrenador con una pareja americana de lo más seria, Frazer y Mayes. Luego vendría Gavaldá y más tarde el dúo Ángel Palmi y Pedro Martínez que ponen al club en la pista definitiva. Su proyecto caló y apuntalaron las bases del esplendor venidero… En la ciudad nadie olvida la canasta del “Lagarto” De la Cruz frente al Tenerife Nº1 que evitó un descenso, ni los heroicos y comprometedores esfuerzos de Carlos Casas por mantener a flote el club, ni el fiel patrocinio de TDK (desde el 85 hasta el 2000), ni la triste desaparición en accidente tráfico de uno de los suyos, Pep Pujolrás, una mañana que acudía a un entreno (10 minutos después su compañero Joan Peñarroya que conducía por el mismo camino se topó de golpe con el drama), en el trago más duro que pueda sufrir un equipo, una afición o un club… Muchos nombres (tres grandes presidentes: Josep Salido, Carlos Casas y Benjamín García), conocidos y no tanto, con su empeño diario, hasta alcanzar la gloria… 

El prota: Joan Creus

A “Chichi” (el mote se originó en su infancia y deriva de chincheta) el baloncesto le venía de cuna. Su padre fue jugador de nivel, alcanzó la Primera División y jugó en la Selección Catalana. Liviano, pequeño, su amor por el juego escapaba a cualquier limitación física. Joan Todolí le inculcó su pasión por el basket en su etapa juvenil. Circunstancias económicas hicieron al Ripollet renunciar a su plaza en 1ª B, por lo que otro entrenador del equipo de su pueblo, Juan Coma, decidió llevárselo al Hospitalet. Debutó en Primera División el 22 de septiembre de 1975 frente al Basconia anotando 6 puntos. Tras dos años en el Hospi, donde gozó de la confianza posterior de García Guevara, recaló en Granollers. Creció en el Vallés durante tres temporadas: sabiamente dirigido en su estreno por Vicente Sanjuan, su progresión exponencial con Ángel Palmi (con los puestos sextos y quintos en Liga) le llevó al salto a un grande, el Barsa. 

El primer año gozó de minutos, cobrando especial relevancia en el triunfo en la Ciudad Deportiva Blanca y en la final de Copa (sus 16 puntos hicieron mucha pupa al Madrid). Doblete, aunque por el camino se quedó la Recopa que se fue hasta Cantú: Jeff Ruland (todo un personaje que tenía por costumbre entrenar con las llaves de casa atadas a los cordones de las zapatillas) no se aclimató, su lesión implicó la entrada de Mike Phillips en la competición liguera, y su aportación en la final continental resultó insuficiente. Al chasco europeo se sobrepuso Ruland con 5 años estelares en los Bullets de Washington donde promedió con asiduidad más de 20 puntos y 10 rebotes. El Madrid tomó nota y firmó a dos genios (Fernando Martín y Delibasic) para recuperar el cetro liguero, pero el Barsa no soltaba la Copa del Rey con Creus estelar (16 puntos). Con los años Joan reconoce que jamás jugó en una plantilla mejor, pero, a pesar de que le ofrecieron un contrato por 3 temporadas, tomó el camino de vuelta a Granollers en busca de importancia y minutos. Disputó otras 11 temporadas de vallesano hasta la triste desaparición del club en 1993 por problemas financieros. El histórico Areslux o Cacaolat Granollers de Creus, Mendiburu o Slab Jones (al que Joan recuerda como el mejor americano con el que haya compartido vestuario) siempre estuvo en las zonas altas de la competición y su defunción hizo pensar a “Chichi” muy seriamente en la retirada. Contaba con 36 años, había sido internacional (plata en el Europeo de Nantes, mundialista en España 86, pero con la espina clavada de no haber participado en Juegos Olímpicos), cuando casi de rebote le surgió la posibilidad de sustituir a su hermano Jordi (dos años más joven que él) en Manresa. “Os dejo con ventaja… y doy paso a la juventud”, le cedió los trastos y el número 7, socarrón, Jordi en su despedida. 

Su dedicación, seriedad e implicación encajó a la perfección con la filosofía del club, que en el 92 se transformó en la primera Sociedad Anónima Deportiva del baloncesto español, y lo que iba a ser para un año se convirtieron en seis (a petición propia las renovaciones se producían año a año).

El primer sorbo a una Copa

Septiembre de 1995, tercer año de Joan Creus en Manresa. La directiva presidida por Benjamín García cuadra un presupuesto justito de 325 millones de pesetas. Francesc De Puig y Valentí Junyent ponen en manos de Salva Maldonado (que había llegado en el 91 como segundo de Pedro Martínez) una plantilla equilibrada y de calidad. Creus comparte con Jesús Lázaro la dirección, Joan Peñarroya (el capitán) y Esteller conceden plenas garantías al puesto de escolta, Lisard González da descanso al fino Linton Townes en el alero, los experimentados Harper Williams y Tellis Frank sellan la pintura y para el andamiaje, fontanería y trabajos varios en el interior se recurre a Paco Vega y Jordi Singla. Los 2.500 abonados se frotan las manos. Por los vomitorios del Nou Congost (que se estrenó en septiembre del 92) se cuela una agradable sensación: aquello tiene buen tufo. 

Ese año la Copa se disputa bajo el formato actual de concentración en Murcia. Compiten ocho equipos, entre los que faltaban el último campeón, Taugrés, y los históricos Estudiantes y Joventut, y El Corte Inglés se deja una pasta (50 millones de pesetas de los de entonces) en su patrocinio. Manresa llega de puntillas, pero en forma tras vencer sus últimos 9 choques ligueros. 

En cuartos se vive un encuentro de lo más extraño. Hasta el minuto 25 dominaba el BC León con facilidad. Lasa conducía con su habitual sabiduría a sus huestes, Yebra veía aro con facilidad y nada hacía suponer que un equipo con los experimentados Brian Sallier y Corney Thompson se podría caer como un castillo de naipes. La zona 1-3-1 se le atraganta a los de Aranzana que se comen un parcial de 42-14 en los 15 minutos finales. 

El cuadro local, el sorprendente Murcia que había eliminado al potente Unicaja de Imbroda, espera en semifinales. El partido se movió entre cómodas ventajas manresanas de hasta 12 puntos, pero los pimentoneros tocaron a arrebato y dispusieron de balón en su poder con desventaja de un punto. No lo aprovecharon y Peñarroya desde el tiro libre puso el cierre. En el otro cruce, Aíto le ganó la mano a Obradovic en un día aciago en el tiro para los bancos (1 de 15 triples), que desperdiciaron una renta de 10 puntos en la segunda parte. 

La suerte estaba echada. David contra Goliat. El modesto Manresa se había colado en la final ante el todopoderoso Barcelona que casi le cuadriplicaba el presupuesto (1.100 millones de pesetas). Al descanso, ventaja azulgrana 51-43, pero los del Bagés se aferran al partido. No se van ni cuando Tellis Frank cae eliminado por faltas. En la prórroga, a falta de 4 segundos y con el marcador 92-91 para los culés, el balón llega en una esquina a las manos de Creus “en el triple final no pensé nada, ni cuando iba a tirar, ni cuando el balón entró. Sólo quería meterla”. Y la metió. Después de completar una actuación brillante con 25 puntos en una serie brillante de 4 de 7 en lanzamientos de 2 puntos, 5 de 8 en triples y 2 de 2 en tiros libres, a sus 39 años alzó la Copa para Manresa y de paso quebró todos los pronósticos. Las variantes zonales de Maldonado atoraron al Barsa. Esteller (16) y Peñarroya (13) “escoltaron” al base y Harper Williams puso los puntos (20) interiores. En el Barsa, sólo Xavi Fernández (26) estuvo a su altura. Karnisovas se quedó en 14 puntos. Aíto pareció parapetarse en el arbitraje para justificar la derrota: “No han tenido el mismo criterio con ellos que con nosotros”. En la rueda de prensa Maldonado bromeaba con los periodistas: “Me alegro mucho por “Chichi”. Ahora que está terminando su carrera deportiva y le quedan tres o cuatro temporadas por delante al máximo nivel, siempre es una inyección de moral”… De coña, pero no se equivocaba. 

En el colofón de la temporada, el equipo estuvo en un tris de acceder a su primera final ACB, pero el Caja San Fernando sevillano, puso fin a la campaña más brillante en la historia del Baloncesto Manresa… de momento. 

La gran borrachera

No se tiene constancia exacta de los gin tonics que Pere Capdevila se había tomado el día de 1998 en que realizó la entrevista para la revista Gigantes. A la pregunta formulada por Miguel Panadés: ¿hasta dónde puede llegar el TDK Manresa? Respuesta: “Pues creo que ganaremos la Liga y la Korac”. Adiós King Kong, vaya sobrada (pensamos todos). 

Para acometer la campaña, la directiva había apostado por un entrenador casi desconocido, Luis Casimiro, que venía de un proyecto LEB en Gijón. El manchego, agregaba al maestro de Ripollet y al “inconsciente” Capdevila (que ese año conoció la internacionalidad) tres americanos de postín (Herb Jones, Brian Sallier y Derrick Alston) en su quinteto titular. Jesús Lázaro compatibilizaba las labores de base y escolta para cambiar el ritmo de los partidos, Paco Vázquez despuntaba como certero tirador y Enrique Moraga hacía sus pinitos en la élite. De los campeones de Copa, Lisard González y Jordi Singla no se había movido de la foto y permanecían en el plantel aportando solidez. De abajo, Román Montáñez ya apuntaba a jugador de categoría.

Cuando tras la derrota en Cáceres en el último partido de temporada regular el grupo cayó en el desánimo, pues la victoria les hubiera aupado hasta la cuarta posición y de esa manera caían hasta la sexta plaza, el abuelo Creus tornó el ambiente al observar que durante el año habían vencido a los tres posibles rivales en cuestión.

La primera víctima propiciatoria resultó ser Estudiantes que había completado un curso notable. Los manresanos, que en los últimos meses habían lubricado su escueta maquinaria como si se tratase de un reloj suizo, se impusieron 3-1. El Pabellón del Congost viviría los últimos momentos como profesional del gran Rafa Vecina. Su vestuario acogió las lágrimas desconsoladas del inteligentísimo jugador que siempre jugó lastrado de una rodilla.

Al Real de Tirso Lorente le sobrevino igual fortuna. En Madrid los manresanos hicieron saltar la banca con dos victorias a domicilio, pero los blancos reaccionaron en el primer encuentro del Congost para abrir su casillero. Para el cuarto, los aficionados acumularon hasta dieciocho horas de colas para hacerse con una entrada. Los manresanos acompasaron el pulso, funcionaron los sobremarcajes a Bodiroga, la tripleta americana restableció su poderío y Creus decantó el sino del choque con dos triples. Los cinco mil aficionados se rindieron admirados cuando Casimiro sentó a su héroe. El “vidente” Capdevila daba de nuevo con la clave: “Nuestro secreto es que no hacemos más de lo que sabemos”.

En la final Tau Vitoria era claro favorito. Había comandado con solvencia la clasificación y se había desembarazado del Barsa por la vía rápida (3-0) con un triple en el último segundo de Beric. Bennett copó juego y focos (su canasta de costa a costa sobre la bocina en el segundo partido quedará para el recuerdo), los tiradores (Beric y Espil) ajustaron las mirillas y el poderío interior (Scott y Burke) resultó incuestionable. Scariolo, que en su debut en España ya impresionó por su buen hacer, parecía disponer de un fondo de armario algo más amplio que el de su oponente. Movió a lo largo del año sus piezas con destreza: Millera, Lucio Angulo y Santi Abad suponían recambios de calidad para los titulares y Carlos Cazorla y Jorge Garbajosa empezaban a asomar en la élite. 

Si no quieres leche… toma dos tazas. Por si la rebelión de los modestos no hubiera removido los cimientos clásicos de la ACB, la puesta en escena de la Final no pudo ser más emocionante: prórroga tras canasta milagrosa de Santi Abad (que sin embargo desperdició el tiro libre adicional para dar el primer punto a los vascos) y puñetazo en la mesa de Manresa que se llevaba el primer órdago. En el descanso los locales dominaban por 11 puntos, pero los cambios defensivos de Casimiro trastocaron el ataque vitoriano y deslucieron las habituales penetraciones de “Benito” que, con espacio, había campado a sus anchas frente al Barsa. Esta vez el papel protagonista lo asumió el excepcional Brian Sallier (31 puntos). En el tiempo extra, después de un primer enceste de Alston, el vértigo se adueñó de los jugadores que únicamente anotaron desde la línea de tiros libres. Lo bueno es que esos minutos los vieron casi 2 millones de personas por televisión, demostrando que hay vida más allá de los grandes. 

Para el segundo envite Scariolo hizo los deberes. Sus órdenes priorizaban el juego interior (a los siete minutos Alston ya había cometido la tercera falta personal) y el cansancio del motor visitante, “Chichi” Creus. Así la serie llegó empatada a Manresa. 

En el Bagés el desarrollo de los dos encuentros fue parecido. Notables ventajas forasteras en la primera parte con Beric como lanzadera espacial desde la línea de los tres puntos, paciencia local para ir recuperando terreno con Creus y Capdevila afinando puntería y Lázaro afilando las uñas, y mano más firme manresana en el tiro libre. La partida de ajedrez de los maestros debutantes desde el banquillo fue apasionante y el hermanamiento de las aficiones daba para un anuncio de la Liga Endesa. En el partido de clausura la charanga vitoriana fue acompañada por la parroquia local desde el casco central hasta el Nou Congost. Aleccionador. 

Con el sonido de la bocina, Joan Creus que finiquitó la serie con dos tiros libres capitales, corrió de lado a lado como loco. Cuando por fin se detuvo dedicó la hazaña a su hermano Jordi, al malogrado Pujolrás y a su amigo Joan Peñarroya. En el vestuario la emoción se desbordaba: “Somos un equipo”, clamaba a los cuatro vientos el capitán Jordi Singla. Casimiro confesaba otra de las claves: “Me he divertido mucho. Sólo durante los primeros veinte minutos del cuarto partido dejamos de divertirnos. Así nos fue de mal”. Scariolo interrumpía una entrevista para abrazar y felicitar al ídolo local: “Eres grande Chichi”. Éste, ya incontenible, confirmaba lo que había apuntado en Murcia: “Los títulos conseguidos en un equipo modesto dan mucha más satisfacción”

El desenlace se concibe como el guión de una buena película. El 4 de junio de 1998, Manresa, un club histórico, de exiguo presupuesto (el decimocuarto de entonces) y con la desventaja de campo (se deshizo de los terceros, segundos y primeros de temporada regular) se alzó con su primer título de Liga, echando por tierra todas las cábalas. 

El resacón

Al año siguiente Manresa disputó la Liga Europea y se atrevió a pintar la cara a rivales del calibre de Cibona y Maccabi, pero tanta competición no abarcó para que el equipo se metiera en los play offs por el título. Superados los 42 años y con 24 de carrera profesional, Creus colgó las botas, no por baja productividad, que sus números (34,1 minutos por partido, 9,5 puntos, 3,5 asistencias y unos buenos promedios de tiro, 60% en lanzamientos de dos, 37% en triples y 86% en libres) le situaban entre los mejores, en lugar de en la senda de los retirados. Recibió homenajes por doquier: de la ACB en su Partido de las Estrellas (apareció en el Nou Congost “de paquete” en la moto de Carlos Checa), del Manresa en un partido contra la Selección Catalana (en el que el inolvidable Manel Comas hizo “el cambio que no le hubiese gustado hacer jamás” y le dio las gracias “por lo mucho que nos has enseñado a todos”). Entró en el “Walk of Fame” de Nike en Portland: la placa con su busto comparte espacio con deportistas de talla mundial como Michael Jordan, Pippen, Bubka, Carl Lewis o Agassi (él que siempre había sido un gran admirador del sueco Bjorn Borg). Se le otorgó la Medalla de plata al Mérito Deportivo y Orden del Mérito Olímpico.

Lo malo para la entidad vino más tarde. Sólo 24 meses después de asombrar al mundo caía en desgracia y descendía a LEB. Desde entonces, la franquicia ha intentado recobrar fuelle al amparo de su cantera y de los retales prometedores de Barcelona y Joventut. Esta temporada ha descendido, pero los requerimientos administrativos de la ACB impidieron por segundo año subir al Burgos. De esta manera, Manresa conserva la categoría. De momento, han tomado una sabia decisión: poner las riendas del equipo en manos de un super preparador, Pedro Martínez

Un lujo para un entrenador

Y si no, lean lo que decían de él en la Revista Gigantes algunos de los que le tuvieron a su cargo.

Luis Casimiro, su último técnico alababa la modestia de Joan “A Creus sólo le gusta hablar en la pista”, para ahondar en la labor de un base como correa de transmisión “él interpreta las consignas del entrenador y las mejora”.

Salva Maldonado lo ponía de ejemplo de liderazgo “Todo entrenador sueña con tener un jugador así. Capaz de rendir al cien por cien en todos los entrenamientos y además ser una persona diez”.

Pedro Martínez lo consideraba un aliado “facilita la labor del entrenador. No tienes que perder energías ya que su disciplina se convierte en un ejemplo para el resto de jugadores. Jamás se inmiscuía en el trabajo del técnico. Su condición de veterano la utilizaba en beneficio del equipo”.

Se sacó el título de entrenador nacional en el 2002, en la promoción de Pablo Laso o Alberto Angulo, y entró a formar parte del cuadro técnico de la Federación Española, siendo ayudante de Moncho López, Pesquera y Pepu Hernández en la selección absoluta. Ejerció eficazmente labores de comentarista televisivo hasta que en Can Barsa le incorporaron como Director Deportivo a la sección. 

El secreto no está en la masa

Para el que le vea por la calle, jamás podrá pensar que ha sido un jugador de baloncesto. Su cuerpo enjuto y su estatura media no llamaría la atención del viandante. El misterio sólo se desvela desde una depuradísima técnica individual que le hacía dominar todos los aspectos del juego. Pedro Martínez disertaba por esa vía “Es el mejor jugador que he entrenado. Técnicamente era mucho mejor de lo que todo el mundo pensaba. El mejor fabricándose su propio tiro”. Su inferioridad física a la hora de defender a bases más altos y fuertes la compensaba desde el conocimiento, la inteligencia, la sagaz lectura de las situaciones y el dominio de los fundamentos individuales. Aún siendo vistoso, era mucho más pragmático que espectacular. 

La otra incógnita de la ecuación hay que encontrarla en su profundo amor por el baloncesto. Tuvo la suerte y el privilegio de hacer de su pasión su profesión. La ilusión perenne, la ausencia de lesiones importantes y el esmerado cuidado de su cuerpo le hizo prolongar su carrera hasta un tiempo insospechado. No me imagino cuántos entrenamientos se pudo perder o cuántos partidos dejó de disputar, pero pocos, muy pocos. Interrogado sobre el enigma de la pócima de su eterna juventud, respondía inteligente: “Hay una edad en la que dejas de mejorar físicamente y esa me llegó hace años. Pero desde entonces me he estabilizado”.

Si entramos en su comportamiento como deportista hay que ponerse de pié y quitarse el sombrero. No le recuerdo un mal gesto, ni metido en trifulcas, ni un desplante a un rival, ni una discusión con compañero o técnico. Su bonhomía traspasa el rectángulo de la cancha. Sí, Joan Creus siempre pareció un buen tipo, quizá demasiado bueno para ejercer de ejecutivo ejecutor en el actual Barcelona. Tampoco parece de los que esquilmen el mercado a diario en busca de jugadores. Igual esas labores las desarrollan otros en el club. De lo que sí estoy seguro es que en Creus, Xavi Pascual ha encontrado un aliado fiel a lo largo de los años y los jugadores de la primera plantilla una persona que empatiza con ellos, que no olvidan que ha sido cocinero antes que fraile. 

Uno de los nuestros, un grande de la historia del baloncesto español que, pese a su modestia, vivió en papel protagonista la mayor hazaña que ha conocido la Liga. 

Mil gracias otra vez y mi reconocimiento por su ayuda y dedicación a Raúl Barrera y Carlos Laínez del Espacio 2014 FEB.

El mejor jugador de la NBA era marroquí ¿o no?

$
0
0
Por entonces vivía en A Coruña. Adoro esa ciudad mecida por el viento y bañada por el encanto de sus gentes. Allí nadie se siente extranjero. Mi hermano David me visitaba por primera vez. Como todos los fines de semana nuestra parada en Casa Jesusa era obligada. El viernes nos acompañó mi amigo Manolo y mientras David y yo nos poníamos al día, él despachaba los percebes como si fueran pipas. Cuando nos quisimos dar cuenta su montón de desperdicios era como el doble de grande que el de nosotros dos junto. 

Para nuestra segunda velada Manolo nos dio cuartelillo y se debió incorporar al copeo, así que los Bravo repetimos garito. Jamás pedí nada allí. Sabino nos ponía lo que Dios le daba a entender y entre vaciles siempre le regateábamos la cuenta, dijese el precio que fuese. Que si eres un cabrón, que si te quieres montar otro bar a nuestra costa, que si nos metes el sablazo que no te atreves con los forasteros… Y así siempre. Y siempre retocaba la nota a la baja. Era nuestro santuario de risas y confidencias.

Con el correr de la cena, el gran Sabino (como acostumbraba) se sentó a la mesa. Hablábamos de baloncesto (qué raro) y, como no se podía estar callado ni debajo del agua, metió baza en la conversación: 

- El que era bueno, era ese negro alto de la NBA – suelta el artista de repente. 
- Pues Sabi, como no nos des más pistas…
- Si hombre uno muy alto que ha ganado un montón de campeonatos. 
- Joder Sabino, o afinas más o así es imposible.

Empezamos a lanzar nombres, pero no dábamos con el tío en cuestión. La siguiente pista nos terminó por descolocar:

- Si hombre uno que era marroquí.

David y yo nos miramos ojipláticos.

- ¿Marroquí? – casi gritamos al unísono.

Traté de reconducir la charla porque aquello desvariaba.

- Vamos a ver Sabi que llevamos un huevo de años siguiendo la NBA y el baloncesto ni te cuento. Y marroquís ha habido atletas de medio fondo de los buenos a porrillo, pero jugadores de baloncesto ninguno.

Y él dale que dale.

- Si hombre si es conocidísimo, si hasta hizo una película que te meabas de la risa
- ¿Una película? 

Igual nos dejó, hasta que pasados unos segundos al tabernero de Valle-Inclán se le iluminó una luz de bohemia.

- Si un tal Kareem Abdul… no sé qué.

David y yo nos miramos y estallamos en risas. Nos tronchamos, llorábamos a lágrima viva. Cada vez que nuestras miradas se cruzaban, vuelta al descojone. Las carcajadas se oían en María Pita. No sé el tiempo que nos tiramos sin parar de reir. Hubo algún paseante que se detuvo pensando, “vaya curda llevan éstos”. 

El paisano se fue a por más viandas y no se le ocurrió otra cosa cuando apareció que decir: “Pues yo no le veo la gracia”… Nos remató. Qué personaje Sabino (un día tenía las maletas a los pies de la barra, pues la parienta lo había puesto en la calle), casi tan grande como el Capitán Murdock de “Aterriza como puedas”, el creador del Skyhook, el otrora Lew Alcindor, el incomparable Kareem Abdul Jabbar. 





“Estoy sentado, señorita"

Un día después de que Jackie Robinson – el 15 de abril de 1947- rompiera barreras al convertirse en el primer atleta de raza negra en jugar la liga profesional de beisbol, Cora Alcindor daba a luz en el Hospital Sydenham de Nueva York un alargado bebé de 57 centímetros de estatura. El matrimonio Alcindor se instaló en Inwood, un distrito apacible al norte de Manhattam. Al niño, que con 6 años había contestado de esa guisa a su sorprendida maestra, le chocaba sin embargo que cada vez que visitaban al peluquero lo hacían en Harlem: en su barrio ningún barbero blanco osaba cortar el pelo a un negro. Devotos católicos llevaron al mozo a la escuela de San Judas hasta que Cora se vio en la necesidad de ponerse a trabajar y tuvieron que enviarlo a una institución de caridad, la Sagrada Providencia en Filadelfia. Lew junior era el segundo niño más alto del centro. Sólo permaneció un año allí, pues su padre ingresó en el Departamento de Policía de Tránsito y entraba más dinero en casa, pero volvió cambiado: el contacto con alumnos procedentes de los ghettos le había vuelto más áspero y había descubierto un entretenimiento nuevo, el baloncesto. Con 9 años alcanzaba el 1,62, pero “era extremadamente torpe. Cuando me pasaban la pelota me liaba y no sabía qué hacer con ella. Desde luego no era un niño prodigio”.

Fue Farrel Hopkins quién le tomó a su cuidado y le adiestró en gran cantidad de deportes. El profesor organizaba además campamentos en verano para daltónicos: esto es, sin distinciones de color. Era un “hombre blanco de mediana edad a quien yo pondría una estatua junto a los grandes integracionistas”. Maestro y alumno se quedaban un par de horas adicionales para practicar en solitario después del entreno colectivo. Hopkins desperezaba al adolescente con una natural observación: “Encestar en cosa fácil para tu altura, pero si fallas es muy ridículo”. Sólo una cosa desviaba la atención de sus andanzas adolescentes: comprobó que se agudizaban las tensiones racionales. No lo podía entender. 

En su último año en la escuela, con más de 2 metros y partidos por encima de los 30 puntos de anotación, atrajo las miradas de los medios locales y de jugadores y entrenadores profesionales. Jack Donahue le reclutó para su High School, el Power Memorial, una buena escuela donde sólo el 5% del alumnado era de color. En su segundo curso Lew promedió 19 puntos y 18 rebotes. En 4 años, las cifras de Alcindor en el centro resultaron apabullantes: 95 victorias (71 consecutivas) en 101 partidos, 3 campeonatos locales y 3 nominaciones como All American. Tenía un buen concepto de Donahue como técnico: “Nos insufló orgullo y voluntad para ganar siempre”. Su visión viraba en el ámbito personal: “Era una de esas típicas figuras deportivas de raza blanca que sólo ven a los negros atletas con propiedades, pero ausentes de toda clase de humanidad”. El día que le gritó para motivarle “¡Usted actúa igual que un negro!”, su atónico pupilo le puso una tacha que ya no le borraría jamás. 

Imbuido de una tremenda consciencia de raza, Alcindor devoró la biografía y obra de Malcon X, aceptando y compartiendo sus preceptos. Un verano acudió como instructor juvenil a uno de los campamentos que organizaba All Calloway para los muchachos de los guettos. Voraz lector, se empapó de la historia del imperio africano en el siglo XIII, donde grandes civilizaciones se asentaron en los actuales Ghana y Malí. Sus ancestros provenían de la etnia Yoruba y habían llegado como esclavos desde Haití en el siglo XVIII. En septiembre de 1963, cuatro niñas negras fueron asesinadas en una iglesia de Alabama. La escasa repercusión social de la noticia indignó a Lew y radicalizó su postura: “Comprendí que nadie se preocupaba por los negros salvo nosotros mismos. Todo lo que me habían enseñado sobre igualdad de derechos y convivencia se desvaneció”. La música aplacaba sus impulsos: tocaba el saxo tenor y frecuentaba los locales de jazz de la ciudad en los que escuchaba ensimismado a Dizzy Gillespie, John Coltrane o Thelonius Monk.

“El único entrenador que no me habló sólo de baloncesto en la entrevista”

Lew Alcindor se dio cuenta de que estaba delante de alguien especial. Los ademanes suaves, comedidos y serenos de aquel hombre del Oeste fascinaron a Alcindor. Si había tenido alguna duda entre las decenas de proyectos universitarios que se le abrieron, la conversación con aquel preparador de mirada trasparente y voz apaciguadora inclinó definitivamente la elección. Desechó la oportunidad de jugar en Michigan y se enroló en UCLA. Más adelante, lo llegó a considerar “una equivocación. El basket era bueno, pero el problema racial persistía y casi me obligó a abandonar la escuela”. Puestas todas las razones en la báscula, la bondad e inteligencia de ese hombre siempre decantaba la balanza. Ese hombre era John Wooden, el más mítico y laureado (ganó 10 títulos en 12 años) entrenador universitario. 

Wooden destinaba la media hora previa al primer entrenamiento del curso a enseñar a sus jugadores cómo ponerse los calcetines y atarse las zapatillas con el fin de evitar ampollas. Era honesto y recto: no permitía tacos, desconsideraciones a rivales o árbitros ni impuntualidades y prohibía el aspecto desaliñado o el pelo largo. En cierta ocasión, Bill Walton (su jugador de referencia en los 70) se presentó al entreno con barba y bigote. Al ser preguntado, alegó que estaba en su derecho y que creía firmemente en ello. El entrenador sin perder la calma también se pronunció: “Muy bien Bill, admiro a la gente que tiene creencias tan sólidas y las defiende con todas sus consecuencias. Vamos a echarte mucho de menos”. El joven quedó estupefacto, pero no lo dudó y se afeitó en el acto. Sus detractores lo acusarían de dictador, pero sus pupilos lo adoraban. Cuentan que mantenía contacto fluido con 172 de los 180 chicos que a lo largo de su dilatada carrera (27 años en UCLA) había tenido a sus órdenes. 

Wooden era sencillo y práctico. Censuraba por ejemplo el dribling por detrás de la espalda o entre las piernas. “El verdadero talento proviene de las cosas simples bien hechas: buena defensa individual y lanzar de la forma más cómoda posible”, citaba su credo. Contra la costumbre establecida, nunca permitió que una camiseta de su equipo fuera retirada: ¿Qué pasa con los chicos que llevaron ese número anteriormente?, argumentaba categórico. En su “Pirámide de Éxito” recogía los valores y fundamentos básicos a seguir cada temporada. Sus ideas de colaboración, disciplina, espíritu de equipo, compromiso o responsabilidad, siguen plenamente vigentes, son estudiadas en las principales escuelas de negocios e implantadas en las empresas y multinacionales. 

Tras obtener los títulos del 64 (con un quinteto en que ningún jugador superaba el 1,95) y 65 (con 42 puntos de Goodrich en la Final), Wooden incorporaba a Alcindor. En la época existía la prohibición que impedía competir oficialmente a los freshman (jugadores de primer año). A Wooden no se le escapó el talento de éstos cuando los novatos en un partido de pretemporada ganaron (75-60) al equipo titular con 31 puntos y 21 rebotes de su próxima figura. El año de espera le sirvió para perfeccionar los movimientos al poste bajo la tutela de Jay Carty, un 6 pies y 8 pulgadas que había sido estrella en Oregon. 

En el estreno oficial Lew deslumbró con 56 puntos (23 de 32 en el tiro) en la victoria 105-90 sobre USC. El siguiente rival, Duke le sobremarcó y “sólo” hizo 19 puntos en un nuevo repaso 88-54. Esa fue la tónica general: o anotaba una barbaridad (frente a Washington elevó la marca a los 61 puntos) o con su meridiana lectura de juego ponía el balón al compañero mejor situado para un lanzamiento cómodo. Sus promedios resultaron brutales: 29 puntos, 15,5 rebotes y un acierto del 68,3% en el tiro. En las semifinales en Lousville, le esperaba Elvin Hayes que le trató de intimidar: “¡Vigile esto!”, le decía señalándole la pelota como si le fuera enseñar a jugar, pero no se arredró y le plantó 5 gorros para un resultado (73-58) sin paliativos. Dayton en la final tampoco fue rival (79-64). Un cinco de pipiolos, con 4 sophomores (Alcindor, Allen, Heitz y Shackelford) y un junior, Mike Warren, famoso en el futuro por su papel de policía en “Canción triste de Hill Street”, más dos reservas de garantías (Sweek y Nielsen) obtuvieron el campeonato del 67 permaneciendo invictos (30-0). 

“El partido del siglo”

Hayes no se tomó bien la derrota y se despachó con acidez en Sports Illustrated contra Alcindor: “Él no es bastante agresivo en los tableros, particularmente en la ofensiva. Defensivamente está inactivo y no reacciona cuando está apurado”. La rivalidad estaba servida y el reencuentro no iba a tardar en llegar en la temporada siguiente. Ocho días antes del choque Lew sufrió un golpe en la córnea frente a California. Se retiró del partido con 44 puntos y no pudo disputar los dos siguientes. Permaneció con el ojo vendado en una habitación sin poder siquiera entrenar. Las ansias le hicieron jugar en un abarrotado Astrodome de Houston (55.000 personas), pero a los 5 minutos estaba agotado y con serios problemas de visión. Muy disminuido, anotó 4 lanzamientos de 18 intentos para 15 tantos y fue un muñeco en manos de Hayes, que se fue hasta los 39 puntos. Con todo, la diferencia fue pírrica (71-69). La prensa se ensañó, pero Wooden no daba su brazo a torcer: “Pese a lo visto, no cambiaría a Alcindor por Hayes”. 

La irritación ocular provocó en Lew visión doble y distorsión de la profundidad, más la afrenta deportiva le causó un hondo afán de revancha. Colocó un poster de su rival en la puerta de su habitación e instó a su entrenador para que le diese entrada en los dos próximos encuentros. Boston College y Holy Cross (de su antiguo entrenador Donahue) en el Madison pagaron los platos rotos: aún fuera de forma, a unos les hizo 28 puntos y a los otros 33. Como la venganza se sirve fría, UCLA asestó una despiadada paliza a Houston (101-69) en las semifinales de la NCAA con una excelente defensa, box and one y la extenuante zona press tras canasta que dejaron a Hayes hecho un guiñapo (10 puntos). “Simplemente quisimos enseñarles algunos buenos modales a esa gente”, agregó relajado Alcindor. Tras anotar 47 tantos salió del vestuario con sus coloridos ropajes africanos ante la divertida mirada del coach Wooden. En la final, North Carolina tampoco pudo oponer demasiada resistencia (78-55) ni limitar al monstruo (otros 34 puntos). El dominio abrumador de la criatura era tal que llevó a la NCAA a vetar el mate, cuyo uso no se restableció hasta 1976. Algún periódico renombraba el torneo como el “UCLA Invitational”. Durante una década la Liga Universitaria fue un territorio labrado en régimen de monocultivo. 

“Generoso y poderoso sirviente de Alá”

En el verano del 68, se convirtió a la religión islámica -rama sunita- bajo el adoctrinamiento de Hamaas Abdul-Khaalis, cambió su nombre a Kareem Abdul Jabbar, aunque no lo hizo público hasta 1971, y renunció a los Juegos Olímpicos de Méjico arguyendo “no me sentía parte de un país en el que los negros sólo podían obtener celebridad en los deportes y similares, pero eran claramente perjudicados en el resto”. 

En la primavera del 69 caía el tercer título universitario consecutivo. Alcindor se despidió de la competición con 37 puntos en el aplastamiento (92-72) sobre Purdue y un bagaje de 88 victorias y 2 derrotas, amén de dos trofeos al mejor jugador universitario del año y tres como el más valorado del torneo final y su licenciatura en Filosofía. El respetabilísimo Adolf Rupp de Kentucky se había columpiado en sus vaticinios, pues le había comparado cuando accedió a las aulas con Wilt Chamberlain, que se fue de vacío en su etapa en Kansas. 

Los profesionales le esperaban. Los Harlem Globetrotters le tentaron con una suculenta oferta de 1 millón de dólares y resultó elegido con el nº1 del draft tanto de la NBA (Milwaukee Bucks) como de la ABA (New York Nets). Tomo la decisión: adquirió un Cadillac Coupé de Ville para “estar más presentable y hacer un poco más de ruido a mis vecinos de Milwaukee”. 

Su impacto en la NBA fue devastador. La franquicia que venía de un estreno en la Liga con 27 victorias y 55 derrotas mutó su inercia (56/26). Sus 28,8 puntos y 14,5 puntos le hicieron acreedor del premio al rokkie del año. Los Knicks, a la postre campeones, les dejarían en el camino en las finales de Conferencia (4-1).

Big O

En la siguiente campaña, 70-71, los directivos de la ciudad cervecera tiraron la casa por la ventana y firmaron, procedente de los Cincinnati Royals, al mejor base del momento, el gran Óscar Robertson. Algún periodista dio el titular perfecto: “Ha llegado la combinación KO a la ciudad”. Si alguien tiene dudas sobre quién es el jugador más completo de la historia, igual le ayude saber que hasta hoy Robertson es el único jugador en promediar un triple doble durante una temporada. Fue en la 61/62 cuando alcanzó los 30,8 puntos, 12,5 rebotes y 11,4 asistencias. Cerró su carrera con 181 triples dobles.

Larry Costello ensambló un gran conjunto que aunaba pragmatismo y plasticidad, culminando con el mejor registro la “regular season” (66-16). En las eliminatorias se pasaron por la piedra a los Warriors (de Nate Thurmond –el jugador que mejor le defendía- y Jerry Lucas) y a los Lakers (de West, Baylor y Chamberlain). En la final avasallaron 4-0 a los Baltimore Bullets (de Wes Unseld). El poste y el base de 33 años no dejaron escapar la oportunidad y anotaron con apetito, 30 y 27 puntos respectivamente, a lo largo de la serie. Un día después de obtener el campeonato hizo oficial su nuevo nombre, Kareem Abdul Jabbar, y se casó con Janice Brown –Habiba-, sin que sus padres acudieran al evento. La peregrinación a la Meca supuso la luna de miel de la pareja, que dos años después y con dos hijos de por medio, se separó. Los otros dos matrimonios de Kareem también fracasaron. 

En los tres años posteriores Lakers y Warriors los dejaron fuera en las eliminatorias. Con los Celtics la Final cobró tintes épicos. Con 2-3 los Bucks se repusieron en el Garden: Jabbar finiquitó la segunda prórroga con un skyhook. En Milwaukee, los de Boston se agarraron a la historia y a un inconmensurable Dave Cowens para engarzarse un nuevo anillo en el 74. 

Robertson muy diezmado por las lesiones se retiró y Kareem, enrabietado tras sufrir su enésimo golpe en sus ojos, se rompió la mano al descargar un puñetazo sobre el soporte de la canasta en uno de los encuentros de pretemporada. El desastroso inicio (3-16) sin su estrella marcó el devenir del curso y el equipo no entró en los play offs. Una imagen se hizo familiar en su regreso a las canchas, la de Kareem y sus gafas, que si en el modelo primitivo simulaban las de un buzo, en el ya perfeccionado (y luego copiado por James Worthy) resultaban más parecidas a las de un aviador. Sus googles, serían el símbolo totémico que le acompañaría (salvo en un breve lapsus en Los Ángeles) hasta el final de su carrera. Sin embargo, los buenos tiempos tardarían mucho en volver a la joven franquicia. 

El gran traspaso

Tras 6 temporadas, unos números siderales -30,4 puntos, 15,3 rebotes y 4,3 asistencias- y agradecido a un público que siempre le trató muy bien, Kareem pide que le traspasen. Vive un momento personal complicado, separado de su entorno familiar –mujer, hijos y padres- e impactado por la condena a 55 años de cárcel de Hamaas (su líder espiritual, que había vengado el brutal asesinato de sus cuatro hijos y dos nietos). Buscaba una ciudad que satisfaciera sus inquietudes culturales y religiosas, o Nueva York o Los Ángeles. Los Knicks le obviaron, los Lakers (últimos de su División) vieron el cielo abierto y entraron en un traspaso múltiple en el que aportaban 4 jugadores. 

En el estreno, sus estadísticas (27,7 puntos, 16,9 rebotes y 5 asistencias) le harían MVP, pero quedaban de nuevo relegados de las eliminatorias por el título. Bill Sharman, que había dado a los amarillos el título del 72, ascendió la temporada siguiente del banquillo a la dirección general. Cook, el dueño, y West, el mito, limaron asperezas y éste ocupó la plaza de entrenador. Fue el año de la desaparición de la ABA, de su draft de expansión y de una oportunidad única que los Lakers desaprovecharon: fichar a Julius Erving. Sí, porque cuatro franquicias –Denver Nuggets, San Antonio Spurs, Indiana Pacers Y New York Nets- se adherían a la NBA. La Liga les exigía un canon de más de tres millones de dólares, por lo que algunos se vieron obligados a vender a sus estrellas. Éste fue el caso de los Nets, pero West no fue capaz de convencer a Cook y el Doctor J terminó en Filadelfia para inmensa alegría de los hinchas de los Sixers. El giro tampoco dio el resultado apetecido para los angelinos y los Blazers de Bill Walton (a la postre campeones) les humillaron (4-0) en semifinales de conferencia. 

Los Lakers y la Liga entraron en un bucle de mediocridad y violencia. Kareem fue protagonista principal de una pelea que le dejó 20 partidos en el dique seco (se fracturó la mano al golpear Kent Benson) y figurante en la mayor agresión vista hasta entonces (su compañero Kermit Washington noqueó de un puñetazo a Rudy Tomjanovich en plena gresca que estuvo a punto de terminar con la vida de éste). Los focos ganadores apuntaron a dos escenarios de escaso glamour y parca historia, Washington (y sus Bullets) y Seattle (y sus Supersonics). La NBA vivía entre tinieblas, se la relacionaba con drogas, escándalos y agresiones. Las audiencias televisivas cayeron hasta el punto de que las finales se daban en diferido. Y en esas estaban hasta que apareció…

Una parejita que cambió la historia

Porque eso fue lo que hicieron Larry Bird y Magic Johnson. Boston había arriesgado con el de Indiana al haberlo elegido el año anterior y guardar 12 meses de espera. A los Lakers les cayó la lotería: sus intercambios con los Jazz les había otorgado una primera ronda y sortearon con los Bulls quien se llevaba el premio gordo. Al nuevo propietario, Jerry Buss, le vino un Dios Mágico a ver, Earvin Johnson. Con ellos dio comienzo una de las rivalidades más sanas y enconadas que se recuerdan, el baloncesto como espectáculo (showtime) o como una manera de ser (el clásico orgullo céltico). Esta vez la bipolarización disparó los shares. 

Pero el advenimiento de Johnson no cayó igual en todos los ámbitos de la franquicia. La atención acaparada y el excelso sueldo generaron no pocos recelos. Norm Nixon veía peligrar sus minutos en cancha y Kareem, hermético y distante con prensa y público como si se hubiera tragado una estaca, mostraba un pronunciado desdén hacia el nuevo. Éste gozó de la confianza del nuevo técnico, Jack McKinney, que preconizaba un juego veloz que a Magic le venía de perlas. Un gancho de Jabbar dio la primera victoria a la franquicia; Earvin saltó alborozado sobre su compañero, que le aplacó el entusiasmo, haciéndole ver que restaban aún otros 81 por jugar. Un triste accidente en bicicleta de McKinney, aupó a su ayudante Paul Westhead a la plaza de titular. Mientras, Magic fue ganándose el respeto de sus compañeros. Lakers y Sixers dirimieron una de las finales más recordadas. Tras 4 encuentros la eliminatoria estaba igualada a 2. Kareem se había adueñado de la pintura, pasando de los 30 puntos en los 3 primeros choques. Del cuarto ha quedado para la videoteca la bandeja a canasta pasada del Doctor J, escondiéndoles el balón al propio Jabbar y a Landsberger (la jugada sirvió de soporte publicitario en el anuncio de la colección Mi Baloncesto de Díaz Miguel). Otra galaxia. El quinto deparó otra actuación portentosa (33 puntos) de Kareem, que sin embargo se dañó la rodilla y no pudo acudir al sexto en Filadelfia. Westhead se devanó los sesos y preguntó a su novato si había jugado alguna vez de pivot. Earvin le contestó que en el Instituto. El resto es historia: Magic se merendó a los Sixers (42 puntos, 15 rebotes y 7 asistencias) desde todas las geografías de la cancha, obtuvo el MVP (que en justicia debería haber recaído en Jabbar) y su primer anillo con los profesionales. No tantos evocan al elegante James Wilkes, escudero capital aquella noche (37 puntos, 10 rebotes).

El siguiente doblez en el calendario tenía un trébol tintado de verde. El ingenio de Auerbach condujo a Robert Parish y a Kevin McHale a Boston. A los Rockets les vino grande su primera gran cita con los dioses. Larry Bird abría sus vitrinas orgulloso. 

La temporada 81-82 reforzó el liderato y el poder de Magic en la franquicia que le ofreció un contrato vitalicio (25 millones de dólares por 25 años). Johnson echó literalmente al entrenador Westhead: “o él o yo”. Así Pat Riley corrió un puesto en el banquillo. Kareem agraviado, obtuvo una sensible mejora de contrato, a razón de 1,5 millones por año. Riley ganó pronto crédito como estratega y motivador. El trabajo duro y desprendido bajo los tableros de Kurt Rambis cosechó el favor de la grada y la reubicación de una estrella como Bob McAdoo (16,7 puntos en los play-offs) resultaron decisorias en el nuevo anillo. 

A uno de los más grandes, al rey del mate, le llegó su momento de gloria en la 82-83. A pesar de que los amarillos se verían reforzados con otro número 1 en el draft, James Worthy, el trono tenía un nombre: Julius Erving y sus Sixers. Enorme también Moses Malone en un resultado que no deja dudas: 4-0.

Paradójicamente el incendio que en el 83 devastó su casa y echó a perder su maravillosa colección de discos de jazz (tenía más de 3.000) dulcificó el agriado carácter de Kareem. Conocida la noticia asistió asombrado a una honda muestra de solidaridad: desde todos los puntos del país gentes anónimas le hacían llegar los más variopintos vinilos. La sensación de desafecto que tenía de los aficionados se evaporó y el mutuo desaire se desvaneció. Tuteló la incorporación de un rookie local, que daría días de gloria, el finísimo Bryon Scott, que junto a Michael Cooper, se erigiría en la gran amenaza exterior angelina. Worthy no tardó en establecerse en la élite de aleros altos. Magic, listo como pocos, fue ganando espacio con el tiempo en el corazón de Jabbar: cuando jugaban en Detroit, Earvin invitaba a todo el equipo a cenar en casa de su madre; otro buen día, el base le pidió que le adiestrara en la suerte del gancho, y el baby-hook ganó un campeonato. A Kareem no se le escapaban los dotes de liderazgo del base, que combinaba palo y zanahoria entre sus colegas: máxima exigencia competitiva y una sonrisa perenne y desbordante. Quedaba tan lejos el día que un muchacho de 11 años se le acercó en Detroit para que le firmara un autógrafo “Para Earvin, por favor” y el gigante no le hiciera el menor caso…

Lakers-Celtics

La serie del año 83-84 restableció una vieja rivalidad hasta entonces siempre teñida en verde. La cacerolada en la noche bostoniana provocó el insomnio y el cabreo de Kareem que con motivación extra (y 32 puntos y 8 rebotes) sisaba la ventaja de campo. Los célticos contra las cuerdas se agarraron a su orgullo para equilibrar la eliminatoria después de una prórroga. Las duras palabras de Bird “hemos jugado como novicias” tras el vapuleo en Los Ángeles (137-104) elevaron el tono físico del cuarto partido y los visitantes inclinaron el marcador nuevamente en el tiempo extra. De regreso a Boston, en el Garden se “estropeó” el aire acondicionado y la calefacción enfangó a los de California: “corríamos con los pies metidos en barro”, declararía Jabbar. En el Forum, el exaltado público llevó en volandas a los suyos para restablecer las tablas (con 30 puntos de Kareem). El desenlace cobró tintes épicos en medio del ambiente más “álgido” que probablemente se haya vivido: las aficiones habían cobrado especial protagonismo a lo largo de los días (las caceroladas en los hoteles, las increpaciones a los jugadores, los lanzamientos de objetos y bebidas, los abucheos constantes, los “delicados” recibimientos en los aeropuertos que provocaban atascos kilométricos que retrasaban la llegada del autobús visitante). En ese maremágnum, los Celtics apelaron a su espíritu defensivo para alcanzar su decimoquinto título. La historia se repetía: los Lakers caían por octava vez en las finales frente su eterno rival. 

La mecha estaba prendida. Durante la pretemporada Riley empinó sobremanera el grado de agresividad defensiva del equipo. Dureza y concentración serían vocablos de cabecera. Mismos protagonistas en un desafío sin prisioneros. De estreno la “Masacre de Boston”, 148-114 para los del Este. La derrota escoció y la espera, plena de autocrítica, se hizo muy dura. Kareem pidió excepcionalmente que les acompañara su padre en el autobús del equipo y la medida vaya si le ayudó (30 puntos, 17 rebotes, 8 asistencias y 3 tapones). Cooper apuntaba (6 de 7 triples vio el aro como una piscina) y se restituía la igualdad. Los Lakers ganaron dos de los tres partidos, para adelantarse (3-2) y disfrutar de una doble oportunidad en cancha ajena. Magic olió sangre en las cansadas piernas de sus oponentes y aceleró el ritmo, Cooper limitó las prestaciones de Bird y Jabbar (MVP de las finales con 38 años) se movió en sus cifras (29 puntos). Los de oro y púrpura rompían la maldición.

Los Rockets de las emergentes Torres Gemelas (Sampson y Olajuwon) evitaron una nueva reedición del clásico. Los Celtics con la incorporación de Bill Walton hicieron espacio en su sala de trofeos. Así hubo que esperar a la 86-87 para vivir el último episodio del apasionado enfrentamiento. Los Lakers hicieron los deberes en casa para ponerse dos partidos por delante. En Boston cobraron una ventaja decisiva al hacerse (después de un baby gancho de Magic) con uno de los tres partidos. En el regreso a casa no desaprovecharon la primera opción para echar el candado al campeonato (Jabbar con 40 “palos” hacía otros 32 puntos). Bird caballeroso honraba a su rival: “Es el mejor equipo contra el que nunca había jugado”. K.C. Jones ponía el dedo en la llaga sobre Kareem: “Ha estado acabado los últimos años, lo que pasa es que alguien se olvidó de decírselo”.

En las celebraciones Riley se había tirado el pisto “El año que viene repetiremos, lo garantizo”. Durante meses sufrieron una plaga de de lesiones. Así les costó horrores alcanzar la final. Con los Jazz y los Mavs llegaron al séptimo partido. “Para disputar el título hay que eliminar a los Lakers. Es difícil, pero nos ayudaría que Kareem se retirara de una vez”, declaraba entre compungido y admirado Rolando Blackman. Esperaban los rocosos Pistons que con ventaja 3-2 estuvieron en un tris de engastarse la preciada argolla. Un cojo (esguince de tobillo de caballo) Isiah Thomas realizó uno de las actuaciones más portentosas que me viene a la mente con 25 puntos en el tercer cuarto (para concluir con 43), pero Byron Scott con una suspensión y Jabbar con 2 tiros libres sellaron el empate. En el séptimo, Worthy (36 puntos, 16 rebotes, 10 asistencias) fue el héroe del undécimo campeonato y, por ende, el MVP. Jabbar entró en el vestuario para consolar a los perdedores: “Esta vez no ha podido ser, pero algún día seréis campeones”. Premonitorio, no hubo que esperar mucho. En la siguiente temporada (que supuso la despedida de Kareem), los de la ciudad del automóvil cumplieron el presagio. Los Lakers echaron de menos a Magic y a Scott lesionados y, pese a una penúltima prestación estratosférica del 33, caerían en la idéntica final sin conocer la victoria. Riley apresó la última camiseta que se enfundó su ídolo y se la llevó a su casa, declarando rendido “Es el mejor atleta que ha pisado la faz de la tierra”. Ese curso, la visita de los Lakers supuso un reconocimiento multitudinario de los aficionados de cada una de las franquicias profesionales al jugador que más puntos ha anotado en la historia de la Liga (resulta anecdotico, sin embargo, que no lograra acertar ninguno de los 15 lanzamientos triples que intentó). En LA sus compañeros se cobraron todas juntas las bromas pesadas del veterano y le cortaron en cachitos sus pantalones vaqueros predilectos. Preguntado sobre el mejor jugador contra el que había jugado no tuvo dudas: Earl “The Goat” (la cabra) Manigault, la leyenda de los playgrounds neoyorkinos.

Su sky hook

Cuentan que para el homenaje a Kareem, los jugadores que acudieron debían cumplir dos requisitos innegociables: colocarse las gafas del mito y tirarse un sky hook. Sobre el lanzamiento que patentó y universalizó para la posteridad “Un día recogí un rebote en el borde derecho de la zona. Me moví al centro y con la mano derecha lancé un gancho. La pelota no entró, pero comprendí que había encontrado mi jugada de forma natural”, Tree Rollins no ocultaba su desánimo “Cuando lanza su sky hook ni intento taponarlo. Una vez le bloqueé uno y luego anotó siete seguidos”, mientras que Olajuwon nunca olvidará el día que consiguió taponarlo “Estuve varios minutos pensando que había hecho algo imposible”. El temor reverencial, casi bíblico, que infundía en sus oponentes, lo resume Pat Ewing “sólo te quedaba rezar”. En los 80 circulaba un chascarrillo que decía “Hasta que no hayas olido la axila de Jabbar no sabrás lo que es este deporte”. 

Debió de juntar plata para copar un galeón, pero su agente, Tom Collins, le fue madrugando sus dineros y le condujo a la bancarrota. Repuesto del varapalo financiero, ha continuado practicando el yoga y las artes marciales (hasta rodó una película con Bruce Lee), se ha mostrado como un erudito presentador de programas musicales radiofónicos, ha cultivado su faceta humanitaria con su Fundación, escrito algunos libros y adiestrado a los hombres altos de Clippers, Sonics y Lakers.

Pasarán muchos años y algún curioso revolverá en el desván de las hemerotecas. Comprobará boquiabierto el expolio de títulos y trofeos que jalonó la dilatada carrera de Kareem. Muchas de sus marcas pervivirán como hazañas intergeneracionales que escapan a cualquier época. Si acude al video cotejará el muestrario de habilidades clásicas, universales e intemporales compatibles con cualquier táctica y tiempo que hicieron de Jabbar un jugador único. 

De momento, en 2011 Kareem le ha lanzado su gancho retador a la leucemia, que como sus rivales no ha podido hacerle frente. Y ahí sigue.

Mi nuevo agradecimiento a Raúl Barrera y Carlos Laínez por hacerme sentir en la Fundación Pedro Ferrándiz Espacio 2014 FEB como en casa.

Selección Femenina, el secreto de su éxito

$
0
0

A unas horas de disputar el partido más importante de su historia, ahí van los motivos (mis razones) que nos han llevado a la final mundialista:

1. De la cantidad sale la calidad: es el deporte femenino con más fichas federadas.

2. La ilusión de miles de niñas en un deporte que no les dará de comer, pero que las devolverá con creces en amigos y experiencias todas las horas invertidas.

3. La dedicación de miles de colegios y clubs con apenas ayudas institucionales y corporativas.

4. El trabajo callado de miles de entrenadores anónimos con horas dedicadas a los fundamentos individuales y al esfuerzo colectivo.

5. El pasado: Rosa Castillo, Marisol Paino,Anna Junyer, Roser Llop, Blanca Ares, Ana Belén Álvaro, Mónica Messa, Wonny Geuer, Betty Cebrián, Laura Grande, Marina Ferragut, Ana Eizaguirre, Patricia Hernández, Rocío Jiménez, Carolina Mújica, Clara Jiménez, Loli Sánchez, Nieves Anula, Amaya Valdemoro, Anna Montañana, Elisa Aguilar… Tantas. Sin ellas, nada hubiera sido posible.

6. El presente: nuestras jugadoras son importantes en los mejores equipos de Europa, cumplen papeles fundamentales. 

7. El futuro: vienen niñas acostumbradas a ganar. Regresan a Barajas todos los veranos con el atrezzo singular de las medallas. ¡Y qué bien les quedan!

8. Focos: Canarias, Vigo, Salamanca, Zaragoza, Valencia, toda Cataluña, Madrid, la extensa Andalucía… Tantos.

9. El seguimiento federativo. Fundamental en la búsqueda, desarrollo y crecimiento de talentos. Aglutinador de esfuerzos y creador de ilusiones. 

10. El físico. Ahora nuestra 3 está por encima del 1,90 y nuestras pivots superan el 1,95. No sólo tiramos de garra y calidad, podemos competir físicamente. 

11. Cuadro técnico capaz. Desde tiempos inmemoriales. Desde José Luis Méndez a José de Lluis, José María Solá, Chema Buceta, María Planas, Manolo Coloma, Jordi Fernández, José Ignacio Hernández, Evaristo Méndez, “Cholas” Rodríguez, Mingo Díaz hasta Lucas Mondelo.

12. Renovación continua .Los roles secundarios son ocupados por chicas jovencísimas que apuntan alto y vienen pisando fuerte y ganando espacio desde abajo. Van entrando sin prisa, pero sin pausa y nadie repasa el DNI a la hora de darlas cancha. 

13. La calidad individual. Nuestras jugadoras más brillantes copan los títulos MVP en las categorías inferiores. 

14. El gen competitivo: Nuestras chicas tienen hambre, nacieron y se hicieron para ganar y ni las cansa ni las empacha. 

15. La fe. No hay complejos, ni excusas, ni límites. Juegan como un conjunto sin fisuras y lo reflejan desde la presentación de los equipos. Vuelan para socorrer a la compañera que se ha caído, solicitan el perdón inmediato tras un error, vociferan involucradas en los tiempos muertos. Señales de alegría, concentración e ilusión. Así no siempre se gana, pero allana el camino. 

Un ruego: que el éxito sirva de llamada a instituciones y empresas. Mola el basket, engánchense al baloncesto femenino. No importa que se suban tarde a caballo ganador, pero súbanse al carro. Que la gesta no quede en 30 segundos del Telediario, 4 entrevistas de radio y 3 artículos de periódico. Hay que revertir la situación de la famélica y raquítica Liga Femenina. Lo de ahora es un milagro que tiene que perdurar. Hagan un esfuerzo y que no sea de boquilla. 

ORGULLOSOS. Pase lo que pase hoy, GRACIAS POR HACERNOS SOÑAR. ¡Ah! No me creo que os vayáis a conformar con la plata. En vosotras no me lo creo. UN PASO MÁS SERÍA LA LECHE. GRACIAS. 

Bird-Magic, el inicio de la rivalidad

$
0
0

Él no lo recordará, pero yo evoco el momento nítido. Un buen día de finales de los 70 apareció por casa mi primo Pablito. Venía de Nueva York, a dónde había marchado con su amigo Pipe para buscarse la vida. Siempre espléndido y de verbo fácil, mientras nos contaba las bondades y desventuras de la gran ciudad, inició la ceremonia de reparto de regalos. Mi obsequio le pudo parecer nimio, no sé la cara que puse, pero me abrió un nuevo mundo. Enterado de mis primeros encestes en el colegio (Claret, claro), me trajo una revista de baloncesto norteamericana. La portada me cautivó: dos jugadores noveles, uno blanco y otro negro, posaban sonrientes. Mi primo, avezado consumidor de deporte, se explicaba “Dice la prensa que estos dos tíos van a cambiar la historia del baloncesto. A uno le auguran el reinado con los más grandes, los Celtics. El otro juega de base con 2,06 metros de estatura, le llaman Magic por las cosas que hace con el balón y comparte equipo en los Lakers con el gran Kareem Abdul Jabbar”. Con 10 años nunca había oído hablar del trío de marras, ni tampoco de un chico jamaicano con tremendo porvenir como center sobre el que también se detenía la publicación, Pat Ewing. Creí que exageraba: un base con la altura de un pivot…, un blanco que dominaría un mundo copado por los negros…, pero no se equivocó.
Fue la primera revista de baloncesto que entró en mi casa. Después vendría mi añorado Nuevo Basket, mis Gigantes, Basket 16, etc. A saber dónde está. Supongo que en alguno de los zafarranchos de limpieza que organizaba a traición mi querida madre, terminaría en el cubo de la basura con algún jersey viejo o unos vaqueros rotos. 

Hoy toca zambullirse en los antecedentes y prolegómenos del choque que viró el rumbo de este deporte y que alimentó la más enconada y sana rivalidad, la que devolvió a la militancia a los aficionados, que de meros espectadores ocuparon lugar en las trincheras. A partir de esa final universitaria de 1979 ya nada fue igual. La Liga Profesional vagaba como alma en pena, boqueaba demandando oxígeno entre escándalos de violencia y drogas, las franquicias perdían pasta a espuertas y las finales no se retransmitían en directo por televisión para todo el país. El aterrizaje de dos veinteañeros alumbró un tiempo diferente, único. Entre ambos sólo dejaron escapar dos anillos en la gloriosa década de los ochenta: el de los Sixers del 83 y el de los Pistons del 89. Su legado tiene un valor incalculable para el resurgimiento y la salud de un deporte que se pudría y un negocio con serios visos de echar el cierre. La prensa publicitó a dos personajes más parejos que distintos. Cierto es que uno era alegre y extrovertido, de raza negra y ademanes de showman en Los Ángeles; mientras que el otro, blanco, hermético y taciturno, abandonaba su timidez para convertir canastas, los medios le daban sarpullidos y representaba el clasicismo, la sobriedad y el orgullo de Boston. Inventariaban todos los fundamentos del juego, adivinaban los resortes que levantaban los graderíos y a su divisa ganadora sumaban el arte de seducir. Juntaban alma y brillo. Ahí eran calcos, desde el respeto al reglamento y al contrario, podían morir por una victoria o matar por ella, igual les daba. 

Éste es el camino que nos llevó hasta la noche del 26 de marzo de 1979, en el partido más visto de la historia del baloncesto estadounidense (la NBC obtuvo una audiencia del 24,1%).

Indiana

Sobre la íntima relación de Indiana con nuestro deporte suelen lanzarse dos viejas proclamas. La primera, anónima, reza “En 49 estados es sólo baloncesto… Pero esto es Indiana”. La segunda pertenece al mítico Bobby Knight “El baloncesto es posible que se inventara en Springfield, pero se creó para jugarse en Indiana”. 

Exactamente 15 años después de que los japoneses atacaran Pearl Harbor el 7 de junio de 1941, en una de las mayores tragedias bélicas de la historia de Estados Unidos, venía al mundo Larry Bird en West Baden Springs. El minúsculo pueblo, apenas distingue sus linderos del anejo French Lick. Ambos pertenecen al condado de Orange County, una de las zonas más pobres del Estado de Indiana. El cuarto de los seis hijos del matrimonio formado por Joe Bird y Georgia Kerns se crió a caballo entre ambas pedanías que incluso comparten instituto. “Yo no sabía que había gente que ganaba millones de dólares. Ignoraba que en el resto del país todas las familias tenían un auto. Estaba en una burbuja entre gente que conocía. Pensaba que viviría allí siempre”. Larry nunca renegó de su lugar en el mundo “Fui muy afortunado porque crecí en un pueblo de menos de dos mil habitantes, en el que teníamos 9 canchas de baloncesto”. La familia vivía con lo justo. Joe, antiguo veterano de Corea, no digirió los desastres de la guerra y a menudo diluía sus fantasmas en alcohol. Saltaba de trabajo en trabajo, mientras sus chicos, con fama de problemáticos, andaban continuamente en líos y pequeñas peleas. Larry pasaba las horas tirando a canasta en una cancha ubicada en mitad del camino que subía a la colina. Sólo había otra cosa que prefería hacer antes que encestar: ir de pesca con su padre. 

Amaba el beisbol, pero jugaba al fútbol americano hasta que se fracturó la clavícula. En su segundo año en Springs Valley High School, el entrenador Jim Jones lo acantonó para el basket. Ni siquiera la rotura de un tobillo por tres sitios lo despegó del balón naranja. Su hermano Mark había sido una estrella en el instituto y Larry continuó su camino de la mano del entrenador Jones primero, que alimentaba un concepto multidimensional “existen muchas otras cosas además de anotar”, y su ayudante Gary Holland (más inclinado a un esquema más libre) después. El espectacular último año de Larry, 31 puntos y 21 rebotes de media, atrajo las miradas de los principales reclutadores universitarios. Bird se mostró especialmente ilusionado con la visita del entrenador de Kentucky, Joe B. Hall, pero se llevó un chasco al considerarle “sin salto y demasiado lento”. Las grandes del estado, Purdue e Indiana, pusieron sus ojos en el rubio, pero la que quizá mostró más interés fue Louisville con Denny Crum al frente. La llegada de Bobby Knight y posteriormente de tres de sus jugadores (Kent Benson, Steve Green y John Laskowski), terminaron por decantar al muchacho, que firmó por la victoriosa Universidad de Indiana (sus vitrinas actualmente albergan 5 títulos NCAA) donde estudió la leyenda olímpica de la natación (7 medallas de oro en Munich), Mark Spitz.

24 días duró en el inmenso campus de Bloomington, al que llegó con apenas dos mudas y 75 dólares. Desde el principio se notó extraño y supo que aquello no iba a funcionar. Las dimensiones del centro, con más de 33.000 estudiantes, le agobiaron. “En una clase podía meterse la mitad de West Baden”, llegó a afirmar más tarde. Tampoco ayudó el trato dispensado por los veteranos: Kent Benson amargaba la vida a los novatos (Larry bien que se lo hizo pagar en sus enfrentamientos en profesionales) y Scott May y Bobby Wilkerson le humillaron en una pachanga. Mientras, Knight estaba a lo suyo, en “una de mis mayores equivocaciones como entrenador”. Bird tomó su exiguo petate y deshizo las 65 millas de vuelta a su reducido paraíso rural en auto-stop. De todas maneras, la historia no les iría mal a los Hoosiers, pues en 2 años sólo perdieron un partido, obtendrían un título y 6 de sus componentes arribarían a la NBA.

Su madre se tiró un mes sin hablarle y encontró trabajo en la gasolinera y en el servicio de limpieza y recogida de basuras del ayuntamiento. Entrenaba en solitario y se enroló en equipos de ligas menores. Sus padres se habían divorciado y Joe se retrasaba en los pagos de manutención. La policía le avisó y el antiguo combatiente no aguantó más. El 3 de febrero de 1975, llamó a su mujer para decirla que estarían mejor sin él y se suicidó de un tiro en la cabeza. Larry perdió a su mejor amigo, su referencia (jamás olvidaría el día que su progenitor con un tobillo roto se calzó las botas y se fue a trabajar), pero silenció su tristeza: “Me enojé porque pensaba que nos había traicionado al dejarnos cuando las cosas estaban más difíciles… pero él tenía sus razones también; hizo lo que tenía que hacer”.

Los ojeadores (más de 50) regresaron al “Valle” recibiendo el rechazo de los Bird. Fue Bill Hodges, el perseverante ayudante de Bob King en Indiana State, el que finalmente convenció al muchacho y a su prole, con el compromiso ineludible de graduarse. A nadie importó el año que no podría jugar, lo aprovecharía para mejorar los fundamentos individuales y empaparse de los entresijos del juego de equipo. 

Al amparo de la estatal rescató sensaciones: “Una vez que empecé a jugar fue lo mismo de siempre”. De natural callado (una vez sacó un 5 en inglés porque no podía dar un paso al frente y dar un discurso a sus compañeros), en la cancha se transformaba: “El basket para mí era algo de lo más fácil. No tenía velocidad, ni agilidad para saltar. Simplemente le ponía coco”. Sus brutales estadísticas los dos primeros años: 25 victorias y 3 derrotas la temporada 1976-77 con 32,8 puntos y 13,3 rebotes, y 23/9 para 30 puntos y 11,5 rebotes la campaña 1977-78, no implicarían la invitación para jugar el torneo final NCAA, habiendo de conformarse con la participación en el NIT, donde caerían frente a Houston (pese a los 44 puntos de Bird) y Rutgers. Nominado All America (tercer equipo en su debut), acaparó focos (Sport Illustrated lo situó en su portada “College basketball´s secret weapon-explosive L.B.” con dos cheerleaders llevándose el dedo a la boca en señal de silencio), fue llamado los veranos para jugar con la selección norteamericana a la Universiada de Sofía (sería el MVP del torneo) en el 77 y los World Invitational Games en el 78 donde compartiría equipo con un jugador que ya siempre le acompañaría en su carrera. 

Los “pross” le seguían y fueron los Celtics los que le echaron el lazo eligiéndole en el puesto 6 del draft del 78. El genio Auerbach arriesgó, pues el chico, terco y despreocupado (desconocía las ansías de los de trébol hasta que le comunicaron su elección mientras jugaba al golf), quería cumplir su último año de periplo universitario. 

Michigan

En el gris estado industrial del automóvil nació, creció, estudió y se formó Earvin Johnson. Lansing, a hora y media de Detroit, fue testigo de sus iniciales juegos, de sus primeros pases sin mirar. El pequeño Junior se pasaba los ratos inventando partidos, radiándolos para sí mismo. Unas veces atacaba para Philadelphia representando a Wilt Chamberlain y en las siguientes mutaba en el ídolo local Dave Bing (gracias a él los Pistons alcanzaron por vez primera los play-offs). Su padre atendía dos empleos (por la mañana recogía basura en un camión y por la tarde hacía el turno en la General Motors, sin faltar ni llegar tarde un solo día en 30 años), su madre ponía la sonrisa y el orden en una casa de tres habitaciones donde se apilaba el matrimonio con sus 7 hijos. 

El pequeño idolatraba a otros tres jugadores: Earl “la Perla” Monroe, de los Knicks, del que se decía que ganaría en el uno contra al mismísimo Jesucristo; Bill Russell, el eterno ganador; y Marques Haynes, aquel mago de los Harlem Globetrotters que pasaba por ser el mejor driblador del mundo.

Nada le impedía acudir a las canchas con sus Chuck Taylor All Star rojas, ni siquiera la nieve (se llevaban palas para quitarla). Si en Main Street decrecía la luz en las puestas de sol veraniegas, imploraban a sus hermanos mayores para que acercaran los autos e iluminaran las pistas con los faros. 

En el colegio no pasaba de ser un discreto estudiante. Su maestra en quinto grado, Greta resultó determinante en su formación. Su marido Jim fue su primer entrenador. Cobró mayor fortaleza física y ganó tiró con Louis Brocklaus y Paul Rosekrans y cuando en noveno grado, alcanzando los 1,95 metros de altura, le hizo 48 puntos en sólo 18 minutos a Otto Junior High, su nombre empezó a sonar por todo el estado.

El High School le esperaba, había soñado jugar para los Big Reds en Sexton, a sólo cinco manzanas de su casa. El instituto, predominantemente negro, constituía el orgullo del barrio, con un excelente programa de baloncesto, pero la integración racial implantada en el régimen educativo de la época le llevó a Everett, una escuela blanca del sur de la ciudad, con un equipo de basket, los Vikings, horroroso. Sus hermanos lo habían pasado mal el año anterior. Pero según declararía Earvin “fue una de las mejores cosas que me han sucedido en la vida. Me obligó a salir de mi pequeño mundo y me enseñó a entender a los blancos y a comunicarme y tratar con ellos”. La adaptación no resultó sencilla, los blancos no se relacionaban con los negros (que acostumbraban a ver los partidos de basket todos juntos en uno de los fondos) y a Earvin no le pasaban el balón en los primeros entrenos. El coach George Fox sabía lo que se traía entre manos “le dije a mis amigos que iba a tener a un jugador que les haría olvidar a todos los jugadores que había en el momento, y quizá a todos los que habían visto jamás”, medió con los veteranos y todo cobró normalidad. Se constituyó en un referente para su comunidad “siempre que había problemas raciales, el director buscaba a Earvin para que hablara con los muchachos. Con esas manos grandes los calmaba: tranquilos, tranquilos”, explicaba su entrenador. 

En el primer año terminaron los últimos, pero tras la victoria ante Jackson Parkside, con 36 puntos, 18 rebotes y 16 asistencias de Johnson, el periodista Fred Stabley, Jr., del Lansing State Journal se acercó para felicitarle y proponerle un apodo. Descartó “Doctor J” (por Julius Erving) y “Gran E” por Elvin Hayes. ¿Qué te parece Magic? le insinuó. El chaval de 15 años y pelo afro al que le gustaba llamar la atención accedió gustoso “estupendo, como tú quieras”. Diana, había nacido un mito. 

En su segundo año en Everett derrotaron en dos ocasiones a Sexton. Magic los tenía tantas ganas que en el segundo choque batió el record de anotación de instituto en Lansing con 54 puntos. Frente a Detroit Northwestern aumentaba su leyenda de hombre orquesta (40 puntos, 35 rebotes y 20 asistencias). En verano acudió a clase para mejorar sus notas y antes de iniciar su tercer año la carretera le dio la peor de las noticias: su amigo y compañero inseparable Reggie Chastine (“La Una y Media” los llamaban por la diferencia de estatura) perdió la vida en un accidente de tráfico. Si en el entierro se presentaron todos con su ropa y zapatillas de juego, en septiembre convinieron honrar la temporada a la memoria de su amigo. Se televisó uno de los partidos ante Eastern High (que tenía a Jay Vincent, amigo y rival de Johnson). A petición de su entrenador, Magic cambió su forma de juego, anotaba menos para involucrar al resto del plantel (que a veces parecían espectadores de primera fila del show del monstruo) y el bloque lo notó para bien. Llegaron a la final del campeonato del estado. El rival, Birmingham Brother Rice; el escenario, el pabellón de la Universidad de Michigan. El partido lo tenían ganado los Vikings cuando una canasta desde medio campo lo llevó a la prórroga. En dos minutos Magic hizo 8 puntos, pero fue eliminado por faltas. Sus compañeros no le defraudarían para adjudicarse el título (62-56). Entre lágrimas, Magic sólo tenía un pensamiento: “¡Lo conseguimos, tío! ¡Lo hicimos por ti!

De la época, Magic guarda especial recuerdo de otros jugadores que le marcaron. Terry Furlow fue uno de los mejores Spartans de su historia y el que lo invitaba a jugar partidillos en Michigan State cuando todavía era un adolescente de instituto. Escogido en la primera ronda del draft por los Sixers en el 76, las drogas dilapidaron su carrera hasta que falleció en un accidente de automóvil recién entrada la siguiente década. Además Magic siempre profesó especial admiración por el “Hombre de hielo”, George Gervin, desde que le viera anotar 70 puntos en un encuentro de exhibición ante otro jugón, Campy Russell. A partir de aquel momento, el máximo anotador de la NBA en 4 ocasiones, compartió entrenamientos y partidos ocasionales con la promesa, pero no tuvo piedad en su primer contacto profesional: le hizo 40 puntos sin romper a su sudar (como habituaba).

Todas las universidades del país pugnaban por el mozo. Carolina del Norte, Michigan, Notre Dame y Maryland parecieron cobrar ventaja. UCLA se autodescartó dejándole como segundo plato. Bobby Knight le causó muy buena impresión, pero no se veía en su equipo de aire marcial. Finalmente la elección quedó reducida a un dúo casero: Michigan y Michigan State. Y fue la estatal, a través del ayudante Vernon Payne que limpió las reticencias de Earvin hacia el entrenador Jud Heahtcote, la que se llevó el gato al agua para alegría de sus conciudadanos. Su anuncio en rueda de prensa “No podía ir a ninguna otra parte. He nacido para jugar con los Spartans”, terminó en bravuconada “Creo que Michigan State puede ganar un campeonato de la NCAA”.

Jud Heathcote era gritón, exigente, perfeccionista y tenaz. Dedicaba horas al desarrollo en la técnica individual de sus discípulos con la minuciosidad de un maquetista. Su fibra ganadora detestaba las excusas. Su vena impaciente pasó por célebre: en cierta ocasión, no aguantó más de 10 minutos en la sala de recogida de equipajes de un aeropuerto, se sentó en la cinta transportadora y se introdujo en el interior del entramado para encontrar las maletas. Al cabo de un rato apareció esposado por dos policías ante la algarabía general. A Magic le otorgó los galones para conducir al equipo: el crecimiento exponencial en la lectura del juego de su pupilo conllevó la mejora de cada uno de sus compañeros. Kentucky (a la postre campeón) cercenó las esperanzas de los Spartans en la Final Regional tras un esperanzador bagaje de 25 victorias y 5 derrotas.

Temporada 1978/79: Los sicamoros

Por ese apelativo, referido al árbol de esa especie, son conocidos los jugadores de Indiana State. Los mismos, que días antes de iniciarse la campaña conocían que el entrenador Bob King sufría un infarto. El aneurisma cerebral posterior requería cirugía urgente en una operación a vida o muerte. King había de decidir quién le sucedería y relegó al candidato natural, Stan Evans (al que había traído dos años antes con la promesa de cederle el puesto una vez cubierto ese período), para señalar a Bill Hodges, sin experiencia como técnico principal y poco talento, pensando en regresar en cuanto estuviese curado. El principal logro que se reconoce el preparador Hodges fue “no desperdiciar a Larry Bird”. Dejarle hacer, vamos. 

La transición resultó de lo más suave, sin apenas cambios. La buena capacidad defensiva y la sabia distribución del balón llevaron a Steve Reed al puesto de base titular, en detrimento de Leroy Staley, que partiría desde el banquillo. Carl Nicks era el escolta, podía crearse sus propios tiros y compartía con Larry la responsabilidad anotadora del equipo. Brad Miley y Alex Gilbert dedicaban todos sus esfuerzos a la albañilería: con muy poca mano, se postulaban como aguerridos defensores y cumplidores en el rebote. El que sí portaba un hatillo de puntos era el sexto hombre oficioso del equipo, Bob Heaton, que contribuyó al balance inmaculado con algunas canastas ganadoras inverosímiles. 

La campaña anterior, con mejores jugadores, el equipo se diluyó como un azucarillo. Afloraron los egos (algunos se mostraron más interesados en anotar que en ganar expuestos a las promesas de los profesionales) y el inicio esperanzador (13-0) había quedado en agua de borrajas. El primer síntoma de mejoría se dio con la victoria 87-79 en el amistoso ante la temible selección soviética por 8 puntos, sin el concurso de Bird los últimos minutos expulsado por faltas. 

En el arranque oficial se ganó fácil a Winconsin-Lawrence, para ir ajustándose los marcadores ante oponentes de enjundia: Purdue, Evansville e Illinois State. En Cleveland State, Bird se encaró y persiguió hasta el vestuario a uno de los entrenadores ayudantes rivales. La ciudad de French Lick acudió en masa a comprobar cómo su ilustre vecino batía el record histórico de anotación de ISU, que ostentaba Jerry Newsome (al que dio el balón del partido), frente a Morris Harvey. Con cuatro impresionantes victorias en su conferencia se situaban a la altura del año precedente (13-0).

Larry no sintonizaba con los medios de comunicación y se negó casi desde los albores del curso a hacer declaraciones para la prensa escrita porque desvirtuaban sus palabras. Sin embargo, su papel como líder se agrandó hasta el punto de que llegó a despedir del vestuario con un “Lárgate de aquí”, al presidente de la universidad, Richard Landini, en el intermedio del complicado encuentro ante New Mexico State. Pasaron otros 3 partidos y la racha se alargaba (18-0), siendo la única escuadra invicta del país. Aún así en las clasificaciones seguían apareciendo por detrás de Notre Dame. 

Nuevamente New Mexico State los llevó al límite. Con un minuto por jugarse, Bird salió de la cancha eliminado tras un arqueo sublime (37 puntos, 17 rebotes y 9 asistencias). A falta de 3 segundos Brad Miley recogió un rebote, pasó a Bob Heaton que anotó a 16 metros sobre la bocina para igualar la contienda. En el tiempo extra dos canastas del poco utilizado Rick Nemcheck devinieron providenciales para el triunfo, que celebraron con una gran cena mejicana. Larry volvió a casa pachucho, un virus le dio guerra unos días, pero no fue óbice para conducir a los suyos al 20-0. A Bill Hodges se le caía la capa de interinidad y Bob King retornaba al atletismo. Frente a Drake, Larry alcanzaba su tercer triple doble de la temporada (33 puntos, 10 rebotes y 10 asistencias), pero el técnico de Bradley, Dick Versace, había diseñado una estrategia trampa (zona 2-3, con 2 contra 1 en cuanto el rubio tuviera el balón). Como luego declararía su primer coach en profesionales, Bill Fitch, Bird no perdió la calma “sabía preparar la tela como las arañas para cuajar su jugada”. Se dedicó a localizar al compañero mejor situado, a sabiendas de que sus 4 puntos finales le podían hacer perder el título de máximo anotador, para hacerse con la victoria. En Terre Haute no lo podían creer: la última encuesta les señalaba como la número 1 del país (Notre Dame había sufrido su tercera derrota). 

Llegaron 3 victorias más para irse a las 25 consecutivas. El programa para el último partido de Larry en el Hulman Arena titulaba: “Una edición de coleccionista: la final de la casa de Larry Bird”. La NBC cambió sus horarios para retransmitirlo a nivel nacional. Desde el jueves por la noche los aficionados hacían cola para comprar entradas. Trabajadores y voluntarios dieron solución a las goteras que la copiosa nieve había provocado. Y Larry no defraudó batiendo su propia marca, con 49 puntos. Nueva victoria y emotivo homenaje a los jugadores seniors que se licenciaban con el restablecido entrenador Bob King como testigo.

2 encuentros más y en la final de la Conferencia del Valle de Missouri aguardaba un rival conocido, New Mexico State. Era el enfrentamiento que precedía a la puesta de largo de la NCAA y el triunfo estuvo a punto de costarle muy caro a los de Indiana, pues Larry se fracturó el dedo pulgar por tres sitios. Mientras trataba de mitigar el profundo dolor (apenas podía rebotear) realizó una serie de viajes para recoger todos los premios: en el Naismith al mejor jugador cayó hasta simpático “No podíais haber escogido un individuo más majo para este trofeo”.

En el “March Madness” se salvó el primero de los obstáculos ante Virginia Tech, con Larry tardando en entrar en partido (22 puntos, 13 rebotes y 7 asistencias). Oklahoma tampoco supuso gran inconveniente y el pulgar de Larry no daba señales de alerta (29 puntos, 15 rebotes y 5 asistencias). En la final regional, Arkansas opuso seria resistencia y fue Bob Heaton el que se vistió de héroe con su canasta el último segundo. Larry en lo de siempre con 31 puntos y 10 rebotes. En la posterior invasión de pista un aficionado agarró el maltrecho dedo de Bird y éste le noqueó de un puñetazo. El primer objetivo estaba cumplido: entrar en la Final Four. 

Temporada 78/79: Los espartanos

En su segundo curso Magic acaparaba toda la atención del equipo. El 27 de noviembre Sports Illustrated lo situaba en su portada vestido de smoking y los Kansas City Kings ya habían mantenido los primeros flirteos para dar el paso a profesionales. El inicio trajo buenas sensaciones con victorias de peso ante la Indiana de Bobby Knight por una veintena de puntos y una remontada de mérito ante Minnesota. Poco después Associated Press les designó número 1 del país. La nominación conllevó un efecto contraproducente: se dejó de correr y cascaron 4 de los siguientes 6 partidos. La reunión grupal tuvo un impacto balsámico. Con un balance de 4-4 y 14 arriba frente a Ohio State, Magic se torció un tobillo y marchó al vestuario. Desde allí escuchó el volteo al marcador. Le pidió al fisio que le vendase y cojo se reintegró al juego. Los 9 puntos que anotó en los 4 minutos finales sirvieron para cambiar la tendencia. La velocidad los devolvió al carril ganador. De ahí a final de temporada sólo encajaron una derrota más (de las cinco, cuatro se habían producido en el último segundo). 

Lamar significó un plácido estreno en el torneo NCAA, Lousiana State tampoco supuso una piedra en el camino. Notre Dame (muchas semanas encabezando la clasificación) sí era un escollo de categoría. Su entrenador era el veterano Digger Phelps, y entre sus pupilos había jugadores que se ganarían bien la vida en profesionales (Kelly Tripucka, Bill Laimbeer y Orlando Woolridge). Jud no perdió el tiempo en la pizarra y apeló al conocimiento, fe y talento de los suyos: “No tengo nada que deciros que no sepáis. Sabéis lo que tenéis que hacer. Salid fuera y machacadlos”. Los 12 puntos de diferencia no dejan lugar a debate. Greg Kelser estuvo pletórico con 34 puntos (incluyendo 6 mates). La clasificación para la final a cuatro estaba firmada.

La Final Four

En la primera semifinal, Michigan se enfrentaba a Pensilvania. Para evitar distracciones Judd anticipó la llegada del equipo a Salt Lake City al martes. La visita y maravillosa cena a la estación de esquí redujo tensiones y sentó de maravilla al conjunto que el sábado arrasó por una diferencia de 34 puntos, con lo que hasta los suplentes tuvieron su pizca de gloria. 

La igualdad (se dieron hasta 15 empates) y los altísimos porcentajes de tiro presidieron el segundo asalto entre Indiana State y la De Paul de Mark Aguirre. A Larry las molestias en su pulgar no desviaban su puntería (en la primera mitad sólo erró un tiro y en la segunda dos, para un total de 16 de 19 y 35 puntos, 16 rebotes y 9 asistencias), pero los más intransigentes significaron sus 11 pérdidas de balón y que en los últimos siete minutos y medio sólo había lanzado una vez a canasta. La entrada en la final llegó por la vía del sufrimiento (76-74).

La Final

Era la primera vez que ambos se enfrentaban y visto con perspectiva el encuentro tuvo el desenlace previsto por mucho que ISU estuviera invicto. Los espartanos tenían una superestrella y dos jugadores de nivel superlativo (Greg Kesler fue elegido en el puesto número 4 de draft y Jay Vincent), los sicomoros únicamente se agarraban a un marciano. 

Si en la cancha Magic estaba mucho mejor rodeado que Bird, en el banco la diferencia también resultó abismal. En el entreno previo Heathcote tuvo la brillante idea de situar a Magic en el equipo reserva para que en el 5 para 5 hiciera de Bird. El actor cumplió tan bien su papel que sacó de sus casillas a su entrenador, pero el equipo aprendió la lección. Se plantaron en una zona 2-3 durante los 40 minutos siguiendo los cortes del rubicundo. La comunicación resultó perfecta, pues Larry nunca estaba sólo y a la que recibía se encontraba incómodo con frecuentes dobles marcajes. Hodges por el contrario no varió la estrategia y tras el descanso incluso la equivocó más: en lugar de sacar hacia afuera a Bird para que dispusiera de espacios individuales y se generara tiros largos, le hundió en el fondo de la zona con lo que apenas le llegaban balones y cuando lo hacían las ayudas estaban muy próximas (la línea de fondo era un vagón de metro en hora punta). De esta manera ni pudo realizar lanzamientos claros y sus porcentajes fueron horribles (7 de 21 en el tiro para 19 puntos) ni disponer de líneas de pase para poner la pelota al compañero mejor situado. Anulada la estrella, el resto no congregaba tanto talento para dar la vuelta al resultado que desde el principio fue franco para los verdes de Michigan. Éstos tampoco es que hicieran un partidazo (Magic hizo 24 puntos, pero no pasó del notable), pero sabían lo que tenían que hacer para ganar. La pulcritud y el acierto exterior de Terry Donelly (15 puntos) y la exuberancia física de Kelser (19 puntos y 8 rebotes) pesaron más que los solitarios arranques de Carl Nicks (17 puntos) y Bob Heaton (10 puntos).

La temporada consagró a Michigan State como campeón (75-64), a Magic como mejor jugador del torneo NCCA y a Bird como mejor jugador del curso, en un año brillantísimo para un equipo de talento y respuestas limitadas que se quedó a las puertas de la gloria. 

Larry jamás olvidaría esa derrota (la más dolorosa de su carrera) y cuando en las finales de la NBA del 84 los Celtics ganaron a los Lakers, Bird dedicó el triunfo a Terre Haute.

¿Y luego?

Pues lo que todo el mundo sabe, que fueron felices y comieron perdices. Como en la película, Tú a Boston y yo a California. Su rivalidad cobró tintes épicos. Bird se engarzó 3 anillos por 5 de Magic. Y tardaron en llevarse bien. “Fui yo el que empezó todo. No quería estar cerca de él, era mi principal competencia”, reconocería Larry años más tarde. “Teníamos la misma locura por ganar”, añadiría Johnson. Vivían pendientes el uno del otro. Pero tras las finales del 87, un anuncio de Converse llevó a Magic a French Lick a la casa de Bird. Hablaron y se dieron cuenta de que tenían muchos puntos en común. La madre de Larry preparó un suculento almuerzo y en la distendida charla ambos se descubrieron y destaparon su mutua admiración. Un spot publicitario y una comida en la granja sellaron una amistad eterna. 

A Magic lo retiró el SIDA. A Bird sus problemas de espalda. En su año de novato el gran Artis Gilmore le previno “si vas a seguir en la Liga, tendrás que dejar de fregar el suelo”, aludiendo a lo duro que jugaba y a las continuas costaladas que se daba para recuperar cualquier balón perdido. 

Ambos acudieron a sus respectivos homenajes. Bird viajó a Los Ángeles para regalarle una tabla del parquet del Garden con una inscripción y prometer a su amigo que regresarían juntos con la medalla de oro de los Juegos Olímpicos de Barcelona. Magic en Boston se abrió el chándal para descubrir que debajo llevaba una camiseta de los Celtics, tomó el micrófono y dijo: “Sólo una vez me mentiste. Larry Bird dijo que habrá otro Larry Bird algún día. Y Larry, nunca, nunca jamás habrá otro Larry Bird”. 

“Siempre tendremos una conexión que jamás se romperá, hasta el cementerio. Hablarán de esto de aquí a cien años”. Palabra de Bird.

Dignificaron y reconstruyeron un juego para siempre. “Gracias a Bird y a Magic, la NBA y sus jugadores vivimos el boom económico actual y hay que agradecérselo”, declaró unos años después Charles Barkley. Cuando aterrizaron en la Liga el salario medio de un jugador era de 150.000 $. Cinco años después había ascendido hasta el medio millón.

¿Y de nosotros? ¿Qué hubiera sido sin ellos?

Mi reconocimiento otra vez a Raúl Barrera y Carlos Laínez por su paciencia y amabilidad habitual en la Fundación Pedro Ferrándiz Espacio 2014 FEB.

Mil gracias a mi primo Pablito por su generosidad siempre y su ayuda con el inglés. Sin sus traducciones no hubiera podido profundizar tanto en la carrera de Larry Bird.
Viewing all 81 articles
Browse latest View live