Quantcast
Channel: Contraataque de 11
Viewing all 81 articles
Browse latest View live

Carlos García Ribas, Pasión por el Baloncesto

$
0
0
Con toda seguridad al ciudadano medio que hoy bandea la crisis no le diga nada el nombre. Al aficionado al baloncesto de nuestros días igual le suena de algo, pero habría de peinar ya canas y llevar inoculado el veneno del basket desde siempre para conocerlo. Y sin embargo, Carlos apuntaba alto en la cantera del Real Madrid, fue testigo directo desde el banquillo del alunizaje céltico en Madrid, se comió el marrón del final de la “Liga de Petrovic” y abanderó todos los equipos de EBA y Primera División en lo que participó. Nadie le ganó a una cosa: su pasión por el baloncesto. En los tiempos del “Basket Lover” no busquen más, no hubo mayor amante del deporte de la canasta. Es imposible. Y tiene una historia que merece ser contada. Pasen y lean.



Pasión por el baloncesto

“Cuando me casé sabía que me casaba con Carlos y con el baloncesto. Era así… Al principio incluso me acerqué con él al Pabellón de Torrelodones, que alquilaba, para pasarle la pelota y que pudiera tirar… Un día le fui a ver jugar un partido, me caí por las escaleras del pabellón, me hice un esguince y ni se enteró. Fue el único del equipo que no se dio cuenta. Durante los encuentros no tenía ojos para nadie ajeno al juego. Bueno cuando nacieron las niñas, saludaba con la mano y seguía a lo suyo… Se cuidaba muchísimo, no bebía. Se hartaba a fantas de naranja, pero el alcohol apenas lo probaba. No le gustaba nada correr, pero se lo exigía para mantener la forma. Incluso en el viaje de novios se enfundó las zapatillas para hacer unos kilómetros a primera hora de la mañana… Nunca tuvo lesiones serias. Cuando se rompió ya avanzada la treintena el tendón de Aquiles le dieron un plazo de recuperación de 6 meses. Era imposible mantener a Carlos tanto tiempo alejado de una canasta. A diario se metía en una piscina helada para acelerar la rehabilitación. En 3 meses estaba jugando”. Nadie como Almudena puede resumir la idílica y vehemente relación de su marido con el baloncesto. 

San Agustín

En los lindes del Bernabéu, se ubica San Agustín, uno de los colegios más reconocidos y reconocibles del centro de la capital. El cemento de su patio ha cuajado desde tiempos inmemoriales un montón de buenos jugadores: los Llorente, los García Ribas, Juan Antonio Orenga, Marcos Carbonell, Darío Quesada, Imanol Rementería, Rodrigo De La Fuente, Sergio Luyk… Si en los 70 Rafa Peiró y Javier Sampedro habían coordinado el trabajo irreprochable de un excelente grupo de entrenadores, en el 81 Raimundo Gorgojo tomó el relevo junto al padre Manolo Vázquez “el auténtico alma del baloncesto en el colegio”. Se firmó un acuerdo de colaboración con su vecino de Concha Espina y el colegio pasó a ser una especie de filial blanco. Gorgojo simultaneó sus labores de profesor y encargado del baloncesto en el centro educativo con las de entrenador en los equipos de formación del Real Madrid, donde conquistó campeonatos de España cadete y juvenil. El trasvase de jugadores y entrenadores constituyó práctica habitual. Por la época muchos docentes eran a la vez entrenadores y con el mecenazgo de la lechera Clesa, que ponía 800.000 pesetas de las de antaño, se sacó un equipo senior. Asomarse a la entrada de la explanada y no encontrar a algún chaval lanzando a alguna de las decenas de canastas colocadas, resultaba una quimera. Sólo mucho tiempo después, en 1999, se construyó un magnífico pabellón.

Carlos destacaba entre sus compañeros de generación que en Minibasket culminaron un curso magnífico: Campeones de Castilla sin conocer la derrota, con García como máximo exponente. Su paso al Madrid (donde ya jugaba -y muy bien- su hermano Javier) resultó natural. Al poco se enfrentó a una situación irreparable: la pérdida de su madre después de una cruel enfermedad. 

El Madrid

En la fábrica blanca, Gorgojo, Luis Sordo, Tirso Lorente y Ángel Jareño moldearon las virtudes del mozo, tratando de canalizar sus inagotables energías. Sus descollantes actuaciones en los campeonatos de España, 44 puntos al Barsa en la final cadete y 41 al Estudiantes en la juvenil con prórroga en Cádiz, y sendos títulos, le hicieron acreedor de una bien ganada fama de excelso tirador. En la primavera del 87, un par de meses antes de su eclosión gaditana, había sido convocado para disputar con la selección española juvenil (llegó a ser internacional en 21 ocasiones) el célebre Torneo de Mannheim. Carlos asumió un rol secundario entre nombres que parecían llamados a marcar época: Jordi Soler, Willy Villar, Carlos Ruf, Juan Antonio Morales o Santi Abad. El puesto de escolta titular lo ocupó Alex Echevarría, pero Manel Comas valoraba así el compromiso de García Ribas: “Es un gran defensor, con una buena mentalidad defensiva y un aceptable tiro entre los 4 y 6 metros. Ha hecho un gran trabajo defendiendo al próximo sustituto de Petrovic, Komazec”. Compitieron en la final ante los norteamericanos (89-96) y se vinieron con una valiosísima plata. Carlos regresó contento, pese a su papel menor y sólo anotar 11 puntos. Comas nunca escurría el bulto, veía tanto potencial en la camada del 69 que decidió salir del CAI para preparar en exclusividad el Europeo del verano del 88 a celebrarse en Yugoslavia. Tenía tanta fe en el grupo que a quien le quisiera oír lanzaba una proclama de favoritismo. Lamentablemente la plaga de lesiones truncaron, como veremos, la suerte de la quinta en el torneo. 


En San Viator 

Algunos decían que Carlos era “el niño bonito de Lolo” y junto a Willy Villar -al que las lesiones apartaron muy pronto de una exitosa carrera como jugador de élite (era buenísimo) para resetearse hasta llegar a ser uno de los mejores directores deportivos de la ACB en el actual CAI Zaragoza-, Javi Pérez o Fernando Mateo, comenzó a doblar entrenamientos con el primer equipo. A Carlos todo le parecía poco, su idilio con los aros y el balón resultaba casi enfermizo. Para él no había entrenamientos voluntarios (mayormente de tiro), sino sesiones con todo el equipo o prácticas en las que sólo algunos se le unían. Su jornada habitual no solía bajar de 5 horas dedicadas al basket, amén de sus interminables pachangas en el SEU y sus correrías en la liga universitaria de la Autónoma, “con que luego me dejéis en la puerta del pabellón, que no llego… me basta”, reconocía su compañero Roberto Adrados en su Web Muevetebasket.es.

En su primer año junior los merengues conjuntaron un gran equipo, reforzado por Pep Cargol fichado del Santa Coloma. El Campeonato de España disputado en las postrimerías del mes de mayo del 88 reunió a una pléyade de futuras estrellas. Baste indicar que Santi Abad (151 puntos), Jordi Pardo (135), Eduardo Piñero (115), David Solé (108) y Juanan Morales (101) fueron los máximos encestadores (Carlos ocupó la décima posición con 86 puntos y su compañero Suárez la séptima con 93). El certamen tuvo su miga al adelantarse debido a los compromisos de la selección nacional absoluta. Romay se había lesionado de gravedad y Díaz Miguel convocó para suplirlo en el Preolímpico de Holanda a los imberbes Ferrán Martínez y Morales. Además de todos los citados en Andújar asomaron talentos venideros: Carlos Ruf, Tomás Jofresa, Dani Pérez, Juan Rosa, Jordi Soler, Óscar Cervantes, Fernando Román, Pep Cargol… Muchos salían en viaje relámpago de la concentración de sus primeros equipos inmersos en los play-offs ligueros para disputar de manera intermitente los encuentros del torneo. En la final se impuso una irrepetible generación verdinegra que se haría con 3 entorchados consecutivos, sabiamente dirigida por Pedro Martínez, ante los emergentes valores del IFA Español. Al Madrid le pesó como una losa la baja de uno de sus referentes interiores, Fernando Mateo, que tras insultar a los árbitros fue sancionado con un partido por la organización. Tirso Lorente se mostró más expeditivo y lo mandó al momento para casa sin importar las consecuencias. De ahí en adelante los blancos sólo acumularían derrotas hasta conformarse con la cuarta posición. Nivelazo de campeonato. 

Y en éstas llega Petrovic…

El verano del 88 se presentaba largo y calentito: aguardaban los Juegos de Seúl para los grandes y el Europeo de Yugoslavia para los juniors. Carlos quedó fuera de la preselección novel. Comas escogió para la posición de escolta a Piñero y a Cervantes más rodados con muchos minutos de calidad en el IFA Español, al talentoso Jacinto Castillo malagueño y al bilbaíno Alex Echevarría. Pero al plantel lo miró un tuerto: Morales se rompió un tobillo en el Preolímpico, a Santi Abad se le sometió a una artroscopia de su rodilla izquierda (en presencia del atónito Comas) y Dani Pérez se rompió el meñique de su mano derecha. Los hispanos, enclavados en el grupo de la muerte, con yugoslavos (Komazec, Tabak y Alihddzic) e italianos (Espósito, Bossini y Moretti), a la postre oro y plata de la competición, no pudieron sobreponerse a las tres sensibles bajas y concluyeron sextos. Carlos se perdió una experiencia definitiva y se ahorró un berrinche con el posterior desenlace. Así que como todos los años marchó a Isla Cristina a pasar sus vacaciones, jugar a diario y a todas horas con sus Bedoyas y preparar una temporada en la que alternaría con algunos de sus ídolos. 

Ramón Mendoza había tirado por la calle de en medio. Comprobado que no podían con su enemigo público número 1 decidió ficharlo. Dos pesos pesados, Corbalán y Juanma López Iturriaga habían salido del equipo y dejaban el camino expedito al croata Drazen Petrovic, que reclamó de inmediato las llaves del pabellón de la Ciudad Deportiva para proseguir con sus inacabables entrenos individuales de tiro. Jamás se iba para casa sin meter menos de 500 lanzamientos. Con frecuencia, y a petición del astro, un chaval le acompañaba y le pasaba los balones: era Carlos García Ribas, que vivió de cerca el año del genio balcánico en el “foro”. Carlos se quedó con las ganas de jugar contra los Celtics la final del Open McDonald´s, pero la estrechez del resultado desbarató la “promesa” de Lolo. Sí formó parte de la expedición blanca que en La Coruña se hizo con el primer título, la Copa del Rey, de la que se suponía extensa etapa ibérica del de Sibenik y salió en primera fila en la foto de los campeones. Como junior Carlos viajaba asiduamente con el primer equipo junto a Javi Pérez, pero sólo el segundo recibía algún minuto de propina: el equipo senior únicamente albergaba un base puro, José Luis Llorente, mientras que el sitio de escolta lo copaban Petrovic, Biriukov y Villalobos. Curiosamente hasta el final de los play-offs, en la serie ante el Barcelona, Carlos no hizo su debut oficial con el primer equipo, para participar de manera testimonial en los partidos primero (2 puntos en 1 minuto), tercero (otro minuto) y definitivo quinto (2 puntos en 5 minutos) en el que el Madrid se quedaría con 4 jugadores en cancha. Los choques de alto voltaje han pasado a la historia como la “Liga (no ganada) de Petrovic” y por el arbitraje de Juanjo Neiro. 

En la categoría junior, el Estudiantes de Alberto Herreros y Nacho Azofra y el Collado Villalba fueron los representantes madrileños en el Campeonato de España de Badalona, nuevamente ganado por la Penya, por lo que su despedida del Madrid, después de tantos años, fue un tanto agridulce. 

Gil entra en el baloncesto

Ofertas de equipos ACB tuvo unas cuantas y, según los que saben, si hubiera dado el salto hubiera jugado unos cuántos años en la máxima categoría, pero prefirió no abandonar su entorno familiar y permanecer en la capital. Madridista desde la cuna, aceptó el ofrecimiento del recién creado Atlético de Madrid que había comprado la plaza de Oviedo en Primera División B (el escalón inmediatamente inferior a la ACB). Jesús Gil entraba de puntillas, pero haciendo ruido: “El Atlético será modesto, pero no piojoso”. El encargado de llevar la nave a buen puerto, Alfredo Calleja, uno de esos entrenadores de toda la vida del baloncesto madrileño, soñó un proyecto con semejanza al juego de las universidades americanas –tipo Mayoral Maristas de Málaga- para lo que ideó un equipo repleto de novatos, Alberto Rubio, Alberto y Carlos García (del Real Madrid), Álvaro López Corcuera (del Estudiantes), Chus Bueno (del Barsa), dos pivots con experiencia en la categoría (Pedro Ramos y Nicolás Sanz), un veterano de Vietnam (Quino Salvo), un base, Paco Velasco, que iba para figura y que buscaba un lugar donde consagrarse y un americano (Jeff Chadman) del montón que no duró ni un mes, y al que relevó Rayford, que se mostró cumplidor. En septiembre, García Chapulí se añadía a la tropa. 

Pero la aventura en el pabellón de Arganzuela pareció demasiado bisoña desde sus albores. Tras unas cuantas jornadas, Gil bajó del tren en marcha a Calleja y le orilló en la secretaría técnica. Mateo Quirós, su juvenil sustituto de 24 años, tampoco logró enderezar del todo el rumbo. En el último partido de la temporada regular cayeron de 1 en la prórroga ante el LLiria. La derrota les abocó a la eliminatoria de descenso frente a Lagisa. En el primer encuentro un triple en el último segundo de Bosch dilapidó la ventaja de campo. En Gijón, un colosal Salvo llevo el equilibrio a la confrontación, pero en Arganzuela los asturianos cobraron nueva ventaja. La situación se tornó surrealista cuando Gil quiso obligar a Quirós a compartir su puesto en el banquillo con Calleja para el partido siguiente. Aquel se negó, dimitió y se consumó el descenso a orillas atlánticas. En ningún momento Carlos le tomó el pulso a la competición, flojeó en una campaña tirando a discreta con un tope de anotador de 12 puntos. 

Disermoda

Clemente Gómez de Zamora era uno de esos empresarios, mecenas, que de cuando en cuando se dan en el mundo del deporte y al que su afición le cuesta mucha pasta. Dueño de un grupo de distribución textil de primeras marcas, se terminó de enamorar del baloncesto en uno de sus viajes a Trieste en los primeros 90. Stefanel -una de las firmas que comercializaba- patrocinaba al equipo de la ciudad, que vivía una auténtica locura con la llegada de un tal Dino Meneghin. A Il Monumento Nazionale se le unieron Dejan Bodiroga y Gregor Fucka. Casi nada. Para cuando el mito colgó las botas, Ferdinando Gentile, se subió al barco. La bella localidad del Norte de Italia, que limita con Eslovenia, se quedó a las puertas de la gloria cuando su equipo alcanzó la final de la Copa Korac. Los griegos del PAOK Salónica les despertaron del sueño. 

A Clemente le entusiasmó la idea y buscó un equipo de baloncesto madrileño al que apadrinar. Dribling era un club modesto ubicado en el barrio de la Concepción. Su humildad no ocultaba su solera. En tiempos, el tándem de los malogrados José Luis Cantero (en la presidencia) y Pedro García Losada (en el banquillo) dieron lustre a las vitrinas del club: su equipo senior logró el ascenso a la Primera División B y sus juveniles se plantaron en el Campeonato de España. 

Los hermanos Garrido (Paco, Ángel y Amador) habían salido de Estudiantes y Clemente apostó por el clan familiar para liderar la apuesta. Y hasta allá que se fue Carlos, tras su desalentadora experiencia en el Manzanares, con su íntimo e inseparable Nacho Mugüerza. Como los sueldos eran los que eran, Clemente encontró una solución para atraer a los mejores jugadores de Madrid: darlos trabajo en la empresa. Con las mismas, un año más tarde aparecieron Abel Amón, José Manuel Abelleira, José Luis Criado y Fernando Román (éstos dos últimos todavía permanecen en la compañía). Con la mayoría de ellos Carlos guardó una relación muy estrecha durante años, pues a las horas que le echaban currando se juntaban las de la cancha y las de los incontables concursos 3X3 a los que se apuntaban. Carlos representaba a la marca Stones y era imagen común verle salir corriendo de su coche atestado de ropa para llegar justito a entrenar. 

De “La Concha” se trasladaron a Alcobendas y después a San Fernando. En total, los 5 años que Carlos permaneció en el club, hasta 1998, dieron para un montón de canastas y experiencias entre amigos que compitieron a un excelente nivel en la segunda división del baloncesto nacional. Muy a su pesar, con 27 “tacos”, vislumbrando otros horizontes laborales, abandonó la práctica profesional del baloncesto. 

Colmenar

Fue su amigo Javi Juárez quien le rescató para su aventura EBA en Colmenar Viejo. Nunca había dejado de jugar y con 31 años tenía la forma física de un chaval de 18 y la ilusión intacta de siempre. Casi demandaban un balón para cada uno y a menudo su innegociable carácter ganador les hacía discutir sobre la cancha. Nada que no solucionaran fuera en un periquete. Ambos tenían idéntico lastre: de vez en cuando se les pelaba un cable, cortocircuitaban y se iban del partido. Los sistemas estaban diseñados a su medida: o para el endiablado lanzamiento de Carlos a la salida de los bloqueos o para la exquisita técnica individual de Juárez. Sus compañeros tenían la paciencia del Santo Job, pues muchos ratos los pasaban de “miranda” o en labores de suministro y abastecimiento, pero el día que entraban los tiros, aquello era el salvaje oeste. Dos pistoleros con licencia absoluta para matar. 

Para la temporada 2003-2004, Carlos había perdido cualquier tipo de pudor. Mediada la campaña la revista Gigantes publicó un reportaje bajo el título “Se tira hasta las zapatillas”. Cierto, en aquel momento lanzaba una media de 13,25 triples por encuentro para un acierto estratosférico del 45,8% y más de 29 puntos cada noche (siendo el máximo anotador de todas las categorías). Se sabía observado, pero a sus años obviaba el rumor que su cascada de lanzamientos generaba. Calcaba la figura del chupón, pero es que aburría a sus defensores. A Getafe le masacró con 13 triples y 51 puntos, a Puertollano todavía le hizo un punto más. Concluyó el año promediando 27,6 puntos y más de 6 triples por encuentro. Ahora eso sí, la noche que no estaba de Dios que la pelotita entrase (2 de 17 triples frente al Fadesa Gran Canaria), la grada entera maquinaba que ese tío era un “caradura”.

Se regaló tres añitos en Colmenar (de 2001 a 2004) y uno más (campaña 2004-2005) en Creff Hola. Ya sólo le quedaba el equipo de veteranos del Madrid… Bueno y cualquier liga de empresas, pachanga o 3 contra 3 para el que le llamasen. 


En USA lo llaman Streetball… aquí era el SEU.

Algunos de los mejores jugadores de los más famosos parques neoyorquinos jamás han pisado una pista NBA, ni falta que les hace. Pero cuando los profesionales han llegado a su descascarillada cancha descubierta, han marcado su territorio y se los han comido con patatas. En el cemento a los reyes se les caen los anillos. 


José Manuel Abelleira, Carlos, Nacho 
Mugüerza y Abel Amón 

En la mítica pista del SEU (en Madrid no hubo jugador de nivel que no se acercara por la Ciudad Universitaria), que a algún iluminado se le ocurrió derruir, nadie desgastó más suela que Carlos García y su compadre Nacho Mugüerza. La vieja pista complutense de cemento acogía en pleno verano a la pareja desde la sobremesa hasta el atardecer: “Para que quieren que hagamos pretemporada –ambos la odiaban- si nosotros vamos más que entrenados”, se decían entre ellos. En invierno, Carlos todavía sacaba un rato el sábado –en su día libre- a primerísima hora de la mañana para sin el permiso del Madrid, echarse un partidillo (o dos o los que fueran, pues no tenía medida). Cuenta Nacho, que ya casados mantenían su rutina y más de una vez Carlos apareció con Elisa, su hija mayor, que se quedaba en un lateral haciendo deberes o jugando a cualquier cosa mientras su padre seguía dándole al vicio del balón naranja.

Los veteranos del Madrid


Allí encontró Carlos el sitio de su recreo una vez que dejó definitivamente el basket semiprofesional. Le daba igual dónde y contra quién fuese el partido o la razón del mismo. Podían acudir a una cárcel a jugar contra los presos, a inaugurar un pabellón, a las fiestas de un pueblo o a recaudar fondos para una causa humanitaria. A él tanto le daba. Sólo quería jugar. La llamada de Javier Artime convocándole le cambiaba la cara. Así lo atestigua Almudena, su mujer: “Al día siguiente de nacer Elisa sonó el móvil. Por la expresión de alegría que puso supe que era Artime. Cuando colgó observé que remoloneaba con cara mustia… Tenían partido… Anda tira, le dije. Nos dio dos besos y se fue más feliz que unas castañuelas”.

Entrenaban una vez a la semana y Carlos tampoco fallaba nunca. En cierta ocasión, le preguntó a Nacho a qué hora entrenaban al día siguiente. “A las nueve en el Canal de Isabel II”, le respondió su amigo. Tuvo que pegarse el madrugón del siglo y kilómetros hizo unos cuantos para salir destino Alicante y después pasarse por Sevilla, pero a la hora pactada estaba como un clavo en la puerta del pabellón. 

Con los veteranos conoció mundo… Finlandia, Israel, Croacia o Rusia. Visitó la antigua Unión Soviética en varias ocasiones: el viaje a San Petersburgo incluyó a las esposas y la pareja lo pasó de maravilla. Cuando visitaron Moscú llamó a su amigo Abel Amón, que vivía allí y accedió a sentarse en un banquillo de lo más coral junto al periodista Tomás Roncero y al corresponsal de Televisión Española, Luis De Benito. El motivo del encuentro era el cumpleaños del “zorro plateado”, Alexander Gomelski. A los rusos les faltaban sus emblemáticos pivots, pero en el perímetro estaba toda la Armada Roja. Kurtinaitis (50 puntos) y Beirán (47) mantuvieron un duelo épico de muñecas rotas. José Biriukov ejerció de eficaz anfitrión y el festín concluyó al modo ruso, con vodka como si se fuera a terminar. 

En mayo de 2008 se celebró en Madrid la Final Four. Paralelamente la Euroliga preparó un torneo de veteranos en Magariños. La Jugoplastica de Kukoc y Radja ganó bien al Madrid, pero Carlos se hinchó a triples. Cuando terminó el partido el siempre exigente Dusko Ivanovic se acercó a Carlos para darle la mano y felicitarle: “Pero tú qué haces que nos estás jugando en ACB”, le dijo. 

En ocasiones, el deporte se olvida de sus héroes más anónimos, aquellos que se entregaron a su práctica sin esperar moneda ni foco a cambio. Hoy era tiempo de arrojar la historia de uno de sus más fervientes practicantes. El 15 de diciembre de 2009 Carlos García Ribas falleció en accidente de tráfico a la altura de Collado Villalba en el que no tuvo culpa alguna. La Asociación de Veteranos del Real Madrid se volcó con su esposa (que les está eternamente agradecida) y familiares desde el primer día, demostrando que el deporte es compromiso, educación, compañerismo y vida. El deporte tiene memoria y quiere a los suyos. 



La que hay liada ahí arriba…


Cuentan que estos días el cielo anda revuelto. San Pedro no da a basto. Primero fueron los juegos de llaves del Pabellón El Firmamento… Hace dos décadas las pidió un chico de pelo alborotado de nombre Drazen que siempre anda con un balón y Carlos, tres lustros después, no iba a ser menos. Ahora hasta se disputan quién madruga más y abre el gimnasio. Durante horas sólo se advierte el sonido de la pelota al besar la red ¡chof! San Pedro está hasta el gorro y dice que dimite, Dios le ha metido el embolao de pitar los partidos. Y hasta ahí podíamos llegar… A Fernando Martín se le llevan los demonios (¡uy! Herejía)… se muerde la lengua para no jurar en arameo porque allí se entiende todo…, pero se queja con razón porque no huele una bola. Entretanto, Delibasic y Pinedo fuman sonrientes en la primera fila de la grada y Díaz Miguel no para de pintar jugadas, nervioso. Vamos que aquello es un “sindios” en el que Carlos sigue enchufando triples. En los descansos echa un vistazo hacia abajo para ver cómo sigue su gente, sus tres chicas de sus amores ¡Jesús qué guapas están las niñas! A ellas y a todos sus amigos y familiares va dedicado este relato.

GRACIAS. A David Ubiera por darle alas a mi primitiva idea y abrirme puertas. A Abel Amón por la nostalgia claretiana y tus testimonios rusos, en la “Conce” y en el SEU. A Nacho Mugüerza por la pasión contagiosa al hablar de Carlos y hacerme partícipe de tus vivencias con un amigo. A Almudena: por todo, por tu valor, por tu fortaleza, por tus recuerdos, por dejarme pasar sin conocerme de nada.





Nacho Azofra, El Último "Demente"

$
0
0
Fue… jugador del primer equipo de Estudiantes durante 16 años. Fue… su segundo entrenador la temporada que casi bajan. Fue… su director deportivo cuatro campañas y se comió el marrón del descenso (luego no consumado). Fue… un icono para varias generaciones de “dementes” que veían en él a su último y genuino representante. Para algunos un genio, para otros no tanto… “El chico más listo de la clase” (Andrés Montes)… “El Curro Romero del baloncesto” (Ramón Trecet)… Todos en uno. 



Absolutamente alejado de lo que gran parte de la sociedad actual estigmatiza como estrella del deporte, Nacho era un espíritu libre, contracultural, en sus modos y hasta en sus apariencias. Sus gorros marroquíes y sus cuernos en las celebraciones de los triunfos, sus zapatillas rojas cuando no las llevaba nadie, le concedieron un halo alternativo idealizado por sus seguidores. Huyendo de toda estética opulenta, hasta los 31 años no se sacó el carnet de conducir e iba a entrenar en transporte público. Directo, quizá políticamente incorrecto, siempre estuvo del lado del jugador, del amigo (Alberto Herreros, Carlos Jiménez…), incluso cuando abandonaban el barco. Es… Nacho Azofra, el chaval que se pasaba horas jugando al Mini. 



Campo de sueños

Con 6 años ingresó en las aulas del Ramiro de Maeztu. Junto a las primeras letras pareció colársele un balón de baloncesto que ya no le abandonó. A los 10 ya estaba apuntado en los equipos menores del Estu y era ferviente seguidor de las hazañas de los Vicente Gil y compañía. Del patio a “La Nevera” y a Magariños. El paso al infantil llevaba aparejada una prohibición: “No se podía jugar al Mini”. ¡Uff! Para Nacho aquello era un dolor de muelas, un imposible: a la que podía desoía las órdenes de Pablo Casado -director de cantera- que le perseguía bajo el argumento de que el juego en las canastas pequeñas perjudicaba la mecánica de tiro de los chicos.

En juveniles compartió puesto con un excelso tirador, Mike Hansen, llegado de Canoe. La pareja condujo al equipo a la final del Campeonato de España en Cádiz. El Real de Carlos García Ribas (sublime con 41 puntos) y Willy Villar (mejor pasador del torneo) los superó en un punto, tras prórroga. El trofeo al mejor defensor fue un triste consuelo para Nacho, que tuvo una efímera andadura por la selecciones nacionales de la categoría. Dio bien en la tele – Objetivo 92- en un partido en Huesca que enfrentó a los mejores del año 68 contra los del 69. Se salió: 17 puntos y mejor jugador del encuentro. La siguiente campaña, con Fernando Román de compañero, concluyó en una decepcionante séptima plaza en el nacional de Andújar. 

Le quedaba un año como junior y Estudiantes se mudaba de Magariños al Palacio de los Deportes. Paco Garrido llamó a Azofra para hacer la pretemporada con el primer equipo en La Albericia (Santander), que también es casualidad. Doblaba entrenamientos entre sesiones diarias de más de 5 horas de basket. Pinone y Gil eran los mandamases del grupo y Antúnez había ganado un espacio importante. Vicente se lesiona y Garrido convoca a Nacho que en la misma semana debuta en Liga (canastón intrascendente ante Romay en la paliza blanca) y en Korac. Aquí la arma. El Olimpia de la bella Liubliana traía una renta de 26 puntos. Estudiantes, con un solo americano, pues White no estaba inscrito por el lesionado David Russell, recurre a la heroica: presión en todo el campo y a ver qué pasa. Se alcanza el descanso con 11 puntos de ventaja y a 6 minutos de la conclusión se iguala la ventaja. Con la canasta final de Pinone se accede a la siguiente eliminatoria. Ni los talentosos eslovenos (Boban Petrovic, Zdovc y Vilfan) ni los 1.500 espectadores creen lo que han lo visto. La Demencia invade la pista y saca en hombros a sus toreros. Nacho ha tomado la alternativa a lo grande: su desparpajo, y 13 puntos, vuelve locos a los balcánicos. 

Llega para quedarse. A las pocas semanas Garrido dimite y lo sustituye Miguel Ángel Martín, su entrenador en el junior. Juega 12 partidos ligueros con el primer equipo y pretende darse un festín en el Campeonato de España Junior de Badalona. Tras ganar al Barsa (24 puntos de Azofra) culminan la primera fase como líderes de grupo y así evitan al ogro, el Joventut. En semifinales desperdician una renta de casi 20 puntos en la primera mitad, entran en los últimos 4 minutos con 8 arriba y posesión, para en las postrimerías tirar el partido y palmar de 2 (102-100). Alberto Ángulo (36 puntos) asoma como el gran jugador que luego llegó a ser. Con el máximo anotador del torneo (Alberto Herreros), mejor pasador (Nacho Azofra, que promedia además 18 puntos) y más certero ataque colectivo (102 puntos), los estudiantiles de José Ortiz se van para casa con el rabo entre las piernas (estaban cualificados para discutirle el título a la Penya). La vuelta trae la grata noticia de que Nacho, Alberto y César Arranz ascienden al senior. A “El Cura” no le tiembla la mano y apoyado por los americanos (Pinone y Winslow) da entrada al talento emergente. Los chicos tenían clase para regalar y, como cantaba Javier Álvarez, “la edad del porvenir”. Vicente Gil, Carlos Montes e Imanol Rementería salen del equipo. El “baby” Estudiantes se convertiría en el conjunto más bisoño, 22 años de media, y descarado de la ACB.

Estudiantes

Estreno como senior. Si alguien piensa que los chavales se van a cortar, lo lleva claro. “Hay que ser descarado. Si no, no te comes una paraguaya… Cuando yo quiero pensar en dar un palo, ellos (los veteranos) ya me han dado a mí unos cuantos”, confiesa en cheli a Gigantes en Octubre de 1989. Confiado en sus posibilidades, sólo firma por un año para labrarse un buen contrato, y los imberbes alcanzan las semifinales ligueras. En el 91, trepan un peldaño más, se quedan a un tris de ganar la Copa del Rey en Zaragoza. Los noveles cobran ventajas de hasta 12 puntos, pero el sabio Boza Maljkovic enmaraña el choque y el Barsa llega a la última posesión estudiantil con 2 puntos de margen. La jugada sale tal cual dibuja Miguel Ángel Martín en la pizarra: Azofra se abre a la derecha y Herreros recibe sólo para un triple frontal que no entra. En el afligido vestuario, sólo Ricky Winslow ve la luz: “La próxima vez ganaremos nosotros”, predice. En las semifinales ACB, Estudiantes cae nuevamente ante los culés. En el Palau, conservan opciones en los dos partidos, y en Madrid claudican en el cuarto (el tanteo global de la eliminatoria refleja la igualdad 334-332) para obtener la tercera plaza liguera que daba acceso a Liga Europea la temporada siguiente. El verano trajo a Nacho la convocatoria de la Selección Sub22: a nivel deportivo fue un desastre, pero encontró un amigo para siempre, su compañero de habitación Nacho Rodríguez. 

Aquel 92…

Antúnez cruza de acera en dirección al Madrid. Estudiantes hace caja y Miguel Ángel Martín ha dejado la puerta abierta a las nuevas promesas. La corriente trae a Pablo Martínez y a Alfonso Reyes y el buen ojo del Cura a Juan Aísa de la fábrica blanca. Más aire fresco. Estudiantes está de moda y El País se va de fin de semana con el equipo a Huesca. En el reportaje queda la posteridad la foto en pelotas de Alberto Herreros en el vestuario. A la indiscreción pronto le saca rima La Demencia: “Butragueño, lo tiene más pequeño”. Un conjunto con más química que física destroza las estadísticas (13-0 en el arranque liguero). El día que se conoce la noticia de que Earvin Johnson es portador del virus del SIDA, los del Ramiro le homenajean a su “mágica” manera ganándole de 30 al Aris de Gallis, Giannakis y Walter Berry (del que contaban que mientras el resto del equipo iba en turista, la estrella viajaba en clase preferente). El primer contratiempo (la lesión de Pablo Martínez en un tobillo durante 2 meses), lo había cubierto con categoría y clase Quique Ruiz Paz, pero el avance de la temporada pesaba en una plantilla corta, de rotación periódica de 8 jugadores. Afloran derrotas en Liga y se acude a Milán con la necesidad de evitar otra por más de 6 puntos para conservar la ventaja de campo en los cruces. La empresa se antojaba compleja: los Dawkins, Pittis, Riva y la férrea 1-3-1 de D´Antoni no lograron sacar a los madrileños del partido. Con 7 abajo, Aisa recoge debajo del aro un lanzamiento de Juanan Orenga y anota con el tiempo cumplido. La mesa de validez a la canasta y D´Antoni se come a los árbitros de camino al vestuario. Objetivo cumplido: dos victorias ajustadas más en casa ante Partizan y Bayer Leverkusen daban el billete a cuartos como segundos. Esperaba el Maccabi. 

Y Garibaldi no estaba muerto, no, no… estaba de parranda

A finales de febrero, después de 30 jornadas de competición doméstica y 16 de Liga Europea, están justos de gasolina. El domingo previo a la Copa, Estudiantes recibe en Sant Jordi una zurra del Barsa (87-55). Nada más iniciarse el choque, Nacho se tira a por un balón y Lisard González cae involuntariamente sobre su codo. Todo indica que la fuerte rotura fibrilar le descarta para el evento de Granada.

Tan poca fe tiene la directiva que no reservan hospedaje, pero un triple (el único estudiantil) de Aisa elimina al Madrid y se quedan con las plazas hoteleras de los blancos. En semis, Pablo Martínez emerge como héroe (17 puntos), Villacampa no convierte un tiro cómodo en la última posesión y los del Ramiro se meten en la final, donde aguarda el CAI (líder momentáneo de la Liga) que se ha cargado al Barsa.

Hasta la fecha, Nacho no se ha vestido. Con el brazo en cabestrillo ha acudido a los partidos de calle y por la noche ha salido a cenar y tomar una copilla con los amigos. Pero el domingo quiere hacer la rueda con el equipo y en el entreno de la mañana, mientras trota en carrera continua, médico y fisio le toquetean la articulación.

Manel Comas lleva el partido a su terreno. Alto voltaje, con el “abuelo” Fernando Arcega tirando del carro y un marcador pírrico. Estudiantes se encalla y, con 11 minutos por jugarse y 4 abajo, Miguel Ángel Martín ve que aquello no marcha y llama a Nacho. El CAI saca de banda y en un cambio de dirección Azofra le roba el balón a Dani Álvarez para asistir de seguido a Winslow que estampa un mate de postal. “Cuando vi eso, me dije hemos ganado” (Miguel Ángel Martín). En el ataque siguiente, Pinone ve a Winslow sólo debajo del aro y éste empata. El triple frontal de Alberto Herreros deja un parcial de 7-0 desde la entrada del “Guerrero nº 13”. Pero el CAI no desfallece y se agarra al carisma y experiencia del mayor de los Arcega. Los nervios viajan sin descanso de una zona a la otra. A un minuto del final, Ricky Winslow (mejor jugador de largo de la Copa, aunque el trofeo fue a parar a John Pinone) quiere ir en todas las carpetas de los chavales de instituto y hace un mate por línea de fondo para el recuerdo. Paddio falla un tiro precipitado. Más tensión. De ahí en adelante, dos rebotes ofensivos de sus americanos conservan la posesión madrileña. Sólo Orenga es capaz de convertir tiros libres que aseguran el título. Nacho Azofra, manco, sin poder lanzar a canasta, ha conducido a sus huestes al entorchado copero. El Cid, el espíritu de Garibaldi (el esqueleto mítico de la clase de ciencias adoptado como tótem por los azules desde los tiempos de la claque)… Cuentan que la celebración fue de las de aúpa y se pierden las veces que el autobús tuvo que detenerse a la vuelta para que algunos bajaran a vomitar. A la mañana, las clases se interrumpieron en el Ramiro. Toda la chavalería llenó Magariños para recibir a sus ídolos. Brutal.






Estambul… chim-pum

En 3 días a Tel Aviv, previa visita obligada por el Muro de las Lamentaciones y el Mercado de las Especias en Jerusalén. La Mano de Elías, la legendaria cancha, espera a los mozos que están a punto de dar la sorpresa. Se vuelven para el “Foro” con una derrota mínima por un punto en la prórroga, pero con el convencimiento de que pueden ganarle dos partidos a los amarillos. En el primero todo sale y el Estu se pega un atracón con el mejor encuentro del año. Pero para el segundo, el botín genera vértigo y cuenta la experiencia hebrea. En el Palacio no se aprecia un hueco ni en las escaleras: dos mil personas se han quedado fuera sin entrada. El miedo se masca desde que uno sale del metro y el partido por supuesto se traba hasta que Pablo Martínez frota su lámpara maravillosa con un triple y dos tiros libres. Herreros amplía la ventaja hasta los 7 puntos (54-47). Pero Maccabi es la franquicia que en más ocasiones ha jugado la Copa de Europa y tiene callo, carácter y calidad. Con 55-53 Guy Goodes sólo convierte el primer tiro libre. Con el segundo, Orenga y Pedro Rodríguez andan por los suelos, pero no consiguen hacerse con el rebote. Los macabeos preparan su última posesión para su tirador, Doran Jamchi, que sale librado de los bloqueos. Reza la leyenda que resbaló con el sudor de Pedro Rodríguez (ganarás el pan con el sudor de tu frente) y no pudo recibir el pase, que se marcha fuera. Con 2 segundos, Estudiantes pone el balón en cancha rumbo a la Final Four. El éxtasis, un orgasmo demente. 

Estambul supuso una fiesta inolvidable para la afición. A la Demencia se le abrió una cuenta (Fila Cero) en Caja Postal y hasta el humorista Forges contribuyó con una viñeta a sufragar los gastos del desplazamiento. Para el equipo significó el viaje amargo de fin de curso del estudiante que llega perdidamente enamorado de la chica que le gusta, pero que con la que al final queda como amigo y se la lleva otro más guapo. En ningún momento compitió.

La Liga se cerró con unas semifinales apoteósicas ante el Joventut. Nacho marca ritmo y diferencias en el primer envite con 18 puntos y 9 asistencias. En el segundo, al Estu se le pone a huevo la suerte de la eliminatoria: con 20 segundos y dos arriba, Winslow se bota el balón en el pié y en el ataque posterior Smith lleva el encuentro a un tiempo extra. A 2 décimas de la finalización de la prórroga, Villacampa comete falta personal sobre el lanzamiento triple de Rodríguez. Pedrolo sólo convierte uno, lo que implican otros 5 minutos adicionales, tras los cuales el Joventut sale milagrosamente vencedor por 2 puntos, después de aprovechar Tomas Jofresa un error en el pase de Alberto Herreros que tropieza en la espalda del árbitro. La Penya hace sangre en el tercer enfrentamiento en Madrid y Estu devuelve la fase a Badalona con un gran juego coral en el cuarto (Azofra 15 puntos y 7 asistencias). En el desenlace a los colegiales se les agotaron las reservas tras el descanso. En la mejor temporada de la historia de Estudiantes, Nacho recibió el premio al Jugador de Mayor Progresión otorgado por la revista Gigantes, pero se quedó a las puertas de los Juegos Olímpicos de Barcelona 92.

En la temporada 92-93 recala en el club un tirador de manual, Danko Cvjeticanin. Nacho se rompe el metacarpiano y permanece un tiempo parado, su renovación se enquista y contrata a Miguel Ángel Paniagua como agente. En los play offs, el Madrid les deja fuera en el quinto (81-77).

Cuando un amigo se va… hay que ir a despedirlo

En el verano del 93, Nacho acude a Alemania a disputar el Europeo con la selección. No parte como primer base, pero el equipo se engrasa bajo su mando. Desgraciadamente yerra un 1 + 1 y Welp convierte una canasta que manda a España a casa en el fatídico cruce de cuartos. A la postre, la sorprendente Alemania ganaría su torneo. 

No se pone de acuerdo con Estudiantes y diferencias económicas primero, y de concepto y forma después, le hacen salir de lo que había sido su casa. Sopesó ofertas (manejó incluso la del Barcelona) para emprender camino hacia el sur, hacia el Caja San Fernando sevillano. La despedida le salió por un pico en uno de los templos gastronómicos de “La Prospe”, Casa Emilio. A algún colega le dio por pedir gambas, la cosa subió de tono y la broma rondó las 200.000 pesetas. Será por dinero… Vamos, que los que se arrimaron para licenciarle en el AVE, lo hicieron contentos y saciados. 

En Sevilla, con su primo Pedro de cicerone, disfrutó de una experiencia maravillosa. Se alquiló un piso propiedad del Duque de Feria detrás de la Casa de Pilatos y exprimió las bondades de la preciosa capital hispalense. Entabló profunda amistad con el entrenador ayudante, Rocky Jarana, y conoció los más recónditos tablaos flamencos de la mano de su amigo y compañero, Raúl Pérez. A su vuelta como visitante al Palacio, La Demencia acude con velas a recibir a su ídolo, y el equipo concluye la primera temporada en una excelente 5ª plaza. En su segundo año, Nacho despacha indirectamente a Miguel Ángel Martín en el Palacio con una actuación esplendorosa en el tiro (24 puntos con 6 triples sobre 9 intentos). Mediada la campaña nota un chasquido en una de sus rodillas y sabe que algo no marcha bien. La articulación se le hincha, ha de descansar durante la semana y juega con dolores e infiltrado. Pone fin a su ciclo andaluz con una discreta novena posición preocupado por la lesión. 

El hijo pródigo

Firma por Estudiantes cuando parecía tenerlo cerrado con Basconia y, lo que se pronosticaba como una condromalacia rotuliana con un tiempo de rehabilitación aproximado de 1 mes, deviene en una condropatía del cartílago una vez que el doctor Guillén le abre en quirófano. El daño es mucho más grave de lo previsto y Estudiantes se porta, sin tocarle una coma del contrato. La recuperación se extiende durante 7 meses (en los 3 iniciales tiene vedado apoyar la pierna tocada). En Santoña todavía alguno recuerda verle apoyado en los hombros de sus amigos para darse un baño en la preciosa playa de Berria, junto al penal del Dueso. En pretemporada Gonzalo Martínez se destroza la rodilla y Paco García se queda huérfano a los mandos del equipo, por lo que se contrata al “conguito” Jennings que va de más (deslumbró en su aterrizaje) a menos. En su retorno, Nacho vuelve hecho una bestia, fortísimo de remos y termina pletórico. La siguiente pretemporada trae una excursión impactante e inolvidable: Estudiantes es invitado a jugar un torneo en la antigua Yugoslavia. Visitan Mostar, conviven con la tropa española y conocen de primera mano la barbarie incomprensible de una guerra entre hermanos. 

En el verano del 98 vive su segundo paso fugaz por la selección, donde apenas juega en el Mundial de Atenas, y en la primavera del 99 el mayor sinsabor de su carrera: el Barsa da la vuelta a la Final de la Korac en el Palau.

A pesar de la salida hacia el Olimpiakos de Iñaki De Miguel por un pastizal, diez días antes de iniciarse la temporada 99/00, el clima ya pintaba bien cuando la plantilla se acerca al Conciertazo de Navidad del desaparecido maestro Argenta. Nacho, entre risas, ejerce de director de la orquesta de RTVE, mientras que sus compañeros se afanan con los más variopintos instrumentos. Aquello quedó decoroso y muy, muy divertido ante las miradas y aplausos cómplices de los niños. El grupo acude a la Copa del 2000 entre seguro y confiado. En cuartos quiebran las esperanzas locales: Nacho y Gonzalo gobiernan el ritmo ante un desesperado Bennet (¡qué jugador!). Antes de las semis se da libertad para comer donde se guste y la mayoría elige en la matinal del domingo el inigualable paseo de pintxos por Vitoria. Pasan por encima del Caja San Fernando sin mayores problemas. Algún iluminado ha situado la final el lunes, obviando que es día laborable para la gran mayoría de los aficionados. Los contendientes (Estudiantes y Pamesa) comen en el mismo salón del hotel con la mayor naturalidad. En la segunda parte, los del Ramiro rompen el partido a base de triples: al de Nacho en carrera, le suceden los de Robles y Aisa. Los Reyes, Alfonso (MVP) y Felipe se coronan y en la celebración queda el recuerdo para “Satur” Carretero, utillero del Estu durante tres décadas, que había fallecido el diciembre anterior. En Liga, Chandler Thompson no apura la opción definitiva bajo aro en el Pabellón blanco, que le hubiera dado el acceso a la final ante el Barsa. Aquel Madrid de Scariolo sería Campeón de Liga en el Palau. 

A Pepu le conocía desde juveniles y de vez en cuando les gustaba echarse algún pequeño pulso. A Nacho, por ejemplo, le agradaba beber vino en las comidas y pedía el permiso de su entrenador antes de proceder. En cierta edición de la Copa del Rey, cuando recibió una negativa, se acercó a la mesa de Chichi Creus para servirse una copa. El preparador le escrutó con la mirada, a lo que Nacho respondió: “Pero hombre, si el crack está tomando una copita y con 40 años está como un juvenil…”. La carcajada general de la sala concedió a Nacho el beneplácito con la mueca entre divertida y resignada de Hernández.

Los play offs 2001-2002, Azofra los recuerda como los más completos de su carrera. El pique baloncestístico con Raúl López ha pasado a los anales de la ACB. Nacho entra en trance y cuando culmina un costa a costa con una canasta de espaldas (con personal), la grada de Vistalegre enloquece. “Utah se siente, Azofra no se vende”, rotula una pancarta demente. El encantamiento del derby vecinal se esfuma en Málaga: el Unicaja del “mago” Louis Bullock corta de raíz las aspiraciones colegiales. La Liga, sin embargo, marcharía con dirección a Vitoria. 

El 11 de marzo de 2004 se encogió el corazón de todos los madrileños con los atentados terroristas del triste día. En la jornada siguiente a Nacho le tocó una misión que jamás hubiera querido: hizo de tripas corazón para dejar unas flores en el asiento que habitualmente ocupaba el hermano de su amigo y compañero de pachangas “Cepo”, abonado del club, que falleció en uno de los trenes.

En la postemporada, Estudiantes elimina al Madrid y a Basconia (en un épico partido en Vitoria) para alcanzar por fin la primera y única final liguera. Tuvieron a tiro al Barsa, que el año pasado había hecho triplete, en la apertura de la serie en Barcelona (incluso se vieron perjudicados por los árbitros). Le arrasaron en el doble enfrentamiento en el coso de Vistalegre. “Lo veo tan chungo, tan rematadamente chungo, que hasta es posible”, mostraba esperanzada La Demencia con singular proclama. En el partido definitivo surgió para los catalanes la figura de Rodrigo De la Fuente (criado en la cantera colegial) que con 17 puntos (4 triples) decantó la suerte del campeonato.





Tutelando

Y en estas que aparece un genio, Sergio Rodríguez. Tras su testimonial debut en el Palau y el Europeo Junior de Zaragoza, donde el “Chacho” deja al personal con la boca abierta (campeones y trofeo de MVP para el canario), Pepu le da plaza en el primer equipo, descartando la continuidad de Corey Brewer. 

En los dos años siguientes, hubo gente que llegaba antes al pabellón sólo para ver los 1 contra 1 de la pareja de artistas mientras calentaban. Jugaban al ratón y al gato el uno con el otro, con manejos más propios de los Globetrotters que de baloncestistas profesionales. Simplemente se lo pasaban bomba. Nacho apadrinó la llegada del novato. Compartía su sentido lúdico del basket y le animaba y corregía con sabios consejos. 

Todavía se reservó algún partido grande. En noviembre del 2005, tras 5 derrotas de inicio, el Estudiantes de Orenga recibe al Joventut de Aíto a puerta gayola. La actuación estelar de su capitán (17 puntos y 9 asistencias) inaugura el casillero de victorias colegial. Nacho alucina con la actuación de un niño de 15 años: “Todo lo ha hecho bien. Yo esperaba que, jugando los minutos calientes, se equivocara en algún pase o algo, pero no ha sido así”. Es Ricky Rubio. Ante Pamesa se muestra de nuevo clave en el segundo triunfo de la temporada, pero el destino de Orenga está marcado y a las pocas semanas es sustituido por Pedro Martínez que lleva al equipo a disputar los play offs. En mayo del 2006, Nacho juega en el Martín Carpena sus últimos 17 minutos y 48 segundos como estudiantil aportando 4 puntos y 7 asistencias. 

En diciembre de 2006 firma por el Lagun Aro Bilbao de Txus Vidorreta hasta final de temporada. Tiene claro su cometido: “Tengo que tratar de que el balón llegue a nuestros anotadores en las mejores condiciones”. Quiso el caprichoso calendario que el primer rival al que había de enfrentarse fuera el Estu en La Casilla: Nacho no anotó, pero fue el mejor pasador (6 asistencias) en la victoria vasca. Contribuyó de manera importante al crecimiento de la joven franquicia y jugadores como Javi Salgado (al que adoctrinaba cuando la situación lo requería), Recker (excelente al contragolpe y con una facilidad para el tiro primorosa) y Frederic Weis (al que insistía para que continuase el bloqueo hasta debajo de canasta) aumentaron exponencialmente sus prestaciones a su lado. En su vuelta a Vistalegre se le recibe con una pancarta emocionante: al lado de una caricatura en la que se asemeja al Che Guevara, se lee “Oh capitán, mi capitán”.

Se corta la coleta

Concluido su periplo cantábrico y tras 705 partidos en ACB decide aceptar la oferta del Estu para asistir como ayudante a Mariano De Pablos. En septiembre Estudiantes le homenajea en Magariños y aparece con traje de luces. Tal cual. Con montera propia, capote prestado y la chaquetilla del maestro José Mari Manzanares que le había dejado un amigo anticuario, saludó desde los medios, lanzó la montera y se puso a jugar con sus antiguos compañeros delante de un polideportivo entregado. 

Como segundo entrenador vivió un año de los más complicado, pero muy enriquecedor. De Pablos fue sustituido por Perasovic y el equipo salvó la categoría de manera agónica en León. 

Reclamado por José Asensio (íntimo amigo suyo desde que eran críos) se mete en el embolao de la dirección deportiva. La experiencia (4 años) resulta durísima: las arcas están tiesas y la masa social y directiva está absolutamente fragmentada. El histórico Estudiantes desciende (la imposibilidad de los ascensores de afrontar el aval le mantiene en la ACB) y Nacho cierra la relación con el club de su vida. 

“Si sois otros, sois malos” 

Este fue el consejo que un día les dio el maestro Julbe a dos de sus pupilos, Ivan Corrales (que en alguna ocasión confesó su devoción por Azofra, al que llegó a copiarle movimientos) y Tomás Jofresa. Y se le puede aplicar a Nacho a pies juntillas. A los jugadores los tienes que dejar que se equivoquen (siempre que los errores no superen con frecuencia los aciertos) y con los de esta casta no te queda otra. Si continuamente tiras de las riendas y limitas sus capacidades de purasangre los conviertes en mulos. 

Jugador de sensaciones, “el día que se rascaba dos veces seguidas el pelo, decía para mi, hoy malo. Pero probablemente haya sido el jugador más genial que haya entrenado” (Miguel Ángel Martín). Tocaba de oído. De registros inesperados, difícilmente aprehensible para los expertos en scouting, pues su lectura del juego le permitía encontrar atajos con las soluciones más insospechadas. Listo, del cuajo de jugador inteligente tan del gusto del gran Aito García Reneses, que estuvo a punto de ficharlo. Quizá en su originalidad radique la causa de sus escasas comparecencias en el combinado nacional: los seleccionadores se decantaban por la estabilidad o seguridad de Nacho Rodríguez o Rodilla antes que subirse a lomos de Tintín (se daba un aire) el aventurero.

Nacho no era tropa corriente. Su juego, fantasioso, rompía simetrías, con lo que congregaba adhesión o rechazo. Sus críticos le tildaban de ornamental, pirotécnico, tendente a la dispersión. Le catalogaban como un tiro al aire. No puedo estar más en desacuerdo: durante dos décadas abanderó la mejor historia de Estudiantes (era su principio y su fin) e hizo mejores a sus compañeros desde un estilo innegociable. Lo siento, yo cuando pago la entrada o me siento ante el televisor demando cosas diferentes, que me levanten del asiento.





El Mini, siempre el mini

Nacho ha disputado infinidad de partidos, en multitud de escenarios. Le apasionaba jugar en campos calientes: La Mano de Elías, las canchas griegas, el Palau, el antiguo Pabellón de la antigua Ciudad Deportiva del Real Madrid…, pero lo que le devuelve a sus sueños adolescentes son las pachangas del Mini en el Ramiro. En ellas esponjó su compromiso febril con el basket y remiten al lado más romántico del juego. Allí se instruyó en las técnicas del orfebre y profundizó en los trucos del trilero para doblar un pase o hacer una canasta cerca del aro (estaba tan prohibido tirar que los lanzamientos lejanos eran silbados por los espontáneos espectadores provistos del tradicional bocadillo que poblaban la pista en los recreos). En el instituto se saltaba clases para echar un ratito; como profesional no perdió la costumbre y en vacaciones retornaba al cemento. 

Algún día si paseas por el puerto de Santoña para comprar unas latas de anchoas, igual te cruzas con un paisano pescando con aire despistado; otro día igual se te ocurre dar una vuelta por el Ramiro y si te fijas igual hay un tío jugando con unos chavales al Mini. Míralo bien, porque si bota como los ángeles y pasa como los dioses, igual es Nacho Azofra. 

Mil gracias a María por su amistad de años y posibilitar la charla. A Nacho y a Miguel Ángel Martín por su paciencia y amabilidad y por compartir confidencias. ¡Qué gusto hablar con gente de basket! Siempre agradecido a Raúl Barrera y Carlos Laínez que me dejan husmear en la biblioteca de la Fundación Pedro Ferrándiz Espacio 2014.

Aquel Open McDonald´s de los Celtics

$
0
0

Hace más de un cuarto de siglo el que pensara que un españolito pudiera jugar con asiduidad en la NBA, no estaba en sus cabales. A un madrileño con los arrestos del caballo de Espartero, de nombre y apellido comunes, Fernando Martín, se le tomó por iluso, atrevido y quijotesco cuando cogió su petate y se echó al monte para conquistar las Américas. Incluso desde alguna esquina malintencionada le tildaban de antipatriota, pues su enlace con los “profesionales” suponía su ruptura con la selección nacional. Vivir para ver, pero es lo te descubre remover el trasero de las hemerotecas. ¡Olé tus narices Fernando!

Cuando esto escribo, no ha pasado un mes y todavía nos estamos frotando los ojos. Dos chicos altos, muy altos, de este lado del Atlántico, hermanos para más señas, han hecho el salto inicial del partido del Fin de Semana de las Estrellas. Los Gasol no son mediáticos, no son los que más camisetas facturan, ni los que más mates realizan, pero son tan, tan buenos, que Pau recibió casi un millón de votos de los aficionados en el Este, sólo por detrás de Lebron James, y Marc obtuvo casi 800 mil sufragios (quinto de su conferencia, comandada por el crack Stephen Curry), para formar parte de los quintetos de partida del All Star. Su mérito, simple y llanamente, jugar de maravilla al baloncesto. Alucinante. Chapeau. 

Bueno, que me pierdo. Mucho tiempo antes de que algún político lo pregonara al viento, surgieron los primeros brotes verdes en nuestro país. Mucho tiempo antes de que alguna marca de bebidas alcohólicas lo usara como eslogan, unos cuantos locos del balón naranja asentados en la Península Ibérica ya pensaron en verde. Sí, el martes 18 de octubre de 1988 tomaban tierra en el aeropuerto de Barajas los míticos Boston Celtics para disputar la segunda edición del Open McDonald´s. Supuso la catarsis y el definitivo lanzamiento del universo NBA en España. 


Un primer acercamiento

A comienzos de los 80, la NBA había tomado oxígeno. Olvidada la pretérita década anterior envuelta en escándalos de violencia y droga, las grandes franquicias y sus consolidadas estrellas devolvieron el lustre a la competición. Afianzado el brillo doméstico había que colocar el producto en el mundo. El avispado David Stern puso sus ojos en el mercado de más raigambre y potencial consumo inmediato: la vieja Europa. Así en 1987 tendió lazos con la FIBA de Boris Stankovic para organizar el primer torneo mixto entre equipos profesionales USA y “amateurs” europeos bajo el patrocinio de multinacional hamburguesera McDonald´s. 

El primer certamen del torneo tuvo el cariz de un melón, esto es a cala y a prueba. El escenario no era para deslumbrar: la Milwaukee Arena (MECCA), uno de los pabellones más antiguos y pequeños de la Liga con capacidad para sólo 11.052 espectadores. El contendiente elegido se movía entre la zona noble, si bien los cualificados y espléndidos Bucks no tenían ni el glamour ni el bagaje en títulos de Celtics o Lakers, que posiblemente hubieran ahuyentado para la cita a sus posibles rivales. La franquicia de Winconsin hasta entonces conducida por el gran Don Nelson había alcanzado con suficiencia los playoffs, tras más de 50 partidos ganados en temporada regular durante 7 temporadas consecutivas. Por Europa concurrían su vigente campeón de clubs, la célebre Tracer de Milán de los veteranos McAdoo (que demostró a sus compatriotas no haber perdido olfato e hizo 78 puntos en el torneo), Ricky Brown, Meneghin, Pittis, Premier y D´Antoni, y la antigua Unión Soviética (que venía de caer ante los griegos en el Europeo ateniense) dirigida por el “zorro plateado”, Alexander Gomelski. Los soviéticos contaban con su recámara de excelsos tiradores exteriores (Marchulenis, Valters, Homicius, Sokk y Kurtinaitis), pero se encontraban huérfanos en la pintura (sin Sabonis, Tkachenco, ni Belostenny, lesionado nada más iniciarse el primer encuentro), con lo que al solitario y malogrado Pankraskin (malévolamente definido por Sport Illustrated como “el jugador más feo y desgarbado de la historia del baloncesto internacional”) le tuvieron que echar una mano por dentro los talentosos aleros altos, Volkov y Tikhonenko. 

Pese a no contar con Sidney Moncrief (su referencia indiscutible, lesionado), Ricky Pierce, John Lucas o Craig Hodges (éstos negociando sus contratos), el Open fue un paseo para los locales que pasaron por encima de sus amedrentados oponentes. A los lombardos (que después caerían ante los soviéticos) sólo les sacaron 12 engañosos puntos de diferencia (123-111), pero las declaraciones del entrenador Franco Casalini no dejaban lugar a la duda “Después de jugar contra Milwaukee veo el océano Atlántico más ancho todavía”. Los del ejército rojo sólo les resistieron hasta el minuto 6 con 15-14 en el marcador. En plena pretemporada los Bucks demostraron por qué todos los años era de las escuadras que más tarde se iba de vacaciones con Paul Pressey, Jack Sikma y Terry Cummings (MVP) marcando territorio. Amparados en su presionante defensa y en sus supersónicos contraataques, las diferencias llegaron a ser sonrojantes (101-54) y las manifestaciones de los europeos esclarecedoras: “Imposible, no se puede hacer nada con los profesionales… Hemos venido a aprender” (Gomelski), “Son muy superiores… Hicimos lo que pudimos” (Marchulenis), “Nos tenían bloqueados… No hay menos de cuarenta puntos de diferencia” (Kurtinaitis), “He aprendido más de basket en estos cinco días que en cinco años en la URSS” (Volkov). A la postre un misericorde Del Harris, rescató del fondo del armario a los suplentes de los suplentes con lo que el electrónico reflejó un decoroso 127-100. Fin a la primera experiencia con una repercusión moderada.

Madrid supone el despegue

En el año 1956, los Syracuse Nationals, campeones de la NBA la temporada precedente, en plena Guerra Fría y por mandato expreso del presidente Dwight Eisenhower, realizaron una gira mundial que les condujo entre otras ciudades a Barcelona (tres partidos) y Madrid (dos). Mucho había llovido desde entonces hasta el advenimiento de los Celts en el otoño del 88. 

Abierto y probado el melón, esta vez la NBA ponía su infraestructura al servicio de la difusión y venta internacional de su producto en su primera puesta en escena fuera de sus fronteras. Gastaba más de 200 millones de pesetas en el evento, desplazaba a más de veinte empleados desde sus oficinas en la Quinta Avenida de Nueva York, se calcula que llegaron más de 1.200 personas para cubrir el torneo y esta vez, despachados los miedos iniciales, se invitó a su franquicia más ganadora (los 16 entorchados que pendían del techo del Garden así lo testimoniaban). Cerca de más de 40 canales de televisión ofrecerían las imágenes al mundo, las animadoras de la Universidad de Memphis State (las mejores del país los tres últimos ejercicios) harían las delicias del personal con sus bailes y acrobacias, el mismísimo “Doctor J” impartiría un clinic en la matinal del sábado y entre Tanya, la increíble malabarista, y una mascota disfrazada de pollo amenizarían los eternos descansos. Los madrileños tendrían el placer de observar en directo el “orgullo, la tradición y la grandeza de Boston”. En su comunidad eran los verdaderos “Señores del Anillo” de Tolkien. 



Los invitados

Scavolini Pesaro

El Scavolini de Pesaro había ganado su primera Lega tras 41 años de historia. El artífice principal un entrenador con aire de profesor universitario, Valerio Bianchini, que previamente había hecho campeones domésticos y continentales a las escuadras de Cantú y Roma. Cobijado en un bloque nacional de excelente calidad, en el que sobresalían los dones organizativos y el tiro de Gracis junto a los finísimos movimientos de Magnifico en contraste a la contundencia bajo los aros de Ario Costa y Vecchiato, “il filósofo” se había cargado a dos extranjeros de tronío, Alexander Petrovic y al ex-profesional Greg Ballard, para encajar dos retales exteriores de la NBA, Darren Daye y Darwin Cook, que a la postre resultaron decisivos para el histórico scudetto que rompía el dominio milanista. Curiosa la historia de Daye, que ese año había salido por la puerta de atrás de los Celtics tras campaña y media. Con molestias en los pies, cierto día le conminaron para que usara la misma máquina recuperadora con la que se trataba Kevin McHale, pero el empleado del hotel le dio por error la llave de la habitación de un periodista de Sports Illustrated, que al regresar a la misma se encontró al jugador con el pie metido en su recién estrenada máquina de escribir electrónica. De traca.

El estudioso Bianchini huía un tanto de los modelos ultradefensivos, lentos y encorsetados que por entonces se gastaban tanto en el país de la bota. Partiendo de esquemas bien definidos sus conjuntos gozaban de más alegría y libertad y buscaban el contragolpe. De esa guisa, y saliendo de una alejada quinta posición en temporada regular, habían conquistado el título. Ahora en el “Foro” madrileño se presentaba sin apenas cambios reseñables en la plantilla, sólo el de Larry Drew por Cook, pero con la sensible baja por lesión para el primer partido de Daye.

Yugoslavia

Venían de ganar la medalla de plata y salvo Obradovic (28) y Cutura (26), dos jugadorazos de equipo, ningún otro rebasaba la frontera de los 25 años. Hagan memoria y sueñen: los maravillosos Divac y Radja, podían jugar y hacer jugar desde cualquier espacio de la pintura; Vrankovic, con precontrato con los Celtics, dejaba dudas ofensivas y de actitud, pero era el mayor bastión defensivo interior del Continente; Paspalj, con aire de poeta maldito, y Kukoc (¡qué jugador! el primer europeo que, de verdad, podía ocupar las cinco posiciones del campo), redefinieron el puesto de 3; anotadores compulsivos, Cvjeticanin y Komazec, al que colocaron el cartel del nuevo Drazen; Zdovc, otro base cerebral y de gran lectura atrás, que se hacía necesario en cualquier grupo; Radulovic y Alihodzic, completaban la rotación del luminoso plantel que traían los balcánicos, al que sólo les faltaba Petrovic, que hacía su debut oficial con los blancos. 

Con semejante gama de colores, el gran Dusan Ivkovic, tenía la paleta ideal para pintar un cuadro recordado e inigualable y, a fe, que en el futuro lo conseguiría. Si en Seúl esbozó las primeras pinceladas, en el Europeo de Zagreb y en el Mundial de Argentina el lienzo quedó crepuscular, único y probablemente irrepetible. Ivkovic vertebró sistemas flexibles para desarrollar el ingenio y los fundamentos de los suyos, les tatuó la importancia de la defensa para correr a campo abierto e incorporó dos pivots de manera simultánea y permanente con lo que ganó solidez y rebote. Preservó las enseñanzas del maestro Nikolic y depuró su estilo, aunando seriedad y disciplina en la mayor generación de capacidades que probablemente se recuerde a este lado del Atlántico. Lástima de la maldita guerra… A Madrid llegaba una divisa de jóvenes artistas sublimes y excepcionales que convocaban a la imaginación. Desde su tronera en la grada, los scouting USA no daban tregua a su blog de notas. 

Real Madrid

Los blancos eran la copia de los Celtics en Europa. Su tenaz juego de defensa agresiva, contraataque y espíritu colectivo habían colmado sus vitrinas, pero los laureles habían tornado de acera los dos últimos campeonatos en favor de sus más enconados rivales, Lakers y Barcelona. Vivían período de entreguerras, de reestructuración y rearme.

Mendoza había firmado al último gran “diablo” balcánico, Drazen Petrovic, al que se le había abierto hueco hegemónico en la plantilla con la salida de dos pesos pesados, Corbalán e Iturriaga. Como único base puro del rebaño, Lolo Sainz, contaba con You Llorente, una fuerza de la naturaleza atemperada a través de los años, pero la disposición inicial de salida abogada por la dirección y anotación de dos escoltas, el croata y un Chechu Biriukov en plena madurez. Por entonces, Quique Villalobos apenas entraba para darlos escasos descansos. De Santa Coloma había llegado una bestia, Pep Cargol, que le disputaba a Johnny Rodgers el puesto de alero alto. Con los extranjeros contratados para el perímetro, la zona pintaba nacional quedando repartida entre los Martin y Romay (más algunas ayuditas de Rodgers cuando las faltas o lesiones lo requerían). El año traía toda la expectación y el morbo en la Casa Blanca. De cómo se acoplara el genio de Sibenik, odiado hasta su fichaje y entronizado ahora por la afición merengue, dependía el futuro próximo real. 

Boston Celtics

Sí. Llegaban a Madrid los míticos e históricos Boston Celtics. Con Auerbach y su puro, sus 16 campeonatos, su clásico uniforme blanco o verde, sus botas negras, su eterna tradición, su gen ganador, su orgullo perenne y su célebre quinteto recitado de carrerilla. Brian McIntyre, el relaciones públicas de la NBA, ya lo había anunciado en agosto: “Vienen todos”.

Larry Bird había remoloneado un tanto, a vueltas con la ampliación de su contrato. Cuando se incorporó unos días más tarde a la concentración del equipo en el Hellenic College de Brookline (Massachussets) ya era el jugador mejor pagado de la NBA. Feliz declaraba “quiero ganar más anillos antes de retirarme”, más su anhelo no llegó a cumplirse.

Al visceral californiano Dennis Johnson, “el pájaro” le consideró el mejor compañero con el que había jugado. En sus inicios profesionales Johnson se había sobrepuesto a un aciago día en el tiro (0 de 14) en el séptimo partido de su primera Final ante los Washington Bullets, para conquistar su primer anillo con los Sonics en la revancha de la temporada siguiente (sus 23 puntos y 2,2 tapones de promedio le hicieron acreedor del MVP de las finales del 79). Sus desavenencias con Lenny Wilkens le llevaron de camino a los Suns de Phoenix. Tras tres temporadas en Arizona, Auerbach puso el ojo en el controvertido hombre orquesta (defendía como un poseso, dirigía con mano de hierro, reboteaba con asiduidad y aparecía anotando en los momentos calientes) para hacer frente a Magic en los Lakers y a Maurice Cheeks y Andrew Toney en los Sixers. En su estreno los bostonianos se engarzaron el anillo resultando la aportación de Dennis decisiva, con más de 20 puntos de media en los últimos 4 partidos, y una excelsa defensa sobre el genio de Michigan (le consideraba el mejor defensor exterior de la historia) que perdió 31 balones en los 7 partidos de la serie. Con él al mando, la franquicia vivió los mejores momentos de la década. Combativo, jamás se arrugaba, tan capacitado para chocar con un búfalo como para lidiarlo al natural. Más relajado comentaba que el Palacio de los Deportes madrileño le recordaba al Madison Square Garden neoyorquino en pequeño. 

Kevin McHale y Robert Parish llegaron a Massachussets al tiempo, fruto de una de las más célebres y geniales operaciones de traspasos concebidas en el deporte profesional. Tras el plantón del ansiado Ralph Sampson, Auerbach y Bill Fitch diseñaron un plan para robustecer la línea interior y así traspasaron los derechos de las elecciones nº 1 (Joe B. Carroll) y 13 a los Golden State Warriors, a cambio de la nº 3 (McHale) y Parish en el draft del 80. La transacción resultó decisiva y catapultó a la franquicia céltica al papel protagonista de décadas pretéritas. 

Parish cubrió con garantías desde su llegada la temprana marcha de Dave Cowens: corría el campo como pocos 7 pies, aportaba solidez reboteadora y una regularidad asombrosa en su tiro en suspensión a la media vuelta, el célebre arco iris (rainbow jumper) por la parábola que describía el balón para salvar los palos de escoba que le colocaba su entrenador colegial. Todo ello sin pestañear, con ese empaque funerario. Pocos motes cuadren tan bien, como el que acuñó su compañero Cedric Maxwell para el doble 0, “El jefe”, por su parecido al personaje del jefe indio Bromden de mirada imperturbable en la maravillosa película “Alguien voló sobre el nido del cuco”. 

McHale engañaba desde su deslavazado cuerpo y eternas y pendulares extremidades. Del mismo pueblo minero, Hibbing, que el gran trovador Bob Dylan, hacía acopio de un inacabable muestrario de movimientos desde el poste bajo. Su poder de intimidación, fastuosa colección de tiros e inteligencia en su lectura de juego, le llevaron a ser considerado el mejor sexto hombre de la NBA y, una vez consolidado en el quinteto titular, el indiscutible amo en la posición de poste bajo. 

Danny Ainge cierra el círculo mágico. Completo deportista, llegó a ser All América de instituto en los tres deportes estadounidenses de referencia y se dedicó profesionalmente al beisbol antes de ser captado por Auerbach. Po su fiereza y combatividad fue considerado “el jugador más odiado de la Liga”, sin obviar su excelente tiro exterior y propensión a salir al contraataque. 

Con su cinco All Star, lleno de talento y cargado de años, se presentaban los Celtics en la capital española pese a “que les suponía un esfuerzo extra y nos parte la preparación” (McHale) y “que significa un parón importante en nuestra programación de pretemporada; pero estamos orgullosos de haber sido elegidos como representantes de la NBA y vamos a hacerlo bien” (Bird). Tras el largo viaje, el extenuante programa de actos con visita oficial a La Zarzuela y entrega de dos camisetas al entonces Príncipe de Asturias, Felipe Borbón, la recepción en la embajada americana, la comida obligada en el McDonald´s de turno y las sesiones de entrenamiento que sorprendieron a algunos por su dedicación y seriedad, los Celtics cumplieron de largo su misión. 

¡A jugar!

Celtics-Yugoslvia

Máxima expectación para abrir el certamen y el encuentro no defraudó, aunque el personal estaba mosqueado con las plazas libres que se podían observar en el graderío cuando en teoría estaba el aforo completo a razón de 1.500 pesetas la entrada más barata y 3.500 la más cara, pero la NBA se había guardado un montón de invitaciones y ahí ya se sabe…

Los plavi plantaron cara hasta el descanso. Vrankovic se empeñó en contradecir a los que sospechaban de su carácter indolente, ejerciendo de dique intimidador en la pintura. Su presencia en pista marcó el devenir del choque. Ivkovic le sentó con un resultado favorable de 45-42 y los verdes aprovecharon la concesión para remontar y marcharse al descanso con ventaja 53-47 (27-26 al final del primer cuarto). Cvjeticanin había enseñado su puntería (17 puntos al final del encuentro con tres triples sin fallo) y Paspalj su calidad y desparpajo (5 encestes de 8 intentos en el ecuador del partido). En los Celtics, sólo Bird parecía suelto en ataque, sin noticias de Johnson ni de Ainge.

En la reanudación, Jimmy Rodgers, nuevo en el puesto, que no en la plaza, llamaba a capítulo a los suyos que apretaron atrás. Parish (20 puntos y 15 rebotes), espabilado tras un mate de Vrankovic, y McHale (21 y 11) candaron la zona. Bird (27 puntos) inventarió toda una gama de canastas (un par de ganchos con la izquierda fueron sublimes) y el novato Brian Shaw subió ritmo para abrir brecha (75-56) en un suspiro hasta el marcador final 113-85. Llamó la atención un futuro celta, Dino Radja (16 puntos) al que los espías profesionales adivinaban un don extrasensorial para este juego.

Real Madrid – Scavollini

A los aficionados y jugadores no se les quitó el susto del cuerpo hasta que el hasta entonces discutido Rogers tomó cartas en el asunto. Con 10 abajo en el minuto 3 de la reanudación, Johnny cogió su fúsil (dos triples y una canasta de dos en un resquicio) para voltear la suerte del encuentro. Tomó además en asignación al hasta entonces estilete italiano, Andrea Gracis (que estuvo inmenso con 37 puntos y sólo dos errores en lanzamientos de campo), y neutralizó su flujo anotador. Un parcial de 26-5 había finiquitado la contienda en 7 minutos. El último cuarto maquilló un partido mediocre de Petrovic (todavía adaptándose) a pesar de sus 34 puntos y recalcó la importancia que habrían de cobrar sus escuderos, Llorente y, sobre todo, Chechu Biriukov. A los transalpinos, lastrada su exigua rotación por las bajas de Silvestrini y Dale, se les hizo eterno el partido. 



Boston Celtics – Real Madrid, la gran final

El intrascendente partido de consolación sólo sirvió para aseverar lo que los imberbes balcánicos apuntaban, que confirmarían en años venideros. Gustaron especialmente los interiores (Divac, Radja y Vrankovic) y la facilidad singular de Paspalj. Kukoc, discreto, dejaría para más adelante su presentación estelar en sociedad. Bianchini rescató a Dale, pero los eslavos gobernaron a placer. 

Así que nos situábamos ante la final soñada. En la jornada de descanso Petrovic había cumplido años (24) e intentaba restarse presión con la boca pequeña “Siempre he deseado jugar contra un equipo de la NBA e intentaré no defraudar, pero eso no significa que tenga que demostrar que soy jugador válido para la Liga profesional”. En su fuero interno él se sabía examinado. 

En la reventa, por el pase se llegaban a pedir 30.000 pesetas. La Plaza de Felipe II era el hervidero festivo de excitación que recordaba a las mejores épocas del Torneo de Navidad. Ramón Trecet convertido en factor mediático, firmando tantos autógrafos como el jugador más buscado. 

Petrovic, Biriukov, Rogers, Fernando Martín y Romay comparecen en el círculo central; a los que se enfrentan Johnson, Ainge, Bird, McHale y Parish. El americano Strom y el ruso son los encargados de impartir justicia. 12.000 espectadores los contemplan en vivo. La igualdad preside el primer asalto, que concluye con ligera ventaja para los Celtics (29-25). Los tiradores (Biriukov, casi perfecto, y Petrovic versus Ainge&Bird) han ajustado sus mirillas. Jim Rodgers recurre a las piernas frescas de Brian Shaw para inducir a la ansiedad a Drazen, que alterna jugadas maravillosas con pérdidas precipitadas y lanzamientos mal seleccionados. Sus 22 puntos finales no esconden sus erráticos e inusuales porcentajes de tiro: 40% en intentos de canastas de 2 puntos (4/10), 33% en triples (2/6), 66% desde la línea del tiro libre (8/12). En la pintura los púgiles mantienen las tablas: los Martin no se amilanan ante MacHale y Romay se mueve como pez en el agua entre el universo de contacto NBA (pediría luego la foto de su histórico tapón a Robert Parish). La segunda unidad céltica dispone de un talento limitado, pero Jim Paxson, Reggie Lewis y Brad Lohaus aumentan unos grados la intensidad y cortocircuitan el ataque merengue para ampliar la ventaja al intermedio (61-47).

Tras el descanso el Madrid se agarra a su orgullo, su historia y su juego colectivo. Llorente suelta la cabalgadura, impone vértigo y los suyos se agarran a su grupa. Cargol (15 puntos) deslumbra al mismísimo Auerbach con su exuberancia física y descaro. La grada enloquece y los locales se llevan el parcial (30-24) para concluir en un esperanzador 77-85.

A 10 minutos de la conclusión Rodgers devuelve a Bird y a McHale al parquet. Se acabaron las bromas. El rubio no vive ningún encuentro de manera descansada y fagocita cualquier atisbo de sorpresa. En un alarde de carácter realiza una demostración palmaria de superioridad. En apenas seis minutos convierte dos triples (más otro que le anulan), una canasta de dos puntos, regala una asistencia a McHale y atrapa un rebote defensivo. Se pasa a un marcador de 80-101 después de un parcial 2-14. A falta de 3.19 Jim Rodgers otorga el descanso definitivo a su Dios ante la ovación atronadora de la grada. 

El electrónico refleja un testimonial 111-96 para los “pross”. Todos contentos. Los Celtics han cumplido su cometido arrastrando y fidelizando a miles de fans y el Real Madrid ha caído hermosamente asido a sus tradicionales señas de identidad y restañando en cierta manera el alicaído prestigio europeo tras la nula competencia en la edición de Milwaukee.

Hasta ahí un torneo maravilloso y esperanzador que, sin embargo, pareció gafar a sus partícipes. 

A los viejos Celtics se les había gripado su proceso de reestructuración con el fallecimiento de Len Bias, el físico no sostuvo a sus estrellas aquejadas de lesiones que les invitarían a la retirada (especialmente Bird y McHale) y hasta que no armaron otro Big Three (Paul Pierce, Ray Allen y Kevin Garnett) más Rajon Rondo con “Doc” Rivers de entrenador no se fumaron otro puro. Pero eso no sucedió hasta 2008.

El Madrid atravesó una larga travesía por el desierto, topándose con todo tipo de adversidades: fallecimientos (Fernando Martín e Ignacio Pinedo), huidas (la de Petrovic a la NBA), múltiples lesiones y falta de paciencia en proyectos que hubieran podido rendir buenos dividendos de haberlos dado tiempo a consolidarse (George Karl, Scariolo, Maljkovic, Plaza, Messina…) hasta el ilusionante de Laso actual.

Yugoslavia suscitó toda clase de epítetos baloncestísticos en los dos años siguientes con un estilo y unos jugadores sin parangón en el universo FIBA que desarrollaron espléndidas carreras profesionales. Hasta que una guerra entre hermanos, vergonzosa para un mundo y una Europa que a finales del siglo XX permitió semejante atrocidad, desangró al país.

El Scavollini ganó otro Scudetto en el 90 y una Copa en el 92, pero ahí se finiquita su dinámica victoriosa. Llegó a descender a la Liga Due y en la actualidad disputa la Serie A, pero como el propio basket transalpino se encuentra instalado en la mediocridad sin visos de mejora. Una pena. 

Lo que sí está claro es que aquel Open MacDonald´s supuso un antes y un después en el acercamiento entre el baloncesto de los dos continentes y el pistoletazo de salida para su expansión internacional. Desde aquella primera aventura, muchos ciudadanos del mundo han podido ver in situ a sus veneradas estrellas profesionales. Y bien que lo disfrutan.

Mil gracias a Carlos Laínez por su ayuda y labor desinteresada en la redecoración, el diseño y modernización del blog.

Jim Valvano y la hazaña de North Carolina State

$
0
0


“March Madness”, La locura de Marzo. El tiempo en el baloncesto colegial arrincona por unos días al universo profesional. Emoción, riadas de emoción. Drama, lágrimas a borbotones. Las esperanzas de miles de seguidores, de 64 colleges que ansían el cetro universitario. Espacio para la épica, para la gloria. Hasta Obama cruza todos los años su particular porra ganadora. 

¿Se puede en poco más de un mes pasar por encima de Jordan, Sampson y Olajuwon hasta la victoria final? Se puede. ¿Se puede ser acusado de prácticas ilegales y suspendido para el torneo NCAA? Se puede. ¿Se puede conmover a toda una nación con un discurso lleno de esperanza a escasos dos meses de la muerte? Se puede. Todo ello lo consiguieron un genio parlanchín y sus chicos de North Carolina State y merece ser recordado. “No te rindas, no rendirse jamás”, evocaba Jim Valvano a todo el que le quisiera escuchar. Su aventura cobró rango de epopeya y Sports Illustrated la clasificó como el momento más glorioso del baloncesto universitario del siglo XX. 

Ni el más optimista de los hinchas Wolfpack podría llegar a presagiar aquel 27 de marzo de 1980, en que se anunció la contratación de aquel locuaz y semidesconocido personaje que atendía al nombre de Jim Valvano como entrenador jefe de baloncesto de la Universidad de North Carolina State, que el destino de sus vidas iba a cambiar para siempre. Ni el curriculum vitae del charlatán de origen italiano invitaba al optimismo, ni en el plantel de jugadores se vislumbraba alguna futura estrella, ni el bagaje del centro era el más esplendoroso, pero… 

Antecedentes

North Carolina State siempre tuvo pedigrí. Creada en 1887 como North Carolina A&M, incorporó el baloncesto a su programa deportivo en 1908 para disputar su primer partido oficial tres años después frente a Wake Forest. Cambió el nombre al definitivo actual en 1920 y un año más tarde se estableció, con otros 13 colleges, como miembro fundador de la Conferencia del Sur. Bajo el impulso de Rochelle “Rojo” Johnson fueron apodados los “terrores rojos” por el bermellón brillante de sus equipaciones. En el 29, en el año de la Gran Depresión, obtuvo el primero de sus siete entorchados de Conferencia Sur. Bud Rose figura en el cuadro de honor de la escuela como su más temprano All-American en el 32. 


Tras la Segunda Guerra Mundial, fue nombrado entrenador jefe, por recomendación del mítico Chuck Taylor (sí, el de las zapatillas), un personaje que se demostraría fundamental, Everett Case. Ya en su estreno se haría con el título de la Sur y estableció una costumbre (típica hasta entonces en las celebraciones de los campeonatos de instituto de Indiana), la tala o el corte de las redes de las canastas, que hoy constituye una tradición festiva a lo largo del Globo (hasta EA Sports la incluye en sus videojuegos). En 1947 una votación estudiantil dio al equipo su nuevo apodo, Wolfpack (manada de lobos). Case activó la construcción y ampliación del nuevo pabellón, que había quedado detenida por el conflicto bélico, con lo que en su inauguración en el 49, el Reynolds Coliseum, pasaba por ser el mayor escenario baloncestístico de todo el sureste universitario con una capacidad para 12.400 espectadores. Un mes más tarde, la reluciente arena pasaría a ser la sede de otra brillante idea del “Viejo Zorro”, el Dixie Classic. En el torneo, la flor y nata del condado, The Big Four (Duke, UNC, Wake Forest y NC State), se enfrentaban a cuatro de los mejores proyectos de la nación. Se convirtió en el certamen más prestigioso de la temporada regular colegial (la edición del 58 congregó a 8 All-American) hasta que el FBI investigó el supuesto “afeitado de puntos” o arreglo de partidos en el año 61. 


Concluida la campaña 52-53, se consideró aliviar el peso de la Conferencia Sur, muy hinchada con 17 equipos, para engendrar la ACC (Conferencia de la Costa Atlántica), compuesta por los cuatro grandes, más Maryland, Clemson y Carolina del Sur (Virginia se añadió un año después). En el nuevo formato, los Wolfpack abrirían sus vitrinas a los tres primeros torneos locales con Ronnie Shavlik de estrella. Durante sus 18 temporadas, Case, aún sin alcanzar el nacional de la NCAA, obtuvo el mayor botín de títulos de la historia Wolfpack, pero el arqueo no se detiene en los simples logros sino que se amplía con sus innovadores tácticas o la formación de ayudantes (pupilos suyos fueron Vic Bubas –llegó a entrenar a Duke- y Press Maravich, que le sustituyó con el deterioro de su salud y que dos años más tarde entrenó a su famoso hijo Pete en LSU). En su debe queda que el centro educativo fue acusado de prácticas ilegales en el reclutamiento de jugadores y apartado del torneo final durante 4 años. En el 65, el día de su homenaje “no había un ojo seco en el lugar”, en silla de ruedas cuando ya el cáncer le carcomía, tuvo que ser auxiliado y aupado a hombros de sus discípulos para cortar sus últimas redes. El 30 de abril de 1966 falleció en un hospital de Raleign a los 65 años, dejando parte de su patrimonio a 57 de sus exjugadores. Frank McGuire le consideró el padre de la ACC. Visceral, gran motivador, con gran ojo para los negocios y la detección de talentos, dejó una huella imborrable en la escuela. 

Norm Sloan, David Thompson y el primer título 

Con la salida de Maravich, NC State pone su programa de baloncesto en manos de Norm Sloan, uno de los exjugadores predilectos del coach Case. Permaneció en Raleigh durante 13 temporadas, alcanzó 3 veces el título de la ACC y en 1975 posó con su célebre chaqueta a cuadros en la foto del primer campeonato NCAA. A principio de la década del 70 fabricó aquel cuadro ganador con la incorporación de Tommy Burleson, David Thompson, Monty Towe y Tim Stoddard. Concluyeron invictos (27-0) la campaña 72-73, pero la NCAA les prohibió la participación en la postemporada al descubrir irregularidades en el alistamiento de Thompson. Levantada la sanción, en el curso siguiente, 73-74, comparecieron al torneo final con un expediente casi inmaculado (una sola derrota ante la invencible UCLA). El partido con el que conquistaron el título de la ACC se recuerda como uno de los más bellos con victoria 103-100 sobre Maryland y 38 puntos de Tommy Burleson. En la Final Four se tomaron cumplida revancha de los californianos, derrotando a Bill Walton y compañía 80-77 después de 2 prórrogas, quebrando así la racha de 7 títulos consecutivos de los Bruins. Salvado el escollo angelino, el encuentro final ante Marquette resultó relativamente sencillo (76-64) con 21 puntos de Thompson, 16 de Towe, 14 de Burleson y Ríos, 8 de Stoddard y 3 de Spence. 

Sin lugar a duda, David “Skywalker” Thompson, ha sido el icono y mejor jugador de la historia Wofpack. “El cariño de Tobacco Road” se trataba de un portento físico con una salto vertical de 44 pulgadas que ya impresionó en su estreno al anotar 33 puntos y atrapar 13 rebotes. Su camiseta con el nº 44 fue retirada en 1975. Todavía se conservan sus records encestadores (2.309 puntos, a una media de 26,8 en 86 partidos). Nadie en NC State ha llegado a los 57 tantos que anotó frente a Buffalo State. Nombrado tres veces All-American y en dos ocasiones como mejor jugador universitario del año, su travesía profesional no respondió a las expectativas creadas por sus problemas con el alcohol y la cocaína. 


Número 1 de los drafts de la ABA (Virginia Squires) y NBA (Atlanta Haws) eligió caballo perdedor y se decantó por la efímera liga. Firmó por los Nuggets de Denver, que habían canjeado sus derechos a cambio de 5 jugadores con Virginia. Promedió en su debut 26 puntos, tercero del campeonato, y alcanzó la final donde los de Colorado cayeron por 4-2 frente a los Nets del mítico Julius Erving, pese a los 42 puntos de Thompson en el epílogo de una competición con tan sólo 9 años de vida. Denver y otras 3 franquicias se sumaron a la reforzada NBA y David mantuvo sus promedios (25,9) en su debut, dejando un mate de portada en la misma cara de Bill Walton haciendo añicos un tablero. La siguiente campaña, 77-78, mantuvo uno de los duelos anotadores más enconados que se recuerdan. George Gervin (Spurs) y David Thompson compitieron hasta el último aliento por el título de máximo anotador. Gervin partía con una exigua ventaja, con lo que Thompson (73 puntos) se esmeró frente a los Pistons. Gervin no se quedó atrás y masacró a los Jazz con 63 puntos para hacerse con el primero de sus 4 trofeos (27,22 puntos de promedio por 27,15 de su rival). En los playoffs, Thompson rubricó un contrato que le convirtió en el jugador mejor pagado de la historia de los deportes de equipo hasta ese momento (4 millones de $ por 5 años). En el 82 comenzó su cuesta abajo: sus enfrentamientos con Doug Moe, sus lesiones y fundamentalmente sus adiciones limitaron su rendimiento. En el 84 una caída por las escaleras de la discoteca Studio 54 de Nueva York le produjo una rotura de ligamentos que puso fin de manera casi definitiva a su carrera a los 30 años (su posterior intento de vuelta unos meses después en los Pacers quedó en agua de borrajas). Una pena. 

Llega Valvano 

En marzo del 80, Sloan dimite y toma el camino de regreso a Florida. La Universidad ofrece el cargo a Norman Wooten, probablemente el entrenador más afamado de high school de todo Estados Unidos, pero el coach lo consulta con su esposa y decide permanecer en DaMatta (donde estuvo 46 años) para disgusto de dos de los mejores Wolfpack, Sidney Lowe y Dereck Wittenburg, que habían jugado a sus órdenes en el célebre instituto. 


El siguiente candidato no despierta especial interés en el campus, pero es contratado. Se trata de Jim Valvano, un neoyorkino de Queens de origen italiano que había jugado para los Rutgers y no contaba con un bagaje demasiado extenso ni luminoso en los banquillos: primer entrenador en John Hopkins, Bucknell y Iona (a la que, con Jeff Ruland de estandarte, había llevado los dos últimos años a la NCAA). En la ancestral ACC, chocaba su desparpajo, su aire de vendedor ambulante y su seguridad en sí mismo. “Mi padre me dio el mayor regalo que cualquier persona podría darle a otra: creía en mí”, afirmaba orgulloso. El día de su presentación ya sorprendió a los chicos: “Vamos a ser campeones nacionales”, les soltó sin titubear. Es más, cada año dedicaban un entrenamiento específico a la ceremonia del corte de redes que tenía lugar tras la consecución de un título. “Lo que no se sueña no se logra, lo que no se entrena no se logra”, explicaba antes de aquella peculiar práctica, para que sus jugadores se visualizaran victoriosos. Sus diatribas, muchas de las cuales estaban inspiradas por el entrenador de los Packers de Tampa Bay, Vince Lombardi, alimentaban el espíritu ganador grupal de sus discípulos con términos como entusiasmo vitalicio. “Usted tiene que tener un sueño, un objetivo. Usted tiene que estar dispuesto a trabajar para ello”. Inculcaba la importancia del individuo dentro del colectivo “Una persona no se hace enteramente completa hasta que se hace parte de algo más grande que él”. En su primera temporada el recuento apenas equilibraba las victorias con las derrotas (14/13). Para la segunda, la mejora del balance (22/9) les llevó a la NCAA para caer a las primeras de cambio. Pese a ello, el Flautista de Hamelin seguía con su música, no se descorazonaba. Los mensajes calaban gradualmente en sus pupilos. 

La temporada 1982-83 

A los que creen que el principio de los 80 es la época de mayor nivel y máximo esplendor del baloncesto universitario no les falta razón. Por lo general, los jugadores aguantaban los 4 años, maduraban y las rivalidades entre colleges se robustecían. El curso que nos contempla se presentaba excitante. The Associated Press y United Press International coincidían en sus 9 primeras predicciones por este orden: Houston (con Olajuwon y Drexler), Lousville (los hermanos McCray), St. Johns (Chris Mullin), Virginia (Sampson), Indiana, UNLV (Sidney Green), UCLA, North Carolina (Jordan, Perkins y Daugherty) y Arkansas. Equipazos. A NC State las previsiones iniciales la relegaban al puesto 16 y 14 respectivamente, con lo que no partía en la parrilla de favoritos. 


Si la puesta en marcha de los Wolfpack fue alentadora (7-2), las ilusiones parecieron desvanecerse con la visita de Virginia el 12 de enero. Los locales cobraban ventajas por encima de los 10 puntos y su principal amenaza exterior, Dereck Whittenburg estaba desatado (27 puntos al descanso). Pero al realizar un lanzamiento lateral cae sobre un contrario y se lesiona un pié, por lo que tiene que abandonar la cancha. NC State echa de menos a su líder y se desvanece. Sampson se adueña definitivamente del partido que culmina con la victoria visitante 80-88. El retorno a vestuarios reafirma los peores augurios: el pie de Whittenburg está roto y se perderá el resto de temporada. Valvano da una patada a la puerta y se marcha furioso: a su equipo le han robado “el alma”. Pierden 3 de los 4 siguientes partidos. Con molestias, vuelve milagrosamente el lesionado, pero la dinámica no se corrige, hasta que una noche Whittenburg reúne a sus compañeros en el vestuario: “No volví para perder. O juegan duro o nos enfrentamos aquí ahora mismo”, les reta. Los gritos son escuchados por Valvano, que sonríe maliciosamente desde la habitación anexa. El espíritu ha regresado. Enrocan la tendencia, pero el arqueo final (17-10) no les hace merecedores de una invitación directa de una NCAA con 52 equipos (ahora son 64). O ganan su torneo de conferencia o se quedan fuera. Para ellos el todo o nada comienza antes. El Omni de Atlanta que encumbró a Dominique Wilkins les espera. 

La ACC 

Contra Wake Forest, Sidney Lowe empata con 2 tiros libres. Valvano revoca la decisión de los Demon Deacons de agotar la posesión: irán a robar la bola. Así Lowe la intercepta y asiste a Lorenzo Charles que recibe la falta de Alvin Rogers con 3 segundos para la conclusión. Falla el primero y convierte el segundo. Suficiente (71-70). 

Sus vecinos de North Carolina defendían título nacional, pero habían mantenido una trayectoria irregular (26-6). A 2 segundos y con empate a 70, Sam Perkins lanza desde 8 metros y el balón escupe milagrosamente el aro. En la prórroga los Tar Heels se sitúan 6 arriba con 2.13 por jugar, pero los equipos de Dean Smith nunca han sido conservadores (amarrateguis). Sin reloj de posesión por entonces, los de Valvano buscan la falta para llevar a la línea de personal a sus oponentes. Whittenburg se hace presente y sitúa a su equipo a 1. Los blancos se desmoronan en el tiro libre y Whittenburg adelanta a los suyos por línea de fondo. De ahí en adelante, la raya de personal designa al ganador: NC State (91-84). Whittenburg da inicio a un ritual conmovedor, corre para levantar y abrazar a su entrenador. 

Uno más y están en la NCAA. Para ello tendrán que superar a un viejo conocido, Virginia (27-3) con el mejor jugador universitario del momento, Ralph Sampson. Los pronósticos no les sitúan ni mucho menos como favoritos, pues han perdido sus últimos 7 encuentros contra los Old Dominions. A falta de 11 minutos y medio y 51-59, Valvano innova con 3 en zona y 2 sobre Sampson que les estaba machacando. El subterfugio funciona y se van limando distancias: un tiro largo de Gannon estrecha el marcador a 2. Bailey recurre a un gancho para adelantarlos y Whittenburg materializa un canastón para entrar en el último minuto 3 arriba. El pillo Gannon aparece como definitivo héroe tras robarle el balón de un manotazo bajo aro al gigante Sampson. 81-78. Campeones de Conferencia, cortado de redes y billete directo a la NCAA. “Podemos hacerlo” exclamaba Valvano a los cuatro vientos. Alguien recordaba la machacona cantinela del extravagante italoamericano “La gente común hace cosas extraordinarias”.

La NCAA 

En la puesta de largo del Gran Torneo ni el escenario ni el rival parecían de campanillas. La organización les había situado en un hotel de carretera en Carvallis. La habitación de Valvano tenía una cama y un espejo en el techo. Aquello tenía una pinta… En la cancha las cosas no podían comenzar peor: los Wolfpack erraban los 12 primeros lanzamientos que intentaron. Sin juego ni tino, sólo les quedaba la fe y la defensa para agarrarse al partido que llegó a su fin con empate a 47. La prórroga tomó tal cariz (6 abajo a 1 minuto) que cuando Sidney Lowe cometía su 5ª personal, los comentaristas televisivos dieron por concluida la trayectoria universitaria del base. El horario nocturno en la Costa Este tampoco ayudaba a que muchos hinchas permanecieran delante de la pantalla. Con su equipo en el patíbulo a Valvano no le queda otra que colocar a su oponente frente a la línea de personal. Ha elegido mal compañero de juego, pues Dane Suttle es el máximo encestador de la historia de su universidad y mantiene un 84% desde la línea del 4,60. En el banquillo de Pepperdine los jugadores celebran jubilosos la cercanía de la victoria, pero su timón falla el 1 + 1. En el contraataque Bailey vuela para hacer un mate y dejar el encuentro a 2 con 22 segundos. Suttle repite suerte (mala) desde la fatídica franja. Ahora el que es objeto de falta es Whittenburg, al que también le tiemblan las canillas, pero el rebote va a parar a Cozell McQueen (que, al ser zurdo, en el último momento ha decidido cambiar el lado de la bombilla con un compañero) y anota sus dos primeros puntos del partido para conducirlo a la segunda prórroga. En ella los incrédulos jugadores de Pepperdine parecen fantasmas y caen 69-67 después de que Whittenburg, esta vez sí, anote los dos tiros libres definitivos. 

Sin venir muy a cuento, en la previa del encuentro frente a UNLN, Sidney Green, la estrella de la universidad de “la ciudad del pecado” se muestra altivo y engreído al despreciar a su rival directo ¿Quién es Thurn Bailey?, pregonaba a los medios. Con 11 minutos y medio y 12 puntos de margen para los de Nevada, North Carolina State está contra las cuerdas, pero Bailey recoge el guante y demanda más responsabilidad ofensiva. Una canasta suya sitúa el marcador a 1 a falta de 42 segundos. Los Wolfback recuperan la posesión y disponen de 25 segundos para llevarse el encuentro. Un lanzamiento exterior no entra, tampoco el palmeo de Bailey, pero sí su posterior lanzamiento tras rebote (71-70). En los 3 segundos que restan los de un frustrado Tarkanian no logran anotar y la prensa bautiza a los de Raleigh como “el equipo del destino”, “la manada cardiaca” (cardiac pack). A los 27 puntos clásicos de Sidney Green, Thurn Bailey había opuesto 25 insólitos y orgullosos tantos. En el siguiente paso, NC State da un ligero respiro al corazón de sus seguidores con una victoria sencilla sobre Utah (75-56) con 27 puntos de Whittenburg. 

Las Finales Regionales o Elite Eight 

El panorama se iba aclarando o complicando, según se mire. Sólo 8 equipos sobrevivían para disputar las finales regionales. 

Houston se deshacía con solvencia de la Vilanova de John Pinone (89-71), con sus principales estrellas a pleno rendimiento: Micheaux 30 puntos y 12 rebotes; Olajuwon 20 puntos, 13 rebotes y 8 tapones; y Michael Young 20 puntos. 

Georgia con Terry Fair estelar (se había cargado a la St.John´s de Chris Mullin) bordaba el papel de “cenicienta”. Ahora mandaba para casa al actual campeón, North Carolina: los 26 puntos de Jordan, 15 de Daugherty y 14 Perkins se antojaron insuficientes frente al juego coral de los Bulldogs, que en la primavera anterior habían perdido a su estrella Dominique Wilkins, camino de la NBA. 

El duelo entre Lousville y Kentucky tenía su aquel. Aunque estaban en el mismo estado (pero en diferente conferencia), no habían disputado un encuentro entre sí desde el torneo NCAA de 1949. En su gran rivalidad se encontraba la causa para que desde entonces no programaran ningún partido. En esta ocasión, hubo que esperar a la prórroga para conocer al semifinalista: Lousville, que se impuso 80-68. 

Y tenemos por tercera vez juntos a NC State y Virginia para dirimir el último billete a Nuevo Mexico. El choque discurría con cortas ventajas para el favorito, Virginia (que acudía con una tarjeta de 29-4). A 7.37 NC State palma 49-56, pero los Wolfpack aprietan para reducir diferencias. A 3.49 Lorenzo Charles empata con una canasta cercana. Sampson es el siguiente en anotar. Whittenburg (24 puntos) restablece la igualada a 1.30. Virginia pretende mantener la posesión hasta el final, pero Valvano no está por la labor y recurre a su vieja estrategia: comprobar la templanza de sus rivales desde el tiro libre. La otra estrella Old Dominion, Othell Wilson sólo anota el primero. A menos de medio minuto, Sampson comete falta sobre Lorenzo Charles y éste se arma de valor para convertir los dos lanzamientos (63-62). Virginia dispone de una última bala, la defensa colorada colapsa las vías de pase sobre Sampson. A 7 segundos Tim Mullen marra un tiro frontal, el rebote lo captura Wilson, pero su postrero intento se queda corto. Sampson (23 puntos, 11 rebotes, 4 tapones) realiza otra demostración sideral, pero ninguno de sus compañeros anota más de 8 puntos. Malogra así su última oportunidad de alcanzar el título universitario (ni siquiera obtuvo el de la ACC en los 4 años). NC State lo ha vuelto a hacer. Valvano en la rueda de prensa habla de corazón y se esmera en dar las gracias a los chicos de último año, su columna vertebral (Lowe, Whittenburg y Bailey). 2000 fanáticos les esperan en la South Terminal. Valvano, en lugar de aislar a los suyos, los sitúa en el centro de la fiesta: “sólo disfrutarlo”, les diría eufórico. 

Final Four 

El partido de “las cenicientas” se tradujo en un dominio casi abrumador de NC State. James Banks hacía gala de orgullo y de un gran desacierto (3 de 16 al descanso) y Georgia no daba con el palo para atrancar la rueda que hacía girar Lowe ni cegaba la puntería de Whittenburg, que les aniquiló desde el perímetro. A Georgia, un novato en la NCAA, le había venido grande. 

El de los favoritos fue el partido del torneo. Grandioso. Houston acudía con 25 encuentros ganados seguidos, Lousville con 16. Sus bases, Alvin Franklin (Houston) y Milton Wagner (Lousville) condujeron a sus equipos de manera espléndida. Wagner incluso colaboró con 16 puntos al descanso para una merecida ventaja (41-36). Charles Jones (con 8 rechaces) había recortado la fortaleza de Olajuwon y Lousville dominaba incluso los tableros (26 a 15 rebotes). En la reanudación, parciales de abismo: el 7-0 de Houston voltea el marcador, el 14-2 de los Cardinals, con los McGray a los mandos, lo enloquece. Con 55-47 para Lousville, 13.10 por jugar y Micheaux eliminado por faltas, se desata el temporal: en menos de 6 minutos la racha de 21-1 para los Cougars (Pumas) de Houston decanta el encuentro que concluye 94-81. La exhibición será recordada siempre, Houston ha realizado 14 mates (11 en la segunda parte). Olajuwon y Drexler alcanzan los 21 puntos, Young 16. El pobre Denny Crum ha asistido a un fenómeno sobrenatural que no olvidará. 

Un día antes de la final todo el mundo apostaba por Houston, “incluso mi madre”, apostillaba socarrón Valvano. ¿Alguien ha conseguido pillar el número de la aeronave que pilotan estos chicos?, bromeaban los medios que les habían situado en un planeta propio, Phi Slama Jama. Un Olajuwon eufórico se atrevió a pronosticar: “Ganará el equipo que más mates realice”. Ante las injerencias de la prensa sobre la forma de detener el huracán tejano, Valvano confesaba a sus íntimos “si se creen que vamos a mantener el balón frente a millones de espectadores es que están locos”. Uno de sus ayudantes reconoce emocionado que la charla previa fue la mejor que nunca le oyó “los chicos no salieron por la puerta del vestuario, corrieron a través de la pared de ladrillos hacia la cancha”. Y de esa guisa casi suicida saltaron a The Pit (El Hoyo) de Alburquerque los Wolfpack. ¿Quién dijo miedo? Fallaron 14 de sus primeros 18 tiros, pero al descanso conservaban una ventaja notable (33-25) y habían cargado a Drexler con 4 faltas. La continuación devuelve la ferocidad a los Pumas (17-2). Con la delantera en el electrónico, Gus Lewis equivoca la estrategia y ordena congelar el balón a 10 minutos del final. Olajuwon (MVP de la final) acusa la altura, recibe un descanso y se coloca una máscara de oxígeno en el banquillo. Valvano reacciona y coloca a tres bases en pista. La maniobra se demuestra acertada, pues anotan 6 lanzamientos desde más allá de 6 metros. A falta 3.43 y desventaja de 44-50, rescata la argucia que le ha llevado a remontar 7 de los últimos 9 partidos: falta para detener el tiempo y forzar el 1 + 1 (sólo Drexler convertiría los 2). Con 1.05 y tablas, selecciona incluso el oponente al que realizarla, el base novato Alvin Franklin, que desaprovecha la oportunidad. En el definitivo ataque la zona abierta de Houston está a punto de robar el balón en dos ocasiones, Whittenburg “no sabía ni dónde estaba ni si tenía tiempo para tirar” realiza un lanzamiento de 10 metros que se queda corto y en el último segundo lo recoge Lorenzo Charles que hace un mate, El Mate, de la victoria (54-52). La apoteosis. Lowe había dirigido con precisión quirúrgica (8 puntos, 8 asistencias, 5 robos y 0 pérdidas), Whittenburg había aparecido cuando más se le necesitaba (14 puntos y 5 rebotes) y Bailey había mantenido el tipo (15 puntos y 5 rebotes). Quedará para siempre la imagen de Valvano corriendo como un loco buscando a alguien a quien abrazar. Su proclama: “Sobrevivir y avanzar” le ha dado el título de la NCAA. “¡El equipo cenicienta lo ha logrado! ¡El zapato de cristal ha entrado!”, vocifera el locutor tras asistir incrédulo a la mayor sorpresa de la historia del torneo. Esa generación de Houston probablemente sea, junto a los Fab Five de Michigan, el mejor equipo que nunca haya ganado la Liga Universitaria. En NC State, sólo Thurn Bailey sería primera ronda del draft (con el nº7) y el único que mantendría una carrera exitosa y estable en los “pross”. Nunca un equipo con tantas derrotas (10) alcanzó el título NCAA.

Y después 

NC State jamás ha vuelto a acceder a la Final Four. Con Valvano al frente conquistaron nuevamente el torneo de la ACC en 1987, culminaron como campeones de la temporada regular de la Conferencia en 1985 y 1989 y llegaron a la Elite Eight en el 85 y 86. Pese a contar con buenos jugadores: Chris Corchiani, Vinny Del Negro, Nate McMillan, “Spud” Webb (“Tom, si ese niño con gorra de hockey es Spud Webb, estás despedido”, le vaciló Valvano a su ayudante en el aeropuerto) o Chris Washburn , nadaron para no llegar a la orilla. 

Valvano se hizo famoso, muy famoso. Sus ingresos (inicialmente cobraba 50.000 $ en la Universidad) se multiplicaron exponencialmente. Hizo la correspondiente visita a la Casa Blanca con el equipo para ser recibidos por Reagan y se convirtió en una celebridad. De todos lados le requerían para dar charlas y entrevistas, pero según Whittenburg, al que 3 años después reclamó como asistente, se “olvidó del día a día, de ser entrenador e incluso reclutaba chicos de antecedentes cuestionables, pensando que podía cambiar a cualquiera”. 

A finales de los 80, el periodista Peter Golenbock publica un libro “Personal Fouls” en que denuncia malas prácticas en el programa de baloncesto de NC State. Acusa a algunos jugadores de vender entradas y zapatillas y de aceptar regalos (Charles Shackelford confesó haber recibido 65.000 $ de dos agentes y resultó implicado en varios amaños de partidos con apuestas ilegales), o de consumir cocaína (Chris Washburn fue expulsado de la NBA por tal motivo) y denuncia a la Universidad por saltarse la “Proposición 48” (mediante la que se exige un determinado nivel académico para su ingreso en las aulas) y por la manipulación de calificaciones. La NCCA prohibió a los Wolfpack participar en el torneo en 1990, pero el informe de la Comisión Poole refutó casi todos los cargos, estableciendo que Valvano y NC State “violaron el espíritu, no la letra de la ley” por su negligencia y falta de control institucional. Sólo se evidenció que algunos jugadores habían vendido entradas y material deportivo. Una comisión mixta compuesta por seis entidades no encontró ni reclutamientos ilegales ni irregularidades financieras, pero sí reveló que sólo 11 de los jugadores que entrenaron con Valvano hasta 1988 habían mantenido una calificación C o superior. Tras el escándalo, el daño estaba hecho. Valvano dimitió el 7 de abril de 1990 y dejó un título suficientemente esclarecedor en su autobiografía, “Me dieron un contrato para toda la vida y luego me declararon muerto”. 

Su espontaneidad, sentido del humor y conocimiento del juego hicieron de Valvano un excelente comentarista televisivo de partidos universitarios en ESPN y ABC Sports. En 1992 recibió el premio Cable ACE por sus comentarios y análisis y a día de hoy todavía se recuerda su peculiar dúo con Dick Vitale. 


El discurso 

En junio de 1992 a Valvano se le diagnostica un cáncer terminal de huesos. Con quimioterapia es posible que su vida se alargue otro año. 

El 21 de febrero de 1993 se conmemora el 10º aniversario del Campeonato. Los jugadores no están seguros de que el coach pueda asistir, pero aparece apoyado en su mujer por la bocana de salida del Reynolds Coliseum. Abraza a cada uno de sus chicos, se arrodilla ante Whittenburg que le corresponde y Bailey le ayuda a sentarse. En pie toma el micrófono y agradece a sus jugadores que le dieran esperanza, que le hicieran soñar, que le enseñaran la persistencia “nunca rendirse” y que se quisieran los unos a los otros: “Cuando tienes un sueño y le sumas el concepto de nunca dejes de creer y querer a cada uno de los demás, puedes lograr milagros”… “Hoy peleo una batalla distinta. Ven que tengo dificultad para caminar, la tengo. Y me cuesta estar parado por un período de tiempo largo, me cuesta. El cáncer me ha quitado muchas cosas…, pero prometo que nunca me rendiré en mi lucha. Y si por casualidad el Señor me quiere, él obtendrá el mejor presentador y exentrenador de basket que jamás haya tenido allá arriba”. Cantó, dio las gracias y arengó al público, a su público. 

Pasaba las horas entre su casa y el hospital de la Universidad de Duke, donde recibía la visita de uno de sus mejores amigos, Coach K, con el que intimó al final de sus días. Había sido invitado para la entrega de los Premios ESPY en Nueva York, pero su salud empeoraba. La llamada de Dick Vitale el día anterior le convenció para presentarse en el Madison ese 3 de marzo de 1993. En el vuelo el matrimonio Valvano se encontraba acompañado por los Krzyzewski y durante el mismo Jim no paró de vomitar. En el hotel le faltaban fuerzas hasta para vestirse, pero la llegada al recinto le proporcionó valor. Le tuvieron que ayudar para subir al escenario, más allí lo que iba a ser una alocución de tres minutos, se prolongó por más de diez. Bromeó sobre el tiempo que le quedaba cuando un regidor le marcaba tres minutos de charla. Su exposición ha pasado a la historia del deporte y la comunicación: “Hay tres cosas que deberíamos hacer todos los días… reír… pensar… y emocionarnos…” “Me gustaría pasar el tiempo que me queda y darles, tal vez, algo de esperanza a otros. Necesito su ayuda. Necesitamos dinero para investigación. Puede que no salve mi vida. Puede que salve la de mis hijas. Puede que salve a alguien que amen… Estamos empezando la Fundación Jimmy V para la investigación del cáncer y su lema es “No te rindas. Nunca te rindas”… El cáncer puede llevarse todas mis habilidades físicas, pero no puede tocar mi mente, no puede tocar mi corazón y no puede tocar mi alma. Y esas tres cosas van a continuar por siempre. Les agradezco y que Dios bendiga a todos”. Emocionante, conmovedor, enternecedor… 

Como anhelaba, Valvano no pudo lanzar la primera bola en la inauguración de la temporada de los Yankees el 12 de abril. En su lugar acudió su amigo y camarada Dean Smith. Falleció el 28 de abril y en su lápida reza el siguiente epitafio: “Tome tiempo cada día para reír, para pensar, para llorar”. Cerca de su tumba también descansa en el Cementerio Oakwood de Raleigh, Lorenzo Charles, que encontró la muerte a la misma edad que su coach (47 años), tras un accidente de autobús. 

La Fundación V lleva recaudados más de 100 millones de dólares y la lucha y el legado de su impulsor es un ejemplo para generaciones pretéritas, presentes y futuras.

Mi recuerdo emocionado para el gran Lalo García, que hace unos días nos dejó. Un referente en el baloncesto nacional y vallisoletano. 

Mi reconocimiento siempre a Raúl Barrera y Carlos Laínez. Siempre me hacéis sentir como en casa en la Fundación Pedro Ferrándiz Espacio 2014 FEB. A ti Carlos, gracias especiales por el diseño y la modernización del blog.

Wilt Chamberlain, el hombre de los 100 puntos

$
0
0



Si a Miguel Ángel Buonarotti le hubiera dado por reencarnarse en un escultor de éxito y un Medici del siglo XX le hubiera encargado la realización de un Goliat para completar su obra, “El Divino” probablemente habría vuelto sus ojos a nuestro deporte para cincelar en mármol un modelo que durante décadas representó una bestia sobrenatural, un epítome de la condición física: Wilt Chamberlain. 

Su inmenso cuerpo le situó desde chico en el centro de cualquier universo y de cualquier debate. Entronizado sobre una estatura imponente, encajado en una carrocería deslumbrante, su desenvoltura, agilidad y coordinación suponía un atentado contra toda lógica imperante. Sus avasalladores récords individuales no se vieron acompañados con éxitos colectivos equivalentes y si obtuvo el temor reverencial de sus rivales, sólo en contadas ocasiones contó con el favor del público ajeno e incluso propio. Su carrera siempre se debatió entre lo sublime y lo maldito. Con frecuencia vivió con pena el desafecto de aficionados y periodistas, a los que sus dos anillos de NBA les parecía escaso botín para una carcasa de héroe de cómic. Siempre le persiguió la leyenda de perdedor. Nunca dejó de escuchar el viejo soniquete, la trillada letanía del Hércules de mandíbula blanda. Lo lamentaba de verás: “Nadie es hincha de Goliat”.

Sus inabarcables guarismos (a día de hoy todavía conserva más de 70 marcas en la NBA) no se detienen en las canchas de baloncesto. Según confesó en su segunda autobiografía del año 91, A View from Above, mantuvo relaciones sexuales con unas 20.000 mujeres… Muchas son ¿no? No sé yo si hay días para tantas… Igual eran mil menos… Sea como fuere, críticos y leales se muestran unánimes con una gesta única: el 2 de marzo de 1962 Wilt Chamberlain hizo 100 puntos en un partido de la Liga Profesional más exigente del mundo. Pasen y no cierren la puerta porque el elenco de heroicidades no se queda ni mucho menos ahí. 


Imposible pasar desapercibido

Si en el último año de instituto ya mides 2,10, por mucho que te tapes siempre vas a llamar la atención. Su entrenador en Overbrook lo recordaba con cariño: “Nunca había visto nada como él. Pero es que nadie había visto nada como él”. Originario de Philadelphia, adoraba su etapa colegial que culminó con 56 victorias y 3 derrotas en un trienio, promediando 37,4 puntos por noche. En un encuentro hizo 90 puntos (60 de ellos en 12 minutos). Al concluir su etapa en high school más de 200 universidades le ofrecían una beca. Kansas resultó la afortunada. Sopesó la idea de dedicarse al atletismo (sus registros como decathleta eran excelentes) o al fútbol americano, pero finalmente se decantó por el basket. La normativa establecía que los novatos debían esperar un curso para alinearse con el equipo. Tuvo tal repercusión su estreno (con 52 puntos batió el récord anotador de un jayhaw) que la NCAA convino cambiar dos reglas: en adelante se habría de esperar a que el balón tocase el aro para entrar en la bombilla tras un tiro libre y ningún atacante podía interferir en la trayectoria de la pelota mientras ésta estuviera en el cilindro vertical al aro. Rememoran en el college que Phog Allen le tenía colocada una canasta a 12 pies (3,65 metros) para que realizara mates y mejorara su potencia de salto (llegaba a las 48 pulgadas).

En su debut se quedó a las puertas del título al caer frente a North Carolina después de tres prórrogas 54-53. Para cauterizar la herida, su amigo Daves Harris, compañero de fraternidad, le invitó a pasar dos semanas en casa de sus padres en Washington DC. Hasta allí viajaron en el sospechoso descapotable Oldsmobile rojo y blanco con el que Wilt se paseaba por el campus (los centros educativos tienen prohibido obsequiar a sus estudiantes becados). La experiencia le resultó de lo más enriquecedora, pues conoció en los playgrounds a Elgin Baylor. Cuentan que los duelos entre las dos futuras estrellas profesionales congregaban a más de 2.000 personas extasiadas en los parques capitalinos. Tras promediar 29,9 tantos, al final de un decepcionante segundo curso puso fin a su etapa en Kansas. Pero como para ingresar en la NBA debía completar su ciclo universitario decidió escuchar los cantos de sirena de los Harlem Globetrotters que le atrajeron con la disparatada cifra de 65.000$.


La NBA

Su aterrizaje en la Liga llegó por la vía del draft territorial, un invento para acercar a las estrellas universitarias a las franquicias profesionales locales. Como Kansas no tenía equipo en los “pross”, Eddie Gottlieb, el propietario de los Warriors de Philadelphia, anduvo listo exhortando a los orígenes de Wilt, para reclamarlo y coló. Los 120.000$ anuales por los que le firmó doblaban el salario de los mejor pagados por entonces. Su impacto fue brutal. Debutó el 24 de diciembre de 1959 ante los Knicks con victoria 118-109 y 43 puntos (17 de 20 en tiros de campo) y 28 rebotes. Su primera derrota no llegó hasta la jornada cuarta ante los Celtics. Pasados los años el ritual ganador/perdedor frente a los dos grandes clubs se repetiría de continuo (los de NY se le daban de perlas, en Boston se estrelló frente a un muro pertinaz casi insalvable).

Su año rookie lo cerró con unos mareantes 37,6 puntos y 27 rebotes (las cifras más altas del campeonato) y los trofeos de MVP, Novato del Año y Mejor Jugador del All Star Game. El equipo que había quedado el último de su División la temporada anterior, concluía con el segundo mejor balance, cayendo eliminado por los Celtics en las Finales de la Conferencia Este por 4 a 2. En su primera eliminatoria frente a Bill Russell le superaría en 81 puntos, pero los de Boston le arruinarían la vida repetidamente en los playoffs (en la década se emparejarían en 8 ocasiones y Chamberlain sólo pudo pasar una). Tampoco es casualidad que la asistencia de espectadores a los partidos de la Liga registrase un 23% de aumento con su llegada. 

En las temporadas siguientes sus números se dispararían. En su segunda ascendería a los 38,4 puntos y en la tercera promediaría unos estratosféricos e imposibles ¡50,4 puntos! En sus 7 primeras campañas como profesional copó el título de máximo anotador (a 39,4 puntos la velada) y durante 11 de los 14 años que permaneció entre los “pross” se alzó con el trofeo de máximo reboteador. Alucinante.

Resultado de imagen de fotos de wilt chamberlain



El Partido de los 100

La campaña 1961-62 tiene un lugar crepuscular en la historia por muchas y evidentes razones.

El 8 de diciembre de 1961 los Warriors jugaban ante los Lakers. El partido se fue a las tres prórrogas y Chamberlain hizo 78 puntos (25 de ellos en el tiempo extra) batiendo el anterior record anotador de la NBA que poseía su contrincante esa noche Elgin Baylor con 71 tantos. Interrogado éste por el legendario “Chick” Hearn contestó entre adivino y visionario: “Un día este tipo (Chamberlain) anotará 100 puntos”.

El viernes 2 de marzo los Philadelphia Warriors recibían a los Knicks de Nueva York en el Hersheypark Arena, uno de los pabellones que utilizaban como alternativa para captar más espectadores. El encuentro parecía intrascendente con los Celtics aupados a la primera posición de Conferencia y los locales relegados a la segunda. Los periódicos de la “Gran Manzana” habían calentando el ambiente avisando de que la velocidad de los Knicks pasaría por encima de un equipo “con un solo jugador… y además lento”. Algunos de los principales medios de comunicación ni siquiera habían enviado reporteros para cubrir el evento. 

Wilt Chamberlain poseía un apartamento en NY y otro en Philadelphia. Había pasado la noche en NY en compañía de una señorita a la que había dejado en Queens a las seis de la mañana. A las ocho tomó el tren a Philadelphia, donde se encontró con unos amigos y se fue a comer. Cogió el autobús a Hershey (Pennsylvannia) para llegar con tiempo de descansar un rato, pero algunos de sus compañeros le esperaban con la intención de dar una vuelta. Jugaron unas partidas al pinball y dispararon con escopeta en las casetas de feria de los alrededores del pabellón. En la cancha aguardaba su entrenador, Frank McGuire, para mostrarle los diarios: “Vamos a correrlos esta noche, Wilt”. Por entonces, Chamberlain contaba con unos esplendidos 25 años y conducía a diario un glamuroso Bentley rosa de 17.000$. Ninguno de los 4.124 espectadores podía presagiar lo que les esperaba. Ninguno de ellos lo podría olvidar nunca. 

Chamberlain anotaba sus seis primeros lanzamientos y sumaba 13 de los 19 primeros puntos de su equipo. Al término del cuarto, los Warriors cobraban una ventaja significativa 42-26, con 23 tantos de su estrella entre los que se incluían 9 tiros libres sin fallo. Al descanso Wilt alcanzaba los 41 puntos en una serie de 14 de 26 tiros de campos y una asombrosa 13 de 14 en tiros libres (cuando en la especialidad apenas pasó del 50% en toda su carrera).

En el intermedio, conscientes de que su Goliat se hallaba en trance, entre su compañero Guy Rodgers y el entrenador alentaron al grupo para que le pasaran constantemente el balón: “Pasádsela a Wilt”, era la consigna. Transcurrido poco más de un minuto, había traspasado la frontera de la media centena. El speaker Dave Zinkoff alentaba a la grada y cantaba cada anotación. Wilt cerraba el tercer período con 28 puntos para alcanzar los 69. Los Knicks, sin su pivot titular –Phil Jordan- lesionado, no habían podido detenerle ni con Darrall Imhoff (un pivot blanco de 2,08 al que apodaban “Big D”) primero, ni cuando éste fue expulsado por faltas con Cleveland Buckner, ni con sobremarcajes ni llevándole a la línea de personal. 

Cualquier estrategia había caído en saco roto. A los dos minutos y nueve segundos de reanudarse el cuarto final, su propio récord de 78 puntos había caído. Los Knicks se sentían como el que va sólo a la boda de su ex (de la que está perdidamente enamorado) y no sabe cómo quitarse de en medio ni enmarañar la ceremonia (recurrían a las faltas sobre los compañeros del titán o congelaban la pelota). Con 2 minutos y medio por jugar, Chamberlain llegaba a los 92 puntos. En el siguiente minuto agregaba otros 6 puntos. Poco más de un minuto y medio para redondear la cifra. Los nervios se apoderan del gigante que yerra sus tres siguientes tiros hasta que a falta de 46 segundos recibe un pase de Joe Ruklick para convertir un lanzamiento cercano a tablero y situar su punto 100. La gente invade la cancha emocionada y el propio Rucklick sale disparado a la mesa para comprobar que Harvey Pollack (anotador oficial de los partidos de Philly) ha reflejado la histórica cifra (100 puntos para una serie de 36 de 63 en tiros de campo, 28 de 32 en tiros libres y 25 rebotes). El partido se suspende durante casi 10 minutos hasta que la enardecida masa vuelve a la grada y concluye con victoria de los Warriors 169-147. No fue televisado, ni se recogieron imágenes del mismo, pero sí existe una grabación radiofónica que da cuenta de la hazaña. 

Tres jugadores de los Knicks superaron la treintena de puntos. Su estrella, Richie Guerin, pese a sus 39 tantos, regresó abatido a su casa. Con el tiempo sólo se le ocurrió una explicación: “Aquellos aros de Hershey se lo tragaban todo”. El compañero de “The Big Dipper” (La Gran Montaña Rusa), All Attles, hizo el partido de su vida (17 puntos sin fallo), pero eligió mala fecha para que alguien reparara en él. 

Las declaraciones posteriores del mito, en caliente o transcurrido el tiempo, no dejan de ser curiosas. Llegó a “sentirse avergonzado de sus estadísticas, por haber lanzado 63 veces a canasta y sólo convertir 36 tiros”. “No fue tan asombroso. Si no hubiera salido la noche anterior y hubiera dormido más, podría haber llegado a los 140”. En la última verbaliza su eterna frustración: “Por una noche al menos, Goliat fue un héroe”.

El balón del encuentro se lo llevó entre el tumulto un chaval de 14 años, Kerry Ryman, quien durante muchos años lo mantuvo guardado en su habitación. En mayo del 2000, la casa Leland de NY, lo subastaría por la nada módica cantidad de 551.884$. 

Por raro que pueda parecer, a pesar de anotar 50,4 puntos (único jugador que ha superado la frontera de los 4.000 en una campaña), atrapar 25,6 rebotes, batir 10 récords de la Liga y jugar 48,5 minutos por partido (los Warriors disputaron 10 prórrogas y Chamberlain estuvo en cancha todos los minutos menos 8 de los 3.890 posibles), no fue considerado MVP de la temporada. El honor le correspondió a Bill Russell que, para variar, se engarzó un nuevo anillo. Es más, su arrogancia le llevó a ser excluido del quinteto ideal en favor del pivot rookie Walt Bellamy (31,6 puntos y 19 rechaces): “Tal vez hizo más por su equipo que yo por el mío (que perdió el último partido de la Final). El suyo, Chicago, terminó fuera de los playoffs, en último lugar con el peor balance de la Liga”. A Bellamy le debió de coger ojeriza, pues cuentan que la primera vez que se enfrentaron le susurró: “Usted no hará una canasta en toda la primera parte”. Y le taponó sus 9 primeros lanzamientos. Al principio de la reanudación le tranquilizó: “Bueno Walter, ahora puedes jugar”. 



Los dos anillos

Su entrenador en los Sixers, Alex Hannum, sabedor de que en el año 66-67 la franquicia había completado una magnífica plantilla (Billy Cunningham, Chet Walker, Luke Jackson y Hal Greer) alrededor de su buque insignia, le obligó a compartir más la pelota. Por vez primera desde su alunizaje en la Liga, no era el máximo encestador de la misma (lo fue Rick Barry). Su anotación descendió hasta los 24,3 puntos, pero continuaba su dominio reboteador (24,2) y se mostraba como un magnífico pasador (sus 7,8 asistencias le elevaban al tercer lugar de ese apartado). En las Finales del Este se deshicieron por fin de los Celtics (quebrando la secuencia de 8 títulos consecutivos) en un partido top de Chamberlain (29 puntos, 36 rebotes y 13 asistencias). San Francisco fue carne de cañón (4-2) para un hambriento Wilt que veía recompensado con un título sus años de penar frente a los del trébol. En 1980, esos Sixers fueron votados como el mejor equipo de los primeros 35 años de la historia de la NBA. En el siguiente curso 67-68 subió un peldaño más al liderar el capítulo de asistencias en la competición por delante de Lenny Wilkens con 8,6 (único pivot que lo ha logrado) y un nuevo trofeo MVP, pero desaprovecharon una clara ventaja de 3 a 1 frente al “Orgullo Verde”.

Hubo de esperar a la temporada 71-72, ya en los Lakers, para obtener su segundo anillo. Sus registros anotadores descendieron hasta los 14,8 puntos, pero los amarillos funcionaron como un reloj suizo bajo las órdenes del céltico Bill Sharman. El incomparable Jerry West y Gail Goodrich aglutinaban la artillería exterior a razón de más de 50 puntos por noche entre ambos. Hairston echaba una mano en la pintura a Wilt, que lideraba las clasificaciones de rebote y porcentaje de tiro. Durante la temporada regular engancharon una racha de 33 victorias consecutivas para concluir con un recuento de 69-13. En el cuarto partido de la serie final ante los Knicks, Wilt se dañó una muñeca, pero compitió con gallardía en la prórroga para alargar la ventaja angelina a 3-1. Hay quien puso en duda su concurso para el siguiente, pero jugó infiltrado y respondió a lo grande (24 puntos y 29 rebotes) para hacerse acreedor del MVP de la final y de su segundo título. 



Sus duelos con Bill Russell

Todo es susceptible de juicio y valoración. Bajo mi parecer probablemente Chamberlain fuera el mejor y más dominante jugador individual de su época, mientras que Bill Russell ha sido el más grande ganador (con permiso de Jordan) y jugador de equipo que haya dado el baloncesto. Sus apasionantes duelos hicieron grande a este deporte como unas décadas más tarde lo harían las disputas entre Bird y Magic. Parece claro que Chamberlain nunca estuvo tan bien rodeado como Bill Russell, ni por una colección de estrellas abrumadora (Cousy, Heinsohn, Sam y K.J. Jones, Havlicek, etc…) ni por un entrenador del carácter y del gen triunfador de Auerbach. De igual manera resulta evidente que Wilt nunca interiorizó la fiereza caníbal de su contrincante. Así quedaba recogido en su autobiografía: “No soy naturalmente competitivo y agresivo. No tengo un instinto asesino”. Sea como fuere la rivalidad alimentó una competencia maravillosa. 

En sus confrontaciones directas las comparaciones estadísticas caen del lado de Wilt en lo individual: en temporada regular 30 puntos y 28 rebotes por los 14,2 puntos y 24,7 rebotes de Bill. En playoffs la diferencia es similar, 25,7 puntos y 28 rebotes por los 14,9 puntos y 24 rebotes de Russell. En lo colectivo, no hay color, bueno sí, el verde de los Celtics frente al de los equipos de Chamberlain: 57 a 37 partidos en regular season, 29 a 20 en playoffs y 7 a 1 en las eliminatorias postemporada. 

Se llevaban bien, pero el pique se extendía hasta los contratos. Cuando Chamberlain anunció que firmaba por 100.000$ anuales con los Warriors (en realidad eran 150.000), Russell acudió de inmediato a las oficinas del Garden para solicitar que le dieran 1$ más que a su colega, con lo que en el nuevo convenio reflejaba un estipendio de 100.001$. La relación estuvo a punto de resquebrajarse cuando en el séptimo partido de las finales del 69 Wilt recibió un golpe, siendo sustituido. El entrenador Van Bredda Koff hizo oídos sordos a las reiteradas súplicas de su estrella para reingresar al juego: “Lo estamos haciendo bastante bien sin ti”, le espetó, para dejarle de manera definitiva en el banquillo. Los Celtics ganaron 106-108 gracias a una afortunada canasta de Don Nelson, pese al sublime esfuerzo de Jerry West (42 puntos, 13 rebotes y 12 asistencias). En los vestuarios la crítica de su máximo rival: “Sólo se abandona una final si se tiene la pierna rota”, hizo mella en Wilt que estuvo un tiempo sin dirigirle la palabra. Recobraron respeto y amistad y ya retirados se vacilaban en las entrevistas. El récord del que más le gustaba presumir a Wilt era el de mayor número de rebotes en un partido ¡55! ante su eterna pareja de baile, que días antes había dejado la marca en 51.


Récords a tutiplén 

Amén de los ya citados, podríamos eternizarnos con el sin fin de marcas que acaparó la criatura. Ha sido Único en muchos apartados. Sólo citaré las más llamativas: promedió 30,06 puntos (sólo por debajo de los 30,12 del Dios Jordan) y 22,9 rebotes a lo largo de su carrera (el único jugador que ha superado el límite de los 20/20 en una temporada ha sido Jerry Lucas): sideral. En 1968 consumó la burrada del doble-triple-doble ante los Pistons (22 puntos, 25 rebotes y 21 asistencias) y habría podido licenciarse con algún cuádruple o quíntuple doble si en su época se hubieran contabilizado los tapones y los robos de balón: bárbaro. Sólo 10 veces un jugador pasó de los 70 puntos, “La Osa Mayor” fue el protagonista de 6 de ellas: grandioso. Tiene también el rango exclusivo de con un mínimo de 15 intentos anotar todos sus lanzamientos en un partido; lo llevó a cabo en dos meses durante 1967 (18/18, 16/16 y 15/15): brutal. Lideró el porcentaje en tiros de campo de la Liga en 9 ocasiones, con el mejor registro de la historia (72,7%) en la temporada 72-73: aplastante. Jamás fue expulsado por faltas personales: raro, raro, raro. Cuando se retiró detentaba un total de 128 plusmarcas nada menos. 


Un extraño adiós

Completado el curso 72-73 con la derrota (4-1) en la final frente a aquellos maravillosos Knicks, los San Diego Conquistadors de la ABA le realizan una oferta astronómica, 600.000$ por asumir la faceta de jugador entrenador. Pero los Lakers ejercieron la clausula de prórroga anual de su contrato y llevaron el caso a los tribunales que les dieron la razón. Con 36 años, pasó de vestirse de corto a dirigir con más pena que gloria desde el banquillo. La aventura duró una temporada. Infinidad de equipos quisieron firmarle posteriormente, pero a todos los dio calabazas. Se inclinó por la IVA (la liga profesional de Voleibol) para dejar de lado a los Knicks. Con 42 años y un estado físico magnífico (pesaba 13 kilos menos que cuando estaba en activo) desechó el ofrecimiento de los Bulls. Los Cavs y los Sixers serían los siguientes despechados. Se había hecho rico gracias a sus inversiones inmobiliarias (poseía más de 50 apartamentos en LA) y había diversificado sus florecientes negocios entre night clubs, albergues, cadenas de la lavandería y restauración. Vivía como un marajá en una lujosa villa en Hollywood y hasta flirteó como actor (interpretando al guerrero Bambaata) con el cine y sus vedettes (Grace Jones) en la segunda parte de Conan. En el 71 su arte y su corpachón casi lo habían llevado al ring (estuvo en un tris de boxear frente a su amigo Clasus Clay, tentado por el célebre Gus D´Amato, que de prepararle le aseguraba la victoria). Con poco que ganar, el combate no llegó a celebrarse. Los Nets le quisieron para los playoffs del 84 y pasado el medio siglo, Mavs, Suns y Clippers volvieron a la carga hasta que dejó claras sus intenciones: “Personalmente creo que podría hacerlo bien con más de 50 años, pero ya no tengo el menor deseo”. El 12 de octubre de 1999 falleció en su mansión de Bel Air mientras dormía debido a un ataque al corazón. 

Resultado de imagen de fotos de wilt chamberlain



Su legado

“Es muy difícil que la gente llegue a apreciar lo que Wilt logró, ni siquiera que lleguen a comprenderlo” (Al Attles, compañero en los Warriors). “Los libros no mienten: él ha sido el mejor” (Óscar Robertson). “Era imparable, la fuerza ofensiva más impresionante de la historia” (según la página oficial de la NBA)… Una bestia de la naturaleza (medía 2,16 metros y pesaba 131 kilos) ágil, felina, avasalladora que con sus mates, sus fingers rolls (sutiles bandejas en extensión acariciadas por las yemas de sus dedos) y su fadeaway (tiro tras giro) resultaba imparable. 

Abierto de carácter, tenía su gracia. Cuando le interpelaban sobre sus récords solía responder, casi quitándole importancia: “Terminaba con los brazos cansados”. Cuando un aficionado un tanto plasta no paraba de preguntarle por el tiempo que hacía ahí arriba, Wilt le respondió: “Por aquí todo en orden, pero ya veo que por allí abajo está lloviendo”, después de haberle escupido… Su biografía del 73 apareció bajo el curioso título de “Wilt. Simplemente como cualquier negro de siete pies millonario que vive en la puerta de al lado”. 

No tragaba a Red Auerbach. Pese a ello le defendía de quienes le tildaban de racista: “Fue el primer entrenador en utilizar un jugador de color, en poner a cinco negros en el quinteto inicial y en contratar a un entrenador negro”.

Le cabe el honor de ser el primer jugador de la NBA en aparecer en un sello de correos conmemorativo, acuñado por el Servicio Postal de los Estados Unidos. Antes grandes figuras del beisbol e importantes afroamericanos habían tenido el suyo, éstos en la colección “Patrimonio Negro”. 

Se consideraba el mejor y sólo admitía comparaciones con Michael Jordan. “Yo cambié las cosas. Pedí mucho dinero por jugar, me lo gané, me lo dieron… y quité a la gente de jugar por amor al arte”. “Mi legado principal es haber demostrado que se puede ser alto, el más alto, y que no es incompatible con la calidad y la agilidad”. Eso… y como hemos visto… muchas otras cosas. Así se escribió la historia de un gigante del baket que anticipó tiempos modernos, pero que vivió instalado en la dicotomía permanente: lo que la naturaleza le concedió, la grada le discutió. Un héroe que continuará siendo discutido, aunque merezca ser indiscutible. Único. 

¡Ah! Una última cuestión (que no deja de rondarme el coco) para nuestro personaje allá donde quiera que esté: Wilt ¿seguro que 20.000? Mira que 20 son dos decenas y 200 una exageración, pero ¿20.000? Bueno, tú sabrás, que esas cosas son de cada uno. 


Mi recuerdo y agradecimiento para los dos custodios, Raúl Barrera y Carlos Laínez, de La Isla del Tesoro (la Fundación Pedro Ferrándiz Espacio 2014 FEB). Imprescindible.

Elmer Bennett, un americano con txapela

$
0
0
Resultado de imagen de fotos de elmer bennett

“No me cambiaría por un jugador de la NBA. Me gusta la vida en España, mis dos hijos han nacido en Vitoria y este tipo de baloncesto me va más. Allí todo es más individual”. Al “hereje” que se manifestaba de esta guisa, le costó 5 años de sinsabores y probaturas darse cuenta de que su sitio (incomprensiblemente) no se encontraba entre los profesionales USA. “En la NBA hay 20 jugadores de un nivel altísimo, el resto son iguales. Todo depende de si tienes suerte y encuentras un lugar adecuado”, remarcaba. El lustro sólo le había dado para 21 partidos con 4 zamarras diferentes (Cleveland, Phildelphia, Houston y Denver) de la mejor competición mundial hasta que dio el salto a la vieja Europa. 

El siempre atento Alfredo Salazar había reparado en el base rápido, cerebral y anotador que había llevado (junto a dos históricos ACB, Rod Mason y Shelton Jones) a los Olkahoma City Cavalry hasta el campeonato CBA la temporada 96-97. A la que pudo, siguió los consejos de Mason “además de gran jugador, es buena persona. Imposible que os dé problemas” para traerlo a Vitoria, en una maniobra que cambiaría el devenir de la franquicia de la capital vasca. En unos días a Elmer Bennett pasarían a nombrarlo “Benito”, en unos meses la Plaza de la Virgen Blanca se acostumbraría al bullicio feliz de sus gentes, que de continuo la poblaban para celebrar orgullosos los triunfos y títulos de uno de los emblemas de la ciudad, su Baskonia. 

La estancia en Gasteiz se prolongó 6 maravillosos años. Después emigró al Madrid, en una tormentosa época para el Real, impartió magisterio en la emergente Penya y salvó de los infiernos al Caja San Fernando a orillas del Guadalquivir. 11 temporadas de uno de los mejores y más rentables americanos que han pasado por aquí, de los que de verdad dejaron poso. Nunca una lesión en el cuello (lo que le descartó aquel verano para el Olympiakos) nos resultó tan sana. 



El centro de la rueda

Comenzó a jugar al baloncesto bien pronto. Con 7 años seguía a su hermano mayor Stacey, detrás de un balón naranja. Se mudaron de Evanston (Chicago) a Bellaire (Texas) y en el instituto ambos desfogaron sus primeras ansias baloncestíscas. Cuando Stacey se graduó, Elmer tomó el testigo de máximo anotador del bachillerato. En su temporada senior en high school promedió 35 puntos por encuentro con un cénit de 49 para ser elegido Mr. Basketball del estado. Escogió la católica Universidad de Notre Dame para continuar sus estudios (Finanzas). En sus dos primeras campañas vivió ensombrecido por el base titular Joe Fredrick, con el que compartió minutos en pista como escolta. La licencia de éste, le otorgó espacio, tiempo y liderazgo en el equipo. Si en el tercer curso sus números ascendieron a los 14,4 puntos y 4,6 asistencias en 35,2 minutos, la llegada de John MacLeod (18 años como coach en los “pross” en Dallas, Phoenix o NY) resultó definitoria. De anotador casi puro mutó en líder e hilo conductor de todos sus compañeros. MacLeod le explicó que el equipo era una rueda y el base era el centro de ese círculo, el encargado de engrasarla y hacerla girar con dinamismo. Elmer captó el mensaje, sin por ello escurrir el bulto en los momentos calientes, en los que se deciden los partidos. Siempre le gustó tomar el último balón, un clutch player, según denominan los estadounidenses: “Para jugar los momentos importantes siempre tengo la cabeza fría”.

Su buen cierre universitario, 16,5 puntos y 6,2 asistencias en 36 minutos, no le dio para entrar en la primera ronda del draft (relegado en la edición del 92 al puesto 38 por los Haws de Atlanta). De ahí comienza un viaje a la interinidad por diferentes franquicias que no le acaban de ver como un director solvente para sus equipos. Salta de los campus de entrenamiento profesionales de verano a cobrar importancia en diferentes escuadras de la devaluada CBA, salpicado por un breve paso a este lado del Atlántico en el Scavolini de Pesaro (ahí le echó el ojo Scariolo) y el Jet Lyon francés.

Su MVP en la final CBA del 97 le abrió la agenda de los principales conjuntos europeos. El Olympiakos griego lo tenía cerrado cuando en pretemporada sufrió una lesión en el cuello y le cortó. Craso error. Regresó a casa para ponerse en forma en el campamento de los Nuggets de Denver hasta que recibió una llamada que le cambiaría la vida.


Bienvenido al paraíso… Vitoria-Gasteiz

Desde hacía tiempo Baskonia se había consolidado como un proyecto serio e ilusionante, una alternativa de garantía a los grandes. De la mano de Josean Querejeta el club se había convertido en la primera sociedad anónima del baloncesto español, en una entidad profesionalizada que en un década había multiplicado su presupuesto por 5 hasta los 900 millones de pesetas, con un pabellón Araba que daba cabida a 10.000 espectadores, un patrocinador sólido y estable, la cerámica Taulell castellonense, y un creciente número de socios (4.500).

Aquel verano la principal novedad la constituía la apuesta por un técnico desconocido por estos lares. Sergio Scariolo había asido la responsabilidad como primer entrenador del Scavolini con 28 años. Después de triunfar en Pesaro y Bolonia, con 36 años iniciaba una aventura española que todavía le dura (aquí casose y han nacido sus hijos) y para la que se había estado preparando (cultivando el castellano). Desde el comienzo llamó la atención su gomina, su elegante vestimenta, su meticulosidad y perfeccionismo. No dejaba nada al azar y sus horarios en el Araba no bajaban de 6 horas diarias. La confección de la plantilla, ahora normal, antaño parecía contextualizar un chiste viejo… érase un argentino, un italiano, cuatro americano, un maño, un canario, un madrileño y dos catalanes… Aquella embajada de las Naciones Unidas “defendía una única bandera… la camiseta de Baskonia”, como le gustaba decir al italiano, que en aras a la mejor integración y convivencia otorgaba las habitaciones dobles en los desplazamientos a un español y a un foráneo.

Con el tiempo se ha demostrado que tanto Querejeta como Scariolo son avezados jugadores de puzle y que no les suelen casar las primeras piezas que se lanzan sobre la mesa, sino que le dan unas cuantas vueltas hasta completar el collage. Si en la jornada 6 el tirador balcánico Miroslav Beric sustituía a un irregular Harold Ellis, en la 9, pese a la buena marcha del equipo (6-2), sorprendía la sustitución del antiguo laker Tony Smith por un semidesconocido Elmer Bennett (sólo cobraba 150.000 euros). El trasalpino buscaba, con la venia de su presidente y el apoyo de su director deportivo (Alfredo Salazar), un líder, un director de orquesta que amalgamara juego y voluntades, en lugar de un anotador y se fió de su primer instinto cuando vio desenvolverse a Bennett en Pesaro.

El nuevo debutó con derrota en Manresa, sumando 7 puntos en 24 minutos, pero tardó un suspiro en hacerse con los mandos. En el encuentro siguiente se adueñó del partido frente al Ciudad de Huelva (19 puntos y 7 asistencias). En la jornada 15 ganaban holgadamente en casa al Madrid, al que arrebatan el liderato. “Benito” como ya le apodaba la afición había promediado en sus 6 primeras comparecencias 13 puntos y 6 asistencias en 26 minutos, alababa el juego de André Turner y se había prendado de las individualidades del Joventut y del juego colectivo del TDK Manresa (vaya ojo).

Se presentaron con cartel a la Copa de Valladolid: 11 victorias consecutivas y un trabajado liderato así lo conferían, pero se toparon con el maestro Miki Vukovic y su general Nacho Rodilla que les enviaron para casa en cuartos como primer paso de un campeonato histórico para Valencia. Clausuraron la fase regular liguera en la cima y en las eliminatorias se mostraron imbatibles, sendos 3-0 a Unicaja y Barcelona, con canastón de “Benito” en el segundo ante los blaugranas y triple ganador de Beric en el último, hasta que en la Final se cruzó “la cenicienta” y cambió el cuento. Manresa les había ganado los dos partidos de temporada y en la apertura de las series los vitorianos desperdiciaron 15 puntos de ventaja y cayeron en casa en la prórroga. Nadie pudo con un gnomo mágico, “Chichi” Creus, que gobernó la contienda a su criterio y aupó al trono a los del Bagés (3-1), en la mayor gesta conocida de la historia del baloncesto español.


Abriendo el melón

Las salidas de los rocosos Brent Scott (a Reggio Calabria) y Pat Burke (a Panathinaikos) parecían debilitar el cuadro. El rústico Rusconi, rebotado de la experiencia NBA, sacaba brillo a su armadura y Bonner aportaba agudeza y polivalencia. Desaparecía el gran Santi Abad había apurado su tercer paso por Gasteiz para llevar su talento a las murallas de Lugo. Los recambios en la pintura quedaban entonces para el jovencito Garbajosa, que ya apuntaba maneras, y el experimentado Winters. En las alas Beric y Espil portaban la munición y Lucio Angulo adornaba la tripleta con defensa e inteligencia. Jordi Millera ejercía de imprescindible capitán, el pegamento indispensable para cualquier grupo. Un plantilla algo corta para su paseo por la Euroliga, que se inició curiosamente en La Casilla bilbaína frente al Orthez por las obras de ampliación en el Pabellón Araba.

De ese modo se presentaba Baskonia en la edición copera del 99 (con la baja del lesionado Garbajosa). Bennett (16 puntos, 3 asistencias y 8 faltas recibidas), Beric (17 puntos) y Bonner (10), contuvieron los ímpetus verdinegros (76-73) en el entretenido arranque del certamen, donde un chispeante Raúl López ya exhibía su inagotable catálogo de recursos. En semifinales ante el Madrid los 10 puntos de margen alcanzados al descanso sirvieron de colchón a los de Scariolo (que rescató de su baúl táctico la “caja y uno” sobre Alberto Herreros); un triple lejano de Bennett a 2 minutos pareció decantar el choque, pero a los blancos les restaba una última bala, que ésta vez el listísimo José Lasa no aprovechó. Dos talentos fascinantes, Bennett (20 puntos, 9 asistencias) y André Turner (24 puntos al Barsa) acaudillaban el asalto a la realeza.

Los sevillanos del Caja San Fernando dominaron gran parte de la batalla final (25-16 al apurar el primer cuarto, 32-28 al descanso). Catapultados por Mike Smith y Romero, estiraron la distancia hasta los 11 puntos (42-31), pero la lesión de un equivocado Turner (obnubilado por la pegajosa defensa de Lucio Angulo, presentó números impropios: 5 en 18 tiros de campo, con 8 triples intentados y errados, y 6 pérdidas) truncó las esperanzas andaluzas. Un parcial sangrante volteó el marcador, 51-47 para el TAU. La reaparición del genio de Memphis (12 puntos en los postreros 4 minutos) no devolvió el rumbo a los de Imbroda. Beric mostró su habitual puntería (19), Bonner seguridad y regularidad (12), Rusconi alumbró sus mejores momentos (15 puntos) de su etapa vasca y “Benito” se ganó a pulso el nombramiento de MVP y la adoración de la parroquia con 13 puntos, 4 asistencias, 5 rebotes y un impresionante mate para guardar en las videotecas. Baskonia se consolidaba en la élite: 7 finales en 5 años y segunda Copa del Rey tras la obtenida en el 95 con Pablo Laso como mejor jugador del torneo. Elmer no soltaba ni el balón de juego ni la bufanda azulgrana en la conga en comunión con la grada y demostró grandeza al entrar en el vestuario oponente para felicitar y consolar a los derrotados. Scariolo se rendía poético a los suyos: “Con la desventaja mis jugadores no han mirado al marcador, sino a su integridad. Y entonces han visto que su corazón era mucho más grande que esa diferencia adversa”. En Liga, Estudiantes les cerraría el paso en play offs.


Una gesta sin premio

La salida de Scariolo hacia el Madrid tardó en cicatrizar. Salva Maldonado no sintonizó con Querejeta y el prestigioso Julio Lamas no completó la cuadratura del círculo. En el 2000-2001 se apuesta por un entrenador joven, con experiencia ganadora en Friburgo y Limoges, Dusko Ivanovic. Luego han venido otros, pero la afición vitoriana, conectó desde su aterrizaje con la laboriosidad espartana del montenegrino. Para el hincha alavés no diga entrenador, diga Dusko. Lo de su temporada de presentación en la Euroliga se guardará en la memoria de todos siempre. Nunca una derrota fue tan reconocida y agasajada.

El balcánico jamás negoció el nivel de exigencia en los entrenos. Si el equipo se dio de bruces contra el Cáceres de Julbe en la Copa que consagró a Pau Gasol en Málaga, dio un paso adelante en la competición europea. El camino hasta la final estaría salpicado por los emocionantes enfrentamientos ante rivales griegos. Sencillo resultó el Peristeri en octavos. Gratificante el palizón al deslumbrante Olympiakos de los estelares David Rivers y Dino Radja: 72-78 en Atenas con 15 puntos de Bennett, 13 de Corchiani y 22 de Alexander y 98-72 en la vuelta con Bennett desatado (27 puntos) en su particular vendeta.

Sonrojante y hasta vergonzosa fue la semifinal de la última epopeya griega. En el estreno de la serie en Atenas, AEK gana 75-74 tras anotar Dikoudis la canasta definitiva 2,8 segundos fuera del tiempo reglamentario como claramente demostraron las imágenes televisivas. A la espera de lo que dirimiera la Euroliga, un Baskonia herido se hace con el segundo encuentro 67-70 encabezados por Bennett (25 puntos). El domingo, el juez único, el portugués José Manuel Mierim, acrecentó la canallada que había autorizado en la cancha el árbitro croata Danko Radic, resolviendo la repetición del primer partido. Los griegos lindaron lo grotesco cuando tras perder de 25 firmaron el acta bajo protesta aduciendo que tenían que haber pitado los mismos árbitros del sabotaje inicial. Acabáramos. Fue día D en la carrera de Stombergas, el partido perfecto: 39 puntos en 34 minutos en una tarde sublime (4/4 en tiros de 2, 9/9 en triples y 4/5 desde la línea de personal). Bennett alimentó el apetito del lituano con 13 asistencias. En Vitoria, Baskonia finiquitó la eliminatoria 76-62 para plantarse en la final de la Euroliga ante la poderosa Kinder que se había desembarazado de su vecino del Paf de los Fucka, Myers, Andrea Meneghin y compañía. Querejeta exultante, no cabía en sí de gozo: “Hemos ganado títulos, pero esto es lo más grande que hemos hecho. Es un salto cualitativo importantísimo.” Chris Corchiani rompía a llorar como un niño, cuando era felicitado por Mario Pesquera, comentarista de Vía Digital, que le manifestaba lo orgulloso que estaría de él su entrenador en North Carolina State, Jim Valvano. Corchiani llevaba meses con los tremendos dolores provocados por una hernia inguinal, que le llevó a operarse y a perderse la final contra los trasalpinos. Bennett se quedaba huérfano en el puesto de base. 

La Kinder partía como favorita. En verano había cubierto las sensibles bajas de Hugo Schonochini (sancionado al dar positivo por nandrolona en un control antidopaje) y Danilovic (retirado) con la firma de 5 jugadores de campanillas: Marko Jaric, Manu Ginobili, Smodis, Jestratijevic y Rashard Griffith. Completaban la paleta del maestro Ettore Messina, los bases Antoine Rigaudeu y David Bonora, el escolta Alessandro Abbio y los pivots David Andersen y Frossini. Un equipazo, al que Ivanovic oponía a: Bennett (Corchiani estaba lesionado), Foirest, Vidal, Stombergas, Timinskas, Scola, Oberto, Alexander y Dani García. 

Por aquel entonces se había producido un cisma en la élite de los clubs europeos y se habían creado dos competiciones paralelas: la Suproliga que le ganó el Maccabi al Panathinaikos (81-67) y la Euroliga, en la que Baskonia forzó el quinto partido poniendo contra las cuerdas a la mejor escuadra del continente.

Antes del primer encuentro el acaudalado presidente de la Kinder, Marco Madrigoli, prometió una prima de mil millones de liras (unos 90 millones de pesetas) a cada jugador por la conquista del campeonato. Pero los boloñeses (ausente Griffith) se vieron sorprendidos por la maestría de Bennett (15 puntos), la puntería de Foirest (20 puntos) y la fortaleza de Alexander. Baskonia había doblegado el factor cancha. En el segundo episodio en la ciudad de la mortadela, los locales con su bestia interior ya recuperada (Griffith 9 puntos y 8 rebotes) restablecieron la igualdad amparados en un certero Rigaudeau (23 puntos con 6 triples). En el traslado a Vitoria los italianos arrasan en el tercer capítulo (60-80) con Ginobili en protagonista (27 puntos). El TAU tiró de orgullo y casta para, conducidos por Bennett (19 puntos y 7 asistencias), restablecer la igualdad (96-79). Timinskas dejó un mate escalofriante en las narices de Andersen. 

En el desenlace, los 8.000 tiffosis del Palamalaguti de Casalecchio di Romo tardaron en respirar tranquilos. Dusko no había perdido ninguna de las finales disputadas como entrenador y los suyos (con Bennett al límite haciendo 24 puntos y 5 asistencias) vendieron muy cara su derrota. Fue necesaria la mejor versión de un chico de Bahía Blanca, en su día descartado por los principales clubs españoles, para que el título no saliera de Bolonia. Manu Ginobili, nombrado MVP, después triunfaría para alegría de todos los aficionados del baloncesto en los maravillosos Spurs de Gregg Popovich. Vitoria, orgullosa de los suyos, recibió a la expedición como héroes, como si se hubieran traído el trofeo. 

En Liga, Bennett rebosa plenitud en el cruce de cuartos frente al Estudiantes con promedios anotadores superiores a los 20 puntos. En semifinales, la eliminatoria ante el Madrid resultó emocionante. Fue necesario el mejor Alberto Herreros (5 triples en el quinto) para que los blancos alcanzaran la final (que perderían ante el Barsa del extraterrestre Gasol). La baja de Alexander que marchó a Estados Unidos por el infarto de su padre resultó capital. A sus 31 años “Benito” se encontraba en plena madurez deportiva y su nombre circulaba en los corrillos de los más respetados secretarios técnicos europeos. Mejor jugador extranjero y máximo asistente de la ACB (5,7), renovó por dos años.

Resultado de imagen de fotos de elmer bennett


El doblete

El verano del 2001 pasó a la historia como el del lío del “Caso Timinskas”, proscrito por la ACB, que establecía la fórmula de los 6 nacionales, 4 europeos y 2 extranjeros para formar un equipo. Un follón que dejó un reguero de pólvora y al jugador sin ficha. Baskonia cerró la que probablemente constituye la mejor plantilla de su historia. Consiguió retener a Corchiani y firmar del Buducnost al Mejor Jugador de la Euroliga, Tomasevic, que se unía a Scola y Oberto en el deslumbrante triángulo interior. En las alas, crecía Vidal a la sombra de Foirest y despertaba pasión la intensidad, arrojo y clase del “Chapu” Noccioni, que se había más que fogueado (mejor jugador) en la LEB con el Manresa. Cuando se enquistó el asunto Timinskas, rescataron del ostracismo a Hugo Schonochini. 

Las posibilidades reales del equipo ya se barruntaban cuando a una semana de la Copa 2002 en Vitoria le dieron un meneo serio al Barsa (96-82) con 55 puntos de la tripleta zonal. La ilusión por la Virgen Blanca era tal que Radio Vitoria llegó a retransmitir 8 horas seguidas de basket (en una jornada que coincidía con un Madrid-Barsa de fútbol). La noticia triste y luctuosa fue el fallecimiento en accidente de tráfico de camino al evento de Alfredo Goyeneche, presidente del COE. 

Si alguien pensaba en un placentero discurrir por el certamen, estaba en un error. Bennett traía poco rodaje, una fascitis plantar le había llevado por la calle de la amargura los dos meses previos y, gracias a los cuidados de los doctores Mikel Sánchez y Alberto Fernández, había llegado justito. Infiltrado, con dolores y partiendo desde el banquillo tuvo que esmerarse (12 puntos y 5 asistencias) para que las trampas tácticas del maestro Manel Comas en el Joventut no supusieran un disgusto. Noccioni (19) y Foirest (15) habían sostenido los miedos locales. Con empate a 72 una canasta de Scola en el último segundo les daba acceso a semifinales. Ahí esperaba Unicaja, que llegó a cobrar una ventaja de hasta 14 puntos en el tercer cuarto (39-53), pero un parcial de 20-0 entre el minuto 28 y 34 capitaneado por “Bennett” (17 puntos y 4 asistencias en 27 minutos), Scola (19), Tomasevic (17) y Oberto (12) viró el rumbo del encuentro. Dusko derrota a su maestro Boza Maljkovic. Como desagravio le invita a cenar esa noche.

La primera parte de la final pareció de tanteo (32-34 para el Barsa). Sin Navarro (lesionado en semis con un fuerte esguince), el inconmensurable Saras Jasikevicius alargaba la diferencia hasta los 10 (34-44), pero Baskonia apretaba a cierre del tercer cuarto (57-61). De ahí a la conclusión Dusko no tocó el quinteto (Bennett, Foirest, Noccioni, Scola, Tomasevic). Un triple de Digbeau ponía en pista al Barsa (67-72) a falta de 5 minutos. Foirest devolvía la delantera a los locales (76-74) con otro después de muchos minutos a rebufo. Rentzias responde (76-77) de igual suerte. El duelo al sol estaba servido. Saras anota otro lanzamiento desde más allá de la línea de 3 puntos (79-81) a 1.50. “Benito” asoma con otro triple (82-81), Saras saca una falta y anota desde la personal (82-83). Scola suma un tiro libre (empate a 83). Saras y Rentzias desperdician sendas opciones de 3 en el ataque siguiente y Bennett se alía con la fortuna y convierte a 16 segundos un lanzamiento a tabla a 6 metros del aro por encima de Rentzias que había salido a la ayuda (85-83). Noccioni le echa arrestos para defender la penetración de Jasikevicius (28 puntos). No entra ni su lanzamiento ni el postrero de Digbeau. Baskonia txapeldun en su propia tierra desafiando a la tradición (19 años después el trofeo volvía a recaer en el quipo organizador). Curiosidades: cada vez que había comenzado el torneo frente al Joventut, habían llegado a la final y la habían ganado; Tomasevic, que nunca llegó mimetizarse ni con el club ni con la afición, espabiló, pues a mitad de año estaba vendido al Unics Kazan (no salió porque su esposa no quería vivir en Siberia), y se llevó el MVP (20 puntos, con un milagroso 8 de 8 en el tiro libre, y 9 rebotes). El graderío, sin embargo, reservaba sus mayores elogios para su base. “Benito” había vuelto a tiempo para anotar 17 puntos (todos en la segunda parte) dar 4 asistencias y recuperar 2 balones en una actuación portentosa en los momentos críticos. 

El lunar negro de la temporada llega en Euroliga. Con todo a favor, la presión puede con el grupo, que sufre una brutal paliza en casa frente al Maccabi en el encuentro que daba acceso a jugar la Final a 4 en Bolonia. La manada se lame las heridas y vuelve para la Liga. Bennett alcanzó las eliminatorias como un animal (en los 2 meses de baja, con pesas, bicicleta estática y gimnasio había cogido un tono físico espectacular). El Barsa lo sufrió en sus carnes en semifinales, especialmente en Vitoria (22 y 20 puntos). Días antes de la final, Chris Corchiani se rompió un dedo, pero en el estado de forma en que se encontraba “Benito” la noticia pudo ser hasta beneficiosa para los vitorianos que tenían en contra el factor cancha frente a Unicaja. Pronto se despegaron las incógnitas: Baskonia se impuso en los dos partidos de la Costa del Sol 73-80 y 83-86. Bennett, al que ocasionalmente daba algún descanso Charisis (ya que no se pudo firmar a Laurent Schiarra), superó de largo al grandioso Louis Bullock. El dominio se reflejaba en el apartado estadístico: 11 puntos y 5 asistencias en el primero y 22 y 6 en el segundo. En Vitoria, Bullock mejoró prestaciones (25 puntos) y, auxiliado por Gurovic y Sonko (14 puntos cada uno), abrieron brecha (64-74), pero un parcial vasco de 14-0 mortificó a los malagueños. Noccioni (20) y Foirest (24) anotaron con regularidad en el cierre del campeonato. Elmer aportó 10 puntos, 10 asistencias y 4 robos y se le concedió el trofeo MVP de las finales. 

En las celebraciones posteriores hasta el lehendakari Ibarretxe fue duchado en el vestuario. Dusko, siempre Dusko, ahondó en su célebre teoría sobre el trabajo “El cansancio no existe, es sólo una sensación psicológica” con un retador “Si alguien quiere entrenarse mañana, por mí no hay inconveniente”.

Baskonia, con un juego sencillo, vertebrado en una sólida defensa, en una meditada selección de tiro y en un ataque equilibrado con triángulos interiores, situaciones de poste alto/poste bajo y creación de espacios para juegos individuales y de 2x2 y 3x3, había llegado a la cúspide para envidia de los más grandes clubes. 

El año siguiente fue el último en Vitoria y el más duro en la carrera de Elmer Bennett. Estuvo en un tris de salir hacia el Madrid, pero la destitución de Scariolo detuvo la operación. Oberto y Tomasevic se habían borrado de la disciplina cuartelaría de Dusko y habían emigrado a tierras más cálidas (Valencia). Para la espantada de Pat Burke, días antes del comienzo de la Liga, Ivanovic tenía su propia explicación: “El error fue concederle el permiso para ir a la boda de su hermano. Un jugador que quiere trabajar en serio no piensa en eso”. Rashard Griffith entró como fichaje estrella y Jerome Allen como sustituto de Bennett. El equipo alcanzó la final de la Copa en Valencia donde compitió, pero cayó 84-78 en la prórroga frente al Barsa de Roberto Dueñas. No sirvieron los 18 puntos y 4 asistencias de Bennett. Lastrado por las lesiones y sus problemas de talón de Aquiles que le obligaron a pasar por el quirófano y parar casi 6 meses, apenas pudo comparecer 6 partidos en Liga. El floreciente José Manuel Calderón compartió con Iván Corrales la responsabilidad de dirigir en pista al equipo. En cuartos fueron eliminados por el Unicaja. 

Resultado de imagen de fotos de elmer bennett


Cumbres borrascosas

Con 33 años acepta el reto que le propone Julio Lamas y firma por el Real Madrid en una época de aguas muy turbulentas en la nave blanca (por primera vez en su afamada historia el club no se había clasificado para los play offs). En el estío se machaca en Lousville para rescatar el tiempo perdido: apenas descansa una semana y se empeña en sesiones de pesas y carrera en solitario a la mañana y baloncesto por la tarde.

Comparte posición con el novel Lucas Victoriano y el club llega a plantearse el fichaje de un jovencito Marcelinho Huertas. El Madrid cae por 1 en los cuartos coperos frente al Barsa, pese a los 21 puntos de Elmer y los 26 de Kambala. En la vuelta de las semifinales ULEB se sale frente a Estudiantes con 21 puntos y 9 asistencias en 35 minutos para una valoración de 36, pero el equipo naufraga sorprendentemente en la final ante un cuadro de poco lustre, el Hapoel Tel-Aviv. Los 21 puntos y 30 de valoración de Bennett caen en saco roto frente a McCarthy y los suyos (72-83). Estudiantes elimina (1-3) al Real en cuartos de los play offs ligueros con un tremendo Loncar y le deja por segundo año sin Euroliga. Bennett completa un buen año en lo individual –máximo asistente de la ACB (6,1), líder en valoración (19,72) y segundo máximo encestador del equipo (15)-, pero un desastre en lo colectivo. El Madrid vive instalado en la crisis y ficha a Boza Maljkovic.

El serbio mueve sus fichas y trae a Felipe Reyes, Louis Bullock, Sonko, Gelebale y Hervelle. Gana sus 10 primeros encuentros de Liga y en la copa zaragozana acceden a la final tras deshacerse de Estudiantes y TAU Vitoria (Bennett realiza un gran encuentro y supera a Calderón). El Madrid no supera el último peldaño: los esfuerzos de Bullock (28) y Bennett (17) no son suficientes para vencer al Unicaja de Garbajosa (MVP) y Scariolo.

Elmer se lesiona en un tobillo y llega con el tiempo justo a los play offs, pero 2 días antes de su inicio Boza decide cortarle “Esperaba jugar 15 partidos muy duros y Bennett no los hubiera aguantado, seguro”. El jugador se sobrepone al mazazo y da ejemplo “Me esforzaré para ayudar a mis compañeros en los entrenos. Se lo debo y es una muestra de respeto hacia ellos”. Su sustituto, Justin Hamilton, es un portento que deviene determinante en el cruce ante el Joventut. Se complementa a la perfección con Sonko y la exuberancia física de la pareja ahoga a los bases estudiantiles en semis. La final ha pasado a la historia como la increíble liga de Herreros. En Vitoria, el Madrid le remonta 8 puntos en los últimos 50 segundos al TAU con un postrero y espectacular triple del gran Alberto. Bullock fue elegido MVP y Hamilton anotó 20 puntos en 35 minutos. 

Resultado de imagen de fotos de elmer bennett


Tutoría en la Penya

Aíto se acuerda de Elmer y recala en Badalona con 35 años. Comparte el puesto de base con Marcelinho Huertas y durante 2 años asiste a la eclosión de una ilusionante generación verdinegra y se lo pasa bomba. En la pretemporada andorrana coincide con un chaval al que saca 20 años y que estaba llamado a hacer historia. A los 8 minutos y 57 segundos del inicio de la temporada liguera debuta Ricky Rubio con 14 años. El entonces mocoso le reconoce como “un padre deportivo y una persona maravillosa”. Después de los sinsabores vividos en la capital se instala en un piso de la Villa Olímpica junto a su mujer y a sus dos hijos (nacidos en Vitoria) y disfruta con el progreso de los nuevos talentos. Campeones de la Eurocup en Kiev tras rebasar a los locales en semis y arrasar al Kimki en la final, con Rudy (MVP) y Elmer en el quinteto ideal. “Cuando llegas al final de tu carrera, cada partido puede ser el último, hay que disfrutarlo”, declararía previendo un futuro esplendoroso “Este título es importante para el club, vendrán más”. Unicaja (próximo campeón), cercenó las esperanzas verdinegras en unas semifinales ligueras durísimas que alcanzaron el quinto partido. Todavía hay quien recuerda un tapón con la izquierda al gigante Daniel Santiago. Muy avanzada la treintena promedió 11 puntos, 5,3 asistencias y 12,7 de valoración. Brutal. 

En su segundo año se da un paseo de lo más gratificante con los chicos por la Euroliga. A Rudy Fernández se le cae la baba con él: “Jugar al lado de Bennett es mucho más fácil… Él tiene mucha culpa de mi mejoría… Es un ejemplo para todos… En los 3 años que llevo en la ACB nunca había visto a un tío al que respetara tanto todo el mundo. Es un líder dentro y fuera de la cancha”. En semifinales, el Madrid de Plaza (a la postre campeón) cierra su ciclo badalonés en un quinto partido en el que mantiene un duelo maravilloso con otro grande, Raúl López.

Resultado de imagen de fotos de elmer bennett


Lecciones sevillanas

Había descartado ofertas de Girona, Menorca, Unicaja y Estudiantes, cuando a principios de enero los Reyes Magos le traen a la ciudad de La Giralda para socorrer con 38 años al Cajasol. Dos semanas más tarde, los dirigentes sevillanos confían tamaña tarea al “sheriff”, al irrepetible Manel Comas (sustituye a Ruben Magnano) que de tonto no tiene un pelo “La incorporación de Bennett nos da un plus extraordinario”. Elmer había llegado con un balance de 4 victorias por 11 derrotas y su impacto es tal (14-20 en el balance final) que a falta de varias jornadas, en Vitoria, el equipo conquista la salvación matemática. Ese día se merienda (17 puntos, 5 rebotes y asistencia en 26 minutos) ante su rendida afición de siempre a Planicic y Prigioni. La victoria no es poca cosa, pues aquel Baskonia de Spaniha se ventilaría 3-0 al Barsa en la final ACB. Sus números (11,5 puntos, 4,8 asistencias y 13,8 de valoración) le hicieron acreedor de la renovación inmediata, pero tras 4 partidos rescindió su contrato “No quiero estar en el equipo cuando mi nivel no es el que me exijo a mí mismo”. Honestidad. 

Resultado de imagen de fotos de elmer bennett


¡Qué jugador! ¡Qué base!

Elmer era una pantera embutida en un cuerpo felino, fibroso, de jugador de baloncesto. Voraz, como oliera sangre no soltaba a su presa. Con una capacidad de salto asombrosa, sus dotes iban mucho más allá de las físicas. Rapidísimo, manejaba la palanca de cambios a su antojo (tan pronto paraba como arrancaba como una centella), excelente defensor, agresivo penetrador y mayúsculo pasador. Buen tirador, especialmente cuando las bolas queman. Comunicativo, con los rivales llegaba a ser hasta pesado. Aglutinador de egos, generoso. Reescribía el baloncesto desde el puesto de base. “El base debe hacer que los otros jugadores se sientan a gusto… Ha de tener psicología para hacerles entrar en juego… Es importante que los pivots sean felices: corre que yo te daré el balón. Y estará más motivado para defender fuerte y rebotear duro… Un base tiene que ser duro con sus compañeros…”. Un compendio de lo que debe ser la cabeza pensante de un equipo.

Nacido para encabezar grupos, para armar proyectos ganadores “Es el líder del equipo. Sabe jugar para el grupo como pocos, garantiza liderazgo y producción de juego” (Sergio Scariolo). “Elmer es como mi otro yo dentro del campo. Tira del carro, da ejemplo, con un carácter extraordinario… Cuando se constipa, enferma todo el equipo” (Manel Comas). Cuentan que si a Josean Querejeta le pillas descuidado y le preguntas con qué jugador se quedaría de toda la gloriosa historia de Baskonia, se le escaparía un nombre: Elmer Bennett. Por algo será…



Dedicado a la Fanfarre Biotzatarrak de Vitoria Gasteiz. Son la alegría contagiosa de cada Copa del Rey con su música y sus ganas de pasarlo bien. Andoni, Lagartijo, Xabi, Edu, José Luis…

De cuando los griegos subieron al Olimpo

$
0
0


Por el trabajo convivo a diario con números, con dinero, con volatilidades, con primas de riesgo (cuando lo más parecido a prima que había visto era la de algún amigo, que estaba muy buena y que, por supuesto, no me hacía el menor caso), con tipos (que no personas) de interés… Tiene bemoles en un tío de letras de toda la vida, pero… Qué aburrido dirán. Pues no es precisamente el adjetivo que aplicaría a mi actividad diaria, porque entretenido es un rato, pero divertido tampoco.

A Dios gracias los pronósticos más agoreros de los mayas no se cumplieron y seguimos vagando por este valle de lágrimas. Bueno, pues en este entorno apocalíptico, con el paro, el desencanto en la clase política y la corrupción instalados de pleno, todavía existe un país mediterráneo más ninguneado que el nuestro, otrora cuna de la civilización occidental, al que algunos cínicamente han señalado como origen del mal. En Grecia, que diría con pausa y sorna el maestro Gila, está todo roto y por el suelo, pero no siempre fue así. No se asusten, no voy a hacer un ejercicio histórico y remontarme a las guerras entre las antiguas polis (ciudades) griegas ni a los tiempos de Platón, Aristóteles o Sócrates, para el que no existía paradoja en matar hombres por la defensa de Atenas y la práctica de la dialéctica, ni entraré en diatribas filosóficas. Pisaré mi terreno, el deportivo, y me iré a un tiempo cercano. Echaré la vista sólo tres décadas atrás, en las que un puñado de aguerridos y talentosos jugadores de baloncesto fueron ejemplo de coraje y se atrevieron a discutir títulos a los esbeltos y poderosos eslavos de las antiguas repúblicas de Yugoslavia y Unión Soviética, que por entonces todavía competían unidas.




Los Soprano

El siguiente relato tiene su génesis en lo que fue el centro de operaciones de la familia más popular y mafiosa (Los Soprano) creada por la cadena HBO. Y es que en el año 1957 de nuestra era vino al mundo el cuarto hijo del matrimonio compuesto por Giorgo y Stella Georgalis que había emigrado hasta Nueva Jersey desde la isla de Rhodas. Treinta años más tarde el pequeño Nikolaos (nuestro particular Tony Soprano), junto a dos compañeros de fatigas, que tenían por idéntico nombre Panayotis, hizo historia para siempre en el baloncesto del Viejo Continente situando a la antigua Grecia en el Olimpo de los dioses.

Vuelta a los orígenes

Después de unos primeros escarceos siguiendo los pasos de su padre en el mundo del boxeo, el pequeño Nick se dedicó por completo al baloncesto. Pronto destacó en el instituto de Union Hill y consiguió una beca para estudiar y jugar durante cuatro años en la prestigiosa Universidad de Seton Hall. En su última temporada con los Piratas promedió 27,5 puntos por partido (la tercera marca anotadora del país tras el gran Larry Bird y Balder) lo que le abriría las puertas del draft. En la célebre hornada del 79, quedó relegado muy atrás por los Celtics, en el puesto 68 de la 4ª ronda. La desidia de su agente, más preocupado por los negocios de otra de sus representadas, la cantante Diana Ross, y una inoportuna lesión durante el campus de entrenamiento hizo que los de Boston de Bill Fitch se decantaran por Gerald Henderson en su lugar, en un error que años más tarde admitiría el propio Red Auerbach. Enterados en Grecia del traspié, los principales equipos helenos pusieron sus ojos en él, siendo el Aris el que más empeño puso y se quedó con el jugador. Como jocosamente relata Sergio García-Ronrás en su excelente artículo “En manos de los dioses” de Cuadernos del Basket, la llegada al aeropuerto del rebautizado como Nicos Gallis, trajo sus chanzas, pues debido al desconocimiento de los medios locales se esperaba a un escolta de 1,90 cuando apenas superaba los 180 centímetros “lo han debido lavar y ha encogido”, bromeaban. Pero las coñas duraron el tiempo justo de verlo en acción. Era época de dominio verde del trébol del Panatinaikos, pero ese fichaje apenas relevante venido de ultramar haría virar el epicentro del basket griego hacia la antigua ciudad macedonia de Salónica. En su segundo año ya se hizo con el cetro de máximo anotador de la Liga Griega (lo consiguió 11 veces) con una media escandalosa por encima de los 44 puntos. En 1983 se alzó con el primero de sus 8 campeonatos de Liga (con 4 designaciones como MVP), a los que hay que añadir 7 Copas griegas. Con la selección fue máximo anotador del Mundial de España 86 y de cuatro Europeos (1983, 1987, 1989 y 1991).

Su uno contra uno enamoraba a sus seguidores y martilleaba a sus rivales. Basado en la fortaleza de un par de piernas que eran columnas dóricas y un excelente manejo de balón, desbordaba a sus oponentes con incontestables cambios de ritmos o reversos eléctricos. Para cuando se quería dar cuenta su primer defensor, ya se había marchado y estaba lanzando con una potencia de salto descomunal sobre la ayuda. Sus rectificados y sus canastas con tiro adicional se hicieron célebres. Sin tener un diámetro de tiro largo (sus lanzamientos no iban más allá de cuatro metros), era prácticamente imparable.

En octubre del 83 un imberbe Michael Jordan alucinaba tras un partido amistoso a orillas del Egeo con la Universidad de Carolina del Norte al lidiar con el astro griego “no esperaba encontrar en Europa un jugador con semejante calidad ofensiva”. El gran Audie Norris no podía ocultar su admiración por el escolta que les había metido 45 puntos (con sólo 7 fallos en el tiro) y ganado en el Palau “lo que ha hecho esta noche sólo pueden hacerlo dos o tres jugadores en el mundo”. Por poner coto al cupo de admiradores reflejar el pensamiento de una estrella allá dónde estuvo, un tal Bob McAdoo, “a Gallis le he visto hacer cosas en una cancha que no he visto a ningún Laker o Celtic”, decía. El mandamás histórico del Aris, Anestis Petalidis, cierra la cascada de epítetos, “Gallis es un jugador de esos que sólo nacen cada cien años”.

Panos

Panayotis Yannakis sería la perfecta estatua griega de cuerpo robusto y rostro esforzado. Es el símbolo del orgullo, la personificación de la fe, el triunfo de la inteligencia y un canto a la razón. Todo en uno. Casta y conocimiento.

Vino al mundo pronto, el primer día del año, de 1959, para no perderse nada, en el popular barrio de Nikea de la populosa Atenas. De mente audaz y concentración perpetua, desde temprana edad coqueteó con el baloncesto. Con tan sólo 13 años Giorgos Vassilakopoulos lo puso a entrenar con el primer equipo de Ionikos, en el que permanecería 12 años, siendo máximo anotador del campeonato en la temporada 79-80. En la siguiente se enfrentaría por primera vez a la nueva sensación del campeonato, Nicos Gallis, en un partido de otro planeta. En la era de twitter se hubieran presentado más o menos así: Hola soy Panos 74. Encantado, soy Nikos 62. Ese es el balance numérico de los puntos aportados por cada cual en un envite que se llevaron los del Aris en la prórroga. Brutal.

Los Celtics ahondaron en la rama griega y lo escogieron en el último puesto (205) de la novena ronda del draft y para las Américas que se fue a probar en el 82. Fue convenciendo a los dirigentes verdes, pero se quedó fuera cuatro días antes del comienzo de la competición cuando cambiaron a Dave Cowens por Quinn Bickner, que jugaba en su posición. Se rompió el ligamento cruzaron anterior y su aventura profesional quedó en agua de borrajas, pero su tenacidad le hizo recuperarse y unirse en el 84 al proyecto más sólido de la Liga Griega. En el Aris tomó la presidencia del club el constructor Cristos Mijailidis, cuya primera decisión ese verano fue la contratación de Yannakis, que constituyó con Gallis la pareja de bajitos más determinante de la competición y una de las más temibles del Continente. Bajo la batuta de Yannis Ioannidis, el Aris (el Dios de la Guerra) dominaría durante casi una década de manera abrumadora la competición doméstica, pero se quedaría a las puertas de la gloria continental. Su mayor logro sería alcanzar durante tres ocasiones consecutivas la Final Four, para caer al primer partido, y su mayor decepción el llamado “Partido de la vergüenza” cuando la Tracer les eliminó en la fase de grupos al remontar en Milan los 31 puntos que traían de renta. La relación del peculiar presidente con sus dos estrellas y su entrenador pasó por muchos altibajos, enzarzado en las cifras de los contratos con los primeros y en el límite de las funciones y parcelas de cada uno con el segundo. Con los años aparecieron las deudas, el patriarca del equipo, Anestesis Petalidis, encontró un primer respaldo económico, pero la crisis económica se hizo insostenible y salieron del club (que ahora se encuentra fuera del primer plano) entrenadores y jugadores de tronío.

Yannakis es el gran capitán histórico de la Selección Griega. Vistió su camiseta en 350 ocasiones y la hizo Campeona de Europa como seleccionador en 2004 en Belgrado. Su garra, su ambición, su defensa, sus lanzamientos lejanos de tres puntos le hicieron inolvidable. 

La Araña

Al dúo de marras se le uniría un tercer personaje para trasladar el foco baloncestístico heleno de Atenas a Salónica (la estatua de Alejandro el Grande que preside el puerto junto a la Torre Blanca se hartó de recibir trofeos) y situar a Hellas en el primer nivel de la canasta europea.

Ese tío de percha desgarbada, patas de alambre y brazos infinitos que atendía al nombre de Panayotis Fassoulas fue el soporte defensivo, reboteador e intimidatorio de su Paok y de la selección. Probó un año con la North Carolina State de Jim Valvano, al final del cual fue seleccionado por los Trail Blazers de Portland en el puesto 37 de la 2ª ronda del draft, pero no llegó a jugar con los profesionales USA. Donde realmente se asentó fue en el Paok de Salonica para rascar una Liga y dos Copas al imbatible Aris y ganar una Recopa y una Korac a nivel Europeo. Los blanquinegros con Ivkovic en el banquillo llegaron a gozar de enormes jugadores como Prelevic, Barlow o Walter Berry. Era la época en que el país nadaba en la abundancia, los clubs estaban en manos de armadores o constructores ¿les suena?, y se asistía a procesos de nacionalizaciones de jugadores masivos e indecentes con madres que declaraban que sus hijos venían de una relación extramatrimonial con un marinero griego que había atracado en el puerto de Tallin, por ejemplo, como en los casos de los letones Sokk y Kuusma. La estrella más elevada y menos luminosa del trío fue capital e imprescindible para los éxitos del combinado nacional.

La hazaña

Corría el año 1987 y el país heleno organizaba el Campeonato Europeo de baloncesto. Sus diez millones de habitantes aguardaban ilusionados el comienzo del evento. El entrenador Kostas Politis había armado un grupo serio y guerrero, donde además de los citados destacaba el alero Christodoulou, de gran mano y férrea defensa. En su grupo estaban todos los gallos, pues los anfitriones habían de enfrentarse a Yugoslavia, España, Rusia y Francia (sólo Italia iba por el otro lado del cuadro). A los balcánicos les ganaron en la segunda jornada en medio de la locura general con un Gallis sublime que se fue hasta los 44 puntos. España les puso freno la tarde siguiente en uno de los últimos grandes partidos de la era Díaz Miguel: Romay probablemente hizo el mejor partido (y campeonato de su vida) con 19 puntos, 21 rebotes y 4 tapones en los 40 minutos que disputó; Montero logró rebajar los porcentajes de Gallis, dirigir con criterio y anotar con precisión (15 puntos); Villacampa se hizo con Yannakis y también sumó (14 puntos); y Epi, que era largamente ovacionado en las presentaciones de los equipos, y Andrés Jiménez estuvieron sublimes con 27 y 22 puntos cada uno. En la cuarta jornada los helenos harían temblar a la poderosa URSS para terminar claudicando por 3 puntos y en la última de la primera fase se impondrían a los galos para cruzarse con Italia en cuartos. 

El choque contra los trasalpinos no era moco de pavo. La victoria suponía dos hitos: ganar por primera vez en competición oficial a sus vecinos mediterráneos y plantarse en semifinales. El triunfo fue hasta más cómodo de lo previsto con Gallis como martillo pilón (38 puntos) y Yannakis (22 puntos) y Kambouris (14 puntos) de escuderos de lujo.

Y llegó el primer reto inverosímil, la Yugoslavia de los Petrovic, Kukoc, Paspalj, Grbovic, Vrankovic, Divac o Cvjeticanin en semifinales. Los balcánicos eran todavía un grupo de talento excelso e incipiente, en el Cosic no consiguió amalgamar a sus estrellas ni mantener una línea consecuente con su segundo, el excéntrico Moka Slavnic. En el partido de la fase inicial habían saltado chispas y el público abroncaba los malos modos de los plavi, que encontraron sus demonios, los propios y los arbitrales con una actuación de lo más casera del colegiado francés Mainini. La defensa local diluyó el caudal anotador de los jóvenes genios y emergió la figura de un Christodoulou, que olvidó los problemas físicos que arrastraba en su rodilla desde el inicio del torneo, para clavar 3 triples capitales e irse a los 18 puntos que resultaron decisorios en la victoria local contra pronóstico por cuatro. Será recordada la jugada defensiva de Yannakis lanzándose en plancha para, tras resbalar varios metros tocar el balón, evitar que un jugador yugoslavo hiciera una canasta vital para el desenlace del partido.

14 de junio de 1987. El desafío final parecía imposible, la gran URSS que había llegado imbatida y que, a pesar de las ausencias de Sabonis, Belostenny y Kurtinaitis, partía como clara favorita con Volkov, Homicius, Valters, Tkanchenko, Marchulonis (que se presentó a lo grande en sociedad), Iovaisha o Pankraskin en sus filas. El Pabellón de la Paz y de la Amistad (pusieron el nombre antes de disputarse encuentro alguno allí) acogía a 17.000 enfervorecidos hinchas que ansiaban un milagro. Igualdad. 42-41 al descanso para los locales. Mediada las segunda parte estirón de los de Gomelski 63-71. En el minuto 37 más palos entre las ruedas locales: Yannakis y Fassoulas eliminados por faltas. Con 36 segundos por jugar Tkachenko comete su quinta personal y Andritsos convierte dos tiros libres para empatar. Los soviéticos yerran la siguiente posesión e Ioannou desperdicia un contraataque en lugar de pasársela a Gallis. Con el reloj al límite Iovaisha (que realizó un buen partido con cuatro triples) anota sobre la bocina, pero los colegiados (Sanchís y Steeves dieron un clinic de exquisito arbitraje) anulan la canasta por convertirla fuera de tiempo. Prórroga, con la ausencia añadida en los soviéticos de Marchulonis. Dos triples de Valters echan más leña al fuego y se llega con empate a 101 con 4 segundos por jugar. Ioannou desperdicia la segunda oportunidad de pasar a la historia como un héroe, pero el rebote lo atrapa Kambouris que recibe la falta de Goborov. El papel estelar le queda reservado a este modesto albañil que aterrizó en el mundo de la canasta a la tardía edad de 20 años para convertir los dos tiros libres de la victoria helena. 

El público estalla al son atronador de The Final Countdown de Europe y los 700 policías desplegados no pueden contener a la masa. Gallis refrenda su cetro de máximo anotador con 40 puntos ante los soviéticos y sólo deja de jugar durante 4 minutos el primer día ante Rumania. Yannakis concluye el torneo como mayor asistente y Fassoulas lo hace como máximo taponador y tercer mejor reboteador. La Ministra de Deportes, la desaparecida actriz Melina Mercouri, fuma como una carretera en la grada y enloquece entre gritos. La ciudad cuenta a partir de esa noche con 14 nuevas licencias de taxis: es la prima que reciben los 12 jugadores y 2 entrenadores protagonistas de la gesta. No se trata de ninguna bagatela, cada una estaba valorada en 5 millones de pesetas de las de entonces. La decadente Atenas no dormirá, las plazas de Sindagma y Omonia se llenarán de fastos, de petardos, bengalas y sirenas. 

Y luego…

Grecia no obtuvo plaza para los Juegos Olímpicos de Seúl 88 donde la URSS de un resucitado (en Portland) Sabonis se llevó el oro al merendarse en semifinales a la última selección universitaria estadounidense de David Robinson y deshacerse de la pujante Yugoslavia en la final.

En el 89 Zagreb acogió un nuevo Europeo. Rompiendo todas las previsiones, los helenos tumbaron en la semifinal a la Unión Soviética, que estuvo pesimamente dirigida por Garastas que había ocupado el puesto de Gomelski. La perestroika había abierto las puertas a la salida de jugadores y muchos de los soviéticos estaban más inmersos en sus nuevos contratos que en el juego. Algo ayudaron también los 43 puntos de Gallis.

La final, misión imposible. La antigua Yugoslavia fue un rodillo. Drazen Petrovic promedió ¡un 76% en tiros de dos y un 70% en lanzamientos triples! durante el torneo, siendo el segundo anotador (tras Gallis) y el mejor asistente, con 30 puntos y 6 asistencias por noche. Para el último partido aparcó 28 puntos y 12 pases a sus compañeros. Kukoc, Paspalj, Vrankovic, Divac, Zdovc o Radja harían el resto, desplegando uno de los baloncestos más bellos que se recuerdan. Ivkovic se permitió el lujo de dejar fuera de la lista por motivos disciplinarios al subidito Komazec. Si la primavera había traído dos trofeos continentales a sus clubs, Jugoplastica y Partizán, el inicio del estío representó el estallido y la consagración de una generación de jugadores plavi probablemente única. El orgullo griego les llevó hasta la plata, más era inalcanzable.

Con los años la crisis fue haciendo mella en el país heleno. Gallis pasó por momentos personales muy delicados (en el 88 falleció en accidente de tráfico Jenny, su mujer, de la que estaba en trámites de separación), pero logró recomponerse. Salónica perdería brillo y sus jugadores más importantes pondrían rumbo a la capital. Gallis primero y Yannakis después se vestirían de verde. Fassoulas engrosaría las filas de los vecinos de Olimpiakos. A Nicos le daba sarpullido el banquillo y un buen día en el descanso le dijo a Politis que ahí se quedaba y se marchó para su casa. Yannakis fue más paciente y se coronó campeón de la Copa de Europa con el Panatinaikos en la final del tapón ilegal de Vrankovic a Montero. Como entrenador hizo campeona de Europa y subcampeona mundial a su selección. Fassoulas fundó y presidió el sindicato de jugadores, para luego embarcarse en la política como diputado y posteriormente alcalde de El Pireo.

Hay hechos y personajes que marcan el devenir de la historia, de un país y de un deporte. Severiano Ballesteros “se inventó” el golf en España, Björn Borg descubrió el tenis a los suecos. En Grecia hay un antes y un después tras aquel junio del 87. Papaloukas, Diamantidis, Fotsis o Spanoulis, eran apenas unos críos con grandes referentes a los que imitar y emular. Un año después de la proeza, el baloncesto griego había multiplicado ¡por cuarenta! el número de sus licencias federativas. Ahí es nada. 

Tkachenko, Sabonis y la antigua CCCP

$
0
0

Año 1972. Plena Guerra Fría, la CIA y la KGB. Estados Unidos y la Unión Soviética se disputan el mundo. El deporte se sobredimensiona y no escapa al enfrentamiento entre las dos grandes potencias.

El 1 de septiembre, tras 34 años de reinado soviético, Bobby Fisher, probablemente el mayor genio que haya dado la historia del ajedrez, se imponía en Reikiavik a Boris Spassky y su tropel de 36 grandes maestros. En el ciclo de candidatos había dejado a cero, en un hecho sin precedentes, a los maestros Taimánov y Larsen. A la capital islandesa, después de varios desplantes, acudió sólo, tras una llamada de Henry Kissinger. Después de múltiples exigencias y arbitrariedades, no asistió a la presentación del torneo, llegó 6 minutos tarde a la primera partida que perdió y alegando que le molestaba el sonido de las cámaras se negó a jugar la segunda. Remontó ese 2-0 en contra y tras un mes y medio se hizo con el título. No volvió a jugar ningún torneo oficial. A pesar de los 5 millones de dólares que ponía como bolsa el dictador filipino Ferdinand Marcos, rehuyó defender el título en 1975 contra el nuevo genio ruso Anatoli Karpov. Paranoia, miedo a perder, quien sabe… 

En 1984 el joven Gari Kasparov disputó el Campeonato Mundial a Karpov en el inicio de una de las rivalidades más notables de la historia del ajedrez (sólo comparable a la vivida en la primera mitad de siglo por Capablanca y Alehkine) y del deporte. El novel acusó los nervios y perdió las cinco primeras partidas, pero reaccionó y se hizo con las tres siguientes. Tras 6 meses y un día se anunció la suspensión del campeonato, que volvió a celebrarse en septiembre en Moscú al mejor de 24 partidas. Kasparov se coronó con 22 años y estableció un nuevo orden. Era el símbolo de la Perestroika. Gari retuvo el trofeo en las ediciones del 86 y del 87. La celebrada en Sevilla tuvo una cobertura mediática sin parangón: la última partida retransmitida en directo por TVE por el gran Leontxo García alcanzó una audiencia de 13 millones de espectadores. En el 90 en Nueva York y sin banderas de por medio por exigencias de Kasparov a la gresca con el régimen, conservó el título. Cuando años después Gari, feroz opositor a Putin, fue encarcelado, Anatoli fue de los pocos que intentó visitarle y eso no lo ha olvidado el azerbayano por muy enemigos que fueran delante del tablero. 

Los Juegos Olímpicos de 1972 celebrados en Munich quedaron marcados por tres hechos: terroristas palestinos con el sobrenombre de Septiembre Negro entraron en la Villa y retuvieron y asesinaron a varios deportistas israelíes, el nadador Mark Spitz obtuvo 7 medallas de oro y la URSS ganó el título de baloncesto en la final más polémica del olimpismo.

Así es, el 9 de septiembre (8 días después de la pérdida del cetro ajedrecístico) los soviéticos, repararon la afrenta. Doug Collins había puesto por delante a los yankees a falta de 3 segundos con dos tiros libres. Kondrashkin, que en los días previos a los Juegos sustituyó a Gomelski ante el temor de que éste, según un soplo de la KGB, pidiera asilo a los israelitas, solicitó tiempo muerto que no le fue concedido. Transcurrieron dos segundos, sacaron de fondo y el balón tras tocar en un jugador ruso salió del campo. Los americanos se abrazaron celebrando la victoria, pero el secretario general de la FIBA, William Jones ordenó retrotraer el cronómetro a esos 3 segundos. Edeskho dió un pase de canasta a canasta, Forbes y Joyce se entorpecieron en el salto y Alexander Belov anotó bajo el aro. La URSS ganó 51-50. Durante el tumulto, el entrenador derrotado, Henry Iba, perdió la cartera. Esas medallas de plata están guardadas en un banco de Zurich. Los estadounidenses, que volvieron a la patria como los soldados de Vietnam, se negaron a recogerlas. 

Nuestros personajes de hoy nacieron en la antigua Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas y tienen en común su desmesurada altura y una carrera lastrada por las lesiones. El relato no podría titularse “Lucha de gigantes” como la maravillosa canción de Antonio Vega, pues aunque se enfrentaron con sus respectivos clubs, no rivalizaron como sus compatriotas ajedrecísticos. Compartieron selección y marcaron una época, pero su reinado podía haber sido más extenso y prolijo de haberles respetado la salud. Son dos grandes, dos gigantes: Vladimir Tkachenko y Arvydas Sabonis. 

Valodia

Si por la época la RAE (Real Academia Española de la Lengua) hubiera andado más viva, habría incluido como sinónimo de gigante el término Tkachenko, pues todo patio de colegio que se preciara tenía algún chico muy alto y desgarbado al que le apodaban de esa guisa. 

Vladimir nunca pasó desapercibido. Ruso de Sochi, en la parte oriental del Mar Negro, desde niño (que no pequeño) su largura llamó la atención: 1,90 metros a los 12 años, 2,12 a los 15, para pararse en 2,21 a los 19 y un 64 de pié. Curiosamente su primer torneo grande fue en Santiago de Compostela: obtuvo la plata del Europeo junior de 1976 y su primera nominación en un quinteto ideal junto a nuestro Juanma Iturriaga, en lo que serían el mostacho y la barba más reconocibles del basket europeo durante tres lustros. Ese mismo año acudió a los Juegos Olímpicos de Montreal donde los americanos de Dean Smith recuperaron el oro. Rusia cayó en semifinales (con dos puntos de Tkachenko) ante la gran Yugoslavia comandada por un imperial Kikanovic que anotó 27 puntos y se hizo con el bronce a costa de la débil Canadá (8 puntos del gigante). Hasta la irrupción de Ricky Rubio en Pekín, Tkachenko era el medallista olímpico más joven del deporte de la canasta con 19 años. 

En el Europeo del 77 de Ostende se convirtió en el principal quebradero de cabeza del maestro Nikolic, pero el buen trabajo de las torres balcánicas, Jerkov, Radovanovic y especialmente Cosic con 19 rebotes equilibraron el poderío interior ruso. Fue el mejor de su equipo (16 puntos y 18 rebotes en la final) y máximo reboteador del campeonato, pero no evitó que Yugoslavia ganara holgadamente (74-61) con Dalipagic como jugador más valorado de la cita.

Al año siguiente en el Mundial de Filipinas, se reprodujo el resultado, pero con un desenlace más emocionante. Sergei Belov había ajustado el marcador con tres canastas consecutivas y Myskhin forzó la prórroga, pero la quinta falta de Vladimir tras el salto inicial marcó el devenir del encuentro. Los yugoslavos se colgarían el oro tras el 82-81 y el ruso sería elegido otra vez en el quinteto ideal, tras ser la principal baza ofensiva soviética al promediar 14,6 puntos. 

El 79 sería su año de gloria en el Europeo de Turin. Pese al tropiezo inicial ante España, en el que la dupla Tkachenko (20 puntos) y Belostenny fue bien sujetada por los postes hispanos, Santillana (24 puntos) y De la Cruz (23), los soviéticos se rehicieron ante sus rivales más enconados. Los yugoslavos les habían derrotado desde 1973 las últimas once veces que habían jugado, pero los rusos les tenían muchas ganas. Su dominio reboteador (19 rechaces más que los eslavos) y la aparición de un joven Tarakanov fueron decisivos para su victoria. En el último partido de la fase inicial se impusieron a la escuadra local con 23 puntos de Tkachenko y otros tantos de Myshkin. Una serie de sorpresivos resultados arrojaron un finalista advenedizo en estas lides, la Israel del gran Miki Berkowitz, que nada pudo oponer ante el arsenal soviético. Tkachenko redondeaba su enorme campeonato con 29 puntos que le convertirían en el MVP. A final de año la revista la Gazzeta dello Sport le reconocería como Mejor Jugador Europeo del año con tan sólo 22 primaveras. 7
La Olimpiada de Moscú 80 traería el mayor fiasco del baloncesto soviético. En los meses previos a la disputa de los Juegos, Vladimir se hizo un corte muy feo en su mano derecha que le limitó durante los mismos. Italia les eliminaría en semifinales, la gran Yugoslavia subiría a lo más alto del cajón y la URSS se tendría que conformar con un bronce que traería represalias internas, por ejemplo para Belov que tras prender la antorcha olímpica en el Estadio Lenin, fue apartado de la selección, ignorado en el proceso sucesorio inmediato a Gomelski y suprimida su pensión como deportista emérito. Eran los tiempos duros de Breznev.

Praga volvió a ser testigo en el 81 de una nueva final entre la URSS y Yugoslavia. La primera generación de oro balcánica estaba dando sus últimas bocanadas. Los soviéticos se harían con su decimotercer título, segundo consecutivo, con desahogo y relativa sorpresa, pues la incorporación de Valters les había dotado de una velocidad hasta entonces desconocida al contragolpe. Valters, Kikanovic, Dalipagic, Myskhin y Tkachenko compondrían el quinteto del campeonato.

Gomelski, El Zorro Plateado, urdió un plan para atraer a las dos torres gemelas del Stroitel de Kiev, al TSKA, el equipo del ejército rojo: los llamó a filas. En verano el Mundial 82 de Colombia supuso su último gran cénit como jugador. Sus 12,6 puntos por partido resultaron vitales en la captura del oro tras el tiro final errado por Doc Rivers y la exhibición (31 puntos) del finísimo Myshkin. Un espigado príncipe lituano empezaba a despuntar y se vislumbraban serios achaques en Vladimir que ya nunca le abandonarían. Se perdió el Europeo de Nantes y el boicot impidió su presencia en Los Ángeles. En la cita europea de Stuttgart, Rusia fue un rodillo, pero sus limitaciones físicas y el empuje de los nuevos valores (Volkov, Tikhonenko) empezaban a relegar a Valodia. En España sólo actuó la mitad de los encuentros mundialistas y Atenas 87 representó su despedida de la selección, rindiendo a buen nivel, pero sin poder impedir que el Dios Gallis situara a Hellas en lo más cúspide. 

El corpachón de Tkachenko no tomó ningún tren moderno de vía estrecha. El aperturismo de Gorbachov le cogió mayor y mermado. El AVE de la NBA al que se subieron con éxito sus compañeros Sabonis y Marciulionis no pasó por su puerta: hasta Seúl los estadounidenses apenas se detenían en los escaparates del baloncesto europeo. Su salida al exterior en 1990 lo trajo a Guadalajara, entonces filial del Madrid. Wayne Brabender, entrenador blanco, dio el visto bueno a su contratación por 3 millones de pesetas oficiales (dicen que 10 reales), pensando en él como alternativa en un momento dado a Stanley Roberts. No se dio el caso. Realizó una notable temporada (15,7 puntos y 8 rebotes), llegando a liderar la 1ª B para terminar en cuarta posición. Sólo fue un año, pero dejó un gran poso entre los alcarreños. Su cuerpo dijo basta, la espalda le machacaba y las rodillas y los tobillos ya no le sostenían. El deporte de élite exprime los cuerpos, los lleva al límite y sin el descanso y los cuidados debidos, los esfuerzos pasan factura. En cierta ocasión el gigante, permaneció un buen rato inerte en la cancha sin poder levantarse; una hernia de hiato y otra de disco se lo impedían. 

Como verán por los datos de hemeroteca, Tkachenko fue un tío grande de este juego que marcó una época, aunque un tanto efímera. Ha sido injustamente relegado, no se le ha puesto en valor. No era un simple reclamo por su descomunal físico. La Rusia de esos años llegó a jugar para él y para sus terroríficos aleros que le circundaban. Si ganaba la posición dentro, aunque con un repertorio de movimientos limitado, era imparable. Taponaba y dominaba el rebote con claridad. Al final de sus días ganó mano y por la Alcarria hasta se atrevía a lanzar triples con cierta puntería. Hace poco se le vio vetusto y encorvado en un encuentro de los veteranos del CSKA y el Zalgiris que no pudo disputar.

Sobre él se cuentan mil anécdotas. Entraron a robar en su casa mientras dormía y los ruidos le despertaron; cuando se enfrentó a los cacos, éstos huyeron despavoridos de tal manera que uno llegó a saltar por la ventana (de un tercer piso) y se rompió unos cuantos huesos. Las autoridades del Telón de Acero le detuvieron por evasión de divisas (por la época era muy común entre los jugadores soviéticos cambiar pantalones vaqueros por caviar en sus viajes y venderlos a su llegada a la patria para sacar unos cuantos dólares de contrabando, pero al que le cogían…); así se tiró un par de años castigado sin salir de Rusia. Iturriaga relataba en sus memorias que la expedición madridista contempló sorprendida como Tkanchenko esperaba cola en la parada del autobús para volver a su casa a la salida de un partido que acababan de disputar. Juan De la Cruz contaba un día que era tan grande que en cierto lance notó que le oprimía a ambos lados de la cintura, pensando que le tenía agarrado con las dos manos; cuando se giró comprobó asombrado que una de ellas la tenía en alto y era la otra la que le atenazaba y abarcaba todo su talle. Chechu Biriukov alucinaba viéndole subido a un toro mecánico en la Sala Macumba de Madrid… 

En fin, un gigante inmerecidamente postergado, arrinconado en el desván de los vagos recuerdos.


Sabas

El amigo Sabonis me acompañó un montón de años al colegio. Sí, es verdad, mi carpeta iba forrada por la foto de Nuevo Basket en la que destrozaba el tablero del antiguo Pabellón de la Ciudad Deportiva del Madrid. Si mérito tuvo el chaval, más le doy a Del Corral por ponerse debajo (qué huevos tenías Alfonso).

Llamándose Arvydas Romas Sabonis podía pasar por un personaje de La Princesa Prometida. En su niñez parecía encaminar sus pasos hacia el mundo del ajedrez o la música hasta que se cruzó en su camino Juri Fiodorov y cambió el destino del cuento. Se trataba de un formador excepcional, un entrenador de baloncesto de método universal, que no etiquetaba a los chavales por su estatura, sino que intercambiaba sus posiciones en el campo y planteaba sus ejercicios de técnica individual para todos por igual. Le tuteló desde los 12 años. Otro, cuando el adolescente empezó a estirar exageradamente (medía 2 metros a los 13 años, 2,09 a los 15, hasta detenerse en 2,17 en su madurez), hubiera restringido su campo de acción a la pintura, pero Juri no. Sabas era delgado, coordinado, potente y listo. Leía el juego como un base, tenía la mano de un alero de la tierra y los pies de una bailarina del Bolshoi. Lituania, caldo de cultivo de innumerables escoltas de robustas piernas y fina puntería y aleros polivalentes, había descubierto a un pivot capaz de hacer cualquier cosa sobre una cancha. 

La XVI Spartakiada se celebraba en Vilnius y a ella acudían las selecciones de las diferentes repúblicas que pertenecían a la CCCP. La camada de chicos de 1963 y 1964 era excepcionalmente buena. Apunten algunos de los nombres que luego han sonado: Sabonis y Marciulionis acudían por Lituania, José Biriukov era la estrella y capitán de la favorita selección moscovita, Tikhonenko era la principal referencia de Kazajistan, Volkov de Ucrania y Miglenieks de Letonia. Contra pronóstico los locales se harían por un punto con el torneo y Sabonis fue elegido mejor jugador; Chechu Biriukov ocupó la segunda plaza y la derrota la recuerda como una de las más tristes de su vida. Esa generación se presentó en agosto del 81 en Grecia para arrasar en el Europeo Cadete. La Yugoslavia de Drazen Petrovic y la España dirigida por un atónito Miguel Nolis a la que Sabonis le cascó 39 puntos, serían dos de sus víctimas. 

En la temporada 81-82, con 17 años, Garastas lo pone a jugar en el Zalgiris, donde realiza una excepcional campaña, pero pierde la cabeza en el primer partido de play off ante el Dynamo de Moscú, agrede a Govalenko y es sancionado sin poder cumplir el resto de la eliminatoria, que caería del lado de los moscovitas. Gomelski ha detectado su potencial y se le lleva a la selección absoluta para disputar el Mundial de Cali. Toma contacto con el grupo, juega 5 de los 9 partidos con una media de 9,2 puntos, se pica en concursos de triples con el gran Miskhin, y se vuelve con el título. En junio sus compañeros de la junior se habían llevado por delante a Yugoslavia, 97-87 en la final del Europeo de Bulgaria, con Drazen Petrovic, 42 puntos en la final bien respondidos por los 36 de Biriukov, como MVP.

A iniciativa de Gomelski, la Federación Rusa decide realizar una gira por Estados Unidos en la que competirán contra 12 universidades en otros tantos partidos a lo largo de 3 semanas. El Zorro Plateado quiere foguear a los nuevos talentos e iniciar un proceso de renovación del equipo nacional. Sabonis impresiona al panorama baloncestístico americano. Promedia 18 puntos y 9 rebotes, supera (con 25 puntos, 9 rebotes y 3 tapones) al alemán Uwe Blab en su duelo contra la Indiana de Bobby Knight a la que derrota y pone sobre aviso para los próximos Juegos de Los Ángeles, y hace tablas en su enfrentamiento con el mejor jugador universitario del momento, Ralf Sampson. A los 13 puntos, 25 rebotes y 9 tapones del norteamericano, opone 21 puntos, 14 rebotes y 4 tapones. El viaje supone un gran éxito: sólo pierden 3 partidos, dos de ellos por un punto y el otro tras dos prórrogas y muy casera actuación arbitral en Virginia.

A pesar de sus 24 puntos, un tiro de Epi le deja fuera de la final del Europeo de Nantes donde se ha de conformar con el bronce. Durante el torneo ha destrozado dos tableros y ha entrado por derecho propio en el quinteto ideal del mismo junto a Corbalan, Gallis, Epi y Meneghin. Casi nada, cuando todavía no había cumplido los 18 años.

Pero los soviéticos no guardan medida, ignoran su descanso y le convocan para el Mundial Junior de Palma un mes después y así cierra el verano con otra plata de una quinta que por calidad debería haberlo ganado. Fue una muestra de lo que venía: Villacampa, Montero, Binelli, Pichi Campana, Schrempf, Marciulionis, Thikonenko, Volkov, Sokk, Andrew Gaze, Kenny Walker…

El boicot ordenado por Andropov nos dejó con las ganas de saber qué hubiera pasado en Los Ángeles, si el rodillo ruso (tras apalizar a todos sus rivales en el Preolímpico de París) hubiera podido con la selección universitaria de Michael Jordan y Pat Ewing, marcialmente dirigida por Bobby Knight.

La campaña 84-85 trajo varios regalos para Sabas. Su tío, carpintero de profesión le obsequió con una cama nueva de 2,30 metros tras ganar la Liga con el Zalgiris, después de transcurridos 51 años desde la última. En junio se corona como el Mejor Jugador del Campeonato Europeo de selecciones celebrado en Stuttgart: en semifinales le hace un roto de 33 puntos a Italia (al descanso llevaba 26) y no tiene piedad con Checoslovaquia en la final, a la que endosa 23 puntos. La URSS también triunfa en la Universiada de Tokio con canasta postrera de Chomicius. El único desengaño le vino en primavera, en Grenoble, donde el Barsa de Mike Davis, Otis Howard y Manolo Flores le arrebata la Recopa. 

La tristeza de la dura derrota frente a su odiada Cibona de Petrovic en mayo del 86 cuando se le cruzaron los cables y se autoexpulsó tras una agresión a Nakic, vendría parcialmente compensada dos meses más tarde en el Mundial de España. En semifinales, la URSS se enfrentaba a los plavi: tienen el partido perdido a falta de 49 segundos con 9 abajo; Sabonis anota un triple a tablero, Tikhonenko otro, Divac comete pasos y Valters sobre la bocina con otro lanzamiento de 3 puntos lleva el encuentro al tiempo extra. El Palacio de los Deportes de Madrid es una locura: ¡Rusia, Rusia! grita la enfervorizada hinchada (quién lo hubiera supuesto algo más de una década antes). Acceden a la final y caen frente a USA personalizada en el marine David Robinson y el diminuto Tyrone Bogues.

La cuerda se tensa hasta que… se rompe

Durante la preparación del Mundial había sentido molestias en su tobillo derecho. En Tenerife hace un parón en los entrenos y en San Sebastián le diagnostican una rotura fibrilar en el talón de Aquiles. Recae en el inicio de la campaña 86-87 y apenas juega con su equipo: su participación se limita a la Copa de Europa y a la final de liga ante el TSKA. A tres semanas del Europeo de Atenas, se rompe el talón del pié derecho en la concentración de Novogorsk. Le opera el Dr. Vestutis Vitkus que le cose minuciosamente el tendón roto con finísimos hilos sintéticos. Al poco de retirársele la escayola, se cae por las escaleras de su casa y se lo vuelve a destrozar, necesitando una segunda operación. En el lento proceso recuperador le ayuda Aleksandras Kousakas, antiguo preparador de atletas de campo a través, con el que combina la natación, waterpolo y el remo (Arvidas llegaba a tener un ritmo de paladas de 42 por minutos, superior al de algunos integrantes del equipo nacional). 

Gomelski se mueve entre bastidores y recaba la ayuda de los americanos. Ted Turner, propietario de los Atlanta Haws y de la CNN, media con los Blazers, que le habían escogido en el puesto 24 de la primera ronda del draft. Se desplaza hasta Portland, donde permanece tres meses y medio en la clínica del prestigioso Dr. Cook “le curé como hubiese curado a un vietcon”, declaraba. En Oregon ponen a su disposición un lujoso apartamento y disfruta de su pasatiempo preferido, la pesca, en el río Clackamas, y practica el remo en el lago Oswego. Lo del idioma es otro cantar “o el aprende inglés o nosotros lituano”, llegan a afirmar desde el club. John Thompson, el entrenador de la universidad de Georgetown que dirigirá el combinado olímpico estadounidense hace suyas las palabras de Lenin “los capitalistas nos venderán la cuerda con que les ahorcaremos”.

Regresa a la Unión Soviética. El juego interior ruso está seriamente tocado: una hernia discal ha dejado fuera de combate a Tkachenko y Belosteny se acaba de recuperar de una lesión de rodilla en un accidente automovilístico. Sólo Goborov y el tierno Pankrasnkin están sanos. Su inclusión en el equipo genera un debate nacional: “si fuera mi hijo no jugaba en dos años”, asevera el Dr. Cook; “no debe jugar, es un riesgo gravísimo”, implora el Dr. Vitkus. Se prueba en un 3 x 3 y entrena con muchísima cautela sin poder apoyar del todo el pié (todavía le restan unos grados para su flexión completa). En contra de la opinión médica lituana, el consejo facultativo del Sports Comité da el visto bueno. Gomeslki deja en su tejado la última palabra: “Es mi pie, pero también mi cabeza. Cuenta conmigo”, responde Sabas dos días antes del viaje a Corea.

El oro (milagro) de Seúl

Se movía como dentro de una pompa de jabón. “No sé como estoy en realidad. No me atrevo a encestar hacia abajo. No juego desde hace dos años”. Bill Wall el “insigne” jefe de la ABA-USA profetiza “tendrá suerte si supera vivo la primera mitad del partido ante Yugoslavia”.

Probablemente Gomelski no haya sido el entrenador más revolucionario de la historia del baloncesto (sus arcaicas trenzas, ochos y tijeras daban ya sarpullidos en la época), pero sí uno de los más listos y el más adecuado para aunar los distintos caracteres y sentimientos de rusos, lituanos, letones, estonios, ucranianos o kazajos. Se ganó el respeto de sus jugadores. A un grupo lleno de talento le convenció de la importancia de Sabas, que marcaría de manera determinante el ritmo a jugar durante el torneo. A una batería de letales tiradores (Kurtinaitis, Chomicius y Tarakanov) se le unía la fortaleza y el poder de penetración de Marciulionis y la versatilidad de Tikhonenko y Volkov. A la derrota inicial ante Yugoslavia no le dieron excesivo crédito. Lo vital era ir cogiendo tono y que Sabas fuera creciendo. La victoria contra Brasil les dio alas para el enfrentamiento en semifinales ante Estados Unidos. La defensa yankee había resultado asfixiante para sus rivales, pero no contaban con tiradores de solvencia. Sabonis y Volkov se convirtieron en el arma secreta para ayudar a Sokk y Miglienieks (que habían tomado el relevo del indisciplinado Valters, al que Gomelski no había llevado a los Juegos) en la salida de la presión. La URSS con un sólido Sabonis (13 puntos y 13 rebotes) derrotaba a la advenediza USA en un día aciago para David Robinson y Danny Manning (0 puntos). Su entrenador John Thompson echaba balones fuera y señalaba con el dedo acusador a los Blazers que habían recuperado al gigante lituano, y a los Haws, Bucks y distintos equipos universitarios que se habían enfrentado a los rusos a lo largo de los últimos años. 

En la final si se vio algún asiento vacío era porque los estadounidenses habían comprado catorce mil de las veinte mil localidades del aforo. A la misma llegaron los soviéticos con el convencimiento único de la victoria. Tras el inicio fulgurante de los yugoslavos (12-24), Sabonis echó el candado a la zona para completar una actuación descomunal (20 puntos, 15 rebotes y 3 tapones en 37 minutos) y Marciulionis hizo mella desde el perímetro (21 puntos). La URSS se hacía con un nuevo entorchado olímpico apoyada en un gigante que meses antes estaba postrado en una silla de ruedas. Probablemente la larga convalecencia le hizo entender a Sabas, al que se le había acusado antaño de cierta dejadez, displicencia o apatía, de la importancia de lo que significaba el baloncesto y volvió mentalmente mucho más fuerte. Incluso en la sala de espera del control antidoping, con unas cervezas de por medio, restañó viejas heridas con Drazen Petrovic, que esta vez se portó como un señor “para que alguien juegue como Sabonis, en las condiciones que ha tenido que reaparecer, se necesita ser un superjugador” , declaraba el genio de Sibenik.

La Perestroika

La reconstrucción iniciada en 1985 por Mijail Gorbachov trae consigo la glasnost (la apertura) hacia el exterior del régimen comunista soviético, la independencia de sus principales repúblicas y la salida de sus mejores deportistas. Si bien las condiciones iniciales son un tanto leoninas para sus protagonistas. En el caso de Sabonis lo que pagó el Forum por él y por Chomicius (casi un millón de $) a través de una firma de colonias, Victor di Milano, se dividió en tres partes: una para Moscú, otra para Lituania y el Zalgiris, y un 20% (lo normal era solamente el 10) para los jugadores. 

De esta manera el presidente del Valladolid, Gonzalo Gonzalo, lo trajo a España en una operación maquiavélica en el verano del 89, recordado además por la incorporación al equipo de Miguel Juane a través del Decreto 1006 por primera vez en el deporte español. Los desvelos diarios del fisioterapeuta Miguel Ángel Salcedo y el doctor Javier Alonso le rehabilitaron definitivamente. Éste ha labrado una estrecha amistad con Sabas. Cuenta que para su tratamiento diario era conveniente no haber desayunado, pues había que tener mucho estómago para ver el tobillo amoratado y ensangrentado cada mañana. El gigante le invitó a su boda en Kaunas y según relata en una entrevista en Gigantes se tiró 15 días borracho; le era imposible encontrar otra bebida que no fuera coñac, champán o fundamentalmente vodka. Una mañana en Pucela, el médico tuvo la ocurrencia de montar en el ascensor con la madre del artista (la buena señora pesaba 150 kilos), el aparato no aguantó la carga, cedió, se descolgó, y no se mataron de milagro. 

Fueron 3 años a orillas del Pisuerga llevando a los pucelanos a los play offs por el título y otro trienio en la Casa Blanca. Los madridistas recuperaron la hegemonía perdida: hicieron doblete el primer año (llevaban 6 temporadas sin catar la Liga), se llevaron el título liguero el segundo y conquistaron la añorada Copa de Europa en el tercero. Algunos directivos merengues objetaban continuamente que el lituano ganaba mucho (cierto, cobraba mucho más que Radja en Roma o Danilovic en Bolonia), pero la sección no ha vuelto a pasar por un periodo tan florido desde entonces. Probablemente ha sido el mejor jugador que ha pasado por la ACB: sus números así lo demuestran: 20,3 puntos, 12,4 rebotes y ¡28 de valoración! así lo demuestran.

A principios de los 90 se reunió con Juan Antonio Samaranch y logró acelerar el proceso para que su Lituania compitiera en los Juegos de Barcelona 92 donde alcanzaron la medalla de bronce frente al Equipo Unificado de la desmembrada Unión Soviética. Sabas se salió con 27 puntos y 16 rebotes para preservar el orgullo patrio. 

En el 95 se quedó con las ganas de conseguir el Campeonato Europeo de selecciones celebrado en Atenas, con su recién creado estado. Yugoslavia volvía a las competiciones internacionales tras las sanciones de la ONU. La final es recordada como uno de los mejores partidos de baloncesto del Viejo Continente. Divac, Danilovic, Djordjevic y Bodiroga desafiaban a Sabonis, Marciulionis, Karnisovas y Kurtinaitis, entre otros. Fue el encuentro de los 41 puntos con 9 de 12 en triples de Sasha Djordjevic, de los 32 puntos y 6 asistencias de Marciulionis, de los 26 puntos y 17 rebotes de Sabonis, y de los 23 puntos de Danilovic. Fue el partido del lamentable arbitraje del norteamericano Toliver, que irritó de tal manera a los bálticos que a falta de dos minutos y medio se negaban a continuar jugando tras la discutible falta de Strombergas sobre Savic y la posterior técnica al banquillo lituano. La conversación entre Djordjevic y Marciulionis recondujo la situación y terminó el choque con la victoria balcánica por 96-90.

La NBA

Cruzó el charco tras haberlo ganado todo en Europa a la “temprana” edad de 30 años e impactó en la Liga desde el primer momento. “Tiene un sentido único del juego. Puede hacer lo que ningún grande: anotar desde fuera, desde dentro y pasar… pero no el pase fácil, el que todos hacen”, habla Magic Johnson. “Sin lesiones hubiera sido mejor que David Robinson, hubiera sido 10 años All Star”, turno de Radja. “Era un Larry Bird de 2,20”, cierro con Bill Walton. 

En su año de debut quedó en segunda posición en las votaciones por los galardones de Rookie del año y Mejor Sexto Hombre, tras Damon Stoudamire y Toni Kukoc, respectivamente, y lideró diez categorías estadísticas entre los novatos.

Su estado físico limitaba sus minutos en cancha, pero siempre estaba en juego cuando se cocían y decidían los partidos. Lo más lejos que llegó con los controvertidos Blazers (en plantillas llenas de excepcionales y polémicos jugadores) fue la final de la Conferencia Oeste de la temporada Oeste ante Lakers. En el Forum, con 3-3, desperdiciaron una diferencia de +15 y un cuarto por jugarse. Mike Dunleavy se durmió ante la reacción angelina y su equipo encajó un parcial de 13-31 para palmar por 8.

Después de 6 temporadas en Oregon abandona el baloncesto y se instala en Torremolinos donde se toma un año sabático, teniendo la extraña sensación de “levantarse por las mañanas y que no le doliera nada”. Los Blazers, que le adoran, le tientan nuevamente y juega un año más para ellos a razón de 10 millones de $, con la clausula contractual de no actuar más de 20 minutos por noche.


Despedida y susto

Rozando los cuarenta, quiere jugar un último año (2003-2004) para su Zalgiris, al que regresa tras 14 años para hacerle Campeón de Liga. Es designado Mejor Jugador de las dos primeras fases de Euroliga. Son eliminados en cuartos por el Maccabi tras dejarse levantar un partido imposible en Tel Aviv: a falta de 2 segundos ganaban 91-94 y Giedius Gustas dispone de 2 tiros libres que falla; los israelitas sacan de fondo, pues Tanoka Beard había invadido la zona, y un triple de Derrick Sharp conduce a la prórroga en el último segundo. Los macabeos ganaron el partido y la Euroliga. Increíble, como las estadísticas de Sabas en su último partido en competición europea: 29 puntos, 9 rebotes, 3 asistencias, 4 triples y 39 de valoración. Brutal.

Ese año recogió parabienes y admiración de todas las canchas donde jugó. En Atenas, un hombre se le acercó y le entregó un ramo de flores: “Esto es de parte de la afición griega”. 

En 2011 nos dio el susto padre. Tras jugar una pachanga se encontró mal. Le dio un infarto y le salvaron la vida de milagro. Fue nombrado por unanimidad Presidente de la Federación de Baloncesto de Lituania, donde le idolatran. No me extraña, cuentan que al poco de independizarse prestó 10 millones de $ a su recobrada nación para construir hospitales, colegios, etc.

Algunas veces comenta que no puede ver videos de cuando tenía 17 años porque se echa a llorar, pero cuando echa la vista atrás está contento “nadie que tuvo dos roturas en el talón de Aquiles estuvo jugando a ese nivel tanto tiempo”.

Nunca nadie en Europa jugó tan bien desde tan alto. Nunca nadie en el mundo tuvo semejante lectura del juego desde tamaña atalaya. Nunca. Never, never, never.

La casa de los Martínez (Arroyo, claro)

$
0
0

Para el ciudadano medio español ya madurito, el título inicial del artículo le traerá a la memoria la magnífica serie (luego llevada al cine) que a finales de los sesenta tenía postrados ante el televisor a millones de personas que seguían las peripecias de la singular familia. Para el avezado en el deporte, el común apellido no necesitaría de la aclaración entre paréntesis, pues sabría que alude a una de las más grandes dinastías que ha dado el mundo de la canasta. El patronímico va asociado al Estudiantes desde su creación y ha perdurado seis décadas después. La saga (como otras tantas en el club: los Bermúdez, Codina, Ramos, Sagi-Vela, Martín, Reyes, etc) merecía un relato, que centraré en su representante más reconocido, Juan Antonio, y sus dos hijos varones, Pablo y Gonzalo.

 
En el principio de los tiempos, que diría Manolito Gafotas, en la postguerra, un grupo de chavales comenzaron a practicar en su instituto un deporte hasta entonces minoritario, el baloncesto. Cautivaron al profesor de latín y jefe de estudios, Don Antonio Magariños, y con su apoyo formaron un equipo y comenzaron a competir a nivel regional bajo el nombre del instituto Ramiro de Maeztu. Problemas logísticos les hizo trasladar durante un año su cancha de juego fuera del centro educativo hacia el cercano barrio de Prosperidad y cambiaron la denominación del equipo, para el que los chicos no se rompieron la cabeza cuando idearon el nombre: Estudiantes, pues todos tenían esa condición. Corría el año 47 y Luis Martínez Arroyo fue miembro cofundador de esa primitiva plantilla, cuyo tesorero y también jugador era José Luis Cela, el hermano del insigne Premio Nobel de Literatura. A Luis se le unió su hermano Manolo en el primer equipo para quedar campeones de la 1ª B . Manolo inauguró una singular tradición: fue el primer “traidor” de la historia del club al fichar por el Real Madrid. Luis jugó nueve campañas para los colegiales y desde la 53-54 ya formaba parte de la junta directiva. La temporada precedente a la de la creación de la Liga Nacional supuso su último año en activo. Su vida seguiría ligada al club como directivo, entrenador del equipo filial u organizador de los campeonatos internos del Ramiro.

En el mismo año, 1944, que Luis había llegado al instituto para iniciar su bachillerato, vinieron al mundo los gemelos de la familia, a los que pronto les entró el gusanillo del baloncesto. Fernando jugó durante 8 temporadas en Estudiantes y luego desarrolló durante años una ingente labor como gerente. Juan Antonio inscribió su primera licencia a los 12 años y es el jugador estudiantil que durante más campañas ininterrumpidas ha jugado en su primer equipo. 

Juan

El chico apuntaba cualidades desde muy joven. Su equipo, dirigido por Roberto Bermúdez, cayó en la final del Campeonato de España de la categoría ante el Madrid entrenado por Ferrándiz (con el que el destino le llevaría a cruzarse en múltiples ocasiones) y que tenía en Pepe Laso y Sevillano a sus mejores jugadores. Con 17 años Jaime Bolea ascendía al senior al pujante escolta, en lo que se presumía una campaña, la 61-62, complicada, tras la salida de Abreu, Podi Codina y Salaberría. Pero Juan se hizo con el puesto de titular, que nunca abandonaría en su carrera, y terminó como octavo máximo anotador del campeonato, lo que unido a la gran temporada de José Ramón Ramos (tercero en la tabla de encestadores) les haría quedar terceros en Liga y llegar a la final de Copa ante el Madrid. El año además pasaría a la historia por la célebre autocanasta de Alocén ordenada por el genial Ferrándiz, que obligaría a la FIBA a cambiar el reglamento. La guinda la puso la convocatoria a la selección junior de Antonio Díaz Miguel para el Europeo de Bolonia, donde el dúo estudiantil tendría una actuación muy destacada para traerse la medalla de bronce, tanto que José Ramón fue el máximo anotador del torneo. Lástima que a mediados de noviembre declinaran la invitación para acudir con la selección absoluta en la exótica gira por Taiwán y Filipinas, pero el viaje les ocasionaba un serio contratiempo en sus estudios. 

El curso 62-63 sería histórico para Estudiantes por el subcampeonato de Liga, las tres victorias sobre sus eternos rivales (que llevaban dos años sin perder) y el título de Copa en San Sebastián. El escenario, el Frontón Urumea, con una parte de su superficie de parquet y la otra de cemento. Para los encuentros ligueros el inteligentísimo Bolea había desplegado una táctica tan simple como eficaz: colocar a sus pivots en las esquinas para alejar de la zona a los pivots blancos, Luyk y Burgess, y que sus talentosos exteriores (Martínez Arroyo, JR Ramos y Chus Codina) pudieran jugar libremente un tres para tres frente a sus equivalentes en el Madrid (Sevillano, Sainz y Emiliano). En la Copa no podían inscribirse extranjeros, por lo que el juego era mucho más abierto e igualado. En la segunda parte, la cuarta falta de José Ramón Ramos (26 puntos) y el tirón en el cuádriceps de Emiliano condicionaron el choque. Juan cogió el testigo anotador (25 puntos), bien apoyado por Codina (18 puntos) para cerrar la victoria (94- 90). Las 15 horas de vuelta en una tartana de gasóleo merecieron la pena. Les esperaba una cena ofrecida por el club ¡con langosta! que algunos cataron por primera vez y el jamón que compró el patriarca de los Ramos, que degustaron todos con voracidad salvo el musulmán “Baby” Mimoun. 

En mayo el trío fue llamado por Joaquín Hernández, a la sazón entrenador entonces de la Selección Española y del Real Madrid, para disputar el Pre-Europeo ante las débiles Libia y Portugal, en lo que constituyó la primera de las 70 internacionalidades de Juan, con 8 puntos en su debut. Ese otoño del 63 resultó de lo más convulso. Hernández los citó nuevamente para los Juegos del Mediterráneo de Nápoles que servirían de preparación al Europeo de Wroclaw posterior, pero Ramos y Martínez se autoexcluyeron para acudir a sus exámenes de septiembre. Anselmo López intercedió en su favor y pudieron incorporarse al grupo en semifinales. El torneo concluyó con una exitosa plata que suponía 6.000 pesetas para cada jugador. Pero la bula obtenida no fue del agrado del entrenador que sometió al voto de los jugadores el reparto de la parte de la prima proporcional de los dos jugadores ausentes en esos tres primeros partidos: el plebiscito sólo recogió el voto en contra de Chus Codina. El ambiente se enrareció, haciéndose palpable el antagonismo Estudiantes-Madrid, Anselmo López-Raimundo Saporta. En Polonia tras un aterrizaje milagroso del Dakota, al que Alfonso Martínez se negó a volver a subir, afloraron las desavenencias: los jugadores y técnicos rechazaron el lúgubre hotel escogido y se marcharon al de los directivos; el terceto estudiantil compartía habitación triple y almorzaba en una mesa separada del resto; Codina tras el partido contra los rusos le cantó las cuarenta a Hernández en el vestuario y fue apartado del grupo. A todo esto se añadirían más contratiempos a lo largo del campeonato: Juan Martínez Arroyo pilló una gripe que le tuvo postrado en cama y sólo pudo comparecer el último día ante Bélgica, Buscató también cogería un buen resfriado, Lluis se rompería el tobillo izquierdo, Monsalve se dañaría una cornea y Sevillano se lastimaría un tobillo. El séptimo puesto final (con Emiliano designado como mejor jugador) suponía el liderato de la Europa Occidental, pero quedó la incógnita de saber a dónde se hubiera llegado de mediar una mejor convivencia y no establecerse un hospital de campaña en mitad de la competición.

En una decisión sin precedentes y del todo errónea e injusta, la directiva colegial enseñó la puerta de salida a Jaime Bolea para ofrecer el cargo de entrenador-jugador a Chus Codina y así evitar que el base aceptara una suculenta oferta del Reus. Como en la época los jugadores del Ramiro no cobraban, los dirigentes disfrazaron la propuesta bajo esa nueva fórmula. Para dar la razón al Madrid, que había pretendido ficharle ese verano, Juan se estrenó en la siguiente Liga con victoria ante los blancos. En la vuelta se marcó un partidazo, aun con derrota, haciendo 28 puntos en el Frontón Fiesta Alegre en el primer encuentro televisado en la historia del Estu. 

El experimento duró un año. Se marchó Codina y la junta directiva, contraria a la idea del patrocinio y el profesionalismo, dimitió en pleno. Anselmo López presidió una junta gestora y evitó la desaparición del club, a la vez que tuvo el buen ojo de ofrecer a Juan Martínez Arroyo trabajo en una de sus empresas, Transfesa. Se puso en manos del preparador físico, Francisco Hernández, la dirección del equipo; no llegó a estar cómodo con las cuestiones técnicas y a mitad de año presentó su dimisión, pero los jugadores le obligaron a reconsiderar su postura. Los chicos estaban como toros y se terminó en una muy meritoria cuarta plaza. Juan Martínez Arroyo y José Ramón Ramos fueron convocados por Ferrándiz para disputar con la selección el Europeo de Tiblisi y Moscú, donde el alicantino cosechó uno de los pocos y sonados fracasos de su vida deportiva.

En la temporada siguiente, 65-66, José Hermida accedió a la presidencia colegial y fichó a un mago, a Ignacio Pinedo, posiblemente el mejor entrenador de la historia del club. Así lo asegura Juan en el artículo titulado El irreductible que le dedicó J. Dioni López en ACB.com “Es el entrenador de más calidad que he tenido. Tenía las ideas muy claras para adaptarse a las altas y bajas y todos los años confiábamos en que a él se le ocurriera algo”. El excepcional e imprescindible trabajo “Club Estudiantes, 60 años de baloncesto” lo ratifica: “Pinedo no era amigo de tácticas”. Decía: “Como esos dibujitos que hacen en la pizarra hago yo cien en media hora…” “Hay que elegir a los once mejores posibles y a uno que toque muy bien la guitarra”. Y encontró un músico excepcional en Juan Antonio Martínez Arroyo, al que hizo capitán y trasladó del puesto de escolta al de base, convirtiéndose en el más inteligente director de orquesta de la época. De su batuta saldría el baloncesto inteligente que el aire tranquilo del donostiarra preconizaba, con una fuerte defensa, un ritmo endiablado, un ataque sencillo aprovechando las cualidades de los suyos y un factor motivacional imprescindible para que el jugador se creyera el mejor. Listo como pocos, cuentan que cuando iba a salir a entrenar se escondía primero, echaba una miradita para saber si estaban todos y si faltaba alguna de las figuras esperaba un rato hasta que llegaban, haciendo ver que el que se había retrasado era él. Pinedo cada año se reinventaba y encontraba felices soluciones a las bajas que el dinero ajeno ocasionaba, vía fichajes, en su plantilla. Así en la campaña 67-68, con “La Nevera” ya cubierta se alcanzó el tercer puesto y en un partido histórico le destrozó la Liga al Madrid con dos canastas épicas de Emilio Segura, que tres minutos antes había salido por nuestro protagonista, eliminado por faltas. Ese año tres talentos estudiantiles terminarían entre los diez primeros anotadores del Campeonato: Martínez Arroyo (3º), José Luis Sagi-Vela (6º) y Vicente Ramos (9º). Al final de esa temporada se organizó en Barcelona un curioso campeonato mundial para jugadores bajitos (inferiores a los 180 centímetros); al conjunto español de jugones lo dirigía, quién si no, Ignacio Pinedo, con Juan como uno de sus principales componentes. Se alzaron con la plata por detrás de Estados Unidos. 

Las lesiones le diezmaron en la siguiente campaña, excelente para el equipo que ocupó la segunda plaza a una victoria de los merengues: la ausencia de Juan resultó determinante en la derrota en casa por dos puntos. Al final de la misma, Díaz Miguel, a pesar de su maltrecha salud, le convocó para los Juegos Olímpicos de Méjico. Los problemas musculares que arrastraba no le permitieron disputar los encuentros preliminares, pero sí conocería a los míticos Oscar Robertson y Jerry Lucas que formaban parte de un combinado que en Cincinatti se enfrentó a España. Ya en la villa, se puso en manos de José Luis Torrado, entonces masajista de la selección de atletismo y las hierbas y masajes de éste sanaron el isqueotibial de Juan y el bíceps clural del saltador italiano Gentile que obtuvo medalla olímpica. Cuenta la leyenda que a lo largo de los años los emplastes de “El Brujo” casi le cuestan un disgusto, pues en cierta ocasión, enterada la comitiva rusa de las bondades del fisioterapeuta recurrieron al gallego para tratar a uno de sus pivots; la temperatura del ungüento era tan alta que el gigante aulló de dolor, con lo que en segundos entraron dos miembros del KGB provistos de metralletas. A Torrado no se le ocurrió otra cosa para demostrar que las quejas del ruso no eran para tanto que meterse el invento en los testículos… cuando llegó a su habitación le ardía todo. Bueno, el caso es que tras perderse los dos primeros partidos de competición olímpica ante Estados Unidos y Filipinas, que acabó como el rosario de la aurora con paliza a José Luis Sagi-Vela incluida, Juan debutó ante Méjico y jugó otros cinco partidos, siendo clave en la victoria ante Italia en la disputa por el séptimo lugar, realizando probablemente su mejor partido con la selección, de la que se retiraría (junto a Emiliano) tras el triste Europeo de Essen. 

En aquellos años Juan vivió la diáspora de sus más talentosos compañeros: José Ramón Ramos al Picadero, Aito al Barsa, Vicente Ramos al Madrid o su entrañable José Luis Sagi-Vela al Kas bilbaíno, que pagó un millón de pesetas de las de entonces que sirvieron para colocar parquet en La Nevera. En realidad, Lester Leane venía a por la parejita, pero Juan además de ingeniero industrial no tenía un pelo de tonto y le dijo en cheli al americano que nones cuando le ofreció la mitad del salario que a su compañero. Se conoce que los centímetros valían más perras. Fue testigo directo y actor principal en la inauguración del nuevo Polideportivo en 1970. Si en los albores del nuevo milenio Juan Carlos Navarro patentó su “bomba”, tres décadas antes otro Juan registró su célebre “chiribito”: tomaba el balón en el centro de la bombilla, fijaba a su oponente, le engañaba con una finta que hacía caer para atrás al defensor, lo que aprovechaba el base para levantarse en el aire y lanzar al centro del tablero. Eran dos, seguro. Esa fue la primera canasta oficial que vio el Magariños. Estrenó la camiseta con publicidad del llamado Estudiantes Monteverde. Abrió competición europea con el Estu, la Recopa, donde en semifinales fueron eliminados por el Estrella Roja de Asa Nikolic y Moka Slavnic. Colgó las botas y tras 18 temporadas en el club (13 en su equipo senior) recibió un homenaje en octubre del 74, pero esa temporada Estudiantes caminaba por tierras movedizas y la sombra del descenso se hacía más alargada. Se lesionaron los dos bases, Nacho Pinedo y Quintero, y Fernando Bermúdez que había sustituido a Codina pensó en Juan que llevaba 9 meses inactivo. Se reunió con los hermanos Bufalá y entre los tres le convencieron para que regresara. Quedaban siete partidos y había que ganar un mínimo de cuatro (que fue lo que se hizo) para salvar la categoría: la historia siempre traerá la victoria épica en el Palau con 10 puntos y la dirección magistral de Martínez Arroyo. No contento con eso, metió al equipo en la final de la Copa ante el Madrid, en lo que supuso su retirada definitiva… y la de Ferrándiz (tras su décimo primer doblete). Los viejos aficionados estudiantiles tienen en Juan a su Cid particular. 

Juan Antonio Martínez Arroyo encarna la fidelidad a unos colores (Ferrándiz reconoce que fue el único jugador al que no pudo fichar y, como San Pedro, Juan le negó no una sino tres veces). Ejemplifica el baloncesto amateur, pues antepuso sus estudios de Ingeniería Industrial a los cantos de sirena del vil metal e incluso a las convocatorias de la Selección Nacional. Los que tuvieron el gusto de verlo jugar le consideran el base más inteligente de su tiempo y el mejor arquero conocido en la calle Serrano… de su cuerda salían al contraataque las más veloces y certeras flechas en forma de aleros (los Ramos, Aíto, los Sagi-Vela, Victor Escorial…) que se recuerdan por aquellos lares. 


Pablo

Ser los hijos de un mito no ha de resultar sencillo, más si cabe cuando practicas la misma disciplina deportiva que tu progenitor. Ya podían meter 30 puntos y dar 10 asistencias que siempre encontraban la réplica en la grada de algún veterano seguidor que apostillaba “el bueno de verdad era el padre”, pero Pablo y Gonzalo decidieron no entrar en comparaciones y asumirlo con cierta naturalidad. 

Pablo tenía (tiene) especial facilidad para los deportes de pelota (es un excelso jugador de tenis y de golf) con la particularidad de que es diestro para todos ellos, excepto para el baloncesto. Como alumno del Ramiro desde siempre tuvo una pelota naranja entre las manos. Aún conserva nítido el recuerdo de su primera camiseta blanca ¡sí, blanca! con sus letras en rojo y su número 4 en el premini de Estudiantes. Estaba en cuarto de EGB y desde entonces (salvo el año que estuvo en un high school en Miami) fue escalando por todas las categorías inferiores del club. Crecía idolatrando al genial Isiah Thomas, del que tenía un poster en su habitación. En abril del 87 Miguel Ángel Martín le convoca para la selección nacional cadete, pero en verano se suspende el Europeo que había de celebrarse en Grecia. En juveniles coincide con una generación colegial sobresaliente: en enero del 89 ganan la final del prestigioso torneo de Hospitalet al Grupo IFA con un triple en el último segundo de Joe Alonso (una enciclopedia de fundamentos dentro de un cuerpo no demasiado esculpido para el basket que paseó su talentazo durante años en la LEB); Pablo haría 11 puntos y su amigo Alfonso Reyes, nominado mejor jugador, 28. En la primavera, en San Javier, se llevan de calle el Campeonato de España ante el mismo oponente en la final (93-78) con 25 puntos de Pablo, 19 del gran Ángel Castilblanque (qué pena lo de su dolencia cardiaca), 26 de Alfonso Reyes y 12 de Joe Alonso. Todavía le emocionan las palabras de su entrenador, Pepu Hernández, dos horas después: “Pablo, gracias por esto”. Su talentoso y atrevido juego no pasa desapercibido para Wayne Brabender, que le reclama para disputar con la selección junior la Copa Mediterráneo en Venecia (hace un total de 46 puntos y ganan el torneo). Como si se tratara de una premonición, debuta con el primer equipo ese 24 de mayo en el Día del Minibasket en el Magariños ante la Universidad de Arizona del célebre Lute Olson y asiste a la exhibición anotadora de su idolatrado compañero Ricky Winslow que convierte 49 puntos. 

En septiembre se asoma al Torneo de la Comunidad de Madrid y disputa una eliminatoria de Copa ante el Cajacanarias. Para las navidades tras cubrir con el combinado nacional los torneos de El Corte Inglés y el Seis Naciones, es llamado con urgencia por Miguel Ángel Martin para cubrir la baja del lesionado Azofra. Abandona la concentración de Pepinster, se estrena con 2 minutos ante el Grupo IFA y sale tan airoso en los 10 minutos que juega en la victoria en Girona ante el Valvi (72-75) que Miguel Ángel Martín pide un aplauso para él en el hotel y participa en otros dos encuentros ante Villalba y Joventut. Luego de participar en el primer partido de play off en el Palau, una lesión en verano le incapacita para el Europeo Junior de Holanda, del que su amigo Alfonso Reyes regresa como Mejor Jugador. En el estío una cruel enfermedad se lleva a los 46 años al entrañable José Luis Sagi-Vela, compañero durante cuántas tardes de parquet y charla de Juan Antonio.

En la temporada 90-91 ya se fraguaba un gran Estudiantes con el Barsa como verdugo en la final de Copa y las semifinales ligueras, pero fue en el curso siguiente, 91-92, cuando el grupo se doctora. Pablo ocupa el sitio de Antúnez que había emigrado al Madrid, Alfonso Reyes se gana un sitio y Aísa buscaba una oportunidad. Con la media de edad más baja de toda la ACB, jugaban de memoria. 13 victorias seguidas de salida. En la previa de la Copa de Europa Pablo se fractura el tobillo derecho; su falta la suple con solvencia un gran Quique Ruiz-Paz que también lleva el basket en los genes. El Viejo Continente asiste a victorias insospechadas ante rivales de postín: Aris Salónica, Partizán, Phillips Milán… Pero el equipo llega tan justo a la Copa nazarí y con tan poca fe que ni siquiera tiene reservado hotel para el segundo envite. Nacho Azofra se ha magullado seriamente un codo y su concurso parece imposible. El marrón se lo comen Juan Aísa y Pablo. Un triple del primero echa al Madrid de cuartos. Pablo hace el partido soñado en las semis ante la Penya con 17 puntos y una soltura descomunal y el Estu se mete en su segunda final copera consecutiva vistiendo el uniforme posiblemente más bonito azul claro (que representa la rama de letras) – oscuro (la de ciencias) de la historia del Estudiantes. El CAI Zaragoza del “sheriff”, el gran Manel Comas, les espera. Como no hay dos sin tres (y era el torneo de los bases colegiales), el “Cura”, mediada la segunda parte, echa mano de un mermadísimo Azofra, que sin poder tirar y apenas botar, roba dos balones y recarga las pilas de sus compañeros para investirse campeones. La celebración fue de las que hacen época y Pablo se dio el gusto de vivirla con su hermano que había acudido como tercer base. Cuentan que Gonzalo vio muy de cerca el techo del garito con los manteos del grupo. 

Dos días más tarde esperaba en los cuartos europeos el Maccabi en su mítica Mano de Elías. Un punto en la prórroga separa al equipo de la gloria. En la vuelta el vendaval irreverente de los mocosos del Ramiro arrasa a los hebreos. Para el partido de desempate el Palacio se viste de gala: esto es, turbantes, chilabas, velos, gorros,… Quizá en el club no se haya conocido otro ambiente igual (en las imágenes televisivas no se adivinaba un hueco ni en las escaleras). “La Demencia”, la madre de la ciencia, parece dar cabida a todo el pabellón. Pero el partido iba a costar sangre, sudor y muchas lágrimas… de alegría. Fue tosco, trabado y con muchos nervios. Dos acciones fundamentales de Pablo, con 5 descarados puntos seguidos y un robo de balón, ponen al Estu por delante, pero la última posesión es macabea. Bloqueo por línea de fondo para reciba y tire el letal Doran Jamchi, que resbala donde antes había caído Pedro “Picapiedra” Rodríguez y no puede atrapar el balón. El delirio, la locura, el paroxismo. El Estu se va a Estambul chin pun, a Estambul chin pun. Lo vivido a orillas del Bósforo sólo sería una fiesta para los aficionados. La sensación de los jugadores fue otra bien distinta, tras recibir dos palizas y no entrar en ningún momento en los partidos.

Aún sin final feliz, los encuentros de semifinales ligueros ante el Joventut han pasado a los anales del Ramiro. Los madrileños se adelantaron 0-1 en Badalona, pero el daño que les hizo la derrota en Cataluña en el segundo tras regalar dos prórrogas fue irreparable. En Madrid, tablas, un partido para cada uno. En el regreso al Olímpico victoria final para la Penya, con un Estudiantes que llevó ventaja hasta el descanso. Con 21 años Pablo alcanzó su cénit.

El trienio posterior supone un trasiego de jugadores importante con las semifinales ligueras como techo. Al final del primer año termina el ciclo del mejor dueto americano conocido en el club, Pinone y Winslow. Concluido el segundo quien sale es Azofra. El tercero supondría el último de Pablo. Compartiría puesto con su hermano Gonzalo y con “Chinche” Lafuente, pero resultaría un ejercicio de lo más agitado con el cese de Miguel Ángel Martín y el advenimiento de Pepu. La eliminación en dos partidos por el Unicaja marcó el séptimo puesto. Pablo lideraría la clasificación de mejor porcentaje de tiros libres de la Liga, pero su juego no terminó de asentarse y puso rumbo a Cáceres (en el 97 sería pieza importante en el subcampeonato de Copa donde se deshace del Estu). Inicia un lento peregrinar que le conduce al Ciudad de Huelva, al Forli italiano (en el que compartió vestuario con el famoso “Sugar” Ray Richardson) y al Le Mans francés. No cuaja, no se asienta y las continuas lesiones minan su confianza. Con 29 años decide poner fin a su carrera y en 2001 retorna al Estu como coordinador del club deportivo y crea las Series Colegiales bajo un mensaje “Jugar al baloncesto en el colegio será la mejor experiencia de tu vida”. Se suelta como “plumilla” y colabora en distintos medios de comunicación (ya apuntaba maneras en la conmovedora carta de ánimo que en la revista Gigantes dirigió a su compañero Ángel Castilblanque). Codirige TSC, una empresa dedicada al asesoramiento, da charlas en centros educativos y comenta los partidos de Euroliga. Su gran talento le llevó hasta un punto medio del camino “chaval, como quieras ser profesional sin defender, no creo que te dejen muchos años”, le auguraba su padre. En Gigantes hacía una cruda reflexión: “O me faltaba nivel o la gente no confiaba en mí… No podía ir todo el mundo en dirección contraria a mí: si no encontraba un lugar en la ACB o donde yo quería era por algo. Seguramente estuve más tiempo de lo que un niño sueña”.


Gonzalo

El benjamín de la prole también se tiraba horas entre canastas. Y no se le daba mal. En su primer partido federado en el Colegio San Patricio asombró a su progenitor y a su hermano con 28 puntos en la victoria de su equipo 36-31. Desde su diminuto cuerpo dominaba los partidos. Fue estirando, pero se quedó en ciento setenta y tantos centímetros… muy justitos para llegar a la élite, salvo que tuvieras el talento natural, la velocidad, el tiro y la cabeza de Gonzalo. Sus potentes piernas le dotaban de un salto tan portentoso que la metía para abajo. En agosto del 91 acude al Europeo Juvenil de Salónica; en el plantel destaca por encima de todos Ricardo Peral, muy bien escoltado por Alzamora, Escudero, Montaner y Luengo, pero el cerebro del grupo que vuelve con el bronce es Gonzalo, que de paso anota 72 puntos en los 7 partidos disputados. 

El 92 es el año más exitoso en la dilatada historia del Estu, el año de Kobi, de los maravillosos Juegos Olímpicos de Barcelona, donde todos comprobamos que la vida es sueño al asombrarnos con el Dream Team. Ese verano trajo una nefasta noticia para el baloncesto patrio, el “Angolazo” y otra particularmente mala para la familia Martínez: preparando el Europeo de Hungría con la junior, Gonzalo se rompe los ligamentos de su rodilla izquierda. Las lesiones le habrían de limitar y perseguir a lo largo de su carrera. 

Tras la salida de Mike Hansen (un escolta de tiro prodigioso más que un director de juego), Gonzalo compone en la temporada 94-95 la terna de bases del primer equipo junto a su hermano Pablo y Lafuente. En competición europea hace la canasta europea ante el Alba de Berlín, en una suerte que repetiría unas cuántas veces en el tiempo. Pero la hermanada sociedad sólo habría de durar un año: en el verano del 95 Pablo busca nuevos aires y retorna el hijo pródigo, Nacho Azofra. En el último minuto de un partido de pretemporada en Valladolid, Gonzalo choca contra la base de la canasta y se rompe el tendón rotuliano de su rodilla derecha. Su lugar lo ocuparía su amigo y compañero de siempre Paco García y se fichó de urgencia al “Conguito” Jennings. No vuelve a jugar de continuo hasta el curso 96-97: Herreros había partido hacia el Madrid, pero el bloque se recompone y termina en una privilegiada tercera posición. Gonzalo completa una magnífica campaña, pero en agosto del 97 se rompe el cruzado de su rodilla derecha. Otros seis meses, con sus correspondientes días y horas, parado.

Especial protagonismo cobraría Gonzalo en la campaña 98-99. La Korac se disputó en Magariños, y allí toman ventaja los que han vivido su frío y conocen sus traicioneras tablas. En octavos ante el Ruda Slaska polaco muestra sus mejores virtudes, en semis un triple suyo en el último segundo gana el partido en Bélgica, pero Chandler Thompson se hace polvo el cruzado en la vuelta en el momento clave de la temporada. Ya en la final les espera el Barsa que se lleva un revolcón en el Palacio en un partido sublime de los del Ramiro; sin embargo en el Palau los azulgranas voltean la diferencia de 16 puntos que se habían llevado en contra y obtienen el título. En la competición doméstica Gonzalo se sale en el cruce con el Tau Vitoria con 15 puntos en 16 minutos en el tercer partido y 10 puntos, 4 asistencias y 4 balones robados en 17 minutos en el cuarto. El Barsa, su bestia negra particular, les corta el camino el camino hacia la final.

Si en Granada Gonzalo había sido un convidado, en la Copa del 2000 en Vitoria fue ya un actor principal en el título y la coronación de los hermanos Reyes. La visita a Magariños de Pablo (10 puntos) con el Le Mans condujo a un singular duelo fraternal con 8 puntos de Gonzalo. Las semifinales europeas ante Unicaja y domésticas ante el Madrid enmarcarían un gran año (mira que si Adecco aprovecha el cierre patronal USA para traerse a Michael Jordan…) con el sabor agridulce del tiro fallado bajo aro por Thompson en el Pabellón blanco. El Madrid ganaría la Liga y tentaría al pequeño de los Martínez y a Felipe Reyes para cambiar de acera. 

En junio del 2002 Pepu decide fichar a un base americano, Corey Brewer, y Pedro Martínez le invita a dirigir su proyecto en el Gran Canaria. Gonzalo, con el rol de titular, plasma el juego de conjunto diseñado por su técnico y durante tres años entran en play offs practicando un baloncesto rápido, sencillo, ordenado y vistoso. La llegada de Salva Maldonado y el fichaje de Marcus Norris le llevan al banquillo, pero promedia 18 minutos del partido. Un triple final suyo, con 16 puntos (8 de los últimos 13 de los insulares), evita que Estudiantes entre en las eliminatorias por el título. Para el siguiente año los del Ramiro contratan a Pedro Martínez y el catalán vuelve a acordarse de Gonzalo que regresa a su casa. Las cosas no marchan bien y a mitad de año es destituido. Un jovencísimo Mariano De Pablos salva los muebles, pero apenas permanece un año en el cargo. Un triple de Gonzalo da el triunfo ante el Madrid ante la locura de la grada. En la temporada siguiente con el fantasma del descenso apareciendo por el Ramiro contratan a Perasovic que posterga a Gonzalo. Éste no desfallece y sus pinceladas de calidad son decisorias en la increíble remontada (con ayuda arbitral) en enero ante el León. En mayo con el agua al cuello y la nave a punto de zozobrar, el croata se acuerda de Gonzalo en el angustioso partido contra el Menorca en casa: le pone a falta de dos minutos para el descanso y ya no lo vuelve a quitar. Su equilibrada dirección y las heroicidades de Pancho Jasen dan un triunfo agónico. El Estu salva en León la categoría con 7 puntos en 18 minutos de Gonzalo y un partidazo de Sergio Sánchez (30 de valoración). Su último viaje le conduce a Murcia, pero “al comenzar la temporada me di cuenta que no estaba al nivel para aportar al equipo… Cada año me ha costado más jugar porque siempre he estado en desventaja. Progresivamente el baloncesto ha sido más físico y rápido y últimamente veía una inferioridad exagerada que no suplía tan bien con otros recursos que tenía” declaraba tras su precipitada retirada en diciembre a Miguel Panadés en Gigantes, que le definía con gran tino “Un base con carnet”. Su honesta decisión puso fin a una dilatada carrera acotada por su físico y masacrada por las lesiones que no difuminan siquiera la enorme calidad de Gonzalo. Qué merito.

En mayo del 2009 fallecieron, con horas de diferencia, Luis Martínez Arroyo (cofundador de Estudiantes) y Juan Francisco Moneo, presidente del club durante 15 años. “Sal Moneo que esto se pone feo”, le cantaba con gracia La Demencia. Quién sabe si el futuro nos deparará algún chavalito de la estirpe ganando partidos para los del Ramiro. De momento, comparto la pasión de la familia por el basket y alabo el mensaje que Pablo transmite en sus charlas “el baloncesto como herramienta para educar en valores como el trabajo en equipo, el respeto a las reglas del juego, la aceptación de la derrota y la necesidad de esforzarse y de competir al máximo para lograr sus objetivos”. Amén.

Muchas gracias a la familia Martínez Arroyo por el agradabilísimo rato que me dedicó y especialmente a mi amigo Coque que lo hizo posible. 

Historias de Nueva York

$
0
0

Había terminado de releer el “Viaje al centro de la Tierra” de Julio Verne y me quedaban unos días libres en el curro. Necesitaba airearme, evadirme de mi realidad diaria. ¿Dónde voy sólo a estas alturas del año? Era febrero y en Madrid hacía un frío del demonio. Descarté una playa. No me gusta la sensación de volver moreno, cuando el resto anda como terrones de azúcar. Desentona. Y de pronto, se me ocurrió ¿y si me voy al epicentro del mundo? Me dio cierto reparo porque todos mis conocidos volvían enamorados de Nueva York y pensaba que entre tanta alabanza me podía defraudar. Entonces recordé cuando fui a ver 6 meses después de su estreno “El silencio de los corderos”, mascullando “no será para tanto…”. Me encantó, una obra maestra. Así que tomé un avión y salté el charco. Comprobé que con mi inglés de Gomaespuma salía del paso, que era imposible llamar la atención y que había estado en muchos de los lugares que luego visité… en las películas. 

Los primeros días me di la gran paliza. Impresionado por la aldea global, por la urbe cosmopolita, merodeé por el distrito financiero, me defraudó la estrechez de la famosa Wall Street, permanecí un rato sobrecogido en la Zona Cero, divisé alguno de sus más de mil quinientos rascacielos desde el Empire State, enloquecí en el Barrio Chino, patiné debajo del Rockefeller Center con música de Julio Iglesias de fondo, asistí al musical de Cats en Broadway, visioné las últimas noticias en los impactantes rótulos de Times Square, me perdí en alguno de los maravillosos museos de la City, compré ropa para un batallón, quedé seducido por el encanto del barrio de Greenwich con sus universidades y sus coloristas tiendas, estiré las piernas en Central Park, tomé un ferry hacia la Estatua de la Libertad y escuché la historia de la entrada de los emigrantes al Nuevo Mundo en la isla de Ellis. De vuelta a Manhattam paseé junto al río Hudson y me detuve en el edificio de las Naciones Unidas. Cogí el metro que nunca duerme y crucé el famoso puente para adentrarme en Brooklyn, del que retorné al hotel fascinado y exhausto. Me había gastado el dinerito en buenos restaurantes y tomado una copita en ciertos locales de moda. Me quedaban dos días y había estado en casi todos los puntos emblemáticos. Esta es la mía, me dije. Así que entre la neblina que surgía de una alcantarilla atisbé un taxi amarillo y lo paré. Un conductor dominicano me debió calar rápido, pues en perfecto spanglish me preguntó: ¿Dónde le llevo compadre? A cualquier rincón que respire baloncesto, le respondí. ¿Le gusta el basquetbol? Se giró sorprendido Walter, que así se llamaba el taxista. Pues prepárese que hay unos cuántos, chilló el moreno en medio del tráfico. De momento, vamos a la calle 33 esquina con la octava avenida. El Madison Square Garden, la Meca y el hogar de los Knicks. 




Los Knickerbockers

Llevaba un minuto en el auto y el tipo ya me había caído bien. Sin pedírselo había comenzado a contar atropelladamente la historia de los Knicks. Era una enciclopedia al volante, un torrente de datos. 

No son ni el equipo más victorioso (los Celtics) ni siquiera el más glamouroso (los Lakers), pero sí uno de los fundadores de la competición profesional americana que aún perviven, junto a los del trébol verde de Boston y a los Warriors, antaño ubicados en Philadelphia y ahora en San Francisco. Sin su presencia hubiera sido imposible la creación de la Liga y su desarrollo y expansión posterior. Durante la II Guerra Mundial Ned Irish, el propietario del palacio neoyorquino, había organizado con gran acogida encuentros de baloncesto universitario, así que Walter Brown y Al Sutphin, dueños de los equipos de Boston y Cleveland, le convencieron para que se sumara a la nueva idea. Su nombre “Knickerbockers” proviene de los pantalones bombachos que vestían los primeros colonos holandeses de la entonces Nueva Amsterdam. ¿Se los imagina?, se carcajea Walter.

Dos entrenadores han marcado su historia: Joe Lapchick y Red Holzman. 

Joe constituyó toda un referencia en la ciudad pues además de dirigir a los profesionales fue, antes y después, técnico de la Universidad de St. Johns. Un total de 29 años entre ambos y tres subcampeonatos iniciales con los Knicks. 

Holzman los puso en órbita y obtuvo los dos únicos títulos de la franquicia hasta la fecha. Armó un equipo con mayúsculas, de enormes jugadores que antepusieron el juego de conjunto a las individualidades. Baloncesto de manual, con defensa de grupo, movimiento constante de pelota, pantallas para todos, pases extras y tiros cómodos. A Willis Reed, la “Leyenda del Garden”, se le fueron uniendo Walt Frazier y Bill Bradley. Canjeó en un golpe maestro fundamental a Walt Bellamy por Dave DeBusschere (el mejor alero defensivo de la NBA, con una capacidad atlética y de liderazgo fuera de lo común). Junto a Cazzie Russell y Dick Barnett constituyeron el armazón que dio lugar al primer anillo en una de las series más emocionantes de la historia frente a los Lakers de Chamberlain, resuelta en un séptimo partido épico en el Madison. Willis Reed, a la postre mejor jugador del All Star Game, la temporada regular y las finales, no había podido asistir por lesión al sexto en Los Ángeles y su presencia se daba por descartada. Se vistió y salió a calentar y así lo reflejó Marv Albert el speaker del pabellón: “¡Aquí viene Willis! ¡El público está eufórico! Willis pasa por delante de la mesa de anotadores, toma una pelota. Los Lakers han dejado de lanzar, ¡ahora están observando a Willis!” Anotó las dos primeras canastas para luego sentarse y no volver a jugar. Fue el factor psicológico decisivo para sus compañeros, sus enfervorecidos hinchas y sus rivales. Walt Frazier tiró de clase para enmarcar una actuación legendaria con 36 puntos y 19 asistencias. En la calle era un dandy al volante de un Rolls Royce, ataviado con trajes a la última y sombreros de ala ancha. En la cancha a su elegancia natural añadía una defensa feroz. Eficacia y espectáculo todo en uno. A Willis Reed se le caía la baba con su compañero: “El balón es de “Clyde” (apodado así por su semejanza con el personaje de la película Bonnie and Clyde) y sólo nos deja jugar a nosotros durante un momento para que el espectáculo continúe”. Era la primavera del 70 y Walter recuerda emocionado como la gente inundó las calles. “Nunca vi a otro equipo jugar de esa manera”, confiesa nostálgico. Se rasca la cabeza y me suelta: ¿Cuándo todos anotan más de 10 puntos a quién defiendes? 


El siguiente año cayeron sorprendentemente en la eliminatoria ante los Bullets de Baltimore liderados por Earl Monroe, Gus Johnson y Wes Unseld y el título lo conquistaron los Bucks de los míticos Óscar Robertson y Lew Alcindor. Para el posterior ejercicio se reforzaron con Jerry Lucas y Monroe, pero no fue suficiente y los Lakers les hicieron morder el polvo. Fue en la 72-73 cuando se tomaron cumplida venganza de los angelinos, devolviéndoles el 4-1 de la campaña precedente para hacerse con el último título de los neoyorkinos. Esta vez “The Pearl” (“La Perla”) Monroe fue el artista que mandó en la serie. Woddy Allen, al que le va la vida con su equipo “que ganen los Knicks es tan importante como la existencia humana”, le rescata como su jugador predilecto, llegándole a comparar con Marlon Brando. Su dominio de balón, su habilidad anotadora o sus maravillosos lanzamientos en singulares escorzos, hacían de Monroe el mejor instrumentista de jazz en una cancha de baloncesto. Su compañero en los Bullets, Ray Scott, llegó a decir que Dios no podría en uno contra uno con Earl.

Y de ahí en adelante… la travesía del desierto. Ingente cantidad de dinero invertido en jugadores y técnicos de postín, pero mi taxista dominicano tiene su propia teoría: “Si Red Auerbach no hubiera emigrado con sus puros a Massachusetts para hacer grandes a los Celtics… otro gallo hubiera cantado. Lo que sí tengo claro es que el jugador más inteligente que ha pisado una cancha de baloncesto, lo hemos tenido aquí”. Y en estas Walter se envalentona y prosigue con la vida y milagros de Bill Bradley.



El Senador

Para el que no la conozca, y más en los tiempos que vivimos, la historia tiene su miga. Nacido en el estado de Missouri, a orillas del Missisippi, en el seno de una familia de clase media-alta (su padre era el presidente del banco local), demostró gran afición por el baloncesto y una singular pasión por los estudios. Al terminar el bachillerato desechó las becas que las más afamadas universidades del país, a nivel de baloncesto, le ofrecían y se decantó por el mejor proyecto académico para recalar en Princeton, Nueva Jersey, el centro académico, hasta la fecha, con la mayor cantidad de premios Nobel del planeta. Se tuvo que pagar la matrícula y la manutención, pues el college sólo ayudaba a los buenos estudiantes que despuntaban en el deporte y que carecían de medios económicos para sufragarse una carrera. A las órdenes del ex-jugador profesional Van Breda Kolff, promedió en sus cuatro años de estancia 30 puntos por partido, siendo “All American” (mejor quinteto) en tres ocasiones y jugador del año en 1965, cuando llevó a su equipo a la “Final Four” en Portland, donde fue eliminado por la incomparable UCLA de John Wooden. En el 64 había sido el capitán (y jugador más joven) de la triunfal selección estadounidense en los Juegos Olímpicos de Tokio. Sus dotes de líder ya habían apuntado en el campus, donde fue elegido por mayoría presidente de la Asociación de Estudiantes.

Una vez graduado con notas sobresalientes en Historia Americana, cuando toda estrella universitaria se frota las manos y la cartera con su paso a profesionales, Bill dejó al país boquiabierto. Postergaba dos años su entrada en la Liga para disfrutar de la beca Rhodes en Ciencias Políticas y Económicas que la universidad inglesa de Oxford le brindaba. La insigne institución, reconocida por su histórica rivalidad en remo con Cambridge, consideraba el baloncesto un deporte menor, secundario. 

Me vinieron a la memoria los tres excelentes artículos del gran Miguel Ángel Paniagua, en la revista Gigantes. Amén de las relumbrantes marcas anotadoras que allí obtuvo, del logro que más se enorgullece Bradley es que su deporte pasó de secundario a convertirse en principal, en “full-blue”, en completo, con lo que sus jugadores tienen el honor de vestir desde entonces una chaqueta azul, con el escudo de la Universidad, que supone una distinción reconocida en todas las Islas. 

Ahí no quedó la cosa, pues durante su permanencia en el Reino Unido, la Simmenthal contactó con Bradley para que participara como foráneo en la Copa de Europa. Entrenaba con el club lombardo los fines de semana y viajaba los días de partido a la localidad europea que correspondiese. En la ciudad de la universidad más antigua del Viejo Continente, en Bolonia, el americano ayudó con sus 14 puntos a conquistar para el Olimpia Milan su primer entorchado europeo. Se impusieron 77 a 72 a los checos del Slavia Praga y en la rueda de prensa posterior Bill agradeció sinceramente a los periodistas las críticas que éstos habían vertido al poco de su llegada, pues le obligaron a trabajar más duro para sobreponerse. 

Por fin los de Nueva York (que lo habían elegido en el segundo puesto del draft) pudieron disfrutar de su magnífica lectura del juego, de su enorme visión periférica (Holzman le adaptó su jugada colegial, la Princeton Tiger) y de su excelente mano, pese a que sus promedios anotadores, por encima de los 12 puntos y 3 asistencias, ni se acercaron a los realizados en la universidad. Dio igual, era mucho más. Se convirtió en el líder espiritual de unos Knicks únicos, ganadores, que se convirtieron en el paradigma de juego de equipo. Su amigo y compañero de habitación por entonces, y otrora victorioso entrenador, Phil Jackson, alababa su inteligencia, su concentración, su juego sin balón, para definirle como el “pegamento que unía a aquellos Knicks”. Concluído su décimo año como profesional, Bradley decidió poner el punto final a su carrera deportiva para iniciar una extensa andadura política que le llevó a ser senador demócrata durante 18 años e incluso a competir con Al Gore en las previas a las elecciones por la presidencia. En el año 99, este hombre de mente preclara y valores excepcionales, publicó un libro, “Values of the game”, que pronto se convirtió en un best seller de referencia. 


El Rey

El tráfico no avanza, pero la amena conversación de Walter hace que el tiempo vuele. Se me ocurre preguntarle si ha tenido un ídolo y ahí se explaya. “Mire jefe a nosotros nos han dado calabazas Wilt Chamberlain, Lew Alcindor (luego Kareem Abdul Jabbar) y recientemente Lebron James. En el 85 preferimos a Pat Ewing en lugar de a Michael Jordan, que encima era de Brooklyn, pero nosotros hemos tenido nuestro rey, y aún sin corona, a ese no nos lo va a quitar nadie”.

Han pasado una porra de años y para muchos neoyorkinos Bernard King sigue siendo su jugador favorito. Otro hijo del barrio de Brooklyn, su carrera fue un tobogán repleto de altibajos, de serios incidentes con la ley, lesiones gravísimas y actuaciones individuales descollantes con records de anotación. Su exitosa etapa universitaria en Tennessee, donde promedió 25,8 puntos, se vio empañada por continuos episodios delictivos (fue detenido por el robo de un televisor y arrestado por allanamiento de morada y posesión de marihuana). Elegido por los Nets en el puesto nº 7 del draft del 77, su veloz y letal suspensión impactó muy pronto en la liga, destacando como un anotador compulsivo (24,2 puntos en su temporada de debut). Tras dos campañas en Nueva Jersey entró en un traspaso múltiple y llegó a la franquicia de Utah. Sus adiciones se acentuaron en el estado mormón, donde fue acusado y declarado culpable de dos delitos sexuales. Sólo jugó 19 encuentros para los Jazz, que pronto le pusieron rumbo a San Francisco. Entró en varios programas de rehabilitación para salir de la droga y el alcohol y se reencontró en Golden State, con promedios superiores a los 20 puntos. Pero fue en NY donde alcanzaría el estrellato y el cariño de una grada que le idolatró. Capaz de anotar dos noches seguidas más de 50 puntos o de disfrazarse de Santa Claus y establecer la marca histórica de la franquicia un día de Navidad, yéndose a las seis decenas. Era un tres moderno con un magnífico juego al poste bajo y un devastador tiro exterior que le llevó a liderar la lista de anotadores del campeonato con 32,9 puntos en la temporada 84/85, al final de la cual se destrozó la rodilla izquierda en un partido frente a los Kansas City (hoy Sacramento Kings). Los médicos le daban por desahuciado para la práctica del deporte, pero el antaño díscolo jugador demostró carácter. Creyó al médico del club, Norman Scott, que le propuso utilizar ligamentos de la cadera y el muslo para restañar el tendón perdido, y se machacó en la sala de fisioterapia y el gimnasio durante los 25 meses siguientes a razón de cinco horas los siete días de la semana. Un Madison emocionado fue testigo de su reaparición frente a los Bucks una noche de abril del 87. Disputaría los últimos seis encuentros de la temporada, con más de 22 puntos por choque. Sin embargo, el nuevo y flamante entrenador, Rick Pitino, un icono de los banquillos universitarios amante del ritmo atroz y de la defensa extenuante en toda la cancha, desechó su renovación. Con el orgullo tocado marchó a los Washington Bullets. Se le metieron entre ceja y ceja dos objetivos: llegar a los 50 puntos en un partido y volver a ser All Star. Por supuesto que alcanzó ambos y vivió su noche más dulce en su ciudad, ante su gente, en su Madison: les hizo 49 puntos a los Knicks con la grada entregada a su mito.

La Cenicienta

Como todavía queda un trecho para llegar a nuestro destino no me resisto a preguntar a mi conductor por la última sensación mediática de los de Nueva York (con permiso de un superclase como D. Carmelo Anthony), Jeremy Lin. El chino como le llama Walter, aunque sea de ascendencia taiwanesa, representa como nadie la fábula, que tanto gusta a los norteamericanos, del éxito de un desconocido en la tierra de las oportunidades. 

Ninguneado primero por las mejores universidades (se graduó en Harvard, de prestigio académico, pero escaso bagaje deportivo) y después por los pross (no entró en el draft), se tuvo que buscar la vida en las ligas de verano con los Mavericks, aunque finalmente fueron los Warriors los que le hicieron su primer contrato profesional después de asistir al repaso que dio al nº1 del draft, John Wall, en Las Vegas. Su concurso con los de San Francisco fue bastante testimonial. En el año del lockout, con la lesión de Baron Davis los Knicks contrataron a LINsanity “La locura por Lin”, y la plaga de desgracias físicas se extendió a Melo y Amare Stoudemaire. Jeremy parecía un simple temporero más en la Gran Manzana (ni siquiera alquiló vivienda propia, sino que se acomodó en la de su hermano), pero en una semana de febrero saltó la banca: 25 puntos y 7 asistencias ante los Nets de Deron Williams, 28 puntos y 8 asistencias sobre los Jazz de Devin Harris, 23 puntos y 10 asistencias con los Wizards de John Wall como oponentes y 38 puntos y 7 asistencias que le sacó del anonimato en el que Kobe Bryant y sus Lakers le mantenían. El mundo a sus pies en seis días. De paso salvó el culo a su entrenador Mike D´Antoni y se coló en los titulares de los principales periódicos y revistas de la nación como Time o Sports Illustrated. Un cromo suyo firmado valía 1.200 dólares. Su excelente lectura de juego, su capacidad para crearse sus tiros y su habilidad para encontrar al compañero mejor situado habían enamorado a la afición más exigente del país. A final de temporada había quórum: la directiva, el entrenador, el jugador y sobre todo los hinchas, estaban de acuerdo, Lin debía permanecer en Gotham. Pero el cuento no tuvo el final esperado: los Knicks decidieron, apoyados en un informe financiero, no igualar la propuesta que los Rockets pusieron encima de la mesa por el jugador. Los de Houston obraron con gran inteligencia al desglosar la oferta: 5 millones de $ el primer año, 5,2 el segundo y 15 en el tercero. En ese último apartado residió la clave del negocio: la cifra que cobraría al cierre del trienio, si se unía a los salarios ya pactados con las otras estrellas del conjunto, haría dispararse el impuesto de lujo y los de Nueva York decidieron hacerse a un lado. Una pena, pero el business mandó Lin a Texas.



El villano

Sin apenas darme cuenta llegamos al Madison. No es día de partido y no creo que me entretenga mucho tiempo. Walter me emplaza para llevarme de vuelta y acepto. Gasto una hora en el pabellón,: visito los vestuarios, me entretengo en la tienda, pero no pico nada, me siento a tomar un café y hasta que pasan cinco minutos no reparo en uno de los clientes/aficionados de la mesa de al lado, su fan más furibundo, el director de cine Spike Lee que no para de gesticular. A la salida mi taxi ya espera y cuando al relatar mis andanzas por el Garden llego a la parte de la cafetería, Walter se revuelve exasperado. No puede ni ver al personaje, lo menos que le dice es pintón. Le tiene tirria desde las eliminatorias frente a los Pacers de los años 94 y 95. Los duelos han pasado a la historia por su dureza y emotividad con un protagonista estelar: el fantástico Reggie Miller que se hacía grande en los playoffs (tiempo de Miller, tiempo de un killer, que diría nuestro añorado Montes), cuando los niños se hacen hombres. Miller era un asesino de primera, un tirador letal y un provocador muy listo. Olía la sangre a leguas de distancia. De jovencito le tocó sufrir a su hermana Cheryl, una de las mejores jugadoras que ha dado este deporte y una competidora nata. Reggie acaudillaba a los Pacers en un estado que amaba el baloncesto desde la cuna. En los pueblos, institutos y universidades de la región más que un deporte era una religión. Contraviniendo la opinión popular, el entonces gerente de la franquicia, Donnie Walsh, se había decantado en el draft por el fino alero proveniente de UCLA en lugar de la estrella universitaria local, Steve Alford., pero pronto los resultados le dieron la razón. 

Dos equipos casi simétricos, los Knicks y los Pacers, comandados por dos maestros, Pat Riley y Larry Brown se plantaron en la final de la Conferencia Este del año 94. Eran duros, muy duros. Tenía mano para tirar y para repartir estopa. No hacían prisioneros y como se presumía su enfrentamiento devino en una batalla sin cuartel. La prensa neoyorkina había infravalorado el potencial de los Pacers, tratándolos poco menos que de pueblerinos y éstos estaban picados. Los Knicks se adelantaron 2-0, pero los de Indiana restablecieron la igualdad en casa. El 5º partido de aquella eliminatoria supone una de las mayores demostraciones individuales de un jugador. Los locales mantenían cómodas ventajas hasta que desde su asiento de primera fila Spike Lee comenzó a instigar a Reggie Miller. Sus burlas, bravuconadas e insultos despertaron a la bestia que afinó la puntería, convirtiendo canastas imposibles y tiros lejanísimos. Además de contestar con puntos, el angelino respondió con gestos al cineasta, primero simulando estrangularle y luego agarrándose el paquete. Hizo 25 tantos en un último cuarto de videoteca, pero la prensa local hizo responsable a Spike de la debacle. Si los Knicks no hacen la machada de imponerse con cierta holgura en Indiana y rematar la faena en NY con final emocionantísimo en el que los Pacers tuvieron opción de tiro ganador que erraron, el director no vuelve a pisar “La gran Manzana”.

Había nacido una rivalidad y los dos conjuntos se aguardaban en los cruces del año siguiente. Los Pacers adquirieron de los Clippers a un antiguo héroe local que había salido de su casa por la puerta de atrás y tenían muchas ganas a los Knicks. Mark Jackson, un base clásico que sabía lo que se hacía. En el primer encuentro con 18,7 segundos por jugarse y 105-99 en el marcador, el Madison celebraba la victoria. Lo que de ahí al final pasó es historia con mayúsculas: jugada de banda y triple de Miller a falta de 16,4 segundos. Anthony Mason entrega el balón en el saque de fondo a Reggie que en lugar de lanzar, se gira, retrocede hasta la línea de tres y anota otro triple. Empate y 13,2 segundos. Falta sobre John Starks, al que Miller sacaba continuamente de quicio. En el Madison se oía el vuelo de las moscas. Falla los dos tiros libres, Pat Ewing coge el rebote, pero yerra el lanzamiento y Miller recibe personal de Mason al recoger el rechace. Encesta los dos lanzamientos y en el ataque final Greg Anthony se trastabilla y no llega ni a lanzar. Lo nunca visto. Tras distintas victorias locales y visitantes el guión volvía a deparar un séptimo partido en el Garden. Los Pacers se fueron de 15 puntos, pero los Knicks apretaron para recuperar terreno. Starks los acercó a dos puntos con un triple restando medio minuto. Mark Jackson desperdició la oportunidad de sentenciar y a Ewing se le salió una bandeja increíble que hizo regodearse a Reggie “por el placer de verles perder y encima en NY”. La ciudad encontró un villano en Miller y Walter una diana en Spike Lee a la que siempre dispara. 

El baloncesto callejero y sus leyendas

Al dejarme en el hotel, el dominicano me sorprendió con su propuesta. Al día siguiente libraba y me quería enseñar “el otro Nueva York”. No sé muy bien a qué se refería, pero me llamó la curiosidad y accedí. 

Como a Miss Daisy, el gran Walker me dio un paseo en su taxi por los míticos parques de NY donde se practica el mejor baloncesto urbano del planeta. 

En Rucker Park con su célebre torneo de Enterteiner´s Basketball Classics (EBC) me habló de “The Goat” Earl Manigault, al que Kareem Abdul Jabbar en su retirada señaló como el mejor jugador al que se había enfrentado. En Harlem es un mito, una cancha lleva su nombre y con el tiempo intentó alejar a los chavales de las drogas (que tanto daño le hicieron) a través del basket. De otra gloria de las calles, Rafer Alston o “Skip to my Lou”, apodado como la conocida nana porque dormía a sus rivales mientras botaba el balón, cuenta la leyenda que tenía tantos adeptos que uno de los días de partido llegó a colapsar el metro de NY. Su maravilloso dominio de balón y su inagotable imaginación tenía un efecto hipnotizador entre sus partidarios y oponentes, a los que podía llegar a ridiculizar con cualquier virguería sólo al alcance del mejor malabarista. Se le diagnosticó el Síndrome de Asperger, pero el Rucker era su dominio y And1 aprovechó para editar una serie de DVD recopilatorios de sus mejores jugadas, los And1 Mixtape, que causaron furor. Su carrera en la NBA no fue rutilante, pero con el tiempo fue ganando solidez a partir de 2006 especialmente en Houston y Orlando. De otro de sus iconos, Joe Hammond, dicen que rechazó una oferta de los Lakers por más de 500.000 $, argumentando que ganaba más jugando en la calle. Todavía nadie ha superado su record de 74 puntos. En su momento se decía que el que no había dominado en el Rucker no era jugador el baloncesto. Por allí, ha pasado lo mejor del baloncesto aficionado y profesional americano (excepto Michael Jordan). Ahora diez calles más abajo, el prestigioso Tri-State Classic le ha comido la tostada al EBC, con su famosa “batalla de los barrios”.

Nos adentramos en el corazón de Harlem para entrar en otro de los puntos calientes del basket de Gotham. Junto a los edificios del King Towers Proyects se ubica la cancha que acoge desde más de dos décadas el reputado Kingdome Clasicc y surgen muchos más nombres.

Aluciné cuando me llevó a la playa del Bronx y ahí me enseñó Orchard Beach, donde se celebra el Hoops In The Sun. Allí se extendió con la vida de Lloyd Danields, otra leyenda, al que a mediados de los 80 comparaban con Magic Johnson. Su vida era los playgrounds, el alcohol y la droga, y la salvó de milagro tras recibir tres balazos. En su día Tarkanian lo reclutó para UNLV, pero le pillaron con crack en una redada. Después recorrió ligas menores de medio mundo. Todavía para algunos es el mejor jugador que ha pisado las canchas de Nueva York.

Para el postre Walter se ha reservado la guinda del pastel. Nos trasladamos al Uptown, al barrio de Washington Heights, con el parque Monsignor Kett Playground (aquí la estrella es otro jugón, el base dominicano Adris “too hard to guard” Deleon, que dio un curso en su último pique al crack profesional Brandon Jennings). Es el barrio dominicano y en su campo de juego no hay capacidad para más de 1.500 personas. Su ambiente probablemente sea el más caldeado (entre trompetas, tambores y banderas) de toda la ciudad y su torneo, el de Dyckman, se convirtió en verano de 2011 en el mejor evento de los disputados nunca en “La Gran Manzana”. En el maravilloso y muy recomendable libro “El partido que cambió la historia”, Antonio Gil lo relata con pelos y señales. Nike aprovechó el cierre patronal de la NBA para hacer un equipo de ensueño con una selección de los mejores jugadores callejeros y retó al resto. Puso un cheque de 5.000 $ al rival que lo batiera y una diana en la espalda de sus patrocinados. Todos les tenían ganas. La sensacional campaña de marketing hizo lo demás. Cayeron en dos ocasiones, llegó a jugar para ellos incluso Kevin Durant, pero en la final ante el otro gran equipo, Ooh Way Records, se impusieron por un resultado ajustadísimo ante una marabunta de gente.  

Se ha hecho tarde y nos ha entrado el hambre. Quiero invitar a comer a mi anfitrión y  me lleva a un pequeño restaurante de su barrio, el encantador Brooklyn. Entre unas deliciosas costillas asadas y una enorme hamburguesa me hace una confesión. El deporte que le gustaba de crío era el beisbol, pero desde que el innombrable (Walter O´Malley) se llevara a los Dodgers en 1957 a Los Ángeles no ha presenciado un sólo partido del deporte del bate en directo. El personaje resultaba tan odiado que circulaba un chiste. Le preguntaban a un hincha del equipo qué haría en una habitación si portara una pistola con dos balas en el cargador y estuviera junto a Hitler, Stalin y O´Malley. Sin pestañear el aficionado dijo que le pegaría los dos tiros al dueño de la franquicia.

Así que aunque a Walter, mi taxista dominicano, el multimillonario ruso Mikhlail Prokorov le haya plantado en su barrio a los Nets, le haya construido un pabellón idílico con el Barclays Center y recientemente haya tirado la casa por la ventana por los célticos Garnett y Pierce, él ya no mudará de chaqueta. Seguirá aferrado a su Knicks y a la mística del Garden. Cuestión de sentimientos, qué le vamos a hacer.  

Celtics-Stevens ¿un cuento con final feliz?

$
0
0

¿Qué tienen en común la elitista Boston y la Indiana rural? Su profundo amor por el baloncesto, su adoración por el mejor jugador blanco que jamás haya pisado una cancha y ahora el advenimiento al estado de Massachusetts del joven técnico Brad Stevens para hacerse cargo de los míticos Celtics. Hasta llegar a detenernos en este último y reciente hecho, daremos un pequeño repaso a la singular y victoriosa historia de los verdes.

Ubicada al nordeste de Estados Unidos, Boston es la capital del estado de Massachusetts, el icónico hogar de los Kennedy y la ciudad más poblada de Nueva Inglaterra, la región con mayor nivel de vida del país. Histórica (con batallas como La masacre de Boston o El Motín del té durante la Guerra de Independencia frente al Reino Unido), aburguesada, coqueta (el distrito Histórico del Sur constituye el más bello ejemplo de la época victoriana), católica (marcada por la inmigración irlandesa e italiana), fina (su “acento” es el más prestigioso y parodiado de la nación), marítima (el puerto es uno de los principales de la costa este), culta (sus más de 100 universidades y colegios la conceden el apelativo de “la Atenas de América” y sus Escuelas Públicas desarrollan el mejor sistema escolar del país), sanitaria (con el impresionante área médica y académica de Longwood), alberga a cuatros de los equipos más reconocibles del panorama deportivo norteamericano -los Red Sox (beisbol), los Bruins (hockey), los Patriots (football) y los Celtics (basket)-, y por sus calles corren todos los años miles de de atletas en su prestigiosa y este año tristemente conocida maratón.

La historia de los Celtics da para un libro y ese ya lo han escrito de manera magistral mi admirado Antonio Rodríguez y el todo terreno Juan Francisco Escudero, así que sólo me detendré en sus momentos más relevantes hasta aterrizar en el presente con la sorprendente contratación de su flamante e imberbe entrenador. 

El mítico Boston Garden constituyó el escenario de las más grandes hazañas célticas desde 1946 a 1995 (curiosamente los Celtics perdieron el primer y el último partido que disputaron en la legendaria pista). Edificado en la parte alta de la North Station, su acústica, la cercanía a cancha de los espectadores levantados de sus asientos de madera y la cutrez de los vestuarios le dieron un halo de viejo pabellón, de gimnasio antiguo dentro de un mundo profesional, con su sala de prensa llena de fotografías, sus estandartes colgados del techo y su genuino e irregular parquet traído de un bosque de Tennessee y esas tablas “falsas” (como las de Magariños) “hay que conocerlo para saber dónde irá el balón; parece que un fantasma juega con él a su antojo”, nos ilustra Bob Cousy. Ninguna otra cancha ha gozado de semejante misticismo. La figura de Leprechaun, ese duende que caricaturizó Zang Auerbach (el hermano de Red), con la pipa, el sombrero, el bastón y, por supuesto, la pelota, preside el círculo central del Garden y representa, junto al trébol verde irlandés tan propio del día de San Patricio, el logo de la franquicia. 

Walter Brown, un empresario que a la vez fue presidente de los Bruins de hockey sobre hielo, creó los Boston Celtics. Fue uno de los principales impulsores de la génesis de la Basketball Association of América (que luego devendría en la NBA), dos años exactos después del Desembarco de Normandía. Recogería también la idea la lanzada por Haskell Cohen (relaciones públicas de la NBA) para asumir la organización del primer Partido de las Estrellas. La camiseta con el nº1 verde siempre le estará reservada. 

Johnny Most fue la voz, el cronista vehemente durante 37 años (hasta 1990) desde su cabina de radio. Vertió ácidas críticas sobre sus rivales y relató las excelencias de sus más laureadas estrellas y de sus más reconocidos y reconocibles actores de reparto. Se deleitó con la inteligencia y el extraordinario tiro exterior de Bill Sharman (un auténtico profesional que empezó realizando footing y sesiones de tiro por su cuenta y que luego triunfaría como entrenador en los Lakers); alabó la facilidad para el juego de Ed Macauley (el primer interior céltico); elogió al considerado primer sexto hombre de la historia, Frank Ramsey; magnificó la bravura del excéntrico Gene Conley, que durante años dio descanso a Bill Russell, y que fue campeón en dos deportes profesionales, en basket con los Celtics y en beisbol con los Braves; glorificó la carrera del inconmensurable Tom Heinsohn, que en el séptimo partido del primer título se fue hasta los 37 puntos y 23 rebotes; ensalzó la impagable labor defensiva de K.C.Jones; vitoreó los tiros a tabla del ingente anotador que era Sam Jones; aplaudió el trabajo grupal y callado de Tom “Satch” Sanders; exaltó la actitud y el juego total del magnífico John “Hondo” Havlicek, que siempre aportaba (“it´s over, Johny Havlicek stole the ball”, vociferaba como poseso en la final de la conferencia oriental del 65); jaleó el juego de pies, la riqueza de movimientos y la incorporación como “tráiler” del bohemio Dave Cowens; o enloqueció con la aportación estelar de Jo Jo White (33 puntos y 9 asistencias) en la victoria clave tras tres prórrogas en el quinto partido de la finales del 76 ante los Suns.

El “puro” ganador

Aconsejado por Sam Cohen, redactor jefe de deportes del Boston Record, Walter Brown decidió contratar como entrenador a Red Auerbach, que sólo contaba 34 años y un bagaje poco abrumador (tras sus discretos resultados en su tres años en Washington y una última campaña en Tri-Cities), en una decisión que marcaría el devenir de la Liga en las siguientes cuatro décadas con un botín de 16 anillos, 8 de ellos consecutivos. Demostró un gran ojo a la hora de seleccionar jugadores, pero como técnico no fue un innovador. Huía de las pizarras y era partidario de un baloncesto sencillo basado en una correosa defensa, el dominio del rebote (que no consiguió hasta la llegada de Russell) y la salida al contraataque. Fue pionero al elegir a un jugador de raza negra en el draft (Chuck Cooper), al poner en cancha un quinteto de color o al colocar en el banquillo al primer entrenador afroamericano (Bill Russell, al que nombró para sucederle en el cargo). Exigía y adoraba por igual a sus jugadores “jamás culpé a ningún jugador mío de una derrota”. Su secreto según su pupilo Jim Loscutoff era “mantenerse alejado de las mujeres de los jugadores”. Odiado por sus rivales “no recuerdo un jugador suyo que sintiese admiración por Red; tampoco a ningún rival que no le odiase”, apostilla Bill Russell. Sus oponentes le llegaron a acusar del mal funcionamiento del agua o del aire acondicionado del pabellón.


En julio del 79, harto de las decisiones del entonces propietario, estuvo a punto de abandonar el club con dirección a los Knicks, pero de camino al aeropuerto el taxista que le transportaba a la terminal oyó la conversación que mantenía con su abogado y le hizo recapacitar. “Usted pertenece a este club y a esta ciudad”, le conminó el conductor. Llamó a su mujer y ambos estuvieron de acuerdo en permanecer en Boston. La incorporación de un chico de pueblo rubio traería otras 3 banderas para la franquicia. 

Red Auerbach encarna el orgullo (la arrogancia para sus detractores que aborrecían el “puro de la victoria”) y el espíritu ganador de la franquicia. “Los Celtics no son un equipo de baloncesto, son un modo de vida”, decía, basado en una concepción del juego solidaria, de conjunto con mayúsculas. Así ganaron una pila de campeonatos sin que ninguno de sus jugadores estuviera entre los que encabezaban las clasificaciones estadísticas de anotación y sin tener en sus filas a un nº 1 del draft. “La parte más divertida del baloncesto no es encestar, es ganar”, ahí se resume su particular credo.

La chistera trajo a un mago

Que Auerbach no es infalible se demostró en la primera decisión importante que tuvo que tomar. Buscaba un jugador grande que le asegurara poder de intimidación y dominio del rebote para correr y Bob Cousy, que había ganado con Holy Cross la NCCA en su primer año universitario, era el base con más talento de su promoción, pero no se aproximaba a lo que el técnico demandaba. Así que contraviniendo la opinión general eligió a Charlie Share. Los derechos de Cousy correspondieron a Tri-Cities, que los traspasó a los Chicago Stags, pero Bob de no jugar cerca de casa, en Boston, sólo pensaba en montar una gasolinera y una academia donde daría clases de conducir. La franquicia de los Stags desapareció, con lo que sus tres bases, Max Zaslofsky, Andy Phillip y Cousy, estaban disponibles. Como los propietarios de las franquicias destino de los jugadores no se ponían de acuerdo, introdujeron los papeles con los tres nombres en un sombrero y el azar trajo al “Houdini del parquet” a los Celtics.


Desde su etapa universitaria lo suyo con la grada del Garden, encandilada con su dominio de balón (su bote entre las piernas o por detrás de la espalda), sus malabarismos o sus pases sin mirar, fue un flechazo, una revolución, amor a primera vista. Su vistoso y electrizante juego terminó por convencer a Auerbach que le había calificado como “paleto local” y la franquicia cerró el año con balance positivo para de ahí en adelante entrar periódicamente en play offs y con la llegada posterior de Russell y Heinsohn someter al resto de la Liga. Cousy se retiró con 6 campeonatos en el bolsillo (siendo designado MVP en el primero), liderando la clasificación de asistencias en 8 ocasiones. Su despedida, anunciada a principio de temporada, fue heroica: en el sexto encuentro de la final ante los Lakers tuvo que abandonar el encuentro lesionado en un tobillo; los angelinos remontaron y Cousy, cojeando, pidió a su entrenador la entrada en cancha “es mi último partido y no lo quiero ver desde el banco”. No anotó ningún punto más, pero posibilitó el quinto anillo consecutivo de los célticos. Auerbach reconoció que Cousy fue el mejor jugador exterior que jamás entrenó.

El señor de los anillos

¿Puede alguien sin anotar apenas cambiar el rumbo de un partido? ¿Y de una Liga? ¿Y de una década? Si. La respuesta es Bill Russell. 

Si la primera gran estrella de los Celtics vino de rebote, la segunda por orden cronológico fue fruto de la tenacidad y testarudez de Auerbach empeñado en fichar un grande que le ganara campeonatos. 

La historia de la gestación de su fichaje tiene su miga. Bill Reinhard, su antiguo entrenador en George Washington, fue el primero que le puso tras la pista y Red, que conocía la estrecha relación que unía a su amigo Pete Newell con Phil Woolpert, entrenador del mozo en la Universidad de San Francisco, encargó a aquel que le hiciera un seguimiento pormenorizado. Russell obtuvo con su USF los títulos de 1955 y 1956 y establecieron una marca de 55 triunfos consecutivos. De esta manera los de Boston tendrían que maniobrar con habilidad para hacerse con el ansiado center en el fértil draft del 56 (en el que además adquirirían a Tom Heinsohn y a K.C. Jones). Red hizo correr el bulo de que la emergente estrella quería ganar muchísimo dinero y el presidente céltico, Walter Brown, llegó a un acuerdo con su equivalente en Rochester para que dejara pasar la elección: a cambio llevaría su espectáculo sobre hielo, los Ice Capades, dos semanas al año a la pequeña ciudad. La segunda elección correspondía a los Haws de Saint Louis a los que Auerbach tuvo que ofrecer a Ed Macauley (que quería regresar a su casa por la enfermedad de su hijo Patrick) y a Cliff Hagan (tan excelente y duro alero en las pistas como sensible y culto fuera de ellas: coleccionaba antigüedades, era asiduo de los museos y tocaba maravillosamente el piano). El trato fue bueno para los Haws que contrataron dos All Starts, que entrarían posteriormente en el Hall of Fame, y ganaron un anillo, y determinante para los Celtics: con Russell se hicieron con 11 de los 13 campeonatos (los dos últimos como jugador-entrenador).


Bill tras regresar de Australia con el título olímpico se incorporó a la Liga un 22 de diciembre y quiso el destino que su primer rival fueran los Haws. En 21 minutos ya demostró de lo que sería capaz: 6 puntos, 16 rebotes y sobre todo 3 tapones seguidos en el último cuarto al gran Bob Pettit para dar la vuelta al marcador. Según Bob Cousy “a su llegada era incapaz de acertar a un toro en el culo”, pero su impacto fue inminente: en su primera confrontación amargó la noche a Neil Johnson (máximo anotador durante tres temporadas), al que colocó 9 tapones y le tuvo 42 minutos sin anotar. Ahí radicaba su secreto “no se trata de taponar todos los tiros, sino de hacer creer al rival que puedes taponar cada lanzamiento”. Auerbach lo vio antes que nadie: “No me importaba los puntos que anotase. Quería que me diera el balón el mayor número de veces posible, con rebotes y tapones. Ya anotarían nuestros tiradores”. En su campaña como debutante y, después de unos reñidísimos play offs finales (con puñetazo de Auerbach en el tercer encuentro en Sant Louis sobre el dueño de la franquicia local, Ben Kerner), el trofeo se quedaría en el séptimo en Boston tras dos prórrogas y un último tiro errado bajo canasta por Bob Pettit (39 puntos y 19 rebotes).

Muchos se quedaran con sus duelos con el gran Wilt Chamberlain (por contrato estableció que quería ganar 1 dólar más -100.001- que su rival), pero su aparición transformó el juego, le dio una importancia capital a la defensa y, contra lo que pueda parecer, lo hizo más veloz. Los Celtics disfrutaban del intimidador que taponaba o hacía variar el ángulo de los tiros, detentaban un mayor número de posesiones y se beneficiaban de un excelente primer pase para lanzar su famoso contraataque (era además un extraordinario distribuidor de juego desde la cabecera de la bombilla). Los rivales a su vez también debían llegar más rápido, para intentar encestar en transición antes de que la defensa verde estuviera formada; de lo contrario su ataque se hacía menos vertical, pues la presencia del coloso disuadía las penetraciones, y se requería una mejor circulación para encontrar lanzamientos cómodos. Su instinto competitivo era tal que la tensión le hacía vomitar antes de los partidos por pequeño que fuese el rival.

Poco amigo de las celebraciones y eventos públicos (no firmaba autógrafos y sólo consintió que los Celtics le retiraran su camiseta con el nº 6 a condición de que el acto se realizase a puerta cerrada), su figura trascendió el ámbito deportivo, siendo un contumaz luchador en favor de los derechos civiles. Vigilado por el FBI en los tiempos de segregación racial, acompañó en sus marchas al reverendo King. En 2011 recibió del presidente Obama la Medalla de la Libertad, el más alto reconocimiento que puede obtener un civil en Estados Unidos.

La llegada del Pájaro

“La primera vez que jugué al baloncesto con pantalones cortos fue en Springs Valley, en el instituto. En mi granja hacía mucho frío”. Allí, en French Lick (un pequeño pueblo del estado de Indiana), se forjó la leyenda de Larry Bird. En su último año había promediado 31 puntos y 21 rebotes y las mejores universidades del país habían puesto sus ojos sobre él. Kentucky era su predilecta, pero su técnico Joe B. Hall no tuvo tuvo a bien ficharlo. Denny Crum, en cambio, el excelente técnico de Lousville, se acercó a su granja y como el chico se hacía el remolón decidió jugarse al H-O-R-S-E la posibilidad de que al menos aceptara visitar el centro: en ocho lanzamientos el coach estaba en el coche de vuelta a su casa con las manos vacías. Por cercanía y prestigio, Larry decidió aceptar la beca que le ofrecieron los Hoosiers de Indiana, pero 24 días después hacía el petate y se volvía a su pueblo: ni sintonizó con los métodos de Bobby Knight ni se encontró a gusto en el grandioso campus. Su madre estuvo semanas sin hablarle. Poco antes sus padres se habían separado y su progenitor se había suicidado. En adelante se dedicó a seguir ensayando en solitario, a jugar con sus amigos y a trabajar como barrendero para echar una mano en la economía familiar.


Al verano siguiente entre Bill Hodges y Bob King le reclutaron para la modesta universidad de Indiana State y ya no se bajó del tren del éxito. Larry promedió 32,8 puntos en su debut, y los Haws lideraron su conferencia durante tres años para en la última campaña plantarse en la final de la NCAA (no tuvo su mejor noche con una serie de 7 de 21 en el tiro para 19 puntos y 13 rebotes) ante los “espartanos” de Michigan State y Magic Johnson, que les ganaron la partida y se hicieron con el título en el partido con mayor audiencia televisiva de la historia, en el comienzo de una hermosa amistad y de una histórica rivalidad. Quedó segundo máximo anotador del curso, entre Lawrence Buttler y el griego Nikos Gallis ¿les suena?, que jugaba en Seton Hall. 

“Cuando le fichamos parecía el típico patán campesino, pero su mirada era ya la de un ganador nato. No nos equivocamos”. Palabra de Auerbach, que un año antes decidió en una maniobra histórica seleccionarle en el puesto nº6 del draft. Curiosamente el equipo al que correspondía elegir en la primera posición era los Pacers de Indiana, pero ni ellos ni los Blazers (a los que finalmente cedieron su lugar) lograron convencer al rubio para que ese año diera su salto a profesionales, por lo que desecharon su contratación. Red decidió asumir el riesgo, pues tenían que esperarle una temporada, pero el chico no le defraudó: fue nombrado novato del año y los verdes ganaron 32 encuentros más que la campaña precedente. Sin embargo, no pudo dejar de mirar con envidia como el anillo iba a parar a los Lakers del gran Magic Johnson que en una actuación sublime desde el puesto de pivot (Jabbar estaba lesionado) se despachó con 42 puntos ante los Sixers y un clinic desde el poste bajo. 

El prestidigitador Auerbach no había concluido con los trucos. Esa primavera los Celtics disponían de la primera elección del nuevo draft. El neoyorkino, sabedor de que su equipo necesitaba robustecer su línea interior, decidió canjear su puesto con los Golden State Warriors (que escogieron a Joe Barry Carroll) a cambio de recibir a Robert Parish y la tercera elección, que los célticos gastaron en el inconmensurable Kevin McHale. Sólo hicieron falta unos meses para comprobar las bondades de los cambios. Los de Boston remontaron un 3-1 a los Sixers del colosal Julius Erving en la final de la Conferencia Este, imponiéndose en los últimos 3 encuentros por una diferencia global de 5 puntos y un último tiro de Larry que les otorgaría la victoria 91-90. Los Rockets del inmenso Moses Malones sucumbirían en las Finales y los nuevos Celtics con un quinteto -Dennis Johnson, Danny Ainge, Larry Bird y Kevin McHale- que todo buen aficionado cita de carrerilla recogerían, bajo la paciente y discreta dirección de K.C. Jones, en años posteriores otros dos anillos.

A lo largo de los años Larry Bird obtendría tres trofeos de Mejor Jugador de la Liga, batiría el record de anotación de la franquicia con 60 puntos una noche en Nueva Orleans, vencería en los tres primeros concursos de triples organizados por la NBA (en el del estreno entró en el vestuario preguntando a sus rivales quién iba a quedar segundo y en el tercero, sin quitarse la parte de arriba del chándal, levantó el dedo antes de comprobar cómo entraba el último tiro) y tendría actuaciones portentosas como cuando se desató en el Garden en la Final del 86 sobre las incipientes Torres Gemelas (Sampson y Olajuwon) con 29 puntos, 11 rebotes y 12 asistencias, o con el milagroso robo de balón en el saque de fondo a Isiah Thomas en las finales de Conferencia del 87, o el admirable duelo que sostuvo con Dominique Wilkins en el séptimo partido de las semifinales del 88 (el de Atlanta hizo 47 puntos, el de Boston 34; encestando 9 de los 10 lanzamientos que probó en el último cuarto para pasar a la siguiente ronda).

Más allá de los logros, que fueron muchos, Bird y Magic marcaron el baloncesto de los ochenta, lo acapararon, lo rescataron para el público americano y lo publicitaron para todo el globo. Hicieron suyo este deporte desde dos concepciones contrapuestas; más austera y clásica una, más estética y vistosa la otra, pero con un objetivo común: ganar. Siempre desde el respeto y admiración mutua compitieron al límite en la mayor y más sana rivalidad de la historia del deporte. “Es el jugador más inteligente contra el que me he enfrentado. Siempre disfruté jugando contra él porque siempre me hacía jugar al máximo nivel” afirma Johnson, que acudió al Garden el día que los Celtics colgaron de su techo la camiseta con el nº33 para proclamar micrófono en mano “no habrá nunca, nunca, nunca jamás otro Larry Bird” (ni otro Magic Johnson, matiza el que esto escribe).

Sólo hace unos días, Paul George, estrella actual de los Pacers contó la última de su actual presidente que estaba observando en la banda el entrenamiento del equipo: “Se nos escapó un balón y le llegó rodando. Larry se agachó, se remangó la camisa y se puso a tirar desde el triple. Metió quince seguidas y salió del pabellón como si nada. Fue lo más increíble que he visto en mi vida. Nos quedamos sin palabras. No sabíamos si seguir entrenando o irnos a casa”. De traca. ¡Vaya pájaro!

Sorpresa, sorpresa

Retirados los héroes de los ochenta tuvo que pasar década y media para que los célticos volvieran a la vida (nunca mejor dicho tras los decesos de Len Bias y Reggie Lewis). Los All Star Kevin Garnett y Ray Allen se unieron al gran capitán, Paul Pierce, y al pujante base Rajon Rondo, en el proyecto que gobernó “Doc” Rivers con sabiduría y brillantez. Su “Ubuntu”, su particular filosofía “una persona sólo es persona a través de otras personas”, que subrayaba el trabajo en equipo, convenció a su grupo de estrellas y condujo a un nuevo campeonato, a otra final y al mejor juego colectivo (equiparable al de los Spurs de San Antonio) de toda la Liga. 

Escindido definitivamente el Big Three, con la salida de Rivers hacia los Clippers, los verdes debían reinventarse esta primavera y la decisión corrió a cargo de su jefe de operaciones, Danny Ainge, que sorprendió al mundo con la elección de Brad Stevens. De los últimos siete entrenadores contratados por la franquicia, sólo Rick Pitino y “Doc” Rivers tenían experiencia como primeros entrenadores de la NBA. Su juventud, cumplirá en octubre 37 años, tampoco parece echar para atrás a los de Boston, que antes firmaron en el puesto a Dave Cowens con 30 años en el año 78, a Bill Russell con 32 en el 66, a Auerbach con 33 en el 50 o a Tom Heinsohn con 35 en el 69. Pero el envite tiene su riesgo, más teniendo en cuenta los precedentes de afamados coach universitarios (Pitino o Calipari) que se han quemado el culo en los banquillos de los profesionales. En el contrato -22 millones de $ en 6 años- ambas partes salen de su área de confort: los Celtics podrían haber apuntado hacia cualquier preparador mediáticamente reconocido y Stevens lo hubiera tenido más sencillo aceptando los ofrecimientos de las universidades de Oregon, Clemson, Wake Forest, Illinois o UCLA que han llamado a su puerta con un fajo de billetes similar. Ahora veremos qué tiene el agua cuando la bendicen o el por qué en Boston han puesto en manos de este novel (que será el entrenador nº17 de su historia) el proyecto de reconstrucción de la franquicia que espera pronto izar su bandera nº18 en el TD Garden.

“Es difícil no sentir amor por el baloncesto cuando creciste en Indiana”, confiesa Stevens. Y es que allí no se juega, se mama el baloncesto. Cualquier pequeña granja del interior tiene su canasta y si el concurso universitario tiene un seguimiento sin parangón, las contiendas colegiales constituyen una religión. El Estado acoge nueve de los diez pabellones de instituto más grandes del país y a cuarenta millas del “downtown” de Indianápolis, en el pequeño pueblo de New Castle, se puede visitar el Hall of Fame del baloncesto escolar de Indiana. En el museo se recuerda, por ejemplo a Damon Bailey, el mejor jugador de instituto de todos los tiempos que elevó el récord anotador a 3.134 puntos, ganó el campeonato estatal del 90, jugó 4 años para Bobby Knight y fue seleccionado por los Pacers en el draft del 94, pero al que una gravísima lesión de rodilla cercenaría su prometedora carrera. Allí se pueden contemplar vestigios de El milagro de Milan, la proeza de una escuela de apenas un centenar de estudiantes que en 1954, tras batir a centros como el poderoso Crispus Attucks del gran Óscar Roberson o el favorito Muncie Central en la finalísima con un tiro sobre la bocina de Bobby Plump, se hizo con el título estatal. El encuentro desbordó todas las previsiones: 5.0000 personas se quedaron fuera del ya repleto, con 15.000 afortunados, Hinckle Fieldhouse, cancha de la Universidad de Butler. Las entradas que inicialmente costaban 2 dólares y medio se llegaron a revender por 50. La victoria abrió el camino de nueve de los diez chicos campeones que pudieron estudiar en la universidad. Seis de ellos fueron entrenadores de baloncesto y Bobby Plump fue becado en Butler y llegó a profesionales. Todavía hoy en la torre de agua del diminuto pueblo de Milan se puede leer “State Champs 1954” y en su vetusto gimnasio el arcaico marcador señala el 32-30 definitivo. La gesta quedó recogida e inmortalizada para siempre en “Hoosiers”, probablemente (así lo votaron los lectores de USA Today) la mejor película deportiva de todos los tiempos, donde Gene Hackman borda el papel del entrenador original, Marvin Wood. Obra maestra. 


Stevens fue un notable jugador y un distinguido estudiante. Tras graduarse en Economía con altas calificaciones aceptó un buen empleo en la farmaceútica Eli Lilly, pero su mundo era otro. Vislumbró la oportunidad de entrar como voluntario en el departamento de baloncesto de la Universidad de Butler, lo debatió con su novia y futura esposa, que continuó con sus estudios de Derecho (ahora es una experta laboralista y su representante), y para allá que se fue. Los padres de Tracy los tomaron por locos. “Teníamos 23 años y nos dimos cuenta de que era una oportunidad. Íbamos a ser mucho más felices si los dos nos apasionábamos con lo que hacíamos”. De labores administrativas pasó a coordinar las operaciones de basket hasta que como entrenador asistente asumió cometidos propios del juego, en el reclutamiento de jugadores, la planificación de los partidos, el entrenamiento o la enseñanza de fundamentos. Después de una buena temporada donde cayeron en el torneo NCAA ante los posteriores ganadores, los Gators de Florida, a los que tuvieron contra las cuerdas con una ventaja de 9 puntos, el entrenador Lickliter decidió emigrar a la Universidad de Iowa. Barry Collier, director deportivo de Butler, le había observado detenidamente durante sus 6 años como ayudante y le confió el cargo de entrenador jefe, convencido de que era el idóneo para conducir “El camino de Butler”. Desde su estreno recibió los parabienes de algunos de sus más prestigiosos colegas, así el legendario Bobby Knight manifestaba tras caer derrotado “me gustaría que jugásemos tan inteligente como ellos lo hacen”. Saldó con un impresionante balance de 30 victorias y 4 derrotas su primera temporada, para no amilanarse en la posterior, pese a los 4 jugadores que habían terminado su ciclo académico, y concluir con un recuento 26-6. 

En la tercera su dirección calmada, su análisis exhaustivo, su énfasis defensivo, su concepto de juego colectivo y su absoluta confianza en las acciones y cualidades de los suyos, había calado entre sus jugadores. Su quintero titular: Hayward, Mack, Howard, Nored y Veasley ha encontrado un hueco en la historia. Tras perder en navidades ante UAB ya no volvieron a conocer la derrota hasta la Final Nacional. 25 victorias consecutivas. Ganaron su conferencia y fueron pasando obstáculos en el Torneo de la NCAA: UTEP; Murray State (providencial un robo de balón de Hayward); Syracuse -¿te das cuenta de que Jim Boeheim lleva más tiempo como entrenador del que tú has vivido?, le preguntaron-, a la que tuvieron casi 5 minutos sin anotar; Kansas State en la Final Regional, con un tiempo muerto ejemplificador “juega tu juego, simplemente”, para serenar a sus huestes. 

Así aparecieron en la Final Four en el Lucas Oil Stadium de Indianápolis con capacidad para 70.000 espectadores. Un rival de prestigio, Michigan State, llevó el partido igualado hasta el tramo final. Con 3 puntos arriba Stevens ordenó a sus Bulldogs realizar una falta para evitar que les igualaran con un triple. El “espartano” Lucious erróa intencionadamente el segundo tiro libre, pero Hayward cerró el rebote para sellar el paso a la Final. “Si no estuviera aquí dirigiendo un partido, sería un hincha de Butler. Me gusta cómo juegan. Me gusta su historia”, Tom Izzo. No se me ocurre un mejor agasajo y comportamiento de un entrenador derrotado. ¡Chapeau!

El New York Times denominó al choque con Duke “El partido más esperado en años”. La vieja historia de David frente a Goliat: un centro de 4.200 estudiantes con un presupuesto diez veces inferior, diez chicos procedentes del estado de Indiana y el segundo entrenador más joven en llegar a una Final, contra la todopoderosa Duke, con jugadores de ocho estados, pingues ingresos televisivos y el adiestrador Krzyzewski que reunía por entonces un puñado ingente de victorias y 3 títulos nacionales. No pudo ser. Duke recogió su cuarto entorchado (61-59) al no entrar un último tiro de Hayward desde medio campo. El partido resultó grandioso y dignificó la historia del deporte y a sus protagonistas. Butler se convirtió en la universidad más pequeña en jugar una final desde Jacksonville (3.173 alumnos) en 1970. Stevens se mostró orgulloso: “Aceptamos cualquier resultado por lo que dieron en la cancha; dieron todo de sí. No hay que bajar la cabeza. Lo que han logrado, lo han logrado juntos y eso dura más que una noche, pase lo que pase con el marcador final”. Fue felicitado por el Presidente Obama e invitado al Show de David Letterman, pero su mensaje no mutó, permaneciendo fiel a los valores fundamentales que le habían llevado hasta allí.

Aún con la salida hacia la NBA de Gordon Hayward, su jugador estrella, Butler volvió al lugar de los hechos la temporada siguiente para caer nuevamente en la Final NCAA ante Connecticut. Culminaron un año sensacional con un partido horrendo. Con 41 puntos y un 18,8% en tiros de campo no se puede ganar ni una liga municipal, pero para los nostálgicos que todavía le tienen fe al baloncesto universitario, al comprometido con el juego solidario, al que desarrollan programas ejemplares de reclutamiento de jugadores y comportamiento ético en la cancha como el coach Stevens, la victoria siempre será de Butler. Para vergüenza de la propia organización del torneo y de todo el deporte americano, unos días después la NCAA sancionó al entrenador ganador Jim Calhoun con tres partidos oficiales, que habría de cumplir la temporada venidera, por prácticas ilegales en la incorporación de jugadores. Una nimiedad que apestó. 

En las dos últimas temporadas Butler se ha mantenido en la senda del triunfo, pero no ha llegado tan lejos. Ahora le toca a Stevens, el entrenador de rostro aniñado “parece que comprueba el espejo cada mañana para ver si es el momento de afeitarse”, observaba jocoso un periodista, al que algún guarda de seguridad ha tomado por jugador, ganarse el respeto de los profesionales. Probablemente como arguía otro periodista “por su calma no sea el hombre indicado para sacarte de un edificio en llamas”, pero sus vastos conocimientos, su fortaleza moral, su pasión por el exhaustivo análisis estadístico, su sabia dirección de grupo y su examen pormenorizado de los rivales le han llevado hasta el Garden. Sólo falta que los Celtics le den tiempo y jugadores (tendrán 9 selecciones de primera ronda en el próximo lustro y sólo un verdadero jugadorazo, Rajon Rondo, que está saliendo de un grave lesión) para redecorar su vida. Tan importante es lo primero, paciencia, como lo segundo, talento, porque al final, salvo en contadísimas excepciones, los que ganan campeonatos son los grandes equipos de muy buenos jugadores. Suerte Brad porque la mereces y porque tú éxito será una gran noticia para el baloncesto.

Málaga, fusión de basket

$
0
0




A los pies del monte Gibralfaro, la antigua Alcazaba preside una vista espléndida. En su falda el Teatro Romano y la Catedral de la Encarnación (la “manquita”, pues le falta una torre) han sido testigos mudos del espectacular cambio operado en el puerto y en la peatonal calle Larios. En el Mediterráneo mueren los estuarios del Guadalmedina y Guadalhorce. El mar todo lo refleja, todo lo traslada desde la república independiente de El Palo a la punta opuesta de la bahía donde los aficionados ansían que su Unicaja reverdezca viejos laureles. 

Hubo un tiempo en que la capital de la Costa del Sol se contoneaba entre dos amores: uno sobrio, maduro, apuesto (Caja De Ronda); el otro juvenil, desenfadado, arrollador (Mayoral Maristas). Como resultaba utópico elegir, el sueño se hizo uno. Esta es la crónica rebajada del largo noviazgo entre Málaga y el deporte de la canasta. No fue un flechazo a primera vista y muchos tahúres mediaron para seducir a través del balón naranja a la antigua ciudad fenicia. De no tener apeadero a llegar el AVE con su cesta. De competir en divisiones inferiores a pasear títulos a techo descubierto y viajar por Europa. De pegar a un balón con el pié a mimarlo entre botes con las manos. 

Si el cenachero (vendedor de pescado), la biznaga y el boquerón representan algunos de los distintivos de la Málaga tradicional, mediterránea y marinera, tres personajes entre muchos simbolizan el triunfo del baloncesto en la provincia: Alfonso Queipo de Llano, José María Martín Urbano y el fallecido Paco Rengel. Los dos primeros, hacedores de clubs y armadores de equipos, han ocupado todos los puestos imaginables en una institución deportiva: a Alfonso le ha costado mucha pasta su sana afición y su viejo Seat 1500 tenía más kilómetros que el baúl de la Piquer, entre charlas, campamentos y clinics a los que regularmente acudía con su inseparable José María. Desde el Diario Sur, Paco fue un “colaboracionista”, si podamos al término del sentido que se le dio en la 2ª Guerra Mundial: esto es, colaboró para acercar a todos los malagueños el mundo de la canasta desde la objetividad, la pasión y el humor; fundó la emblemática web basketconfidencial donde dio rienda suelta para que multitud de amigos del mundillo cooperaran con artículos y expresasen de manera libre sus opiniones. Cuando salió por la puerta de atrás del periódico creó el digital ymalaga.com, pero este año una cruel enfermedad se ha llevado a este periodista íntegro, de raza y alta escuela. Nada es fruto de la casualidad, así que veremos de dónde viene Unicaja y quienes han sido los muchos padres del éxito. 


La Prehistoria

Mediada la década de los 50, el deporte (salvo el fútbol) en las provincias era un fenómeno poco vertebrado, que se practicaba al amparo de determinados colectivos, escuelas de formación profesional y algunos colegios. En Málaga los curas de San Agustín, de San Estanislao (el hermano jesuita Ignacio Beltrán) y de los Maristas (el hermano Lucidio) tuvieron mucho que ver con el fomento y el desarrollo posterior del baloncesto.

Alfonso Queipo de Llano marchó a Madrid a estudiar. En la capital jugó en el Colegio Ateneo y se impregnó del ambiente baloncestístico del “foro” de la mano de personajes como Ferrándiz o Pinedo que le inocularon una profunda devoción por la canasta. A su vuelta, en el Colegio Maristas, jugó, entrenó e incluso proyectó películas en Super 8 de la NBA a los chavales. Allí coincidiría con el lucense Manolo Jato (el padre de Silvia, la presentadora de televisión), cuyos métodos trajeron la modernidad. Junto al incomparable Jesús Bonilla (luego mecenas -calcula que con el baloncesto habrá perdido más de 100 millones de pesetas- y máximo impulsor del baloncesto femenino en la provincia), pusieron en pie la sección de baloncesto del C.D. Málaga: Queipo ejercía de directivo y jugador; el gallego, era el técnico del primer equipo que tenía a Ramón Guardiola como estrella; y el juvenil lo llevaba un joven profesor, José María Martín Urbano, que haría carrera en la docencia y en los banquillos. Poco después Pepe Paterna los condujo al proyecto del Centro de Deportes El Palo en el Pabellón de Guadaljaire.


Caja de Ronda

Martín Urbano llevaría al conjunto junior a disputar su primera fase final de Campeonato de España de 1976 en Vinaroz. El verano del año siguiente, accedió a la demanda de su cuñado que le conminaba a echar una mano en la organización de unos juegos deportivos para empleados de la Caja de Ronda. En la grada de Carranque instó a Paco Moreno (secretario general de la entidad) a patrocinar la aventura baloncestística de El Palo. Su demanda no cayó en saco roto y la respuesta sorprendió a Queipo en un crucero de vacaciones. En unos días presentaron un informe a Juan De la Rosa (director general) y se constituyó la S.D. Caja de Ronda que salió en Tercera División con una aportación de 1 millón de pesetas de la entidad ahorradora (dicen que Alfonso puso 3 de su bolsillo).

En la fase de Granada del 78, con Queipo en el banquillo, se ascendió a 1ªB. La campaña venidera traía un nuevo escenario, el nuevo Pabellón Ciudad Jardín, con el campeón de Europa, Bosna de Sarajevo, como invitado a la inauguración. A los dos meses, unas lluvias torrenciales provocaron que el equipo se mudara nuevamente al Pabellón de Tiro de Pichón. En sólo 3 años se alcanzó la máxima categoría nacional (la primera división) ante el Santa Clara de Vigo, con el gran Antonio Guadamuro (junto a Miguel Ángel Martín y José Emilio Nuñez, pioneros en la información de basket en la ciudad) relatando la hazaña en la primera retransmisión por radio a nivel local de este deporte. La gesta se consiguió con Damián Caneda en el banquillo y Paco Moreno y Alfonso Queipo (que sería más adelante uno de los fundadores de la ACB) en los despachos. De los héroes del ascenso se mantuvo a Alonso, Ferrer, Gallar, Gómez, Logroño y al histórico Rafael Pozo y se pensó como entrenador en Ramón Guardiola, ayudante de Lolo en el Madrid, para afrontar, junto a los refuerzos de Ron Charles (campeón universitario con Magic en Michigan State), Ángel Navarro, Prada y López Abril, el aterrizaje en la élite en la campaña 81/82. El resultado, un honroso décimo puesto. Con mi admirado Moncho Monsalve (auxiliado por Martín Urbano) se vivió un bienio de cierta estabilidad hasta que en la 84/85 se descendió. Dos años se tardó en retornar a la categoría, esta vez con Arturo Ortega al frente. Pero fue en la 88/89 cuando el proyecto, con Mario Pesquera a la cabeza, se consolidó.


Y en éstas que llega Maristas 

Si el equipo de Pesquera realizaba el baloncesto más elaborado y con mejor selección de tiro de la Liga, a la ACB asomó un soplo de aire fresco con un equipo fuera de catálogo, guerrillero, de patio de colegio. Maristas y su “Viriato”, Javier Imbroda, revolucionaron la Liga.

El Ademar Basket Club había nacido en 1953 para cambiar su denominación por Club Baloncesto Maristas en 1972. La fábula moderna del colegio tiene su inicio en la temporada 81/82 con Damián Caneda como entrenador y Jacinto Castillo eterno y vital como gerente, pero se quedaron a las puertas del ascenso a 1ªB. Dos años después con Caneda ejerciendo de presidente y Manuel Romero de preparador se obtuvo la recompensa en Burgos, pero en la siguiente campaña Javier Imbroda no tuvo suerte en su estreno y se desandó el camino. La ampliación a 24 equipos de la categoría el curso siguiente implicó su regreso a la división de plata en una ruta que ya no tenía vuelta a atrás. 


Rafael Domínguez de Gor, propietario de la empresa de moda juvenil e infantil, Mayoral, que por entonces facturaba cerca de 8.000 millones de pesetas, y antiguo alumno del colegio, entró en escena y patrocinó al equipo. Se conservó el bloque de jugadores nacionales y para la incorporación de los foráneos se tiró de los contactos que los hermanos Maristas conservaban por el mundo. De esta peregrina manera arribó en la 86/87 desde la liga irlandesa el saltarín Mike Smith (que brincó por encima de Paco Solsona, base del Badajoz, para dejar boquiabierto al personal y hacerse con el concurso de mates). Llegó a oídos de los andaluces la existencia de un jovencito holandés de 2,20 metros que destacaba en el Marist College de Nueva York. Más el destino de Rick Smits estaba marcado: sería seleccionado en el puesto 2 del draft y triunfaría plenamente en los Pacers de Indiana durante años. Firmaron a Dave Cooke, pero fue expulsado en Tenerife a falta de cuatro jornadas, por lo que se empleó de urgencia a un recomendado de Mike en la liga irlandesa, Ray Smith. La sociedad formada por los del común apellido trascendió su pequeño entorno mediterráneo y se labró una leyenda crepuscular durante las siguientes tres campañas: puntos y espectáculo a mansalva. 

En la primavera del 88 el colegio fletó 8 autocares y llegaron 700 maristas en excursión a Sevilla para intentar el asalto a la ACB en el segundo partido del playoff de octavos ante el Caja San Fernando. Todos con la misma camiseta (ahora costumbre tan celebrada en los actuales pabellones de la NBA). Dicho y hecho. La Asociación de clubs había ampliado el rango de equipos hasta 24 con la creación de la A-1 y la A-2 para la siguiente campaña. La cuarta plaza final después de eliminar a Breogan en cuartos y caer en semifinales ante el Askatuak daba el acceso por invitación a la ACB. El sueño colegial se había cumplido. 


Dos mundos distintos que convergen en espacio y tiempo

Málaga contaba con dos equipos en ACB. No encontraron una rivalidad renacentista, cual Capuletos y Montescos, pero sí hubo sus piques. Paco Moreno se arrimaba a las instrucciones de la Asociación de Clubs sobre la coincidencia geográfica y reclamaba una indemnización “El Caja de Ronda no puede apoyar la candidatura del Mayoral para la Serie A. Otra cosa es que como persona, desee y esté de acuerdo con la existencia en Málaga de otro equipo en Primera División”. Pelillos a la mar. Ambos zarparían en dos proyectos muy distintos que han quedado en el imaginario de la gente. 

Caja de Ronda era un equipo corto (Pesquera apenas utilizaba siete jugadores), de juego masticado y ritmo sostenido, de pulso bajo, porte regio y raya diplomática. Apuraban las posesiones sabedores de que a los contrarios a partir del segundo veinte les flojeaban las piernas. Habían firmado a un reciente campeón de Europa, Ricky Brown, de toque elegante y mejores pies, que se complementaba con la exuberancia física y buena mano de Joe Arlauckas. El triple poste lo cerraba Rafa Vecina, al que Miquel Nolis había enseñado el oficio, Nino Buscató había instruido en los secretos del tiro y Ed Johnson adiestrado en los movimientos cerca de la bombilla. Un físico de broma, con una rodilla sin apenas cartílago, apenas sostenía la enorme calidad del badalonés… la cabecita ya la traía de casa. En el cerebro/ordenador de Fede Ramiro cabía todo el baloncesto, era un manual completo de dirección, en cada jugada mejoraba a sus compañeros. Entre los “cuatro fantásticos” se cocinaban los minutos (Ramiro llegó a promediar en la segunda temporada 40,33 minutos por partido) y los puntos. El puesto de escolta se lo ventilaban entre Blanco, Palacios y Grau. Pesquera sabía de la inteligencia en ataque de sus estrellas y de sus limitaciones físicas atrás, con lo diseñó una defensa inteligente buscando las áreas en que los tiradores contrarios bajaran sus porcentajes, a la vez que “trampeaba” con sus célebres zonas match-up con el ánimo de confundir los ataques enemigos. Dos quintos puestos reflejaron el triunfo de un baloncesto excelente, de laboratorio y estudio. De premio, Ramiro y Vecina fueron convocados con la selección.

Lo de Maristas era puro rock & roll, un canto a la insurgencia, a la herejía, una vuelta al romanticismo (sin pivots, sólo José Pedro García se podía batir el cobre por dentro). Los Smith eran dos moscas en un vaso de leche. Imbroda movía la cucharilla y aquello era un no parar, un ritmo febril, de universidad americana, que hacía boquear al oponente de turno. La pirotecnia no parecía tener fin, la llamada a la presión en todo el campo del melillense (que paradójicamente fue suspendido en esa materia en el 82 por Ángel Pardo, seleccionador juvenil), encontraba oportuna respuesta en sus aleccionadas tropas. Juego directo, a tumba abierta buscando el error rival. El milagro se obró con la misma plantilla -que quintuplicó sus exiguos salarios- del ascenso (de la que se cayeron Gallar y Juanma Rodríguez, que se tiró un mes sin dirigir la palabra a Imbroda y Castillo, pero que pasó a ser el tercer entrenador y posteriormente director deportivo del club durante 16 años) con la incorporación sucesiva de nuevos talentos de la cantera como Luna, el legendario Nacho Rodríguez –hermano de Juanma- de dilatada carrera posterior en el Barcelona y en el Equipo Nacional, o Achi Castillo -hijo de Jacinto-, probablemente el jugador malagueño de mayor clase, pero que se equivocó marchándose muy joven a Taugres y a su vuelta no se pudo subir al tren en marcha y abandonó el deporte. El Nuevo Carranque, como en su día había pronosticado Imbroda con el antiguo pabellón del colegio, también se quedó chico. El buen rollo de los jugadores, cuentan que cada viernes se celebraban las “polladas” -comidas de pollo asado- en casa de algún miembro de la plantilla, se contagió a la grada que durante 4 años se abandonó a una quimera infantil al grito de ¡Esto es Mayoral!


Uno mejor que dos: la fusión

En el año de la Expo de Sevilla y los Juegos Olímpicos de Barcelona se puso fin a la aventura por separado y nació el CB Málaga SAD con Raimundo Traspalacios de presidente, Rafael Jiménez de gerente, Juanma Rodríguez de director técnico deportivo y J.C. Gaspar en la dirección de marketing y promoción. No entraron los históricos Queipo de Llano y Jacinto Castillo. Éste, pasado el tiempo, sería el primer ojeador español en Europa de la NBA, donde tiene un enorme prestigio, para los Bucks de Milwaukee. A Martín Urbano se le orilló para trabajar con la cantera. Javier Imbroda y Pedro Ramírez se hicieron cargo del primer equipo. En tres años se estuvo a un triple (no convertido por Mike Ansley) de la gloria en el cuarto partido de la final de la ACB.

La 98/99 supuso otro giro de tuerca: Pedro Ramírez se quedó huérfano, tras la salida de Imbroda rumbo al Caja San Fernando sevillano, se prescindió de Martín Urbano y Nacho Rodríguez emigró al Barsa en busca de trofeos. Al año siguiente se subió otro escalón con la contratación de Boza Maljkovic y la final de la Korac ante el Limoges. Sólo habría que esperar unos meses para compensar la decepción europea, pues esta vez el título no se escaparía con el Hemofarm Vrsac como contrincante. El cuarto puesto liguero coronó una gran campaña. En la 2001-2002 se abordó sin éxito una nueva final de ACB: el 3-0 del TAU Baskonia dejó con las manos vacías a los andaluces que pasaron por dos años de secano.

Con Garbajosa, otra cosa

Para la 2004/05 se tiró la casa por la ventana. Se firmaron fichajes de relumbrón: Pepe Sánchez, J.R. Bremer, Florent Pietrus, Fran Vázquez, Tabak y Garbajosa. Del cuadro anterior permanecieron Cabezas, Berni, Herrmann y Risacher con el gran Sergio Scariolo (que había sustituido, mediada la campaña precedente, a Paco Alonso) al mando. 

La Copa de Zaragoza fue la primera parada a la gloria. Si Herrmann resultó determinante ante los rivales levantinos (Etosa Alicante y Pamesa Valencia), con un cuarto para entronizar la pizarra de Scariolo y su zona 1-3-1- que dio la vuelta a una semifinal perdida, Bremer se destapó con 17 puntos en la final ante el Madrid, al que Garbajosa terminó por rematar con otros tantos. Campeones y MVP para el asesino silencioso de Torrejón.

Lo mejor estaba por llegar. El equipo había cuajado lo suficiente para hacerse con la ACB en la temporada sucesiva. El indiscutible 3-0 sobre Baskonia sirvió para acrecentar la fama del estudioso italiano, inmortalizar a un equipo y encumbrar definitivamente a Jorge Garbajosa, el mejor jugador de la historia del club, que daría el salto a los Raptors de la NBA. Listo como pocos, Garbo redefinió el puesto de 4 moderno. Pocos flashes le enfocaron cerca de las alambradas de la zona, pero su conocimiento del juego ¡cuántas faltas de ataque sacaba!, su capacidad de pase y su mano letal le hicieron un jugador de época. De cualquier época.


El futuro

De ahí en adelante, la travesía por el desierto… Una presencia en la Final Four Europea de Atenas en 2007 con el mítico triple de Pepe Sánchez en cuartos… Después, un comienzo ilusionante con Aíto (final de Copa), pero el maestro madrileño no terminó de sintonizar ni con la grada ni con la directiva. En los últimos tiempos, se han contratado entrenadores de distintos paladar y envergadura, Chus Mateo, Luis Casimiro y Jasmin Repesa; se ha invertido mucho dinero en fichajes de toda índole y nacionalidad; se trajo para la dirección deportiva a Berdi Pérez (pero ya no está); se buscó en Carlos Jiménez un impulso para la cantera y en Manolo Rubia un alma conocedora de la casa, pero el resultado por ahora ha sido baldío (paciencia). Ahora se ha pensado en un enorme entrenador como Joan Plaza para llevar la nave a buen puerto y desde algunos rincones reclaman a los mandamases, Braulio Medel y Eduardo García, un director deportivo general con conocimiento del mercado exterior para Los Guindos, aunque no será por jugadores, que en el reciente lustro han llegado unos cuántos.

Sólo espero que por la salud de nuestro baloncesto en Málaga (Vitoria, San Sebastián, Bilbao, Santiago, Sevilla, Valladolid, Murcia, Las Palmas, Tenerife, Zaragoza y Valencia) den con la tecla del éxito. En estos tiempos de carestía se necesita que las grandes ciudades y sus alrededores (Fuenlabrada, Badalona o Manresa) incorporen modelos estructurados, ilusionantes y victoriosos, con espacio para sus canteras, que compitan con el binomio Madrid-Barcelona. Aunque sólo sea para que en “La trastienda” malagueña de Paco Ramos Llorca, los comensales, veteranos del baloncesto malagueño, tengan una vez al mes un ratito para contar batallitas de su deporte preferido…

Amaya Valdemoro, una grande

$
0
0

Ahora todo parece “sencillo”. La selección femenina de baloncesto ha subido a lo más alto del cajón en el Europeo disputado en Francia y las chicas que vienen detrás han copado los pódiums de sus respectivos campeonatos (oros en los Europeos sub 20, sub 18 y sub 16 y cuartas en el Mundial sub 19) en un verano de ensueño. El presente parece espléndido y el futuro, si salvamos la tan manida crisis, más que prometedor. Sin embargo, poca gente conoce que hasta el año 74 el equipo nacional sólo había disputado 10 partidos internacionales, datando el estreno del 16 de junio de 1963 ante Suiza en Magrat. Cae lejos, pero no tanto. El 50 aniversario no ha podido deparar mejores regalos. 

Mis primeras imágenes llegan en color (que no soy tan mayor), pero sin alta definición. Recuerdo a Anna Junyer y Rosa Castillo, en su magnífico equipo de juguete, el Comansi, dirigido por María Planas, esposa de Eduardo Portela. Rememoro la polémica que en su día se suscitó en torno a la sensacional Marisol Paíno (y las dudas sobre su feminidad) y evoco los pequeños pasos que se dieron hasta cristalizar los primeros éxitos. El programa ADO tan cuidadosamente elaborado por Chema Buceta fructificó un año después de los Juegos Olímpicos de Barcelona donde se concluyó quintas. Perugia 93 es el principio con mayúsculas. Un día antes del inicio de la competición una noticia conmocionó el evento: la muerte de Drazen Petrovic en accidente de tráfico. Doce mujeres (Laura Grande, Carolina Múgica, Blanca Ares, Mar Xantal, Pilar Alonso, Wonny Geuer, Pilar Valero, Ana Belen Álvaro, Mónica Messa, Marina Ferragut, Betty Cebrián, Paloma Sánchez) y su seleccionador (Manolo Coloma) entraron en la historia para siempre. Campeonas de Europa al imponerse a Francia 63-53. Los 24 puntos de Blanca Ares y la entrada de Ferragut (9 puntos y 10 rebotes) resultaron determinantes. En el podio las chicas hacían piña entonando el tan tarareado por entonces “Indurain, Indurain” (el navarro ese día repetía Giro). Meses antes el Dorna Godella se había hecho con su segundo entorchado europeo consecutivo de clubs. Han pasado los años y España se ha instalado definitivamente en la élite. Nada es casual. Detrás hay una ardua labor de multitud de clubs, el trabajo diario de un porrón de entrenadores y la ilusión de una legión de niñas. La Federación ha hecho lo suyo. Sus ojeadores han cubierto campeonatos nacionales de base y han separado a lo más granado en el Colell en julio. Ha seguido un Programa de Detección de Talentos hasta los 15 años y ha creado una Comisión de Seguimiento Individualizado a partir de los 16. Si toda esa capacidad la pones al servicio de entrenadores del nivel de Carlos Colinas, Jordi Fernández, José Ignacio Hernández, Evaristo Méndez o Lucas Mondelo, los resultados llegan. El baloncesto es el deporte femenino con mayor número de federadas. Ahí radica el secreto: de la cantidad bien conducida sale la calidad.

Tras el Europeo nuestra más insigne representante, Amaya Valdemoro, ha anunciado su retirada de la Selección. Así que creo llegado el momento de, a través de un recorrido por su carrera, rendir un humilde homenaje a su trayectoria y a todo el baloncesto femenino.

Una atleta

Si alguien preguntara a Amaya qué hubiera querido ser, respondería sin dudarlo que campeona olímpica de los 1.500 metros. Y en esas estaba, corriendo, saltando y lanzando (obtuvo el título infantil de la Comunidad en la disciplina de peso) cuando siendo una niña, un día cualquiera el baloncesto se cruzó de manera fortuita en su vida. Con 12 años acudió a ver un partido de su hermana Virginia en el Sagrado Corazón; el equipo contrario no se presentó y las faltaba una para jugar la pachanga. Amaya completó el partidillo y desde entonces no se ha bajado del carro. Pasó por el histórico Tintoretto y por la Complutense. Aún adolescente, con 15 años, empezó su peregrinar por el mundo: emigró a Salamanca y resultó concluyente en la fase de ascenso a Primera División (23 puntos de la mocosa en la final). Un año más tarde debutaba en la máxima categoría, la firmaba el Dorna Godella y con 17 gozaba desde el banquillo con los títulos nacionales y continentales de las valencianas y hacía sus pinitos en la selección absoluta (en categorías inferiores ya abría su despensa de medallas –platas- en los europeos cadete y juvenil de los años 93 y 94).

“Siempre quería pelea“

Así la define Miki Vukovic en el magnífico y emotivo reportaje que el año pasado emitió Informe Robinson. Su espartano entrenador en la capital del Turia va más allá: “con 16 años tenía más nivel de juego que algunas de las americanas”, pero Amaya no olvida y parodia con gracia las tremendas broncas del balcánico, que la bajaba los humos y la ponía en tierra. Vukovic frotó su ego con piedra pómez limpiando toda impertinencia e idolatría juvenil. Su carácter ganador “no soporto perder, ganar es adictivo” fue asomando en esos primeros años. Retornó a tierras charras con el Halcón Viajes para, tras dos temporadas, salir envuelta en la polémica con dirección al Pool Getafe de Guimaraes. Allí coincidió con Antonio Díaz Miguel y Blanca Ares, mejor jugadora española y europea del momento (25, 39 y 37 puntos en la final de la Liga del 97), con la que tuvo sus roces. Análogo espíritu combativo y dos gallos en el mismo corral. La estrella consagrada acusó en Gigantes a la joven de falta de carácter, de anotar en los partidos fáciles, pero “cuando llegan los choques importantes se ve que todavía está por hacer, no es capaz de aguantar la presión”. Amaya replicó “No merece la pena hablar de una tipeja como ésta. Todo el mundillo del baloncesto femenino la conoce”. Polémicas pretéritas, afortunadamente olvidadas por dos extraordinarias competidoras: “Ella fue una grandísima jugadora que, como yo, sólo quería ser la mejor. Y chocábamos. Era competición pura. Ahora ya no hay duelos así”, conciliaba añorante tiempo después la Valdemoro. 

Salamanca-Valencia / Valencia-Salamanca

Entre esas dos ciudades ha consagrado 12 años de su vida deportiva. Su relación con la ciudad castellana se debatió entre la profunda adoración de los aficionados cuando era local, a la más honda ojeriza como rival. Allí hizo la burrada de 49 puntos –su récord- en una semifinal liguera frente al Ensino de Lugo. Por cierto, en la ciudad gallega se declaró el primer Partido de Alto Riesgo del baloncesto femenino y Amaya respondió con dos sopapos a un individuo que la tiró de la coleta y la golpeó en la nuca. En cambio, a orillas de la Malvarrosa siempre se la llenó de afecto. Su caudal de títulos en Levante (6 Ligas, 6 Copas, 4 Supercopas y un Mundial de Clubs) justifica el apego y el cariño de los seguidores ches. Probablemente fue el lugar donde más disfrutó del baloncesto cuando su exuberancia física le permitía arrollar a sus rivales con sus penetraciones hacia el aro y sus lanzamientos largos. Así los incondicionales de la Fuente de San Luis contemplaron una insólita pancarta una mañana de domingo, mediado el partido: “Amaya ¿dónde está el Cola Cao?”, anunciaba el rótulo. Cuando la Valdemoro contempló la escena no pudo menos que carcajearse ante las interpelaciones curiosas de sus compañeras. Un puñado de amigos de Madrid se había acercado el fin de semana y pernoctaban en su piso. Tras la cena y a una hora prudencial Amaya había abandonado el séquito, que siguió de fiesta. Cuando se levantó tardó un buen rato en encontrar la ropa de juego que había dejado doblada cuidadosamente la noche anterior. Aquello era un desbarajuste. Buscó y buscó hasta que dio con ella. Uno de los colegas la tomó como pijama. Le despertó, recogió el uniforme y se fue al pabellón pensando que la tropa se quedaría en brazos de Morfeo. Pero los visitantes no la fallaron. Hicieron de tripas corazón y se levantaron para verla jugar, no sin que por ello no dejaran claro en público a su anfitriona el descontento con la ausencia del imprescindible ingrediente en el desayuno. Tiempos felices. 

WBNA: luces y sombras

Con 21 años Amaya decidió emprender la aventura americana destino Houston. Las Comets habían ganado el campeonato anterior y reforzaban el puesto de alero con la incorporación de la de Alcobendas. La competencia en la posición era brutal, pues tenía por delante a las tres mejores alas del mundo: Janet Arcain, Cynthia Cooper y Sheryl Swoopes. En las escasas oportunidades que el laureado entrenador Van Chancellor (4 veces campeón con las profesionales, 14 con las universitarias en Mississipi, oro olímpico en Atenas 2004) le dio entrada en cancha, Valdemoro cumplió de largo. Los cinco veranos tejanos dieron para mucho bueno: tres títulos de la WBNA (con remontada histórica –caían por 11 a 4 minutos del último partido- en el primer campeonato ante las Mercury de Phoenix, entrenadas por la gran Cheryl Miller), recepciones en la Casa Blanca con los presidentes Bush (que la habló en castellano sobre su amigo Aznar) y Clinton (mucho más simpático), pabellones de 15.000 personas repletos, sorpresas de grandes estrellas de la NBA (Charles “el gordo” Barkley había encargado un ramo de rosas para cada una de las jugadoras el día de la apertura del torneo o las felicitaciones de Clyde Drexler), un poster enorme de Michael Jordan (la Valdemoro es muy mitómana y tiene al de Brooklyn en su Santísima Trinidad, junto a Drazen Petrovic y Fermín Cacho) que no había podido encontrar y que un día alguien dejó en su taquilla y el título en un concurso de culos (¡eh! en pantalón corto, por supuesto, que la broma no fue a más), al que la apuntó un cheerleader de la franquicia. Para morro… la madrileña. 

También le depararon algunos sinsabores: vivió el drama del fallecimiento de Kim Perrot, base titular del equipo en los dos primeros anillos de “las cometas”, a la que en febrero del 99 se le detectó un cáncer de pulmón, poco después se le extendió al cerebro y en agosto, en los días previos a las finales, falleció. Se le otorgó a título póstumo la tercera alianza y se retiró su camiseta con el número 10. 

A Amaya siempre le quedará el pesar de no haber gozado de mayor protagonismo en las escuetas rotaciones de su coach. En los entrenos podía pasarse dos horas seguidas defendiendo con el quinteto suplente hasta que las titulares atacaran bien. En su inicio su inglés le jugó una mala pasada: entendió “four, forty” (4,40), en lugar de “four, fourteen” (4,14) para la hora de la convocatoria, el equipo se marchó y a ella la recogió una limusina. “Rookie como perdamos lo vas a pagar muy caro”, le avisó su entrenador. Menos mal que ganaron. Llegó incluso a entrenar durante un par de semanas con un dedo roto para no perder la forma. Tras los dos primeros años pensó cambiar de equipo: Indiana, Seattle y Miami mostraron interés, pero no la dejaron salir. A la cuarta -en 2001- parecía ir la vencida, tras la retirada de Cynthia Cooper, pero el físico no le aguantó. La tendinitis crónica en el rotuliano de ambas rodillas, la hacía levantarse con dolores varias veces cada noche y la impedía conducir y permanecer sentada mucho tiempo. Se operó sola en Estados Unidos y se perdió el bronce Europeo en Francia. Tres días después de la intervención un tornado casi arrasa la región. La Valdemoro, imposibilitada, se tiró un día entero comiendo galletas, pues la persona que tenía que llevarla la comida no pudo acceder a la zona. En su quinto verano en la liga americana, la cortaron en el último momento. Después, en el Mundial de China, Van Chancellor y su ayudante “sorprendidos” por su juego la animaron para que regresara. Harta de no poder demostrar sus cualidades, no volvió más. 

Desde Rusia con… frío

Concluyó otro ciclo exitoso en Valencia y en junio de 2005 le llegó la oportunidad económica de su vida. Fichó por el Samara ruso, entonces vigente campeón de Europa, que la triplicaba el sueldo. Sabía lo que la esperaba: frío polar con temperaturas de hasta -40º, un idioma imposible, un chalecito precioso en las afueras, chofer –Dimitri- a su disposición las 24 horas, monotonía (de casa al pabellón y del pabellón a casa), un club profesional con 30 empleados, desplazamientos larguísimos cubiertos en avión o en tren (coche cama), un gran espectáculo con cheerleaders y rayos laser antes de cada encuentro de Euroliga y la plantilla más completa en la que haya jugado en el Viejo Continente, con gente de la talla de María Stepanova, Ann Wauters o Ilona Korstin. Triunfó (fue nombrada mejor extranjera de la Liga en su debut y escogida para el All Star Game de la Euroliga en 2006, 2007 y 2008), pero en los tres años que permaneció en Rusia (dos en el Samara y otro en el CSKA) le quedó clavada la espinita de la Copa de Europa. En su estreno estuvieron cerca, pero una colosal Nykesha Sales encestó 16 puntos en el último cuarto y aupó al local Brno hacia el título. Fue una etapa dura de especial maduración personal, donde convivió consigo misma y desterró sus manías en la cancha con la ayuda de un psicólogo deportivo. Se hizo adicta al Skype, leyó sin descanso y visionó un montón de películas que sus amigos la grababan. De buen saque, echó de menos como nunca el cocido de su abuela Lucía o las lentejas de la madre de Elisa Aguilar. Con frecuencia añoraba el placer de sentarse a la mesa de un buen restaurante español. 

Madariaga

Amaya tuvo la inmensa desgracia de perder a su madre muy jovencita. Con apenas 18 años un cruel cáncer se la quitó. Días antes de morir tuvieron una conversación: “Siempre que metas una canasta acuérdate de mí”. Esas palabras la han acompañado y la vinieron a la cabeza después de alcanzar su sueño, participar en unos Juegos Olímpicos. 

La empresa no fue fácil y llegó por el sendero de la épica. España acudió al Europeo de Grecia con el objetivo de clasificarse para los Juegos que un año después tendrían lugar en la capital helena. Para ello era requisito imprescindible colgarse una medalla, pues sólo acudían las tres primeras. Tras el temido y sufrido cruce de cuartos ante Serbia y Montenegro (una zona y tres triples de Ferragut ayudaron a pasar el trance), se cruzaron nuevamente en semifinales con las imponentes rusas, a las que se había vencido en la fase inicial. Se llegó con opciones hasta el último minuto para finalmente caer 78-71. Había que levantar el ánimo porque en el bronce estaba el premio olímpico. Esperaba Polonia y una de las mayores hazañas del baloncesto español. El equipo llegó fundido, sin la actividad defensiva habitual: no se pasaban por delante los bloqueos, las ayudas llegaban tarde y Bibrzycka (19 puntos) y la gigante Dydek (21) campaban a sus anchas. Los parciales eran desalentadores: 35-49 al descanso, 56-71 al final del tercer cuarto y 56-71 a 9 minutos. Cuando todo parecía perdido, España tiró de casta y Cholas de las piernas frescas de las suplentes: Rosi Sánchez había abierto la lata de la zona eslava con 2 triples y las jóvenes Marta Fernández (19 puntos en 20 minutos) y Nuria Martínez (14 en 15) voltearon el marcador con un parcial de 31-10 en el último período. El deseado bronce. Un milagro que emocionó a todo el país. Amaya, máxima anotadora del torneo, loca de alegría declaraba que era el momento más feliz de su vida deportiva. 

Primer partido de los Juegos y Amaya sorprende incluso a su gente. Cuando se despoja del chándal para acudir al salto inicial, el apellido que aparece inscrito en su camiseta no es el habitual. Nueve años después de su fallecimiento, Amaya rinde su particular y sentido homenaje a su madre. En España, su padre Álvaro y su hermana Virginia, que ignoraban la ocurrencia, lloran a lágrima viva. El apellido rotulado era Madariaga. Los norteamericanos, en cambio, pensaron que se había casado y había tomado el apellido del marido. España borda el primer cuarto ante China y Amaya sale poseída (sin duda auxiliada desde arriba) y ve el aro como una piscina “tiraba y las veía todas dentro”, confiesa perpleja. Hace 22 puntos en 10 minutos en una serie estratosférica (5 de 6 canastas en lanzamientos de 2 puntos y 4 de 5 triples). España completa un torneo excelente, pero Brasil (con la veterana Janeth Arcain y sus 27 puntos) le impide el acceso a las medallas en cuartos. Un sexto puesto más que digno y el orgullo de sentirse olímpica con el recuerdo emocionante de la entrada al estadio en la ceremonia inaugural. A la vuelta las desavenencias de las jugadoras con los métodos del exigente Vicente “Cholas” Rodríguez, trajeron la destitución de éste. 

Su equipo: la Selección

Podía llegar exprimida por la competición, maltratada por las lesiones, pero la Valdemoro estaba deseando que entrara el verano para concentrarse con el equipo de su vida, la Selección Española. Ningún hombre o mujer ha vestido tantas veces la elástica nacional como ella: 258 ocasiones. La quedaba como un guante (incluso el cacareado body que tanto aborrecía del Mundial del 2002). La camiseta roja estaba hecha a su medida. “Aún se me pone la carne de gallina cada vez que me pongo la camiseta de España”, manifestaba emocionada.

Pese al curriculum de Amaya, nadie gana siempre ni casi nadie pierde eternamente. La Valdemoro ha vivido y participado (salvo, por lesión, en el bronce Europeo de Francia 2001 con aparición estelar de Nieves Anula) en todos los éxitos del combinado nacional los últimos 20 años. Sus vitrinas custodian 5 medallas europeas (una de oro, una de plata y tres de bronce) y una presea mundial de bronce. A nivel individual ha sido varias veces máxima encestadora de estos torneos y en 2007 fue elegida MVP del Eurobasket. 

Pero quizá lo más importante sea su contribución al crecimiento del baloncesto femenino en las dos últimas décadas. La selección acudía a los campeonatos en clara inferioridad física en relación a sus principales rivales, que eran mucho más altas y fuertes. Su baloncesto de conjunto había de rozar la perfección defensiva, con agresividad, pasando los bloqueos por delante para evitar los cambios, ritmo alto con rotaciones de 10 jugadoras, “sembrando desde el minuto 1 para recoger en el 39”, como argumentaba Evaristo Pérez. En ataque había que dar sitio al talento de las jugadoras exteriores obligando durante años a que las pivots estuvieran muy cerca del aro; así se ganaba espacio para que las pequeñas aprovecharan su uno contra uno. Hasta la impensable aparición de Alba Torrens con sus 192 centímetros y sus inabarcables condiciones, Amaya se veía obligada a sujetar a la 3 rival, que normalmente la sacaba la cabeza, y echar una mano considerable en el rebote, en lugar de asentarse en su posición natural, la de escolta. Hasta la llegada de Sancho Little, las interiores no han competido en condiciones naturales de equilibrio. Qué trabajo han hecho en este tiempo Woonny Geuer, Betty Cebrián, Marina Ferragut o Anna Montañana, por ejemplo. Toda una evolución. Toda una revolución.

Si tuviera que elegir un solo partido de los 254, quizá me quedaría con el de cuartos de final frente a Francia en el Mundial de la República Checa donde la fe nuevamente llevó a la victoria. Era viernes 1 de octubre del 2010, en pleno veranillo de San Miguel. La cosa tenía muy mala pinta. Se llegó a marchar 12 puntos abajo y se entró en el último medio minuto con seis puntos de desventaja y posesión gala. España pierde de 1 y Francia saca desde la línea de centro con 10 segundos por jugarse. El tiempo muerto de José Ignacio Hernández es histórico (vean Youtube). Diseña una jugada para Amaya, que antes de salir a pista da un grito a sus compañeras: “Si yo no puedo, la que la coja, para adentro”. España hace falta y la francesa sólo convierte un tiro libre, Alba Torrens rebotea y pasa el balón a Amaya que recorre el campo, finta el cambio de dirección y se va hacia canasta con todo. Deja una entrada a tabla y empata sobre el segundero. ¡Dios qué subidón! ¡Qué saltos en casa! “Es lo que todos querríamos ser de mayor, Amaya Valdemoro” vocifera emocionado el gran Quique Peinado en la retransmisión de Marca TV. Amaya ha hecho 7 puntos en los últimos 27 segundos del tiempo reglamentario y el encuentro llega a la prórroga. España se impone 74-71, con 28 puntos de Amaya en 43 minutos, y se toma con calma las semifinales ante el imposible equipo estadounidense (70-106). Esa no es su guerra. En la final de consolación, la defensa colectiva y los puntos de Little (22), Torrens (18) y Valdemoro (16) nos imantan al bronce. 

Un año después llegó la gran decepción. El equipo que pretendía regresar del Europeo de Polonia con el oro colgado no pudo sobreponerse a la mala suerte y a las lesiones de Marta Xargay, Amaya Valdemoro (su problema de circulación –varices internas- en su renqueante gemelo derecho le viene de lejos) y de Sancho Little. Cayó en la fase de grupos y se quedó sin los Juegos Olímpicos de Londres en la mayor decepción de la carrera de la Valdemoro. Tragaron saliva y en 2012 jugaron el PreEuropeo. Verano del 2013 y Francia les esperaba en la final de su Europeo: la victoria con Torrens, Little y Lima sublimes, supuso el broche perfecto para la despedida de la selección de dos amigas inseparables (que recogieron la copa juntas), Amaya Valdemoro y Elisa Aguilar. Por fin campeonas de Europa.

¿A dónde ibas?

Octubre de 2011. Amaya ha vuelto a Madrid. En su primer año en Rivas ha ayudado al equipo a adjudicarse su primera Copa de la Reina. Ilusionada inicia su segunda temporada en el debut en casa en Euroliga. A falta de 24 segundos va a taponar un tiro debajo del aro, se desequilibra y apoya los brazos antes de caer de espaldas. Se rompe las dos muñecas. Sus gritos desde el suelo sobrecogen a un pabellón mudo. El dolor es tal que se desmaya varias veces. Sale del campo encorvada, como un guiñapo, ayudada por el fisioterapeuta “nunca llegué a pensar que una persona podría soportar tanto dolor”, manifestaría más tarde. “¿A dónde ibas? Que tú ya no estás para esas cosas”, la dijo sabiamente su padre. La escayolan la muñeca derecha y la operan de la izquierda. Durante días necesita ayuda para todo: no puede coger los cubiertos para comer ni vestirse sola. La rehabilitación es dura. Raúl Martínez, José Antonio Fernández y David Baos la aguantan y la recuperan. Llegado el momento llama a su amiga del alma para la prueba del algodón: “Elisa vente a tirar conmigo”. La prueba no puede ser más desalentadora, los lanzamientos a dos metros no tocan ni el aro. El trayecto de Rivas a Alcobendas lo hace llorando como una Magdalena. Pero lo que no mata te hace fuerte y Amaya vuelve a ser jugadora de baloncesto 4 meses después de su infortunio. En primavera caen en Estambul en la final del Euroliga ante el Ros Casares (que tristemente desaparecería poco después).

En septiembre del 2012 firmó por el Tarsus turco. Viajes rocambolescos e interminables, un presidente despótico que repartía las primas a su antojo. Como El Almendro, vuelve a casa por Navidad, pero decide rescindir el contrato. Se va de vacaciones a Brasil y, asqueada, no quiere saber nada de baloncesto durante un mes y medio. A su vuelta tiene claro que quiere jugar el Europeo con la selección y recibe un trato patricio (criticado por algunos círculos) desde la Federación. Desecha ofertas, se pone en forma (entre físico y pilates) y entrena y juega con el Canoe. En junio vuelve con el oro colgado de Orchies. 

¿Y luego?

Probablemente Amaya no ha tenido la elegancia de Laia Palau, ni la facilidad de Alba Torrens ni la fuerza de Sancho Little, pero nadie ha puesto en tela de juicio su compromiso febril, su casta ganadora, su carácter inquebrantable. Siempre ha estado ahí para jugarse el último tiro. Ha endurecido la mandíbula para defender a la figura rival (que a unas cuántas ha anulado), ha torcido el gesto para dar el grito de alerta o la voz de aliento. Ha sido un espejo, un referente, una imagen en la que miles de niñas se han mirado ilusionadas. Un torrente, un volcán en erupción. Ha sido Amaya Valdemoro. La mejor.

El pasado lo ha escrito con sangre, sudor y lágrimas (es muy “llorona”) y lo ha cincelado en letras de oro, plata y bronce, que de todo ha habido. El futuro es una página en blanco que Amaya habrá de rellenar: más baloncesto, escuelas, medios de comunicación (que piquito tiene un rato la amiga)… Quién sabe. Algo relacionado con el deporte, eso seguro. Si el genio de la lámpara se le apareciese para concederle un deseo deportivo, tengo claro lo que diría: “Dame salud para jugar otros 10 años”. Mucha suerte y gracias eternas de toda la afición. 

Mi agradecimiento a mi amigo Héctor que hizo posible la enriquecedora charla con la crack y a Amaya por su naturalidad y generosidad al dedicarme un buen rato de su tiempo.

El maestro Ignacio Pinedo

$
0
0
El protagonista de hoy es toda una referencia de nuestro universo baloncestístico pero, como argüía Javier Limón sobre los Beatles en su maravilloso programa musical “Un lugar llamado mundo”, no por el tiempo transcurrido sino por el que todavía le queda y por el poso dejado que trasciende generaciones. 


En la actualidad, contagia alegría el Madrid de Pablo Laso al amparo de un modelo tradicional: defensa, contragolpe y sencillez en ataque. El patrón, tan académico como romántico, lo creo heredero del estilo que hace décadas preconizó Ignacio Pinedo. No garantiza títulos (ninguna patente los certifica), pero sí llena las canchas, enamora a los aficionados y atrae a los indecisos. Hoy abordo la figura de Pinedo, que junto a Eduardo Kucharski, Pedro Ferrándiz y Antonio Díaz Miguel marcaron, entre otros muchos, el devenir del deporte de la canasta en sus primeros 50 años de existencia en España. No fue un revolucionario en cuestiones tácticas, no ideó ningún sistema ciertamente novedoso. Su éxito se cimentó en el conocimiento y motivación de los jugadores, en la hábil gestión de grupos y en su formidable dirección de equipos. Vamos lo que ahora viene a ser el tan traído “coaching”. Pinedo nunca estuvo tan de moda como en los tiempos modernos, que diría Chaplin. Siempre fue un adelantado. 


Jugador en la postguerra

De familia bien, nacido en San Sebastián e hijo de padre español y madre francesa, tuvo su primer contacto con la canasta en el colegio Liceo Francés de Madrid donde estudiaba. Allí coincidió con un chico serio de grandes dotes organizativas (Raimundo Saporta) y otro muchacho guasón (Arturo Imedio) que le acompañaría durante su etapa de jugador. Con 14 años Saporta compraba el material deportivo a plazos en Casa Melilla, inscribía a los distintos equipos y se encargaba de todos los trámites administrativos con la Federación. El Liceo jugaba en la calle Marqués de la Ensenada, frente al Palacio de Justicia, y utilizaba como cancha de entrenamiento una instalación techada en un chalet de la calle Serrano esquina López de Hoyos que había pertenecido a los Marqueses de Urquijo y que luego pasó a ser propiedad de la Embajada Francesa. El equipo femenino atrajo también gran cantidad de público: a sus virtudes baloncestísticas unía un uniforme subversivo para la época; jugaban con pantalón corto, en lugar de la tradicional falda pantalón. Llegó una recomendación para cambiar el vestuario, que fue desoída por el club. 


En 1944 Ignacio fichó por el SEU y quedaron campeones de Castilla por delante del América de los hermanos Alonso. Supuso un apeadero fugaz: al año se volvió al Liceo que con el tiempo se convertiría en una alternativa a los grandes de Madrid. Hicieron un equipo de campanillas. A los estudiantes del propio colegio se les sumaron algunos de los mejores jugadores de la región atraídos con un cebo poco común entonces: una vez al año realizaban una gira por Francia sufragada por los distintos clubs locales. En 1950 alcanzaron las semifinales del Campeonato de España y un año después ganaban el Campeonato de Castilla “un equipo ordenado en el que cuatro de sus jugadores se llamaban Imedio, mientras que en el Madrid cada uno se llama como le da la gana”, escribía irónico el cronista de ABC. Efectivamente al núcleo familiar formado por Carlos, Alfonso, Luis y Arturo, se les unía Pinedo, Vías, Ribé, Jiménez y Perea, dirigidos por Ramón Urtubi. Los liceístas aceptaron jugar en “campo neutral”, en el frontón Fiesta Alegre a cambio de 2.000 pesetas y se impusieron a los blancos, que les habían arrebatado a su mejor jugador, el puertorriqueño “Willo” Galíndez. En la temporada 52-53 su amigo Saporta se llevó a Pinedo al Madrid, que por entonces pagaba (Borras y Galíndez ganaban 5.000 pesetas al mes, el resto diez duros por partido ganado y veinte si pasaban de 100 puntos) y “tenía duchas de agua caliente”. En tres años disputó tres finales de Copa ante el Juventud de Badalona, imponiéndose en la segunda. 

La Selección y el Mundial de Argentina

Cual personaje de “Un tiempo entre costuras”, Pinedo se estrenaría en Tetuán, en el antiguo Protectorado Español, como jugador de la Selección Española un 22 de mayo de 1949. Su fácil debut ante Portugal coincidió con el de Andrés Oller (héroe badalonés con su canasta final en la Copa de España del 53) y Carlos Piernavieja, insigne periodista de Marca, polifacético atleta (récord nacional de natación e internacional en cinco disciplinas deportivas) y alma mater del Canoe (junto a Cholo Méndez).

A principios del año venidero se contrató a Michael Rutzgis, excelente técnico (introdujo el juego con bloqueos) y gran persona, pero con una desmesurada afición al alcohol. Tenía una bella esposa, que según contaba Martín Tello bebía los vientos por el joven Pinedo. Chapurreaba el castellano, decía “tiros libros” y tenía su gracia: una vez a Ángel González, que no jugaba nunca, le dijo “Gonsales, si queda un minuto y ganamos de un punto y te digo ¡Gonsales rapid!, quiere decir Gonsales, rapid para la ducha”. En el torneo de Niza, España se ganó por derecho propio la plaza (con la postrera canasta de “Met” Ferrando, tras tiempo muerto y padrenuestro ante Bélgica) para el primer Mundial de la historia que habría de celebrarse en Argentina en octubre de 1950. Desde la FIBA, William Jones, alto funcionario de la UNESCO y alumno de Naismith en Springfield, apostó por el país sudamericano como sede del evento. Europa se estaba recomponiendo de los desastres de la Gran Guerra, en Estados Unidos entre su naciente campeonato profesional y su consolidado universitario tenían bastante y Perón demandaba para su pujante nación un acontecimiento que ensombreciera el Campeonato Mundial de fútbol que organizaba el vecino Brasil. Y para allá que volaron los españolitos junto a los franceses a bordo de un cuatrimotor a hélices en un trayecto de 36 horas con escalas en Lisboa, Dakar, Natal y Río de Janeiro. Previamente en la concentración de Toledo, Rutzgis había obligado a Ferrando, Pinedo y Bárcenas a afeitarse los bigotes por consejo del cachondo de Kucharski. 

El certamen supuso un fracaso deportivo para los nuestros, pues sólo se ganó un partido por la incomparecencia de la Yugoslavia del General Tito, y una enriquecedora experiencia personal con multitud de anécdotas. El equipo llegó muy diezmado sin la presencia de los puertorriqueños Galíndez y Borras por la protesta previa francesa, cansado al aterrizar un día antes del comienzo de la competición y sin conjuntar (incluso un tal Álvaro Salvadores que jugaba en Chile se incorporó a la concentración en Buenos Aires). Argentina, con Óscar Furlong y Ricardo González como estrellas, se hizo con el oro ante el combinado americano en un atestado Luna Park. Los españoles se quedaron otros diez días allí (la frecuencia de los aviones no era la actual) y disfrutaron y ligaron lo suyo. Pinedo relataba décadas después en Superbasket que una chica le llamó diciendo que le había visto jugar y que quería salir con él. Como era suplente y su presencia fue testimonial Ignacio la contestó: “Querrás decir que me has visto en el banquillo”. “Si, si, el tercero del banco”, replicó interesada la muchacha.

El desastre implicó que España renunciara a competir en el Europeo de Paris de 1951 y en los Juegos Olímpicos de Helsinki en 1952. En adelante Pinedo cobraría protagonismo y se consagraba como alero anotador, pero al hacer oficial su retirada como jugador, Jacinto Ardevínez en una decisión controvertida decidió no convocar ese verano a los históricos Pinedo y Juanito Dalmau para los Juegos Mediterráneos de Barcelona 1955 en lo que supondría el primer gran éxito de nuestro deporte. El oro encumbraría a Joaquín Hernández y a Jordi Bonareu. 

En entrevistas posteriores la memoria de Ignacio traía multitud de sucesos relacionados con los antediluvianos viajes: “Cuando aterrizábamos después de un viaje peligroso, el General Querejeta (presidente de la Federación) gritaba ¡Arriba España! Entonces Gómez y Lozano cantaban el himno de Infantería y el general le decía al entrenador “Esos dos que no falten. Hay que dar espíritu al equipo”. Su amigo Arturo Imedio le metía el miedo en el cuerpo antes de subirse al avión: “Llegamos a las 8 a Barcelona o nos vemos a las 7 con San Pedro”. Las comidas, tan exiguas por entonces, también tenían lo suyo: “Cuando nos ponían solomillo siempre había falsas llamadas de teléfono. A la vuelta el protagonista se encontraba el plato vacío, con lo que optamos por escupir encima cuando nos reclamaban”. 

Entrenador del Real Madrid

Convencido por Don Raimundo (Pinedo era el único que le tuteaba), colgó las botas para en la temporada 55-56 dedicarse en exclusiva a la dirección técnica del equipo y vivir y ganar una de las finales de Copa más polémicas de la historia, pues con tanteo 53-54 favorable al Aismalíbar barcelonés los árbitros pitaron una clara falta a Riera que a todas luces pareció fuera de tiempo. Cuando Máximo Arnaiz, delegado madridista, se dirigió a la mesa de anotación para intentar manipular el cronómetro, Kucharski se abalanzó sobre él y le sacudió un puñetazo. Se lió la marimorena, Alcántara sólo convirtió uno de los dos tiros libres que llevaron el encuentro a la prórroga dónde se impusieron con claridad los merengues ante un rival ya muy mermado.

Saporta, mano derecha de Bernabéu en el Real Madrid, se había hecho fuerte en la Federación de Baloncesto como presidente de la C.O.I. (Comisión Organizaciones Internacionales). Ideó e impulsó la primera Liga Nacional en la temporada 56-57. En su primitivo formato la competición la disputaron 6 equipos (4 catalanes y 2 madrileños). Dados los escasos medios, los equipos habían de viajar por parejas y aprovechar el fin de semana para jugar dos partidos. La Federación asumió los gastos de desplazamiento, estancias, arbitraje y alquiler del Frontón Fiesta Alegre en Madrid y del Palacio de Deportes en Barcelona. A cambio recibió los ingresos procedentes de lo recaudado en las taquillas. Como la aventura se saldó con beneficios (40.065,65 pesetas), éstos se repartieron entre las federaciones española, catalana y castellana y los clubs participantes en la proporción que establecía su clasificación final. 

El Real Madrid llegó a las semifinales de la primera edición de la Copa de Europa, pero en el 58 el General Franco negó el permiso para el traslado a Riga y vedó a los letones (entonces rusos) el visado para entrar en la Península Ibérica. La política truncó la trayectoria europea del Madrid, que a nivel doméstico se hizo con las dos primeras ediciones del campeonato liguero y con una Copa de España, si bien la derrota frente al Juventud en la segunda final, tras desperdiciar una renta de 11 puntos a falta de dos minutos, le costaría el puesto a Pinedo. Con 62-60 el gran Alfonso Martínez cometía una absurda personal que llevó al verdinegro Jorge Parra a la línea de tiros libres con el cronómetro a cero. La conversión de los mismos conduciría a una prórroga donde la Penya se haría con el título. Ignacio entendió su decapitación como injusta y tiempo estuvo sin hablarse con su compañero de clase del Liceo. Saporta ofreció el cargo a Pedro Ferrándiz que lo había bordado en el Hesperia, pero éste desechó el ofrecimiento. El puesto lo ocupó Ardevínez: una temporada sin trofeos significó su cese fulminante y una nueva proposición que esta vez Ferrándiz aceptó, con el resultado de todos conocido (“los títulos le salieron por las orejas”, como llegó a afirmar sin rubor el levantino). Pinedo se sintió traicionado por el joven al que había ayudado y tutelado desde su llegada desde Alicante. Ya nada sería igual entre ambos: “Yo me porté muy bien con él y no puedo decir que existiera correspondencia. Le traje, le enseñé los principios del baloncesto… Caso típico en que el alumno rebasa al maestro”, subrayaba en alguna entrevista el vasco. 

Estudiantes

Pinedo, un tanto escamado, abandonó el baloncesto de élite para dedicarse a su otra gran pasión, la enseñanza (dio clases de francés, entre otros centros, en el Liceo y en el Tajamar), hasta que la llamada de José Hermida en la temporada 65-66 le devolvió a la vida. Durante 8 campañas encontró en la entonces prolija cantera del Ramiro soluciones a la desbanda que cada fin de curso se producía. Los grandes de la liga ofrecían pasta de verdad y contratos profesionales… en La Nevera, barra libre a los jugadores tras los entrenos (hasta que Ignacio logró canjearla por una remuneración testimonial de 200 pesetas) y la posibilidad de conciliar deporte y estudios. La claque estudiantil abrazó como suyo el juego postulado por el avezado técnico: para paliar las carencias de altura de los suyos, defensa y contraataque a muerte desde un espíritu guerrillero y un ritmo infatigable e innegociable. Amalgamaba las defensas presionantes en todo el campo con las estrategias zonales. Abría el campo dando vía libre al talento de sus exteriores. Y los resultados llegaron. 

En su segundo año, le dio el disgusto de su vida a Ferrándiz. En el derby, dos canastas de Emilio Segura una mañana de San José privaron al alicantino (por única vez) del título liguero que fue a parar a las huestes del Juventud de Badalona. Jugador y técnico terminaron paseados a hombros en La Nevera. Fue el entrenador del combinado nacional que obtuvo la plata en el original y único Campeonato Mundial para jugadores por debajo de los 180 centímetros disputado en Barcelona. Tras el calamitoso Europeo Senior de Helsinki 67, Saporta le ofreció el cargo de seleccionador de la absoluta, pero Ignacio lo rechazó y Díaz Miguel continuó en el puesto e hizo historia hasta los Juegos Olímpicos de Barcelona. 

En la temporada 67-68 el Estu rozó el Campeonato. Con un balance de 16 victorias y 4 derrotas logró la segunda posición. Con el éxito, desbandada general a final de curso: Vicente Ramos emigró al Madrid, Aíto al Barsa y Cifré al San José, El mago siguió sacando conejos (jóvenes talentos) de la chistera: Miguel Ángel Estrada y Gonzalo Sagi-Vela ascendieron de las categorías inferiores y se trajo al excelso Víctor Escorial del Vallehermoso. Y aunque parezca irreal, dadas las estrecheces de los colegiales, Estudiantes tentó al gran Kresimir Kosic, pero las autoridades yugoslavas no dejaban salir a sus figuras hasta cumplidos los 28 años. 

Pinedo frotó su lámpara para alumbrar “el primer siglo de oro estudiantil”. Vivió el cierre del techado de La Nevera, la inauguración de Magariños, el paso al seudoprofesionalismo, el primer patrocinio con su correspondiente publicidad en las camisetas (Estudiantes Monteverde) y las Bodas de Plata de los del Ramiro con la vuelta del legendario José Ramón Ramos. En su último año (campaña 72-73) incluso hizo debutar a su hijo Nacho, que posteriormente se consolidaría como un buen base en el primer equipo. Un cuarto puesto y el subcampeonato de Copa no pareció suficiente a la directiva para renovar al “zorro plateado”. En su lugar, contrató a otro histórico, Chus Codina, para dirigir al EuroEstudiantes. Su buque insignia, Juan Antonio Martínez Arroyo, pone en valor en un excelente artículo de Dioni López para ACB.com el trabajo de su técnico: “Pinedo es el entrenador de más calidad que he tenido. Tenía las ideas muy claras para adaptarse a las altas y bajas y todos los años confiábamos en que a él se le ocurriera algo”. Palabra del base posiblemente más inteligente que haya pisado una cancha en España.

Nuevamente Saporta se cruzó en su camino y le brindó una oportunidad insospechada. La mítica e irrepetible Ita Poza había dejado de entrenar al Creff Hola. Saporta había tomado tanto cariño al club, uno de los principales estandartes del basket femenino madrileño y patrio, que intentó convencer a Bernabéu para habilitar la sección en el cuadro blanco. Don Santiago no tragó, pero de hecho jugaban sus partidos europeos en la antigua Ciudad Deportiva. Así Ignacio accedió al planteamiento de su amigo para formar el binomio técnico junto a Luis Chana: éste era el entrenador de facto durante la semana y aquel dirigía los partidos. El tándem condujo a un destino exitoso con la obtención de la Copa ante el favorito Mataró (64-48) y un meritorio tercer puesto en Liga. Su fugaz escarceo dejó huella: “Trabajar con Pinedo fue un lujazo, porque tenía un concepto muy revolucionario del baloncesto”, declara la entonces jugadora y hoy presidenta Teresa Pérez Villlota.

La Junior o el sitio de su recreo

Pinedo confesó que “el baloncesto es una droga, una adicción para toda la vida”. Y si hubo un lugar donde disfrutó de la enseñanza de su deporte ése fue la selección nacional junior que comandó durante 15 años. Gozó moldeando el carácter y el juego de los más prometedores jóvenes de las décadas de los 70 y 80. Instruyó y educó a generaciones ganadoras, formó a un compendio de fieles colaboradores que le profesaban cariño y ferviente admiración y colmó sus vitrinas de medallas y trofeos. 

Si el Europeo de Atenas del 70 dejó una sensación agridulce con un estimable quinto puesto, cuatro años más tarde vendría el desquite. En Gien, en pleno valle del Loira, bajo una organización calamitosa (sin marcador, cronómetro electrónico o controlador numérico de los 30 segundos y con los equipos alojados en una escuela fuera de la Villa), España, que había armado un conjunto alrededor del bloque badalonés (el Juventud aportaba 7 jugadores, entre los que figuraba el célebre “matraco” Margall), avisó de sus intenciones al ganar en la primera jornada a la URSS. Tras las victorias ante Bélgica, Austria y Holanda, una inesperada derrota ante Polonia pondría a los nuestros los pies en el suelo. Los triunfos ante Finlandia e Italia (remontando 5 puntos en los últimos 2 minutos gracias a un inspirado Ernesto Delgado) dieron el primer puesto de grupo y un cruce asequible en semifinales. Se aplastó a Suecia (84-47). En la final de Orleans esperaba la temible Yugoslavia. En un partido muy parejo, con Bosch, Delgado y el malogrado Filbá tirando del carro, se llegó a la prórroga. Dos canastas del base dieron ventaja a España, que entró en el último minuto dos puntos arriba gracias a una suspensión de Filbá. Falta sobre Radovanovic que sólo convierte el primer tiro libre y el rebote lo alcanza Filbá. En el tiempo muerto previo Pinedo había ordenado congelar el balón hasta final de posesión y en las malas dejar a los eslavos dos segundos para atacar. La suerte y el único marcador electrónico que estaba ubicado de aquella manera en uno de los fondos nos dio la espalda. El base hispano, Manel “Jagger” (por su parecido con el Rolling) Bosch, que no podía ver el tiempo que restaba, cometió su único error de bulto (fue nombrado mejor jugador del torneo) y desoyó los consejos dados desde la banda; vio el panorama expedito y penetró hacia canasta, pero su tiro no entró. Radovanovic atrapó el rebote, dio un rápido pase a Zupank, que pasado el medio campo anotó la suspensión del triunfo casi sobre la bocina. Bosch, Filbá y Cairó fueron seleccionados para el combinado europeo que se fue de gira por Estados Unidos, pero nada pudo consolar a los nuestros del amargo sabor de la plata en el campeonato que hizo su presentación oficial un juvenil Tkackenko.

Aíto y Pinedo se pusieron manos a la obra para preparar el siguiente Europeo que se había de celebrar en el 76 en Santiago de Compostela. El ayudante escudriñaba las provincias catalanas, mientras que Pinedo cubría Castilla y Canarias. Se celebraron varias concentraciones mayoritarias en Madrid y Barcelona y se fue apartando el grano entre la paja. Asomaba la generación del juvenil, la del 59, que con el tiempo aportaría nombres imprescindibles en el imaginario colectivo de nuestro deporte. La victoria en un amistoso en Vigo ante Yugoslavia disparó las expectativas, pero si en Francia se había perdido el oro, aquí se ganó el bronce. Con mejores resultados que juego y las habituales limitaciones de altura (sólo Romay superaba los 2 metros), el equipo no dio para más. Yugoslavia (campeona) y Rusia, eran claramente superiores. Joaquín Costa, Solozábal, Ansa, López Rodríguez, Iturriaga (que formó parte del quinteto del torneo), Garayalde, Epi, Romay, Querejeta o Salvo, se consolidaron posteriormente en la élite durante años. 

Para Roseto 78 se había pasado por el reconocido torneo de Manheim en la primavera del 77. En el partido inaugural se dieron de bruces con un prestidigitador desconocido, que salía a calentar con un radiocasete enorme; un tal Magic Johnson, que lanzaría a los suyos en un parcial de salida brutal (2-28). El pressing yankie impedía a los españoles pasar el medio campo. Era otra galaxia contra la que se compitió mejor en la final, pese a otro resultado escandaloso (110-137). Para el verano alguno de los nuestros conocería en la Universiada de Sofía (con Pepe Laso como preparador) al otro jugador que cambiaría el baloncesto moderno: un rubio de un pueblo de Indiana llamado Larry Bird. A Italia, los chicos exprimidos por Bernardino Lombao llegaron como motos. En la primera fase sólo se cayó ante la URSS. Para las semifinales aguardaba la sempiterna Yugoslavia. Epi, que recogía el trabajo desarrollado con Miquel Nolis, Kucharski y Zeravica, se había vuelto un martillo pilón: en los dos últimos encuentros no bajó de 30 puntos, para promediar 27 en el certamen y aparecer incluido en el cinco ideal. José Luis Llorente era un purasangre, Romay un bastión reboteador y defensivo, “Indio” Díaz aportaba en todos lados (decisivo ante Italia), Itu, diezmado por una lesión de tobillo, tiraba de experiencia y galones de capitán, y Pedro Práxedes devino como revelación, ayudando desde el rebote y la anotación. La agónica victoria por un punto ante Yugoslavia condujo a la final, donde la empresa resultaba poco menos que onírica. Los rusos traían un conjunto granítico, del siglo XXI, 6 jugadores por encima de 2 metros, con Belostenny y Derjuigin derivados de la absoluta y un tirador, Homicius, que daría que hablar en el futuro. Entre Joseba Gaztañaga e “Indio” Díaz anularon las prestaciones del gigante Belostenny y España cobró una máxima ventaja de 9 puntos mediado el primer tiempo, pero los soviéticos ajustaron el tanteo al descanso. Las 4 faltas de Romay, sustituido por Fernando Arcega, hicieron pupa y se abrió brecha en el marcador (94-80 en el minuto 34 tras cuatro canastas de un providencial Grdzlinze). La presión suicida ordenada por Pinedo redujo las distancias, pero se nadó para quedarnos en la orilla (100-104). Esta vez la plata supo a gloria.

Relataba su amigo y compañero de mus, el periodista Marín Tello, que para el momento más fastidioso de las concentraciones, la designación de los descartes, el viejo zorro ideaba una treta: ordenaba a los bases hacer equipos para el partidillo y casi siempre la opinión de Pinedo coincidía con la elección de sus directores de juego, con lo que se quedaban fuera los dos últimos designados, salvo que alguno fuera “un cachondo y tocara bien la guitarra” (es decir, que creara el buen rollo imprescindible en el grupo). Ignacio creía tanto en los jóvenes que llegó a postular a la Federación Española la inclusión de la Junior en la Primera División un año que la Liga se quedaba coja, en número impar de participantes. No coló. Tampoco se le hizo caso cuando esgrimía que se debería prescindir de los jugadores extranjeros especialmente en los dos últimos años del ciclo olímpico. 

Tempus/Inmobanco: otro paraíso

Probablemente éste sea el relato del club más desarraigo de la historia de nuestro baloncesto. Sin ciudad referencia que lo albergara, con cancha itinerante (jugó en Vallehermoso, Pozuelo y Canoe), huérfano de una afición arraigada, expiró en el éxito víctima final de los problemas económicos de su patrocinador. Lo que en su germen fue una idea romántica de Saporta (crear una espacio de desarrollo y crecimiento para los noveles juniors que salían de la cantera del Madrid), devino en un proyecto utópico e insurrecto. Así se creó un equipo nodriza con lo más granado de la fábrica blanca, en manos de un técnico capaz, Rafa Peiró, que había aleccionado a algunos de los jugadores en el juvenil. Se parte de la Segunda División bajo el nombre de Castilla-Vallehermoso, para al año siguiente ascender a la máxima categoría en la curiosa compañía del Mollet, entonces filial azulgrana. En su estreno, renombrado como Tempus, saltan la banca llegando a final de Copa del Rey frente al Barcelona y dejando fuera de la misma a sus mayores, al Madrid en semifinales. En una decisión hoy todavía incomprensible, Saporta comunicó a Peiró antes de las mismas que la temporada siguiente no iba a continuar y que su puesto lo ocuparía Ignacio Pinedo, que durante el año había visitado en multitud de ocasiones el polideportivo de Vallehermoso. 

El club migró su sede. El reducido y helador pabellón de los Escolapios de Pozuelo sería testigo de las andanzas (más bien carreras) del bisoño equipo, que únicamente conservaba 4 jugadores del grupo anterior: Del Corral, Fermosell, Prado e “Indio” Díaz. Con un presupuesto modesto, 10 millones de pesetas, y un juego agresivo y veloz completaron una loable campaña en la zona media del campeonato liguero y otro paso emocionante por la Copa: el Barsa les apeó en semifinales, ante la mirada del mítico saltador de longitud, Bob Beamon, que había realizado el saque de honor en Pozuelo de Alarcón.

En la 80-81 el equipo, patrocinado ahora por Inmobank, perdió fuerza (algunos jugadores de tronío habían hecho las maletas) y descendió. A Pinedo se le acusó de dejadez, de trabajar poco con los jugadores: Ángel Pardo desarrollaba los entrenos semanales con Ignacio en la banda y éste dirigía los partidos del fin de semana. Con el mazazo no se perdió el enfoque. La estructura de la cantera estaba consolidada, el club funcionaba como una familia con personajes clave en la sombra, como Cristóbal Rodríguez o Manolo Padilla, y al núcleo duro de la plantilla (Nino Morales, Goenechea, Simon, Beiran, Gaztañaga, Fermosel y Beltrán) se les había unido el experimentado Vicente Gil. El año resultaría excepcional: el primer equipo volvería a Primera División, el junior, con Tirso Lorente al mando, quedaría subcampeón de España en Guadalajara y el juvenil, de Miguel Ángel Martín, campeón en Valladolid. 

El regreso a la élite trajo de vuelta a Del Corral e “Indio” Díaz, el fichaje de los curtidos Prada y Galvin y la promoción meteórica de Toñin Llorente. Por segunda edición consecutiva, el remozado Inmobanco fue invitado al Torneo de Navidad e Ignacio hizo un guiño a los suyos: El Corte Inglés, patrocinador del evento, obsequiaba a los integrantes del plantel, cuerpo técnico y cuadro médico con un cheque regalo y un traje, con lo que convocó a Tirso y Miguel Ángel para que recibieran los presentes. Aquello parecía un clinic sin silla para tantos. Por si fuera poco, ante los ojipláticos espectadores se llevaron el trofeo y un exuberante Alfonso Del Corral el galardón de mejor jugador. El quinto puesto en Liga quedó adornado con la clasificación para la final de Copa, después de que en unas semifinales durísimas ante el Cotonificio, el maestro (Pinedo) se impusiera al alumno (Aíto). La derrota frente al Barcelona en Palencia supuso el triste colofón a la historia sui generis de Inmobanco, que tras la quiebra del Banco de Levante desapareció al no poder encontrar nuevo mecenas. 

Pinedo saldría de los madriles para vivir una experiencia fallida en Málaga, que abocó a Caja de Ronda al descenso de categoría.

Un final guionizado

Para inventariar el legado de Ignacio Pinedo hay que olvidarse de los conceptos tácticos del juego. Trivializaba el influjo de la pizarra “como esos dibujitos hago yo cien en media hora”. Si Antonio Díaz Miguel era un estudioso de los grandes entrenadores universitarios americanos, Pinedo se “inventaba” el baloncesto, descifraba los problemas y tomaba las mejores decisiones en el menor tiempo. “La técnica sólo supone el 40% del trabajo de un entrenador. Lo difícil es llevar un equipo con todo lo que ello comporta”. Aclaraba que en su vida había empezado 4 o 5 libros sobre baloncesto, pero que no había concluido ninguno. “Probablemente haya un montón de entrenadores en la categoría cadete de Madrid que ataquen mejor que yo una zona 2-3, pero a estos doce tíos nadie los dirige mejor que yo”, insistía. Y era verdad, tenía un poder motivacional asombroso “El jugador más conflictivo es el que dice a todo que sí. El que demuestra genio y falta de resignación está más cerca de ser figura”. En las charlas ponía variopintos ejemplos como el que relataba Javier Imbroda: “Si tu estrella te insulta, no te des por aludido. Mira para otro lado porque sabes que es vital para el equipo. Ahora, a los dos días le llamas a tu despacho y le dices a la cara que tu madre no es ninguna fulana y le preguntas si la suya lo es. A partir de ese momento, ese jugador será tuyo para siempre. Hay que buscar un momento alejado de la tensión para decírselo”. Algunos de los jugadores que no le tragaban, ahora le idolatran, pues con el tiempo comprendieron que a base de tocarles las distintas fibras sacó de ellos su máximo rendimiento. Agitaba o mimaba los egos, según conviniera.

La lista de discípulos y preparadores a los que influyó es larga. Fue el primero en acuñar la figura del ayudante y del preparador físico. Aíto y Tirso le auxiliaron en diferentes épocas en la Junior. Lorente quizá fuese su ojito derecho: siempre cabal, fiel e inteligente. Cuentan que cuando George Karl abandonó el Madrid se lo quiso llevar a Estados Unidos, pero el bueno de Tirso rechazó la propuesta. A Ángel Pardo lo tuvo de segundo en la época de Inmobanco y le sacaba de quicio con cierta costumbre: el siempre flemático Pinedo ordenaba a su ayudante que solicitara tiempo muerto, Ignacio se levantaba con calma, dejaba su cigarrillo Kent en el banquillo y daba las instrucciones oportunas. Cuántas veces se oía luego vociferar a Ángel, pues al ocupar su sitio se había quemado el culo con el dichoso cigarro. 

Eterno seductor impenitente, el gran Carlos Toro escribió que Pinedo andaba como Robert Mitchum y pensaba como Einstein. Fumador empedernido, tertuliano clarividente, disfrutaba de una buena comida (era asiduo a las fabes de Casa Hortensia) y de una agradable sobremesa con su partidita de mus. Pasó una época mala, relegado por el cáncer que superó en tres ocasiones, en la que recibió el apoyo y la visita de sus técnicos y jugadores (los hermanos Martín, Pep Cargol o Quique Ruíz Paz, por ejemplo, le dedicaban una atención especial), hasta que en la primavera del 91 recibió la oferta del Madrid para volver al banquillo del primer equipo. Inmediatamente descolgó el teléfono y contactó con otro de sus alumnos, Miguel Ángel Martín, por entonces técnico de un gran Estudiantes: “Prepárate porque vamos a ser rivales”, le soltó. “El cura”, que se encontraba fuera de España para disputar un partido de Copa de Europa, no daba crédito, se lo desaconsejó (sabedor del débil estado de salud de su amigo) y le tomó por loco. La respuesta del maestro con percha y pose de veterano galán cinematográfico fue premonitoria al compararse con Errol Flyn en el papel del General Custer en la película “Murieron con las botas puestas”. Veinte días después de aceptar el cargo, para el que eligió como escudero a otro de los suyos, Ángel Jareño, sufría un infarto en pleno partido en la ida de la Copa Korac frente al Clear Cantú. Ya no volvió a despertar y cinco meses después fallecería.

Su pasión por el baloncesto se resume en otra de sus sentencias: “No hay droga más dura que diez segundos por jugar, uno abajo y balón en tu poder”.

Mi agradecimiento a mi amigo David Zozaya que me puso en contacto con Miguel Ángel Martín y a éste por su amabilidad y el buen rato que me dedicó, repleto de anécdotas y experiencias clarificadoras. Mi reconocimiento a Raúl Barrera y a Carlos que me abrieron las puertas de la Biblioteca Pedro Ferrándiz del Espacio 2014 FEB y me orientaron en la búsqueda de la documentación necesaria.

Maccabi, basket en La Tierra Prometida

$
0
0

Asociar Oriente Medio con deporte se antoja complicado. La zona en permanente e histórico conflicto deja titulares luctuosos en la sección Internacional de los periódicos, pero rara vez las noticias son amables y se asoman a Deportes. Tras la Primera Guerra Mundial, la Sociedad de Naciones avaló el Mandato Británico de Palestina con el propósito de “crear un hogar nacional para el pueblo judío”. Dos años después de concluir la Segunda Gran Guerra, las Naciones Unidas aprobaron la partición de Palestina en dos estados de similar extensión, uno judío y el otro árabe. La proclamación de independencia el 14 de mayo de 1948 por parte del Estado de Israel conllevó la inmediata declaración de guerra de sus vecinos árabes y dio paso a una mitad de siglo plagada de enfrentamientos bélicos (la Guerra del Sinaí de 1956, la de los Seis Días en el 67, la del Yom Kipur en el 73 o la del Líbano en el 82) de la que la zona no se ha repuesto del todo. A veces parece que Dios se hubiera olvidado de la parte del mundo donde más se le nombra.

Hoy, en lugar de bucear en aguas del Mar Rojo, curiosearé en el equipo de baloncesto más reconocido de Israel. Su marca más identificable, seguida y exitosa. Todo un clásico que, en palabras de su histórico presidente, Shimon Mizrahi, “ha sido el mejor embajador del país”. 


Los jueves por la noche da inicio el fin de semana en Israel y se ha convertido en tradición que grupos de amigos o familiares se reúnan en torno a la televisión o acudan al pabellón para contemplar el partido de Copa de Europa del Maccabi.

Tel Aviv, “la burbuja” o la “Gran Naranja”, como coloquialmente se la conoce (en contraposición a la Gran Manzana neoyorkina), es una ciudad moderna, acogedora, de clima cálido, bañada por el Mediterráneo, que merece la pena recorrerse incluso en bicicleta (tiene más de 100 km de carril bici habilitados). El parque HaYarkon insufla aire puro a la urbe. Las abundantes playas sacian la demanda de los bañistas. Los más culturetas se refugian en el Museo de Arte (apodado el sobre) que contiene una maravillosa colección impresionista con La pastora de Van Gogh como emblema, o en el innovador Museo del Diseño en Holón. El que gusta de un paseo se detiene en “La Ciudad Blanca”, declarada en el 2003 Patrimonio de la Humanidad por la Unesco: sus edificios fueron construidos en la década de 1930 por los arquitectos de la escuela fundada por Walter Gropius que huían del nazismo. De líneas horizontales y esquinas redondeadas, escapan a cualquier ánimo de ornamentación exterior, dando un paisaje original a la zona. El viajero prosigue su camino y siente envidia en su paso por “El barrio europeo”, el más caro y lujoso. El afán consumista le imantará a las boutiques del complejo HaTachana, las tiendas del barrio Florentine o los puestos del barrio yemení. Tras disfrutar de una copiosa cena, la marcha del “Puerto Viejo” no defraudará a los noctámbulos. En fin, el núcleo urbano más moderno del área (es una de las diez ciudades más influyentes del mundo en el ámbito tecnológico), alberga al club deportivo de más honda tradición.

Su creación y desarrollo

Data del año 1932. Fundado por los sionistas, su nombre honra a los macabeos, que en el año 164 antes de Cristo, derrotaron al rey greco-sirio Antioco Epifanes y proclamaron durante una centuria la independencia judía en la Tierra de Israel. 

Desde que en 1954 se fundara la Liga Israelí su dominio ha sido avasallador, adueñándose de la competición, en la que nunca ha bajado del tercer lugar, para acaparar un botín de 50 campeonatos ligueros y 40 copas nacionales. Su trayectoria ha sido tan jaleada por sus seguidores como criticada por los aficionados rivales que afean la colosal diferencia de presupuesto (el Maccabi triplica al que le sigue), esgrimen la facilidad con la que nacionalizan jugadores norteamericanos (en su día Aulcie Perry pagó 25.000 $ de los de la época para convertirse al judaísmo) y reprueban las ayudas gubernamentales mediante las cuales, según los censores, esquilman el mercado de los mejores jugadores de Israel a los que ofrecen contratos inalcanzables para el resto de los equipos (para luego darles pocos minutos de juego y empobrecer el nivel general del baloncesto patrio). Como todo juicio, depende del prisma desde el que se mire. 

Sin ser estrictamente así, los Maccabi de cada ciudad se arriman al Israel oficial y tradicional, cercano al nacionalismo, mientras que los Hapoel conservan más vínculos con el Partido Laborista, con el ala izquierda. Como ocurre con otros grandes europeos lo amarillo no deja indiferente, despierta adhesiones en el país o acumula antipatías: se es pro o anti Maccabi Tel Aviv.


La Mano de Elías

De cómo un nombre tan bíblico y redondo puede devenir en el espantoso “Nokia Arena” actual tiene la culpa el dinero en forma de publicidad. El pabellón, ubicado en el barrio del mismo nombre (Yad Eliyahu) fundado por los soldados británicos en 1945, se inauguró en el año 63 y se techó y amplió su capacidad hasta los 10.000 espectadores nueve años más tarde. Las últimas obras acometidas en el 2008 han dejado en el actual y majestuoso estado la casa del Maccabi, donde sus apasionados y entendidos aficionados (Juan Antonio Corbalán era recibido con mayores honores que los jugadores locales) han sido testigos de las hazañas de su equipo. La majestuosa cancha es un hervidero. El Real Madrid, sin ir más lejos, se tiró casi 10 temporadas sin ganar en tan singular santuario hasta que en diciembre de 1985, una noche sublime del inolvidable Wayne Robinson propició la victoria. Curiosamente el equipo que más veces ha asaltado el histórico templo bajo la actual denominación de Euroliga ha sido el Baskonia vitoriano. 

Otro de los símbolos distintivos del club ha sido su patrocinador. Su nombre estuvo casi perennemente unido al de la empresa alimenticia Elite durante más de 4 décadas. Desde julio de 2008 la compañía de aparatos eléctricos y aire acondicionado Electra es el nuevo sponsor del club. 


Tal Brody

La facilidad con la que Maccabi se imponía en su competición doméstica ha posibilitado que sea el equipo que en más ocasiones haya participado en la Copa de Europa desde su puesta en marcha en el año 58. Pero su concurso en la misma pasó absolutamente desapercibido durante los primeros años. 

Casi por casualidad, Tal Brody, un base de la Universidad de Illinois que había sido elegido por los Baltimore Bullets en el puesto 15 del draft del 65, acudió a Israel a disputar con la selección de los Estados Unidos los Juegos Macabeos. Descendiente de una familia judía (sus abuelos emigraron a Nueva Jersey desde Palestina), ganó el oro y su juego asombró de tal manera que los dirigentes del Maccabi se empeñaron en su contratación. El fichaje cambiaría la historia del club. 

En la edición del año 68, Maccabi se clasificó para el grupo de cuartos de final y se jugó ante el Madrid el segundo puesto que daba acceso a semifinales. Los partidos tuvieron su miga. El cuadro merengue cobró una ventaja de 10 puntos en la ida, con un excepcional marcaje de Brabender a Brody, al que dejó en 5 pírricos puntos. España e Israel no mantenían relaciones diplomáticas por entonces. Bernabéu viajó con el equipo y en un acto espontáneo regaló su propia insignia de oro del club a Moshe Dayan, ministro de la Guerra. El episodio casi le cuesta un conflicto con los países árabes al General Franco. El Madrid estuvo en un brete de quedarse fuera: con 75-74 y dos segundos por jugar Carlos Sevillano recibió una falta. Ferrándiz, que no quería ni en pintura la prórroga, le ordenó fallar los lanzamientos. En el primero, el veterano capitán le hizo caso, pero, antes de ejecutar el segundo, el árbitro (sensibilizada la FIBA con la autocanasta de Alocen del año 62) le amenazó con una técnica si erraba a propósito. Sevillano anotó y el encuentro llegó al tiempo extra. Ferrándiz echaba espuma por la boca, pero su equipo contuvo milagrosamente la diferencia (96-88). A la postre el Madrid sería campeón al imponerse en la final al Spartak Brno. Maccabi se había asomado al Viejo Continente. 

Año 1977. El primer equipo de cada uno de los seis grupos se clasificaba para la liguilla final de la Copa de Europa. El Maccabi cumplía y lideraba el suyo por delante del Sinudyne Bolonia. Lío a la vista: los gobiernos comunistas de Rusia y Checoslovaquia impedían a sus conjuntos (TSKA y Spartak) la posibilidad de visitar Israel y negaban al Maccabi el visado de entrada a su territorio. La FIBA tomó una decisión que confirió ventaja a los israelitas respecto al resto de sus rivales, al darles por ganados sus dos encuentros de casa y jugar en campo neutral –en Bélgica- los dos partidos a los que acudía como visitante. La frase de Brody tras la victoria en Virton ante los soviéticos (79-91) ha quedado para la posteridad: “Estamos en el mapa”. 

Hasta casi la última jornada cuatro equipos tuvieron opciones para entrar en la final, pero fueron Maccabi Tel Aviv y Mobilgirgi Varese los que consiguieron el billete para disputarla el 7 de abril en Belgrado, en la maravillosa Sala Pionir. Ralph Klein dirigía un bloque que ya llevaba tiempo jugando junto, con dos “sabras”, los pujantes jóvenes “Motti” Aroesti y Micky Berkowicz, el capitán Tal Brody que asumía los galones en los minutos decisivos, dos americanos nacionalizados, Lou Silver y Jim Boatwright, que intercambiaban posiciones dentro-fuera y el espigado estadounidense Aulcie Perry, como principales figuras. El claro favoritismo italiano pronto se vino abajo cuando los macabeos obtuvieron sus primeras ventajas y se fueron al descanso con 9 puntos de renta (39-30). En la reanudación los trasalpinos reaccionaron e igualaron el marcador. A 7 segundos para la conclusión, un pase de Iellini no encontró a Bob Morse y el Maccabi se hizo con su primer título continental (78-77) con Boatwright (26 puntos) de principal estilete. Por una vez los italianos pensaron ganar la Copa sin bajar del autobús y lo pagaron. “Nuestra derrota empezó probablemente el día que nos conformamos con la derrota en Moscú, pensando que era más fácil jugar contra el Maccabi que contra el Madrid”, lamentaría el gran Bob Morse.


Micky Berkowicz, “El Rey de Israel”

Hubo que esperar tres años para ver al equipo hebreo en una nueva final de Copa de Europa. Retirado Brody, Maccabi había añadido a su compendio de estrellas a Earl Williams. Sí, aquel angelito, “La Masa”, que en el año 83 subió a la grada del Pabellón de la antigua Ciudad Deportiva para saldar cuentas con el desalmado que le había atinado con una moneda en la cabeza; la estampida provocada en la tribuna fue la de una tira de petardos en la plaza de un pueblo (en un momento no quedó allí ni el apuntador). Bien, pues blancos y amarillos disputaron la final en Berlín, donde a pesar de la bestial aportación de Williams (33 puntos de la criatura), el planteamiento con defensas alternativas de Lolo Sainz hizo pupa y el Madrid (al que le vino un tanto largo el partido) obtuvo se séptimo título. Rafa Rullán (27 puntos) dio un curso de sapiencia y finura en el lanzamiento y Walter Szczerbiak, uno de los más certeros y elegantes tiradores que por estas lides se haya conocido, cerraba su exitosa trayectoria en la Copa de Europa con 16 puntos. 

Si la selección israelí había dado un paso de gigante con la plata europea en Turín 79 (una canasta de Berkovicz ante Yugoslavia los condujo a la final), Maccabi se había instalado definitivamente entre la clase noble. El núcleo duro de los jugadores se mantenía en el 81, con la novedad de Rudy D´Amico en el banquillo. Al entrenador estadounidense, cuestionado gran parte de la temporada, le salvó la inquebrantable fe que le tuvo el presidente Shimon Mizrahi (elegido en 2007 por la revista Time como uno de los 50 gestores deportivos mejores del mundo). Tras pasarlas canutas en la fase de grupos, donde el caribeño Jacques Cachemire, estrella del ASPO Tours francés, estuvo a punto de dejarlos fuera, los macabeos se pusieron las pilas y entraron en la final disputada en Estrasburgo con el Virtus Sinudyne como oponente. La bella Bolonia es “grassa” (gorda, por lo bien que se come), roja (comunista), académica (su universidad es la más antigua del mundo) y cuna de gran baloncesto; así que los italianos, pese a la baja del americano McMillian, manejaron el tempo y el marcador durante gran parte del choque. Hasta que Williams (19 puntos) y Perry (18 puntos) no se hicieron grandes en el rebote, los amarillos no pudieron correr. A cuarenta segundos, una entrada de Berkowicz pone tres arriba a los macabeos. De inmediato Cantamessi da la réplica (78-77). Con 15 segundos por jugarse, Maccabi es incapaz de poner en juego el balón. En la siguiente jugada los árbitros pitan una polémica falta de ataque de Bonamico sobre Boatwright. El saque israelí llega a manos de Berkowicz que vuela con tal celeridad hacia canasta que en su camino parece cometer unos claros pasos que no son señalados por los colegiados. La canasta final italiana deja el marcador definitivo en 80-79 para los hebreos, que de esta manera se hacen con su segunda Copa de Europa. Berkowicz se corona definitivamente con 20 puntos. 

La leyenda de Micky Berkowicz se acrecentó. Nuevos títulos (hasta 19 Ligas, 17 Copas y la Intercontinental del 80), finales europeas (en el 82 derrota frente al Squibb Cantú de los maravillosos Marzorati y Riva con 18 puntos de cada uno; en las del 87 y 88 caerían ante la experimentadísima Tracer Milán y en la 89 oficiaron de verdugos los noveles Kukoc y Radja de la Jugoplastika Split) y la posibilidad de jugar en la NBA que un juez israelí le vedó. Convenció a Hubbie Brown, entrenador de los Haws de Atlanta, en el campamento de verano y llegó a firmar un contrato, pero Maccabi no le dejó marchar. Micky denunció el caso a los tribunales y un juez dictó sentencia: el jugador se quedaba en Israel, a cambio el club le doblaba el sueldo. De ser un excelso penetrador y finalizador de contraataques, llegó a convertirse en un fiable tirador, al que todo el mundo miraba para asumir los lanzamientos finales. El mejor jugador de la historia de Israel tuvo el inmenso honor de celebrar El Milagro de Janucá, una de las principales fiestas del calendario hebreo.

Kevin Magee, el mejor americano

Fue el primer jugador del baloncesto universitario en quedar entre los diez primeros en puntos, rebotes y porcentajes de tiros convertidos en dos temporadas distintas, pero una lesión en la mano en un partido del NIT le relegó a la posición 39 del draft. Los Suns le cortaron y probó la aventura europea. Primero recaló en Varese convirtiéndose en el máximo reboteador de la Lega y de ahí saltó a Zaragoza para cambiar la ACB. Hay un antes y un después de que el CAI ganase la Copa del Rey en su viejo Palacio de Deportes un 2 de diciembre de 1983. Miguel Ángel Paniagua lo trajo a España y su carácter impregnó a equipo y afición. “He comprado un Mercedes por el precio de un Seiscientos”, llegó a declarar ufano el presidente José Luis Rubio. 

Su cotización subió como la espuma y Maccabi puso sus ojos y muchos dólares en él. En 6 años se convertiría en un mito. De corta estatura para su posición (2,03 metros pelados), su juego amalgamaba potencia (era una roca) y técnica depurada. Tenía instinto y hambre para el rebote, facilidad para tirar abierto, culo para ganar el sitio dentro y un elegante juego de pies. Pese a caer en las tres finales de Copa de Europa consecutivas que disputó, años después de su retirada arrasó en la votación que dirimía cual había sido el mejor americano de la historia del Maccabi. Dobló en votos al segundo, el descomunal Earl Williams, y dejó muy atrás a otros nombres insignes como Aulcie Perry (que terminó en una cárcel neoyorkina por tráfico y consumo de drogas), Anthony Parker o Tom Chambers. 

La Tracer de Milan fue su bestia negra. En el año 87 Zvi Sherf fue incapaz de compatibilizar los caracteres de sus aleros exteriores, Micky Berkovicz y el excelso tirador Doran Jamchi. O jugaba uno o el otro, pero no podían coincidir en pista. El choque de egos les llevó a una derrota por la mínima (71-69). Los cambios en el banquillo (volvió Zvi Sherf) y de acompañante foráneo (Ken Barlow entró por Lee Johnson) al año siguiente tampoco mutaron el resultado: a tres minutos para la conclusión Mike D´Antoni se adueñó del choque y se llevó el segundo título consecutivo a la Lombardía.

Ya retirado, un fatal accidente de tráfico en Los Ángeles cortó su vida de raíz cuando contaba 44 años. En Tel Aviv dejó una huella indeleble.

Y La Estrella de David volvió a brillar en Moscú

En abril de 1971 un intercambio de partidas de tenis de mesa en territorio chino entre jugadores locales y miembros de la selección estadounidense supuso el preludio al restablecimiento de relaciones entre ambos países. El hecho se bautizó como la “Diplomacia del Ping-Pong” y diez meses y medio después Richard Nixon y Mao Tsé Tung refrendaron el histórico paso. 

Desde la “Guerra de los Seis Días” Israel y la URSS se hallaban enemistados. Esa impenetrabilidad encontraba sus agravios en el mundo de la canasta: los enfrentamientos entre las selecciones y equipos de los países o no se disputaban o se hacían en campo neutral. A finales de los ochenta, vientos de cambio soplaban en la Unión Soviética: términos como Perestroika (reestructuración) o Glasnost (transparencia informativa) se popularizaron de la mano de Mijail Gorbachov. El jueves 12 de enero de 1989, tras 22 años de desencuentros, soviéticos y hebreos volvieron a disputar un partido de baloncesto en suelo ruso. Muy cerca del Kremlin, las barbas y bonetes judíos contrastaban con los verdes uniformes militares soviéticos en una repleta grada. El evento tuvo mucho más trascendencia social y política que deportiva: un Maccabi lanzado hacía doblar la rodilla al equipo del ejército rojo. 

El verdugo de la NBA

Poca gente conoce que el cuadro macabeo fue el primero en hacer morder el polvo a una franquicia de la NBA. Y no a una cualquiera. El 8 de septiembre de 1978 llegaron a Tel Aviv los Washington Bullets, por entonces campeones de la Liga Profesional Norteamericana. Si bien no aparecieron con la plantilla al completo (sólo 9 jugadores), la expedición sí contaba con sus más notables referentes: Elvin Hayes, Wes Unseld, Grevey y Bob Danbridge. Maccabi, que llegó a gozar de ventajas de hasta 13 puntos, se impuso por la mínima (98-97) merced a un devastador Berkovicz. El entrenador Dick Motta asumió con deportividad la derrota: “merecieron ganar porque jugaron mejor. No jugamos contra amateurs sino contra profesionales como nosotros”. Durante años la NBA pasó de puntillas por el tema y hasta silenciaba la afrenta.

En agosto del 84 se organizó en Tel Aviv un torneo cuadrangular. Los Suns de Phoenix que habían llegado a la Final de Conferencia Oeste con los Lakers pasaron por encima del Hapoel. Kevin Magee y Lee Johnson (37 puntos) aprovecharon las bajas de Buck Williams y el “Gorila” Dawkins en los Nets de New Jersey para campar a sus anchas. La ayudita de Berkovicz (26 puntos) consumó el paso a la final, donde el contraataque y el acierto del trío de marras (Magee 36, Johnson 28 y Berkovicz 20) destrozaron (113-92) a los “Soles” del elegante matador Larry Nance., que enamoró en el Concurso de Mates.

Diciembre de 2005. Tras ganar en primavera la Euroliga por segundo año consecutivo, en los días previos a la Navidad, Maccabi se marcha de gira por Estados Unidos. En Canadá ante los Raptors de Calderón, Anthony Parker da en los morros a un montón de managers generales que habían desconfiado de su talento, y con una canasta a falta de 0,8 segundos pone nuevamente patas arriba la historia. El 103-105 supuso el primer triunfo de un conjunto FIBA en suelo norteamericano. Le cogieron el tranquillo y a punto estuvieron de dar otro susto en Orlando a los Magic. Los garbeos de años posteriores no trajeron tan felices noticias, pero sí la curiosa entrada en el parquet del Madison de un rabino que intentó persuadir a los árbitros para que dejaran permanecer en la cancha al expulsado y colérico Pini Gershon que no se avenía a razones, después de 10 minutos, para salir de la misma. 

El día que el Doctor J vistió de amarillo

Habían pasado dos años desde el agravio a los Bullets, así que la NBA en el 80 envió un combinado de jugadores de primer nivel (Julius Erving, Moses Malone y Michael Ray Richardson) para combatir al Maccabi en Tierra Santa. El amistoso tuvo trampa y un guiño al aficionado hebreo. Como a los locales les faltaban Perry y Williams, y Berkowicz no se encontraba en condiciones de afrontar un partido completo, se tomó la decisión de que Julius Erving jugara la primera parte con la camiseta del Maccabi. Los hinchas no creían lo que veían; los increíbles vuelos del Doctor J y sus 20 puntos al descanso trasladaron a la grada a otro planeta. Daban ganas de dejarse el pelo afro para levitar como Julius. En la segunda mitad Miki Berkovicz saltó al campo para reclamar protagonismo. A punto por minuto (20) llevó a los suyos a una ajustada victoria (114-112). Fue lo de menos. Nadie de los presentes olvidará la imagen de uno de los más grandes que ha dado este deporte, Julius Erving, de amarillo. 


Saras

Sarunas Jasikevicius es uno de esos personajes en que a muchos nos gustaría reencarnarnos. Me explico. Atesora talento (sin duda uno de los jugadores más creativos de las últimas dos décadas), carácter ganador, una mano que meció a su antojo la cuna europea durante años y una personalidad arrolladora. A sus pases sin mirar, su tiro de manual tras bote y su pasión por el juego se adhirieron una legión de seguidores allá donde fue. Puede fallar (en Sidney 2000 tuvo el tiro para mandar a casa a los orgullosos americanos), pero jamás se ha escondido. El año pasado cuando todo el mundo le daba por acabado estuvo en un tris de birlarle el título al Madrid en el Palacio de los Deportes. Por si fuera poco casóse bien, con una tal Linor Abergil, famosa modelo israelí que fue Miss Universo, y cuando se hartó de ganar en Europa saltó el charco para jugar en los Pacers de Indiana, donde los entrenadores reparaban más en sus deficiencias defensivas que en sus capacidades atacantes. Un genio, ya lo he dicho. 

El amigo Saras llegó a Tel Aviv con el morro torcido. Después de levantar la primera Euroliga para el Barsa, Pesic (excelente entrenador por otra parte) no tuvo a bien que continuara y prefirió a Vlado Illievski (¡por Dios!). Pronto sintonizó con los apasionados hinchas de La Mano de Elías. 

La llegada de Jasikevicius coincidió con la vuelta de Anthony Parker, que ya había ganado con los judíos la Suproliga en París, y el regreso del particular y visceral Pini Gerson al banquillo. Para más guasa, Tel Aviv acogía la Final a Cuatro de la Euroliga 2003-2004, con lo que de daba por supuesto la clasificación para la misma. Aguardaba en cuartos el Zalguiris de un Sabonis que con casi 40 años había retornado para convertirse en el MVP de la primera fase. Maccabi tenía ventaja de campo y jugaba en casa el partido de desempate, pero el desarrollo del choque se tornó en una pesadilla para los macabeos. A falta de 16 segundos perdían por 6 puntos y con 2 segundos por jugar caían 91-94 y el lituano Giedius Gustas disponía de 2 tiros libres para finiquitar el envite. Falló ambos y en el segundo Tanoka Beard invadió la zona, con lo que los hebreos sacaron de fondo. El balón llegó a Derrick Sharp que convirtió un triple imposible sobre la bocina y condujo el partido a la prórroga. Un milagro. Los lituanos abatidos no dieron para más y Maccabi ganó el partido y el acceso a su Final Four con 37 puntos de Jasikevicius. La estratosférica última actuación de Arvidas Sabonis (29 puntos, 9 rebotes, 3 asistencias, 4 triples y 39 de valoración) no sirvió para pasar, pero siempre quedará en el recuerdo. Brutal. 

Como anfitrión Maccabi no defraudó y sus experimentados jugadores administraron adecuadamente la presión. A la inventiva y puntería de sus exteriores (Parker fue nominado mejor jugador) se unió la inteligencia (Vujcic) y exuberancia física (Maceo Baston y Deon Thomas) de sus pivots. Si la semifinal frente al CSKA fue de digestión larga, la final ante Skipper Bolonia de Repesa fue un paseo militar y un fiestón en toda la ciudad. 

Tras el éxito, Moni Fanan, el histórico general manager (que en 2009 se suicidaría) tuvo intención de retirarse, pero varios jugadores, que lo veían como a un padre, amenazaron con marcharse y depuso su actitud. Se convino la ampliación del contrato de Saras por otra temporada más y éste devolvió la confianza depositada con otra Euroliga en Moscú ante un gran TAU Baskonia. Al final de la campaña Sarunas puso rumbo a Indiana y con él se fue una época de vino y rosas. 

En la actualidad, Maccabi trata de recomponerse y reverdecer viejos laureles. El año pasado el Maccabi Haifa le movió la silla y le ganó la Liga. Al formidable técnico David Blatt, le queda mucho terreno por recorrer: los mimbres no son los de antaño, el presupuesto se ha limado y la conexión del equipo con la grada se resquebraja. Suerte en la tarea, pues el baloncesto europeo necesita de todos sus grandes (y pequeños) para competir y convivir con la NBA.

El mítico Fededora

$
0
0

A su modo siempre fue feliz. Se interesó por la vida, curioseó en la cultura y se dejó conquistar por el deporte y su gente. Nunca se sintió extraño ni extranjero: en su tierra le referían como al “Gallego” y aquí a veces le saludaban como “Che”, pero ambos lugares los tomó como suyos. 

El gusanillo del básquetbol se lo metió su abuelo desde la primera ocasión en que le oyó contar la historia del “Hindú Club”, aquellos locos estudiantes del Colegio La Salle de Buenos Aires que saciados tras ganar cinco campeonatos nacionales, decidieron, con el Pancho Borgonovo a la cabeza, emprender una gira por Europa. Corría el año 1927 y en barco se tardaba un mes en llegar al Viejo Continente. La expedición se sintió decepcionada cuando no pudo jugar ni en Alemania ni en Bélgica. Pero en Londres tornó la suerte: disputaron dos partidos y los ganaron. Próximo destino París e idéntico desenlace en otros tantos encuentros (el segundo ante el campeón capitalino, Stade Francais). Barcelona supuso el brillante colofón al paseo trasatlántico. Las 5.000 personas que abarrotaban el campo de Gracia alucinaron con la desenvoltura de los argentinos que vapulearon 50-16 a una selección catalana. A Fede le caló tanto el relato que de continuo conminaba al viejo para que lo rememorara. El patriarca poseía una memoria prodigiosa y a cada poco rescataba pretéritos sucesos relacionados con el pasatiempo preferido del nieto. 

La casualidad y los negocios condujeron a la familia Guevara a una corta estancia en Buenos Aires. Lo que iba a ser una semana se alargó a casi un mes. A Fede no le importó. Todos los días la gran urbe descubría al adolescente imágenes nuevas: el barrio de la Boca, las amplias avenidas, los históricos teatros, las enormes librerías… Todo le fascinaba. Un buen día llegó su padre con una sorpresa que le hizo saltar de alegría. Un cliente le había dado dos boletos para la final del primer Campeonato del Mundo de baloncesto. Era el 3 de noviembre de 1950 y el chico nunca olvidaría nada de lo que ocurrió en el legendario Luna Park esa tarde. 


El combinado albiceleste llegó invicto a la final donde le esperaba Estados Unidos. Las gradas se llenaron horas antes de dar comienzo el choque. A las estrellas locales, Óscar “Millito” Furlong (elegido mejor jugador del torneo) y Ricardo “Negro” González se unió la estimable aportación del base Del Vecchio que anotó 14 puntos. La relativamente cómoda victoria argentina (64-50) les otorgó el primer título mundial de la historia y dio paso a una larga vigilia en la noche bonaerense. La multitud festiva recorrió enfervorecida la calle Corrientes. Cuando terminó el partido la emoción no dejaba hablar al pequeño. Sólo podía abrazar a su padre. A su regreso a Bahía Blanca sus amigos no daban crédito. Por unos días fue la envidia y el protagonista indirecto de la singular proeza. El rey del barrio. 

Pero Fede no era alto (“con 12 años me hastié de crecer”, decía), ni coordinado ni tenía especial facilidad para los deportes, más bien al contrario. Su reinado sólo vivió otro momento de gloria entre sus compañeros: jugaba (más bien poco) en el equipo del colegio y su entrenador acuciado por las eliminaciones de algunos de sus mejores jugadores le puso a jugar en los instantes últimos de la final del campeonato escolar. Con el tiempo a punto de cumplirse recibió una falta personal. Uno abajo en el marcador y el reloj a 0. Cuando se encaminó a la línea de tiros libres un pensamiento se cruzó por su cabeza. Era un mal lanzador. Se paró delante de la raya de la personal, miró al aro, dio tres botes, subió el balón con el codo en perfecto ángulo recto a la vez que flexionaba las rodillas y lanzó la pelota con su mano izquierda (pero ¿qué hace?, susurró su entrenador) dejando la muñeca bien arriba. El balón entró limpio. Empate. No hizo caso a nadie (ni siquiera a los gritos de ánimo de los suyos) y su mirada permaneció fija en dirección a la canasta. El árbitro le entregó el esférico y se dispuso de igual manera. El tiro pegó en la parte anterior del aro, en la posterior y finalmente se coló llorando. Victoria, campeonato, abrazos y paseo a hombros. En el vestuario cuando su entrenador le preguntó por qué había obrado de aquella guisa, Fede encogió los hombros para responder: “Había que darle una oportunidad a la mano buena”. El técnico le miró sin creerlo: “Tócate los huevos. Todos estos años y me entero ahora de que eres zurdo”. La sonrisa del chico le delató: “Para todo, menos para el basket”. Y entre bromas ahí quedó la cosa. Ése fue el último partido de Fede. Sabía que no era lo suyo y disfrutaba infinitamente más con la contemplación del juego que como partícipe del mismo.

Una tarde se recibió carta desde España. Su tío Jorge (como Gardel) había montado una empresa allí y le iba de cine, pero necesitaba cierta ayuda para explotarla en condiciones. El cónclave familiar no tardó en decidirse: apostaban por la aventura y saltaban el charco. Se mudaban de un país rico a otro pobre que había salido hacía poco más de dos décadas de una guerra civil. La compañía, dedicada a la importación de materias primas y alimentos de primera necesidad desde Argentina, se encontraba ubicada en un barrio de clase media del Madrid de principios de los 60, el barrio de Prosperidad. El tío Jorge había adquirido a muy buen precio una descomunal nave junto al antiguo Asilo de Santamarca, a pocos metros de la calle López de Hoyos. La malla industrial del distrito la componían pequeños talleres, empresas de artes gráficas y laboratorios de productos farmacéuticos. Vivía alquilado muy cerca, en una de las casitas bajas del vecindario y como la vivienda era amplia la familia se instaló junta. Los recién llegados no tardaron en adaptarse. Todos colaboraban en el buen funcionamiento del negocio, que iba viento en popa. Los domingos aprovechaban para ir a cualquiera de los tres cines cercanos (el López de Hoyos, el Royal o el Covadonga), pasear por el Retiro, o acudir al Bernabéu que les pillaba a un par de cuadras de casa. La pasión por el deporte de la canasta la llevaban en la sangre, con lo que cada fin de semana se dejaban caer por la Nevera del Ramiro o el Frontón Fiesta Alegre.

De natural reservado, a Fede sin embargo no le costó hacer amigos entre los jóvenes vecinos, con los que empezó a frecuentar las fiestas dominicales. Era un pato mareao, así que por la pista de baile se dejaba ver poco. Disfrutaba de la música, pero prefería la retaguardia y la conversación. Cierta noche, cuando la velada iba tocando a su fin, vio acercarse a una muchacha morena de ojos color miel, gracioso flequillo que le caía sobre la frente y sonrisa arrebatadora que le dijo: “¿Me puedes pedir un refresco de cola?”. “Claro”, acertó a decir Fede, pero como la bebida tardó en llegar, sus amigas la metieron prisa y se aproximó nuevamente para darle las gracias y decirle que lo dejara. Pasó un mes sin que Fede volviera por el local. Varios viajes por el norte con la empresa lo habían mantenido ocupado, así que la primera tarde de domingo que le quedó libre decidió acompañar a su cuadrilla a la afamada sala. Apuraba su consumición cuando alguien le tocó en el hombro. Era la misma cara bonita. “Oye, no te enfadarías el otro día”, le soltó piadosa la joven. “¿Por qué? No claro, que no”, respondió tímidamente Fede. Se hizo el silencio, hasta que la dijo “Vos tenés unos incisivos preciosos”. Al momento enrojeció avergonzado y la joven sorprendida sacó a relucir la mejor de sus sonrisas. Sus encuentros se hicieron habituales y al cabo de unas semanas Dora y Fede comenzaron a salir. A los dos años se casaron y alquilaron un pequeño apartamento no muy lejos del núcleo familiar, encima de la mercería El Arca de Noé.

El viaje de novios lleva a la feliz pareja a la Argentina. Fede la enseña la capital, la presenta a su familia en Bahía y Dora descubre el segundo gran amor de su vida: el tango. Se siente fascinada por las letras desgarradoras y por la liturgia del baile que aprende con inusitada soltura. Toma clases en una academia y el profesor alaba la predisposición y las buenas maneras de la española. La hace entender que en el tango manda el hombre, que es quien decide la coreografía. Más el buen tanguero será el que propicie y fomente el lucimiento de la dama. Fede no baila, pero se deleita con la desenvoltura de su mujer, disfruta con la aparente sencillez con la que se mueve en la dificultad de la danza: la apertura con un paso base, la continuación con una andada, la sensualidad en el abrazo y el lucimiento con los ochos y los ganchos. 

Fede aprovechó la estancia para contemplar en vivo partidos de baloncesto. Algunas noches se sentaban al abrigo del brasero con un delicioso mate, mientras la voz de su abuelo recuperaba historias pasadas y presentes. Así revivió el emocionante episodio del Campeonato Argentino del 57, celebrado en su ciudad, Bahía Blanca, la capital del basquetbol sudamericano. La organización había creado un clima festivo, cada club local había elegido a su reina y desde el inicio de la competencia el estadio de Estudiantes había llenado sus cinco mil localidades. A la final llegó el cuadro local, que representaba a la provincia de Buenos Aires, frente al de la provincia de Mendoza. La expectación fue tal que tuvieron que abrirse las puertas del pabellón y entraron mil personas de más. La muchedumbre llegaba hasta el límite de la cancha de juego. El momento cumbre vino tras finalizar el partido, en el que se impuso el cuadro bonaerense, confeccionado mayoritariamente con jugadores de Bahía. La euforia se desató, se invadió el rectángulo de juego y en esto que los jugadores mendocinos se reúnen en el círculo central y comienzan a cantar. A su alrededor se va haciendo silencio hasta que sólo se les escuchaba a ellos. Para cuando el grupo pone fin a la canción con el “¡Duro Mendoza… Duro Bahía!” la gente arrebatada rompe en aplausos, en una atronadora ovación que reconoce a vencedores y vencidos. “Lo nunca visto. Eso es deporte. Lucha, competencia y luego a dar la mano. El reconocimiento. De cagarse, de cagarse…” termina repitiendo el abuelo. 

En su vuelta a la Península son felices y proponen a los Guevara una alocada idea. Una parte de la nave está en desuso, por lo que piden permiso para adecentarla y explotarla como gimnasio y salón de baile. La familia no pone impedimento y sin prisa van dando cuerpo al recinto. Un año más tarde, un cartel a la entrada anuncia “El Fededora, complejo deportivo, baile y toreo de salón”. Se han gastado una pasta en la reforma, con lo que la aspiración de poner parquet a la instalación la desechan, aunque tanto la sala de danza como la cancha de baloncesto han quedado muy cucas. Dora dará clases de tango. En un primer momento su clientela se limita casi exclusivamente a la colonia argentina residente en el “Foro”, pero se corre la voz y gentes del barrio y de la burguesía madrileña se dejan ver por el Fededora. De vez en cuando se asiste a alguna clase magistral de toreo de salón, pero lo que mantiene ilusionado a Fede es el alquiler a pequeños clubs y grupos de amigos para realizar entrenamientos o disputar partidos de baloncesto. Sin perder de vista el negocio familiar, que les da (y muy bien) de comer, el Fededora se va haciendo un nombre entre los deportistas y bailarines de la capital. 

De Argentina le llegan noticias de la aparición de tres auténticos cracks en el baloncesto bahiense. Fruet, Cabrera y De Lizaso copan durante una década el Campeonato Argentino, aunque en el 65 se quedan a un punto de la gloria tras un bicampeonato. Veinte mil enfervorecidos hinchas han aupado a la escuadra local al triunfo en Santiago de Estero. 

En el año 69 se produce un hecho que cautiva a Fede. El 5 de febrero el Club Natación Canoe inaugura un complejo deportivo con piscina cubierta, otra al aire libre y un pabellón para baloncesto que embelesa a Fede. Había conocido al peruano Cholo Méndez, un auténtico maestro del basket y un magnífico profesor de técnica individual, la que había aprendido en los high school estadounidenses. Había seguido puntualmente de la mano del auténtico motor del club, Juan Tamames, el avance de las obras. En su modestia aspiraba que su pequeño escenario se asemejara algún día al maravilloso recinto de los nadadores. 

Dos años más tarde la salud del abuelo empeoró. Estaba en las últimas y la familia se desplazó al completo para darle un último adiós. Cuando llegaron su situación era irreversible, pero se mantenía estable. Podía durar horas o meses. La mayor parte del tiempo dormitaba y sólo durante esporádicos ratos recobraba la lucidez. Una tarde que padre, tío y sobrino lo velaban, Jorge rompió el silencio: “¿Sabéis lo que de verdad le gustaría al viejo?”. Él sólo se respondió: “Que mañana fuéramos a ver a la selección de Bahía contra la Yugoslavia Campeona del Mundo y se lo viniéramos a contar. Así que no le vamos a desairar”. Allá que se encaminaron los tres con la esperanza de distraerse y traer algo épico que narrar. Cada uno tenía sus predilecciones. Los hermanos siempre se decantaron por el color aurinegro del Olimpo. Jorge mantenía que Atilio Fruet había revertido el sino del baloncesto local y sus diez títulos hasta su retirada así lo atestiguaban; era un alero alto capaz de hacer daño por dentro o por fuera y que, sin embargo, se habría de perder el encuentro por un problema en el brazo. El otro representante de “La Garra” del Olimpo era el predilecto de Fede padre: José Ignacio “El Negro” De Lizaso era el compañero ideal de trinchera. Fede hijo, hincha de Estudiantes, sólo tenía ojos para Beto Cabrera, un base mágico que dirigía con mano firme y elegancia a su equipo y a la selección provincial con la que conquistó 9 campeonatos. Los tres fueron los principales referentes de la selección bahiense que se hizo con 7 títulos provinciales consecutivos. Por dentro, les echaba un cable importante el gigantón Giorgio Ugozzoli.

El marco resultaba inmejorable, el recién estrenado Norberto Tomás, nueva sede del Olimpo, que había decidido dedicar el nombre del gimnasio al jugador que había fallecido 9 meses antes durante un partido y que con tanto ahínco había defendido los colores del club. El rival, la selección yugoslava dirigida por Ranko Zeravica, que tutelada en la sombra por el maestro Aza Nikolic, se encontraba de gira para foguear a sus futuras estrellas. De los campeones de Liubliana, sólo 4 jugadores repetían convocatoria, más el grandioso Kresimir Cosic, que estaba tocado y no jugó el encuentro. Primera parte de ritmo lento y corta ventaja local (34-32). Los celestes le meten otra velocidad a la salida de los vestuarios (parcial de 8-0), pero los “plavi” se agarran a su cuarteto campeón, mantienen el tipo y neutralizan la diferencia (52-57). “Bill” o “El Lungo” Brusa nunca entendió de amistosos, sólo le valía ganar, así que aún a costa de perder por faltas a varios de sus titulares, envió a los suyos a la guerra con todo. Dos tiros abiertos del mago Cabrera daban una ventaja de 4 a los locales, pero en la siguiente jugada cometía la quinta personal y los argentinos habían de disputar los últimos dos minutos sin su cabeza pensante. Jevolac, tras un rebote acerca a los balcánicos a un punto. El último ataque se lo radia el nieto al abuelo moribundo entre voces y lágrimas: “Ojunian sube la pelota, pasa la línea divisoria y la grada murmura y a la vez empuja. ¿Quién será el valiente?, se preguntan suspirando todos. Ese balón lo traían desde el campanario para “La Cigüeña”. Sí abuelo, porque ahí apareció De Lisazo, que bien sabía que esa bola era suya y de nadie más, para tirarse una suspensión de portada de “El Gráfico” y sentenciar el partido. Sí abuelo, ganamos a los Campeones del Mundo”. El viejo, con los ojos como platos, sólo consiguió murmurar “qué pibes”. Una semana después moría y la familia regresaba con el corazón encogido. 

Pasa un lustro y cambian las tornas. Al fallecimiento de Franco se sucede una Transición en esos días ejemplar. Lo que se gana en España se retrocede en Argentina: el Golpe de Estado del General Vilela conduce a un régimen de terror que supuso la desaparición y muerte de unos 30.000 argentinos. La barbarie. La familia permaneció en España encogida y amedrentada por las confusas noticias que llegaban desde su patria. Nunca se metieron en política, consideraban a Perón un demagogo y no concebían una nación sin libertad para expresarse o moverse. Sintieron miedo, vergüenza y horror. Pasada la etapa oscura e ignominiosa y restablecido el estado democrático, la familia y el país intentan restañar heridas y recuperar la normalidad. 

Desde hace tiempo, los mejores especialistas habían confirmado a la feliz pareja que no podían tener hijos. Se acostumbran a la situación y deciden darse el capricho de concederse dos viejos sueños. Compran un piso en Torres Blancas, el emblemático edificio que encumbró a Sáenz de Oiza y por el que recibió el premio de la Excelencia Europea en el año 74. La estructura arbórea de hormigón armado carente de pilares, consolidada a base de cilindros rodeados en su perímetro por balcones con celosías de madera, siempre les había cautivado y la bonanza de los negocios les permitió la adquisición a pesar del elevado precio. Por otro lado, la fortuna llevó a Fede a relacionarse con una empresa internacional de maderas estadounidense y reconquistar un viejo anhelo: colocar parquet en su pabellón. Ya puestos, indagó y supo que la famosa superficie de madera del Boston Garden procedía de un bosque de Tennessee y por un poco más de dinero la compañía le hacía el traslado y la instalación. Lo mantuvo en secreto y un verano acometió la obra. Cuando en octubre reabrió sus puertas no daba abasto para atender las peticiones de solicitud de alquiler. La demanda se multiplica y los antiguos alumnos y jugadores de los colegios próximos (Corazonistas, Ramiro de Maeztu, Claret, San Agustín, Menesianos, Recuerdo) organizan una Liga los fines de semana. La fiebre del baloncesto ha aterrizado en España: en el primer lustro de los ochenta la selección se trae la plata europea de Nantes y la olímpica de Los Ángeles y las primeras imágenes de la NBA (con Bird, Magic, Julius Erving o Kareem Abdul Jabbar) llegan a través de la televisión. Los chavales tiran de imaginación y rebautizan la cancha cada vez que les toca jugar como locales: el FedeForum, el FedeGarden, el FedeMadisonSquareGarden, el FedeSpectrum, el FedeSummit, el FedeOmni. Ponen dos condiciones a su casero: que la final se juegue en el FedeColiseum y que entregue los trofeos. Éste sólo estipula una para sus inquilinos: ni una bronca o da por concluido el campeonato. El éxito es tal, que en los años sucesivos, antiguos alumnos de colegios alejados del distrito de Chamartín, se incorporan al evento (Pilaristas, Decroly, Sagrados Corazones, Maristas, Salesianos, Virgen de Atocha, San Viator, Fátima, Maravillas…). Fede disfruta como un niño y procura no perderse un partido. 

En el año 83 aterriza en España un tipo singular, el entrenador argentino León Najnudel al que ficha CAI Zaragoza de Ferrocarril Oeste. Le aguarda un equipo joven y renovado que preside un tipo listo, un lince, José Luis Rubio. Se crea la ACEB (posterior ACB) y la ciudad maña organiza la Copa del Rey. Sólo Fernando Arcega y Manel Bosch repiten de la temporada precedente. Han firmado a dos aleros de categoría, Charly López Rodríguez (que a la postre metería la bandeja clave para la conquista del título) e “Indio” Díaz, y de abajo asoman jóvenes talentos: Pepe Arcega, Paco Zapata, Raúl Capablo y el tristemente desaparecido Rafa Martínez Sansegundo. León participa de un baloncesto sencillo, insiste en pocos conceptos (una defensa inteligente, evitar pérdidas de balón, hacer que circule con fluidez para seleccionar buenos tiros, cerrar el rebote…), pero bien hechos y da tanta libertad al grupo, dentro y fuera de la cancha, que los jugadores echan de menos una mayor dosis de entrenamiento. Iniciada la campaña, el fichaje de una bestia, Kevin Magee (que complementará al otro buen americano, Jimmy Allen), cambia la historia moderna del baloncesto español. La fuerza sobrenatural y el carácter competitivo de Magee contagia al resto y en la final se deshacen contra pronóstico del Barsa. El momento supuso un punto de inflexión y la eterna amistad entre el peculiar técnico y su compatriota argentino, dueño del distinguido gimnasio en la capital madrileña. El preparador regresaría a la patria para montar la liga profesional de su país (LNB), para lo que llegaría a recabar incluso los estatutos de su homónima española. 

Por boca de León tuvo conocimiento de los nuevos valores que se fraguaban allende los mares: le vaticinó el dominio del Atenas de Córdoba apoyado en las dos grandes sensaciones del momento, el “Pichi” Campana y Marcelo Milanesio, y a finales de la década le contaba las excelencias de un chico que con 205 centímetros hacía bien todo, Marcelo Nicola. El agente Arturo Ortega y el director técnico de Baskonia, Alfredo Salazar, tuvieron el olfato y la intuición. Fueron los primeros en pescar en aguas vírgenes con una caña entonces corta (Vitoria) y un anzuelo sencillo (ofrecían contratos largos a cantidades asumibles). Capturaron (captaron, mejor dicho), pezqueñines que a su cuidado se harían tan grandes que algunos arribarían al mayor océano conocido (la NBA): Fabricio Oberto, Luis Scola, el “Chapu” Nocioni. España e Italia fueron los caladeros de aquella generación irrepetible (Pablo Prigioni, Hugo Sconochinni, Juan Alberto Espil, “Pepe” Sánchez, Lucas Victoriano, Rubén Wolkowyski, Leo Gutiérrez, Juanpi Gutiérrez, Pancho Hasen, Walter Herrmann, Carlos Delfino, el “puma” Montecchia”…). Al mejor, a Manu Ginóbili, lo colocó Ortega en Reggio Calabria, antes de dominar Europa desde Bolonia; era el paso previo para que en San Antonio (Tejas), en el “salvaje oeste”, sus manos se empezaran a llenar de anillos (lleva 3). Esa generación hizo a Argentina subcampeona del Mundo en Indianapolis 2002, tras humillar a la prepotente selección USA y sentirse “robada” en la final ante Yugoslavia, y campeona olímpica en Atenas 2004, después de la inolvidable canasta en el último segundo de Ginóbili ante Serbia y Montenegro, el nuevo repaso a Estados Unidos y la aplastante victoria ante Italia en la final. Ese 28 de agosto, Fede era el hombre más feliz de la tierra. Todos esos chicos que, sin excepción, pasaban a visitarlo por su humilde gimnasio, le habían henchido su orgullo argentino. Nunca se lo podría agradecer suficientemente a León, a Julio Lamas, a Ruben Magnano, a Sergio Hernández…, los entrenadores que un día se los habían presentado. 

Fede le había puesto unas graditas al gimnasio, unos coquetos vestuarios y la calefacción funcionaba en invierno y el aire acondicionado en verano. La Federación Madrileña arrendaba el pabellón para las finales de sus campeonatos y el Fededora llegó a dar cobijo a las charlas técnicas de los maestros más reputados del panorama internacional. Una noche muy tarde recibió una charla de la Federación Española: el Canoe se había inundado y la selección juvenil no tenía pista donde entrenar. Sin problema. A las diez en punto tenía allí a Charly Sainz de Aja (al que trataba de Virgen de Atocha) y a sus chavales. A los madrileños (Antonio Bueno, López Valera y especialmente a Felipe Reyes, por su hermano Alfonso, al que le guardaba un cariño especial), los conocía bien. Al resto no, y como había oído hablar maravillas de ellos, se quedó a ver la sesión de entreno. A lo largo de la semana que se prolongaron las prácticas, el descubrimiento y la fascinación fue mutua. Fede no había visto nada igual a tan tierna edad y los chavales se encontraban magnetizados al legendario parquet y al encanto mágico del gimnasio. Saboreó el juego de pies de Germán Gabriel (sin duda, haría una gran pareja de baile con su Dora), admiró la fortaleza de Carlos Cabezas y José Calderón, le asombró la exuberancia física de Drame, le sorprendió la potencia de Julio González y le cautivó la ascendencia y el saber hacer de Berni Rodríguez. Una pareja que siempre iba junta le tenía descolocado: eran dos palos, uno un tallo, el otro un junco. Eran Juan Carlos Navarro y Pau Gasol, eran la facilidad para jugar al baloncesto. Fede alucinaba, pero de entre la panda escondía una predilección secreta y fue al único que puso mote: Rául “Mandrake” López. El apodo (que aludía al mago, al personaje del comic creado por Lee Falk en los años treinta), fue el que llevó su ídolo de siempre, Beto Cabrera. Lo que hacía el de Vic sobre la cancha le extasiaba y le devolvía a sus años mozos. Llegó a un acuerdo con el grupo: podían venir siempre que quisieran a condición de que vinieran a contarle sus proezas o fracasos. Así se enteró del Campeonato de Europa Junior conquistado en Varna, con un tiro decisivo en suspensión de su idolatrado Raúl en semifinales ante Grecia. El siguiente éxito de la camada lo gozó por televisión, el Mundial Junior de Lisboa. El salto que dio con el triple de Carlos Cabezas casi le lleva a caer sobre el receptor. ¡Qué alegrón!

En la primavera de 2006 una cruel enfermedad le había dejado sin su Dora. En tres meses se había apagado como un pajarito. Le daba pereza y pena regresar cada noche al piso de Torres Blancas, así que se habilitó un catre en el despachito del gimnasio. Allí se sentía menos sólo. El verano vencía y le traía una distracción, el Campeonato del Mundo de Baloncesto en Japón. Llegó a perdonar al “Chapu” Nocioni el triple fallado en semifinales porque implicaba que sus “niños” se metieran en la final frente a Grecia, que se había cargado a Estados Unidos. Pese a cierto pesimismo (Pau Gasol, el mejor jugador del torneo, se había lesionado de gravedad y no podía jugar), Fede no tenía duda de la calidad y el halo competitivo de esos chicos. Le llamaron amigos, pero decidió verlo sólo, sin compañía. España dio una lección defensiva, una singular muestra de juego de equipo. “Pepu” Hernández se inventó un 4 de lujo, Carlos Jiménez, que ocupó todos los espacios, acaparó los rebotes y personificó el espíritu de una escuadra histórica, la más grande que había dado nuestro baloncesto. A la conclusión, a Fede se le juntaron todas las emociones y lloraba como un niño. Recordó cuando de chico salía entre sollozos de la mano de su padre del Luna Park. Había pasado más de medio siglo.

El día de Navidad, la señora Reme acudió como cada mañana a adecentar el gimnasio. Le extrañó que tan temprano hubiera luz en el cuartito. De fondo se escuchaba la melodía preferida de Dora, el maravilloso Oblivion interpretado por el maestro Astor Piazzolla. Sus compases acompañaron los últimos latidos de un corazón grande, el de Fede Guevara.

Nota: Esta historia es fruto de la imaginación de su autor. Ni Fede ni Dora existieron nunca, ni tampoco su mítico gimnasio, aunque sí los partidos y campeonatos nacionales e internacionales que durante el relato refiero. Desde aquí pido disculpas a los personajes conocidos y reales nombrados que hago interactuar y que me sirvieron para darle forma a este viaje onírico por el baloncesto hispanoargentino. A cambio espero disfruten con la lectura. Agradezco a mi amiga Marisa su ayuda en el esbozo de los conceptos básicos del tango.

El vuelo de Nate Davis

$
0
0

El día de Navidad Canal+ nos trajo un regalo muy particular. A los de una determinada edad nos transportó a los albores del baloncesto moderno, a los inicios de la ACB, y nos devolvió a uno de sus ídolos; a los más jóvenes les presentó a una leyenda de este deporte en nuestro país. A todos, nos situó ante una historia verdadera, tan dura como real, tan brillante como estremecedora, la de una estrella en las canchas al que un día la vida le dio la espalda. Impactado, emocionado y eternamente agradecido por el maravilloso documental de Informe Robinson, como “yo también vi jugar a Nate Davis” pero me faltaron agallas en noviembre  para coger el coche y plantarme en Ferrol, decidí husmear un poco en aquellos maravillosos años porque el niño que fui no olvida. Y esto es lo que he encontrado. Espero que les guste.


Carolina del Sur

Nathaniel Davis fue el mayor de cinco hermanos. Vino al mundo en Columbia, capital de Carolina del Sur, en el año 54 en un estado y en una época en que blancos y negros no comían en los mismos restaurantes, ni acudían a los mismos colegios ni siquiera ocupaban los mismos asientos en los autobuses. Su padre barnizaba pianos de cola  y dirigía con mano firme la educación de sus hijos. A Nate le encantaba el fútbol americano, pero “afortunadamente” una lesión en la pierna (se la rompió) le llevó al baloncesto. Jugó en la escuela en Alcorn, en el instituto en Eau Clair (su camiseta con el nº 35 pende de lo más alto del nuevo pabellón) y en todos los parques de su ciudad. Más de una vez llegó más tarde de la hora fijada, se encontró la puerta cerrada y tuvo que pernoctar en casa de algún amigo. Sus dotes para la canasta le hicieron acreedor de una beca en la Universidad de South Carolina, en la que coincidiría con tres compañeros que luego harían carrera en la NBA: el finísimo Alex English (símbolo de los Nuggets de los 80), Mike Dunleavy y Brian Winters (All Star con los Bucks). Estos días ha confesado que durante la época consumía marihuana prácticamente a diario y que fue su esposa Annie la que le quitó de la cabeza el vicio. Cuatro años exitosos en los “Gamecocks” con el techo de cuartos, el Sweet 16 de la NCAA, y el 5º lugar de la década en la tabla de anotadores del centro académico no le valieron a Nate para atraer la atención de los focos profesionales. Los Bulls no le elegirían hasta el puesto 101 del draft y le cortaron en su campamento de verano. Pero había que comer, así que terminados sus estudios de Criminología aceptó el puesto de ayudante del sheriff. Durante 9 meses aparcó el baloncesto, trabajó la calle a tres turnos y salvó la vida de milagro cuando acudió a solucionar un incidente y la bala perdida de un borracho por poco le atina. Hasta que un buen día un representante belga le habló de la posibilidad de venir a España; Nate le conminó a contactar con su entrenador universitario, el célebre Frank McGuire, para pedir referencias y voló a la Península Ibérica.

Gasca y su Askatuak

José Antonio Gasca podía ser un excéntrico, un rebelde, una “mosca cojonera” para los grandes, pero se trataba lisa y llanamente de un genio, un visionario, un tío adelantado a su época, un entrenador que con gente de la casa había alcanzado la quinta y sexta plaza liguera a finales de los sesenta. Excepcional motivador, era Maquiavelo dirigiendo partidos. Después de su etapa francesa, regresó a San Sebastián para ascender al equipo de su ciudad a Primera. Suscrito a todas las revistas especializadas americanas, viajaba anualmente a Estados Unidos. De gran ojo a la hora de elegir al foráneo de turno, con Robota quedó campeón de Segunda y con Dave Russell encontró un tres todoterreno que colocó al Dico´s de Azpiazu, Pérez, Motos, Ubarrechea o Galdona en el quinto lugar. Lo vendió al Orthez y con la pasta que sacaron, rompió el molde: fichó a Essie Hollis. El “helicóptero” causó sensación desde el primer vuelo y, a pesar de la jubilación del gigantón Aspiazu, terminaron sextos. Como el gran Hollis soñaba con los profesionales su aventura en La Bella Easo apenas duró un año. Hallar un sustituto que ocupara su lugar en el imaginario de la gente parecía misión imposible. Gasca lo encontró: era Nate Davis. Al principio acusó la inactividad (las piernas le pesaban), pero al cabo de tres semanas de entrenos convenció de tal manera al selecto paladar del preparador que le firmó por dos años. Gasca, siempre indómito e insurgente, envió copia del contrato “profesional” de Davis a la FEB y a la FIBA, en demostración clara del profesionalismo por el que abogaba.

El equipo, con pocos cambios respecto a temporadas precedentes, lo componían chavales de la tierra que compatibilizaban su dedicación al basket con estudios o trabajo. Sólo ganaron tres partidos en el año, pero su atrevida puesta en escena era innegociable. Al Madrid le tutearon en un repleto Anoeta. Cuentan que entre bromas Davis le dijo a su defensor que no se encontraba bien y que probablemente haría el peor partido de su vida: 55 puntos le delataron. Claro que Iturriaga, de Bilbao él, no se arrugó e hizo 40 en la victoria blanca (95-102). Nate terminó el curso con el mejor promedio anotador de la Liga, a 32,5 puntos por noche (el máximo encestador fue Webb Williams con 735 puntos por los 724 de Nate), pero sus críticas a la labor del entrenador en la prensa local (luego se justificó con el típico malentendido con el idioma) le apartaron del equipo. Limó asperezas con Gasca y tras el descenso fue traspasado al Valladolid. En San Sebastián todavía reclaman la autoría de los primeros “alley opps” que se vieron en España.

Ancha es Castilla

Los de Pucela aprovecharon la salida del Madrid del “Globetrotter” Carmelo Cabrera para firmarlo y reunir una pareja de ensueño recordada 30 años después. El equipo terminó noveno a pesar de la dudosa química (disputas internas, cese a mitad de temporada del entrenador, Vicente Sanjuan) y la escasa dedicación defensiva (nadie encajó más puntos que ellos, 103 por partido). Davis deslumbró promediando 29,7 tantos (1º de la Liga por delante de Brabender y Mike Phillips), 9 rebotes (2º) y 2 tapones (3º). Su familia se asentó en la tranquila capital castellana y  él se sintió mimado en la calle e idolatrado en la cancha.

Durante la temporada siguiente, 80-81, los bases (Cabrera y Seara) no terminaban de llevarse, pero el bloque se consolidó con los históricos Lafuente, Martín De Francisco, Llano, Puente y Toño Martín. Mario Pesquera aportó conocimiento y orden atrás y los resultaron llegaron (sextos). Davis recortó su media (“sólo” 26,2 puntos –cuarto de la competición-), con tres actuaciones por encima de los 40 puntos, dos victorias en los irrepetibles duelos frente al Areslux de Essie y un encuentro que ha entrado en los anales de la historia.

El partido de la mano rota

A comienzos de enero del 81 Davis se fracturó el cuarto metacarpiano de la mano izquierda en un entrenamiento. El próximo rival liguero era el OAR Ferrol y nadie de los que acudieron al Huerta del Rey ha podido borrar de su memoria ese encuentro. Nate hace la rueda y de salida se queda en el banquillo. Para amortiguar la baja los castellanos salen en defensa zonal, pero el canadiense Lars Hansen, que se iría a los 40 puntos, campa a sus anchas.  En el minuto 8, con 14-26 en contra, Pesquera pregunta al lisiado y lo pone a jugar. Los gallegos se marchan al descanso con 22 puntos de ventaja (Hansen sólo ha errado 3 tiros en una serie descomunal de 13 de 16). En la reanudación apuestan por un quinteto bajito con dos bases y Lafuente y Martín De Francisco en la engorrosa tarea de limitar las prestaciones de Hansen, que a la postre sería máximo anotador del año. En los primeros dos minutos la diferencia se amplía hasta los 26 puntos (45-71). La presión morada reduce las distancias (87-92) en el 35. A dos minutos para la conclusión Davis pone por delante a los locales y la grada enloquece. Con empate a 98 canasta de Nate, que en el ataque siguiente asiste a Martin. La postrera canasta del ferrolano Suso Fernández deja el marcador en el definitivo 102-100 para el Miñón Valladolid. Invasión de la cancha (las fotos en blanco y negro con la mano vendada recogen el momento) y saludo del torero desde los medios. No era para menos: el Cid, siglos después, se había reencarnado en jugador de baloncesto en Valladolid. 27 puntos, 13 aciertos sobre 19 intentos, para ganar un partido imposible con una mano rota en 31 minutos legendarios.

Lo que pocos recuerdan es que en el siguiente partido, Davis repitió la hazaña a orillas del Pisuerga. El Miñón se impuso al Manresa 92-90. Evidentemente el hueso no había soldado y sólo pudo actuar 17 minutos en los que únicamente anotó 4 puntos, pero adivinen quién metió la canasta final… Después de aquello se tiró tres partidos sin jugar.

La temporada 81-82 supuso la última como violeta. Pepe Alonso sustituyó a Cabrera, Pera ocupó plaza como escolta y tomó la puerta de salida Goyo Estrada que no llegó a cuajar. El equipo de Pesquera cabalgó a paso firme y se instaló en la zona noble (quinto puesto). Davis se sostuvo en sus números (26,1 puntos), dejando algunas actuaciones excelsas: 48 puntos y 12 rebotes ante el Canarias en la victoria 98-100 y 50 puntos y 14 rebotes ante el CAI en el triunfo 112-100. En Valladolid  los amantes del western se frotaron los ojos con el duelo anual en OK Corral: Nate Davis 40 versus Essie Hollis 43, pero el botín quedó en casa (Miñón 101-Areslux 93). En Tenerife, el desafío de otro cañonero, Scales se fue hasta los 45 puntos, no le valió al Naútico para ganar. Cuestionado Pesquera sobre si cambiaría al ídolo local por Davis (que se había quedado en 25), declaró que ni en broma. Concluyó su ciclo en la tierra del maestro Delibes,  a dónde no regresó hasta octubre del 88 cuando Forum Valladolid y Clesa Ferrol le tributaron un merecido homenaje. La sala de trofeos del club lleva su nombre.



Camino de Santiago

A Nate no se le iba de la cabeza la NBA y realizó un último intento de entrar en profesionales en el verano del 82. Durante 5 meses se machacó con los Bullets de Washington, compartiendo vestuario con jugadores de la talla de Jeff Ruland, Ballard o Spencer Haywood. Llegó incluso a desenvolverse con soltura en el puesto de base, pero otra vez a última hora le cerraron las puertas. Douglas Benhoof, un amigo que residía en Valladolid, le llamó con la posibilidad de sustituir a “Chuck” Verderber que se había roto el tendón de Aquiles en la quinta jornada. Su estancia en la ciudad del Santo Patrón apenas duró un par de meses: 12 partidos a 26,2 puntos la noche. Debutó con derrota un 14 de noviembre en Manresa (20 puntos) y tardó en soltarse (en los siguientes 4 partidos se movió entre los 20 y 25 puntos) hasta que le cogió el aire (40 al Areslux, 39 al Coto de Aíto y 32 en su único triunfo ante su anterior equipo, el Miñón Valladolid). En el viejo pabellón del Sar, el día de Reyes Obradoiro se llevó un palizón del Real Madrid (70-125) y el público una jugada para contar a los nietos, un mate de Nate Davis colosal después de tirarse el balón contra el tablero. Que los árbitros anularan la acción por ilegal fue lo de menos. Sólo jugó dos encuentros más con los gallegos; en el penúltimo en casa le hizo 41 puntos a Basconia. Los problemas en los cobros le devolvieron a Estados Unidos.

Con muchos jugadores que ganaron el ascenso y una plantilla muy joven (Modrego, Lomas, Carlos Pérez, Alberto Abalde, Pagés, Alberto Corts, Orbea, Aldrey, Abel Amón y Pepe Rivera) dirigida por Todor Lazic (que tuvo que ser sustituido a mitad de año por Pepe Casal debido a un problema pulmonar), Obradoiro sólo obtuvo dos victorias, descendió y no retornó a la élite hasta 2009 para orgullo de su increíble afición.

Somos la leche

 Juan Fernández, otro “loco” de este deporte, puso a su OAR (que regía desde 1960) en el mapa desde la esquina noroeste de la nación. En los ochenta, Ferrol sufría como pocas la reconversión naval y el azote del paro (en los últimos 25 años ha pasado de ser la tercera ciudad en población de Galicia a la séptima). Los astilleros se vinieron abajo y el baloncesto daba un respiro a las penas los domingos a la mañana. Atrás había quedado el antiguo Punta Arnela y riadas de gente bajaban de Canido a La Malata. Cinco mil personas la llenaban y el equipo tuteaba a los grandes. “Mico” Saldaña, Manolito Aller, Miguel Loureiro eran un símbolo para los suyos, su identidad. Nate Davis era algo más, el sueño de sentirse grandes por un rato, el anhelo de una aventura excepcional. Patrocinados por Clesa, un cántico se repitió hasta convertirse en eslogan: “Somos la leche”.

Con técnicos de prestigio, Jaime Ventura, Javier Casero, Tim Shea o Moncho Monsalve, el equipo hasta se asomaba a Europa. Jugadores importantes nacionales (Fede Ramiro, Ernesto Delgado o Toño Martín) se unieron al reto atlántico. El hispanoargentino Ricardo García echaba una mano por dentro a Bill Collins, un profesional como la copa de un pino.

Nate, Annie y sus dos hijos estaban encantados en el apacible entorno. Se le podía ver con frecuencia corretear por las playas de Valdoviño o machacarse en los montes cercanos. Disfrutaba de su rutina casera: compraba los periódicos americanos, hacía un poco de tiro en el pabellón, comía en casa y disfrutaba con su colección de videos de cine clásico. A la tarde a entrenar. Su felicidad se reflejaba en la cancha, sus dos primeros años se alzó con el trofeo de máximo anotador, con medias de 28,1 y 30 puntos. En la época, Nike entregaba la Bota de Oro al primer encestador nacional porque en su día Larry O´Neill había despreciado el trofeo al enterarse de que no estaba bañado en el precioso metal.

Algún aficionado todavía rememora el primer cruce de la Copa Korac: Racing Maes Pils Mechelen, se había impuesto en Malinas 81-72. En la vuelta, con la eliminatoria empatada, Clesa Ferrol ganaba 74-65, Nate Davis realiza un lanzamiento de tres puntos al poco de atravesar la línea de medio campo. Más de uno se lleva las manos a la cabeza, pero Nate es el primero que observa que el tiro no va y corre al rebote. En el último segundo palmea en el aire con la mano izquierda y convierte la canasta sobre la bocina. La apoteosis.

En el comienzo de su octava temporada en España el proyecto ferrolano se revelaba de lo más ambicioso con la solicitud de nacionalización de Nate Davis (simultáneamente desde otros puntos del país se gestionaron –y finalmente se consiguieron- las de Matt White –hace poco desaparecido en extrañas circunstancias- y del mormón Steve Trumbo, aquel reboteador excelso que llegaba a lanzar los tiros libres con los ojos cerrados). El equipo se confeccionó bajo esa premisa: se dejaron salir a Fede Ramiro y a Ernesto Delgado y se trajo un solo americano interior a la espera de la culminación del proceso. Comenzada la temporada, como ni John Martin primero ni luego Terry dieron consistencia por dentro, Moncho Monsalve tiró de contactos para traerse a una joven perla centroafriacana, Anicet Lavodrama. El chaval era un portento físico, pero se veía muy sólo en la zona. El proceso se encallaba y aumentaba el casillero de derrotas. En el último partido del año 85 visitaban Santa Coloma para enfrentarse al Licor 43. Terminando el encuentro Nate Davis cayó mal y se rompió la clavícula. Entonces no lo sabía, pero fue su último partido como jugador de baloncesto. Derrota 90-81 y 27 puntos (8 de 14 en lanzamientos de 2, 3 de 8 en triples, 2 tiros libres lanzados y convertidos, 4 rebotes y 1 tapón en 37 minutos). Dejaba la competición como máximo anotador con 412 puntos y 29,2 de promedio y un escalofriante porcentaje del 43% en triples. Cuentan que en el momento del accidente, OAR le tenía redactado un contrato que le hubiera resuelto la vida a razón de medio millón de dólares por 6 años y 100.000 dólares en mano. Otis Howard, aquel excelente jugador con el que ninguno de sus compañeros quería compartir habitación en los viajes (roncaba como un oso), dio la solvencia y el vigor en la pintura que el conjunto necesitaba y después de una temporada de vaivenes (incluidas las disputas entre Monsalve y Fernández) se salvó la categoría.
Aquel concurso de mates

Quiso la mala fortuna que la lesión de Davis evitara su participación en el primer concurso de mates organizado por la ACB en Don Benito. Lo llevaba preparando dos semanas. Minutos después de que David Russell saltara sobre el niño Gustavo para alucinar al respetable y hacerse con el certamen, Nate Davis entraba en el quirófano para operarse. Tiempo estimado de la rehabilitación, tres meses.

A pesar de las bajas de Davis y del elegante Claude Riley, la prueba resultó de altísimo nivel. A Russell (que además obtuvo el título de máximo anotador de aquella Liga) le siguieron el incombustible Wayne Robinson y Anicet Lavodrama, y nuestro “saltamontes” Carlos Montes y Willie Jones también dejaron posters para llenar habitaciones. ¿Qué hubiera pasado si Davis hubiera acudido? ¿Con qué se hubiera atrevido?

Missing

Tras la operación acudió de paisano a La Malata para ver ganar a sus compañeros 70-68 al Claret de Las Palmas. Marchó de vacaciones a Estados Unidos, pero jamás regresó. Desapareció. Annie no se encontraba bien y tras multitud de pruebas los médicos detectaron su dolencia: tenía SIDA. En el parto de su segundo hijo, Matthew, había perdido mucha sangre y necesitó transfusiones. Una de las muestras estaba contaminada. Nate empeñó su fortuna en sus cuidados, pero no había solución y al cabo de unos meses moría. El shock que le produjo su desaparición le llevó a 2 semanas de internamiento. Annie era su ancla, su roca, el pilar de su vida. En el mismo año fallecieron su madre, su abuela y su mujer. Fervoroso creyente (decía que saltaba tanto para estar más cerca de Dios), trató de agarrarse a la fe, pero se rompió por dentro: “cuando la perdí, yo también me morí”. Todos sus sueños se habían resquebrajado. Arruinado, había perdido todo, tenía que salir adelante. El baloncesto ya sólo sería un agridulce recuerdo. Se trasladó a Atlanta a vivir con su hermana que le echó una mano con los chicos. Trabajó en empresas de seguridad, de mensajería y de informática. A dos matrimonios le sucedieron dos divorcios. Allí le encontró en el 96 su amigo, el periodista Jaime Fernández, y le realizó un reportaje para la Televisión Gallega de gran éxito. Tiene otros 2 hijos y es abuelo de 5 nietos. Con 60 años comparte piso con un compañero que no tiene idea de que Nate fue una estrella del baloncesto tiempo ha en un lejano país.

San Andrés de Teixido

Refiere el dicho popular que al santuario “vai de morto quen non foi de vivo” (va de muerto el que no fue de vivo). La capilla se encuentra sobre los acantilados de Vixía Herbeira (los más altos de la Europa Continental a 613 metros de altura) en uno de los parajes más bellos y recomendables de toda Galicia, al este de Cedeira y muy próximo a Ferrol. Tengo para mí que alguna de las iluminadas mentes del Informe Robinson se le cruzó algún pensamiento similar para traer a Nate de vuelta a España.

En Valladolid se metió un lechazo en compañía de su amigo y socio en la cancha, Carmelo Cabrera. Sobre el parquet del Huerta del Rey se giraba conmovido hacia el lugar desde el que Annie le veía encestar cada noche. Lo de Ferrol le superó. Como en Pucela, la gente casi tres décadas después lo paraba por la calle: “Te recordaremos toda la vida, aquí no eras Nate, eras Nat Davis”, “Eres de los ilustres de Ferrol”, le resume un cocinero el sentir de sus vecinos. No lo puede creer. Cuando llega a La Malata llora como un niño en el vestuario, tres mil personas están esperando para aplaudirle casi tres décadas después. Sus antiguos compañeros tampoco lo han olvidado, participaron en un partidillo amistoso y charlaron en el Toxos e Froles, en el edificio que ocupaba la antigua sede del club.

¿Era tan bueno?

Sí. Sin duda. Lo sé, no defendía un carajo (él se excusaba en que no podía rendir los cuarenta minutos en las dos partes de la cancha y que dónde el equipo realmente le necesitaba era en ataque, más cuando el papel de los refuerzos foráneos en la época era esencial) y a veces iba por libre y se saltaba los sistemas, pero salvo a Michael Jordan no he visto un tiro en suspensión tras bote tan certero y elegante como el de Nate Davis (Manolito Aller decía que cada vez que se levantaba te ponía los huevos en la cara). Su rango de tiro era inabarcable, metía triples de ocho metros o lanzamientos cortos a tablero y sus porcentajes de acierto magníficos. Chupaba, pero como arguía el eterno capitán del OAR, Miguel Loureiro “había que dársela porque la metía”. De condiciones atléticas de otro planeta, todavía hay quien evoca el tapón contra el tablero a Chicho Sibilio o el que le puso a Brian Jackson en un Partido de las Estrellas; otros se decantan por un mate de espaldas en parado después de coger un balón desde el suelo del Palau. Postales de carpetas de colegio, posters de dormitorio en alguna casa de principios de los ochenta. De su prodigiosa capacidad de salto dan fe algunos de sus camaradas que cruzaban apuestas para comprobar si Nate Davis, con sus 194 centímetros, era capaz de limpiar billetes de mil pesetas o incluso monedas de la parte alta del tablero. Te garantizaba los 30 puntos por noche, un buen número de rebotes y un espectáculo sin igual por entonces. Para Pesquera “era un extraterrestre”, Tim Shea opina que “con Davis cambió el concepto del basket en España” y como siempre Antoni Daimiel da con la tecla “Antes de que existiera Jordan, Jordan era Julius Erving. Para mí antes de que existieran Jordan y Julius, existió Nate Davis”.

Beethoven decía que el único símbolo de superioridad que conocía era la bondad. Miguel Loureiro desvela el verdadero secreto de Nate Davis “caló tanto porque era un hombre bueno, con un gran corazón y un excelente compañero”. El entonces chaval  Miguel Piñeiro acentúa en la misma línea “al terminar de entrenar no permitía que el juvenil que se ejercitaba con ellos cogiera el autobús de noche para volver a casa, no fuera a pasarle algo y se ofrecía a llevarle”. Anicet Lavodrama ahonda en su doble faceta “era sencillo en la vida y exuberante en la cancha”.

Cuenta la leyenda que las piedras de los milladoiros (montones que los peregrinos van dejando a los lados del camino en su paso a la romería) “hablarán en el Juicio Final” para manifestar qué almas cumplieron con la promesa de ir a San Andrés. Hasta que llegue el día me quedo con la imagen de un buen tío y un jugador excepcional, con rango de héroe, que alumbró un tiempo diferente. Su historia emparenta con los mejores guiones de película. Visionar una parte de la misma fue un gusto. Como yo también vi jugar a Nate Davis, para los descreídos me uno a la vieja aspiración renacentista de Leonardo Da Vinci. Ahora lo sé, el hombre (algunos hombres) pueden volar.

Gracias otra vez a Carlos Laínez y Raúl Barrera por facilitarme la labor de documentación en la Biblioteca Pedro Ferrándiz del Espacio 2014 FEB. 

Chicho y Epi ¡vaya dúo!

$
0
0

..

Reza la leyenda que al gran Lolo Sainz le aparecieron las primeras canas con los quebraderos de cabeza que le dieron la pareja de marras. Esta es la historia de éxito de dos jugadores complementarios, de dos personalidades contrapuestas que convergieron en un tiempo y un lugar para cambiar la historia de nuestro deporte. Es el testimonio de que el camino hacia la élite está abierto al talento y al sacrificio diario. Iniciamos el viaje mediático al boom del basket español de los 80 de la mano (qué mano) de dos personajes fundamentales que cambiaron tendencia, que tiñeron de azulgrana un cuadro hasta entonces blanco inmaculado. Viajaron por las mejores autovías del mundo; uno pagaba a diario el peaje a toca teja a través de un esfuerzo ímprobo, el otro tenía el crédito de su ingente destreza. Uno se hizo, el otro nació jugador de baloncesto.



Tan cerca

Jamás. Ninguno de sus primeros entrenadores pudo imaginarse dónde llegaría Juan Antonio. La primera división, la selección, 239 internacionalidades, mejor baloncestista europeo del año 84, mejor jugador de la década de los 80 para L´Equipe… Jamás. Era alto, sí, pero desgarbado, poco coordinado y sin aparentes aptitudes para el juego, para cualquier disciplina deportiva. Voluntad toda, pero con eso no se llega ¿O sí? Suena más a sueño cabezón y repetitivo de un niño que creció animado, tutelado y entrenado por sus hermanos Fernando y Herminio que le inocularon la pasión por el deporte de la canasta. Epi no se puso límites, ansiaba ser el mejor jugador posible y llegó tan lejos como sus facultades y su tesón le permitieron, deseoso de una perfección para la que nunca se encontró llamado.


El chico que nació a escasos 100 metros de la Basílica de la Virgen del Pilar no se vino abajo cuando fue descartado para uno de los equipos del colegio. Siguió entrenando, padeciendo el Moncayo invernal a orillas del Ebro embutido en un par de chándales de algodón. Con el tiempo llegaría al Helios. Pedro Labé y Miguel Ángel Treviño fueron algunos de sus entrenadores en la capital maña, pero quizá fue Jaime Ventura quien primero atisbó las posibilidades del mozo.

Su hermano Herminio jugaba en el Kas bilbaíno. El gran Ranko Zeravica, por entonces entrenador del Barsa, se había encaprichado con su juego en el Europeo Junior de Orleans, donde a España se le escapa el oro en el último segundo, por lo que recomienda su incorporación. Ramón Ciurana y Eduardo Portela cierran el fichaje y regalan dos millones de pesetas al equipo vasco, pues horas después el club desaparecería, con lo que de haber esperado un día se hubieran ahorrado el montante de la operación. El insospechado negocio culé vino por otro lado: Herminio sugirió la contratación de Juan Antonio, el Barsa encontró un trabajo para el padre como contable en el ramo de la hostelería y la familia (salvo su hermano Fernando) se desplazó a la Ciudad Condal. Era el verano del 74 y los futboleros vivían emocionados con la venida de un astro holandés, Johan Cruyff.

Epi II, como se le conoció en un principio, coincidió en el juvenil con uno de los mejores preparadores de formación que ha dado este país, Miguel Nolis. Ambos llegaron a la vez al Palau y curraron a destajo. Por consejo de Zeravica, jugó primero por dentro para fortalecerse, pero a diario repasaba machaconamente los fundamentos exteriores. Apenas gozó de minutos, pero su perseverancia trajo premio. En verano, Antonio Serra le reclamó para la selección juvenil que acudió al Europeo de Atenas 75. Tomó un papel secundario (38 puntos y 50 rebotes en 104 minutos de los 8 partidos que disputó), pero la experiencia fue aleccionadora: vivió el caos de la organización (48 horas antes de dar comienzo el torneo no se conocía ni el número de participantes ni el calendario, España llegó a disputar dos encuentros en el intervalo de 11 horas), las dudas sobre la edad real de los jugadores griegos y conoció de primera mano cómo se las gastaba el famoso árbitro Florito. En su estreno, la quinta plaza le supo a gloria. De la época, cuenta  Nolis la bronca que se llevaron de Portela en la previa a la final del Campeonato de España Juvenil ante el Madrid cuando les pilló metiéndose una sabrosa paella. A Epi se conoce que no le debió sentar tan mal el indigesto arroz cuando terminó el partido con 43 puntos y el título en el bolsillo. Ya lo dicen los que saben… hay que cuidar la alimentación.

Pasó al junior con Berenguer y se fue alejando del aro para adueñarse de la posición de alero. Alargó su rango de lanzamientos hacia la larga distancia, perfeccionó su tiro a tabla, mejoró su manejo de balón, dominó la parada en un tiempo y cultivó las fintas. Con un año de adelanto, Pinedo se lo llevó al Europeo Junior de Santiago de Compostela en el verano del 76. En el viejo (entonces novísimo) Pabellón de Sar asomaron algunos de los jugadores que con el tiempo serían grandes: Aza Petrovic, Giannakis, Belostenny y sobre todo el gigante Vladimir Tkackenko que, amén de 30 puntos en la final, se metió la criaturita en un desayuno 20 huevos fritos y 10 yogures, según relataba un atónito Quino Salvo. El título cayó del lado yugoslavo, cuyo mejor jugador, MVP, un tal Vukosavljevic, no llegó a nada en el futuro. España se colgaba el bronce, Juanma Iturriaga apuntaba muchísimo y se postuló en el cinco ideal. Epi crecía con paso firme y aguantaba los vaciles de sus compañeros en los baños en la playa. La primavera siguiente, en el torneo de Manheim un marciano, Magic Johnson, les mostraba otro deporte. Contra España sólo podía la inalcanzable Estados Unidos y Epi se subía al tren de los buenos (164 puntos en 7 partidos). En el verano se las vería con el mejor jugador blanco que hay conocido este planeta, Larry Bird, en la Universiada de Sofía. Y llegó el año 78 y el torneo que lo cambió todo: el Europeo de Roseto, donde Epi y una histórica generación del 59 (Itu, Romay, Llorente, Fernando Arcega, Indio Díaz,…), explotó. Ganaron de 1 a Yugoslavia en semis, pero las torres rusas, con 6 tíos entonces por encima de 2 metros, oscurecieron el paisaje y España claudicó en la final (100-104). Epi se salió: 34 y 38 puntos en los dos últimos enfrentamientos del Europeo, 27 tantos de media y nominación para el quinteto ideal.


Tan lejos  

La historia de Sibilio trae sabor caribeño y su puntito de intriga en los comienzos. Nacido en Haina, un pueblecito situado a 17 km de Santo Domingo, era el menor de 7 hermanos. Tomó contacto con el basket, pero pronto lo dejó por “considerarlo un deporte de nenas”. Al muchacho, lo que de verdad le gustaba era el deporte rey, el beisbol, pero tras probar con el bate vuelve a la canasta. Abel Feisal, seleccionador juvenil dominicano que había jugado en el Sant Josep badalonés, lo ve jugar, se fija en su físico liviano, en sus largos brazos pendulares, en su extraordinaria capacidad de salto y lo capta para el combinado nacional. Entrena como un negro durante 3 sesiones diarias y progresa tanto que un año después (noviembre del 74) alcanza el título centroameriacano juvenil, donde es nombrado mejor jugador (fue el máximo encestador y reboteador). Los técnicos azulgranas, alertados por los positivos informes dominicanos que reciben de Feisal, Leandro De la Cruz y Humberto Rodríguez, le siguen la pista. En la pretemporada de 1975, la selección dominicana absoluta participa en el Torneo de Hospitalet; Chicho, con apenas 16 años, deslumbra y Zeravica recomienda encarecidamente su fichaje junto al de Hugo Cabrera (éste más adelante llegaría a probar con los Knicks). Regresa a su país. Algunas de las mejores universidades americanas han puesto sus ojos en él, pero recibe la negativa materna. El Barsa mientras se mueve entre bastidores: se queda con su documentación, lo matricula en el Colegio Alpe y convence a Humberto Rodríguez para que medie  con sus padres. Se llega a un acuerdo y a finales de febrero del 76 Chicho llega a España, para instalarse en casa del padre de Chus Rodríguez, jugador del Pineda. Allí ya vivía el que fue su compañero del alma, Juan De la Cruz. Con la competición tan avanzada la Federación Catalana se negó a tramitarle la ficha, así que sólo puede entrenar con el junior, probarse en algún amistoso con el primer equipo y jugar en el Colegio Alpe, con el que obtendría el Campeonato del Mundo Escolar en Granollers ante los norteamericanos del Pasadena. Lo pasa mal, los trámites se complican, pero el Barsa realiza una maniobra maquiavélica y dos semanas antes de que se reuniera la Asamblea de clubs que iba a ampliar la barrera a 3 años de residencia para nuevas nacionalizaciones, obtiene casi por encantamiento la de Chicho. Era el 16 de junio de 1977. Para evitar polémicas, al chico le prohíben hacer declaraciones a los medios de comunicación. Un día más tarde debuta en Magariños, Estudiantes impugna las semifinales coperas, pero su queja cae en saco roto. Acusa los nervios, pero anota 10 puntos.

En la final del Campeonato de España Junior en Huelva ante el Madrid (de Iturriaga, Llorente o Romay) había anotado 41 puntos. Los azulgranas se impusieron 88-86 en una de los torneos de mayor nivel que se recuerdan.

Con los papeles en regla, pudo disputar la final de la Copa del Rey ante el Real Madrid en Palma de Mallorca. Había sido un año tumultuoso para los catalanes que a mitad de campaña arguyeron “motivos personales (la enfermedad de su esposa)” para destituir temporalmente a Todor Lazic y colocar en el banquillo a Eduardo Portela. El primero “recuperó” el cargo, pero fue una figura decorativa en la final, pues de facto al equipo lo dirigió el segundo. El Barsa acusó en demasía la ausencia de Guyette (que había el máximo anotador liguero), Sibilio se presentó a lo grande (25 puntos), Brabender estuvo imperial (33 puntos) y Lolo Sainz obtuvo su primer doblete con los blancos.


Allá donde se cruzan los caminos… pongamos que hablo del Palau

La temporada 77-78 trajo un montón de novedades al baloncesto español y a la sección de baloncesto del F.C. Barcelona. Por lo pronto, Eduardo Kucharski se incorporó como nuevo técnico de la mano de Dani Fernández que había salido por la puerta de atrás del Joventut. Causaron baja Herminio San Epifanio, Goyo Estrada y Carmichael y promocionaron de la cantera los talentosos Solozabal, Práxedes y Sibilio (en su temporada debutante hizo 577 puntos, el 5º de la Liga, en una clasificación que lideró el gran Essie Hollis con 862 puntos a una media sideral de 39,18 por tarde). Los grandes se repartieron los títulos: Moka Slavnic desparramó su magia a lo largo de la Liga que ganó la Penya, el Madrid alcanzó su sexta Copa de Europa conducido por la mano de Carmelo Cabrera y el Barsa se llevó la Copa del Rey en el encuentro probablemente más importante en la historia de la sección. En ese partido se jugó su porvenir.

El 6 de mayo resultó elegido por la masa social azulgrana José Luis Nuñez como nuevo presidente del Barcelona. Harto de sinsabores y poco aficionado al mundo de la canasta, había insinuado a sus más íntimos la posibilidad de suprimir el basket. El tercer puesto liguero no le había congratulado, con lo que el partido del 4 de junio en Zaragoza podría constituir un matchball para el futuro de la sección, un todo o nada. Previamente se guardó un minuto de silencio por el fallecimiento de Santiago Bernabéu dos días antes (lo que condujo a la salida del club a petición propia de su fiel Raimundo Saporta).Orilladas las polémicas con Víctor Escorial y Estrada, Kucharski había abierto la puerta a los jóvenes. A la cita llega Chicho en plena forma, en cuartos hace 34 y 33 puntos ante el Pineda, en semifinales 35 y 33 al Estudiantes. Miguel  López Abril dio un curso de dirección, Sibilio (28) y Guyette (33) flagelaron en la zona a los merengues y en la segunda parte la entrada del junior Juan Antonio San Epifanio devino providencial. Tras la victoria, Nuñez y Mussons bajaron a posar en la foto de rigor con su primer trofeo como dirigentes culés. Epi por su parte se abrazó emocionado a su padre y a su hermano Herminio a pie de pista. El inicio de una era, la puesta en escena del duetto de aleros más letal del baloncesto europeo de la década siguiente. Los ochenta son nuestros, podrían haber profetizado sin equivocarse. El Barsa sería “El Rey de Copas” al ganar 6 ediciones consecutivas entre las temporadas 1978 a 1983 con actuaciones sublimes en las finales de nuestros protagonistas con 38, 22, 27 ,28 y 19 puntos de Sibilio y 26, 22, 28, 16 y 30 puntos de Epi.

Villano en su país

Concluida la temporada, en junio de 1978 Chicho regresaba a su patria para disputar el Torneo Centroamericano. Minutos antes del primer partido llega un telegrama del señor Stankovic de la FIBA en que le deniega la licencia para jugar. La República Dominicana se proclamó campeona por delante de Puerto Rico, Méjico y la local Panamá, obteniendo por añadidura el pase para el Mundial de Filipinas. El lío fue tal que a varios dirigentes y entrenadores federativos caribeños les costó el puesto acusados de componenda con la entidad barcelonista. Chicho estalló en su vuelta a España y desde el club paliaron el cabreo con un aumento de medio millón de pesetas en su sueldo.

Olímpicos

El dúo de moda se había asentado e infundía un temor casi reverencial a sus contrarios. Tras su etapa exitosa en Badalona, Antonio Serra había arribado al Barsa. Consciente del potencial en las alas había armado los equipos y diseñado los sistemas para el mortífero tiro de Zipi y Zape. El juego de Epi carecía de artificio, en pocas ocasiones invocaba a la imaginación, era pura eficacia, absoluta concentración; Sibilio “pintaba” cuadros impresionistas, de su paleta salían magníficos brochazos que emborronaban las canastas enemigas. Sólo Perico Ansa daba ciertos descansos a la singular pareja cuya principal función era anotar, anotar y anotar. En un día inspirado la metían desde la fila 7 del Palau.

Tras el descalabro de Hamilton y el descenso a la segunda división, Antonio Díaz Miguel había incorporado 7 caras nuevas para el Pre-europeo de Grecia 79. España se clasifica y Epi da la cara desde el principio: anota 108 puntos (2º del equipo tras su ídolo Wayne Brabender, del que luego se haría íntimo y con el que compartiría afición por el ajedrez), siendo además el máximo reboteador del equipo. Un tiro libre suyo ante los anfitriones da acceso al Europeo de Turín. La semilla de la generación del 59 había comenzado a germinar. En Italia, en un partido heroico se venció a la infranqueable URSS (que concluiría campeona) con 24 puntos de Epi, una defensa por delante (que habría que patentar)  del “Lagarto” De la Cruz a Tkachenko (MVP) y una exhibición desde la cabeza de la bombilla de Luis Miguel Santillana. Una canasta fuera de tiempo de Villalta alejó a la selección de las medallas, pero el sexto puesto marcó un futuro esperanzador.

En Suiza se consiguió in extremis  la clasificación para los Juegos Olímpicos del 80, al ganar a Israel y que Checoslovaquia hiciera lo propio con Francia. La empresa tuvo su mérito, pues se acudió con apenas dos pivots en condiciones (Romay y De la Cruz), Rullán estaba lesionado, Santillana salía de una hepatitis, Sibilio todavía no gozaba de la nacionalidad para jugar con España e Iturriaga se encontraba de exámenes. En Moscú, España desfilaría bajo la bandera olímpica. Al boicot de Estados Unidos (lástima porque preparaban una selección de postín con jugadores de la talla de Mark Aguirre, Rolando Blackman, Sam Bowie o Isiah Thomas) y Canadá, se sumaron entre otras las bajas de Francia, Israel y Alemania. Sibilio obtuvo finalmente la nacionalización, España se fue de gira preparatoria por las universidades americanas y a Epi, que estaba cumpliendo el servicio militar, se le denegó el permiso para acudir a los Juegos, por lo que Díaz Miguel pensó en llamar a Alfonso Del Corral. Saporta se manejaba entre bambalinas en el Ministerio de Asuntos Exteriores. Días antes del comienzo de los Juegos envió un telegrama y se presentó con el jugador en su último gran servicio al baloncesto hispano. España realizó un buen torneo y se aupó a la élite. Se deshizo de Polonia y Senegal, perdió de 4 ante la Yugoslavia que resultó campeona, ganó a Brasil con 33 puntos de Chicho y tuvo que llegar a la prórroga para hacerse con un triunfo agónico ante Cuba. El último partido del grupo ante Italia (que se saldó con derrota) resultaba intrascendente, pues su destino era la lucha por el bronce. Ahí pagó los platos rotos ante una URSS que había fracasado en sus Juegos y que no podía perder.  Al pobre Sergei Belov que había encendido la llama del pebetero, le degradaron. A pesar de no anotar un solo punto frente a los rusos, Chicho Sibilio quedó en el quinto lugar en la tabla de anotadores.

El año 81 estuvo plagado de compromisos para la pareja. Con el Barsa de Serra obtuvieron el primer doblete (Liga y Copa), pero se quedaron con las ganas en Europa. Un Squibb más hecho, sabiamente dirigido por Valerio Bianchini, le birla la opción de ganar su primera Recopa. Con el partido igualado el francés Mainini anula por pasos una canasta de Juan De la Cruz con tiro adicional. Marzorati hace dos canastas clave y pone por delante a los italianos.  Sibilio anota su único punto a un minuto del final. Tras una canasta de Flowers, el marcador (82-86) ya no se movería y el título recalaría en Cantú, pese al gran partido de Epi (28 puntos) y De la Cruz (19). En el Europeo de Checoslovaquia debuta Fernando Martín con la selección. En la lucha por el bronce, los anfitriones Brabenec (28 puntos) y Kropilac (25) capan la posibilidad de medalla.

¡Qué noche la de aquel año!

Mundial de Colombia. Madrugada del 18 de agosto de 1982. Partido 250 de Antonio Díaz Miguel al frente de la selección. La expedición, por consejo del marchador Jordi Llompart, había llegado a Bogotá 10 días antes del comienzo del torneo para aclimatarse a la altura. 20.000 personas abarrotaban El Campín de Bogota para presenciar el encuentro entre España y Estados Unidos. La voz emocionada de Juan Manuel Gozalo trajo a través de las ondas de Radio Nacional la hazaña hispana. Corbalán bordó la dirección, la salida del contraataque y además anotó (19), Epi (26) y Chicho (21) ejercieron de puñales, Romay resultó un muro y Fernando Martín iniciaba su leyenda (26). España hizo el partido perfecto para derrotar por primera vez en su historia a los inventores de este deporte. El combinado americano no perdería ningún encuentro más hasta la final de la competición en que “Doc” Rivers dispuso de una última bola para alcanzar el oro. Su tiro no entró. A España, Yugoslavia la sacaría del tercer puesto del cajón, pero la medalla estaba al caer. Chicho y Epi habían completado un campeonato de ensueño con casi 18 puntos por barba.

..

El mejor torneo con la selección

El Barsa había ganado la Liga al Madrid de Delibasic en un partido de desempate celebrado en Oviedo que había provocado un postrero palmeo de Santillana en el Palau y la Copa al inolvidable Inmobanco en Pamplona con 30 puntos de Epi y 19 de Chicho. En el Europeo de Nantes 83 España desarrolla probablemente el mejor campeonato a las órdenes de Díaz Miguel. Se sobrepuso al varapalo inicial cuando un error en el pase de Juanito Corbalán (que a la postre sería mejor jugador del torneo) trajo la intercepción de Villalta (con pasos), la canasta de Marzorati en el último segundo y la derrota. El día siguiente esperaba el coco yugoslavo, al que nunca se le había ganado, pero esta vez tocaba. Andrés Jiménez puso el 91-90 y los posteriores lanzamientos de Vilfan y Radovanovic no llegaron a entrar. Se sufrió ante los locales (75-73) y Suecia (81-76) y a Grecia se le dio una buena tunda. El 1 de junio pasó a la historia de nuestro deporte: España se impuso 95-94 a la potentísima URSS de Sabonis (que se había cargado dos tableros durante la competición) en semifinales. Epi dio el tiro de gracia con su característico lanzamiento lateral para redondear una actuación imperial de los aleros (Sibilio 26, Epi 25). La final supuso otro hito, pues al coincidir con la de la Copa del Rey de fútbol (nada menos que un Madrid-Barsa) se consiguió aplazar el comienzo de ésta un par de horas (inaudito). Italia se nos hizo bola. La defensa azzurri maniató la plasticidad y creatividad hispana. Una plata para recordar y un quinteto de ensueño: Corbalán, Gallis, Epi, Sabonis y Meneghin. Éste le dio al base el único beso que recibió de un hombre en una cancha de baloncesto en su vida, para susurrarle al oído: “Juanito en Los Ángeles tenemos que ser medalla”. Chicho sería nominado en el segundo quinteto del torneo.

..

A su vuelta, Nuñez prepara a Epi el “contrato de su vida”: 100 millones de pesetas por 8 años. A la larga, el boom del basket y la evolución de los salarios, demostró que su extensión había sido un error, si bien el presidente siempre se portó bien y fue adecuando las cifras a los tiempos. Indirectamente sí tomó una sabia decisión, pues desde ese momento olvidó los cantos de sirena que le llegaban de la NBA. “Prefiero ser cabeza de ratón a cola de león”, declararía. Efectivamente aquel no era su mundo.

La mayor decepción

En la primavera del 84, el Barcelona se plantaba en su primera final de Copa de Europa. El rival, el Banco di Roma de aquel entrenador, con aire de profesor universitario, que le había sisado la Recopa en el 81. Después de sus éxitos en Cantú, a Bianchini le habían encargado un proyecto maravilloso: poner a la “Ciudad Eterna” en el mapa del baloncesto continental. Su intento por fichar al base de moda, Roberto Brumanonti, había resultado una efémerides; los mil doscientos millones de liras (120 millones de pesetas de la época) constituían una atrocidad. Así que marchó a Monroe (Luisiana) en busca de un playmaker de tronío y lo encontró en un Larry Wright, base reserva de los Bullets campeones del 78. Cuando le vio manejarse en un playground sabía que era su hombre. Con él había ganado la Liga del 83 al Milán de Peterson y con él se impuso en Ginebra al Barsa. Poco antes del descanso Mike Davis cometió una cuarta falsa personal que se demostraría decisiva, pero los azulgranas se fueron a la caseta con una cómoda diferencia de 10 puntos. En la reanudación el panorama cambió, Wright se puso a los mandos (terminó con 27 puntos y 4 asistencias) y los 2 metros pelados de Clarence Kea le sirvieron para candar la pintura (9 puntos y 9 rebotes) y dar la vuelta al tanteo (73-79). Si Epi brilló con 31 puntos (en una serie de lanzamiento excepcional con 12 de 18 tiros convertidos y 7 de 9 tiros libres), todos los dedos acusadores apuntaron a Chicho, al que Serra defendió “sin él no hubiéramos llegado hasta aquí”. En el Barsa sigue pesando esa final. Si se hubiera ganado habrían venido muchas más detrás, piensan muchos.

La plata olímpica

La primera Liga ACB había dejado un sabor amargo. No llegó a concluir en la cancha. En el segundo choque en el antiguo Pabellón blanco se enzarzan Iturriaga y Mike Davis, y Fernando Martín toma partido en la colosal pelea. Los tres son expulsados y el Barsa gana el encuentro en la prórroga. El Comité de Competición sólo sanciona a los dos primeros y la junta directiva azulgrana decide que el equipo no comparezca al tercer y definitivo partido en el coliseo merengue. Craso error. El Madrid encadena tres Ligas seguidas.

Con este panorama se encontró Antonio Díaz Miguel cuando concentró al equipo. Restañó recientes heridas y España realizó un Preolímpico de fábula (ante Francia Epi llevaba 29 puntos al descanso sin errores en el tiro y frente a Grecia su concurso, con 31 puntos, devino fundamental en la victoria por la mínima) con una sola derrota en la final ante los rusos. Chicho prefiere descansar y jugar la liga de su país (y así ganar un dinerito) en lugar de acudir a los Juegos Olímpicos de Los Ángeles.

Para descargar tensiones, el grupo asistió a un concierto de Julio Iglesias en Hollywood dos días antes de la ceremonia de apertura. El primer partido marca el desarrollo del torneo y España se agarra a Epi (20) y Fernando Martín (27) para vencer a Canadá (83-82). Uruguay, Francia y China también son víctimas propiciatorias hasta que en la segunda parte la USA de Bobby Knight, Pat Ewing y Michael Jordan pone las cosas en su sitio. Se sufre en cuartos ante Australia (101-93), Epi y FM hacen 25 cada uno, y en semifinales ante Yugoslavia surgen Romay, Llorente y “Matraco” Margall (16 puntos) y una zona 2-1-2 para voltear el marcador. “Coach después del infierno que hemos pasado en las últimas semanas, de ninguna manera vamos a perder este partido”, anotaría Michael Jordan en la pizarra del vestuario. Palabra de Dios. El resultado (65-96) no deja lugar a dudas. Epi recibiría de Alvin Robertson, luego mejor defensor de la NBA, el marcaje más completo de su vida. Apenas le dejó moverse (4 puntos). La retransmisión sería el colofón televisivo del gran Héctor Quiroga, que tres semanas más tarde fallecería víctima de un cáncer.

Ése fue el cénit de aquella selección que había creado Díaz Miguel de juego alegre, defensa agresiva y contraataque, transiciones supersónicas, tiros abiertos y equilibrio interior. Un gusto de ver, una marca propia que a partir de ese momento se fue difuminando. La cima dio vértigo y se comenzaron a afrontar las grandes competiciones con los miedos pretéritos, pensando más en los rivales que en los talentos propios. Se manifestaron fantasmas inesperados y equipos inferiores de clase media como Checoslovaquia, Brasil, Alemania o Australia nos mandaron a casa. Corbalán se retiró y Díaz Miguel no definió los galones de su sucesión, que sin duda deberían haber recaído en Nacho Solozábal (amén de las grandes prestaciones de Llorente, Costa, Creus o Vicente Gil). Se aparcó incomprensiblemente a Chicho Sibilio. Fernando Martín nos hizo soñar con su aventura americana, pero las normas FIBA prohibían la participación de los “pross” con su selección. La mala suerte se cebó con las lesiones de los jugadores grandes (Romay, Antonio Martín, Morales, Ferrán) y el tercer extranjero limitó las posibilidades de los jóvenes. Muchas razones que echó por tierra una nueva generación de inmenso talento, la del 80, que recuperó la autoestima, viejos hábitos competitivos y un hambre voraz de títulos.


Y luego…

Desde L.A. nuestros personajes todavía anduvieron camino. Europa les fue propicia en las competiciones de pedrea - 2 Recopas ante Zalguiris (Sibilio por fin se quitó el Sambenito que se le había colgado en las grandes finales y después de anotar 29 puntos lloraba a lágrima viva sobre el parquet) y Scavolini, y una Korac frente al Limoges-, pero les vedó para siempre la Copa de Europa. A finales de los ochenta irrumpieron unos imberbes y espigados chicos croatas que jugaban para la Jugoplastica y que durante un trienio se hicieron los amos  del Viejo Continente. Los Kukoc, Radja y compañía mostraron un futuro nuevo en los albores del siglo XXI. En la competición doméstica, la defensa y las rotaciones impuestas por Aíto trajeron multitud de títulos. Andrés Jiménez, Nacho Solozábal, Juanito De la Cruz, Audie Norris… qué grandes, llenaron las vitrinas del Palau.

Chicho después de sus discrepancias con Aíto en la Final Four de Munich salió por la puerta falsa del club en dirección a Vitoria, allí contribuyó durante 4 años en la génesis de un Baskonia, que se haría muy grande y que se constituiría en ejemplo y referencia continental.

Días después de los sucesos comentados de Munich, Epi protagonizó en primera persona “La Liga de Petrovic”. En el 5º partido en el Palau, harto de los reprobables comportamientos habituales del genio croata, vendió su alma al diablo y dejó por una noche de ser “Super” (el acertado apodo que en su día le puso el periodista Joan Cerdá y que llevó a gala siempre). Sus feos gestos alentaron a la grada y desestabilizaron a los jugadores del Madrid enloquecidos por el arbitraje de Neyro (que en los 3 partidos que pitó cobró 154 personales -41 en el encuentro final- y 18 eliminaciones a los blancos, por 103 faltas -19 en el último- y 4 eliminaciones azulgranas). Quizá el colegiado no había olvidado el escupitazo que tres años antes le había lanzado el de Sibenik en el Torneo de Puerto Real. Sea como fuere, el Madrid, con Rodgers tocado y Fernando Martín lesionado, dilapidó la ventaja de la primera mitad y se salió del partido. El Barsa ganó el título y Epi pidió perdón en el vestuario por su conducta.

Epi ganó una medalla de bronce más con la selección en el Europeo de Roma, pero vivió amargamente el “angolazo” de Barcelona 92 y el “chinazo” de Toronto. Ahora, nadie le quita el honor de entrar en el Estadio Olímpico de Montjuic como último relevista de la antorcha en unos Juegos que serían inolvidables.

A estas alturas siempre habrá algún corto de miras que señale malévolamente que a su currículum les faltó la Copa de Europa… Es cierto, pero allá cada uno. A mí me da igual. Con dos personajes de tal calibre, nunca sabes quién ha hecho más, si ellos por el baloncesto o el deporte por ellos.

La Penya y la Liga de Moka Slavnic

$
0
0
..

Llevaba tiempo queriéndole hincar el diente a la Penya. El bressol (la cuna) del básquet siempre me había seducido y sentía la extraña sensación del que tiene una deuda sin pagar. Me cautivaron sus uniformes, ese verde con la raya en medio siempre daba bien. Su juego alegre, desenvuelto, innegociable me llamaba la atención y su inagotable cantera nunca dejó de producir talentos, jugadores creativos (Villacampa, Montero, Raúl López), listos (Ricky Rubio), finos estilistas (José María Margall), cerebrales (Rafa Jofresa), físicos (su hermano Tomás), totales (Rudy, Mumbrú) o legendarios (Alfonso Martínez, Enrique Margall, Buscató) a los que entrenadores de la talla de Broto, Kucharski, Serra, Manel Comas, Aíto, Nolis, Julbe, Pedro Martínez, Lolo Sainz, Obradovic o Salva Maldonado un día les pusieron a jugar y allí se quedaron.

Lo “fácil” hubiera sido rascar en el contexto del vigésimo aniversario de la primera y única Copa de Europa que el Joventut guarda en sus vitrinas, pero como el tema estaría muy trillado me impuse un reto más complicado. Hacía meses, desde mi relato “Los Balcanes y el Negro”, que no escribía sobre mi admirada Yugoslavia, así que decidí repasar someramente la historia del Joventut y vertebrar un relato que uniera los dos mundos, el plavi y el verdinegro, que tuviera como colofón a un genio inaprensible e indescifrable, Moka Slavnic, que un día aterrizó para ganar la Liga.


Spirit  of Saint Louis

El 20 de mayo de 1927 Charles Lindbergh fue el primer hombre en cruzar en avión el Atlántico hasta el continente europeo sin escalas. Cubrió él solito a bordo del monoplano Spirit of Saint Louis la travesía de Nueva York a París en 33 horas y 32 minutos. La heroicidad le reportó los 25.000 $ que había ofrecido el filántropo francés Raymond B. Orteig. Cinco años después el piloto volvería tristemente a las primeras planas de los periódicos: su hijo de 20 meses fue secuestrado y hallado muerto posteriormente. Del oscuro episodio se acusó y condenó a muerte a un carpintero de origen alemán, Bruno Hauptmann.

Imbuídos del espíritu aventurero del aviador, un grupo de amigos ponen en marcha una agrupación bajo el nombre Penya Spirit of Badalona el 30 de marzo de 1930 con la idea de realizar actividades deportivas desde excursiones en bicicleta, pasando por el fútbol, el polo o el ping-pong, hasta la primordial, el baloncesto. Los socios pagaban una cuota de 50 céntimos (lo que venía a costar una entrada de cine). Jaume Pettit acudió con el encargo de comprar la equipación a La Samaritana en la calle del Carme de Barcelona; adquirió unas camisetas de color verde y negro que eran las únicas con el número de existencias suficiente para vestir a todo el equipo. El precio 18 pesetas. El primer partido de baloncesto lo disputaron Estruch (socio número 1, jugador, entrenador y hasta posterior presidente), Capmany, Janer, Massot, Lloret y Parés ante la Penya Ni Cinc (Peña Ni Cinco). Los verdinegros se impusieron por 6-3 a  los de tan singular, ocurrente y desgraciadamente actual denominación. En 1932 se estableció como Centre Esportiu Badaloní y tras la victoria franquista en el 39 y la castellanización de todas las entidades se mutó a Club Juventud Badalona.

El Huracán Verde

En el año 48 la Penya se hace con su primera Copa del Generalísimo. En semifinales los de Josep Vila habían dado la vuelta a la ventaja de 17 puntos que traía el Barcelona de Fernando Font. En la final en Burgos, la velocidad badalonesa desarboló al Real Madrid. Oller, Kucharski (que después se tiraría un año sin jugar por querer regresar al Barsa) y Maneja (aquel supersónico base que en los 50 botaba a un palmo del suelo y pasaba sin mirar) anotaron 36 de los 41 puntos en la triste despedida de los hermanos  Pedro y Emilio Alonso en los blancos.

En el 53 un tiro de Oller sobre la bocina dio el segundo título y en el 55 la dirección desde el puesto de base de Juanito Canals y la portentosa actuación de Brunet (21 puntos) condujo al tercero. A finales de la década (y siempre con el Real Madrid como rival), en el 58 caería milagrosamente el cuarto tras remontar 11 puntos en 2 minutos; Jorge Parra condujo el encuentro a la prórroga al convertir los dos tiros libres de la absurda personal cometida por Alfonso Martínez. El triunfo catalán en el tiempo añadido le costó a Pinedo el puesto. A la mañana siguiente, la expedición comandada por el aragonés Joaquín Broto acudió a la Basílica del Pilar para agradecer a la Virgen la “ayudita”. La victoria ablandó al industrial badalonés Antoni Viñallonga (conocido para siempre como el Abuelo) que había adquirido los terrenos de la calle Latrilla donde jugaba el Joventut para ampliar su empresa metalúrgica. Llegó a un acuerdo con el ayuntamiento para urbanizar los solares de la Plana donde se construiría el pabellón para 1.500 espectadores en el año 62. De aquella se convirtió en el principal valedor e impulsor de la institución hasta su fallecimiento en 1971.

La primera Liga

Lleva un nombre, Emilio Segura. Dos canastas del estudiantil el día de San José del año 67 amargaron la mañana a Ferrándiz en la única Liga que se le escapó, dando la victoria a los del Ramiro y el trofeo voló hasta Badalona. Los de Kucharski, que había regresado de su periplo como técnico en la Virtus de Bolonia, habían reunido un bloque magnífico con el gran Alfonso Martínez (que disputó veinte ligas seguidas, ganándola con tres equipos diferentes en un caso sin precedentes); el legendario “Nino” (muñeco) Buscató que unía a su portentoso tiro, una casta incomparable, una ambición fuera de lo común y un comportamiento deportivo exquisito, que le valió una condecoración de la UNESCO por renunciar a convertir una canasta al encontrarse lesionado su oponente Vicente Ramos; el siempre eficiente y efectivo Lluis Cortés, ejemplo de tenacidad (con el primer sueldo encargó un tablero a un carpintero, un herrero le soldó un aro y su madre le cosió unas redes que remataron la canasta en la que poder seguir practicando a todas horas en casa)  y espíritu colectivo; y el imprescindible y siempre recordado Enrique Margall, el mayor y precursor de la mítica saga (llegó a coincidir con sus hermanos Narciso y José María en el primer equipo entre los años 71 y 73). Ese conjunto se hizo con la Copa del 69, ante el Madrid por un punto, con 24 tantos de Enrique Margall, 11 de Alfonso Martínez y 18 de Buscató.

Competencia, nueva casa y extranjeros

A principios de los 70 la ciudad llegó a acoger hasta 3 equipos a la vez en Primera División. A la Penya se le unió en singular competencia el carismático Círculo Católico, conocido coloquialmente como Can Cartrons (Casa Canastas). Apoyado por la empresa algodonera Cotonificio, durante un tiempo le comió la tostada. Magníficamente dirigido por Domingo Tallada en los despachos y Aíto García Reneses en el banquillo, se convirtió en el matagigantes y, como veremos, durante una temporada en el juez de la Liga. De su cantera asomaron enormes jugadores como Joaquín Costa, Jordi Freixanet y Andrés Jiménez, llegaron a quedar campeones de España Junior y atinaron con las contrataciones foráneas (sirvan de ejemplo Jack Schrader o Brian Jackson) lo que les llevó al tercer puesto liguero, sólo por detrás de los dos grandes con una propuesta de juego atrevida y atractiva. El histórico San Josep se mantuvo en la élite entre los años 68 y 74, con el renombrado Brunet a los mandos los primeros años.

En 1972 los anhelos de Antonio Más (presidente y personaje vital que fundó los Amics del Joventut y la Escuela de Basquet) y su secretario técnico Daniel Fernández se vieron cumplidos. La Penya se trasladaba al coqueto Ausías March y el club llenaba la nueva cancha con 4.500 socios. La proximidad de la grada encantaba a los jugadores y la modernidad de sus instalaciones llevó a la FIBA a considerarlo el mejor pabellón de Europa en su momento. Todavía hoy en Badalona persiste la opinión entre parte de la gente de que el club no debería haber abandonado nunca su escenario más acogedor.
  
Si en el 64 el Joventut había incluído por primera vez la rotulación de un anunciante en las camisetas con el patrocinio de la empresa local Fantasit, en el 75 caería otro tabú. Después de un fuerte debate interno, que a la postre generaría una crisis institucional de grandes dimensiones, Daniel Fernández convenció a Antonio Más para contratar jugadores extranjeros. Hasta entonces la Penya no había contado con jugadores foráneos ni entró en la compulsiva batalla de nacionalizaciones. La gran labor desarrollada por el americano Clinton Morris durante la campaña 72-73 en el desarrollo de los jóvenes jugadores (Santillana, Filbá, José María Margall, Juan Ramón Fernández o Manel Bosch) allanó el camino. El fichaje de Víctor Escorial y Miguel Ángel Estrada constituyó el segundo paso aperturista hasta la definitiva firma de Frank Costello (del Círculo Católico) en principio como refuerzo para la competición europea. Tras la eliminación europea, a la vuelta de Turín, Dani Fernández anunció su definitiva marcha del club, que arrastró a Kucharski y a Buscató siguiendo el camino de su principal valedor. El equipo quedó en manos del entonces preparador del junior, José María Meléndez, y se impuso contra todo pronóstico al Real Madrid en la final de Copa de Cartagena del 76. Los 38 puntos de Brabender no fueron suficientes frente al  juego colectivo badalonés con Santillana (19 puntos) de isleta interior, la sabia dirección de Manel Bosch y la puntería de Fernández (26) y el “Matraco” Margall (14). El encuentro dejó un héroe, Víctor Escorial (22 puntos), pletórico, en su mejor y último partido como verdinegro.

Slavnic

A comienzos del verano del 77 (26 de junio) se anunció un fichaje que revolucionará la Liga: Jaime Serra, nuevo secretario técnico, y Antonio Más, habían cerrado el fichaje de Zoran Slavnic. Salía de Yugoslavia a punto de cumplir 28 años a razón de 4,2 millones de pesetas la primera temporada y 5,6 la segunda. A su llegada a Badalona el presumible genio no se recataba “Quiero ser el Cruyff del Joventud”. ¿Era tan bueno o era pura fanfarronería?

Desde luego su curriculum vitae era irreprochable y enviadiable cuando aterrizó en Badalona: 2 Ligas yugoslavas (años 69 y 72), 3 Copas (71, 73 y 75) y una Recopa (74) con Estrella Roja de Belgrado; 3 Eurobasket, una plata olímpica y otra mundial con la selección (después añadiría el oro mundial en Manila 78, el bronce europeo en Turín 79 y el oro olímpico en Moscú 80). Casi nada. Impresionante. La antigua Yugoslavia (“unión” de los eslavos del sur) fue la dominadora absoluta del baloncesto de los 70 y Slavnic uno de sus principales referentes.

Su primer entrenador, Zdravko Kubat lo descubrió y orientó para el baloncesto (tenía dotes para el balonmano, natación o atletismo) y Milan Bjegojevic lo hizo debutar en el primer equipo con apenas 15 años en la temporada 68-69, permaneciendo en Belgrado hasta la 76-77. Jugó 222 partidos para los rojiblancos donde anotó 2829 puntos a una media de 12,7 por encuentro.

Después de obtener la plata en el Europeo Junior de Vigo 68, algunos de sus compañeros de generación (Jelovac, Simonovic y Solman) dieron el salto a la absoluta para proclamarse Campeones del Mundo en Ljiubljana en 1970. El torneo daría el empujón definitivo al baloncesto plavi, pero Moka tardó en hacerse un sitio entre los héroes nacionales. A Ranko Zeravica no le cuadraban las excentricidades del pequeño genio, le colgó el cartel de desordenado e indisciplinado y recurrentemente le dejaba fuera de las convocatorias de la selección. Tuvo que llegar Mirko Novosel para hacerle un hueco en el Europeo de Barcelona. Moka no le decepcionó y se hicieron con el oro al batir en la final a España. Después de 16 años (desde 1957) y ocho ediciones consecutivas concluía el dominio ruso, para instaurarse el balcánico al  llevarse el triunfo en los años 75 (la mítica Sala Pionir se inauguró para el evento) y 77. Curiosamente Moka repitió anotación en esas tres finales ganadoras: 12 puntos. En los Juegos de Montreal 76 un tiro lejano suyo (convirtió 18 puntos) culminó la remontada ante Italia y les dio acceso a las semifinales. En ellas se impondrían a los soviéticos con 8 puntos y 6 asistencias de Slavnic. La USA de Dean Smith resultó inabordable y se trajeron la plata a casa.

Llegaron a aburrir a los rusos con 13 victorias consecutivas, a mofarse de ellos en el famoso tuya-mía con hasta 9 pases-palmeos estilo voleibol entre Kikanovic y Slavnic en el medio campo con el partido decidido en la final del Europeo 77 en Bélgica, a superarles por un punto en la prórroga del Mundial de Manila 78 y a levantarles el título olímpico de sus propios Juegos en Moscú 80 (al pobre Serguei Belov le costó la degradación en el ejército). Si en el combinado nacional compartió alegrías con alguno de los mayores monstruos que haya dado el basket del Viejo Continente (Kikanovic, Dalipagic, Delibasic o Cosic…), en la Liga rivalizó encarnizadamente con ellos en la mejor competición doméstica de la época, donde hasta 6 equipos (Jugoplastika, Estrella Roja, Radnicki, Zadar, Bosna y Partizán) se hicieron con el título entre las temporadas 72 y 78. Antes de firmar por la Penya finiquitó su etapa con el Estrella Roja en su mejor promedio anotador de siempre (23,4 puntos).

..


En Badalona habían cerrado a un crack, que les había echado de dos eliminatorias europeas.  “Tenía un talento tremendo. La vida y el baloncesto siempre fueron para él sólo un juego”, según el maestro Nikolic. El juego, puntualizaría yo, pues Moka (así lo apodó un amigo con 10 años por su desmesurada afición a los pasteles de ese sabor y con el mote se quedó), no quería perder, no sabía perder. “Siempre hay que ganar y cuántos más puntos haya de por medio, mejor”, resolvía. Cuentan que en el Mundial de Manila y con 2 tiros libres a lanzar por Mirza Delibasic para ganar a Brasil, Moka le apostó a su compañero 100 $ a que no los metía; éste mucho más flemático aceptó el reto sin inmutarse y por supuesto se llevó la pasta.  Moka nunca soltó un dinero más feliz. Margall ahonda en la visceralidad ganadora de su compañero que se valía de cualquier tipo de artimañana para imponerse en un 1 contra 1 o al que se las veía negras para derrotar al mus. En un partido con el Manresa, Antonio Serra le lanzó un envite, arguyendo que no era capaz de dejar al base rival Josep María Soler (de perfil anotador) en menos de 8 puntos; Moka se puso las pilas atrás y su oponente sólo anotó 4. Por si alguien tenía dudas de quién era el faro en Badalona, Moka, como contaba en Nuevo Basket Pere Ferreras, marcó pronto su territorio: llegó al vestuario y en el lavabo donde el resto de los compañeros bebían y se aseaban, él, Moka Slavnic, echó una meada. “Quins collons que te” le llegó a decir Santillana boquiabierto a su compañero Ernesto Delgado. Todo un carácter.


La Liga de Moka

Aún con el bagaje que traía la excéntrica estrella, el Madrid mantenía su Real dictadura con  10 títulos consecutivos y la empresa parecía faraónica. La Penya había cerrado como técnico a Antonio Serra, tras su exitoso periplo en Mataró y Manresa, y José María Meléndez quedaba como director técnico de todos los equipos y de la Escuela. Se había dado la baja a Cairó y a Costello y se había ascendido del junior a Abadía. Los aficionados apodaron a su triunfal quinteto (Slavnic, José María Margall, Juan Ramón Fernández, Filbá y Santillana), los “Cinco Magníficos”. El banquillo de calidad, pero falto de experiencia, lo formaban Manel Bosch, Mula, José María Ferrer y Jordi Ribas, y para la Korac Serra se había traído de la mano a Ed Johnson. En el escaparate liguero Coughran (craso error elegirlo en lugar de a Walter), Chicho Sibilio y Slavnic partían como principales estrellas a seguir. Moka imantaba por ingenio y personalidad o repelía por arrogancia, pero no dejaba indiferente a nadie. Era capaz de anotar con destreza desde cualquier posición, dar los pases más inverosímiles o rodar por el suelo en busca de un balón suelto. Todo por ganar, sólo para ganar.

La Penya, pese al disgusto del entrenador, decidió hacer una gira de pretemporada en Argentina y el equipo fue cogiendo el tono físico a base de partidos (7). A la vuelta esperaba la liguilla de Copa, otros 12 encuentros también saldados con victoria. Así que la Liga comenzó más tarde que de costumbre, un 20 de noviembre. Serra había dibujado dos sistemas básicos de ataque, en función de si jugaban con 2 pivots (formación de 1-4 inicial) o con uno, y buscó alternativas para que coincidieran sus 2 bases en cancha, pues Manel Bosch (MVP del Europeo Junior de Orleans) era el jugador de más talento en la rotación. En la tercera jornada el Madrid visita el Ausías March y sale derrotado 86-79, El domingo siguiente dieron un puñetazo encima de la mesa ganando 63-66 en el Palau. La primera vuelta la concluyeron invictos. Por Europa su camino también permanecía inmaculado, con triunfos en los dobles enfrentamientos de Korac ante Orthez, OKK Belgrado, Hagen y Xerox. De esta guisa, con 34 victorias (41 si sumamos la gira argentina) consecutivas –que iban apuntando en la pizarra del vestuario-  en partidos oficiales (13 en Liga, 12 en Copa y 9 en Korac) se presentaban en el antiguo Pabellón para enfrentarse al Real Madrid. Entre semana habían ganado al Partizán de Belgrado (114-109) la ida de las semifinales de la Korac en Badalona: a los 32 puntos de Slavnic y 29 de Santillana, Kikanovic había opuesto 35 y Dalipagic 34. Brutal.



Ese 5 de marzo, en la Ciudad Deportiva el Madrid salió lanzado y se fue con 20 puntos de renta al descanso (50-30). La Penya redujo distancias en la reanudación hasta ponerse a 7 (89-82) a 53 segundos, pero el Madrid cerró el partido (96-86) con el botín del basketaverage particular a falta de 7 jornadas.  Luis María Prada realizó su mejor partido como blanco (30 puntos), acompañado del infalible Brabender (26); los 22 puntos de Santillana y los 19 de Margall esta vez no fueron suficientes.

Tres días más tarde una nueva desilusión: Kikanovic (31) y Dalipagic (36) volvían a ver el aro como una piscina en la vuelta para enjugar la desventaja inicial y meterse tras el 107-95 en una final europea que pasaría a los anales de la historia con el Bosna como rival. Los partisanos se hicieron con el título en la prórroga gracias a la épica anotadora de su pareja de marras, Dalipagic (48), Kikanovic (33), pese a los 32 de Delibasic y los 22 de Varajic. Los de Sarajevo se recuperaron 4 días más tarde de la afrenta y devolvieron el golpe para arrebatarles el título de Liga en el mismo Belgrado (109-112). Las metralletas siguieron a lo suyo: Delibasic (26), Varajic (28), Dalipagic (otros 48) y Kikanovic (26). Planeta plavi. Alucinante.

En la Liga, la misma jornada en la que el Madrid tropezaba en el Palau ante el Barsa de Kucharski y Daniel Fernández (101-95), la Penya hacia lo propio en Pineda (95-86). La esperanza se ponía en el “vecino pobre” de la ciudad. El 15 de abril el Cotonificio de Aíto recibía sin nada que jugarse (ya tenían el cuarto puesto asegurado) a los blancos en la histórica cancha de San José de la que eran usufructuarios. El Coto no había ganado al Madrid en los 5 años que llevaban en Primera y le tenían ganas. Los merengues venían pletóricos de alcanzar la Copa de Europa en Munich frente al Varese, pero enseguida se enfrentaron a la cruda realidad. Joaquín Costa los llevaba con la lengua fuera y Angstadt se adueñaba de las zonas. 62-43 al descanso para los algodoneros frente a todo un campeón de Europa. Vivir para ver. De salida en la reanudación, la presión suicida ordenada por Sainz menguaba la diferencia (68-62), los badaloneses estiraban el chicle y aumentaban a 13 la renta, pero el Madrid no se rendía y empataba a 87. Otra vez se hacía la goma (101-91) y nuevamente recorte para un marcador final 101-97 para los locales. Es cierto que se vieron beneficiados por el lamentable y escandaloso  arbitraje de Salvador Vidal  que, envuelto incluso en sospechas de amaño, abandonó el colegio catalán y no volvió a pitar, pero los badaloneses hicieron un partido memorable a ritmo suicida con Joaquín Costa (24), Angstadt (26) y Mendiburu (19) estelares. Esta vez la Penya no marró el favor, aprovechó la lesión de Gonzalo Sagi-Vela que sufrió un esguince al poco de iniciarse el partido para sacar una victoria cómoda del Ramiro (78-92). Posteriormente ganaba de 35 al Hospitalet y de 47 al Baskonia en Vitoria para coronarse campeón sin ser ni la mejor defensa ni el más fructífero ataque. El primero de mayo fue fiesta grande en Badalona. El éxito se forjó en el equilibrio, en la sabia dosificación de esfuerzos y en el liderazgo de un Moka Slavnic que aglutinaba el juego. Todo comenzaba y terminaba en el serbio. Paradójicamente ninguna casa patrocinó la camiseta verdinegra aquella temporada en la que la Penya ganó el 92% de sus partidos oficiales (44 de 48).

En la Copa, el club de Chamartín se tomaría cumplida venganza en unas disparatadas semifinales. 102-86 para la Penya a la ida con 24 puntos de Slavnic y 28 del malogrado Filbá por 23 de Brabender y 21 de Coughran y 132-109 para los blancos en el Pabellón tras prórroga con 54 puntos de Wayne Brabender y 26 de Moka Slavnic. Sin embargo, el trofeo se lo llevó el Barsa con lo que el recién estrenado  presidente José Luis Nuñez, que decidió no echar el cierre  a la sección. A nivel de reparto de títulos es la temporada más democrática que se recuerda.

El entusiasmo se apagó la temporada siguiente. Antonio Más había abandonado la nave tentado por la política, el equipo apenas se reforzó (el interesante fichaje de Josean Querejeta se evaporó) y el grupo comenzó a resquebrajarse. Moka tiró por la calle de en medio y se enfrentó a Luis Miguel Santillana, hasta entonces su mejor amigo y principal aliado, al entrenador e incluso a rivales (la trifulca con el madridista Randy Meister fue de las de aupa). Se perdió hasta 7 partidos por sanción. En junio del 79 salía por la puerta de atrás de Badalona en dirección a Sibenik. Allí ocuparía el puesto de entrenador-jugador durante dos años y daría la alternativa a Drazen Petrovic, al que según Moka “no le podías sacar de la cancha ni con un fúsil”, por la cantidad de horas que entrenaba.  Su odiado Partizán sería su siguiente destino, el Indesit Caserta dirigido por Bodgan Tanjevic con Óscar Schmidt de fulgurante estrella su próximo apeadero, para cerrar sus días como jugador en el modesto Buducnost. Como entrenador demostró olfato en la detección de grandes talentos y atrevimiento al ponerlos (Kukoc y Radja en la Jugoplastika, Djordjevic y Tarlac en el Partizan o Sasa Obradovic en el Estrella Roja), pero no se labró una carrera victoriosa. En Badalona dejó buenos amigos como Joan Mas, el entrañable propietario del restaurante de La Plana donde los jugadores acudían para celebrar las cenas de equipo, al que visitó en su domicilio antes del fallecimiento de éste. En el 2013 entró en el Salón de la Fama de la FIBA y la ACB lo estimó entre los 25 jugadores más importantes de la historia del baloncesto español, incluyéndole en el quinteto ideal de los años 70 junto a Corbalán, Brabender, Walter y Luyk.

Las Korac

La vida sigue y la Penya para festejar sus bodas de oro, en plena tormenta institucional, se hizo milagrosamente con su primer título europeo. La  final de la Korac 81 en el Palau ante el Carrera Venezia de Dalipagic, Haywood y Della Fiori se llegó a poner tan fea que el delegado del equipo, Salvador Ferrer, con 9 abajo y dos minutos por jugarse, dejó de apuntar. Ni “El Sheriff” Manel Comas, ni los jugadores se rindieron. El encuentro entró en los terrenos de la épica: con un segundo por jugarse Germán sacó de banda y Galvin forzó la prórroga en un tiro de película que entró limpio. Un americano fantástico ganador de la NBA (Al Skinner que nizo 19 puntos) y un montón de pipiolos (Margall, Santillana y Delgado habían sido eliminados por faltas), entre los que figuraba un jovencísimo Jordi Villacampa, se encomendaron a la defensa y a las buenas artes de “El Duende del Ramiro”. Sí, Gonzalo Sagi-Vela (27 puntos) se vistió de héroe para dar a los de Badalona su primer título europeo (105-104). Comas concedía la alternativa a una generación talentosa. Sin mirar el carnet de identidad empezó a dar bola a Villacampa, al que de pivot quiso resituar de base y ante la extrañeza del chico le soltó “Tú harás lo que te mande, como si te digo que vayas a pasearte por la Rambla con una pamela en la cabeza”. José Montero también debutó con 16 años en el homenaje a Santillana y Manel se atrevió a pronosticar: “Será mejor que Delibasic”. Nivelazo, pero a tanto no llegó.

En el 82 Luis Conesa y Francesc Cairó toman los mandos del club y poco a poco viran en la dirección adecuada. En el 88 las plaga de lesiones (con Crespo fuera y Margall, Montero y Meriweather muy diezmados) y la falta de experiencia hacen imposible la Recopa en Grenoble. Esta vez la prórroga culmina con el Limoges en campeón. Dos años después, el grupo había madurado lo suficiente y se legitima con la segunda Korac. Pedro Martínez había sustituido a Herb Brown a mitad de curso y el Joventud lograba un valioso empate en Pesaro a la ida. En Badalona, el Scavolini de Scariolo sucumbió por 10 puntos ante el huracán verdinegro, magníficamente dirigido por Montero (28 puntos y 10 asistencias). El gran Reggie Johnson se despide de la afición con un título.

La época dorada

La senda estaba marcada y aparecieron Lolo Sainz (y su saber estar y sentido común), dos americanos de campanillas (Corney Thopmson y Paul Presley) y Ferrán Martínez del Barsa ante la incredulidad de Boza Maljkovic: La cantera verdinegra siguió dando sus frutos: Rafa Jofresa compartía posición con su hermano Tomás  en lo más parecido a una ducha escocesa (frío-calor), para hacer el base ideal; Dani Pérez y Jordi Pardo aportaban calidad y tiro en las alas; y Ruf y Morales constituían la versión mediterránea de las “Torres Gemelas”. Villacampa se estableció como gran capitán y el conjunto se borraba el cartel de “equipo simpático” (que no ganaba). El club se convierte en Sociedad Anónima Deportiva y se roza la hazaña ante los Lakers en el Open Mcdonalds de París. El Olímpico se convirtió en el nuevo marco incomparable de las gestas badalonesas. Llegó a ser el pabellón con más entrenadores (socios) de Europa. Dos títulos de Liga llegaron y una Liga Europea se escapó por mor del tiro perfecto en Estambul, el de Sasha Djordjevic. En el 94 Zelkjo Obradovic devolvió a la Penya lo que dos años antes le había quitado. El “coleccionista de títulos” hizo por fin Campeón de Liga Europea a un equipo maravilloso. La foto del triple de Corney Thompson que ponía el definitivo 59-57 ha quedado para la posterioridad. Se cumplen 20 años.

..

Y después llegó la crisis y los vaivenes. El club se mueve entre dos aguas. En el 96, la debilidad económica obligó a vender el Ausías March. En lo deportivo, Alfred Julbe  vuelve a casa y sostenido por una tripleta americana de lujo (André Turner, Andy Tolson y Tanoka Beard) se trae una nueva Copa del Rey de León, tras remontar 19 puntos al Cáceres.

El Siglo XXI

En el 2000 Jordi Villacampa accede a la presidencia del club. Sigue haciendo de la necesidad virtud y explota el filón de los nuevos valores que emergen de las categorías inferiores. Así aparecen Raúl López (el primer jugador de la cantera verdinegra en llegar a la NBA), Mumbrú, Rudy Fernández, Ricky Rubio o Pau Ribas. Todos ellos se forman en la Penya para continuar sus carreras en otras latitudes, como casi siempre. El Joventut no tiene el dinero suficiente para competir con los salarios de los grandes de Europa o las franquicias de la NBA.

Aíto regresa a la que fue su casa y abre la puerta a una generación magnífica. Crea un equipo cargado de talento a su imagen y semajanza que recuerda al añorado Coto. Con 14 años se atreve a subir a Ricky Rubio, que crece exponencialmente al amparo de Bennet. Rudy Fernández se convierte en el jugador más completo de la Liga. Durante 3 años los badaloneses creen vivir en Nueva Orleans; el conjunto tiene ritmo, agita los partidos con agresividad y descaro y recupera las señas de identidad del club con una apuesta valiente y trasgresora. Sin saber cómo, los rivales creen haber sacudido un avispero; las rotaciones, las alternativas defensivas, los traps, el contraataque, las veloces transiciones, los tiros de tres puntos, el juego por encima del aro… Todo y todos al son que marca el maestro madrileño con la vocación de siempre: el ritmo. La atractiva propuesta recoge títulos: Eurocup en abril 2006 (84-63) al Kimki con Rudy (MVP y 17 puntos), Huertas, Mumbrú o Bennet como caras más destacadas; Copa del Rey en febrero 2008 en Vitoria ante Baskonia (82-80) con Rudy (MVP, 32 puntos y 29 de valoración), Ricky (9 puntos, 4 asistencias, 4 robos y 18 de valoración) y Desmond Mallet (el primo de Shaq O´Neal hizo 13 puntos en la segunda parte con 2 triples decisivos) estelares y la zona planteada por Aíto en el último cuarto y medio como factor desequilibrante; ULEB en abril 2008 (79-54 al Akasvayu Girona en Turín) con Rudy otra vez MVP, Mallet 26 puntos y Moiso (10 puntos) vital en su defensa a Marc Gasol. Con un poco más de piernas a final de temporada ese equipo hubiera optado al triplete con la Liga. Una delicia.

En la actualidad la Penya se recompone, se adecúa a los tiempos y mantiene su proyecto tradicional de cantera (olé para el trabajo de los entrenadores de formación). Los nuevos brotes verdinegros (Vives, Llovet, Ventura, Barrera, Suárez, Sans…) piden pista y la sabia mano de Salva Maldonado va dando paso ordenado. El club capea la crisis y se mantiene en una zona intermedia rozando la clasificación de la Copa del Rey y los playoffs. Suficiente, no se le puede pedir mucho más. Pero por historia, tradición y el bien común del baloncesto español, Joventut (Badalona ha sido la tercera ciudad en licencias federativas) ha de volver a las finales, Valencia y Zaragoza asentarse como plazas ganadoras, Vitoria recuperar pasados laureles, Estudiantes dejar de andar por el alambre, los canarios seguir tiñendo de alegre amarillo el campeonato, Sevilla ganarle un espacio al fútbol,  y en Bilbao, cobrar, coño, que ya les vale.

Parafraseando a Leño, el broche se lo dejo al gran Zelkjo Obradovic: “La Penya no es sólo un club, es una manera de vivir”.


Mi agradecimiento a mi amigo Ricard (el descubrimiento en la Copa de este año) por la imprescindible información proporcionada desde Badalona. Una recomendación, si se acercan por allí y van con hambre, su restaurante El Café de las Antípodes no les defraudará. Es un deleite para los buenos paladares. Mi reconocimiento otra vez a Carlos Laínez y Raúl Barrera por su paciencia en la biblioteca de la Fundación Pedro Ferrándiz Espacio 2014 FEB.

Toni Kukoc, El Mago de Split

$
0
0


Resultado de imagen de imagenes de toni kukoc

Iba para extremo izquierda del Hadjuk Split a las órdenes de Sergio Kresic, apuntaba a grande del tenis de mesa (derrotó al futuro campeón Zoran Primorac), hasta que le echó el ojo Igor Karkovic (entrenador de los cadetes de la Jugoplastika). Alto, altísimo. Delgado, delgadísimo. De chaval sus amigos le apodaban Olive (como a la novia de Popeye). Un junco que parecía vencerse al menor contacto con el viento. Pero tenía dos virtudes que le hicieron único: era muy inteligente y extremadamente coordinado. 

Era Toni Kukoc y nadie con su altura ha dejado tal muestrario de tesoros desde el puesto de alero en Europa. Era Toni Kukoc, el jugador de baloncesto con mejor curriculum vitae de la historia del Viejo Continente. 

Si Petrovic recogió el testigo de Kikanovic, Kukoc lo retomó de Delibasic. Dos formas opuestas de entender, jugar y celebrar el baloncesto para llegar a un mismo fin: la victoria. La tiranía individual anotadora, el espíritu endemoniado frente a un concepto más plural, participativo y democrático, a la belleza absoluta, a la gracia angelical. 

“A veces detenía el entreno, sólo para pensar en lo que Toni había hecho” (Boza Malkjovic). Es Toni Kukoc, una obra de arte, una expresión renacentista en mitad de una pista de baloncesto con un credo que le hizo universal: “Una canasta hace feliz a uno, una asistencia a dos”. 




JUVENTUD, DIVINO TESORO


De la playa, a la mesa de ping-pong, al césped hasta el parqué de una cancha de basket para quedarse. Karkovic y Petar Bezelj (entrenador del junior) le dieron el inicial barniz. En su primera final cadete en el campeonato croata vivió su primera desilusión ante la Cibona. Se desquitó en el torneo nacional en Kraljevo (Serbia), donde pasarían por encima del anfitrión, el Sloga de un tal Vlade Divac y el Buducnost de un tal Zarko Paspalj. A los 16 años Slavko Trninic lo sube con los grandes (debuta en Podgorica contra Buducnost) y trabaja a destajo con él, en sesiones de más de 6 horas diarias. Moka Slavnic (que vivía en Split en el histórico hotel donde se rindieron las tropas italianas a los partisanos en la 2ª Guerra Mundial) concede minutos y confianza a la gema. El diamante termina por pulirse con el maestro Boza Maljkovic. 


Europeo Juvenil 1985 Russe (Bulgaria)

Los Juegos Olímpicos de Moscú 80 constituyeron el cénit y el fin de la gloriosa generación yugoslava que reinó en la década de los 70. Al ocaso de los genios siguió un periodo de escaso brillo con Drazen Petrovic como islote. La Federación se miró al ombligo y optó por un planteamiento clásico (el del maestro Nikolic): planificación minuciosa y trabajo exhaustivo con las nuevas hornadas. En la distancia se atisbaba el Europeo Junior del 86 y un año más tarde el Mundial de la categoría en Bormio. Tarea a cuatro años vista en manos de un técnico joven y capaz, Svetislav Pesic. 

La camada se estrena en Mannheim (mundial oficioso de la categoría) sin el entrenador (al que sustituye Rusmir Halilovic) y sin Shasha Djordjevic, a los que sus respectivos equipos no permiten ausentarse de sus encuentros ligueros. Como el próximo europeo sólo lo pueden disputar los nacidos a partir de 1968, en la convocatoria predominan los chavales de primer año (7), que alcanzan invictos el choque final frente EEUU. Esta vez los americanos tomaron nota de la derrota en la fase previa y se llevaron el triunfo. Algunos de ellos (Glenn Rice, B.J Armstong) llegaron lejos. 

Cuatro meses más tarde, en agosto de 1985, el equipo comparece en Bulgaria con la sensible baja de su capitán Luka Pavicevic (elegido mejor jugador en Mannheim) que agarró una mononucleosis 15 días antes. El juego se vertebraba alrededor de una defensa extenuante a toda cancha, de la intimidación en la pintura, de la puntería de Ilic, el talento de Dobras (capacitado para actuar con solvencia en cualquiera de las posiciones perimetrales) y la velocidad, visión de pase y capacidad reboteadora de Vlade Divac. Kukoc era una larva escuálida en proceso embrionario de interminables brazos y físico inacabado que daba descanso a los postes titulares. Después de apabullar a sus tres primeros rivales, cayeron 98-97 ante la URSS. Los gritos de Pesic en el vestuario resonaban mediado el partido siguiente. La bronca caló, pues en semifinales se deshicieron de la potente escuadra italiana (Espósito, Rusconi, Niccolai) y en la finalísima de la España de Miquel Nolis repleta de nombres que luego serían muy conocidos (Jordi Pardo, Carlos Gil, Morales, Ruf… y el gran Ferrán Martínez que coronó con 27 puntos un certamen sublime) por diferencias de alrededor de 20 puntos. Dobras fue el estilete al cierre con 36 puntos. Divac y Kukoc se conformaron con 9. 

De postre el gran Kresimir Cosic, se lleva a cuatros de los críos (Divac, Radja, Kukoc y Djordjevic) a la selección absoluta para el Torneo de Navidad del Real Madrid.


Europeo Junior 1986 Gmunden (Austria)

En la preparación del mismo habían ganado por más de 20 puntos a equipos de la primera división yugoslava (Sibenka, Olimpia o Bosna). En esta ocasión la lista se repartía de forma equitativa entre los nacidos en el 67 y los del 68 y Pesic podía presumir de tener dos jugadores por puesto: Pavicevic-Djordjevic, Ilic-Dobras, Kukoc-Avdic, Radja-Koprivica, Divac-Pecarski. 

El hueso llegaba el segundo día: la Italia de sangre caliente y enorme calidad comandada por el excelso Ferdinando Gentile, al que escoltaban Rusconi, Pittis, Niccolai, Aldi o Pessina. Fue con diferencia el partido más duro en la formación de los jóvenes balcánicos. Al descanso se había llegado con un marcador de 51-45 para los plavi, 25 puntos de Gentile y un Divac colosal en las zonas. Tres faltas intencionadas habían ido caldeando el enfrentamiento. Se jugaba a bayoneta calada y se avanzaba terreno casa por casa. Con 66-60 Rusconi no hace prisioneros y comete una personal dura sobre Radja, éste se revuelve y lo lanza al suelo. Tangana. En los últimos minutos Pavicevic y Dobras capitalizan con acierto el ataque. Con 95-93 Pittis desaprovecha la última opción.

En semifinales, la Alemania (que había dejado a España en la cuneta) de Harnisch y Rodl aguanta hasta el intermedio, pero cae con un decoroso 91-79. El 0-8 de salida de los rusos en la final sólo es un espejismo: Pavicevic entra muy pronto en faltas, pero Djordjevic (20 puntos) engrasa la maquinaria. Los soviéticos no tienen manos para tapar las vías de agua: Divac (21 puntos, 13 rebotes), Radja (16 puntos, 10 rebotes), Dobras (16 puntos). La ventaja es sonrojante 111-87. La estrella roja, Vetra, alcanza la ducha con un pírrico punto. Yugoslavia logra el campeonato promediando 109 puntos y Toni Kukoc se presenta al mundo (MVP).


Mundial Junior 1987 Bormio (Italia)

El inicio del torneo hubo de postergarse unos días. Las lluvias torrenciales habían provocado inundaciones y corrimientos de tierra en la región de Valtellina: decenas de pueblos y personas quedaron sepultados bajo el fango.

Sólo los nacidos desde el 68 disputaban la competición. El cuarteto de artistas venía de colgarse el bronce en el Europeo senior de Atenas. Los jóvenes plavi ensayan a puerta cerrada contra sus mayores y los vencen. A cara descubierta prosiguen su preparación derrotando a los seniors de Checoslovaquia, Turquía y al segundo equipo de la URSS. Por su parte USA traía un conjunto de campanillas (Larry Johnson, Gary Payton, Brian Williams, Stacey Augmon, Scott Williams, Kevin Pritchard…) dirigida por el insigne entrenador de Kansas, Larry Brown (que al curso siguiente se haría con la NCAA). El gran Dean Smith después de dar un clinic en Milán se acercó por allí y alucinó.

Tras promediar 119 puntos los yugoslavos se enfrentaban a las estrellas universitarias en la fase de grupos. Ese 1 de agosto se rotula en mayúsculas: Toni Kukoc hizo 37 puntos para un marcador favorable de 110 a 95, tras una serie en el lanzamiento de 3 puntos de 11 de 12. Brown no daba crédito: “Es el mejor jugador en edad juvenil que he visto jamás”. “Ese día todo iba. Me sentí muy cómodo”, apuntaría Toni tiempo después.

Pesic dispone en mixta a los suyos durante mucho rato frente a los germánicos. Harnich (13 puntos) y Rodl (3 puntos) naufragan con la estratagema. Kukoc (5 de 6 en triples) conserva la mirilla ajustada y Pavicevic y Pecarscki destacan en una victoria sencilla (89-64). Están a un paso del título. Esperan los americanos guiados por un decisivo Gary Payton (en el minuto 40 cercena las esperanzas locales con una canasta, una gran defensa sobre Gentile y una asistencia). La noche es larga y la vigilia se lleva mal. En el duermevela los mozos balcánicos no aguantan más y escapan: desfogan sus nervios en un parque cercano. Sería digno de ver a tíos como castillos balancearse en columpios o lanzarse por los toboganes. 

Brown corrige su planteamiento precedente y opta por taponar la vía Kukoc. Ilic arranca enganchado (12 puntos en 10 minutos), pero la tercera personal de Divac crea alarma entre los europeos, que no carburan. Por primera vez en cuatro años marchan al descanso cariacontecidos y en desventaja (40-43). En el túnel a Sasha Djordjevic se le llevan los demonios: “Somos unos cabrones, unos cagaos…”. Su amigo Ilic se une a la arenga. Pesic desde atrás lo escucha todo. Cuando llega al vestuario detecta el miedo en los suyos. No habla de tácticas, lanza la pizarra contra el suelo y los llama a la solidaridad y al espíritu de equipo y por supuesto exhorta a los atributos masculinos. Da un portazo y allí los deja. “Salimos como perros que no hubieran comido en varios días”, diría Alibegovic. Toni Kukoc despierta, anota dos triples y ceba a sus pivots: Divac (21 puntos y 10 rebotes) y Radja (20 y 15). Los universitarios sólo alcanzan a maquillar la diferencia (86-76) y dejar a los plavi en su anotación más baja del ciclo. Kukoc –MVP-, Djordjervic y Divac entran en el quinteto ideal. 


“La Montaña Mágica”

No, no hablamos de la emblemática novela de Thomas Mann. No. Si tú mencionas el Monte Igman a cualquiera de los campeones, primero resoplarán para luego esbozar una tímida sonrisa. Constituye el símbolo más evidente de los esfuerzos y sacrificios que el grupo hubo de hacer para ganarlo todo. Al alba, los chicos habían de correr los 7 kilómetros que separaban el hotel en Sarajevo de la Rampa Olímpica del monte. Allí proseguían con series de spints, saltos y flexiones. A su conclusión habían de subir y bajar los 300 escalones del trampolín de saltos de esquí tres veces. En la primera ronda les permitían descansar dos veces, en la segunda una, pero la tercera la debían realizar del tirón, sin pausas. El regreso para el desayuno lo hacían caminando o corriendo, en función del grado de satisfacción de los jefes. En el pabellón Skenderia aguardaba lo light, otras dos sesiones más con balón. Un infierno. El riguroso plan físico diseñado por el doctor Milivoje Karalejic lo hubieran odiado los marines americanos. 

Circula la leyenda, contada maravillosamente por JUANAN HINOJO en su imprescindible SUEÑOS ROBADOS, que una mañana Vlade Divac (uno de los más “perros”) quiso escaquearse del martirio aduciendo sobrecarga en los gemelos y se quedó haciendo dominio de balón. A la vuelta Pesic pidió a sus compañeros que ayudaran al pivot a mejor su tacto con la pelota. Le situó bajo canasta y al resto en la línea de tiros libres. A su señal habían de chutarle con toda el alma. Después de que Vlade recibiera unos cuantos pelotazos, el preparador se dirigió a su corte: “Un equipo trabaja, sufre y se divierte unido”. Pesic, que incluso buscó patrocinador al inicio de la aventura, se mostró siempre entre militar y paternal, rememora lo de Bormio como su mayor satisfacción profesional. Unas navidades envió a sus discípulos una foto publicada por Nuevo Basket a modo de felicitación. En la misma, se apreciaba a los jugadores celebrando la victoria y al pié había añadido: “Nunca olvidéis lo que hemos logrado juntos”.




AQUELLA LIGA YUGOSLAVA DE FINALES DE LOS 80, PRINCIPIOS DE LOS 90…


Eso eran palabras mayores. 

La mítica Cibona de Petrovic tras ganar su segunda Copa de Europa ante el Zalguiris de Sabonis, se estrelló en el campeonato doméstico del 86. Petar Popovic (36 puntos), Petranovic (26 puntos), Vrankovic (18 puntos, 17 rebotes y 8 tapones) y su Zadar rompieron los 1137 días de imbatibilidad del Dom Sportova en la segunda prórroga del partido definitivo. Un año más tarde era el Partizan (amparado en un inconmensurable Grbovic) quien asaltaba el título al imponerse en el duelo fratricida a sus vecinos de Belgrado. Los de Drazen habían caído nuevamente en el tercer partido en casa ante el Estrella Roja. Vlade Djurovic, ahora técnico de los rojiblancos, había tejido otra red y Prelevic les había dado la puntilla. 


La dictadura de Split

Si en la campaña anterior las bisoñas tropas de Boza Maljkovic habían a asomado con el tercer puesto de temporada regular, ahora culminaban la 88 con una sola derrota. La Cibona les había levantado la Copa y los partisanos habían tocado techo con la Final Four de Gante. Por tercer año consecutivo, los de Zagreb volvía a caer en su feudo en el desempate: un Divac dominador (24 puntos y 17 rebotes) tomó el protagonismo que debía asumir Petrovic (apagadísimo en el triste adiós de su afición con tan sólo 11 puntos). La final inicialmente quedó un tanto deslucida, pues en Split los locales se impusieron con claridad al Partizán (Divac se había lesionado en la rodilla la noche anterior, cuando escapaba por la ventana del hotel para ver a su novia, y apenas jugó un par de minutos). Tras la trastada, empate en Belgrado y resolución definitiva en territorio croata. Sobin (28) e Ivanovic (23) fueron los estandartes en el plácido triunfo de la Jugo (88-67).

El final de la Liga 89 todavía parecía más interesante. Jugoplástica había ganado su primera Copa de Europa, Partizan la Korac y la Copa en Maribor a sus rivales de Split. Allí Vujosevic se había visto obligado a solicitar tiempo muerto con un marcador adverso de 15-7. Todos los puntos se los había encajado un mismo jugador, Toni Kukoc. Una zona 2-3 fue mano de santo para voltear el electrónico y erigir a Divac en el mejor jugador de largo (26 puntos, 11 rebotes y 6 tapones). La serie final estaba programada a 5 partidos. Los de Belgrado perdieron a la primera la ventaja de campo, con Tabak de súbito protagonista al barrer del aro un gancho de Divac. En el segundo choque, ya en Split, con una renta de 5 puntos para los locales en los últimos segundos, Divac recibe un supuesto monedazo y los serbios deciden retirarse. El comité de competición da el título a la Jugoplastica. Una lástima. Paspalj, más hecho y omnipresente que Kukoc por entonces, es designado MVP del campeonato.

Partizan se desmembra (Divac y Paspalj salen rumbo a la NBA y Djordjevic a la mili). Jugoplastica echa mano del mejor Radja (32 puntos sin fallo) para cargarse a la Cibona en semifinales. Estrella Roja es la víctima propiciatoria tanto en la Liga como en la Copa del 90. Primer triplete.

La diáspora (emigran Sobin, Radja, Ivanovic y Boza Maljkovic) implica un rol más preponderante de Toni Kukoc en el 91. Se adueña de todo. No se deja ni el concurso de mates del All Star en Sarajevo: al modo del Doctor J o Michael Jordan deja loco al personal batiendo el último paso desde la línea de tiros libres. Inicia el segundo triplete con la ajustada Copa ante la Cibona (80-79). Amarga la Copa de Europa a Boza en el Barsa, se emplea a fondo en las semifinales ligueras (23 puntos en el desempate) ante el Zadar del colosal Komazec (máximo anotador por tercer año consecutivo) y del floreciente Bodiroga y sale aplaudido de los dos partidos con los que finiquita (3-0) la Liga en Belgrado frente al Partizan. Sasha Djordjevic se rinde ante su amigo: “Creo que Toni a pesar de tener solamente 23 años es el mejor jugador yugoslavo de la historia”. 




LA COPA DE EUROPA: AMOR A PRIMERA VISTA


Cuando los imberbes dálmatas (22 años de media) aterrizaron en Munich para disputar su Primera Final Four en 1989 casi nadie daba un marco por ellos. Más cuando venían de palmar en Liga con Zadar y Partizan y caer eliminados en Copa. No todos eran pesimistas… Aza Nikolic llevaba tiempo colaborando con el equipo y Boza Maljkovic tuvo la genial idea de dar espacio en la charla previa al patriarca (lo que decía iba misa) del baloncesto yugoslavo/europeo, que conmovió con su alegato a los chicos: “Sois lo mejor que me ha pasado nunca en el baloncesto. Jugad duro, que no os maten, porque si no todo el mundo dirá que llegasteis aquí por accidente”. Amén. El resto es historia. La calmada alocución liberó de presión y el talento emergió desde el pitido inicial. Los dos maestros había preparado el envite a conciencia: disciplina defensiva para evitar contraataques y maniatar el ataque organizado del Barcelona y “la libertad organizada” (no el juego libre) que preconizaba el maestro Nikolic en la ofensiva. 

Kukoc (19 puntos al descanso y 24 a la conclusión, con 4 triples sin mácula) hizo un traje a cada uno de los defensores que Aíto le puso, Radja acaparaba la atención interior (18 puntos y 8 rebotes) e Ivanovic martilleaba desde el perímetro. En el Barsa, sólo Epi respondía a su nivel. Con una desventaja de 77-60 a 10 minutos, los azulgranas tiraron de vergüenza torera y se situaron a 6 con 3 minutos por delante, pero regresó el tembleque. En la final ante el Maccabi, un triple de Kukoc (18 puntos) rubrica un parcial de 7-0 para poner por delante a los croatas. Radja (20 puntos y 6 rebotes) y Ivanovic (12 puntos) completaron el trío anotador. La victoria 75-69 da paso a una nueva época. Boza ensalzaba el éxito fruto de “muchas horas de diálogos con los jugadores, de persuasión e incluso de castigos”, alababa la defensa de Sretenovic sobre Jamchi en la segunda parte y consideraba a Toni Kukoc un privilegiado “tiene una lucidez especial para jugar”.

En la edición del 90 en Zaragoza los rivales ya venían advertidos. Barcelona y Jugoplastica (Kukoc 16 puntos, 6 rebotes y 9 asistencias frente a Limoges) se habían librado de sus oponentes con un alto crédito. Los catalanes compitieron mejor que un año antes y se pusieron por delante 61-59. Momento para el “Magic” de Split (Boza le reservó de inicio y no entró hasta el minuto 11) que con cuatro acciones geniales da la vuelta a la tortilla y sitúa un 72-67 definitivo. 20 puntos y 7 rebotes del emergente astro. La mixta empleada por Maljkovic también hizo su pupa. 

Lo del 91 en París terminó por romper todos los pronósticos. A la Jugoplastica se le habían caído 3 titulares y el técnico. En una fase de clasificación irregular, Kukoc se había ataviado de superhéroe para rescatar a los suyos en un transcendental triunfo en Pesaro (con 40 puntos). Boza había migrado a Barcelona y superado a sus antiguos discípulos en los dos encuentros de fase, pero no evitó la flojera de piernas de los culés en el momento de la verdad. El miedo a ganar les llevó a perder con unos paupérrimos porcentajes y un pánico atroz “Somos nuestro peor enemigo” (reconocía Solozábal) que les llevó a recibir 11 tapones. Kukoc se mostró terrenal en la final (8 puntos, 7 rebotes, 2 asistencias y 4 tapones) y todoterreno ante el Scavolini en semis (14 puntos, 6 rebotes, 11 asistencias, 3 tapones y 6 balones robados) para recibir un trofeo MVP que debió ir a parar a un inconmensurable Savic (52 puntos en total). 

Boza preguntado años más tarde daba con una de las claves del éxito: “Todos los jugadores tenían las llaves del pabellón”. Evocaba que más de una vez había pasado a altas horas con el coche después de cenar con amigos y había visto las luces del polideportivo encendidas… El trabajo sin descanso y el método: en la antigua Yugoslavia todos los jugadores hacían los mismos ejercicios de técnica individual sin diferencia entre grandes y pequeños. También ayudaba la genética: al disfrutar de un arsenal de chicos altos, apartaban hacia posiciones exteriores a los más dotados y coordinados. 



UN PRINCIPE RENACENTISTA


Después de “abusar” desde su Split natal, para sorpresa de algunos y escándalo de los dirigentes de los Bulls, con 23 años eligió Treviso como siguiente paso en su andadura. No deseaba aguardar dos años al fondo de un banquillo profesional como le había ocurrido a Petrovic, ansiaba permanecer cerca de los suyos en un horizonte de conflicto bélico cercando su tierra y en Italia… le pagaban una pasta. Toni había firmado un contrato con la familia Bennetton a razón de 4 millones de $ anuales, con lo que pasaba a ser uno de los 5 baloncestistas mejor pagados a nivel mundial (con Bird en el top con 6 millones, muy por encima de Magic 3,25 o Jordan 3,2 y por delante de los futbolistas más adinerados del continente –Prosicki 3, Butragueño y Van Basten 2,5- y de su compatriota Radja que cobraba 3,6 en Roma).

En la marca de moda compartió foco con Vinnie Del Negro y Stefano Rusconi en su aterrizaje y se conjuraron para cobrar el primer scudetto frente a toda la histórica armada del norte (Milan, Bolonia, Varese…). En la campaña venidera el exLaker Terry Teagle ocupaba la segunda plaza foránea. Se embolsaron la Copa, caminaban con paso firme en Liga Europea (algún aficionado estudiantil todavía menciona los 34 puntos y 9 asistencias con los que Kukoc obsequió al Palacio) y después de un cruce de cuartos terrible frente al Scavolini, alcanzaron la Final Four en 3 partidos. Toni estuvo colosal, en hombre orquesta, frente a los de Pesaro (38 puntos y 6 asistencias, 35 puntos, 8 rebotes y 8 asistencias, y 22 puntos, 11 rebotes y 6 asistencias). El Madrid de Sabonis cayó con estrépito ante el Limoges de Malkjovic. La Bennetton le remontó el encuentro al Paok gracias a 4 triples de Iacopini y a un postrero lanzamiento de Ragazzi. Maljkovic tenía claro que con sus mimbres no podía jugar a campo abierto, situó a Zdovc sobre Toni (que no vio aro hasta el minuto 27, aunque de ahí en adelante convertiría 14 puntos). Forte le robó un balón vital y los franceses se estrenaron como vencedores de la Euroliga. El croata Skansi, preparador de los italianos, lo encajó fatal: “Ha muerto el baloncesto”. A lo que Boza reaccionó: “Que me deje a Kukoc y escoja a cualquier jugador mío y ya veremos quien practica el antibaloncesto”. Kukoc, entre lágrimas, regaló su camiseta a uno de los hijos de su antiguo técnico.


Resultado de imagen de imagenes de toni kukoc


LA ÚLTIMA GRAN YUGOSLAVIA


Tras dos torneos de tanteo, Europeo de Atenas (bronce) y Juegos Olímpicos de Seúl (plata) la Generación de Bormio había tomado el testigo definitivo. Cosic, un crack absoluto del mundo de la canasta, había abierto las puertas a esta pandilla de descarados, pero sus divergencias con Mirko Novosel y los hermanos Petrovic ocasionaron su reemplazo. Su segundo, Dusan Ivkovic (otra de las grandes mentes plavi) saltó a la palestra en el Europeo de Zagreb 89. El soplo de aire fresco deviene en huracán. Petrovic, Zdovc, Paspalj, Radja y Divac parten de salida. Danilovic, Kukoc, Cutura y Vrankovic esperan impacientes en el banco. Con 11 años de adelanto llega el siglo XXI. Otra galaxia. Yugoslavia vuela. Continuo movimiento, con y sin balón. Selección de tiro, juego por conceptos, velocidad supersónica de ejecución, estatura, capacidad atlética, intimidación, versatilidad, espíritu defensivo. Todo. La perfección. Sirva un ejemplo: en la final ganaban de 19 a Grecia al descanso y habían culminado 11 contraataques. Y en el medio de la chiquillería, el mejor Drazen Petrovic que se recuerda (y mira que es difícil escoger entre las grandes obras de un genio): 2º máximo anotador a 30 puntos la noche con unos porcentajes siderales (76% en tiros de 2, 70% en triples) y mejor asistente (con 6 de promedio). En la final 28 puntos, 12 asistencias. 

Los Goodwill Games de Seattle sirven de puesta a punto para la cita mundial. No viajan ni Divac ni Petrovic, con lo que Kukoc asume los mandos. En la final aguardan los americanos con cuatro jugadores que estarían entre las 3 primeras posiciones de los siguientes draft (Kenny Anderson, Billy Owens, Alonzo Mourning y Christian Laettner) y Coach K en la banda. Los favoritos alcanzan la final. Paspalj se lesiona en el minuto 8 y con 15 minutos por jugar Zdovc, Savic y Radja han cometido la cuarta personal. Ivkovic ordena mangonear la palanca de cambios y reduce velocidad. Kukoc aguanta el rugido de Mourning tras un taponazo. No se arredra. Le responde con un mate in your face y atina con el triple clave. Los europeos salvan el partido y Kukoc expone a La Pantera Rosa en la capital del Grunge (17 puntos, 10 asistencias y 2 tapones).

Radja se ha roto el tobillo y se une a las bajas de Danilovic y Vrankovic. Con semejante lastre el equipo no puede conducirse en el Mundial de Argentina 90 al marchamo vertiginoso de Zagreb y se exhibe a media pista. Petrovic, reconvertido en escolta puro asume menos tiros, Kukoc domeña todas las suertes del juego y todos los rincones de la cancha. En la fase de grupos, Yugoslavia se deja una derrota intrascendente (la única en el trienio dorado) ante Puerto Rico. En semifinales aguardan los estadounidenses con sed de venganza. Paspalj anuncia lo que ha de ser el 4 moderno antes de lesionarse (15 puntos). Su sustituto Savic se reivindica con un tanto menos. Petrovic 31 puntos y 6 asistencias, Kukoc (hace lo que le viene en gana) 19 puntos y 9 asistencias. Lección de fundamentos, lectura de situaciones, aprovechamiento de ventajas… hasta que levantan el pié para dejar la diferencia en 99-91. Mike Krzyzewski enmudece y se niega a acudir a la sala de prensa. El público argentino atrona el Luna Park “Yu-gos-la-via, Yu-gos-la-via” en determinados tramos de la final. La URSS, ya sin los lituanos, se convierte en un títere en manos balcánicas. 92-75. Kukoc regala jugadas de dibujos animados. El incidente de Divac con el aficionado croata amarga la celebración. Las aguas bajan revueltas…

El Eurobasket de Roma 91 es el final del camino. Sin Petrovic, que descansa en Portland, Djordjevic vuelve al combinado nacional. Le acompañan de salida Zdovc, Kukoc, Radja y Divac. La noche anterior al encuentro semifinal, Jure Zdovc tiene que abandonar entre lágrimas la concentración. El gobierno Esloveno así se lo ordena. Sus compañeros tragan saliva y se confabulan (Kukoc y Divac 22 puntos cada uno, Radja 16) para derribar a Francia 97-76. 

Yugoslavia disputa ante Italia el 29 de junio de 1991 la final del Europeo. Es su último partido oficial como tal (con todas las repúblicas). Y la puesta en escena es espectacular, una oda a la belleza. Kukoc (20 puntos y muchos minutos de base) coloniza a sus rivales y maneja el tempo del partido a su antojo. Escribe el libreto de la obra con caligrafía fina, elegante, artesana, de puro orfebre. El Paleur descubre la “isla del tesoro” y capitula admirado por el despliegue plavi que amalgama toda la riqueza del juego. Tensión defensiva, líneas de pase, captura del rebote, transiciones mareantes y todo un repertorio de lances ofensivos (aclarados, puertas atrás, 2x2, continuaciones, situaciones de poste alto y poste bajo…). De clinic. Para guardar y contar. Mientras un estado se desmoronaba, un grupo de jugadores magníficos echaba el telón (Campeones de Europa) dejando de lado los egos para rubricar una de las páginas más bellas y solidarias del deporte. 




A LA IZQUIERDA DEL PADRE


Tras su segundo año en Italia, Kukoc decide poner fin a su etapa continental y acepta la oferta de los Chicago Bulls. Parece haber atravesado el Atlántico a nado, pues al poco de arribar en la “Ciudad del Viento” ha ganado 7 kilos. A su llegada, sorpresa: Jordan anuncia a la plantilla que se retira y Toni no puede reprimir las lágrimas. 

A orillas del lago Michigan le reciben de uñas. Una plantilla en plena guerra con el manager general Jerry Krause le observa como el enchufado de éste. En el draft del 89 Krause había dejado pasar por delante de sus narices a Vlade Divac, así que gastó su única elección del 90 en el considerado “mejor jugador del mundo fuera de la NBA”. Se trató de un idilio dilatado (tres años de flirteos y despechos) que encontró la reiterada negativa del croata. Jerry llegó a solicitar a George Karl (entrenador del Madrid) que le grabase todos los partidos posibles del desgarbado chico de Split. Cuanto más le examinaba (en los Open Mac Donald´s de Roma y Barcelona estuvo en un tris de dar el susto a los Nuggets y a los Knicks), más le cautivaba, pero su cerrazón tenía paralizadas las renovaciones y ampliaciones de contrato de la mitad de la cabreada plantilla. “No hablo yugoslavo”, había respondido Jordan (encolerizado al recibir las cintas grabadas de la estrella europea) a la sugerencia del directivo para que contactase e intentara convencer al balcánico. Cuando Croacia se enfrentó con Estados Unidos en los Juegos Olímpicos, Michael Jordan y especialmente Scottie Pippen hicieron del encuentro una cuestión personal (lo dejaron en 2/11 y 4 puntos). Lo masacraron. En la final, Toni se soltó un tanto (16 puntos y 9 asistencias).

La adaptación no fue sencilla. Tras el tercer anillo, Phil Jackson explica metafóricamente la atmósfera que había reinado en el equipo: “La Italia de la Edad Media estaba llena de intrigas, asesinatos y envenenamientos. Sin embargo, los italianos produjeron las más grandes obras de arte de la historia. Los suizos siempre vivieron en armonía y sólo han fabricado relojes”. A Toni los Bulls le tunean a su gusto. Necesitan un ala-pivot, le ensanchan, le ceban, le musculan para aguantar los embistes profesionales y le hacen merodear con demasiada frecuencia la pintura. Por el camino va quedándose un reguero de velocidad, miguitas de agilidad se pierden por los senderos. Para Jackson supone un reto ensamblar a la perla europea. Tenía tendencia a acercarse demasiado al balón cuando no lo tenía y rompía la simetría del Triángulo (el famoso ataque posicional de Tex Winter). Apreciaba el altruismo del jugador, pero le sacaba de quicio cuando se salía del sistema. Ahonda además en otra faceta capital: “Le he dicho a Toni que la palabra más importante en lengua inglesa es defensa”. Kukoc asumía los peajes del novato (llevar las bolsas, comprar hamburguesas…), pero llevaba mal las continuas sugerencias con que todos le obsequiaban: “Creo que conozco este juego lo suficientemente bien”, argüía. Cerró su año rookie con buenos números (10,8 puntos, 4 rebotes y 3,4 asistencias) y una canasta sobre la bocina, especialidad de la casa (acertó otros tres tiros ganadores ese año en Milwaukee, Orlando e Indiana), en los playoffs frente a los Knicks que dio que hablar, pues Pippen despechado, al oír en el tiempo muerto el destinatario final de la jugada, se negó a entrar. Una buena aproximación al mundo “pro” con 55 victorias en temporada regular y epílogo en una competida eliminatoria frente a los de Nueva York con polémica arbitral. 

En la temporada siguiente firman a Ron Harper para el perímetro, pero pierden a Horace Grant, con lo que continúa la cura de engorde de Toni (su peso se estabilizaría en 107 kilos, 20 más de los que pesaba en Split) y su aproximación a la zona. Cansado de su devaneo con el beisbol, una tarde Michael Jordan se acercó al entrenamiento de los toros y preguntó a Jackson si podía entrenar con ellos “Creo que tenemos algún uniforme que probablemente te quepa”, sugirió socarrón el maestro zen. La vuelta del Dios en Indiana quebró todas las audiencias de un encuentro de regular season. “Los Beatles y Elvis han regresado”, advertiría el entrenador local Larry Brown. El regreso de “El Hijo del Viento” no acarreó la victoria de su equipo: cayeron en la prórroga con una pobre serie del astro (7 de 28). Jackson se lo tomó a broma y le susurró: “Ese porcentaje puede ser bueno en el deporte que jugabas antes, pero aquí esperamos algo más cercano al 50%”. A las pocas jornadas “Dios” resucitó en su ciudad e hizo 55 puntos en el Madison rescatando sus primeras Jordan. Sin embargo, caerían en las semifinales de conferencia ante los Orlando Magic de O´Neal, Penny Hardaway y Horace Grant. 

Jackson barrunta un fichaje arriesgado, pero cardinal en el futuro de la franquicia, a sabiendas de que le podría costar una úlcera. Tras consultar con Chuck Daly firma al rocambolesco Dennis Rodman (al que tuvieron que soportar sus extravagancias) para apuntalar la defensa y el rebote. En verano, Michael (dolido por las críticas) se machaca en el gimnasio e impone la construcción de una pista en el estudio de Los Ángeles donde rodaba “Space Jam” para entrenarse entre toma y toma. Al poco le pone un ojo a la funerala a Steve Kerr (lo que le hace respetar al excepcional escolta rubio que no se ha encogido) y transforma su deidad en un liderato más cercano, más consciente de sus fortalezas y limitaciones y las de sus compañeros. Jackson cuadra el triángulo. Desde una defensa extenuante con cuatro perros de presa (Harper, Jordan, Pippen y Rodman), el equipo viaja a velocidad de crucero con el mejor promedio conocido: 72 victorias y 10 derrotas. Jordan juega “más inteligente”, con menos mates, añadiendo un lanzamiento imparable cayendo hacia atrás tras reverso. Pippen es el mejor “escudero” de la historia. Kukoc claudica, salva sus pegas iniciales y entra desde el banquillo, para convertirse en el mejor sexto hombre de la Liga. “Patapalo” (como le llamaban en la plantilla) Harper aporta experiencia, defensa y tiro cuando la situación lo requiere. A Rodman se le perdona casi todo fuera a cambio de un rendimiento estelar en la pista. 

En Día del Padre los Bulls se engarzan su cuarto anillo (primero de Toni) frente a los Sonics de Payton y Kemp. Cuando jugadores y entrenadores alcanzan alborozados el vestuario, observan emocionados a Michael Jordan hecho un ovillo en el suelo abrazando el balón contra su pecho envuelto en un mar de lágrimas (el recuerdo de su padre asesinado está muy presente). Las canastas de Kukoc contribuyeron de manera categórica en el inicio de la serie, que se cerró en el sexto combate (Kukoc y Kerr enchufaron triples capitales), gracias a que Rodman se desfogó toda la noche de juerga y llegó a tiempo de someter el encuentro y enloquecer a Kemp. Se abría el segundo trenio esplendoroso. Así en la campaña siguiente con empate a 2 en la eliminatoria por el título con los Jazz (de Malone, Stockton y Sloan), un Jordan febril, enfermo y sobrenatural hace 38 puntos con el triple decisivo en Utah en el bautizado como “The Flu Game”. En el vestuario Michael echa a faltar 100.000 $ en joyas (incluida su alianza). A la vuelta en Chicago, con empate a 86, encuentra a Steve Kerr para que éste defina un nuevo campeonato. En la tercera temporada, Toni recobrado de la fascitis adquirió mucho mayor protagonismo con la lesión de Pippen. En un día espeso de Jordan, derivó concluyente (21 puntos) en el desenlace del séptimo partido de la Final de la Conferencia Este ante los Pacers. La solución a la incógnita del campeonato la tenía nuevamente en Utah el de Brooklyn, en los 41 segundos finales del sexto encuentro. Es historia: con tres abajo, dirime un aclarado con una bandeja a tabla; se imagina un 2 contra 1 y le roba el balón a Malone; y hace “el lanzamiento” en suspensión sobre Russell que da el tercer título consecutivo a los toros. Es “El Momento”. Dios se disfraza por última vez de jugador de baloncesto. 

Resultado de imagen de imagenes de toni kukoc



SU LEGADO


Según Phil Jackson, “Toni fue instrumental en la consecución de los títulos. Era un gran jugador y a mucha gente se le ha pasado por alto. Es uno de los jugadores más subestimados en la historia de la Liga”. En otro equipo quizá no hubieran podado algunas de las características (antaño mirando el baloncesto de frente superaba por velocidad, coordinación y velocidad a cualquier defensor para generar y anotar o asistir) que le hicieran un jugador desequilibrante, un Don Juan que conquistaba al primer gesto, pero tal vez su cofre no rebosaría de anillos. Aún así “no cambiaría nada, ganar títulos es impagable”. Tampoco le ayudó su etapa posterior en Chicago tras la época dorada (en la que había hecho méritos para ser nombrado All Star), ni su posterior estancia en Sixers, Haws y Bucks, franquicias de la zona media sin demasiada exposición mediática. 13 temporadas con los profesionales que jalonan una trayectoria sólida, trompicada por las lesiones de la fascia plantar, el tobillo operado y la espalda, que convenció a los descreídos de la NBA que en aquel periodo sospechaban sobre el talento venido del Viejo Continente. Era otro tiempo, en que Divac, Radja, Sabonis, Marciulionis, Petrovic y Kukoc trascendieron, abrieron camino y se ganaron el respeto del mundo “pro”. Cumplió, más no deslumbró. 

Antes de colgar las botas tuvo tiempo para acudir al homenaje en 2006 a su amigo Sasha Djordjevic. Hacía 15 años que no pisaba Belgrado y el público serbio le acogió con una atronadora ovación. Con la cabeza bien amueblada, la revista Money with people estima que ganó 96 millones de $ a lo largo de su carrera y considera que su patrimonio se ha incrementado exponencialmente hasta los 275 millones gracias al multiplicador desarrollo de sus inversiones. Campeón croata aficionado de golf en 2011, vive a caballo entre Split e Illinois y está barajando colaborar como consultor de sus Bulls. 

“El talento es como tener una pierna más corta que la otra: se ve a simple vista” (Bodgan Tanjevic). Y lo de Kukoc era mimético, te imantaba a la pantalla del televisor. La imagen en amarillo (yugoplastico), alargada, conduciendo el balón, fintar, dejar atrás a su defensor para doblar el balón sin mirar a uno de los avisados pivots o detenerse a convertir uno de sus estratosféricos triples o culminar con una delicada bandeja o un explosivo mate. Cualquiera sabe. Pura poesía. 

“Hubiera sido interesante ver un partido de la selección USA frente a la antigua y unificada Yugoslavia” (Toni Kukoc). Utópico, pero hubiera sido maravilloso…


Dedicado a Bo y a mi hermano David. El regalo es teneros de amigos. 

Nuevamente agradecido a Raúl Barrera y Carlos Laínez por su trato en la Biblioteca Pedro Ferrándiz del Espacio 2014 FEB.
Viewing all 81 articles
Browse latest View live