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La importancia de la "C"

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Al alba cavilaba todavía extasiado por lo vivido la noche anterior. Entre jabones, espuma de afeitar, colonias y el vaho del espejo rememoraba las jugadas de un equipo que había imantado al televisor a todo un país orgulloso de los suyos. El BA LON CES TO abría los noticieros, las matinales de las radios y daba de maravilla en la primera plana de los periódicos. Después del frenesí y la épica, mi amigo Rafa Fenomenal, ronco de gritar y desatado por la emoción, me la tiró: Juanpa ¿escribirás algo? Me hice el remolón, le dí largas, pero mientras me preparaba para el curro pergeñé un ensayo de andar por casa sobre un equipo que nos ha enamorado la última década y media. Un año antes lo había esbozado con las chicas en el Mundial, ahora tocaba mi pequeño homenaje a los tíos que metieron una Ñ en las siglas profesionales. No sé porqué, pero me dio por pensar en una letra, la “C”, que reuniera y resumiera las características de los nuestros. Sí, porque por la tercera letra del abecedario, comienzan muchas palabras que definen a nuestro equipo de ensueño. 

Cohesión.- Nunca parecieron una selección, más bien un grupo de amigos que se juntaban en verano para pasárselo bomba y de paso colgarse todas las medallas que pillarán en la excursión. La aventura se inició en Varna, tuvo su continuación en Lisboa y de ahí en adelante se colaron con desparpajo y frescura en el mundo de los mayores. La Generación de los 80 fue cumpliendo años y sumando adeptos dentro y fuera de la cancha. Los nuevos, desde la naturalidad y el talento, se subían al carro sin aparentes fisuras.

Calidad.- Casi una decena de los nuestros han cruzado el charco y se ha batido el cobre en el mundo profesional USA. En dos ciclos Olímpicos han estado en un tris de destronar a las omnipotentes estrellas americanas. Dos hermanos de apellido a idolatrar, Gasol, abrieron el salto inicial del pasado All Star. ¡Viva la madre que os parió! Un tío (Juan Carlos Navarro), esmirriado, de aspecto despistado, ha hecho lo que le ha dado la gana en el Viejo Continente, convirtiendo en peleles a sus incansables defensores. Los exteriores del Madrid y un irrepetible Reyes han convidado a su parque de atracciones a toda la Euroliga. La tableta de chocolate de Ibaka y la barba de Nico Mirotic se han sumado a una foto multicultural, de la que las lesiones han borrado lamentablemente con demasiada frecuencia a Calderón y a Ricky. No se olvidan los Garbajosa (¡qué tío más listo!), Carlos Jiménez (El Gran Capitán), Raúl López (¡qué talento!), Mumbrú, Cabezas, Berni… Ahora Rivas, San Emeterio, Claver y los noveles… Cada uno siempre en su rol. 

Capacidad.- Para sobreponerse, para levantarse ante las adversidades. En Japón el grupo se repuso a la orfandad tras lesión de Pau ante Argentina y devoró sin piedad a los griegos. En muchos de los campeonatos hemos empezado con el paso cambiado, pero el bloque se ha aislado de críticas y malos rollos para tomar el carril del éxito. El año pasado, tras el fiasco del Mundial en casa, llovieron palos para todos. Ayer los franceses pagaron la afrenta. A los nuestros, dolidos, no les asustó ni la conmovedora e impactante Marsellesa. Las caras delataban concentración, seguridad, hambre. No estaban para bromas. Pau tamborileaba su pecho tras un mate: todavía le escocía el torso tras la palabra que les había grabado a fuego el “herrero” Scariolo: Ganar. No había otra. 

Competir.- Ese es el vocablo mágico en el deporte de élite y nuestra cuadrilla lo conjuga desde críos. No se amedrentan ante los más grandes ni menosprecian a los más chicos. Nacieron con ese gen, pulido y cincelado en cientos de encuentros. No regalan ni un metro ni una canasta. El que los quiera ganar ha de sacarlos del campo. Se adaptan al sino de los partidos: se mimetizan con el fango si toca arrastrarse a bayoneta calada por el parqué, bajan el culo atrás y vuelan como ángeles cuando dominan el rebote para salir en transición. Los halagos por lo general no los desorientan, las críticas las digieren e interiorizan como factores motivadores. 

Complicidad.- Desde su irrupción, hace ya 15 años, estos chicos nos han ganado para la causa. Sus modos, fachadas y comportamientos han embelesado a familias enteras. Las abuelas ven a los mozos como los nietos perfectos, las madres los sentarían a su mesa cada domingo y los padres los tomarían como el yerno ideal con el que debatir sobre cualquier cuestión deportiva en los postres. Altos, bien hechos, encima… son más majos…, repetiría la gente si metieran un micrófono en Preciados. 

Recorremos ahora el cuerpo en la particular lección de anatomía:

Cabeza.- Son un grupo inteligente, de mentes preclaras, que hablan con sensatez y conocimiento de causa. Honran el juego y respetan al adversario. Son ejemplo para jóvenes que los admiran y los copian. Saben ganar y, aunque les duela, muestran nobleza en la derrota. La testa es tricéfala. Pepe Sáez mima a la panda juvenil, creando un área de confort estival a la que todos se quieren apuntar. Scariolo, capaz, versado, perspicaz da un paso atrás o hacia un lado para poner el foco en los jugadores. Ahora ha devuelto un toque clásico a la gestión del grupo y la conducción de los partidos, relegando las actuales y programadas rotaciones para poner en manos de 8 o 9 jugadores la suerte del campeonato. Vamos, lo de siempre. Pau Gasol es el líder de la banda que aglutina voluntades: puso de moda la barba, los pelos largos y el aspecto desaliñado (vas hecho un Adán que hubiera dicho mi abuela Juana), para recortar cabellos y afeitado en su madurez y restaurar su apariencia de niño bueno. En Saitama nos conmovieron sus lágrimas. El jueves en Lille mutó en monstruo de porte guerrero y actitud espartana tras cada mate. Los alcaldes de cada pueblo habrían de pensarse situar una estatua del héroe en la plazas mayores. Dios mío y decían que estaba viejo… Ahora que dirán los que le tildaban de blando. La “C” aquí cobra sentido hasta numérico: ¡qué bueno es el Cuatro!

Cara.- Descaro, personificado en el Chacho, ese prestidigitador canario (Spanish Chocolate) que disfruta como un niño con un balón naranja entre sus manos, capaz de convertir en realidad los sueños infantiles de la mayoría.

Cojones.- Aquí me vale un patrón para todos: Felipe Reyes. Del que dice mi primo Pablito que no puede saltar más de lo que le pesan las pelotas. Y estoy de acuerdo. 

Culo.- Y tiene mérito porque en ocasiones el talento mezcla mal con el sacrificio. El día o el campeonato (como éste) que no están tan finos, bajan las posaderas para apretar en defensa y sacar los partidos. Los títulos como dice Obradovic no te dejan ganarlos al contraataque y éstos, que son muy listos, lo saben y se remangan. 

Corazón.- Uno muy grande que funde 46 millones reducidos.


El jueves 17 de septiembre tuvo premio para los más pequeños de la casa. Esa noche no se fueron a la cama tras la cena. Tal y como estaba el paño obtuvieron licencia paterna/materna para ver el partido (¡y encima prórroga!). No había sueño ni tampoco remolonearon para ir al cole. Lo estaban deseando. En los corrillos del recreo no se hablaba de otra cosa, las canastas de los patios no daban abasto. Claro que para los mayores, para la gente del baloncesto de toda la vida, la mañana también traía regalo porque compañeros de trabajo y familiares te felicitaban como si tú hubieras taponado a Parker (en lugar de Rudy) o le hubieras dado una asistencia a Pau (en lugar de Llull). De traca. Ventajas de enamorarse de un deporte seguido, simpático, pero minoritario. 

Esta maravillosa generación nos brindó otro guiño histórico (me viene la semifinal de los Juegos de Los Ángeles) para recordar siempre y sacaron su billete para el último baile, que diría Phil Jackson, en Brasil 2016. Antes, el domingo se subirán a lo más alto del cajón europeo. Seguro. Y si no, que nos quiten lo bailao… 

¡¡¡¡¡Vamos!!!!!

Domingo 20 de septiembre de 2015. 21.00 horas. Estos pájaros lo han vuelto a hacer: nos han metido a todos en su Canasta. Al relato le falta una última "C", la de Campeones de Europa... Con un par.


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En el nombre del Coach

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Eran un equipo de provincias. Lo sabían y lo tenían a gala. Ahí radicaba su fuerza, en su patio, en su reducida cancha cubierta (que más parecía una cochera que un campo de baloncesto) y en su afición. Eran un secreto familiar, generacional, transmitido de padres a hijos, de tíos a sobrinos, de abuelos a nietos, entre amigos, entre primos, entre vecinos. Ahí residía la poción mágica de la “pequeña Galia del basket español”. 


Cuando concluyó el entrenamiento, Pablo chocó la palma de su mano derecha con la de su técnico. Algo le hablaba en su interior. “Gracias coach”, le susurró. “Bien entrenado”, le contestó ensimismado el preparador, para levantar la cabeza después y esbozar una tenue sonrisa: “Ahora a descansar. Mañana te vas al cine con la chavala y no se te ocurra tocar un balón hasta el domingo… que te conozco”. Nunca más volvió a mencionar palabra alguna, ni de baloncesto ni de nada. Esa noche un ictus le dejó sin habla.

“No os voy a decir más. Todo está entrenado y sabéis lo que hay que hacer. Darlo todo y no desfallecer. No os dejéis nada”, dijo lacónicamente su segundo en el expectante y conmovido vestuario. Por la tarde todo el equipo acudió en tropel al hospital. Los médicos arguían que no era buena idea, permanecía crítico, pero Arancha, siempre fuerte y positiva, insistió: “Que entre Pablo”. El capitán pasó sobrecogido a la UCI. Le impresionó observar a su mentor entre cables y tubos. Las máquinas pitaban uniformes, pero su gesto denotaba su habitual paz. Eso le dio ánimo para acercarse y cogerle la mano. No sabía por dónde empezar, ni que decir en esa situación. Respiró hondo y sacó valor. “Ganamos coach, subimos a primera gracias a usted. Cada canasta era suya… cada defensa era suya… cada rebote era suyo. No vea cómo se portaron los chicos… todos. Les tenía que haber oído hablar en defensa. ¡Cómo gritaban cada vez que el atacante se quedaba sin bote! … ¡Botó, botó, botó! … Resonaba tan alto y tan contagioso que en la segunda parte lo chillaba toda la afición al unísono. Aquello era un manicomio… Los contrarios no daban crédito despistados, descolocados. Como había pronosticado la presión a toda cancha les llevó con la lengua fuera, el salto y cambio en tres cuartos después de tiro libre les hizo perder un montón de balones y con la mixta les atontamos… Un minuto antes de concluir ya sabíamos que subíamos, pero mantuvimos la compostura. Sus arengas no cayeron en saco roto: “Respetar al rival hasta el final… hay que ser orgulloso en la derrota y generoso en la victoria…” De pronto un murmullo espontaneo se hizo cántico e inundó el pabellón: “Coach, coach, coach…”. Lo repetían sin parar en perfecta armonía. Me giré emocionado, aquello era un homenaje sincero, agradecido, al artífice del milagro, a usted. Así hasta que sonó la bocina. Después, invadieron la cancha, nos sacaron a hombros y nos hartamos a llorar, a reír, a cantar, a abrazarnos. El Satur se quedó sin cerveza, sin vino, sin refresco, sin ná…” Pablo luego diría que le pareció sentir como que le había apretado la mano. A saber, pero él hubiera jurado que su maestro le había escuchado. Con el tiempo recobró gran parte de la movilidad, más nunca más rescató el habla. Se valía de un bastón para asistir como espectador a todos los entrenos. No se perdía uno. Una mañana, meses después del percance, le señaló un utensilio que siempre había odiado, la pizarra sobre la que escribió en un reglón medio torcido: “Serás un magnífico entrenador”.


Unos cuantos años más tarde Pablo clausuró la última sesión de entreno semanal. Juntaron las manos en el centro del campo “Hala ya está bien. A la ducha. Al que quiera le invito a unas cañas donde el Satur”. Acudieron todos. Al servir la segunda ronda el cantinero volvía a la barra con una media sonrisa. Ante la insistente demanda de su joven auditorio, Pablo estaba relatando a sus chicos la historia de Xavi, “el Pano”. Muchos la habían oído, otros la habían presenciado, pero nunca la habían escuchado al detalle por boca de su entrenador. 


“Lo de Pano no salió de aquí. Se lo puso un periodista de la capital. Es más, no teníamos ni puta idea de a qué se refería, hasta que el “Filo”, el “cultureta” del equipo nos explicó la crónica en la que le comparaban con Panoramix, el druida de Asterix y Obelix. Reíros, pero hace 20 años a los comics se les llamaba tebeos y esos otros aquí no llegaban. Con Mortadelo, Super López y Zipi y Zape íbamos dados”.

“Lo de “El Monedero” también tiene su gracia… Cuando se empezaron a poner de moda las pizarras, él no se dió por enterado. Sacaba cinco monedas de duro (para simbolizar al equipo de ataque) y otras tanta de peseta (al de defensa) y te dibujaba las jugadas en el suelo”. “Anda ya Pablo”, le respondieron desde la segunda fila de sillas. “Que no, preguntarle al Satur cuántas veces vino alguno a por calderilla”. “Ya te digo, y la pelota era un garbanzo”, vociferó el aludido que había apagado la tele y no perdía detalle desde la barra. “Anda cuéntales cuando soltaba el silbato y sacaba a pasear la barriga…”. 

Las miradas regresaron expectantes a Pablo: “Ah, eso lo hacía normalmente cuando ensayábamos el ataque contra zona y nos atascábamos. Le daba el pito al segundo y soltaba su famoso “quita que no os enteráis” para ocupar sitio en el 5 para 5. Su mensaje era sencillo, directo: “Esto está chupado. La zona es para listos y buenos pasadores. Sólo tienes que saber Cuando… Cuando dividir, Cuando pasar y Cuando tirar. Como lo equivoques, estás jodido. A partir de ahí si ocupas los espacios y circula la pelota, un tío se va a quedar sólo más tarde o más temprano y la va a acabar metiendo”. Risas… “¡Qué! ¿Os suena el discurso?”… Más risas. “Habéis si os creéis que este juego lo he inventado yo”, remató Pablo ante el alborozo general. “Lo peor era cuando explicaba la defensa 2-3… Cada vez que recibía el poste bajo, dos contra uno y freía a manotazos al pivot en cuanto metía el bote… Satur, dile a éstos de qué color traían los brazos los angelitos cuando aterrizábamos por aquí”. “Moraos, nazarenos”, soltó el tabernero que estaba terminando de recoger. De camino a la barra se viró para recordar lo que respondía el coach cuando le preguntaban cual era su mayor logro, de lo se sentía más orgulloso: “Siempre mostraba las dos palmas de la manos abiertas para mostrar el número de jugadores suyos (hasta 10), que después habían sido entrenadores. Eso y la escuela de baloncesto, donde se apuntan casi todos los críos del pueblo”.

La velada iba cogiendo calor, los chavales estaban disfrutando e interrogaban a Pablo sobre historias que sonaban a leyendas de época. “Lo del silbato tuvo su miga”. Se detuvo para darle un sorbo al botellín y prosiguió. “Nunca pitaba los partidos de entrenamiento. Se le ocurrió una vez y se lió la de Dios. Todos salieron cabreados”. “Se arbitran ellos y allá se las compongan le iba vociferando al pobre delegado de camino al vestuario”. “No podía con los blandos, con los quejicas”. “Hay que palpar, usar el cuerpo, incomodar al atacante, que esté deseando perderte de vista y huir a casa con su mujer…”. “Te martilleaba con el mismo discurso toda la semana”. 

En ese momento llegó por detrás Satur para dirigirse al grupo. “Señores a partir de este momento la tasca está cerrada”. Ante lo que eran las primeras quejas, el bodeguero apaciguó los ánimos. “No me habéis entendido. Lo que quiero decir es que este pollo se sienta, si me lo permitís, con vosotros e invita a todo lo que bebáis y comáis con la condición de que os sirváis a discreción vosotros mismos, que yo ya no muevo el culo”. La ovación fue de gala. Lo mantearon a la vez que entonaban “el Satur, el Satur, el Satur, que pedazo de cabrón…”. Repitieron el estribillo hasta que se cansaron. Pablo se tronchaba en una esquina. La de generaciones a las que había visto canturrear la serenata… Hecha la calma, el entrenador concedió al ídolo local el papel estelar. “Satur, cuéntales para que quería el Pano la coca cola”. “No la podía ni ver salvo para una cosa”, matizó el nuevo contertulio. “Para echarla en la suela de las zapatillas y que los chicos no se resbalasen… Cuando viajaban fuera siempre me pedía una caja de latas para no jugar con patines, como le gustaba decir”.

Aquello era un partido de ping-pong. Ahora era Satur el que le devolvía la pelota. “Y lo de las zapatillas…”. Las cabezas viraron otra vez hacia el entrenador que susurró “Pobre Felipe, tenía la paciencia de Job… Era un santo varón” “Ya ves tú que culpa tenía él de que “el Piti” apareciera cuando éramos juveniles con unas zapatillas de marca en un entrenamiento… y le hizo quitárselas”. “O todos o ninguno… Ya te las estás llevando Felipe y no vuelvas hasta que consigas unas para cada uno porque son bonitas de cojones… El delegado cogió “las tenis”, que decía en su argot, sin rechistar y cumplió el encargo… Se fue donde la tienda del Cosme y le sacó 12 pares de zapatillas por el morro. A cambio a partir de entonces todas las equipaciones y trofeos para los torneos saldrían de allí. Vamos, que a las dos semanas todos íbamos hechos un San Luis”.

“Y el día que esto era el Hall of Fame ¿Satur?” “Joder, lo teníais que haber visto”, clamaba Satur con los ojos iluminados. “Buah…, Dean Smith y Bobby Knight en mi bareto… No hicimos foto porque en la época ni había móviles ni la gente salía con una cámara a la calle… Y se presentaron de improviso… Había marchado “El Pano” a una charla que daban en la capital y no me digáis ni cómo ni por qué, se los trajo. Tuvimos que dejar al chaval al cargo un rato sólo, mientras la parienta y yo nos acercamos al super a traer viandas para las Bodas de Caná. Corrió la voz y vino hasta el apuntador. El traductor no daba abasto. A mí me faltaban manos, pero entre plato y plato se me iban quedando historias. ¡Qué rato pasamos! De madrugada se fueron los chorbos, que no pararon de agradecer el trato… Unos señores”. Uno de los chicos puntualizó: “Pero dicen que el Knight tenían un pronto de narices”. Satur encogió los hombros y Pablo recordó la anécdota sucedida en pleno clinic: “A un artista se le ocurrió interrumpirle “Usted sólo habla de lo básico. Eso ya lo sabemos”. No le hizo falta que le tradujeran, le tenías que ver cómo se puso. Estaba azul. “Sin la defensa individual, sin lo básico no hay nada. Es el principio y el fin. Lo es todo”. Y salió de la sala malhumorado dando un portazo. Sí, tenía mala hostia el colega, pero aquí se comportó como un caballero”.

“Anda que con lo de los extranjeros, buena se formó”, prorrogó Satur dirigiendo la atención a Pablo que recogió el guante. “¡Uy! Ahí teníamos en contra a todos los mandamases del baloncesto español… Cuando subimos a Primera División todos los equipos tenían dos extranjeros, casi todos americanos. Y al “Pano” no se le ocurre decir otra cosa que los nuestros los buscaríamos en los alrededores del pueblo como muy lejos, que más allá no nos hacía falta. Nos presionaron, nos chantajearon, pero como no lo obligaba ningún estatuto, pues hasta hoy. Sin bajar, con lo nuestro y tan contentos. No creo que ninguna provincia o ciudad se sienta tan identificada con su equipo. Aquí el basket se mama desde chico, es el primer deporte y todo chaval que viva en la zona no aspira a jugar en el Madrid o en el Barsa sino a colgarse la camiseta verde y jugar para nosotros”. 

Pablo se había puesto casi serio para explicar la identificación del club con la tierra en la que se había criado. Contaban que los grandes habían puesto mucho dinero encima de la mesa para llevárselo, pero la realidad es que nunca se fue. “En ningún sitio voy a estar mejor que aquí”, había declarado a los cuatro vientos. En tono jocoso todavía apostillaba algo más: “Y donde voy yo. Con lo desastre que soy… ¿Qué queréis que me pierda en el metro?”. 

“¿Y la selección, coach?”, aprovechó para lanzar uno de los más jóvenes en plena vorágine. Esos días había corrido el rumor vertido desde la prensa de Madrid y los chavales querían saber qué había de cierto. Quince pares de ojos permanecían clavados en el entrenador, que hasta se sonrojó. Trató de quitarse importancia. Balbuceó: “¿Yo? ¡Qué decís! Pero si soy un paleto que no ha salido de este pueblo, que no habla una gota de inglés”. “Tampoco Rajoy ni Zapatero y han sido presidentes del gobierno, no te jode”, terció Satur, “pero no conozco a nadie más capaz para el puesto que tú” insitió en plena declaración de amor baloncestístico hacia el hombre que conocía desde niño. Pablo ruborizado intentó distraer la atención. “La selección es lo que definitivamente me enganchó al baloncesto… Era un crío, pero nunca olvidaré la noche en que levanté a mi padre para que viera conmigo las semifinales de los Juegos Olímpicos de Los Ángeles… Mi padre era futbolero, pero en la cena le di tanto la tabarra que accedió. El viejo era pesimista por naturaleza… A la que se ponía mal la cosa, siempre pensaba en lo peor. Y en la primera parte los yugoslavos de Petrovic nos iban sobando el morro, pero tras el descanso Díaz Miguel ordenó zona y los balcánicos se atascaron. Llorente les volvió locos con sus correrías, el “Matraco” Margall dio un curso de tiro y Romay se hizo enorme. ¡Dios qué gritos! Terminamos los dos subidos al sillón abrazados hasta que entró mi madre alertada. “Pero ¿qué os pasa? ¿os habéis vuelto locos?”. “Nada, que ya tenemos medalla”, acertó a decir mi padre sorprendido. “Sí, la del niño Jesús… Pero este muchachote se tiene que ir a la cama, que no son horas”. De camino a la habitación Pablito soñaba despierto. “Ya sé a lo que me quiero dedicar de mayor… al baloncesto”. “Y di un beso a mis padres antes de acostarme. Muchas navidades hemos vuelto a rememorar en casa aquella noche calurosa de agosto… De no ser por el baloncesto no sé qué hubiera sido de mi vida porque no sé hacer nada ni regular”.

“Y en tantos años, jugadores habrá habido de todo ¿no?”, inquirió uno de los más tímidos. Los dos amigos se miraron divertidos. “Ni te lo imaginas”, contestó Pablo para hilar unas cuantas batallitas. “Teníamos un jugador que llegaba al 1,80 pelado y jugaba de escolta. “El pecas”, veía menos que un gato de escayola, pero el coach le ponía a cerrar la 1-3-1 porque era un felino. Él decía que tenía vista nocturna y a lo mejor era verdad porque, en medio de la humareda que se formaba en el pabellón, atisbó un pase largo bombeado que tocó y evitó que saliera por el lateral, pero con el impulso se comió un asiento de la tercera fila. Literal. Cuando volvió de la grada tenía empotrado en el abdomen un hierro de 15 centímetros. Como no sangraba, nadie se dio cuenta. Ni él. Hasta que un rato más tarde uno de los entrenadores solicitó un tiempo muerto. De traca”.

Las carcajadas de la tropa animaron a su general que prolongó su cháchara. 

“Tuvimos un junior con unas condiciones de la leche, pero con un despiste como no he visto. Un día cuando “El Pano” le incluyó contra pronóstico en el cinco inicial se dio cuenta de que debajo del chándal no llevaba el pantalón corto. Hicimos un corrillo a su alrededor junto al banquillo y el otro junior se quedó en calzoncillos para prestarle el suyo”. Llegados a ese punto los chavales no podían parar de reír.

“Teníamos a Tomasín, un escolta muy completo, que siempre cumplía, pero que jugaba poco porque el titular era tan bueno que estuvo en la convocatoria de la selección varias veces. Cierto día un rival le tocó las narices susurrándole al oído que le olía el culo a madera de tanto tiempo que pasaba en el banquillo. No dijo nada, pero le hirió tanto el orgullo que hizo 30 puntos y ganó el partido”.

“El Fortu se quedó con el mote “recluso 222”… Como todos los años, en pretemporada fuimos a jugar al penal y a la salida casi se queda cautivo allí. Le teníais que haber visto la cara… Le confundieron con uno de los presos, pensaron que se quería fugar y no le dejaban salir. Llevaba tatuajes por todo el cuerpo y fue el primer “oriundo” que fichamos, aunque nació aquí. Sus padres llegaron hace la pila de años y montaron en la calle Mayor la tienda de empanadas que todavía existe. La criolla está de pecado, ya lo sabéis. Él con sus dos metros justitos no se arrugaba ante nadie y aún hoy no se le ha ido el acento del barrio de Boca y te sigue tratando de vos”.

“Incluso hubo algunos que no llegaron a venir. Cuando Sibilio tuvo problemas en el Barsa circuló el runrún de que podía acabar por aquí. Estamos hablando de un tirador como he visto pocos. Ni sé las veces que fue internacional y formaba un dúo letal con Epi en el Barsa. Pues “Pano” despachó la cuestión en diez segundos para evitar malentendidos ¿Y a quién quito para poner a éste?, zanjó cuando le vinieron con el cuento”. 

“Y lo del Rufino ¿es cierto, coach?”, le cortó intrigado otro de los chavales. “Eso cuéntalo tú Satur, que siempre andabas con él”. El bodeguero tomó el testigo: “El Rufi era un fenómeno. El mayor hincha que ha habido en el club y por eso la sala de trofeos lleva su nombre. Era forofo hasta cuando ganábamos. No he visto cosa igual. Cada vez que conseguíamos una victoria importante le echaban del trabajo. El pájaro se tiraba una semana celebrándolo y no había empresa que lo aguantara. Ahora, nunca tardaba más de quince días en encontrar nuevo curro. Era el mejor comercial del pueblo. Podía vender polos en Alaska. Le importaban un pito las vacaciones, se podía pasar sin verano como los pingüinos, pero no se perdía un viaje con el equipo. Al pobre se lo llevó una pulmonía que le pilló despistado fuera del bar. Un fenómeno con un corazón como la catedral”.

De repente alguien dio la voz de alarma, pero ¿habéis visto qué hora es? Otro levantó el cierre del bar. Estaban entrando las primeras luces del día. El tiempo había transcurrido sin sentir. Pablo sonreía al fondo ante la mirada atónita de los suyos. “Satur, dime cuánto es la fiesta que por hoy ya está bien”. El grupo se había incorporado alrededor del coach. “Nada. Esto va de mi cuenta que el domingo cuando nos salvemos voy a tener esto de bote en bote”, le contestó su amigo. “Gracias salao”, le contestó uno de los veteranos entre risas. Pablo convocó a los suyos para unir sus manos y despedirse, pero se dio cuenta de que el Satur se giraba hacia la barra para dejar unos platos sucios. “Satur, ven para acá que tú eres uno de los nuestros”, le llamó y éste se unió a la cuadrilla emocionado. Juntaron las manos y dieron las tres voces: “Equipo, equipo, equipo”. El capitán bramó a la manada: “¿Quién va a ganar el domingo?”. “Nosotros, nosotros, nosotros”, gritaron todos al unísono. 

Marcharon a sus casas entre soñolientos y emocionados. Habían pasado una noche inolvidable que contarían a sus nietos. Pablo sabía que había roto el manual. Dos días antes de jugarse el descenso y acostarse a las siete de la mañana… Pero estaba muy contento y no tenía dudas. Ganarían. No podían bajar.

Y no bajaron. El lunes la gesta abría en titulares el periódico local “Un lugar llamado milagro”… Cuentan que alguien allí arriba no hablaba, sólo sonreía. Vaya si sonreía. 



Dedicado a aquellos equipos y clubs que aglutinan esfuerzos e ilusiones para que el baloncesto siga presente en los lugares más recónditos. A los entrenadores anónimos que con su dedicación forman deportistas y educan personas por encima de resultados. A ellos, gracias.

El punto y la i, Tyrone Bogues y Manute Bol

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Éstas son dos historias en una, o mejor dicho muchas historias en una. Las de dos tipos a los que les alejaban 70 cm de altura y a los que les entroncaba un corazón enorme. Dos hombres a los que sus orígenes les caían demasiado lejos de una cancha de basket, dos siluetas singulares y antagónicas cuya convergencia les aproximaba a una atracción circense. Pero ésta es una fábula fascinante de humanidad y de superación. Los tomaron a chiste, a chirigota, cual viñeta disparatada de comic, pero durante más de una década cerraron bocas a descreídos. Es la epopeya de dos supervivientes salidos de la selva, surgidos del lejano Sudán y de las calles de Baltimore. Desafiaron barreras físicas, idiomáticas, sociales y culturales para entrar en la leyenda. Medían lo mismo, uno sentado y el otro de pié. Manute Bol y Tyrone Bogues. Cuando el tamaño no importa… ¿o sí?




EL PUNTO 

The Wire

Quien haya visto la idolatrada serie de David Simon (el que no ya está tardando) estará familiarizado con la durísima atmósfera marginal de las calles de Baltimore, donde la violencia, los trapicheos y las drogas dejaban poco hueco al deporte. Alejados del glamour y la riqueza de las grandes urbes sus pobladores bastante tienen con sobrevivir. Allí creció (más bien poco) nuestro primer protagonista, Tyrone Bogues, un pigmeo urbano al que a los cinco años una bala perdida rozó un brazo. 

Nunca lo tuvo fácil. Su escasa estatura no le auguraba un futuro en el deporte. Su entorno tampoco ayudaba: los proyectos de vivienda pública Lafayette del lado este de la ciudad no eran precisamente el Palace y al cumplir los 12 años, su padre, estibador del puerto, ingresó en prisión acusado y condenado a 20 años por un atraco a mano armada. Elaine, una madre coraje, hizo de tripas corazón parar compaginar estudios y trabajo y sacar adelante a sus cuatro vástagos.

El centro recreativo del barrio ahuyentó al pequeño de malos pensamientos en el ghetto. Allí practicó el ping-pong, el baloncesto, la lucha y hasta halterofilia, pero a “Muggsy” (algo así como asaltante o ratón) le atrajo la canasta, aunque fuera fabricada con cajas de leche que colgaban en una valla. Compartió con los futuros NBA Reggie Williams y David Wingate sueños y juegos infantiles y fue el entrenador Leon Howard el que les orientó hacia un deporte más organizado. 

Tras jugar un año en la Escuela Secundaria del Sur consiguieron dar el salto al instituto Dunbar en el que se les uniría Reggie Lewis (otro próximo “pro”) para llegar a convertirse en uno de los mejores equipos de high school de todos los tiempos con 59 victorias, sin mácula, en dos años. El entrenador Robert Wade amalgamó el talento de los “poetas”, construyó un vínculo, mantuvo los egos controlados (Dwayne Woods era la estrella antes del advenimiento del prometedor cuarteto) y estableció roles para levantar una escuadra invencible. Pero por encima de todo fue un educador para muchos de aquellos chavales que carecían de una figura paterna. 


Wake Forest

A los componentes de aquel mítico equipo no les iban a faltar ofertas universitarias. El pequeño “Muggsy” se situó en el radar de los grandes: Carlesimo le reclamaba para Seton Hall y John Thompson para Georgetown, pero quiso convertirse en “Diácono” en Wake Forest, como posteriormente lo harían Tim Duncan y Chris Paul. Su aterrizaje en el campus del estado de Carolina del Norte no resultó sencillo y chupó banquillo en su estreno. Carl Tracy sólo le concedió 9 minutos por partido y colocaba por delante a un muy maduro senior Danny Young (viviría sus mejores años profesionales en Seattle y Portland) que condujo al equipo al Final Eight donde fue apeado por Houston. 

En el segundo turno, el nuevo técnico, Bob Stakk, le otorgó galones para pilotar la nave y Bogues no le defraudó. Cada curso sus prestaciones ascendían. En el 86 Lute Olson le escogió para formar parte de la Selección USA que terminó campeona en el Mundial de Madrid. Los ovetenses alucinaron con el marcaje del enano al Dios Europeo, Drazen Petrovic, al que dejó en 12 puntos, y Sabonis y los suyos no pudieron con el empuje de los universitarios en la final. Cuenta Bogues que ese campeonato le abrió los ojos y comenzó a barruntar, pese a los prejuicios de alrededor, un mañana entre los profesionales. El mítico Dean Smith se deshacía en elogios ante el diminuto director de juego “La bola pasa más tiempo en el parquet que en el aire. Y allí abajo es el territorio de Muggsy”. Se graduó en Comunicaciones y la escuela le retiró su camiseta nº 1 en una emocionante ceremonia, tras unos excelentes promedios en su curso de despedida (14,8 puntos y 9,5 asistencias). 

Sus estadísticas globales universitarias (11,3 puntos, 8,4 asistencias y 3,1 robos) le acreditaban entre la zona noble de una buena camada de bases (Kenny Smith fue a parar a Sacramento y Mark Jackson cayó en NY) a elegir en el próximo draft. Cuando Bob Ferry, director deportivo de los Bullets, le escogió en el puesto 12 de la primera ronda, comentó irónico “hemos seleccionado cada centímetro de Tyrone Bogues, aunque sabemos que no son muchos (159)”. Los “adivinos”, los “cicutas” de siempre, los “mercaderes del templo”, recelaron y elevaron al grado de aventura publicitaria la contratación (lo cierto es que el Capital Center acogió un 30% más de espectadores). Pero él se tuvo fe: “Siempre pensé que en el baloncesto había un sitio para mí”. Por entonces su padre no perdía detalle en el talego, coleccionaba recortes y presumía de chaval ante el resto de los reclusos. Parte de las ganancias del primer contrato profesional (firmó a razón de 1 millón de $ por 4 años) las invirtió en un Mercedes, una casa para su madre y en un abogado criminalista que sacó a su progenitor de la cárcel. 




Un profesional 

Washington había formado un conjunto muy atractivo para el espectador, repleto de nombres ilustres (Bernard King, Moses y Jeff Malone, John Williams y Manute Bol), pero entrados en años la mayoría. El inconmensurable Bernard King volvía a sentirse jugador de baloncesto tras la grave lesión que casi le retira en los Knicks y el ritmo que le convenía al equipo era más bien lento, subordinado a la edad y peso principalmente de sus pivots. Bogues sintonizó inmediatamente con la grada y los compañeros (hizo muy buenas migas con Moses y Malute). En los partidos de preparación fue el jugador más utilizado e hizo su puesta de largo un 6 de noviembre en Atlanta frente a los Haws del otro chiquitito, Spud Webb (en total llegaron a enfrentarse en 22 ocasiones en su carrera, con 12 victorias para Webb). En casa debutó frente a los míticos Celtics unos días después.

Pero con el transcurrir del tiempo aquello no carburaba y Kevin Loughery fue destituido. Los palos y las dudas sobre el fichaje arreciaron en los medios de comunicación. A su relevo, un mito como Wes Unseld, no le encajó el vertiginoso juego que Bogues proponía y al final de temporada le incluyó en el draft de expansión con el que la NBA daba la bienvenida a dos nuevas franquicias, Heat y Hornets. De esa manera, Tyrone regresaba a su segunda casa, Charlotte (Carolina del Norte), muy arraigada en cuanto a baloncesto universitario, pero sin experiencia en el profesional.

No importó en exceso el balance negativo del estreno (20-62), pues para la consolidación del proyecto a medio/largo plazo a los dueños les interesaba más el apoyo del público que cada noche copaba el pabellón (99% de ocupación) que una victoria de más o de menos. El entrenador Dick Harter sospechaba de la estatura y la capacidad de Bogues y si no se le cargó fue por la frontal oposición del patrono, George Shinn, y del graderío. Mediada la segunda campaña, su asistente Gene Littles tomó el cargo. Le encaramó al puesto de titular y apostó por un juego mucho más agresivo atrás y dinámico en ataque, que le iba como anillo al dedo al minúsculo base. 

Transcurridos tres años lo que viró la dinámica en Charlotte fue la incorporación de Allan Bristow como técnico y, sobre todo, la llegada en años sucesivos (91 y 92) de dos superclases vía lotería del draft, Larry Johnson y Alonzo Mourning (con los que Tyrone mantiene una gran amistad). Así en el 93 alcanzaron por vez primera los playoffs. Pero la felicidad dura poco en casa del débil. El verano trajo dos noticias funestas para Muggsy: el fallecimiento en medio de una cancha de baloncesto de su amigo Reggie Lewis a causa de un infarto y, tres días más tarde era su padre, Richard Bogues, quien moría por una neumonía. De ahí en adelante, los problemas de salud asolaron a las principales estrellas del equipo que, con el tiempo, serían traspasadas. Otra celebridad, Dave Cowens, tampoco comulgó con Tyrone que, en el 97 fue franqueado junto a Tony Delk a cambio de B.J. Amstrong a los Warriors. Hasta la fecha es el máximo asistente histórico y mejor ladrón de balones de los abejorros. En San Francisco disfrutó de un gran año, que le hizo acreedor del título al mejor regreso, pero ya no era el mismo, sus eternos problemas de rodilla le habían quitado chispa. A los Raptors los condujo a playoffs, pero sus siguientes paradas en los Knicks y Mavs fueron testimoniales. No se llegó ni a vestir de corto. El fallecimiento de su madre aceleró una retirada que, con el deterioro de sus dolencias físicas, tenía más que pensada. Cuando dijo adiós ocupaba el puesto 16 del histórico ranking de asistentes en la NBA. Mark Cuban tuvo un comportamiento exquisito al pagarle hasta el último dólar de su contrato (y eran 3,5 millones) sin haberse enfundado jamás la casaca tejana. Para que luego digan…

Promedios de 7,7 puntos, 7,6 asistencias, 2,6 rebotes y 1,5 robos, jalonan casi 900 partidos distribuidos en 14 años de notable carrera profesional. 

Apareció en la celebrada película de dibujos animados Space Jam, junto a Michael Jordan (siempre en el papel protagonista), como a uno de los jugadores a los que les roban sus habilidades. 

Ha dedicado parte de su tiempo de retiro a la enseñanza, como coach de las Charlotte Sting (la jugadora más bajita de su equipo, Helen Darling, era 7 centímetros más alta que él) en la WNBA femenina, en equipos de instituto o como conferenciante y educador en barrios marginales de EE.UU o en la lejana India, donde le adoran. La marca K1X vende artículos con su nombre, que van desde ropa hasta comics en los que aparece como superhéroe. En enero de 2014 fue designado embajador de los nuevos Charlotte Bobcats. 




Una gran cabeza en un cuerpo minúsculo

Saltaba 44 pulgadas (1,05 metros), cruzaba la cancha a la velocidad de la luz, en el cálculo asistencias más balones robados menos balones perdidos tan importante en la posición de point guard siempre andaba entre los privilegiados. Atrás era un dolor de muelas: “no podía bajar el balón, porque él siempre estaba ahí para robarlo” (Michael Jordan); “es como una mosca que tienes en la cara cuando te intentas dormir; cada vez que piensas que te has librado de él, vuelves a tener su zumbido detrás de ti” (Magic Johnson).

Pero la clave de su éxito residía en la confianza en sí mismo, “Siempre creí… perseguí mis sueños sin miedo al fracaso” y en su profundo conocimiento del juego desde el puesto de base “donde tienes la capacidad de verlo todo, incluso antes de que tenga lugar… el base es el único que pone a los demás en posición de tener éxito… es una extensión del entrenador… para tratar de guiar e inspirar al grupo a lograr sus objetivos”. Sí, llámenle líder, envuelto en una menuda carrocería, pero líder. 




LA i



Cuentan que de niño mató a un león dormido con una lanza, cuentan que pagó 80 vacas como dote por contraer matrimonio con una mujer dinka, cuentan que le descubrió un entrenador estadounidense en una foto, cuentan que los albores de su vida inspiraron el guión de la entretenida película The Air Up There (Una Historia en la Cancha), cuentan que en su pasaporte figuraba una talla de 1,58 metros (le habían medido sentado), cuentan, cuentan, cuentan… En él todo trasciende en leyenda urbana o tribal. Podría haberse quedado en su tribu para ser jefe, podría haber vivido como un rey de sus ganancias como profesional, podría haberse olvidado de sus ancestros, de una Sudán que se desangraba en plena guerra civil, podría…, ya, pero entonces no hubiera sido Manute Bol. Mucho más que el primer africano que pisó la NBA, mucho más que el segundo jugador más alto en la historia de la Liga, mucho más.




Un dinka más alto de lo normal

Sudán es el país más extenso de África. La tribu dinka vivía en el sur del estado sin leyes escritas, escuelas, medicinas, agua caliente ni electricidad. De espaldas al mundo civilizado subsistía con los que les daba la tierra y el ganado, fundamentalmente la vaca. Los chavales pastoreaban y no se libraban de los más antiguos y estrictos rituales: a los 4 años les quitaban los dientes de leche y dejaban de ser niños; a los 11 les hacían cuatro cortes en la cabeza y pasaban a ser adultos. Prohibido llorar durante el ceremonial. 

Dicen que el pivot sudanés Dud Tongal, becado por la universidad de Fordham, mostró una foto que dejó sin palabras a su entrenador Tom Penders. En la misma brotaba como un tallo sin fin un escuchimizado muchacho que agarraba el aro sin levantar los pies del suelo. Era su primo Manute Bol que medía 231 centímetros. Eso sí, 8 menos que su abuelo Bol Chol, jefe de la tribu. 

Manute no había oído hablar de un deporte llamado baloncesto. Su primo Víctor, piloto de líneas aéreas, le convenció para viajar a Wau, la ciudad más grande del sur, y probar con el equipo de la policía. Cuando en las primeras prácticas Víctor le instruyó para que realizara un mate, Manute se dejó dos dientes en el intento. Enseguida estaba ganando de calle la floja liga sudanesa junto a otros dos de sus primos en el Catholic Club de Jartum como el jugador mejor pagado de la misma (cobraba 7 veces más que los demás). En nada dominaba en la selección. Allí, durante unas semanas estivales el esquelético gigante recibió las enseñanzas del entrenador estadounidense Don Feeley, que antes de regresar a New Jersey le había comentado la posibilidad de abrirse camino en USA. El 23 de mayo de 1983 aterrizaba en Boston junto a otro jugador sudanés, Deng Nihal, sin un dólar en el bolsillo y sin saber ni una palabra de inglés. Feeley lo había ofrecido a Kevin Mackey, entrenador de la Universidad de Cleveland a cambio de un puesto como asistente. La promesa no llegó a concretarse por lo que contactó con Frank Layden, el orondo técnico de los Utah Jazz, que desechó la posibilidad al contar con otra torre, Mark Eaton. Feeley descolgaba el teléfono para realizar la proposición a Jim Lynam, entrenador de los Clippers, en los días previos al draft del 83. Sin haberle visto jugar, éste se tiró al monte y le seleccionó en la quinta ronda (posición 97). Finalmente la NBA desestimó la elección alegando que el jugador (que esperaba ajeno a todo en Cleveland) se había declarado elegible fuera de plazo y no contaba con la edad necesaria, pues “oficialmente” (los dinkas no contaban con registro civil) sólo tenía 19 años. Lynam se quedaba sin su diamante y Feely sin un futuro empleo.

Resultó imposible enrolar al inmigrante africano en el college. No sólo desconocía el idioma, sino que era un completo analfabeto. Para la ingente labor contrataron como profesora a Arleen Bialic, que explicaba “debía empezar por debajo de cero, no sólo en lo que a inglés se refiere, sino a toda la cultura del siglo XX”. La Universidad de Cleveland State fue sancionada con dos años sin competir por la puntillosa NCAA que consideraba las gestiones realizadas como reclutamiento ilegal por los más de 6.000 $ que habían supuesto el viaje y la estancia de los sudaneses. El entrenador Mackey fue despedido.

Tras el verano su inglés había mejorado gracias a los desvelos de Arleen, su particular hada madrina, y a las horas que le echaba Manute visionando los culebrones y anuncios televisivos, pero las puertas de Cleveland State seguían cerradas para la NCAA. Feeley encontró en la minúscula universidad de Bridgeport de Washington acomodo para él como asistente y para Bol como estudiante y jugador gracias a una beca especial. Al entrenador Bruce Webster le asombró el tamaño del chico que fue presentado en una rueda de prensa multitudinaria. El eco de la noticia sirvió para que un dentista le arreglase su destartalada boca y un fabricante de camas le hiciera una a medida de al menos ocho pies. El impacto en el campus fue inmediato. El pabellón Harvey Hubbell con capacidad para 1.800 espectadores se quedaba pequeño. En su estreno Manute hizo 20 puntos, 20 rebotes y 6 tapones ante Stonehill. Alcanzaron la final regional después de un año con 26 victorias y 5 derrotas y unos promedios individuales de 22,5 puntos y 13,5 rebotes. A los pocos días, y con la opinión en contra de todo Bridgeport, expresaba sus deseos de inscribirse en el próximo draft. Frank Catapano, se frotaba las manos. Para mostrar y pulir su gema la colocó en el escaparate de la USBL, una liga estival menor en la que entre finales de mayo y mediados de junio podría disputar unos ocho partidos en los Island Gulls. Entre los compañeros de vestuario figuraban otros buscavidas de entonces como el pequeño Spud Weeb, cuyos brincos causarían tal sensación en el universo pro, que llegaría a alzarse campeón del concurso de mates con una estatura de 1,69 metros, o John “Hot Rod” Williams. Manute ganaba sus primeros 25.000 $ al otro lado del charco. En su debut, sus 16 tapones cautivaron a Don Nelson: “es el mejor taponador de la historia, incluso mejor que Bill Russell”. Otros como Dick Motta o Marty Blake apreciaban el valor defensivo del africano, pero desconfiaban de su enclenque armazón. Bob Ferry, manager general de los Washington Bullts, emocionado con el hallazgo, hizo personarse a su entrenador Gene Shue para testar las virtudes de Bol, pero el técnico recelaba del chasis del pivot. Dudaba que un físico tan liviano le sostuviera en el mundo profesional. Cuando en la noche del draft los Bucks de Nelson emplearon su número 22 en Jerry Reynolds, el ala de Lousiana State, Ferry vio el cielo abierto e impuso su criterio para elegir en el puesto 31 al dinka (que había promediado 13 tapones por partido en la efímera competición primaveral).



Un sueño cumplido 

Los Bullets contrataban por 3 temporadas a Bol, a 100.000 $ por cada una. Las grandes marcas publicitarias encontraron un filón en el hasta entonces jugador más alto que hubiera pisado una cancha de la NBA, que ya en su año rookie añadía otros 100.000 $ vía mercadotecnia. Comenzaba una colosal labor: instruirle en los fundamentos técnicos (trabajo para el asistente Fred Carter), integrarle en la civilización moderna (tarea encomendada a un pipiolo, Chuck Douglas, un estudiante de 23 años, que se ocupó desde enseñarle a conducir hasta pagarle las facturas) y la misión imposible: engordarle. Su fortalecimiento físico pasaba por una dieta elaborada por el dietista Mackie Shiston (que había conseguido que el boxeador Michael Spinks saltase de la categoría de semipesado a los grandes pesos) e incluía cinco comidas al día, lo que suponía un suplicio para Bol. Un exigente programa de pesas diseñado por el trainer de los Bullets, John Lally, y el entrenador de halterofilia de la Universidad de Maryland, Frank Costello, pretendía ganar masa muscular y ensanchar el escuálido cuerpo de Manute. La báscula decía que en los primeros meses había sumado 5 kilos a los ochenta y pocos con los que aterrizó de África, pero pese a los ímprobos esfuerzos de todos, jamás sobrepasó los 95 kilos para aguantar las más feroces embestidas de las bestias profesionales. Cosas del metabolismo. Más les hubiera valido hacerle caso al jocoso y rollizo Frank Layden “la solución es que se someta a mi dieta, aunque soy yo más bien quien necesita la suya”.

Quiso el destino que uno de los encuentros de la pretemporada en octubre de 1985 enfrentara a los Celtics con los Bullets. En el vestuario céltico se cruzó una apuesta (cada jugador había puesto 50 $): el primero que hiciera un mate en la cara de Manute se llevaba la bolsa, 600 $. El gigante africano dio un aviso a navegantes: colocó 9 tapones (entre ellos uno a Bill Walton y otro a Kevin MacHale) y el envite quedó desierto, sin ganador. 

Su arranque en competición oficial fue luminoso: los Haws le sufrieron con 15 tapones. A la noche siguiente los Cavs recibían 12 chapas en una parte. Cuando en diciembre Jeff Ruland se lesionó, Shue concedió la titularidad a Bol, y éste no le desilusionó con una demostración inmensa en la victoria ante los Bucks: 18 puntos, 9 rebotes y 12 tapones. Batió el record de tapones de un rokkie con 387 y un promedio brutal (4,97 por noche).

Su carrera en la NBA se prolongó durante 10 años, en los que su capacidad de intimidación le acompañaría siempre. Tras un trienio en la Capital (en su tercer año los Bullets resultaban el equipo más singular de la Liga con el añadido del canijo Bogues a la plantilla), pasó dos años excelentes en los Warriors donde Nelson le otorgó grado de hasta insólito triplista. Su primer triple como profesional dio que hablar, pues condujo a la prórroga el encuentro contra los Houston Rockets, cuyo entrenador Don Chaney no lo encajó con mucha deportividad “el tiro es de los que se encestan uno entre un millón”. Más realista fue Hakeem Olajuwon: “Si no lo veo, no lo creo”. De ahí viajó con éxito hasta Filadelfia para vivir tres buenas temporadas en los Sixers (la tarde del 4 de marzo de 1993 le hizo 6 canastas de tres puntos sobre 10 intentos a los Suns del bromista Charles Barkley). 

Hasta que la artritis se reveló como un problema mayúsculo para su castigado cuerpo, ya de por sí deformado (sus pies no habían tenido un calzado en condiciones hasta llegar a Estados Unidos y los dedos de sus manos se combaban hacia dentro por un defecto congénito), Bol desarrolló una carrera sólida a lo largo de 8 campañas, siendo incluido en el segundo quinteto defensivo en dos ocasiones (temporadas 86 y 89 en las que además fue máximo taponador de la Liga). Viral sigue siendo la jugada en la que en 10 segundos coloca 4 gorros a jugadores de Orlando Magic. A partir del otoño del 93 deambuló durante dos años entre diferentes franquicias (Miami y otra etapa en Washington, Filadelfia y Golden State), en el Forli italiano (donde ni siquiera debutó), y cerró su trayectoria en Uganda, ganando la liga con el Sadolin Power. En su singular trayectoria en la NBA llegó a colocar más tapones (2.086) que puntos (1.599). Hoy en día es el noveno máximo taponador de la historia y el segundo en promedio (sus 3,34 sólo son superados por los 3,50 de Mark Eaton). Ostenta el record de chapas en un cuarto (8) y en una mitad (11). Manute podría jactarse de poseer el mejor ratio en una prospección a 48 minutos (un descomunal 8,5).


Y luego… El Manute Bol grande de verdad

Si bien no toda su existencia fue modélica (como la vida de cualquier paisano), pues por ejemplo se recuerda su detención mientras conducía completamente ebrio cuando trataba de echar una carrera a un camión de bomberos y la posterior agresión a los tres policías que pretendían reducirle y que terminó con sus huesos en el calabozo, su etapa tras abandonar el deporte ha pasado a la historia como un ejemplo mayúsculo de humanidad, altruismo y compromiso. Su nombre significaba “bendición especial” y eso es lo que supuso para su pueblo, al que dejó un legado difícilmente calculable. 

En el año 91, todavía estando en activo, viajó al sur de su país para comprobar cómo el gobierno fundamentalista del norte asesinaba a miles de personas (se calculan 2 millones de fallecidos y 4 millones de desplazados, entre los que figuraban millares de niños perdidos). Dos días después de regresar, la ONU lanzó alimentos sobre la zona. ¿Casualidad?

Tras su retirada se dedica en cuerpo y alma a la causa humanitaria que viven sus hermanos. Engañado, acepta una invitación del gobierno sudanés para mediar en el conflicto, pero en Jartum se da cuenta de que la pretensión real es que se convierta al islamismo y, como por ahí no pasa, vive confinado en arresto domiciliario durante 3 años. Finalmente, antes de que se desencadene un altercado internacional, se autoriza su salida hacia Egipto (tiene que vender los muebles de su casa para pagarse los billetes y en el trayecto le pierden el equipaje), donde todavía permanece en condiciones deplorables otros 6 meses hasta que consigue volver a Estados Unidos con visado de refugiado político. En El Cairo le da tiempo a crear una escuela de baloncesto de la que salió Luol Deng. Regresa cansado y enfermo. 

Arruinado (le acusaban de derrochar en lujosos trajes y coches de alta gama), gran parte de sus ingresos profesionales –calculados en unos 4,5 millones de $- los ha destinado a proyectos de reconstrucción de aldeas, levantamiento de hospitales y edificación de escuelas por todo el país (para niños tanto del Norte como del Sur), Manute pone su cuerpo al servicio de la causa y así participa en un peculiar combate de boxeo con el jugador de fútbol americano William “Refrigerator” Perry o se calza unos patines para participar en un partido de hockey sobre hielo con los Indiana Ice o se atavía con la vestimenta de un jockey hípico. Manute se sobrepone a un dato aterrador (en el conflicto perdió a unos 250 familiares asesinados), para mostrarse como una figura primordial y determinante en la pacificación de la zona. 

En junio de 2004 está a punto de morir en un accidente de tráfico en Estados Unidos. Sale del coma hecho un “ecce homo” con un brazo, una pierna y el cuello roto. Sus antiguos compañeros (entre ellos su íntimo Chris Mullin) le organizan un partido benéfico. Se alcanza el final de la guerra y se fija un referéndum. El 9 de enero de 2011, el 99% de la población de Sudán del Sur votó a favor de su independencia. Seis meses después la ONU contaba con un nuevo estado miembro. Manute no pudo ver hacerse realidad su sueño: el 19 de junio de 2010 había muerto en Virginia a la edad de 47 años. Había contraído una extraña enfermedad, el Síndrome de Stevens Johnson, que le afectó a la piel y fundamentalmente a los riñones. A su paso por todo el país, el cortejo fúnebre recibía el reconocimiento y los honores de un jefe de estado. Fue enterrado en su aldea, Tarulei, y su pueblo no lo olvida. En su memoria la organización Sudán Sunrise continúa construyendo escuelas para niños de cualquier religión por todo Sudán. 

Blanco de mil y una bromas (Woody Allen decía que “a su equipo le salía muy rentable porque en lugar de viajar en avión le enviaban por fax”) que soportaba con cariño, Bol fue el primer africano en competir en la NBA, pero sobre todo es un símbolo para un pueblo. Cuando desde muy arriba echaba la vista atrás aludía a la divina providencia “Mi altura es un don de Dios. Tienes que vivir con lo que se te ha concedido. ¿Quién sabe lo que Dios ha soñado para nosotros? Mirad lo que ha soñado para mí”. Las palabras del gran Charles Barkley podrían servir de epitafio en la tumba de su amigo: “Si todos en el mundo fuéramos como Manute Bol, sería un mundo en el que me gustaría vivir”.



De entre toda la bibliografía consultada destaco el gran artículo publicado por Álvaro Paricio en ACB.COM sobre Muggsy Bogues, el maravilloso (como siempre por otra parte) Informe Robinson emitido hace un par de años sobre la figura de Bol, así como el relato escrito sobre Manute por el referente Gonzalo Vázquez en sus 101 Historias de la NBA.

La gran San Silvestre o Vallecas me mata

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Nunca me gustó correr. Deportes de pelota, los que quieras. Me entretenían y se me daban bien. Pero correr… no, aunque sin llegar a pontificar como el célebre centrocampista del Betis, Rogelio, que era más fino que el coral: “Correr es de cobardes”. Ahora… la San Silvestre es otra cosa. Ese Madrid festivo, engalanado, de etiqueta. Ese Vallecas popular, auténtico, echado a la calle. Eso me encanta, me pierde todos los finales de año.

De primeras, pido perdón porque el que haya tenido el interés y la paciencia de pasar un rato en este rincón, sabrá que éste es un blog de baloncesto, pero a Vallecas le debía una y a los míos muchas, con lo que me tomo la licencia de llenar unos folios con las vivencias de una carrera que me descubrieron, hace un porrón de años, mis amigos los Zapata y que me tiene enganchado. Antes de la San Silvestre en versión canalla, la mía, procederé con la oficial, la maravillosa que un día se inventó Antonio Sabugueiro, un verdadero “emprendedor” (que se dice ahora) de las más nobles causas, un fomentador del deporte, de los deportes.

Hoy, pues, toca correr, pero no te asustes, a trote cochinero, que no estamos para alardear. Tiene sus ventajas: podrás echar el cierre al año, sin prisa, y disfrutar de un Madrid único, variopinto y alegre. Te conduciré a Vallecas al calor de los aplausos de un montón de paisanos que presumen de su fiesta. Poco antes de la última cena, ahí estarán, desafiando al frío o a la lluvia en el arcén del esfuerzo (que diría el maestro Juan Manuel Gozalo). Cálzate las zapatillas y estira un poquito que nos vamos. 





LA SAN SILVESTRE PROFESIONAL



“Sabu, nunca vi nada igual” (el medallista olímpico José Manuel Abascal se sinceraba tras desvirgarse en su primera San Silvestre).

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De correr en alpargatas a la mejor carrera del mundo

El modesto portal de Belén de la San Silvestre fue un bar. Esto es España y aquí la gente es más de reunirse alrededor de unas tapas que de visitar museos o citarse a las 5 para tomar un té (sosteniendo la taza delicadamente entre dos dedos) con librería al fondo. Así pues, la genial y duradera idea se engendra entre cañas allá por el año 1964. Antonio Sabugueiro, se reúne con sus amigos Vicente De Lucas, Carlos Roa y Manolo Fernández en la cafetería Bella Luz del Puente de Vallecas y entre todos engendran una fascinante locura, “como se va a parar el tráfico en Atocha para dar paso a unos tíos corriendo en calzoncillos”, diría años más tarde el avispado político de turno. 

Ese primer boceto nacido como Gran Premio de Vallecas, acotado al distrito vecinal, fue recorrido por 57 corredores con las zapatillas de uso diario, casi de andar por casa, que por entonces ningún ibérico barruntaba el running y su cómodo calzado. La delegación del gobierno puso un dinerito (5.000 pesetas) para premios y trofeos, y los comerciantes de la zona se volcaron con los regalos. Todavía no se contaba con la ayuda (hoy fundamental) de la Policía Municipal para aquellas lides, así que el tráfico fue dirigido por algunos jóvenes de la barriada. El célebre Jesús Hurtado, que portaba la camiseta del Real Madrid, triunfó en las dos primeras ediciones. Para la segunda, el gran periodista de Marca José Luis Gilabert ya había rebautizado la prueba: la San Silvestre Vallecana (a imitación de la de Sao Paulo de Brasil que se disputaba desde 1925), lo que además conllevó el traslado de fecha, desde el último domingo de diciembre hasta el último día del año en la onomástica del santo. 

En el 66 Sabugueiro entra a formar parte de la directiva del Rayo Vallecano y su presidente, Don Pedro Roiz Cossío, le encarga la creación de las secciones deportivas del club, que incorpora la organización de la carrera como algo propio. El certamen adquiere categoría nacional, se capta un primitivo y modesto patrocinador, Cidesport, y hasta las peñas rayistas se implican en la recogida de obsequios de los comerciantes de la zona. Mariano Haro, el buque insignia del atletismo patrio, participa por primera vez.

Un año más tarde, 1967, la San Silvestre abre sus fronteras, se hace internacional y coge lustre. Cuesta un potosí (15 mil pesetas de la época), pero se trae al campeón olímpico de 5.000 metros, el tunecino Mohamed Gammoudi y éste no defrauda, subiendo a lo más alto del cajón. Los medios son tan precarios (comparados con los actuales), que es el propio presidente del Rayo, médico de profesión, quien atiende al campeón portugués de maratón de una lipotimia. 

1969, que también es casualidad, es el único garbanzo negro en el largo camino de la carrera, pues no se disputó. El fallecimiento de su padre impidió a Sabugueiro mediar en su organización y no se encontró el apoyo económico necesario para sufragarla. Un año más tarde, Antonio halló en La Casera un mecenas de alcurnia y en Mike Tagg, el gran campeón inglés, un ganador de fama mundial. A mediados de los 70, el Banco Central que presidía Alfonso Escámez se subió al carro y el imprescindible diario Pueblo que salía por la tarde se convirtió en el periódico oficial de la prueba. Impagable resultó la colaboración del grandísimo periodista Paco Chico Pérez (una enciclopedia de ciclismo en los micrófonos de la SER) que además posibilitó la llegada de Cajamadrid y Fernando Utande. Marca recogió el testigo de Pueblo en el 84 y otros como Nike o Banco Santander, que se estrena en este 2015, se han sumado al patrocinio de esta macro manifestación popular.

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En este tiempo por las calles de Madrid han circulado a toda pastilla los mejores atletas del momento: los británicos Mike Tagg, Black, Steve Harris, David Lewis, Gerry Curtis o John Brown; los portugueses Carlos Lópes o Leitao; el mejicano Arturo Barrios; los africanos, el ancestral Gammoudi, el keniata de la tribu de los kisil Ondoro Ossoro que en el 90 supuso un punto de inflexión absoluto (3 veces ganador), el campeón olímpico Paul Bitok, el plusmarquista mundial de los 20 km, la media y la maratón y ganador en Sao Paulo, Paul Tergat; el australiano Mottram; el campeón mundial Eluid Kipchoge; el “eritreo de Madrid” Zersenay Tadesse; los keniatas Kiprono Menjo, Moses Masai; los últimos vencedores Hagos, Tariku Bekele, Komon y Kigen… tantos.


Toda la élite pedestre nacional ha recorrido la San Silvestre: el prehistórico Jesús Hurtado, el ídolo nacional Mariano Haro (vencedor en 2 ocasiones), los vallecanos Fernando Cerrada y Alberto García (únicos campeones de la barriada), el toledano José Luis González (2 veces ganador que eligió la prueba para poner el colofón a su carrera profesional), Abascal, Martín Fiz, Enrique Molina, Cacho, Abel Antón, Jesús España, Ramiro Matamoros, Fabián Roncero, Chema Martínez, Higuero, Reyes Estévez… Y Viciosa. Porque lo del amigo Isaac Viciosa es otra cosa. El “rey del asfalto” ha copado la prueba con sus 4 triunfos. Un monstruo. 

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Ellas también corren

En 1981 las mujeres se incorporan oficialmente a la prueba. Desde entonces la flor y nata del atletismo femenino ha subido las cuestas del Valle del Kas. Mitos como la maratoniana noruega Grete Waitz (vencedora en el estreno, 9 veces ganadora de la Maratón de Nueva York, 2 de la de Londres, primera campeona mundial en Hensinki 83 y plata olímpica en Los Ángeles 84, fallecida a los 57 años víctima de un cáncer y a la que su pueblo erigió una estatua en el exterior del estadio Bislett de Oslo); la portuguesa Rosa Mota (campeona olímpica, mundial y europea de maratón); la mediática Paula Radcliffe, a la que en el concurso de 2005 sólo la pasaron 22 hombres (llegó a 7 segundos de Reyes Estévez); o la keniata Vivian Cheruiyot. Entre las españolas, la legendaria Carmen Valero (primera atleta hispana en competir en unos Juegos Olímpicos, los de Montreal del 76), Iciar Martínez, Carmen Mingorance o Nuria Fernández. Patricia Arribas y la hoy tristemente señalada, Marta Domínguez, se han anotado llevado el triunfo en 3 ocasiones cada una. 

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Dos años locos, locos

La comentada edición del 2005 pasaba por ser la mejor de la historia. Los campeones del mundo Eluid Kipchoge (bajó el crono por primera vez de los 28 minutos en esos 10 kilómetros) y Paula Radcliffe dominaron a sus rivales montados en un tren infernal. A la conclusión Chema Martínez hablaba de “marcas brutales”.

Si bien la San Silvestre siempre fue más un mitin que una carrera táctica (el arandino Juan Carlos Higuero llegó a manifestar “parecía que íbamos corriendo como en una reunión en pista”), en 2006 se rompieron todos los manuales. No se atendió la petición previa de los africanos que deseaban contar con una liebre que lanzara la carrera, así que éstos decidieron reventarla por su cuenta desde el principio. Kipchoge franqueó la meta por delante de Tadesse, que había tragado la espuma lanzada por los entusiastas aficionados y por poco se ahoga entre arcadas. Ambos bajaron de 27 minutos. Las marcas no se pudieron homologar como récords mundiales, puesto que entre la salida y la llegada había un desnivel superior a los 45 metros que permitía la IAAF. El keniata que reincidía en el triunfo de 12 meses antes, había rebajado el tiempo en 40 segundos. “En mi vida vi algo tan salvaje” declaraba sin aire Chema Martínez en el estadio. Otro planeta. 

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Nunca piques a un deportista de élite…

En el año 98 el atleta Fabián Roncero se negaba a tomar parte por discrepancias económicas con la organización. No se pusieron de acuerdo en el estipendio fijo de salida. Unos veían excesivas las pretensiones del deportista y éste un menosprecio a su curriculum. Total, que unos minutos antes del inicio Nike, que se había estrenado el año anterior como sponsor de la competición, puso un dorsal en manos del corredor. Éste salió encendido, dispuesto a competir gratis, por el placer de ganar y pintar alguna cara. Y ganó. Como el rebote no se le pasaba y se negaba a recibir el premio en el podio, fue Martín Fiz el que recondujo la situación: “Tus problemas con la organización debes solucionarlos tú; pero si no vienes al podio nos infravaloras a Viciosa y a mí”.


Una fuente inagotable de anécdotas

En éste más de medio siglo son innumerables los sucesos ocurridos, muchos de ellos recogidos por Antonio Sabugueiro en el maravilloso libro publicado hace unos años. Así que tomo prestadas algunas de las historietas. 

La San Silvestre ha tenido unas cuantas madrinas: la folclórica Rocío Jurado, las cantantes Rocío Dúrcal, Karina o Teresa Rabal, la actriz Ágata Lys, la vedette Jenny Llada, la periodista Mari Cruz Soriano, etc… A una de ellas fueron a recogerla los organizadores para acudir al evento. Les tocó esperar un rato, que no fue muy desagradable, pues tuvieron que asistir boquiabiertos a una sesión de fotos de la protagonista como su madre la trajo al mundo. Era la época del destape… Ahora algunas de las divas de la pequeña pantalla también hacen deporte. El año pasado, la popularísima presentadora vallecana, Cristina Pedroche, se enfundó la camiseta amarillo chillón y corrió la prueba. 

En cierta ocasión a Rocío Jurado no le funcionó el disparador para dar la salida oficial, con lo que unos atletas salieron y otros lo hicieron algo más tarde. Ese año no se tomaron los tiempos. La diva y su entonces marido Pedro Carrasco, que sostenía en brazos a su pequeña Rociíto, fueron testigos de otro percance: en el maremágnum de la salida un ladronzuelo intentó birlarle la cartera a Sabugueiro. Por fortuna éste se dio cuenta, pues guardaba toda la recaudación (unas 60.000 pesetas).

El padrino ha sido de categoría. En 1978, Su Alteza Real el Príncipe de Asturias, aceptó la presidencia de honor de la carrera. El hoy Rey Felipe VI siempre se ha mostrado orgulloso e interesado por su San Silvestre. 

Los atletas se sentían como en casa. Así los argelinos le cogieron tal gusto al hotel que no partieron a su casa hasta la víspera de Reyes en que llegó Sabugueiro para despedirlos amablemente. Los ingleses eran más de celebrarlo sin tiento después de la cena: la ingesta de alcohol alcanzó tales proporciones que se intentaron propasar con algunas de las mujeres de los invitados a la fiesta y tuvo que acudir la policía. Los belgas siguiendo el ejemplo etílico británico perdieron el vuelo de vuelta y su delegado llevaba tal tajada que no daba con el hotel, pero se dio de bruces con la célebre hospitalidad de la capital, pues una familia desconocida le acogió y le sentó a su mesa para la cena. 

Las maneras de captar a los más emblemáticos corredores de la época también tiene su miga. En el principio de los tiempos no existían los managers y era un representante de cada federación el encargado de traer a sus deportistas. Unos atletas percibían los gastos de la estancia, el viaje y una cantidad simbólica. Los mejores (ahora toda la élite) cobraban fijos de salida. Fermín Cacho, Martín Fiz y Abel Antón llegaron en recordada ocasión en helicóptero: era el único modo de salvar la nieve que tenía abnegada el norte de España. 

Entre los alcaldes, unos cuantos han apoyado de manera firme la carrera: Tierno Galván, Manzano, Gallardón…, con independencia del partido que se hallara al frente del consistorio. 



We love “La San Silvestre Vallecana”

A continuación cito algunas proclamas de amor de sus protagonistas profesionales:

“Ha sido una experiencia única. Correr con esta gente es mágico” (Craig Mottram). 

“Había tanta gente como en las etapas del Tour. Ha sido alucinante” (Ayad Lamdassem).

“En mi vida se me ha hecho una carrera tan corta. La gente te iba empujando” (Beatriz Ros).

“Nunca vi nada igual. El ruido y los gritos de la gente me dejaban sordo” (Eluid Kipchoge).

“Esta gente ha creado un ambiente increíble. Ha sido una forma maravillosa de despedir el año”. (Paula Radcliffe).

Todos han quedado prendados, embrujados, asilvestrados, y hasta condonan el masivo lanzamiento de espuma, pero ninguno ha llegado “al ansía viva” que demostró un recluso que solicitó con tal insistencia salir de presidio para correrla que sus ruegos fueron escuchados por la autoridad. Lo malo fue que con la emoción debió equivocar el camino de vuelta al penal y escapó. De traca.



LA SAN SILVESTRE POPULAR

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Ahora toca ilustraros con mi San Silvestre, la gamberra, la canalla, la que dicen que salió de la mente de un genio de la comunicación, el gran Pepe Domingo Castaño. 

Lo primero que he de decir es que hasta esta edición (en que me he apuntado oficialmente) era un tapado, un proscrito. Nunca cogía dorsal ni camiseta oficial. No me inscribía y me gustaba correrla disfrazado (sí disfrazado de cualquier cosa). Es el único día del año en que pierdo el pudor. 

Normalmente me tocaba currar por la mañana y mis amigos me decían: Juanpi este año de vaca… pues de vaca (anda que cuando me vio un cliente y al rato cayó en la cuenta de quién era… ¡coño el director de la sucursal!, le salió del alma); de Mazinger Z (el speaker alucinaba cuando vio entrar de la mano en meta a 10 de los robots iguales a los que manejaba Koji Kabuto); de niña de la telenovela Rebelde Way (pues a hacer el ridículo en el ascensor de casa de mis padres con un vecino que por poco me mete mano); de Super López (que con la ridícula y ajustada vestimenta me estrené: “no me jodas… a tus años… anda pasa…”, me soltó mi padre entre risas, mientras que mamá solicitaba una foto con el ganso de su hijo); de preso con el traje a rayas horizontales y el gorrito… Cualquier atrezzo sirve para desinhibirnos y pasar un buen rato. Adiós complejos.


Presentada la cuadrilla de personajes, mi/nuestro ritual no tiene ni sentido ni secreto. Almuerzo ligerito en casa de mi madre y quedo con mis amigos en nuestras oficinas centrales, a la sazón el bar Deza de La Prospe. El tito Higinio a la sobremesa tiene el garito hasta la bandera y me gusta ir 5 minutos para despedir el año a los colegas, de los que recibo la infructuosa promesa de que el año que viene la corren conmigo y un montón de risas y retratos con los desvergonzados que salimos a la carrera. El que siempre se hace fuerte es mi hermano David, al que nadie le saca de sus convicciones: “A mí, mientras la sigan haciendo este día, me viene mal correrla”. Traduzco: vamos que prefiere atizarse cubatas a salir a hacer el gamba en pantalón corto por el “Foro”.

Llegados al esquinazo de Castellana y Concha Esquina estiramos un poquito y salimos con el resto de los “mataos”, los que no tienen prisa ni récord que batir, sino sólo ganas de pasar un rato divertido. 

El arremoline de la salida ya te exalta el cuerpo. La gente lanza al viento las sudaderas viejas que luego pasará a recoger una ONG y comienza a botar al enloquecedor ritmo de AC/DC. Adrenalina pura en el fondo sur del estadio Bernabéu. 

Subimos la cuesta de Concha Espina y miramos a la izquierda a las ventanas/terrazas del hospital infantil de San Rafael. Viramos hacia Serrano y al poco rodeamos las fuentes de la Plaza de los Delfines. En nada pasamos por delante del Ramiro ¡Es tudiantes!, le gritó a mi amigo Paco García. Para entonces es raro que no se nos hayan despistado “El Pela” y “El Batu”. Cuando oteo el horizonte, recibo una de las vistas más bellas del circuito: la serpiente multicolor (casi siempre fluorescente y llamativa) de la muchedumbre en el tobogán de llegada a Diego de León.

Estamos en pleno Barrio Salamanca, el más pijo y cuco de la capital. Dependientes y clientes salen de las tiendas para aplaudir educadamente. La crisis ha devuelto a Madrid una cara más sucia y tristona: hay menos pasta y se nota a leguas en la limpieza e iluminación de las calles. Aún así Serrano siempre se crece coqueta para acreditarse como la calle, con diferencia, más señorial de la ciudad. 

La Plaza de Colón con su enorme bandera en el centro. Saludamos el reformado Museo Antropológico que da paso al emblema de Madrid, La Puerta de Alcalá. “Miralá, miralá, viendo pasar el tiempo y ahí está”, cantaba Suburbano. Desde debajo tiras mi foto preferida de la Villa: la Cibeles flanqueada por el Banco de España y el Cuartel General del Ejército. Al fondo el Edificio Metrópolis bifurca Alcalá con Gran Vía. 

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Los Museos (el Prado, el Thyssen), los hoteles más ilustres que se enfrentan (el Palace y el Ritz), la Iglesia de los Jerónimos, estrechamente ligada a la corte y a los reyes, Neptuno (la fuente atlética) y espacio más ancho para canalizar todo el gentío que se lanza cuesta abajo. 

Atocha y su homenaje a las víctimas del 11-M emociona. En la Avenida Ciudad de Barcelona crece exponencialmente la marabunta de público, aumentan los aplausos y se atisba la cercanía de Vallecas. 

Cuando pasas por debajo del puente de la M-30 te crees Hicham El Guerrouj. La música atrona y la gente anima como si todo el que pasara fuese familiar suyo. La piel de gallina. 

Y llega el Alpe D´Huez para los que no movemos un dedo durante todo el año: la Avenida de la Albufera. Sube, sube, sube y no parece terminar nunca hasta que torcemos hacia Monte Igueldo. El camino se estrecha y el pueblo de Vallecas participa festivo del jolgorio de su tarde. Tengo en la retina a gente aporreando sartenes, otras dando el pecho al niño o con los rulos puestos, otros aplicándose cubalibres como si se fueran a terminar de los de toda la vida (ignorando la creciente moda de los gin-tonics). Alucinante, real, verdadero, auténtico. Hace 4 años llovió más que en El Arca de Noé, en Vallecas granizó y ahí estaban los héroes sin pestañear para aplaudir a una manada de locos desafiantes que recorrían su barrio en calzón corto. Me quito el sombrero. ¡Ese Vallecas!

Tras ascender unos cuantos recovecos llegamos a la meta en las lindes del campo del Rayo. El año que murió mi padre (mes y medio antes) le fui dando vueltas al coco todo el trayecto. Mi primo Pablito, que de tonto no tiene un pelo, fue tirando de mí hasta que cruzamos la línea cogidos de la mano. Miré al cielo y contuve las lágrimas emocionado. ¡Gracias papá!

Bueno que me pongo tontorrón y echo a perder la historia. 

Cuando alguien me pregunta qué tiempo he hecho, nunca lo sé con seguridad y siempre respondo lo mismo: “Fíjate si iba rápido que cuando el keniata de los profesionales llegó, yo ya llevaba tres botellines en el bar de enfrente”. Eso es de ley, justo y necesario. El mejor tiempo del deporte es el tercero, el que compartes entre cañas y risas con los amigos. Y el que diga lo contrario, perdón, pero o no tiene ni idea o no sabe lo que se pierde. 

Esta es mi San Silvestre, la de un madrileñito cualquiera que ama su ciudad y que disfruta recorriéndola al trote la última tarde del año. Luego viene la ducha reparadora, la cena en familia y los mejores deseos para el año venidero. 

La historia de la carrera profesional me la trajo la casualidad, me la contó en una comida mi amigo Antonio (gracias infinitas), yerno del insigne Antonio Sabugueiro. Me gustó tanto que le pedí permiso para rememorar y reescribir esa parte. La mía no tiene importancia, es la de cualquier deportista aficionado, la de un niño de los 70 para el que llegar a la calle Payaso Fofó no tiene parangón. ¿Cómo están ustedes?

¿Se os ocurre mejor plan para despedir el año?




Dedicado al gran Antonio Sabugueiro y a toda su familia, que desde hace más de medio siglo viven entregados a la causa. Directivo de atletismo, fútbol, ciclismo, patinaje, tenis…, no le ha quedado palo por tocar. Ninguno de los cargos que ocupó fue retribuido. Todos los realizó fuera de su horario laboral, quitándole horas a su familia y amigos. Un ejemplo. Testimonio de lo debería ser un dirigente. Muchas gracias. 


Mi recuerdo también para mis amigos, los que corren conmigo (David y Gonzalo Zapata, El Batu, El Pela, Rafa Fenomenal, mi primo Pablito y mi cuñado Gonzalo que se suma este año) y los que se quedan en el bar, y a mi familia que me aguanta y a me anima. Siempre presente el desaparecido Cocucho. 

John Pinone, un americano diferente

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¡Cómo hemos cambiado!, cantaba Presuntos Implicados. En tres décadas (que son más de una y más de dos) todos hemos ganado (peso), perdido (pelo), aclarado (la frente y con suerte las ideas) y asomado a la madurez (las arrugas, como el algodón, no engañan). Apenas se venden periódicos (bendito papel) porque todo está en la red. El basket ha abierto fronteras y los equipos forman un crisol de nacionalidades. 

El chavalito con la bufanda azul a dos tonos al que su padre le cuenta que hace 30 años Estudiantes pasó de animador de la Liga a serio aspirante al título, dudara de su progenitor. Cuando éste prosiga con la cantinela de que tenían a dos de los mejores extranjeros (cuando sólo se admitían dos y eran mayoritariamente norteamericanos) de la ACB, pensará que ha perdido la chaveta. 

La historia viene de largo (pero es cierta). David Russell primero, y Ricky Winslow después, constituyeron junto a John Pinone, una de de las mejores parejas de foráneos de la época. Y a su alrededor, magnetizados, crecieron exponencialmente un montón de jóvenes talentosos, descreídos y descarados que llevaron al club del Ramiro a su Edad de Oro. 

Si Russell parecía siempre preparado, impecable, para ir de cóctel a un selecto club gourmet; Pinone se acercaba más al paisano que campaba a gusto de aperitivo con sus colegas. Si David era el divo de los adolescentes, el poster de sus carpetas; John se erigía en el centro de las tertulias de los mayores, llenaba de orgullo el corazón de los aficionados de siempre. El elegante moreno apenas hablaba castellano, el blanco en meses ya chapurreaba la lengua de Cervantes. El alero irradiaba brillo, el poste desprendía alma. La exuberancia versus la parquedad.

Cuando Magariños tiene ahora más de hotel con spa que de antiguo casino de capital de provincia donde se congregaban los parroquianos entre humaredas de tabaco para disfrutar/sufrir de una tarde de baloncesto “con encanto”, regresamos a la “Era del Oso” de la mano/zarpa del gran John Pinone. Subimos al desván para desempolvar sus hazañas.


Un icono colegial en Connecticut

Hijo de un ejecutivo de General Motors y de una empleada de seguros, sus pasos deportivos parecían encaminados hacia el fútbol americano hasta que su padre, al que por su origen lo nombraban “el italiano”, lo centró en el basket. ¡Bien por el viejo!

Con el instituto South Catholic College alcanzó dos títulos del estado. Así cuando concluyó su etapa de high school tenía una pila de ofrecimientos de las selectas universidades del país, entre ellas North Carolina, Notre Dame o Virginia. Finalmente para desdicha de sus conciudadanos en Connecticut, aceptó la beca de los “Gatos Salvajes” de Vilanova, la universidad católica de Filadelfia en la que convivían seis mil alumnos. 

Cuatro años exitosos a las órdenes de Ronnie Massimino en los que se quedaron a las puertas de la Final Four. Victorias de prestigio, por ejemplo ante la Carolina del Norte de Michael Jordan (20 puntos) y Sam Perkins (15), con 14 puntos de Pinone y 11 de Ed Pickney. Convocatorias con la selección de su país: triunfo en la Universiada de Bucarest en la que compartió habitación con el mítico Kevin Magee, además de vestuario con Roy Hinson, Sidney Lowe y David Salomon (que tras su etapa en Treviso sonó para el Madrid) y derrota en la final del Mundial 82 de Cali frente a los rusos (que se tomaron la revancha) con 10 puntos de Pinone y un último lanzamiento desperdiciado para ganar el partido por el gran “Doc” Rivers. Esa cita de Colombia resultó histórica para la selección española porque por primera vez se impuso al combinado (universitario) estadounidense, sin que John pudiera entrar en juego, convaleciente de una gastroenteritis. 

Se graduó con honores y media de notable en Económicas. Elegido en varias ocasiones All American (tercer equipo) y All Academic, la universidad retiró su camiseta número 45 con el reconocimiento de su mentor “era, por su corazón y deseos de ganar, el mejor jugador que he entrenado”. Resulta chocante que el college y su célebre técnico alcanzaran el título en el 85 con Steve Pinone, hermano de John, en la plantilla.

Pese a sus apreciables estadísticas (16,1 puntos, 6,6 rebotes, 1,8 asistencias y 55,7% de acierto en 34,4 minutos), queda relegado a la tercera ronda del draft del 83. Los Haws de Atlanta le escogen en el puesto 58. Su presencia es testimonial: 20 puntos, 10 rebotes y 3 asistencias en 7 partidos y 65 minutos. Su aventura profesional concluye en diciembre tras disfrutar de los vuelos del “halcón” Dominique Wilkins “eso sí que era increíble”. Retorna a su Hartford natal, monta un bar y apura la temporada en los Ohio Mixers de la CBA. En verano nueva decepción: los Utah Jazz le cortan y recurre a su tutor. Massimino tira de contactos, telefonea y en 24 horas está en España para cambiar su vida y la del club de la calle Serrano. Su sitio no parecía estar junto a los “pross”, en los que en aquel tiempo cohabitaban 23 franquicias en lugar de las 30 actuales. 




“Nos la han colao”

Eso fue lo que pensó y no calló Mariano Bartivas cuando le explicaron que el personaje fondón que había atravesado Magariños iba a ser el americano que sustituía a su compatriota Mc Cormick, un armario de dos cuerpos que no había cuajado y que ostenta el triste honor de ser el primer americano despedido en la historia del Estu, que fracasó en la inicial negociación para traer a Darrell Lockart (aquel pedazo jugador que conquistó Bilbao).

Estudiantes las había pasado canutas para salvar la categoría la campaña precedente en un agónico play off final frente al Magia de Huesca. Los cotizados Terry Stotts y Chuck Aleksinas habían marchado camino de Francia y de la NBA, así que había de rearmarse si no quería sufrir las mismas calamidades. La vuelta de Vicente Gil ilusionaba, se había firmado a un prometedor Carlos Montes, que tras la desaparición de Inmobanco había emigrado a Alcorcón, y dejaba dudas el fichaje del espectacular David Russell que después de un estreno deslumbrante (41 puntos y 20 rebotes ante el OAR el año anterior) no había terminado de convencer al Joventud de Aito en Badalona. 

Sin apenas entrenar ni conocer a sus compañeros, el mocetón algo pasado de peso debutaba nada menos que ante el Real Madrid en el Pabellón de la antigua Ciudad Deportiva. El periodista Manolo Lama (que sabe un rato de baloncesto y había compartido pupitre en los Maristas de San José del Parque con Fernando Martín), en la cabina de radio, afortunadamente equivocó el diagnóstico y lanzó a las ondas: “Han traído a un tío que es un saco de patatas. Va a durar 3 partidos”. Ajeno a comentarios, Pinone puso en jaque a la armada blanca (Romay, Robinson y Martín) e hizo 24 puntos en la decorosa derrota (98-86).




Spain is different, and “Los Estudiantes” more

Si bien sus siguientes actuaciones no dejaron de ser convincentes, el muchacho se encontraba un tanto perdido. Se alojaba en el Hotel Luz Palacio, a 200 metros del Magata, pero no le cuadraban los horarios, las largas comidas y eternas sobremesas, odiaba el tráfico capitalino y los fastidiosos e interminables viajes en autobús con el equipo. Telefoneaba unas cuantas veces al día a Miguel Ángel Paniagua, su agente, y apenas cruzaba palabra con el resto de sus compañeros (salvo con Russell, García Coll y Rementería con los que parlamentaba en inglés). Anne Marie, su novia, se había quedado en Estados Unidos y habían concretado fecha de boda para el septiembre venidero. Parecía otra ave de paso.

“La Demencia” adaptó su mote colegial y le rebautizó, de oso pasó a Pinoso y dio inicio a su romance con su singular pareja de americanos, absolutamente dispar, ciertamente complementaria. Habían aterrizado en Magariños con 23 años (ambos de la hornada del 61). Russell saltaba niños en los concursos de mates, Pinone no brincaba ni por encima de una caja de cerillas (“que machaque”, le cantaba socarrona la grada), pero adhería para su causa a la muchachada con sus zarpazos. David vivía pendiente de Manhattam, a John la posterior llegada de su mujer le borró cualquier resto de morriña. Uno gastaba en refinados trajes (incluso llevaba plancha en los viajes para dejarlos impolutos) y conducía un Jaguar, el otro cotejaba hasta el último dólar cual hormiguita (a Satur, el utillero, le traía de cabeza para que le guardara su Rolex de oro mientras entrenaba). Russell coleccionaba jugadas espectaculares al abrigo de un físico excelso, Pinone fabricaba canastas sencillas resultado de su excelente técnica individual y su vasta lectura del juego. Con frecuencia intercambiaban los papeles, el alero rehuía el lanzamiento exterior para buscar encestes con acrobáticas entradas o reversos al poste bajo y el pivot se acantonaba en la continuación de la personal o en los fondos para acribillar con certeros lanzamientos a sus rivales. Los dos compartían ese punto de inteligencia que te hace consciente de tus defectos y exprimir tus méritos (haz muy bien lo que sepas).

La temporada se enderezó. A las sólidas actuaciones de Pinone (19,6 puntos y 5,9 rebotes), se unían las estratosféricas exhibiciones de Russell (en Vitoria con 50 puntos igualó la histórica marca anotadora de José Luis Sagivela en el club y en Villalba alcanzó los 48 para la victoria en la prórroga). Para cuando el neoyorkino se rompió el quinto metatarsiano del pié derecho, Estudiantes ya viajaba en velocidad de crucero. Tony Sims cubrió su baja de manera portentosa y superaron el primer cruce de la eliminatoria hacia el título contra el Caja de Álava para caer frente al eterno rival en 3 partidos. Al “Oso” y a Vicente, “el tío más demente”, les condonaron la disputa de la Copa Príncipe de Asturias. Uno tenía que preparar una boda, el otro cumplir con la selección.

Las bicicletas y las arduas negociaciones son para el verano. Después de un año placentero parecía una quimera que Estudiantes mantuviera a sus principales figuras, pero Gil tras el espectacular europeo realizado en Alemania renovó votos con los entonces amarillos patrocinados por la Caja Postal, Pinone desestimó las ofertas de Venecia y Caja de Álava que le ofrecían algo más de dinero, para firmar con “Los Estudiantes” por 68.000 $ y Russell no convenció ni a Pacers ni a Khicks, con lo que también retornó al redil.

La gente colma las gradas de Magariños, se sabe el quinteto de carrerilla –Gil, Montes, Russell, Pedro Rodríguez y Pinone- con las contribuciones de “Chinche” Lafuente, Coll, Héctor Perotas y Rementería desde el banco y Paco Garrido conduce con mano ligera al grupo, alejado de complicados sistemas y disciplinas militares. Se entrena una vez al día (a las 8 de la tarde) y el futbito sustituye a las canastas en las prácticas de los lunes. “Garrido es un buen entrenador. Su estilo es diferente, apropiado para un equipo como Estudiantes”, proclamaba John. 

El equipo juega de memoria, Russell en Navidades gana el primer concurso de mates de la historia de la ACB al volar en Don Benito por encima de un niño, que paradójicamente viste el chándal del Madrid. David cierra el curso como segundo máximo anotador de la Liga, Pinone como cuarto (25,8 puntos, 7,4 rebotes y 57% en tiros de campo) y Gil es el mayor asistente. 5º puesto en un año magnífico coronado con el título de la Copa Príncipe de Asturias que permite disputar competición europea la campaña siguiente. El dueto yankee renueva por un bienio más, a razón de 80.000 $ anuales por barba. 

En la temporada 86-87 ascienden del desaparecido Logos, Abel Amón y José Miguel Antúnez. El base, le discutirá el puesto a Gil, y cobrará una importancia capital para el desembarco posterior del talento emergente de La Nevera. Bosé se establece como segundo patrocinador para la Korac, en la que se compite muy dignamente (cayendo en Caserta por dos pírricos puntos). Estudiantes intercala sus partidos como local entre Magariños y el antiguo Palacio de los Deportes. Pinone se mantiene sublime (en el derby de la segunda fase ante los blancos hace uno de sus mejores partidos como colegial: convierte 41 puntos y captura 12 rebotes en la derrota 91-94). Permanece incombustible más tiempo que nadie en pista: disputa 1107 minutos de los 1.130 posibles a una media de 39,5 minutos por partido con 24,1 puntos y 7,1 rebotes. El epílogo de la temporada ha entrado en la leyenda. El segundo partido de cuartos ante el Madrid será recordado para siempre. Tras tres prórrogas, Magariños se transforma en un manicomio del que salen a hombros sus toreros. 121-115. Épico. Pedro Rodríguez (17 puntos y 13 rebotes), Russell (41 puntos) y Pinone (36 puntos y 15 rebotes) disputan los 55 minutos de la proverbial batalla. Por los merengues, Biriukov (35 tantos), Branson (25) y Spriggs (21) lo dan todo. El desempate se lo lleva el Madrid (98-86) con un formidable Brad Branson (35 puntos), al que Pinoso opone 22. El Estu se abona a la 5ª plaza como en la temporada sucesiva y pisa el terreno de los grandes. En noviembre el matrimonio Pinone se queda embarazado y La Demencia tararea: “Queremos pinositos”. La pareja es feliz en Madrid, cómodamente instalados en la zona de Capitán Haya. Anne Marie, profesora, da incluso clases de inglés a sus alumnos en su apartamento. 

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Vientos de cambio

En la temporada 88-89 Juanan Orenga se incorpora como fichaje esperanzador para reforzar la pintura (su contratación se manifestará fundamental en los éxitos que están por llegar). Estudiantes le amarga el debut a Drazen Petrovic y levanta el título de la Comunidad, 82-78, con 25 puntos de Pinone, pero al poco Russell se rompe el menisco izquierdo de su rodilla derecha. Comienzan los problemas. Albert Irving sustituye eficazmente a Russell, pero se destroza la rodilla (triada). Eric White aterriza poco más tarde, pero no le alcanza a la altura de las botas. Sólo la histórica remontada (92-65) ante el Smelt Olimpia de Ljubljana con el alunizaje estelar de Nacho Azofra (13 puntos) y la canasta definitiva de Pinone sobre la bocina, arroja algo de luz en un panorama sombrío. Se encadenan seis derrotas consecutivas, la última por 1 punto ante el Magia de Huesca con Pinone errando el tiro libre que hubiera podido empatar la contienda y la situación se hace insostenible. La plantilla desconfía de los métodos y sistemas de su técnico. “El estilo conservador y tradicional de Paco no propiciaba una reacción… El equipo había perdido la confianza en Paco. Faltaba motivación. Necesitábamos un cambio, un revulsivo”. (John Pinone)

Tras un lustro exitoso, Garrido dimite. Un discípulo de Ignacio Pinedo, Miguel Ángel Martín, procedente de Inmobanco, responsable de la cantera estudiantil y entrenador del junior, ocupa su plaza. Tiene 39 años y durante un tiempo compatibiliza el puesto con el cargo que ocupa en la multinacional Kodac. A los pocos días, una de las vacas sagradas del vestuario, Vicente Gil, se le enfrenta y Martín, apoyado por la directiva, no recula. El incidente le cuesta 100.000 pesetas al entonces capitán. Alberto Herreros y Nacho Azofra se hacen habituales en los entrenos y van entrando en los partidos. Russell vuelve para lesionarse de manera definitiva y aparece Winslow hasta final de temporada, que había cumplido sobradamente en el Cajacanarias. Ricky iguala en espectacularidad a David, pero añade defensa, si se lo propone, y un tiro exterior por momentos letal. Bueno, bonito y… más completo. Pedro “Picapiedra” Rodríguez pilla mononucleosis, la “enfermedad del beso” (tres meses de baja) y Pinoso se multiplica (35 puntos al Puleva, 30 a BBV Villalva y 37 al Valvi). Se gana 3-0 el cruce a Mayoral Maristas Málaga, lo que suponía que los madrileños partían desde la A-1 la temporada siguiente. Tras el choque, el “cura” queda para tomar una copa con sus americanos y explicarles la revolución que se avecina. Sus extranjeros le apoyan y los históricos Gil, Coll y Rementería salen del equipo para dar paso definitivo a Azofra, Herreros y Arranz. 

En la temporada 89-90, “Baby Estudiantes” sale como el equipo más joven de la categoría, pero los noveles responden, no se arrendan y ante el experimentado Caja de Ronda dan la campanada en cuartos. Tras una primera parte timorata, Martín, ante la zona malagueña, echa la bronca de su vida a Herreros: “Si tiras y fallas el responsable soy yo, pero si te cagas y no tiras, no me vales”. Alberto replica a lo grande con 28 puntos a la conclusión (incluidos 8 triples). En Madrid, Estudiantes finiquita la eliminatoria. El Barsa le para los pies en semifinales: 4º puesto de la insolente guardería.

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Que vienen, que vienen

Los chicos aprenden rápido y no se cortan un pelo. En los cuartos de la Korac están a un tris de dar la vuelta a la desventaja que traían de Badalona (93-79). Magariños se transforma en una caldera y se quedan a un punto de la heroicidad (76-63): ni el triple de Winslow ni el postrero lanzamiento, sin apenas tiempo, de Pinone entran. 

En la Copa de Zaragoza, se cargan a los locales a las primeras de cambio y al Joventut en semifinales. En la final, frente al Barsa, un triple frontal de Herreros, perfectamente diseñado, da en la parte posterior del aro y no entra. El título se escapa por dos puntos (67-65). Sólo Winslow huye de la frustración: “el año que viene ganamos nosotros”. En Liga terceros. En semifinales se le escapan los dos partidos en el Palau y caen en el cuarto en el Palacio tras dos prórrogas. Cuidadín.

En el 92 se festeja el Quinto Aniversario de la Reconquista, la Expo, los Juegos Olímpicos de Barcelona y la explosión definitiva de Estudiantes con 5 canteranos y 6 chicos por debajo de los 23 años. Antúnez ha salido traspasado al Madrid, Montes y Arranz emigraron buscando minutos. A Martín no le tiembla la mano y apuesta por Pablo Martínez, Juan Aisa y Alfonso Reyes como sustitutos. 

Comienzo arrebatador en Liga, 13-0, pero en el expedito camino se encuentran piedras en forma de lesiones (Pablo Martínez se rompe un tobillo y le suple de manera magnífica Quique Ruiz Paz) y cansancio. Una canasta sobre el tiempo de Juan Aisa en Milán conserva el baskeaverage frente a los lombardos, lo que a la postre supuso la ventaja de campo en cuartos de Liga Europea ante el histórico Maccabi. 

La ciudad nazarí de Granada recibe a sus visitantes coperos. Estudiantes llega muy tocado (en el Sant Jordi han recibido una zurra del Barsa y la mala noticia de la lesión en el codo de Nacho Azofra). Tanto que ni reservan hotel. Cuentan que cuando Pinone se entera monta un Cristo de la altura. Siempre desafiante, jamás admitía coartadas. No entiende que con un título de fondo y el Madrid como primer rival, la expedición agache la cabeza. Otra vez Aisa cobra papel protagonista al anotar el único triple del equipo para ganar el partido de cuartos ante el Real. En semis Pablo Martínez (17 puntos) realiza uno de sus partidos más recordados con el Estu, que se clasifica para la final (78-77) tras un error en el tiro del formidable Jordi Villacampa. Herreros quería la revancha contra el Barsa, pero Pinone mucho más pragmático se decantaba por el líder de la Liga, el CAI Zaragoza: “Quizá el Barsa tiene jugadores más expertos para este partido”.

El destino obedeció los deseos del “Oso”, pero los zaragozanos eran un equipo serio, experimentado, con Manel Comas de jefe. Empate a 31 al descanso. Con 11 minutos por jugar el marcador reflejaba un 43-47 para los maños y aquellos no pintaba bien para los madrileños. Martín, en un arranque de lucidez o desesperación, mandó salir a Nacho Azofra, que ni se había vestido en los encuentros previos ni podía siquiera lanzar a canasta por sus dolores en el codo. Pero el “chico más listo de la clase” robó un balón nada más entrar y el sino del encuentro cambió. El mejor jugador sí o sí de la Copa fue Ricky Winslow, pero el MVP fue a parar a Pinone por la ascendencia en el grupo. Era su jugador vertebral. Al día siguiente se suspendieron las clases en el instituto y los alborozados chavales recibían a sus héroes en un abarrotado Magariños. 

Con muy poco tiempo para el descanso se perdió en la prórroga en La mano de Elías. A la vuelta los macabeos se llevaron la del pulpo en el primer choque en Madrid, pero en el definitivo se mascaba la tensión desde los vomitorios. Pablito Martínez apareció cuando los balones queman y San José, en su día, echó una mano a los locales: en la jugada decisiva Doran Jamchi resbaló cuando iba a recibir para ejecutar uno de sus famosos lanzamientos y Estudiantes consiguió billete para la final a cuatro. Estambul supuso una fiesta inolvidable para los aficionados y un mal sueño para los jugadores, que no llegaron a competir. El Joventut les ganó las semis para luego darse de bruces con el tiro perfecto, el de Sasha Djordjevic. A ese imberbe Partizan de Obradovic, Estudiantes le había ganado los dos encuentros en la fase de grupo.

Después de adueñarse del primer partido de las semis ligueras en Badalona, Estudiantes “regaló” el segundo tras tenerlo ganado en varias ocasiones. Los verdinegros se llevaron el gato al agua tras dos prórrogas y la eliminatoria en 5 partidos. Es la temporada más rememorada por cualquier “demente” que se precie.




Y se acabó

Mejorar lo hecho era complicado. Se amplía el cupo a tres extranjeros y el Estu encuentra un chollo: captan, el día antes de la apertura del campeonato, a uno de los mejores tiradores del continente, Danko Cvjeticanin, por sólo 70.000 $, irrisorios al lado de lo que cobraban sus colegas, Ricky Winslow (600.000) y John Pinone (400.000). Vecina se incorporaba a un cuadro coral (del que se caía el inasequible al desaliento, Pedro Rodríguez) repleto de talento para reproducir la inteligencia del “Oso”, que ha dejado de ser la principal referencia anotadora de la plantilla. Estudiantes naufraga en la Copa: derrota sin paliativos ante Natwest Zaragoza (75-91). Pinone y Winslow apenas suman 4 miserables puntos entre ambos. En Copa de Europa es la Benetton de Kukoc quien les apuntilla en la fase de grupos. Tras una irregular fase regular (cuartos), susto en el primer cruce de los play offs ligueros frente a Manresa y complicaciones con Caja San Fernando en la siguiente ronda. En semis Estudiantes casi hace la hombrada. Conduce la eliminatoria al quinto encuentro, pero Luyk ordena una zona y Sabonis impone su ley en la definitiva victoria blanca (81-77). 

Ese sábado 8 de mayo de 1993 supone el último partido de la carrera de John Pinone. Sus 4 puntos (una canasta de 4 intentos en 21 minutos) ejemplifican su cuesta abajo (“con la inteligencia sólo ya no le daba”, declara con tino “Pepu” Hernández), más no hacen justicia a su maravillosa carrera en el Ramiro. La decisión estaba cantada y para su amigo y entrenador Miguel Ángel Martín supuso “la decisión más dura” que tomó a lo largo de su trayectoria en los banquillos. “Su salida fue dolorosa, pero necesaria”, concluía.

En su adiós, “La Demencia” y la grada militante mucho tiempo después de terminado el partido no se movía de su sitio al son del famoso canto de Chanquete: “Si no sale Pinoso no nos moverán”. Le costó, pero apareció para soltar alguna lágrima y despedirse de una afición que le encumbró. En noviembre regresó para el homenaje que Estudiantes le preparó. El club le distinguió con su insignia de oro y brillantes y los dementes un enorme oso de peluche. “Gracias por no haberme olvidado”, susurró con voz entrecortada.


Su legado

Por encima de guarismos (18,6 puntos y 6,6 rebotes en 332 partidos y cuatro semifinales ligueras consecutivas), enseñó la profesión a un grupo de jóvenes avispados que del patio y las pachangas con los amigos pasaron a La Nevera y de ahí a mirar de tú a tú a las mejores escuadras del continente. Su gen ganador, “no tiraba un partido” (Nacho Azofra), prendió en los talentosos chavales que le respetaban y le vacilaban por igual. “Siempre tenía palabras de ánimo para nosotros, especialmente en los malos momentos. Pero también no os podéis imaginar cómo nos apretaba” (Alberto Herreros). 

Juanan Orenga ahonda en su vena competitiva “supo hacer que un grupo de gente joven tuviera la ambición de llegar a ser el mejor”, Cvjeticanin ensalza la grandeza del personaje “llegó a un club medio y dejó un grande”, mientras Nacho Azofra evoca añorante tiempos pretéritos “era el último que quedaba de Magariños, que era otra cosa”.

Garrido notó “que no era un americano normal nada más llegar” y le califica como “un ganador nato, muy competitivo, pero con una capacidad limitada de sacrificio físico”.

“El cura” sintonizó con el “Oso” al poco de llegar. Le pidió que le ayudara en el adiestramiento individual de sus postes en el junior y éste le dedicaba unas horas semanales a la esbelta chavalería. Cuando cogió el equipo sabía que Pinone habría de ser su mástil. Comían juntos con frecuencia: John había relegado la hamburguesa en favor de una buena merluza o de un cordero en condiciones. Cuando tras la salida de Vicente Gil, su técnico le ofreció (con el beneplácito de Pedrolo y Carlos Montes) la capitanía, John la aceptó de buen grado. Martín incide en las virtudes del que considera “el jugador más inteligente al que ha entrenado” y así recalca su juicio calculador y su ascendencia sobre el grupo “los primeros días de la semana entrenaba lo justo, pero el jueves y el viernes entrenaba como un hijo de puta… Era un grandísimo competidor y un líder”. 

No era ni atlético ni mucho menos fibroso, pero “era listo como nadie para sacar faltas” (Pedro Rodríguez) y sin ser ágil, se desenvolvía más rápido de lo que su cuerpo aparentaba. 

Poseía un extenso catálogo de recursos técnicos que le hacían difícilmente defendible: tiraba con soltura desde cualquier sitio (daba gusto verle recrear el lanzamiento de Larry Bird a una pierna echándose ligeramente hacia atrás); pasaba con facilidad, sin artificios, especialmente desde la cabeza de la bombilla, para encontrar al compañero mejor situado; posteaba y utilizaba un ganchito resultón que sacaba desde la barriga; usaba su robusto (hasta rollizo cuerpo) para ganar la posición o cerrar el rebote como dictan los manuales; se dosificaba, pero defendía con fiereza, ahuyentando a sus rivales con sus famosos zarpazos (la garra que nunca sancionaban, que diría el siempre agudo Vicente Salaner) cuando éstos iniciaban la suspensión. Consideraba al gigantón Wallace Bryant que vistió las camisetas del Magia Huesca y del Barsa como su oponente más incómodo y de haber podido fichar, hubiera recuperado a Fernando Martín para su Estudiantes. Pero lo que multiplicaba sus habilidades era su extrasensorial conocimiento del juego. Ejercía de segundo base, representaba la prolongación del entrenador. 

Con fama de muy mirao para el dinero, los desvergonzados compañeros le repetían con frecuencia la misma broma cuando entrenaban en el templo de la calle Goya: “John, he visto a Anne Marie cargada de bolsas saliendo de El Corte Inglés”. Ya estaba de mala leche la siguiente hora y media. 

Tenía algunos buenos amigos entre la prensa como Sixto Miguel Serrano (que dicho sea de paso, es una pena que no siga narrando basket), aunque tuvo alguna pelotera, como el día en que tras ganar al Madrid con una sobresaliente actuación suya le dedicó tres cortes de mangas al histórico periodista de As, Martín Tello, que había escrito que era un gran bebedor de cerveza.

Culto, leía asiduamente varios diarios de información general y los especializados en economía, tanto los españoles como los de su país. Era corriente encontrarle en el Vips de López de Hoyos de madrugada hojeando las primeras ediciones.

Montó un pub (el Civic Center) enfrente del pabellón de la Universidad de Vilanova en que se servía comida española, trabajó en el TDBanknorth y también tocó el negocio inmobiliario. Fue acusado de evadir impuestos, alegó que su socio le había engañado y se libró de la cárcel, aunque tuvo que afrontar una severa multa. Se mantiene vinculado al basket como entrenador de instituto en Cromwell. El salón de su casa lo preside una foto conmemorativa de la Copa de Granada. 

Tras el “saco de patatas” llegaron 9 extranjeros en 2 años. Es John Pinone, un mito en el Ramiro, una leyenda para una generación, la del que nunca capitulaba. Es John Pinone, el jugador norteamericano que más temporadas ha permanecido en un club español (9), si exceptuamos a dos que vinieron para quedarse, los maravillosos Clifford Luyk y Wayne Brabender. Es John Pinone, natural, sin conservantes ni colorantes. Es John Pinone, otro caso que demuestra que el talento no entiende de envases: gordito, con pinta de leñador rupestre en Oregón, de granjero en Indiana o de tabernero en cualquier mesón castizo, pero amigo ¡cómo jugaba al baloncesto! Único, irrepetible. 



Dedicado al maestro de periodistas Carlos Jiménez, recientemente fallecido. Y a mi amigo Piter en Méjico lindo (que lo disfrutes).

Agradecido siempre a Carlos Laínez y a Raúl Barrera en la Biblioteca Ferrándiz del Espacio 2014 FEB. Un placer charlar con Nacho Azofra, Gonzalo Martínez y Miguel Ángel Martín de basket y de vida. Gran rato. Mil gracias. No me olvido de ti, David Zozaya, y de tu paciente chica, Natalia. Qué baratas me salen tus cañas. 


Bibliografía básica consultada (toda excelentemente escrita y documentada):

- John Pinone, el zarpazo del oso (Fernando Belda) en el libro Extranjeros en la ACB.
- Los libros Historias de una rivalidad y Ganar es de horteras de Guillermo Ortiz.
- “… Que nos vamos a Estambul, chim-pum”, el relato de Antonio Rodríguez en el nº 5 de Cuadernos de Basket.
- Club Estudiantes, 60 años de baloncesto, escrito por Felipe Sevillano, Carlos Jiménez, Alonso de Palencia y Santi Escribano.

Chapu Nocioni, corazón de león

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Finales de septiembre de 2014. Supercopa de Vitoria. El Madrid se alza con el primer título de la temporada frente al Barsa. La periodista de TVE pide paso a pié de pista. “Enhorabuena, venir al Madrid y ganar”. “Contento, pero yo he venido para ganar la Euroliga” (primera declaración de intenciones sin tapujos). “Mi rol en este equipo es diferente. El que se tiene que adaptar soy yo”, continua con modestia. Las palabras no suenan huecas, las pronuncia un campeón olímpico, un subcampeón mundial con larga andadura en la NBA. 

No se esconde, no da un paso atrás, jamás duda, identifica el objetivo. Auténtico, descarnado, frontal. “Valía la pena discutir con él, aunque sólo fuera por los abrazos del oso que luego te daba” (Sanchón, uno de sus anclas en Gasteiz).

Si le ponen una falda a cuadros y un hacha da en papel protagonista de Braveheart. Si le colocan en medio de la selva y ruge, acojona a un león. Ningún Papa le encargaría pintar la Capilla Sixtina, pero todos le llamarían para la defensa del Estado Pontificio. Es un mito en su país, un Dios en Vitoria, un icono en Madrid. Es, el “Chapu” Nocioni, sin conservantes ni colorantes. Irremplazable. 



Su hijo va a ser jugador de basquetbol

Para situarnos. Andrés Nocioni nació en Santa Fe en el año del señor de 1979. La criaturita pesó 4 Kilos y 900 gramos. Al poco, la familia emigró a Gálvez. Desde los 5 años, su padre, un fanático del básquet, le fue instruyendo en los secretos del juego. A los 10, ambos madrugaban para visionar los partidos de la liga ACB que pasaban por televisión. Su hermano mayor le endilgó el mote por el que ahora le llaman hasta su mujer y sus hijos. Dicen que cuando acudía a la pileta (piscina) siempre regresaba como un tomate, así que le cayó el apodo del protagonista de la serie infantil de la época, el Chapulín Colorado.

Comenzó a jugar en Club Ceci de Gálvez y a los 15 años le fichó la Unión de Santo Tomé, con el que ganó su título más querido, el campeonato de la Liga Santa Fesina. 

Una tarde de agosto del 95 se acercó Leon Njanudel a verlo. Andrés ignoraba que había hablado con su padre y desconocía, como el resto del público (le cobraron incluso la entrada), que estaba en la grada. A los 5 minutos el afamado entrenador marchó. Su padre asustado salió tras él: “¿Qué pasa? ¿No le gustó?” León se le para y le responde “Yo vine a comer pescado (al Quincho de Chiquito). Su hijo que vaya para Racing, que lo quiero seguro. Deja la escuela y se viene conmigo a Buenos Aires”. Pilo torció el gesto: “¿No será mejor que termine el colegio este año y el próximo veremos?”. León lo tomó por los hombros, tajante: “Yo también quiero que su hijo concluya los estudios, pero habrá de ser de otra manera. Su hijo va a ser jugador de básquet”. Y no hubo más que hablar. El pago del fichaje se tasó en 12 balones (el mismo estipendio que cobró Canoe cuando traspasó a Alberto Herreros a Estudiantes) y unas cuantas camisetas. Eran otros tiempos. 

León fue un referente, el promotor (tras su exitosa parada en el CAI Zaragoza) de la Liga Argentina en el año 85 y un adelantado, pues en Cañada Gómez entrenaron los primeros chicos becados del país. Destacaron sobremanera Marcelo Nicola, Hugo Sconochinni y Walter Guiñanzu. Su mano derecha, Julio Lamas, esquilmaba toda la vasta geografía de la nación rastreando altura, detectando talentos, para competir en el Racing Club de Avellaneda que acababa de comprar una plaza en la Serie A.

Njanudel además presionó para que el chico entrara en la preselección cadete del sudamericano de Arequipa del 96 cuando el cuadro ya estaba casi cerrado. Llegó en mitad de una práctica y tras un brutal mate en contraataque despejó dudas. Al grupo lo entrenaban Guillermo López y Fabián Cuito para después sumarse Guillermo Vecchio. El controvertido Vecchio tomó a la incipiente camada en el centro de alto rendimiento de Cenard. Bajo una disciplina militar les hablaba de medallas, “les faltaba soñar”, añadiría, entre panzadas cuerpo a tierra en el parquet y sesiones maratonianas de 6 horas. “Nos cambió el foco de la ambición” (Pepe Sánchez). Por la época al Chapu lo vacilaban los compañeros por el corte de pelo a lo Jim Carrey en “Tonto y Retonto” (o “Dos tontos muy tontos” en España) que llevaba. Poco después el adolescente declaraba en Racing: “Me caigo cuando las cosas no salen”. Afortunadamente, cómo cambió el cuento. 

Surgieron problemas de impagos y el jovencito un año después partió a Olimpia de Venado Tuerto. Allí compartió cancha junto a Walter Herrmann y a jugadorazos asentados como Jorge Racca, el “Puma” Montecchia y el “Loco Montenegro” que contaba que no paraba quieto. Un día llegó a las 10 a entrenar y el chaval ya estaba tirando. “¿Desde qué hora llevas?, le preguntó. “Desde las 8. Es que no podía dormir”, respondió “el Chapu” que vivió con 16 años la derrota (1-2) de la Intercontinental frente al Panathinaikos de Sconochini y Nicola a la vuelta en Atenas. 

El siguiente escalón sería Independiente de General Pico, donde conoció a Paula, su mujer. Con el tiempo se tatuó la alianza de casado porque la perdió en dos ocasiones y “había que remontarla”. Allí permaneció dos campañas y llegó a la final liguera para caer 4-3 frente al Atenas. Una “volcada” sobre Rubén Wolkowyski todavía causa furor en internet.

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“La próxima vez te voy a romper la muñeca”

En los Juegos Pananericanos de 1999 Nocioni casi da con sus huesos en la cárcel. En el intermedio del partido frente a Puerto Rico su empuje le traiciona y suelta un puñetazo al jugador Antonio Latimer que le deja KO.

En el Preolímpico del mismo verano en San Juan, los albicelestes entran tímidos y salen derrotados frente a Canadá (el resultado a la postre les dejó fuera de los Juegos de Sidney). A lo largo de la competición se rehacen y el 17 de Julio Chapu muestra a los profesionales USA de lo que es capaz. Se va de Garnett por línea de fondo y cuando sale Tim Duncan les estampa un mate brutal a canasta pasada. “Te voy a romper la muñeca la próxima vez”, le espeta un malhumorado Garnett. Esa foto la guardó durante años Andrés como fondo de pantalla de su computadora (ordenador). Tiempo muerto de Larry Brown, que prepara una jugada para su denigrada estrella. Nocioni no se amilana y acepta el reto: de ninguna manera iba a permitir la volcada y comete falta sobre el “pro”. Argentina pierde 72-103 y finaliza en tercera posición. 

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¡Qué bueno que viniste!

Efecto dominó: León Nadjnuden dio la pista de lo que se estaba engendrando en Argentina a Pepe Laso, éste se lo insinuó a Josean Querejeta, que inmediatamente ordenó a su director de deportivo, Alfredo Salazar, que se pusiera en marcha. Era un mercado virgen y barato, en el que firmar jugadores de futuro que además pudieran acceder a la doble nacionalidad (posteriormente entrarían casi todos como comunitarios por sus ancestros italianos). En Cañada de Gómez sufrió un shock cuando vio poner el balón en el suelo a Marcelo Nicola ¡lo que hacía ese chico con 2,08 metros! Del Chapu le impresionó su exuberante físico y su extrema competitividad, pero recelaba de sus cortacircuitos. Contactó con el chico en un All Star en Mar de Plata y, contraviniendo la opinión generalizada que se decantaba por el tirador brasileño Guilherme Giovannoni, arriesgó y concretó su fichaje. Ya en Vitoria, Andrés firmaría el contrato junto a su agente, Claudio Villanueva, en el capó de un coche. La adquisición del santefesino cambió la percepción de Salazar: “Si puedes, ficha a un jugador de pueblo”, recomienda el avispado secretario técnico desde entonces. El primitivo plan era cerrar posteriormente a Walter Herrmann, pero no hubo plata para ambos. 

Tuvo que aguardar los casi 4 meses que tardó en venir el pasaporte italiano para debutar con el TAU. Estudiantes le aguó la fiesta en los cuartos coperos del 2000. Su estadística reflejó 4 puntos y rebotes en 11 minutos. Esa temporada jugó 84 minutos e hizo 33 puntos (con un máximo de 11) repartidos en 8 partidos. A mitad de curso Julio Lamas había sustituido a Salva Maldonado (que nunca pareció cuadrarle a Querejeta) y los alaveses anduvieron ávidos para incorporar a Fabricio Oberto, que había salido por la puerta de atrás de Olimpiakos. Juan Alberto Espil ayuda al novato en su proceso de adaptación. El 4º puesto final no está mal, pero no sacia las aspiraciones del proyecto. 

En Vitoria le juzgan algo verde y le ceden a Manresa, un puntal de la 2ª categoría para que madure con minutos de calidad y responsabilidad. Otros se hubieran hundido, el Chapu no: “Mi etapa en Manresa fue muy importante. Me dio la oportunidad de ser protagonista y definí mi juego en la posición de 3, ya que en Argentina solía jugar de 4… Tenía clarísimo que el único camino para jugar en Europa consistía en mejorar mi tiro y trasladarme a la posición de alero”. En Vitoria habían sido claros: “O controlas el temperamento o te vuelves a Argentina” y el Chapu cumplió. Llegaron hasta las semifinales, en las que fueron apeados por el Lleida de los Grimau, Oliver, Bosch, Alzamora, Comas, Capdevila o Modderman, y fue designado por la Revista Gigantes como mejor jugador de la LEB. Promedió 15,5 puntos en 23,9 minutos. 

En su regreso a Gasteiz en la temporada 2001-2002 parecía destinado al banquillo, pero el tema de los “comunitarios B” relegó a Timinskas y Stombergas y aupó a Nocioni, que aprovechó la ocasión para establecerse como titular indiscutible en el año del doblete. Los argentinos Scola, Oberto, Sconochini, Gabi Fernández y Nocioni, inocularon su veneno competitivo al equipo vasco. En la Copa desafiaron a la maldición del local y se deshicieron de Joventut (la guerra que dieron los de Manel Comas, que sólo dieron su brazo a torcer tras un tiro cayéndose hacia atrás de Luis Scola), Unicaja y Barcelona (con el lanzamiento ganador del gran Elmer Bennett). El Chapu se comió crudito a un jugadorazo como Karnisovas y Tomasevic mostró su ingente calidad para ser elegido MVP. En Liga pulverizaron a Pamesa, Barcelona y Unicaja. En la final desbarataron el factor cancha a los malagueños al ganarles los dos encuentros en la Costa del Sol. Para Vitoria Nocioni se reservó su mejor cara (25 puntos y 8 rebotes) en el epílogo. Bennett fue designado mejor jugador de las series y no se borra la estampa de Scola y Nocioni subidos a la mesa de anotadores en las celebraciones. En la rueda de prensa, Dusko Ivanovic, medio en broma, medio en serio, respondió a las insinuaciones del Chapu: “Si alguien quiere entrenar mañana, por mi no hay inconveniente”. Jugador y técnico siempre tuvieron sus tiranteces y cuenta la leyenda que la sala de pesas se pagó con las multas que juntó el Chapu Nocioni. 



Haciendo historia

Los jóvenes talentos andinos van cuajando. La Selección gana el torneo Sudamericano después de 14 años y en 2001 el Torneo de las Américas de Neuquen con 10 victorias sobre 10 partidos por una diferencia media de casi 23 puntos. “Fue una exhibición. Era como ver a los Globetrotters todos los días… Todos jugábamos y bien”, declaraba Chapu. 26 victorias consecutivas lo atestiguan. Sólo habían claudicado ante los profesionales USA en los Goodwill Game de Brisbanne. 

Verano 2002, Argentina en bancarrota. El seleccionador Ruben Manglano lleva 6 meses sin cobrar. En ese ambiente la preparación para el Mundial de Indianápolis se hace interminable. 35 días concentrados, con sólo una derrota en Méjico a 40 grados de temperatura en un partido que terminó a mamporros, en un viaje que no tenía fin. Los directivos con pasaje preferente, la tropa en turista. Un cambio respecto al plantel del Panamericano (Montecchia entra por Farabello) y “8 españoles” en la cuadrilla. 

En el grupo de salida, tres victorias holgadas ante Venezuela, Rusia y Nueva Zelanda. En la siguiente fase suman otras dos ante China y Alemania, pero para evitar a Yugoslavia en cuartos deben de vencer a la selección profesional de Estados Unidos. 

El “Puma” Montecchia acude al desayuno diciendo que había soñado que ganaban. A Manglano algunos periodistas le habían venido con el cuento de si iba a reservar jugadores para el cruce. Dio la charla previa como si se enfrentaran a cualquier equipo y pinchó a los suyos: “¿Qué piensan? ¿Que hemos venido a sacarnos fotos con ellos?”. “Me dí cuenta de que íbamos a competir”, recalcaba el Chapu. 

Al descanso 16 arriba para Argentina, que llegó a tener una máxima de 20 (52-32). Vivir para ver. Los gauchos detectan el miedo y las dudas en el rostro de los gringos que frustrados llegan a hacer tres faltas duras sin balón. Un taponazo de Scola (al que no se le tiene por un gran saltador) sobre Jermaine O´Neal escenifica el partido. “El banquillo lo celebró como un gol de Maradona” (Nocioni). El norteamericano enrabietado pisa la espalda de Luis cuando regresa a defender. En la 2ª mitad un parcial de 9-2 acerca a 6 a los USA. La exjugadora Cheryl Miller arenga a su hermano Reggie (el ídolo local) en la grada. Un canastón de Manu Ginobili sobre el cierre del tercer cuarto da cierta tranquilidad (68-60). 

A 5 minutos para la conclusión Argentina gana por 12. Oberto amaga el bloqueo central y continúa, Pepe Sánchez lo ve y le da una asistencia magistral que acaba en mate. Con 1 minuto y 40 segundos por jugar y 10 arriba “el Defensor del Pueblo”, Andrés Nocioni, saca una falta de ataque a Finley. El 87-80, con 15 puntos de Ginobili, 11 de Oberto, 13 de Scola y 14 de Nocioni, ha quedado en los anales de la historia. 

Desde el “Dream Team” de Barcelona 92 nadie había quebrado a la selección profesional americana que representaba a su país (58-0). Los jugadores albicelestes cantaban alborozados “Esta es la banda”, los hinchas lloraban enloquecidos en la platea. La llegada de la expedición al hotel resultó emocionante: el vestíbulo circular se abría hacia arriba, todas las delegaciones salieron a aplaudirles en señal de reconocimiento. Se habían ganado el reconocimiento del mundo. “Pasamos a ser los Rolling Stones”, alucinaba Fabricio Oberto. Parafraseando a Led Zeppelin, La Nación abría su edición con el titular: “Una escalera al cielo”.

Consiguieron mantener los pies en la tierra para vencer a Brasil en cuartos y a la Alemania de Nowitzki (que había eliminado a España) en semifinales. La lástima es que Manu Ginobili se hizo un esguince de caballo frente a los germanos. En la charla después de la cena, Manglano deja una frase para recordar: “Entramos en la historia, vamos para la gloria”. Aún así, Argentina hizo el partido perfecto durante 38 minutos. A esas alturas, cobraba una ventaja de 74-66 hasta que Bodiroga, “el jugador lento más rápido del mundo”, según Sconochinni, tomó cartas en el asunto con 9 puntos seguidos. Empate. Scola pierde un balón en medio campo y comete una falta dudosa sobre Divac a falta de 5 segundos. Vlade desperdicia los 2 tiros libres, Hugo Sconochini recorre el campo y recibe una personal bastante clara que el griego Pitsilkas y el dominicano Mercedes ignoran de manera vergonzosa. En la prórroga la moral de los sudamericanos se diluye como un azucarillo en el café y palman. Ese es el hecho y éstos los comentarios de los albicelestes una vez pasado el sofoco: “Perdimos por no haber estado ahí antes” (Pepe Sánchez). “No supimos cerrarlo” (Oberto, que se merendó a los postes europeos con 28 puntos y 10 rebotes). Así de jodido. 

En diciembre Papa Noel trae al Chapu una ampliación de contrato hasta 2006 como merecido regalo. En esa Liga 2002-2003 se vivió una auténtica colonización criolla en la ACB: hasta 16 jugadores venidos de allá figuraban en sus equipos.

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Campeón de Copa y salida hacia la NBA

En la campaña 2003-04 Baskonia alcanza la Copa del Rey en Sevilla frente al Joventut de Rudy Fernández (MVP). Nocioni (20 puntos) y Scola (22) lo bordan rodeados de un magnífico conjunto de jugadores (Prigioni, Calderón, Macijauskas, Betts, Vidal y Kornel David), quizá algo corto para hacer frente a las tres competiciones. En Liga es declarado MVP de la temporada regular. Estudiantes les cierra el paso a la final en el definitivo 5º encuentro en Vitoria y CSKA les aparta de la Euroliga. 

En julio, Andrés manda un SMS a Josean Querejeta: “Sabes que no era mi sueño, pero no puedo decir que no a Chicago”. Ivica Dukan había quedado prendado de su juego y la demostración que realiza en Euroliga en Treviso ante la Bennetton (36 puntos, 15 rebotes y 48 de valoración) termina por enamorarle. Le pasean en limousina por la “Ciudad del Viento”, le exhiben los 6 trofeos O´Brien y le plantan un contrato de más de 9 millones de $ por 3 años. Sus demandas son escuchadas por los Bulls: “No quiero perder plata ni comer banco”. Como Baskonia no rebajó un céntimo la clausula de salida (3.650.000 euros), en Chicago tuvieron que aumentar la oferta hasta los 11 millones de $. Nocioni solicitó un crédito para acometer la indemnización y pidió permiso para abandonar momentáneamente la convocatoria de la selección para firmar el contrato. Hubo de gestionar un nuevo pasaporte con urgencia, pues lo tenía caducado. Lo que poca gente sabe es que un mes antes el Madrid le había hecho una oferta deslumbrante con cantidades similares a las que iba a percibir al otro lado del Atlántico, pero “quería probarme a mí mismo”, quería demostrarse que podía competir con los mejores. 



Oro Olímpico en Atenas 2004

Tardó en saberse, pero en el Preolímpico de San Juan de Puerto Rico después del desastre ante Méjico en la primera jornada, el Chapu Nocioni entró dando voces en el vestuario: “¡Pero qué cojones pasa! ¡Es que ya no tenemos hambre! Ginobili (que venía de ganar un anillo) se le encaró sin perder la calma: “Así es. Yo no tengo el mismo hambre”, más todos querían participar en los Juegos y redimirse de la plata mundial. 

Respecto a las convocatorias anteriores se habían caído Victoriano y Palladino, ocupando sus puestos Delfino y Herrmann. 

Pese a la milagrosa canasta sobre la bocina de Manu Ginobili que significaba la revancha mundialista sobre Yugoslavia en la puesta de largo del torneo, el grupo no conservaba las mejores vibraciones y sufrió dos derrotas en la primera fase ante España e Italia que les condenaba a jugarse la eliminatoria de cuartos ante los anfitriones. Tuvo que aparecer Walter Herrmann en lugar de un descentrado Nocioni (al banquillo tras cometer la 3ª personal y señalársele una técnica posterior) para rescatar la autoestima y despertar a sus compañeros. 

Rival conocido en semifinales: Estados Unidos y su pléyade es estrellas profesionales. El choque fue casi hasta sencillo para los argentinos (89-81), catapultados por un Ginobili sublime y convencido de la victoria (29 puntos), escoltado por Nocioni (13), Montecchia (12) y Herrmann (11). Éste pregonó “Es el partido que no quieres que se termine nunca”. Para Delfino “Habíamos ganado a Batman, a Robin y al resto de los superhéroes”. Pese a los puntos de Marbury (18), Iverson (10) y Odom (14), los pross se mostraron mortales, estuvieron aciagos en el tiro de 3 puntos (3/11) y acusaron en exceso los problemas de faltas de Duncan (10 puntos en 20 minutos).

La final ante la sorprendente Italia que se había cargado a Lituania amparada en el gran acierto exterior (18 triples) la empezaron a ganar los argentinos la noche antes. Sí, porque como no pegaban ojo, Delfino, Leo Gutiérrez, Nocioni, Sconochini, decidieron dejar la partida de cartas (jugaban al truco) y salir a correr de madrugada para quitar tensión. Cuando más allá de la una, los italianos se asomaron a la terraza y los vieron, los tomaron por locos. Mientras, Oberto regresaba de la clínica con el brazo escayolado (Marbury le había roto el quinto metacarpiano de su mano derecha cuando restaba un minuto en una dura personal). Sus colegas le consolaron: “Quédate tranquilo, mañana no nos vas a hacer falta”. Durante el encuentro el resultado se mantuvo parejo, 43-41 al descanso, hasta que “el puma” Montecchia abrió la caja de los truenos e hizo 3 triples a partir del minuto 30 que abrieron brecha definitiva (84-69). Nocioni contribuyó más con su intimidación (3 tapones y 9 rebotes) que con sus puntos (7). En el certamen promedió 10 puntos y 3,7 rebotes en 24 minutos. 

Ese 28 de Agosto de 2004 es Historia con mayúsculas en el calendario del Deporte Argentino. Ese día, el himno “Oid mortales” se escuchó por la mañana en el fútbol y por la tarde con el baloncesto. Doble metal dorado. Olé salía bajo el título de “Héroes” en portada. Gigantes en su análisis semanal era ciertamente explícito: “Albicelestiales”. Dos días después la Confederación Argentina de Basquetbol cumplía 75 años. 

Ruben Manglano “La experiencia no la compras. Perder el miedo a ganar” y Hugo Sconochini “No son compañeros de equipo son hermanos de camiseta” dan algunas de las claves del éxito. Chapu escenifica lo que era ese equipo: “Cuando entrenábamos o estábamos juntos, “nos odiábamos”. El entrenador tenía que parar el entreno y ordenar que paráramos de pegarnos, pues alguno podía salir lastimado. Pero después salíamos de la cancha y nos íbamos todos juntos”. El colofón lo pone el gran Manu Ginobili “Es un privilegio formar parte de este equipo. Tanto en la victoria en el 2004 como en la derrota después de España. No hay otro lugar en que quisiera estar que no fuera este equipo perdiendo ese partido”.



La NBA

Chapu Noccioni estuvo 8 temporadas en la mejor liga del mundo vistiendo las camisetas de los Bulls de Chicago, los Kings de Sacramento y los Sixers de Philadelphia. Participó en 514 partidos de temporada regular (promediando 10,5 puntos y 4,5 rebotes en 23,4 minutos) y 23 de playoffs (13 puntos, 6 rebotes en 27,7 minutos).

Aterriza en un equipo en plena reconstrucción, con talento joven (Chandler, Gordon y Hinrich). En Chicago le conocen como “Red Bull” y su energía contacta y conecta con el graderío. Cautivaba a su entrenador, Scott Skiles “Es duro, bastante completo y ama este deporte” y a su director deportivo, John Paxson “Es lo que buscábamos físico, agresivo y competitivo”. Rivalizaba por un puesto con Luol Deng (nº 7 del draft). En los últimos 12 partidos de la segunda campaña promedió 19,1 puntos y 10,4 rebotes. En la postemporada pusieron contra las cuerdas a los Heat de Miami en su camino hacia el título, alargando el Chapu su pico de forma (22 puntos y casi 9 rebotes). Recibió el premio al mejor jugador de la franquicia. En el curso siguiente, una fascitis plantar le limita, pero los Bulls le garantizan la vida (38 millones de $ por 5 temporadas). 

En la auténtica ciudad de los rascacielos vivió su apogeo entre los profesionales durante 5 campañas. Amplió sus recursos ofensivos alternando las posiciones de 3 y 4 y ganó tiro con las sesiones individuales con Ron Adams. Cuenta que a las afueras de Chicago pasaba tardes enteras subido a la copa de un árbol provisto de un arco y unas flechas para cazar. Avezado cazador, jamás apresó de esa guisa ni un ciervo ni un jabalí. 

En febrero de 2009 entró en una operación de traspaso múltiple con dirección a los Kings de Sacramento. Allí aguantó temporada y media. En la segunda el israelí Omri Casspi (un ídolo para la numerosa comunidad judía) le recortó minutos y le llevó al banquillo. Llegó a ser detenido por conducir borracho “Juro por Dios que es lo más estúpido que hice en mi vida”, pasó la noche en el calabozo. Para “redimirse” la tarde siguiente anotó 4 triples ante los Jazz. En junio de 2010 fue traspasado a los antaño esplendorosos Sixers de Philadelphia, que iniciada la segunda década del siglo XXI habían perdido cualquier rastro de brillo. Si en la primera campaña disputó 54 partidos, en la segunda fue cortado después de jugar sólo 11 para regresar en marzo de 2012 a Europa. En el 2011, en medio del Lock out de la NBA, se había dado el gusto de retornar a su país para ganar junto a su amigo Leo Gutiérrez el Super 8 con Peñarol (entrenado por Sergio “oveja” Hernández). “No sé si disfrutaría tanto un título en la NBA como aquí. Acá juego al básquet, en otra parte juego por mi laburo”, se franqueó. 

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¡Qué bueno que volviste!

Vitoria esperaba con los brazos abiertos a su primera figura que había emigrado a profesionales. La puesta de largo no podía ser más ostentosa, pues el 9 de abril de 2012 se completaba la remodelación de su fastuoso pabellón. El Madrid era el invitado de lujo en un repleto recinto (15.504 espectadores) de un partido liguero que sería retransmitido a 47 países. En Vitoria restableció sus ganas de competir “Venía de una época de banco en Philadelphia con mucho dolor de nalgas”. Se siente querido y recobra sensaciones, pero en Baskonia notan la crisis y por primera vez en tiempo no acoplan un proyecto competitivo: vaivenes de entrenadores, un montón de jugadores menos identificados e identificables y estrecheces económicas. En abril de 2013, Chapu le dice no a los Spurs de San Antonio, pero aquello no termina de arrancar. El 10 de abril de 2014 quizá realiza su último gran partido con la camiseta vasca. Se picó con Papanikolau que pretendió ridiculizarlo e hizo 37 puntos y 35 de valoración en la inútil victoria de Euroliga en el Palau: “Se dio el juego y se me abrió el aro”. En julio tras 333 partidos, abandona la disciplina alavesa. Firma con el Madrid, que abona 100.000 euros a Baskonia por renunciar al derecho de tanteo. 

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Hormigas en el cuerpo

“Desde afuera vi la vuelta de un grande cuando llegaron a dos finales de Euroliga”. “Tenía un hormigueo grande por jugar en el Real Madrid” (Prigioni se lo aconsejó). “Mi carrera siempre se ha movido por la ambición”. Enseguida Laso definió su rol “Sólo quiero que sea el Chapu”.

La final de Copa en Gran Canaria 2015 la jugó cojeando, con el tobillo como un botijo. 4 tapones sembraron el pánico entre los barcelonistas, 2 balones recuperados lanzándose en plancha estimularon a sus compañeros, un par de triples desataron la locura en la grada. Nocioni había vuelto con el cuchillo entre los dientes. Los jugadores habían apostado con su entrenador: si ganaban, se bañarían de madrugada en la Cibeles. Sólo uno, aguantó el relente y se metió en la fuente: “¿Dónde viste un gaucho sin palabra de honor?”.

Madrid acoge la Final Four de la Euroliga en primavera. Un hueso, el Fenerbahce de Obradovic, en la primera semifinal. El Real no da opción con Nocioni a lo suyo “En este equipo ya sobraba talento, yo trato de hacer otras cosas”. Traduzco: 12 puntos, 6 rebotes, 7 faltas recibidas, 18 de valoración y un marcaje descomunal sobre Bjelica. Los 3 últimos oníricos minutos de Spanoulis frente al CSKA pasan a formar parte de la historia del mejor baloncesto. Inenarrable lo del Dios griego que obra otro milagro y deja a los rusos helados. La reedición de la final de Londres está servida. El Madrid aguanta la presión del local y la del doble finalista en los años precedentes, y plantea un partido a la altura física que la cita requiere. La defensa a Kill Bill y su bloqueo central directo es de clinic. Macioulis, Ayón y Noccioni no hacen prisioneros. El cuarteto español rinde como se espera, Rivers se descubre como un gran fichaje y Carroll anota triples en el momento clave. Chapu (12 puntos, 7 rebotes, 2 tapones, 18 de valoración es elegido MVP) no cabe de gozo: “Por eso vine, quería ponerme en una situación así. Quería jugar una final como esta”. “Soy muy ansioso. Había que soltar a la fiera un rato”. “Me siento más joven que hace 6 años porque estoy compitiendo por ganarlo todo”. Sus camaradas se quedaban sin palabras. “Es adrenalina pura. El salto de calidad que nos faltaba, nos lo ha dado él. Cuando el partido lo necesita, ahí está, nunca se esconde” (Llull). “Tenerlo en el Madrid es una bendición” (Chacho Rodríguez). Se da un piquito en el manicomio del vestuario con su compadre “Facu” Campazzo y avisa: “Vamos por más”.

Y efectivamente le ganan la Liga al Barsa (y pide perdón por si alguien se ha molestado con sus enérgicos gestos en el Palau), la Intercontinental al Baurú en Brasil y la Copa 2016 al Gran Canaria de Aíto, después de deshacerse en semis en un partido enorme (con el Chapu capital jugándose el físico) de Baskonia, que este curso sí tiene un equipo para hacer algo grande. 

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La penúltima hazaña

Después de colgarse el oro olímpico en Atenas, Nocioni da el “gran alegrón” a… España en el Mundial de Japón. Su triple errado en semifinales (la imagen la llevó Pepe Sáez años en el móvil) inicia la era ÑBA. Los argentinos son cuartos tras las estrellas americanas que se habían apagado frente a los dioses griegos en semifinales. 

El bronce de los Juegos de Pekín tuvo su mérito. En cuartos apretaron los dientes para eliminar a los griegos, 80-78, con Ginobili (24) y Delfino (23) como estiletes en las alas. Con los pross en semis llegaron a soñar (40-46), pero los gringos no estaban para bromas (81-101). Argentina alcanzó el bronce frente a Lituania, sin Manu Ginobili lesionado en un tobillo. Scola (16), Delfino (20), Leo Gutiérrez (11), Nocioni (14) aportaron los puntos; Prigioni y Oberto sumaron otros 9 cada uno y un quintal de experiencia. USA no dejó escapar el oro en una final para recordar frente a una España galáctica. En la expedición albiceleste recuerdan el enfado que se agarró el Chapu, pues pensaba que le estaban estafando y que aquella no era la Muralla China. 

Septiembre de 2015, Argentina había acudido al Campeonato FIBA América en Méjico envuelta en un mar de dudas. De los históricos, sólo quedan el Chapu Nocioni y Luis Scola. En la apertura tumban a Puerto Rico. Al segundo partido los jóvenes albicelestes demuestran ser dignos herederos de los “viejos” y se llevan por delante a la favorita, Canadá (que cuenta con 8 NBAs en sus filas). Scola llena la planilla de estadísticas (35 puntos). Superan a Cuba, Venezuela, Panamá, Uruguay y República Dominicana. El 12 de Septiembre, la anfitriona, Méjico que les había vencido en la fase de grupos, espera en semifinales con 17.500 hinchas a su favor. El partido tiene un premio adicional: el billete a los Juegos de Río. Los gauchos se agarran al parquet. A Scola (18 puntos y 10 rebotes) y a Chapu Nocioni (10 puntos y 13 rebotes) no los sacan del Coliseo ni las fuerzas del orden. A lo último “arrastraban las patas”, pero juegan los 40 minutos. Facundo Campazzo se erige en la tercera vía (15 puntos y 8 asistencias). Argentina destroza los pronósticos (se impone 78-70) para acceder a los cuartos Juegos Olímpicos consecutivos. 

Reproduzco fragmentos de la entrevista posterior al Chapu en televisión: “Es una locura… otra Olimpiada. Se me cruza todo… A mí familia por haberme dejado venir otra vez acá… Sabía que había una química… Dudamos por momentos, pero fue increíble… Luis y yo fuimos dos trailers, pero los chicos se portaron bárbaro… Esto es una gloria, algo de lo más lindo que he vivido y eso que he ganado todo este año. Se lo dedico a Argentina, carajo. Realmente la hemos luchado como nunca este año. Me siento orgulloso. Es una cosa que me encanta, por eso vengo” (y se abraza emocionado al periodista, el “mosquito” José Enrique Montesano). Sin palabras. Pasión por el baloncesto, sentimiento por unos colores. Horas más tarde Chapu declara en twitter su profunda admiración por Luis Scola: “¡Con éste conquisto el mundo! ¡Desde los 15 años que estoy con él! ¡Yo puedo decir que jugué con una leyenda!”. Éste le devuelve el agasajo: “Me hiciste emocionar con tu tuit y con tu torneo. Nos queda una batalla. Abrazo amigo”.


El jugador al que todos quieren tener, el mejor compañero de trinchera

El Chapu tiene la virtud de poner de acuerdo a propios y ajenos: todos le querrían tener en su equipo. Es un espíritu irreductible, un canto a la rebelión. No contempla la derrota, ni busca ni encuentra excusas, no valora la tregua, no se pliega a ententes, sólo abraza la victoria. Orgullo de sus fieles, flagelo de sus rivales. Nunca claudica, desmiente a los conformistas. De la necesidad hizo virtud, de la vocación su profesión. 

Le enseñaron a tirar, a pasar. Mejoró la lectura del juego, acompasó tímidamente pulsaciones. Explotó su salto, su exuberancia física, exploró su fiereza defensiva y exprimió su ansia reboteadora. En lo nadie le adoctrinó, lo que venía de serie era su gen competidor, su carácter ganador. Habría que clonarle.

Vos tenés los huevos del caballo de Espartero. No sé cuantos saltos, tiros o rebotes te quedarán, pero mientras, como bien dices: “Habrá que seguir añadiéndole hojas al libro”.



Mi homenaje a una Generación Dorada, con cabeza (“Pepe Sánchez” y Prigioni), manos (Ginobili y Delfino), pies (Scola), corazón (Oberto) y alma (Nocioni). Y muchos más, claro. ¡Ah! Y para cojones, siempre dos docenas. Miles de gracias porque habéis hecho más grande la historia del baloncesto.

Raúl López y la lámpara maravillosa

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La proclama de Charly Sainz se antoja el eslogan de una cerveza 0.0: “Sin lesiones y sin Pau Gasol, hubiera sido el mejor jugador de la historia del baloncesto español”. Las palabras de Sergio Scariolo suenan a declaración de amor de las de antes, a rendición en toda regla: “Han pasado 16 años desde que entrevisté a un niño de 19 para llevarlo a mi equipo, y sigo pensando lo mismo… que era el mejor”.

Hablamos del genio de la lámpara maravillosa, del faro que de inicio alumbró a una generación irrepetible, del base puro más completo y clarividente que haya dado nuestro basket. Hablamos de un alquimista de sueños, de exquisito caviar para los más exigentes paladares. Hablamos de talento puro, sin cortar. Hablamos de un perfume embriagador, mimético que durante casi dos décadas ha atraído por igual a entrenadores exigentes, compañeros hechizados y aficionados enamorados. Oro molido a granel. Hablamos de Raúl López. Pidan tres deseos, cierren los ojos y hablemos pues. 




En la cuna del basket

Su padre abandonaba “La Tortuga”, el bar que regentaba en Vic, dos tardes a la semana para acercar al chico a los entrenamientos en Badalona. Los 70 kilómetros que separaban las ciudades suponían un quebranto familiar diario, así que en la Penya, convencidos por las cualidades que ya había apuntado el ojeador Josep Claret (alertado por Toni Martorell, su entrenador en el pueblo), decidieron el año siguiente incorporarlo al equipo y buscar el mejor acomodo, la casa de Miquel Nolis (uno de los mejores preparadores de cantera que ha dado nuestro baloncesto). El célebre moldeador de promesas se descubre: “Es uno de los jugadores más agradecidos que he entrenado… Era una esponja, lo captaba todo”. El cariñoso abrazo entre pupilo y tutor en el Olimpic tras el último encuentro en abril, reflejaba toneladas de admiración mutua. 

El olfato de los verdinegros en la detección de talentos es ancestral y el de la ciudad del famoso fuet lo dejó meridiano cuando se proclamó Campeón de España Cadete en Málaga en la temporada 95-96. El Barsa llegaba a la Costa del Sol con el título catalán e invicto. En una semana los de Xavier Castillo se deshicieron en dos ocasiones de sus eternos oponentes. El histórico Ciudad Jardín abrió la despensa de trofeos de Raúl (Joventut 92-Barcelona 79) y el inicio de una rivalidad sana e intemporal con Juan Carlos Navarro. Lo que arrasaban en la selección autonómica (donde Raúl desplazaba a Juanqui al puesto de escolta), se lo disputaban a brazo partido en sus enfrentamientos de clubes. 

De aquel tiempo vienen sus primeros contactos en la selección cadete con sus futuros compañeros de singular camada, aunque el estreno de Raúl fue un tanto desconcertante. Al chico le costaba hablar fluido castellano, tanto que en la primera jugada marcó “Vermell”, en lugar de “Rojo” ante el asombro ý la algarabía de todos. Incluso el estreno con Ángel Pardo (por entonces seleccionador cadete) había sido desastroso, pues se había marchado a la ducha sin anotar un solo punto en el derby catalán, pero en la grada el discípulo de Pinedo no se iba a llevar a engaño por una mala tarde del chaval. Su calidad y desparpajo saltaba a la vista. 

Aquella muchachada abrió la caja de pandora en Manheim, en la primavera del 98, con el mérito añadido de que a la base americana en Alemania acudieron sin tres de sus puntales (Navarro, Antonio Bueno y Felipe Reyes). El peculiar torneo se tomaba como un Campeonato del Mundo Junior oficioso. Una derrota ante Rusia manchó una buena primera fase. En semifinales noqueron al combinado USA delante de unas gradas repletas de aficionados estadounidenses (108-101). En la final ante Australia, un cara a cara frontal maravilloso de Carlos Cabezas, resolvió el partido (80-78). Asomaba Pau Gasol (19 puntos), lucía el dúo badalonés que compartía piso (Dramec y Raúl con 13 puntos cada uno) y despuntaba el académico juego de pies de Germán Gabriel (12 puntos). 

30 de abril de 1998. Último partido de temporada regular. Joventut recibe a Caja San Fernando. Alfred Julbe reserva a su base titular, el espejo en el que se mira Raúl, André Turner, con problemas lumbares, y tras sólo 5 entrenamientos con la primera plantilla, da la alternativa al mozo. Cuando está en la mesa de anotadores para sustituir a Iván Corrales le da una instrucción: “Sal ahí y diviértete. Sólo eso… diviértete”. El chaval, siempre obediente, se lo pasa bomba en su debut ACB con la mayoría de edad recién cruzada. En 18 minutos completa una actuación para rescatar de la hemeroteca: 10 puntos con 3/3 triples, 4 asistencias, 2 rebotes y 12 de valoración. La victoria (103-89) concedía la cuarta plaza previa a los playoffs. 

El desenlace del curso resultó grandioso para los nacidos en el 80. El Campeonato de España Junior de Tenerife en mayo de 1998 probablemente arrojó la mayor cantidad de talento por metro cuadrado de parquet hasta entonces conocida. El Joventut después de coronarse en Cataluña, despachó al Madrid con un Dramec sideral (33 puntos y 13 rebotes) para colarse en semifinales. El Barsa saboreó su venganza frente a sus vecinos (80-78), pese a los 23 puntos y 6 asistencias de López. Por el otro lado del cuadro, Estudiantes entró en la final gracias a un descomunal Felipe Reyes (23 puntos y 29 rebotes) después de prórroga (80-72) ante los talentosos malagueños (Cabezas, Berni y Germán) de Unicaja. El Barsa de Joaquín Costa no dio opción en el encuentro definitivo (89-69) con Gasol (29 puntos) y Navarro (19) deslumbrantes. Las libretas de los ojeadores echaban humo, tanto que 5 españoles eran invitados al prestigioso Nike Euro Camp de Treviso: Raúl López (4º máximo anotador del torneo canario con 20 puntos de promedio), Navarro (20,6 puntos y 4,4 asistencias), Dramec (20 puntos, encabezando además la clasificación de balones robados), Gasol (5,8 intimidantes tapones por partido) y López Valera del Real Madrid. Curiosamente el máximo anotador del certamen fue Julio González (22,2 puntos), aquel fornido alero de tiro tan poco ortodoxo. 




Juventud, divino tesoro

Varna, Bulgaria. Frontera con Grecia. La excursión desde Madrid fue lo más parecido a una odisea de 20 horas. Avión hasta Bucarest para continuar trayecto en una tartana por inhóspitas carreteras. En un determinado momento de la ardua travesía, el ayudante Carlos Sergio, socarrón, dio en el clavo: “Cuando lleguemos algún jugador ha dejado de ser junior”. Ya instalados, segundo contratiempo: derrota en la apertura (75-79) frente a la aguerrida Israel, a pesar de los 21 puntos de López. Por la noche, los jugadores se reúnen en la habitación de Raúl, el capitán, y se dicen las cosas a las claras. Mano de santo. Los búlgaros, pese a sus vergonzosas artimañas con la manipulación de los aros, son los primeros en caer: Felipe se pone las pilas (27 puntos) con Raúl al timón (12 puntos), apoyados por Pau (13) en la pintura. Frente a Lituania, Reyes sigue a lo suyo (13 puntos y 12 rebotes), Navarro afina puntería (19), auxiliado por el perímetro verdinegro (Dramec y Raúl convierten 10 por barba). La primera fase se concluye con dos victorias ante enemigos de tronío, Croacia e Italia. En cuartos empieza lo serio. Victoria clara sobre la Rusia de Kirilenko con un partidazo grupal (97-73) del que sobresale un atinadísimo Navarro (30). En semis llega el encuentro del torneo. Grecia opone un equipazo. Fotsis anota 10 puntos y Papadopoulos 24. Su ariete, Diamantopoulos, encuentra la canasta a falta de 13 segundos para subir su punto 34 al casillero y poner por delante a los helenos (87-88). Raúl López sube la pelota y se juega un 1x1 que culmina con un tiro desde la prolongación de la personal. Canastón, 27 puntos (5/6 triples y 6/8 en tiros de campo), y a la final. Los aficionados griegos no se lo toman bien. Invaden la pista y de una pedrada (que firmaría Obelix) hacen trizas un tablero. El tanteo de la final (España 81-Croacia 70) no refleja lo reñido del encuentro (35-33 al descanso). Zipi y Zape, López (15) y Navarro (17), vuelven a hacer de las suyas frente a Stosic (13), Zizic (23) y compañía. Gasol oscurece la zona con dos tapones providenciales y España estira la ventaja para proclamarse Campeona de Europa Junior ante las miradas emocionadas de la mayoría de los padres de las criaturas. Si hubiera habido una designación al mejor jugador, probablemente Raúl López hubiera sido el designado, no sólo por sus datos estadísticos (13,2 puntos, 3,2 asistencias en 25,2 minutos) sino por su ascendencia sobre el grupo y su dominio de situaciones y tiempos.

Verano maravilloso con el triunfo también de las chicas en la misma categoría. Algo estaba cambiando… 

En septiembre el maestro Julbe abrió la puerta definitiva a López y Dramec como miembros de pleno derecho del primer equipo del Joventut. Raúl firma su primer contrato profesional: a la sazón 4 millones de pesetas por temporada y una clausula de salida de 500 millones. Con el desarrollo de la campaña, el base se fue ganando el respeto de compañeros y rivales: “ya no le presionan según salta a la cancha”, evidenciaba su técnico. Comparte posición con otro artista de paleta multicolor y trazo fino, Iván Corrales, disputa 500 minutos (a una media de 14,7 por partido y 4,4 puntos) y se postula como novato del año. 



Los chicos de oro

Aquel verano del 99, preludio a un nuevo siglo, en Portugal cambió el paisaje del baloncesto español. Si los mayores alcanzaron una meritoria plata europea en Francia, los juniors espantaron miedos, ahuyentaron fantasmas y desterraron viejos complejos de inferioridad. Se sentían ganadores desde el hotel, salían a la cancha a competir sin importarles desafíos extraordinarios, oponentes insignes ni escenarios grandiosos. 

El Mundial comenzaba con un hueso conocido, la Australia del magnífico David Andersen, a la que costó hincarle el diente: (80-75) con Navarro sobresaliente (28) y Raúl (14 puntos en 15 minutos) tomando el pulso al juego. La derrota ante Grecia (colosal Diamantopoulos con 25 puntos) por 10 puntos (78-68) obligaba a los chicos a ganar por más 7 puntos a Croacia para clasificarse. Si lo hacían por más de 13 se metían primeros y por 18 dejaban fuera a los croatas y entraban los griegos. Se ganó por 15, renunciando al último ataque con el consiguiente mosqueo de los helenos. Fin de la fase del Duero en Oporto.

Aguardaban, el Tajo, Lisboa y unas semifinales durísimas frente a una Argentina de mucha casta, pero en clara inferioridad de talento. Los albicelestes llevaron el choque a su terreno. Con uno abajo, Raúl López (17 puntos en 29 minutos) forzó una falta a falta de 3 segundos y convirtió los 2 tiros libres para dejar el marcador definitivo en 81-80 para España. Ruben Magnano se comía a los árbitros. Navarro (22) ajustaba la mirilla para la final, a la que Charly “son ganables, eso seguro” y su prole acudían con ambición y la seguridad de saberse buenos. 

Día de Santiago, 25 de julio. Escenario majestuoso, el Pabellón Atlántico, ubicado en el recinto de la Expo 98, conocido por el “Pabellón de la Utopía” (qué bien traído el nombre). 

Sainz de Aja mira al fondo del banquillo y concede agradecido la titularidad a Cesc Cabeza. Gran detalle. Los norteamericanos despegan en un cohete de la NASA (8-16), pero los hispanos reaccionan soltados los nervios iniciales y se colocan por delante 35-25 a 5 minutos y medio para el descanso. La dupla de bases, Logan y Dooling, meten la directa y llevan la igualdad a 47 al intermedio. En la reanudación, los ibéricos, apoyados por un público ojiplático, no dan un paso a atrás pese a recibir un parcial de 8-0 y situarse 5 puntos por debajo (64-69) a falta de 11 minutos. Germán Gabriel saca a bailar a sus parejas y da un curso acelerado al poste bajo, Felipe se viste el mono y rebaña todos los balones y Navarro (27 puntos y MVP de la final), acude al rescate, desempolva su muestrario de habilidades con canastas de todo tipo. Las ventajas españolas se mueven en torno a los 5 puntos, hasta que Carlos Cabezas (nuevamente capital) da la puntilla con un triple esquinado a un minuto de la conclusión. España 94 – Estados Unidos 87. La locura. ¡Campeones del Mundo!

Raúl y Germán (compañeros de habitación), Berni y el delegado Francis Tomé habían prometido hacerse un tatuaje si se alzaban con el título. Cuentan que la celebración en los alrededores de la Plaza de Comercio mereció la pena, que Pau Gasol se lanzó a cantar ópera y en Barajas, Raúl (13 puntos y 4 asistencias en 36 minutos en la final) exultante a la pregunta ¿y ahora qué? respondió entre risas: “Lo único que nos queda es que nos bajen unos marcianos”. Junto a Dooling se había revelado como el mejor base del mundo de su edad. En los 8 partidos había promediado 12,7 puntos, 1,5 asistencias, en 28,5 minutos. Pepe Sáez admitía que “el liderazgo de Raúl era grandísimo dentro y fuera y ese tipo de referencia había faltado otras veces”.

A la semana los respectivos clubs recibían a sus laureados retoños en las concentraciones de pretemporada sorprendidos: todos los chavales se habían teñido el pelo del color dorado de los campeones. El futuro era suyo.

Los de Canal +, siempre al quite, dedicaron una sección de su programa Generación Plus ACB a la hornada. Todas las semanas Epi y Montes repasaban en su “Los niños vienen de Lisboa” las andanzas de la quinta. Raúl, copaba así highlights y se establecía como primer base del Joventut, que había traído para tutelarle al gran Rafa Jofresa. En un mal año colectivo (con las salida de Julbe a mitad de curso), López se consolidó jugando 757 minutos en 32 partidos (20 como titular) con 10 puntos y 3 asistencias de media. 




Traspaso al Real Madrid

Lamentablemente el Joventut tiene que venderle, le acucian las deudas y no cuenta con patrocinador. Barcelona y Real Madrid se lo disputan. El primero se sale de la puja al contratar a Jasikevicius y el Madrid cierra su fichaje en 300 millones de pesetas, la cifra más alta pagada por un jugador español. Lolo Sainz se lo lleva a la selección junto a Juan Carlos Navarro. La “pareja vidilla”, como los apoda, comparte habitación y el experimentado técnico se pliega a las virtudes de su joven base: “Tengo una fe enorme con Raúl. Es un jugador espectacular que nos puede ayudar”. Pero para el equipo nacional todavía es tiempo entre costuras y se despeña en los JJOO de Sidney 2000. El traje tardará todavía un poco en confeccionarse. 

En el Madrid Scariolo le otorga plenos poderes: “Tiene algo que no he visto nunca, un amor por el juego impresionante. Disfruto viendo la ilusión que desprende. Da igual contra quién juegue. Me da vibraciones que no conocía”. Comparte posición con otro de sus referentes, Sasha Djordjevic (del que aprende una barbaridad), y suma incluso más minutos (906) y titularidades (26) que el serbio, al que se le amontonan las dolencias físicas. Se convierte en el mejor jugador del equipo, con Herreros de estilete anotador, pero al Madrid no le da responder ni en Liga ni en Copa al Barsa de la explosión de Gasol y el dominio de Dueñas. Imposible.

En junio se presenta junto a la pareja azulgrana, Gasol y Navarro, al Draft de 2001. “Es un base eléctrico y espectacular con excelente visión de juego, habilidad en el pase y amplio campo de tiro. Veloz, hábil y rápido en los reversos. Necesita paciencia. La altura le limita”, citaba la Web de la NBA. En un añada floja de bases (sólo Omar Cook y Jamaal Tinsley tienen un nivel comparable) sale elegido por los Utah Jazz (que piensan en el de Vic para sustituir al mito, John Stockton) en primera ronda, puesto 24. Sin llegar a ser la animalada de Pau Gasol (número 3), al que Raúl considera que “en dos o tres años estará al nivel de Chris Webber”, sigue la noticia entusiasmado de madrugada entre las radios e internet con su novia medio dormida. Incomprensiblemente el nombre de Juan Carlos Navarro no se pronuncia hasta la elección 40 realizada por los Wizards. Pero Raúl lo tiene claro: “Después de todo el esfuerzo que hizo el Madrid por mí, sería poco grato por mi parte querer marcharme ahora. He pasado un año fantástico en el Real, muy cómodo con el equipo y entrenador y me gustaría seguir más tiempo aquí… Tengo al mejor entrenador posible para evolucionar, luego ya se verá”.

Imbroda le convoca para el Europeo de Turquía y la chavalería responde en grande para colgarse su primera medalla con los mayores. Bronce con Gasol y Navarro sublimes. 


La fatalidad

Noviembre de 2001. Recién iniciada la temporada, Raúl sufre la rotura del ligamento cruzado de su rodilla derecha frente al Forum en Valladolid. Le esperan 6 meses de baja, cuando nunca había estado parado más de 2 o 3 semanas. “Cuando me rompí se me cayó el mundo encima”, declararía, pero se puso en manos de Pablo Llanes, el fisio, en sesiones maratonianas. Chavales de la cantera que por entonces, como Javier Beiran, le idolatraban por la vistosidad de su juego, le encumbran como referente de compromiso, trabajo y amor por el juego. Le recuerdan siempre botando una pelota en la Antigua Ciudad Deportiva Blanca o lanzando tiros libres sentando en una silla. Regresa en primavera para los últimos encuentros de temporada regular con el Breogan como primer oponente y rescata sensaciones positivas (12 puntos en 16 minutos) y repite anotación subiendo minutaje (19) en la derrota frente al Lleida. Ante la inminencia de su vuelta a las canchas, los Jazz le habían susurrado la continuidad de Stockton. Le quieren para que se instruya a la vera del maestro y hace saber al Madrid sus pretensiones. En los playoffs se vive uno de los duelos más bonitos que se recuerda: Estudiantes y Real Madrid se baten el cobre en 5 históricos partidos con sus dos bases (Raúl López y Nacho Azofra) en estado de “maravillosa enajenación mental”. “Raúl nos permite jugar con fantasía”, diría Scariolo, que días después de la eliminación sería despedido. 

Después de mucho tira y afloja los agentes de López consiguen rebajar la claúsula de salida a 1,5 millones de euros. Agradece la deferencia al Real “donde me han tratado mejor que en ningún sitio” y aterriza en Utah después de un trayecto de 15 horas. Recibe halagos de directivos “Preferimos que seas el primer Raúl López que el segundo John Stockton” y de su entrenador, poco dado a los mismos, Jerry Sloan: “Contamos contigo como pieza fundamental”. Él se muestra cauto “Vengo a ayudar a lo que sea, pero yo no soy Stockton, soy Raúl. Compararme a estas alturas me parece absurdo” y loco de contento “estoy entusiasmado con la posibilidad de cumplir mi sueño y llegar a la NBA, especialmente ahora que John Stockton ha anunciado que volverá”. Elige el número 24, pues el 14 le pertenece al venerado Hornacek, y acuerda un contrato inicial de 2,7 millones de $ por 3 años, pero no lo firma. Escucha alabanzas: “Es el mejor base de Europa. No le puede ir mal” (Pau Gasol), “Tendrá éxito seguro porque es rápido. Quizá tenga algún problema en defensa, pero su tiro de tres y su velocidad casi le asegura el triunfo” (Tony Parker) y voces que le impelían a coger más experiencia y dominar el basket europeo. 

Todo se chafa en agosto cuando Raúl se destroza la misma rodilla en un encuentro preparatorio de la selección frente a Rusia en Estepona. Abandona la pista entre sollozos, roto. Ni el consuelo de su amigo Pau le sirve “Jugará en la NBA, que es su lugar. Lo único que deseo es que no pierda la ilusión. Debe recuperarse anímica y físicamente y volver a luchar por jugar al más alto nivel”. Durante días se encuentra en tierra de nadie y llegan declaraciones preocupantes desde el otro lado del Atlántico: “No tenemos contrato ni obligación con él. No podemos pagar a alguien que no sabemos si podremos utilizar”, que con el tiempo troncan en alentadoras “No conozco la gravedad de la lesión, pero tengo claro que el equipo le necesita” (Larry Miller, el propietario), “Seguimos queriendo que Raúl juegue con nosotros, ya sea dentro de 3 meses o de 8” (David Alfred). Mientras, el protagonista trataba de guardar la calma: “Ahora lo único que me importa es mi rodilla”. Finalmente se rubricó el acuerdo con la buena predisposición de todos y una rebaja en la ficha del jugador. 

Antes de emprender el viaje a Salt City (la ciudad de los Lagos Salados), rodeada de bellísimos parajes naturales, Raúl, anhelante, visionó junto a su amigo Alex Mumbrú, el Mundial de Indianapolis donde España cayó en cuartos frente a la Alemania de Nowitski. 

Encajó bien en el estado mormón y en un equipo peculiar “dónde tú no veras a Dennis Rodman con el uniforme de los Jazz”, según Andy Toolson. La larga estancia de su hermana allí aligeró el tedio y reforzó su confianza “si me he recuperado una vez porqué no puedo hacerlo otra vez”. Interminables sesiones en el gimnasio, la sala de pesas y la piscina condujeron a su rehabilitación. En julio de 2003, casi un año después del percance, volvía a jugar las ligas de verano en periodos muy breves (no superiores a los 5 minutos) para no sobrecargar sus rodillas. En octubre jugó su primer partido amistoso con la camiseta oficial de los Jazz en un atestado Palacio de los Deportes de Ciudad de Méjico. Disputó 25 minutos, sin rodillera, anotó 10 puntos y dio 4 asistencias. Había regresado de donde pocos vuelven. 



Por fin cumple su sueño

Sloan, huérfano de Stockton y Karl Malone, sabedor del tremendo potencial del de Vic (había influido de manera determinante en su elección) ya lo había expresado en las previas: “Esperemos que contribuya con su enorme talento”. En el primer partido oficial de la temporada, Raúl se convertía en el tercer español en jugar en la NBA, tras Fernando Martín y Pau Gasol. Lo hacía durante 6 minutos, sin lanzar a canasta, repartiendo 3 asistencias y cogiendo un rebote, en la victoria ante los Blazers 99-92. “Mi sueño está cumplido, la lesión olvidada y tengo una gran ilusión por ser útil al equipo”, decía emocionado.

Pocos días más tarde, en el enfrentamiento en casa frente a los Grizzlies de su amigo Pau, se salió (12 puntos, 4 asistencias y 2 rebotes) en un último cuarto memorable ante su ídolo, Jason Williams. “Ha sido muy especial, muy bonito. Hemos hablado de muchas cosas antes, durante y después del partido” (Gasol).

Raúl demostraba que podía jugar allí y aprovechó la lesión de Carlos Arroyo (el titular, que tanto le ayudaba con el inglés) para aumentar su cuota de minutos y protagonismo. En la victoria sobre los Wolves de Minnesota había registrado 15 puntos, 8 asistencias y 4 rebotes en 35 ante Sam Cassell y frente a los Knicks rozaba el triple doble (12 puntos, 9 rebotes y 9 asistencias). Respondía a las exigencias físicas demandadas por Sloan que le había enseñado a poner bloqueos duros a los defensores de Kirilenko y Harpring. Ante los problemas físicos de éste, que le hicieron perderse muchos encuentros, Jerry había ideado sistemas para que Arroyo y López encontrasen una buena posición de tiro y reafirmasen su creatividad. 

Ante los Lakers del fracasado proyecto de los 4 grandes (O´Neal, Bryant, Malone y Payton), Raúl se lució con 17 puntos, 5 asistencias y 4 tiros libres determinantes en la victoria 88-83. La temporada concluyó con derrota ante los Suns, record anotador de López (25 puntos y 5 asistencias) y un balance impensable de 42-40 que, sin embargo, no fue suficiente (en el Este si hubiera valido) para entrar en playoffs. 

Para Raúl la hazaña viene de haber disputado los 82 partidos. “Me siento orgulloso del esfuerzo que hice por volver a jugar”. Sus promedios (19,7 minutos, 7 puntos y 3,7 asistencias) son mejores que los del primer Stockton (18 minutos, 5,6 puntos y 5,1 asistencias). Cae rendido ante el duro Sloan: “Le he escuchado muchísimas veces decir que se ha equivocado… Es un tío muy justo. Te exige todo, pero cuando lo haces bien es el primero en decírtelo”. 

Muy a su pesar, renuncia a la selección en verano: “Nadie puede imaginar lo que me duele esta decisión… Pocos clubes son capaces de fichar a un tío que acaba de lesionarse y del cual no sabes si podrás disponer de él en el futuro. No tenían ninguna obligación contractual conmigo. Sólo un acuerdo verbal y lo respetaron de una manera admirable”. Juega en los parques de Badalona con sus amigos Francesc Cabeza, los hermanos Sada, Sergi Vidal o Alex Mumbrú y observa con envidia a sus compañeros en los Juegos de Atenas. 

En el primer entrenamiento de la nueva temporada siente molestias y tiene que parar. Resultó premonitorio. Durante su ausencia, Howard Eisley entra como primer relevo de Arroyo (recién renovado por 16 millones de $ en 4 años tras sus exhibiciones atenienses) tras el fichaje de Mo Williams por los Bucks. Los Jazz retiran la camiseta con el nº 12 de su mito, John Stockton. Después de una artroscopia, Raúl recobra nivel en enero, hace 14 puntos y 14 asistencias ante los Suns de Steve Nash y Amare Stoudemire. Arroyo y Sloan chocan y el jugador sale en dirección a los Pistons. López convierte un triple ganador frente a los Lakers. En el triunfo ante los Sonics (109-100) completa su mejor partido del año con 20 puntos, 11 asistencias, 5 rebotes y 3 robos en 38 minutos y termina exhausto. En marzo saltan las alarmas, en un partido en el Staples Center su rodilla buena, la izquierda, emite signos de flaqueza. Se le diagnostica una osteocondritis y se le acaba la temporada. “Estaba hundido cuando hablé con él” (Sloan). “Me siento muy triste. Ha estado jugando muy bien, siendo una pieza importante para el equipo” (Carlos Boozer). Es operado en Barcelona por el doctor Ramón Cugat y en Salt City la franquicia empieza a desconfianzar de la salud del español: “Ésta ha sido su cuarta operación. Tendremos que ver qué sucede exactamente. Ha de admitir que está invirtiendo la mayor parte de su carrera en la rehabilitación”. Así las cosas entra en un traspaso múltiple que le había de llevar a Memphis, pero decide poner fin a su aventura americana y aceptar la oferta de Girona y regresa a la península.




Akaswayu

El ilusionante proyecto tenía una pinta excelente. Se presentó en una masía ante más de mil aficionados y se agotaron las camisetas con el número 24. Caras nuevas de relumbrón (Arriel McDonald, Terrrel Myers, Salenga, Kamerich, Dueñas, Thompson, Germán Gabriel y Fran Vázquez) en manos de un capaz Edu Torres, pero el plan quedó a medias. Accedieron a la Copa y se colaron en los playoffs ligueros, para caer 3-1 ante Tau Vitoria. Raúl aguantó bien la temporada completa, jugó 33 partidos (a una media de 24 minutos) con buenos dígitos: 9,9 puntos y 2,8 asistencias. Con la crisis inmobiliaria en el horizonte, el presupuesto se redujo y Raúl valora nuevas propuestas.





Vuelta al Madrid

Ramón Calderón gana las elecciones en el Madrid. Despide a Maljkovic. Aíto, Repesa, y Mahmuti le dan calabazas. Antonio Martín y Alberto Herreros saben de la buena sintonía de Joan Plaza (el segundo de Boza) con la plantilla. Cuando le ofrecen el puesto, su mujer incrédula, saca una foto del lugar de Irlanda donde su marido recibe la noticia. Plaza había coincido con López en la cantera de la Penya. Su fichaje (desembolsan los 500.000 $ que puso Girona para traerlo de Utah) supone un golpe mediático para la nueva directiva: “Raúl regresa a casa”, diría Calderón en la presentación. 

Se complementa a la perfección con Tunceri (el base, mejor jugador de la liga turca) y el resto de los talentosos exteriores: Bullock, Marko Thomas, Charles Smith y Alex Mumbrú (fichado tras la negativa de Carlos Jiménez cansado de que le mareasen). El Madrid mina la zona con gladiadores (Felipe y Hervelle), potencia (Hamilton y Varda) y altura (Sonseca y Sinanovic). Un teórico diseño de perfil más bien bajo, deviene ganador. El Barsa de Ivanovic les revienta en el primer cuarto la Copa de Málaga, pero en Charleroi se proclama campeones de la Copa ULEB frente a Lietuvos Rytas con Charles Smith (19 puntos) en MVP y Raúl muy sólido (5 puntos y 3 asistencias en 27 minutos). El trofeo de corte menor entrega crédito al grupo. 

En las semifinales ligueras llegan a Badalona con 1-2 en contra y dominio de los 3 bases verdinegros (Bennett, Huertas y Ricky). Raúl recobra el mando, para anotar 13 puntos en los partidos cuarto y quinto con triples fundamentales y acceder a la final. Al Barsa se le ventilan 3-1, con Raúl fundamental en los encuentros pares. Un triple suyo sentencia el último partido en el Palau. Felipe, MVP, inicia su leyenda. 

Su juego en el siguiente curso, con exhibiciones fascinantes ante Panatinaikos en febrero o Barcelona (19 puntos con 4 triples) en mayo para cerrar la temporada regular le devuelve a la selección. 




Plata en Pekín, Oro en Polonia y el frío de Moscú

Cuando parecía un capítulo cerrado, Aíto se lo lleva a los Juegos del 2008 junto a José Calderón y al emergente Ricky Rubio. Las vivencias de unos Juegos son especiales: Rafa Nadal subía continuamente a los apartamentos de los jugadores de basket porque se captaba la mejor cobertura de Wifi… Ricky como novato era el encargado de acudir al McDonald por provisiones… La experiencia de Raúl se manifiesta vital en el desenlace de la semifinal ante Lituania. Una zona atasca a los bálticos y su seguridad en los tiros libres (7 puntos, 3 asistencias y 2 robos) nos conduce a la célebre final olímpica. El restaurante Mare (de la mujer china del excantante de Aviador Dro) se convierte en el centro de las celebraciones del equipo. 

Su salida del Madrid no termina de entenderla nadie, salvo el ponderado Ettore Messina que le dio por buscar un base y un alero cuando tenía a López y a Mumbrú. Su mastodóntico proyecto no cuajó con la directiva ni conectó con la grada. 

Scariolo sí le tenía entre su personal de confianza y así le distinguió para el Europeo de Polonia (oro), en el que a partir de cuartos (providencial el encuentro de Raúl frente a la Francia de Parker) el equipo se mostró intratable con victorias de 20 puntos de media, y le embarcó para su aventura moscovita en el Kimkhi junto a Carlos Cabezas, donde al excéntrico dueño del equipo se le ocurrió replicar al milímetro el gimnasio de los Chicago Bulls o regalar unos magníficos gemelos Fabergé (a cada jugador una pareja de diferentes calidades en función de la importancia en el equipo, con el consiguiente lío). Hasta que se acabó la pasta, como casi siempre. 





El Botxo

En Bilbao se reencuentra con Hervelle y Mumbrú y comparte posición con Aaron Jackson y Josh Fisher. Entra con el pie derecho, pues una recordada canasta suya en el último segundo da la victoria sobre el Montepaschi y pone a Bilbao a las puertas del Top 8 de la Euroliga. “Para Raúl un tiro así es como una bandeja”, expondría Katsikaris, tras contemplar la demostración de su base (15 puntos en 15 minutos frente al mismísimo McCaleb). Con uno abajo en Málaga a falta de 2 minutos, Raúl se vuelve a hacer presente (un triple y una asistencia) para conceder el pase definitivo a las eliminatorias europeas. 

A orillas del Nervión la gente le adora. Amén de su embaucador juego se valora su compromiso y cuando la huelga de marzo de 2014 y la posibilidad muy real de desaparición, el paisanaje sabe que desechó ofertas de otros lares (Scariolo lo quiso arrastrar en su vuelta a Gasteiz). El club cambia manos y la nueva directiva hereda una pella de 6 millones de euros. Los jugadores condonan parte de la misma para salir adelante. En verano el club es expulsado de la competición por la ACB, pero el TAD ordena su readmisión. Se confecciona una plantilla en días y la franquicia, de la mano de Sito Alonso, firma la mejor fase regular de la historia. 

En 2016 se carga al Barsa en los cuartos coperos de La Coruña y sólo un triple sobre la bocina desde su campo de Joan Sastre ha dejado mudo Mirivilla y a Bilbao sin playoffs en el último partido del monstruo como jugador. Pese a la decepción, el homenaje de un pabellón y una afición entregada a la causa lo dice todo. 



Un jugador único, evocador, germinal, vertebrador

Alumbró un tiempo nuevo. Su juego vistoso, alegre, entraba por los ojos, convocaba a la imaginación de cualquier aficionado avezado o novel. A todos impactaba por igual. Desvelaba a la vez impertinencia y sensatez. En él convergían planificación e improvisación. Su extraordinario inventario de recursos y fundamentos inagotables seducía a compañeros y rivales. Allá donde botó encontró la atención y el afecto de los hinchas. Su aspecto normal, del tipo tímido que te puedes cruzar en la escalera, llamaba a la adhesión en un universo de gigantes. De siempre resultó un armador excepcional de juego con una capacidad extrasensorial para crearse sus tiros y adivinar las situaciones más productivas de sus compañeros. Jamás se le conoció un mal gesto, se ganó el respeto reverencial del mundillo de la canasta. Su físico liviano, su minada carrocería, no sostuvo todo lo que su cabeza ideaba, pero su legado incalculable da para unos cuantos tratados. Su tesón, su fuerza de voluntad parecía incompatible con las virtudes que adornan a los genios, pero de otra manera hubiera sido imposible sus tres lustros en la élite. 

“Tenía la capacidad de dejar al espectador con la boca abierta. Esa sensación de que con él en la cancha, nunca sabes lo que puede pasar de tantas posibilidades como tiene, incluida la de la sobriedad” (Alfred Julbe)

“De pequeño tenía mi habitación empapelada con posters de Jason Williams, Iverson, Jordan… y el único español que tenía era Raúl López. Su llegada a la NBA después de Pau fue la inspiración definitiva para ver ese viaje como algo posible” (Chacho Rodríguez),

La pregunta que siempre ha flotado en el ambiente, sólo admite una respuesta: de no haber caído lesionado, Raúl sólo hubiera vuelto a España de vacaciones a jugar con la selección y en febrero le hubiéramos visto en algún All Star con los mejores. No les quepa duda.

Estos días todos somos “hombres de negro” y vestimos con cierto luto. Se retira Raúl López, el preferido de muchos, el admirado por todos. GRACIAS Y MUCHA SUERTE CRACK

Papá ¿por qué somos de los Sixers? Por Julius Erving, hijo

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Parece demostrado que Neil Amstrong fue el primer humano que pisó la luna. Cuentan también que no fue el primero que la tocó…

Cierta noche de agosto se cruzó una apuesta en un famoso parque neoyorquino. Nadie osaría posar un billete de 100 $ en la barriga de la estrella creciente. Julius aceptó el reto. Tomó carrerilla, dio dos largos, se suspendió eternamente en la atmósfera y recorrió todo el lomo del astro para dejar suavemente el billete en su canto. Los escépticos subrayan que sólo fue el sueño de una noche de verano de unos pocos locos que permanecían boquiabiertos bajo el eterno sonido del bote de un balón naranja, pero yo así lo creo. 

Ahora cualquier jugador junior te hace una entrada a canasta pasada con triple tirabuzón, ahora cualquiera visiona en Youtube a un tío que salta un coche antes de hundir el balón en el aro, pero hubo un tiempo muy lejano en que un chaval de pelo afro y manos enormes desdijo a Newton y quebró la Ley de la Gravedad sobre una cancha de baloncesto. Los cuerpos caen, decía el axioma, pero el de Julius Erving tardaba mucho, mucho, mucho en llegar al suelo. Es la leyenda del Doctor J. Sólo ganó un anillo en la NBA, pero pocos jugadores han influido tanto y a tantos en la historia del baloncesto. 

Pónganse cómodos, tomen sus pastillas contra el mareo y lean. 


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Cuando nada es fácil

Nacido en mitad del siglo XX, el 22 de febrero de 1950 en Roosevelt, Nueva York. Sus padres se divorciaron cuando Julius tenía 3 años. A los 6 su progenitor murió en un accidente de tráfico, con lo que los tres niños se criaron con su madre en una vivienda de protección social. Desde su habitación Julius veía la cancha de Campbell en la que se tiraba horas enteras jugando. Siempre estaba pendiente de la delicada salud de su hermano pequeño, Marvin. Su primer equipo organizado fue el del ejército de salvación, al que se presentó una mañana con su inseparable amigo Leon Saunders. En último año de instituto medía 1,90 metros y su juego no llegó a impresionar a los scouting universitarios. Sólo Ray Wilson, su entrenador de high school, había reparado en el potencial del muchacho. Descolgó el teléfono y habló con su amigo, Jack Leamon, entrenador de los “minutemen” de la Universidad de Massachussets. Aún no pudiendo realizar su jugada preferida, pues el mate estaba prohibido por entonces en la NCAA, como debutante (sophomore) alcanza los 25 puntos y 20,9 tebotes (1º de la Liga) para irse a los 26,9 puntos y 20,5 rechaces en su segunda temporada. Es uno de los 7 jugadores universitarios que han acabado su carrera colegial con promedios superiores a 20/20. En febrero a Marvin le diagnosticaron lupus, su cuadro médico se deteriora y su madre telefonea a Julius para que vuelva a casa con urgencia porque su hermano se apaga. Viaja en coche con Leon. Un trayecto de 3 horas lo cubren en 2, pero llega a tiempo para ver morir a su hermano de 16 años. “Creo que después de esto no hay nada que ahora me pueda hacer llorar”, declararía sobrecogido (mucho tiempo después tendría que soportar la muerte de su hijo Cory). Al año siguiente abandona la Universidad con destino a la ABA. Cierto día había aparecido por el campus Bill Russell, alertado por las crónicas que ensalzaban en el Boston Globe a un tal Julius Irving. El error en la tipográfico en la transcripción del nombre le llevó a pensar que era un chico polaco (Julius), de origen judío (Irving). Al verlo, se dio cuenta del equívoco y se quedó todo el día con él instruyéndole en la importancia de formarse como atleta y como ejemplo para su comunidad. 

Un año antes de retirarse, con 36, Julius cumplió la promesa que un día lanzó a su madre y obtuvo la licenciatura en Negocios y Administración a través del programa denominado “sin paredes”, el equivalente a la universidad a distancia.


















Rucker Park

Originario de Long Island, en verano Julius frecuentaba los principales parques de Manhattam. De Rucker Park, el más mítico y reconocido se rememoran multitud de historias. “Nunca me sentí mejor que cuando el aliento del vecindario que se agolpaba sobre nosotros y la cancha se hacía pequeña. Eso no me lo proporcionó ni la ABA ni la NBA. Era… ser libre”. 

Una imagen escenifica un verano de principios de los 70, previo a su paso al mundo profesional, cuando la gente se arremolinaba en torno a la angosta pista, se llenaban las cornisas y azoteas de los edificios colindantes y hasta los árboles, testigos mudos y privilegiados, veían colmadas y copadas sus ramas para recibir el mayor espectáculo de baloncesto callejero que se recuerda. 

En la pista se citaban los más reputados jugadores profesionales con lo más granado del asfalto. Antes de pisar las aulas universitarias, antes de vivir del basket, Julius Erving ya era una leyenda en la “Gran Manzana”. Allí le hizo un mate literalmente en la cara al jugador de los Knicks, Tom Hoover, con tal fuerza que el balón salió despedido hacia el rostro de éste, que sólo pudo agacharse para recoger sus dientes del suelo. Allí cuentan que en cuanto Charlie Scott cruzaba el medio campo, lanzaba el balón para que Julius lo recogiera en el aire para remachar el “alley hoop”. 

Hasta la 155 acudió una tarde con sus Westsiders para enfrentarse a los míticos Urban League, el equipo de Joe Lewis, Joe Hammond, Pee Wee Kirkland, Herman Knowrige y. sobre todo, Earl Manigault. Éste, apodado “The Goat” (la cabra), es el más legendario jugador que hayan conocido las calles de NY (y el mejor según Jabbar). Los de Erving tomaron una ventaja de 15, pero en la reanudación Manigault entró en faena. Tras colocar 5 tapones, al tercer mate consecutivo una voz resonó entre el gentío (la del dueño de la tienda de ultramarinos de la esquina): “Si consigues realizar veinte como ése, estos 60 $ son tuyos”. El desafío espoleó a The Goat. Eran muchas dosis de heroína. Cuando llevaba 36 mates, la gente invadió la pista y se suspendió el partido. Erving marchó maravillado reconociendo el triunfo de su oponente, al que cuando era chaval había saludado asombrado: “Dios, es verdad todo lo que había oído sobre ti”. Maniault (1,85 cm de estatura) entre otras proezas realizaba el inverosímil doble mate, suspendiéndose lo suficiente para machacar el balón dos veces con la misma mano. El angelito saltaba en vertical 52 pulgadas (132 cm) por las 42 (104 cm) de Erving.


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El mote

Circulan varias versiones sobre el origen del mismo. La más antigua data de su infancia, cuando con cinco o seis años preguntaban a los niños qué querían ser de mayores. El pequeño Julius decía que doctor (médico) porque eran gente muy respetable que ganaba mucho dinero. Pero la historia que repiten Julius y algunos de sus conocidos va por otro camino. 

Leon Sanders era su mejor amigo, a la vez que compañero de equipo y oponente habitual en los juegos de uno contra uno. Lo normal era que se pasaran el día discutiendo por cualquier falta o infracción en la pachanga. En cierta ocasión, harto de polemizar, le dio la bola y la razón a su amigo (para ti la perra gorda): “Te voy a llamar el profesor porque siempre sueltas discursos sobre todo”. Leon asintió, pero le devolvió el “cumplido”: “Si yo soy el profesor… entonces tú eres el doctor”.

En los playgrounds a todo buen jugador se le bautiza. El speaker de Rucker, Plucky Morris, presentaba a los jugadores como si se tratasen de campeones de los grandes pesos y así rebuscó apelativos “La garra”, “El pequeño halcón”, “El Moisés negro”, “Houdini”, hasta que cierto día, Julius incomodado le arrebató el micrófono: “Sólo llámame El Doctor”. Al momento, el trovador recogió el guante: “El Doctor ha llegado y va a operar, a diseccionar a los hermanos”.

El puzle se completa cuando en 1971 coincide en el inicio de su carrera en los Virginia Squires con Willie Sojourner. Éste para distinguirle del resto de los jugadores sobrenombrados como doc o doctor, le empieza a llamar “Doctor Julius”. Es finalmente el Relaciones Públicas del equipo quien cierra el círculo y acorta definitivamente el apelativo a “Doctor J”.


La ABA

La American Basketball Asocciation fue creada el 17 de enero de 1967 en el hotel Beverly Hilton de Los Ángeles por Mike Storen, teniendo como primer comisionado al mítico y primer gran pivot de la historia, George Mikan. La competición vino mal parida, pues su partido inaugural se disputó el viernes 13 de octubre. Desde el pistoletazo inicial se comprobó que era una alternativa excéntrica, libertaria, ácrata, caótica, hippie a la NBA. Sus pintorescos personajes, sus peculiares mascotas (un oso llegó a entretener el intermedio de un partido), sus insinuantes cheerleaders (destacaban las de Miami Floridians), sus conejitas playboy (tapadas hasta el cuello en la cancha de los Kentucky Colonels), sus cardados afro (el de Darnell Hillman dejaba corto al del Dr J), su línea de 3 puntos, su baloncesto desinhibido y su balón tricolor, del que decía el gran entrenador Alex Hannum que “parecía robado de la nariz de una foca”. 

La bacanal duró 9 años, con 7 comisionados y seis campeones distintos de por medio, y por ella pasaron algunos de los mejores jugadores del momento: Mel Daniels, Spencer Haywood, Rick Barry “el blanco que jugaba como los negros”, Connie Hawkins (que se vio envuelto en un escándalo de apuestas universitarias y se le vetó su acceso inicialmente a la NBA), Dan Issel, Bobby Jones, Moses Malone, Artis Gilmore, George Gervin, David Thompson, Marvin Barnes, George McGinnis y, sobre todo, Julius Erving. Los números nunca llegaron a cuadrar (la temporada de apertura dio unas pérdidas de 3 millones de $). Sin cobertura televisiva, los clubs malvivían entre deudas (sólo dos de las franquicias pudieron concluir alguna campaña en beneficios). En la tercera temporada de existencia un jovencito Lew Alcindor, elegido en el número 1 del draft de las dos Ligas, desechó el ofrecimiento del equipo de su ciudad, New York Nets (al que hubieran apoyado económicamente el resto de los equipos), para unir su suerte a los Bucks de Milwaukee de la NBA. Sí firmaron ese año los Denver Rockets a un chaval que causó sensación tras abandonar la universidad después del segundo curso, Spencer Haywood (novato del año, MVP y máximo anotador y reboteador).

La ABA echó el cierre, en su último partido, el 13 de mayo de 1976. Únicamente dos jugadores de la actual NBA, Tim Duncan (y se jubiló ayer) y André Miller habían nacido por entonces. Cuatro franquicias se adhirieron a la NBA (New York Nets, Indiana Pacers, Denver Nuggets y San Antonio Spurs) previo pago de 3 millones de $. La lejanía en el tiempo y los hechos ponen a cada cual en su sitio. Hubo competencia entre ambas ligas, pero sus relaciones en general fueron cordiales. Sus equipos se enfrentaban continuamente en amistosos: (42-17) para los de la NBA los tres primeros años; (62-34), cambiando la tendencia hacia los ABA en los posteriores. En el primer All Star tras la fusión, 11 de los 24 jugadores provenían de la ABA, lo que da idea de su nivel. La NBA era la organización, la puntualidad; su vecina, el derroche, el libre albedrío que le llevó a la quiebra.



Virginia Squires

Spencer Haywood abrió el melón. En el verano de 1969 se acogió a las hardship causes (dificultades económicas serias) y abandonó la Universidad de Detroit antes terminar su ciclo colegial de 4 años para convertirse en profesional en la ABA, rompiendo la norma acordada entre las grandes ligas, que impedía fichar jugadores no graduados. Dos estíos después, Julius Erving acudía a las oficinas de los Nets para ofrecer sus servicios, pero allí se topó con los valores de Lou Carnesseca (mítico entrenador de St. John´s que por entonces comandaba el banquillo neoyorkino) firme cumplidor de las normas y absoluto defensor de la permanencia íntegra del estudiante en las aulas. Earl Foreman, el propietario de los Virginia Squires no guardaba tantos remilgos, alguien le habló de un chaval portentoso que causaba sensación en los playgrounds y decidió ir a por él. La madre de Julius ganaba entre 6 y 8 mil $ anuales, con lo que el chico adujo situación de indigencia para abandonar Massachussets. La oferta de los Squires parecía irrechazable: medio millón de $ por 4 años. 

Debutó el 15 de octubre de 1971 como profesional en Greensboro, Carolina del Norte, frente a los Carolina Cougars. Causó un impacto súbito, promedió 27,3 puntos, quedó segundo en la elección de rookie del año (por detrás de Artis Gilmore), entró en el segundo quinteto de la Liga y tras concluir segundos del Este (45 victorias, 39 derrotas) fueron derrotados en las finales del Este por los New York Nets de Rick Barry. En los playoffs el novato aumentó sus prestaciones hasta los 33,3 puntos por partido.


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Lío en verano

Como suele ocurrir, lo que parecía una barbaridad ahora era una bagatela. A finales de febrero, su recién estrenado agente, Irwin Wiener, reivindica una revisión de su contrato. “No estoy siendo bien pagado. Estoy dispuesto a esperar a ver qué ocurre en el draft de la NBA”.

11 de abril de 1972. A un paso de celebrarse las finales de conferencia en la ABA, Atlanta Haws menea el árbol y anuncia la contratación de Julius para hacer soñar a sus hinchas que salivan con la posibilidad del dúo con Pete Maravich. Casi en paralelo se celebra el draft NBA, en el que los Bucks de Milwaukee eligen, con el beneplácito de la liga, a Erving en la posición número 12 (los aficionados de la ciudad cervecera se frotan las manos con posibilidad de juntar a la estrella emergente con Lew Alcindor y Óscar Robertson). Tras el anillo del 71, los Bucks habían caído en las finales de conferencia ante los Lakers. Julius tiró por la calle de en medio y firmó por los Haws por unos mareantes 300 mil $ por año, más un préstamo (a fondo perdido) de 250 mil. En Atlanta amparaban su postura al considerar que “ya era un jugador profesional, por lo que no había de resultar elegible en el draft”. Julius presenta una demanda en un tribunal de Brooklyn al entender ilegal su contrato con los Squires por negociarlo Steve Arnold, su antiguo representante que por entonces trabajaba para la ABA. 

Haws, Squires y Bucks están a la gresca en los juzgados, mientras el jugador disfruta y hace disfrutar en Rucker. En otoño, la NBA (que se sitúa al lado de los Bucks) inicia su pretemporada. El 23 de septiembre Julius se viste la camiseta de los Haws y hace 42 puntos y 18 rebotes ante Kentucky Colonels. En Atlanta sueñan despiertos: en el recién estrenado Omni Auditorium, Cottom Fitsimmons elucubra con las posibilidades de un equipo en el que al dúo legendario de marras, une los competentes y experimentados Lou Hudson, Bill Bridges y Walt Bellamy. Julius alucina con Maravich: “Solíamos quedarnos después de entrenar y jugar un uno contra uno. Aprendí mucho de él”. Seis días después, Julius disputaba su segundo y último partido con Atlanta frente a Carolina. El 3 de octubre un juez de Brooklyn dicta sentencia estableciendo que Erving sólo jugará para los Squires. 

Con los Haws con cara de tontos (Julius conduce un Jaguar de 9 mil S pagado por los halcones, su hermana y su sobrina viven en un apartamento en Atlanta sufragado por el club, que además había soltado un cheque al jugador de 250 mil $), Erving se reengancha a la temporada ABA en la quinta jornada, haciendo 26 puntos y 11 rebotes e inaugurando el casillero de victorias de su equipo. Promedia 30 puntos y 12 rebotes para ser elegido entre el quinteto ideal. 


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New York Nets

31 de julio de 1973. Los Squires boquean, la ABA se desangra. Se concreta su traspaso a los New York Nets. Roy Boe se rasca la cartera para indemnizar a Atlanta (425 mil $, de los cuales 250 mil correspondían a lo adelantado a Erving y el resto a los costes judiciales) y pagar a Virginia (750 mil S). El jugador firma un estipendio de 2,8 millones de $ en 7 años. Para la ABA supone su momentánea supervivencia, para los Bucks un “podrido atraco” (la contraprestación posterior que ordenó la NBA -150 mil $ provenientes de los Haws- no supuso el menor alivio).

Con él arribó un antiguo amigo, Willie Sojourner, un poste bajo de gran físico, que echaba una mano saliendo desde el banquillo. Después de 4 victorias iniciales sobre 5 posibles, el equipo entró en barrena. Tras 8 derrotas consecutivas, se conjuraron en San Diego para ganar 19 de los siguientes 22 partidos. Se fichó un stopper a la antigua, Wendell Ladner, para proteger la espalda de Julius. En los playoffs, los Nets se mostraron rotundos (14-2) con una serie final fantástica (4-1) ante los Stars de Utah. Julius, sublime los dos primeros partidos (47 y 32 puntos), para promediar 28,2 puntos y 11,4 rebotes, viajaba a otra velocidad. Primer campeonato y MVP.

El segundo año pintaba bien, sólo superados en el balance (una victoria más) por los Colonels de Artis Gilmore. Julius Erving batió su record histórico de puntos (63 más 23 rebotes) el 14 de febrero de 1975. El rival de primera ronda parecía muy asequible, los Spirits de Missouri, a los que habían vencido repetidamente en temporada regular, pero escondían un grupo variopinto, engreído (gustaban de despampanantes coches), sobrado de talento, con dos jugadores excepcionales Marvin Barnes y Maurice Lucas. 

El primero, “Bad News” Barnes era un jugador excelso, de los que salen pocos, tocado por igual por la varita del talento y del vicio. Dominó en la Universidad de Providence y dominó en su debut profesional (24 puntos y 13 rebotes con la gorra). Era un 4 superior. En St. Louis le ofrecieron galones y un sueldo acorde a su categoría (2,1 millones por 7 millones) que se pulió sin tiempo ni medida. Le importaba un comino: ganaba 50 mil euros semanales como camello del jefe de la mafia local, alquilaba sin tiento limosinas o aviones para llegar a tiempo a los partidos y poseía 13 teléfonos y dos pistolas. Su carrera concluyó años después en Boston cuando Dave Cowens le cazó consumiendo cocaína bajo una toalla en el banquillo. Antes, se la lió parda a los Nets en el 75. 

En el estreno de la eliminatoria victoria apretada local, 111-105, para los Nets con 32 puntos, 12 rebotes y 6 asistencias del Dr. J y 41 puntos de Barnes. La sorpresa salta en la continuación, 97-115 para los de Missouri con 37 puntos y 18 rebotes de un inconmensurable Barnes, bien apoyado por Lucas (14 puntos y 21 rebotes) y un aciago Erving (sólo 6 pírricos puntos). El traslado de la serie al Checkerdome trajo dos sorprendentes victorias locales. Barnes mantuvo la línea en el tercero (35 puntos y 14 rebotes), escoltado por Lucas (14 puntos y 18 rebotes) con Erving recuperando insuficientemente su estela (30 puntos, 11 rebotes y 6 asistencias). La pareja interior devino definitoria en la siguiente victoria (3-1) de los Spirits: Barnes (24/20) y Lucas (20/18). En la vuelta de la serie a NY, los Nets malgastan una ventaja de 16 puntos. Con 107-106 el DR. J (que había anotado 34 puntos y atrapado 12 rebotes) comete campo atrás y en la última posesión, Fred Lewis (campeón con los Pacers) finiquita la serie con una canasta. Sorpresón y fiasco para Erving. Frustrado “estábamos muy enfocados en la recuperación del campeonato” afrontó el nuevo curso.


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La noche de la cenicienta

El año que expiró la ABA conservó una noche crepuscular para la historia. Si en otoño, tres franquicias (Memphis, San Diego y Utah) no eran de la partida, en enero con sólo 8 supervivientes se anunciaba el noveno All Star en Denver bajo el añadido de un singular concurso de mates. En el intermedio del partido entre Denver Nuggets y una selección del resto de los equipos, se convocó a 5 de los jugadores citados al encuentro (Larry Kenon, Artis Gilmore, George Gervin, David Thompson y Julius Erving) para el novedoso certamen con una original botín (1.000 $ y un equipo estéreo para el ganador). Aunque parezca mentira ahora, ninguno había participado en ninguna competición de este género. Pronto quedó claro que aquello sería un mano a mano entre Thompson y Erving. El héroe local, Thompson, había puesto boca abajo el repleto McNichols, con un smash en la rueda de calentamiento tras hundir el balón a mano cambiada de un terrible puñetazo. Para su segundo intento, David dejó un doble rectificado de espaldas que patentaría Dominique Wilkins con giro de 360º. Brutal. 

Julius, con todo fresco -25 años- y un físico descomunal, abrió el certamen con su afamado mate dos balones, el primero entraba de frente y el segundo a canasta pasada. Continuó con su célebre abanico, que Michael Jordan estigmatizó. En el tercer ensayo agarró el aro con su mano izquierda para reventarlo con un brutal molinillo propulsado con su derecha: sólo le faltó colar su pelo afro por el aterrado círculo. Había corrido el rumor de que intentaría un mate desde la línea de tiros libres. Al entrenador Doug Moe le parecía irreal. En la grada se cruzaban apuestas. Cual saltador de longitud se concentró, visionó su objetivo y se fue ensimismado hacia el campo contrario. Se detuvo poco antes de llegar a la línea de 3 puntos. Se giró, tomó aire e inicio su carrera. El tiempo se paró, en el graderío no se oía una mosca. Talonó su segundo apoyo desde la línea de personal. Seis centésimas después había hundido el balón en la cesta. Los casi 18 mil que poblaban el pabellón enloquecieron. Poco importó que después la victoria se quedara en casa (144-138) con David Thompson MVP (29 puntos). La noche tenía un dueño, que entró en el hogar de todos los ojipláticos americanos, que confirmaron lo que se contaba del Dr J, pues la CBS retransmitió por primera vez un encuentro de la ABA. El hermano pobre, pendenciero, derrochador, anárquico había ocupado por una noche el sitio del rico.

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El parque de atracciones echa el cierre

Pese a la onírica velada, la ABA estaba herida de muerte. Virginia Squire chapó por derribo antes de los playoffs. Siete equipos remaron hasta la orilla. El epílogo quedó en manos de los Denver Nuggets (con ventaja de campo y un equipazo con jugadorazos como Dan Issel, David Thompson, Bobby Jones o Marvin Webster) y los New York Nets. Erving abrió la puja sin miramientos, 45 puntos (17 de 25 en tiros de campo) incluída la canasta sobre la bocina para la victoria en cancha contraria 120-118. Pese a los 48 puntos y 14 rebotes de Julius, los Nuggets hicieron tablas en el siguiente encuentro. 31 y 34 puntos del Dr J en los triunfos en casa y 37 en la derrota en el quinto. 

En el descanso del sexto, los de New York parecían muy tocados (45-58). Julius retó a sus compañeros. Negros nubarrones se atisbaban en el Nassau cuando a 5 minutos del final del tercer cuarto la ventaja de Nuggets se amplió hasta los 22 puntos. Primero emergió Erving, que sostuvo a los suyos con 18 de los 31 puntos en ese periodo. Después entró en calor John Williamson que dejó 16 de sus 28 puntos para los 12 minutos finales. Los Nets sellaban (112-106) y rescataban el campeonato. El héroe promedia 37 puntos y 14 rebotes en la serie y recibe su tercer MVP consecutivo “A los 26 años me sentí como si estuviera sentado en la cima del mundo del baloncesto”.

Y así termina la historia crepuscular, caótica, de la liga del balón tricolor. El pez grande se comió al chico y 4 franquicias entraron a formar parte de la NBA.


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Los Sixers

Los Nets fue uno de los equipos del cuarteto que atravesó el puente entre ligas, pero el peaje (3,8 millones de $ como indemnización –territorial indemnity- a los Knicks) le costó a Roy Boe el traspaso de su figura y emblema. En octubre de 1976 le ponían en mercado. Fue ofrecido a sus vecinos para abaratar la tasa, pero fue desechado. Los Bucks se durmieron. Y en los Lakers, Jerry West no logró convencer Cook, el propietario (imaginen un trío posterior con Jabbar y Magic de compañeros). Finalmente Eugene Dixon (un ricachón, heredero del imperio Widener) rompió la hucha para colmar de dinero (3,5 millones de $) y admiración al Dr J y éste recaló en Filadelfia el día antes de darse inicio a la temporada. Su fichaje desató incluso la polémica, pues al gran e insigne Bill Bradley no le parecía bien que un deportista ganase más que un científico o un ingeniero. En adelante, todas las noches de los aficionados de los Sixers serían noches de boda. 

Es una realidad que Julius Erving y unos pocos más sostuvieron una liga que en el segundo lustro de los 70 bandeaba entre escándalos de violencia, merodeada por la droga, que se ahogaba con apreturas financieras desenfocada por la televisión (que daba las finales en diferido) y el gran público. “Jugar ante el Dr J era como estar en Woodstock… Era el embajador de la competición” (Bill Walton).

La franquicia de “la ciudad del amor fraterno” conservaba su historia, aunque los tiempos de gloria quedaban lejos. Su denominación, Philadelphia 76ers, salió de un concurso entre los aficionados y alude a los padres de la patria que en 1776 rubricaron en la ciudad la Declaración de Independencia de EEUU. Herederos directos de los Syracuse Nationals que en 1955 obtuvieron el título y que tres años después anduvieron de gira por España. En 1963 Irv Kosloff compra los Nats y los traslada a Filadelfia, que un año antes había quedado huérfana de equipo profesional al trasladarse los Warriors a San Francisco. Ya como Sixers en el 65 rozaron la hazaña, pero un robo del céltico John Havlicek evitó su pase a la final del campeonato. La venganza se cobró en el 67 con el “best team ever”, como siempre diría Wilt Chamberlain al que acompañaban Hal Greer, Luck Jackson, Chet Walker y Billy Cunningham, en el único título que se le escapó al acaparador Bill Russell (eliminaron a los Celtics en el Este para imponerse, posteriormente, a los San Francisco Warriors). Alex Hannum, un obseso de la defensa y el trabajo en equipo, convenció a Chamberlain para que redujese su volumen de lanzamientos para centrarse en el rebote (1º de la liga) y en encontrar al compañero mejor situado (3º en asistencias). La mutación dio sus frutos. 

Pero los Sixers a los que llegaba Julius en el verano del 76 habían perdido brillo (del último lustro sólo habían pisado las eliminatorias de postemporada en la última primavera). El general manager, Pat Williams, le sorprendió en la casilla de salida: “Vamos a ser un equipo mejor. No necesitamos a alguien que siempre anote 30 puntos, a un jugador que domine cada noche”, pues en el perímetro había otros dos jugadores que podían irse a la ducha con 20 tantos por barba. Julius casi lo tomó a broma: “Es que quieres que libre alguna noche”. Pero se pliega en beneficio del grupo y el dirigente acierta (21,6 Julius, 21,4 McGinnis y 18,3 Collins).

En su estreno se convierte en la estrella (30 puntos, 12 rebotes y 4 robos) del All Star (en sus 11 años de permanencia en la NBA, jamás faltaría a su cita con los mejores). Se plantaron en la final de la Liga para darse de bruces con la Blazermania. Los de Portland habían firmado en el 74 al ídolo de UCLA, Bill Walton que, en la temporada del anillo recibió a Jack Ramsey a su manera: “Señor, no asuma que nosotros sabemos algo”. Los Blazers avanzaron con firmeza, liquidando 4-2 a Denver y 4-0 a los Lakers de Kareem para entrar en las Finales y alcanzar una comunión sin igual con su público. Los Sixers vencieron sus dos primeros encuentros en casa, pero en el segundo Maurice Lucas sacó de sus casillas a “Baby Gorila” Dawkins que hasta ese momento había acampado a sus anchas en las zonas. La trifulca unió a los de Oregón y abrió una brecha en el corazón de los Sixers. El “animalito” Dawkins (que trabajó en el verano que firmaba por un millón con los Sixers a 2,5 dólares la hora en la tienda de neumáticos de su barrio, que había levantado el coche encallado en la nieve de World B. Free y que en su carrera no dio abasto para multas “Yo no puedo controlar mi fuerza”) se cabreó con sus compañeros, al entender que le habían abandonado, y arrancó varias taquillas para cerrarles el paso al vestuario. Tras el incidente dos palizas de los Blazers, que en el quinto arrebatan la ventaja de campo con un Walton autoritario (24 rebotes). En el sexto en Portland resurgió el Dr. J (40 puntos), pero los locales llegaron a los instantes finales con ventaja (109-107). McGinnis desperdició la posibilidad de empatar con un lanzamiento errado desde la prolongación de la personal. Bill “el pelirrojo” se engarzó su primer anillo (20 puntos, 23 rebotes, 7 asistencias y 8 tapones) y contempló admirado cómo su rival atravesada la puerta del vestuario Blazer para felicitarlos por el Campeonato. “The Doctor” siempre fue un caballero de hábiles lecturas: “Ganaron porque jugaron como un comité y nosotros como un grupo de solistas”. Portland eran más “team oriented” que los Sixers, zanjarían los expertos. 


Oportunidades perdidas

En el binomio siguiente el título fue a parar a Seattle (Supersonics) y a Washington (Bullets). Fue en la temporada 79/80 en la que aparecieron dos jovencitos (Bird y Magic) llamados a dimensionar la NBA y el baloncesto mundial. El joven que cuando llamó a Julius para consultarle las posibilidades de convertirse en profesional, recibió la invitación de éste a su casa, tiró el teléfono para salir corriendo y contárselo a sus amigos, ahora le amargaba su segundo asalto al anillo. Sí, porque el novato, con 3-2 a favor de los angelinos, ante la baja de Jabbar, lesionado en una rodilla, se adueñó de la final desde el poste bajo. 42 puntos, 15 asistencias y 7 rebotes que abrían el joyero de los anillos del mago. Los 27 tantos de Julius resultaron baldíos. Antes, en el cuarto partido una jugada (La Jugada) del Dr J para el museo intemporal de la historia. Cuando penetró por línea de fondo e inició el vuelo para evitar a tres lakers (Chones, Jabbar y Landsberger) con un rectificado y anotar a canasta pasada, el mundo se detuvo. “Me quedé embobado mirando aquella maravilla. Luego me acerqué a Coop (Michael Cooper) y le dije: “Podríamos pedirle que lo haga de nuevo”. Es la mejor jugada que jamás vi en una cancha”. Lo dice Magic Johson “comenzó a andar en el aire… tiene que caer, no puede estar tanto tiempo en el aire” de la llamada Baseline Move. 

Su único trofeo MVP de la regular season en la NBA lo tomó en la 80-81, pero esta vez fue Zipi (Larry Bird) el que le sacó de la carretera. Cuando un año más tarde los Sixers se impusieron en la final de Conferencia en Boston, el Garden despidió a los Sixers al grito: “Beat LA”. Pero los de Filadelfia llegaron agotados al encuentro de inauguración en casa. Una zona encubierta ideada por Pat Riley viró el factor cancha tras un parcial abrumador en el tercer cuarto (9-40). Magic se empeñó nuevamente (17,7 puntos, 9.3 asistencias y 11,1 rebotes) en aguar la fiesta de su ídolo. Nuevo desencanto (2-4).

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Por fin. Con él llegó… el título

2 de septiembre de 1982. Los Sixers fichaban a Moses Malone, máximo reboteador de la NBA y estrella de Houston Rockets. “Era el tipo de jugador con el que no había jugado en 12 años de carrera”, resaltaría oportuno “El Doctor”. Arrollan en sus inicios (17 partidos ganados de 20 posibles) y cierran el curso con 9 triunfos más que Boston (3 a 3 en los enfrentamientos directos) y 7 más que LA (y 2-0 cuando se cruzan). Malone MVP y máximo reboteador (15,3) por tercer año consecutivo. Bobby Jones mejor sexto hombre. Moses se aventura en los pronósticos (fo-fo-fo) vaticinando una singladura en las playoffs inmaculada ( traducido tres 4 a 0).

Con el mejor balance, se ahorraron una eliminatoria. A los Knicks de Bernard King y Bill Cartwright les dejaron en blanco. A pesar de lo que pueda mostrar el marcador (4-1) durísima resultó la final en el Este. Don Nelson, mejor entrenador del año, era perro viejo y contaba con jugadores de mucho nivel como Sidney Moncrief y Marques Johnson. Sus Bucks que habían apeado a los Celtics lo pusieron en chino. De entrada los Sixers se vieron contra las cuerdas, teniendo que remontar un 106-109 en los últimos dos minutos. Funcionó el perímetro (Maurice Cheeks 26 puntos, 22 Andrew Toney) ante la pujanza de los cerveceros (30 puntos de Marques Johnson y 15 con 15 rebotes de Bob Lanier). Tras el susto, otro ajustado triunfo (87-81) con Malone (26 puntos y 17 rebotes) como eje. En el traslado de la serie a Milwaukee, con empate a 88, los Sixers apretaron el acelerador hasta el 96-104. Julius (26 puntos) y Malone (25) casi lo finiquitaban, pero los Bucks demostraron orgullo y ganaron el siguiente. En el quinto en casa, los Sixers cerraban los enfrentamientos. Malone, 28 puntos y 16 rebotes, era complementado eficazmente por Cheeks desde el puesto de base con 24 puntos y 7 asistencias.

Esperaban los Lakers sin su número 1 del draft, James Worthy, lesionado y con todo el país volcado sentimentalmente hacia el Dr J y los suyos. En la apertura de la final en el Spectum, Moses Malone deja claras sus intenciones (27 puntos y 27 rebotes) y tocado a Jabbar que con 36 años declara “es como si me hubiera pegado con un martillo en la cabeza durante mucho tiempo”. Julius contribuye con 20 puntos, 10 rebotes y 9 asistencias y Toney agrega otros 25 tantos en la victoria 117-107. El segundo encuentro nos descubre a un protagonista imprevisto. Con 83-79 y 7.58 por jugar, Malone (24 puntos) comete su quinta falta. Un casi anónimo pivot, Earl Cureton -13 centímetros más bajo que Jabbar, que hizo 23 puntos y 4 rebotes-, atrapa 3 rebotes, convierte 2 puntos y sisa 3 balones en 5 minutos y medio. Cuando abandona la pista para entrar en el libro de las finales a falta de 2.24, el electrónico refleja un 95-87 decisivo antes del definitivo 103-93.

En LA los locales salieron al abordaje (40-25), pero tras el descanso la férrea defensa Sixer les nubló la vista y les tuvo siete minutos sin anotar. Los amarillos se agarraron a la línea de tiros libres (16/19) para afrontar igualados a 72 el último cuarto. Ahí los visitantes desataron la tormenta (94-111) con su trío letal: Malone (28 puntos, 19 rebotes, 6 asistencias y 3 balones recuperados), Julius Erving (21 puntos y 12 rebotes) y Andrew Toney (21 puntos y 5 asistencias).

En el cuarto Lakers ganaba holgadamente al descanso (65-51) y mantenían los guarismos (93-82) a falta de 12 minutos. De ahí en adelante, otro huracán Sixer (15-33). Con 6.30 por jugar los californianos mantenían ventaja una débil ventaja (100-95). Cuando restan 5 minutos Bill Cunningham devuelve a Julius a la cancha. Roba un balón para culminar en mate la remontada (empate a 106). En un contraataque Cheeks asiste al Dr. J que saca un 2 + 1 y convierte desde la personal (107-109 a 59 segundos de la conclusión). Falta sobre Kareem (28 puntos) que encesta el segundo tiro libre. Suspensión sencilla del 6 de los Sixers para mudar su suerte. 24 segundos. Cheeks roba un balón y ve por el retrovisor a Malone (24 puntos y 23 rebotes) que aparece como tráiler. 5 arriba a 14 segundos. Magic yerra un triple lejano y Cheeks sale como un cohete para lacrar el campeonato con un mate. El Doctor ya tenía su título a los 33 años. Ninguno de sus compañeros lo había alcanzado nunca jamás tampoco. 

Los Sixers habían cumplido su promesa. “We owe you one” (os debemos una) habían profetizado en el 77. Un millón setecientas mil personas se echaron a la calle para recibirlos. 


Adiós con el corazón

En la temporada 84-85 se esparció el rumor. El Dr J iba a ser traspasado. El jugador, disconforme con la estrategia seguida por la franquicia que había vendido a Moses Malone, había dado su conformidad destino Jazz de Utah. La cosa estaba hecha. Más el propietario no contaba con la reacción de los hinchas que bloquearon la centralita del club. “Si sale el doctor, doy de baja mi abono”. Harold Katz, el magnate que había adquirido la franquicia en el 81, captó el mensaje y mantuvo al mito. 

Dos años después, al inicio de la campaña 86-87, Julius anunció que aquel curso sería su último año como profesional. Recibió el homenaje paulatino de todas las canchas en el llamado Farewell Tour. Miles de aficionados lo recibieron con el gorro y la mascarilla de médico. Otros portaban pancartas “Bye Dr. J, hello Jordan”. La previa de los partidos contó con discursos emocionantes de sus rivales: “Hay que admirar su capacidad atlética y por encima de todo su calidad humana” (Jabbar), “Un rival admirado y respetado cuyo nivel, talento y competitividad han dado grandes noches durante mucho tiempo en la pista de Boston” (Bird), “Él fue la ABA. Él revitalizó la NBA” palabras agradecidas en la retirada de su camiseta con el número 32 de los Nets. 

Se despidió en Milwaukee. Los Bucks apearon a los Sixers en la primera ronda de playoffs. Cuando el choque dormitaba anotó su último enceste (un triple) para un total de 24 puntos. A falta de 50 segundos su entrenador ordenó el cambio. La grada ovacionaba en pie a uno de los más grandes. De camino al banquillo, el base rival John Lucas, marcado por serias adiciones, se acercó para abrazarlo y decirle que su ejemplo le había ayudado para afrontarlas y superarlas. 

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No se peguen

El 9 de noviembre de 1984 Julius Erving y Larry Bird se agarraron por el cuello y se enzarzaron en una brutal pelea en el Garden. El encuentro se había quedado con un solo árbitro, pues Jack Madden se había lesionado en una rodilla. El famoso Dick Bavetta expulsó a ambos, que enfilaron el camino a vestuarios de manera muy diferente: Bird con 42 puntos y Erving con unos pírricos 6. Ganaron los Celtics y la NBA multó a 18 jugadores (Charles Barkley siempre dice que es la única multa injusta que ha recibido, pues sólo entró en la reyerta a separarlos). Bird y Erving se llevaron la palma con 7.500 $ cada uno. El promotor Don King envió un telegrama invitándoles a unirse a su cohorte de púgiles. Julius lo rompió al instante. Interrogado Robert Parish sobre el motivo por el que no había participado en la refriega, fue extrañamente claro: “No me podía permitir los 500 $ de multa”. Los involucrados arreglaron el tema en un santiamén, en el siguiente partido se dieron la mano como si tal cosa, acordaron no firmar fotos de la enganchada, anunciaban las mismas zapatillas (Converse) y coprotagonizaban el famoso videojuego “One on One”. 

Es la única ocasión en que Julius no hizo caso a su antiguo entrenador Ray Wilson que invocaba el juego limpio. Sólo es un pequeño lunar sin importancia en su caballerosa carrera. Pat Riley ahondaba en su bonhomía: “Pudo haber algunas personas mejores que Julius Erving… el Papa y un par de madres”. “Era un tipo de una clase superior, con elegancia y dignidad” (Charles Barkley).














Ni blanco ni negro

Antes de ser un importante hombre de negocios, antes de retirarse ante la alabanza general, antes de ser un profesional ejemplar, antes de disfrutar del juego durante horas en los parques, antes, supo que el mundo no era ni blanco ni negro. Su madre siempre lo educó en la igualdad y el respeto a los demás. Jamás hizo diferencia por cuestión de razas. Con 18 años, recién graduado en el instituto Roosvelt, el día que asesinaron a Martin Luther King unos chicos negros estaban buscando bronca molestando a una chica blanca. Se interpuso a empujones entre ellos para que la dejaran en paz y acompañó a la muchacha a su casa para asegurarse de que no la ocurriese nada. Interrogado sobre el sucedido, respondió: “Sólo lo hice lo que me hubiera gustado que hubieran hecho con mi hija en la circunstancia contraria”.

Julius siempre se mostró cercano, educado, abierto, llegando a ser un reclamo para las grandes marcas. Jamás entendió de colores.


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El legado

Hasta que alunizó en la NBA, la leyenda le precedía allá donde fuese, pues realmente muy pocos habían podido verlo. Julius instauró el juego por encima del aro y lo trasladó de plano, de escenario, del parquet al aire. Sport Illustrated lo rotuló a la perfección: “Transformó un juego horizontal en vertical”.

“Me gustaba coger el balón con una mano y esquivar en el aire a los defensores… Todo era instintivo… Mi juego se adelantó a mi época”.

Sus mates, elegantes o poderosos (revisen el “rock the cradle” sobre Michael Cooper, miren el poster del mate en el que lanzó a Elvin Hayes por los suelos o alucinen con la cara del “Knick” Louie Shelton cuando tiene las rodillas del “Doctor” en la nariz), sus largas suspensiones, se adelantaron en el tiempo.

Sólo Jabbar, Chamberlain, Karl Malone y Jordan han anotado más que él. Nunca dejó de jugar un playoff con sus equipos, ni en la ABA ni en la NBA. En 1993 entró en el Hall of Fame.


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Cuando los grandes hablan

“Fue al primer jugador que ví con frenos en el aire” (Darryl Dawkins). “Fue el primero en tomar la antorcha de la verdad y convertirse en portavoz de la NBA” (Billy Cunningham). “No habría hecho las cosas que he logrado si no hubiera visto al Dr J. Dio mucha creatividad. Jugaba más allá del límite” (Michael Jordan). “De niño, para mí la NBA era Julius Erving” (Grant Hill). “Todo el mundo lo quiere. Un enorme jugador, con una cualidad única: hacía a la gente feliz” (Bill Walton). “Ayudó a los jóvenes jugadores a comprender que había que ser algo más que buenos jugadores… Cuando la grandeza se une con la calidad humana, eso creó Dios con el Doctor J” (Magic Johnson). “Cambió el juego de una forma que no se menciona demasiado. Es tan simple como escuchar las palabras de Jordan, que siempre dice que se fijó e inspiró en el Doctor J” (Lebron James). Alguien le definió como “el hermano mayor de todos los hombres”. Colección inacabable de epítetos e hipérboles de parte de los mejores.


Con Julius Erving, Dios se esmeró con el barro. Le dio un chasis poderoso y unas manazas enormes (que de chaval le venía de cine para ejercer de repartidor del periódico dominical –paper boy- y sacarse unos dólares) para trascender en la historia del deporte y situarlo en el rincón donde habitan los genios. Le concedió una cabeza privilegiada para conducirse en la vida. 

Ahora con la llegada del Chacho (bendito seas crack) a Filadelfia saldrán Sixers de debajo de las piedras, pero mi compañero Sixto Rodrigo (mil gracias por tu inglés, tu esmerada documentación y tu pasión contagiosa por el personaje), seguirá respondiendo de igual guisa a la pregunta que le formula alguno de sus hijos: Papá ¿por qué somos de los Sixers? Por Julius Erving, hijo. Por Julius Erving. 

Como no podía ser de otra manera, claro.

¡Qué nos quiten lo bailao!

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Así concluía emocionado mi relato “La importancia de la C” tras la heroica semifinal del Europeo en aquel inolvidable septiembre francés en que “todos fuimos Pau”.

Bien, ya en el presente nos situamos ante nuestro “último baile” (que diría Phil Jackson) porque ellos como nosotros han perdido lozanía por el camino, han tintado sus cabellos de sus primeras canas y por sus rostros asoman tímidas ciertas arrugas. Cada estío los cuerpos llegan más resentidos, ya no duelen los pies, molestan hasta las zapatillas. Pero en verano nos han sacado de marcha puntuales. ¿Quién no ha soñado tener la cara sucia de Navarro para idear travesuras, la imaginación de Disney en el Chacho, la garra medieval de Llull cual personaje de Juego de Tronos, los huevos del corral de Felipón, la viveza infantil de Ricky, la pillería callejera de Rudy, el porte marcial de Calderón o la lectura extraterrestre de Pau?

O no conocen el miedo o por sus modos, comportamientos y ademanes jamás lo han demostrado. Con ellos, de no franquear la barrera de cuartos, pasamos a quedarnos a una cuarta de la gloria olímpica definitiva. De torcer el gesto, de desviar la mirada, de acogernos a excusas y exhibir complejos, hemos recorrido una larga vereda con espinas, que nos ha hecho grandes, ganadores, orgullosos, envidiados en todo el planeta. Todo el universo baloncestístico quería ser español y subirse a su banderín de enganche en el intento de derribar el muro NBA.

Aterrizamos en los Juegos con desgaste en las carrocerías, menor frescura (con la física en contra veremos si la química grupal nos saca de atolladeros), menos músculo, tonelaje e intimidación interior (sin Marc ni Ibaka), pero con la alegría pintada en los rostros, el ánimo subido y el compromiso firme. Disfrutaremos de un juego más prosaico que poético y el maestro Scariolo habrá de encontrar soluciones en el libro de su mesilla de noche para paliar flaquezas. Calzaros vuestras raídas Chuck Taylor, que estos chicos llaman a la puerta.

Hagamos un breve ejercicio de historia y repasemos los rivales que nos van a enfrentar. 



¿Cómo se escribe la historia?

Entre los ingredientes que perpetúan su pócima secreta, tres se destacan como ineludibles: la ingente calidad, el irrenunciable compromiso y la contagiosa diversión. 

En 1999 nuestros representantes por entonces ganaron su acceso su acceso a cuartos en el Europeo de Francia, con las maletas literalmente hechas, en una insospechada carambola. El guiño del destino lo aprovecharon los Angulo, Herreros, Nacho Rodríguez, Alfonso Reyes e Iñaki De Miguel (qué marcaje sobre Sabonis), para derretir el hielo lituano en cuartos, afear el gentil favor de los franceses en semifinales y postrarse ante la vieja Italia en el partido definitivo. “No sabíamos ganar finales”, declaraba Nacho Rodríguez. Desde el 91 no tocábamos chapa. Una plata de tremendo valor en una época de carestías y sinsabores. Ese verano irrumpieron los “Ángeles de Charly” (Sainz de Aja) para cambiar nuestras vidas y acostumbrarnos a mirar hacia arriba, a escuchar emocionados un himno sin letra. 

Zipi y Zape, Raúl López y Juan Carlos Navarro, fueron los primeros en subirse al tren de los grandes. En la primera parada, Juegos Olímpicos Sidney 2000, estacazo mayúsculo. A posteriori, Lolo se quedó con las ganas de convocar al estilizado Pau Gasol, que todavía tierno pisaba más la cancha del equipo vinculado que la del senior azulgrana. Cuando en la temporada siguiente el de Sant Boi arrasó en las conquistas de Copa y Liga, Imbroda le situó en el centro del combinado que disputó el Europeo turco de 2001. Una más madura Yugoslavia nos apeó de la lucha por el oro, pero el bronce resultó un amable botín para una generación que había llegado para quedarse (Pau y Juanqui se establecieron como los máximos anotadores del equipo). En Indianapolis 2002 nos las prometíamos muy felices, pero Raúl se destroza la rodilla y la moral de la tropa se resiente. En los cuartos Nowitzki nos manda al rincón de pensar. En la consolación, España se impone a la selección USA de rimbombantes nombres (Jermaine O´Neal, Paul Pierce, Marion, Ben Wallace, Paul Pierce o Elton Brand) y escaso espíritu solidario. 

Los polluelos están a punto de romper el cascarón, pero en la Federación se pide un último favor para la causa a los veteranos. Herreros lo ejemplifica: “Oye chaval, que yo he venido aquí a dar palmas… ¿Quién soy yo para decirles qué tienen que hacer si eran estrellas en sus equipos y con 23 años habían ganado más que yo? Así el efímero paso de Moncho López al frente del equipo nacional en Suecia trae otro metal plateado. La Lituania de Jadikevicius, Stombergas, Siskauskas o Macijauskas alcanzan el cetro continental. 

Atenas 2004 Juegos Olímpicos. Primera fase inmaculada con victorias ante China, Argentina (a la postre campeona), Italia (subcampeona), Serbia y Montenegro y Nueva Zelanda. España, primera de grupo, cae el día en que no se puede fallar en el fatídico enfrentamiento de cuartos. Lo que había sido un simulacro de equipo norteamericano se despereza en el peor momento. Stephen Marbury, hasta entonces 2 de 16 en triples, enfoca su mirilla, 6/9 triples la noche de autos para 31 puntos y nos manda para casa. En el Eurobasket 2005, son las flechas de Nowitski las que hacen diana en semifinales. Una triste derrota por 30 puntos ante Francia en busca del bronce cierra el bienio de Pesquera, cuya repleta pizarra no logró sintonizar con el grupo.


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2006 Mundial de Japón. En la Federación encuentran una solución menos rígida y más moderna y cercana para el banquillo: “Pepu” Hernández. En su primera reunión el madrileño luce su proverbial pico de oro “Nadie es imprescindible y todos sois importantes” y su habilidad como conductor de grupo concediendo libertades dentro y fuera de la cancha. La pocha se instala como divertimiento de mesa y el desternillante “El busto es mío” de Riki López como hit parade. Ni siquiera el terremoto de 4,8 grados en la Escala Ritcher quiebra la tranquilidad colectiva. Entre el Chacho y Rudy levantan un trompicado encuentro de semifinales ante los argentinos. Sale cara, el tiro esquinado de Nocioni no entra y España se mete en su primera final mundial. A un minuto de la conclusión, Pau había realizado un mal apoyo por línea de fondo, su pie se quiebra y se rompe un metatarsiano. El vestuario es un funeral, nadie tiene cuerpo de celebraciones. Los griegos endosan 101 puntos a los yankees (Wade, Lebron, Anthony, Paul, Howard, Bosh y Paul pagan su divismo ante los dioses helenos). Pepu tira de psicología y enfoca el entreno previo hacia dos estandartes alicaídos, Navarro y Garbajosa (que responden a lo grande con 20 puntos cada uno). El día de partido el vestuario tiene un extraño sonido, el del silencio. A Pepu no se le escapa: ¿Qué pasa hoy no ponéis música? España muestra un defensa de libro y deja en unos paupérrimos 47 puntos a sus rivales. Cabezas oscurece a Spanoulis, Berni obra de sombra de Papaloukas, Marc convierte a Schortsanitis en un gatito y Carlos Jiménez (el mejor jugador de equipo que ha dado nuestro deporte) se multiplica en defensa y rebote (11). Cuando suena la bocina, Berni más avispado se guarda un tesoro, el histórico balón, Rudy cercena la red, los jugadores con los hachimakis (pañuelos japoneses símbolos del esfuerzo) sobre sus frentes juntan un corro simulando una pocha sobre el parquet. Todos miran y dedican el triunfo a Pau y Pepu escucha el himno emocionado con la mirada puesta en el cielo y una mano sobre el pecho. Su padre ha fallecido el día anterior. El aprendizaje ha concluido. “En ese momento, teníamos una experiencia para salvar las dificultades que antes no teníamos” (Carlos Jiménez). Otro sabio ha repetido un infinitivo para su deporte: “Ganar, ganar, ganar y volver a ganar”.

2007 Europeo de Madrid. El ambiente de euforia que ha presidido todo el torneo se rompe a 2,3 segundos del encuentro final. Después de rebotar 4 veces sobre el aro, el lanzamiento ejecutado por Holden entra para poner en ventaja de uno a los rusos. El postrero tiro de Pau es escupido por la canasta. La amarga plata sabe a poco. La relación entre el presidente y el entrenador se ha ido agrietando. El choque de egos propicia la salida del técnico que mejor había entendido a los jugadores. Una pena. 

2008 Juegos de Pekín. Sáez confía la empresa a Aíto García Reneses. En China el técnico trastoca roles, relega jerarquías (Calderón, Navarro y Garbajosa quedan un paso atrás), eleva las rotaciones y limita el albedrío de la pandilla. La aspereza del madrileño no termina de comulgar con el carácter de los chicos que, tras recibir una soberana paliza ante el Redeem Team, recuperan crédito, estima, cohesión y risas en el reservado del Mare, el restaurante español que Arturo Lanz (excantante de Aviador Dro) y su mujer china habían abierto en la capital china. Con el avance de la competición las fugaces rotaciones se alargan. Llegan las semis y el maestro Reneses enroca el partido. A siete minutos para el final, España empata a 71 con Lituania. Los bálticos han masacrado el aro hispano a base de triples. En una decisión aparentemente temeraria España se sitúa en una zona 2-3 y la puntería lituana se difumina. España se mete en la final olímpica. Así aterrizamos en el primer mejor partido de la historia de los Juegos. Aguardaban las estrellas NBA, en el equipo de la Redención. “Si no ganamos el oro, me tengo que ir del país” (Kobe Bryant). El video del encuentro jamás cogerá telarañas. A cada poco ha de revisarse. Rudy se jubilará con el poster del mate sobre Howard a su espalda, Navarro orillado todo el campeonato, contará a sus nietos que rescató viejas sensaciones de base para volver locos a los americanos, un niño Ricky Rubio (17 años) aguantó las embestidas pross para licenciarse como el medallista más joven del baloncesto olímpico. Los árbitros obviaron los clarísimos pasos de salida (hasta 13) de las estrellas USA, pero España no se acogió a excusas para competir hasta la extenuación. Wade, Lebron, Anthony y Bryant tuvieron que dar el máximo para recuperar el trono olímpico. 

2009 Europeo de Polonia. Tras el partido entre Turquía se esboza un motín. Scariolo ha concedido la última posesión al recién llegado Llull. Los colegiados se comen una falta de manual y España pierde. Marc Gasol en caliente mete la pata: “Teniendo a Pau en el campo jugarse la última con el chico que ha llegado el último…” En el bus, los compañeros recriminan a Marc su error que solicita comparecer ante los medios para aclarar el malentendido. Scariolo no se esconde y habla a las claras a sus jugadores: “¿Soy yo el problema?, les pregunta. La herida cicatriza de inmediato en la misma reunión dónde se exponen pareceres y exteriorizan errores. El gabinete técnico toma nota y aligera el peso táctico en pos de la sencillez. Lituania sirve de analgésico, Pau se engrasa y España avasalla al cuadro organizador. Espera Francia que gana sin querer a Grecia con una canasta de un despistado De Colo. Los galos son aplastados por los íberos (20 arriba). Una imagen plasma la intensidad de lo acontecido: 5 españoles rodean en defensa a un francés. Tras la visita de rigor a Auschwitz, España desata su ira frente al imperio griego (82-64) con Cabezas comiéndose crudo a Spanoulis. En la final, España se cobra la revancha inicial frente a Serbia. Al descanso (+23) la suerte está echada. Es el último partido que narra el recordado Andrés Montes. 

2010 Mundial de Turquía. Pau decide cuidarse y no es de la partida. Un triple de Teodosic nos larga en cuartos. 

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2011 Europeo de Lituania. La primera parte del partido frente a los locales en la fase de grupos quedará para enmarcar: 62 puntos con 10 de 16 triples y 16 asistencias. En el choque ante Francia, los vecinos reservan jugadores para evitar a Lituania en semifinales, pero los bálticos se la pegan ante una emergente Macedonia. Navarro entra en trance a partir de cuartos. “Con Juan Carlos la vida siempre es igual. Al principio del partido me saluda amable y después me mata”, declara resignado Boza Maljkovic, entrenador de Eslovenia, que recibe 26 puntos (17 en el tercer cuarto) del tirillas. En semis lo sufren los macedonios: 35 puntos con 5/9 triples, uno de ellos de colección a la pata coja. “Tenía la sensación de que todo me iba a entrar”. A Francia la tomaron con ganas en la final. Ibaka (Ikea según Pepiño Blanco) amedrenta a los postes galos (5 tapones en otros tantos minutos del segundo cuarto). Navarro remata como MVP su semana fantástica (29,3 puntos de promedio en los tres últimos encuentros) con un detalle de capitán que lo engrandece aún más. En la entrega de trofeos Calde susurra a Felipe: “Dice Juan Carlos que recojas tú la Copa”. El patriarca de los Reyes había fallecido de un infarto días antes. Su esposa, Lola, llora a lágrima viva en la grada. “Cuando me cede el trofeo siento el orgullo de tener un compañero como él y de formar parte de un equipo y una familia como ésta”. En el corrillo posterior a la celebración cantaban el “Todos los días sale el sol Felipón”, que habían versionado. 

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2012 JJOO de Londres. La controvertida derrota frente a Brasil evita el cruce ante los americanos. Francia es nuevamente víctima propiciatoria en cuartos. Llull se emplea con Parker y Marc e Ibaka se agigantan. Batum y Turiaf asumen mal la derrota con sendas agresiones fragantes. España se embota en las semifinales ante los rusos. 20 pírricos al descanso para una desventaja de 11. Calde desfibrila a la mortecina España desde el triple, Rudy lo auxilia con su sabia lectura defensiva y Felipe “O Rei de la Regularidad” combate cual peso pesado. España abre el campo y San Emeterio suma esfuerzos para entrar en la segunda final olímpica consecutiva, en la que Lebron cogió la pala para echarnos la tierra definitiva con un triple en la cara de Marc. España juega como nunca o como siempre para quedarse en la orilla. Cuando concluye el histórico encuentro la expedición americana desfila en procesión al completo para consolar/felicitar a Pau que permanece machacado en el banquillo. “Estoy jodido, podíamos haber ganado… Lo ves tan cerca y…”. Navarro, mermado por la fascitis plantar, ha abierto el libro por la página de las esencias caras antes del descanso (19 puntos). Pau ofrece un curso de acelerado de fundamentos a los interiores americanos en el tercer cuarto, pero a España con un día menos de descanso, el encuentro se le hace bola. 

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2013 Europeo de Eslovenia. Orenga a los mandos. Felipe, Navarro y Pau ausentes. España cae en la prórroga de semifinales ante Francia. Poco bagaje táctico para cubrir las ausencias. Meritorio bronce ante Croacia para algunos, poco botín para otros (entre los que me incluyo).

2014 Mundial de España. “El castañano”. Orenga en el blanco de todas las miradas. Pero nadie debe escurrir el bulto: ni el presidente que lo elige, ni los jugadores que no exigen un técnico de mayor rigor, experiencia y recorrido. La festiva fase preparatoria de siempre y los despistes en la semana de las eliminatorias también suman tinta a la mancha. Una Francia menor echa a España de su campeonato. 

2015 Europeo de Francia. Scariolo regresa al redil. Otra competición de menos a más con corta rotación (no más de 8 o 9 jugadores). El juego se elabora alrededor de un superlativo Pau Gasol. Y éste responde como nunca, como siempre. La exhibición de compromiso, fiereza y talento ante los galos en semifinales (40 puntos) habrá de contarse como las grandes gestas. Campeones de Europa ante Lituania y Gasol MVP sin discusión.

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Los Rivales en los JJOO Río 2016



Argentina

No se fíen de esta cuadrilla. Les tratarán de usted. Les enternecerán sus arrugas y canas (entre el trío calavera suman más de un siglo). No les confundan sus ropajes albicelestes, pues esconden indumentaria de camuflaje. No tienen cuerpo, tienen alma como señala su hashtag. Dos bases de patente ACB. Delfino regresa de dónde nadie volvió y los chicos le tomaron el pulso a la alta competición en el último Sudamericano. Los niños cruzaron de la mano de sus padres/abuelos la escarpada vereda para llegar a Río. Cuadro pequeño de estatura y corazón inabarcable, excelentemente gobernado por el “oveja” Hernández. Prohibido darles la espalda, vedado cruzarse con ellos en las eliminatorias. Posee el mejor juegos de pies (Scola), los huevos más enormes (Nocioni) y la más poderosa Manu izquierda de todo el planeta exterior a la NBA. 

¡Ojo con ellos! Llegarán a dónde les lleguen las fuerzas y llegados a ese punto me levantaré a aplaudir su tango final a un equipo que ha engrandecido la historia de nuestro deporte ¡Bravo!



Brasil

Se presentan con las caras de siempre, a excepción de su mejor jugador, Tiago Splitter, lesionado. Con más veteranos que noveles. Clásicos son Marcelhinho, Barbosa, Alex García. Marquinhos, Varejao, Nené y Hettsheimer con poco imán para los podios. El que sí lo tiene es su entrenador Rubén Magnano, que acudirá a las piernas frescas de Luz, Neto, Benite y Lima para relevar a los veteranos e impulsar el juego. Dudas tradicionales sobre su espíritu competitivo. ¿Cómo llevarán la presión del anfitrión? ¿Serán por fin los Jogos do Brasil?



Lituania

Han sobado el morro a España dos veces en la preparación. Plata de los dos últimos Eurobasket (en Francia 6 jugadores anotaron más de 8 puntos de promedio). Del banquillo no se ha movido Jonas Kazlauskas. En la dirección el excelente Kalnietis está muy sólo. El puesto de 3 lo tienen de sobra cubierto con el Knick Kuzminskas y el Real Macioulis. En la pintura se echan en brazos de un velociRaptor, Valenciunas, en los mejores dígitos de su etapa pro. Los bálticos llevan el basket en su ADN, son sólidos y sin figuras descollantes como antaño, pero conjuntan cuerpos y talentos. Van justos en la pintura sin Montijunas ni los Lavrinovic, se encomendarán al nuevo Sabonis, Romantas, y a los rocosos Jankunas, Javtokas y Kavaliouskas para echar una mano al héroe de la franquicia canadiense. Sus altisonantes nombres llaman a la guerra, evocan disputas medievales, luchas a muerte en La Princesa Prometida. Son los séptimos juegos consecutivos de un país de tres millones de basket lovers. No los olviden, siempre están cuando tintinean los metales.



Croacia

Nos rascan presea desde los Juegos de Barcelona con Drazen Petrovic. Su hermano Aleksandar se ha comido el marrón que nadie quería y ha desmontado a Italia de su propio preolímpico. Démosle valor. Tomic se borró y Justin Hamilton corrió al amparo de los Nets. El juego interior (exterior) ha quedado en manos del todocampista Saric, el nuevo genio de Sibenik. Por fuera, Bojan Bogdanovic ha ganado aquí y en USA todos los galones a los que aspira Hezonja. Simon y Ukic administran las posiciones perimetrales con pocos recambios (Draper y Lafayette se quedaron fuera por decisión técnica). Igual lucen más con menos. Veremos. 



Nigeria

Explosividad física, dinamismo y fortaleza interior disminuida por las bajas. Se cayeron el blazer Al- Faroud Aminu, Udoh (Fenerbahce) y el nuevo unicaja Trevor Mbakwe. 



EEUU

Tendrían tres equipos para ganar el oro de calle. Pese a las renuncias siderales, poseen dos point guard de infinita clase (Kyrie Irving, el escudero de Lebron y nuevo gran base de la NBA, y el supersónico Kyle Lorry), dos animalitos para candar el aro (DeMarcus Cousins y DeAndré Jordan) y 8 jugadorazos versátiles que pueden combinar en las otras tres posiciones. Atentos al ritmo desbordante preñado en una exigente defensa, a las posibilidades con quintetos pequeños afincados en Durant, Anthony y Draymont Green como cuatros o incluso cincos. Ante defensas zonales Krzyzewski recurrirá a Klay Thompson, Durant o al resurgido Paul George. Son oro al 99%. Coach K va a por su tercer entorchado olímpico consecutivo antes de pasar los trastos al mejor entrenador pro, coach Popovich. 



Francia

Salvando a los Superhéroes de comic USA, Les Bleus albergan los mejores físicos del certamen hasta el punto de que Colet ha dejado fuera a dos del otro lado del Atlántico, Ajinca y Fournier. Con Parker notando los kilómetros en su segunda anotación más baja NBA, Heurtel y Antoine Diot darán relevos de calidad en el timón. Aún así en el Preolímpico devino definitivo con 15 puntos en el cuarto final ante la excelsa Canadá. De Colo ha cuajado gloria europea (MVP y campeón de la Euroliga). El explosivo Batum irá cogiendo tono tras firmar el contrato de su vida e incorporarse mediada la concentración. Gobert pondrá envergadura e intimidación, Pietrus piernas y Lauvergne, Boris Diaw y Kim Tillie mano y cabeza. Equipazo.



Serbia

El general Sasha Djordejevic no tragó con los novillos de Marjanovic en el preolímpico, pendiente de la rúbrica de su contrato con los Pistons, y le dejó fuera de la lista de Río. Notarán la falta del lesionado Bjelica que les daba calidad y polivalencia a espuertas. Se agarrarán a su talentoso tridente con Teodosic más anotador en temporada que nunca, Bodgan Bogdanovic doctorándose entre las broncas y mimos de Obradovic en Estambul, y Nikola Jovic, un joven poste de los de antes, con lectura de juego y fundamentos, que ha entrado en el quinteto rookie ideal con los Nuggets. Apretados desde la banda, defenderán, acelerarán ritmo respecto a anteriores presencias y ganarán presencia interior cuando Raduljica coincida en pista con la emergente estrella de Denver. No olvidar a los ACB, Markovic y Nedovic, en los relevos perimetrales, que saben lo que se hacen, ni la rocosidad de Kalinic. Pueden encontrarse con el hándicap de que todos son novatos en unos Juegos. 



Australia

El clásico de Oceanía llega con su estrella Andrew Bogut justa de partidos tras su lesión en la final NBA. El alunizaje de Durant a San Francisco le ha conducido a Dallas. El otro participante en las series, Matthew Dellavedova se ha engarzado su primer anillo, más pone rumbo a los Bucks por un pastizal. Patric Mills moverá los hilos en un papel más estelar que en los Spurs, con los familiares Joe Ingles y David Andersen añadiendo experiencia. Ojo a los aussies cuando lleguen las eliminatorias. 



Venezuela

Pese a los que los “vinotinto” gastan menos nombre que sus vecinos continentales, se han colgado el oro en las competiciones disputadas (Sudamericano y Torneo de las Américas) desde 2013. Sin su “pro” Greivis Vázquez, quizá su mejor baza resida en Gregory Vargas y en la fuerza que se les insufle desde la banda el argentino, Néstor “Che” García. En Méjico se cargaron a la lustrosa Canadá y a la renacida Argentina. 



China

No varía su discurso. Muchos centímetros y tiro exterior que no le harán quedar muy lejos



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Las chicas

No me olvido de las nuestras porque me tienen enamorado desde hace años. Parecen un equipo desde que salen del hotel. Mondelo las entiende de maravilla y aporta gobierno, lectura de partido y todo tipo de soluciones tácticas. Maravilla la clase de Palau, la energía de Silvia Domínguez, el 1 contra 1 y el tirito de Anna Cruz, la polivalencia de Xargay, la exuberancia de Torrens, los arrestos de Nicholls, la solidez de Gil y Pascua y la juventud de Ndour. Con la filosofía cholista, partido a partido, habrá que tocar la puerta de las medallas, pese a la irremplazable baja de Little. Destilan calidad e intensidad a partes iguales. Siempre enganchan al televisor. 



10 incógnitas a despejar en España (los chicos)

¿Cuántos jugadores se sumaran a los seis (el bloque madridista más Gasol y Mirotic) que sostuvieron mayormente el cuadro en Francia?

¿Explotará Llull como escolta titular?

¿Disipará Ricky sus dudas en el tiro o quedará como mero director o agitador del avispero?

¿Embalsarán a Navarro o saldrá el genio de la lámpara?

¿Reventará Claver o se conformará con labores de intendencia?

¿Dará valor Willy a los minutos de descanso que necesite Pau?

¿Cómo llegará de gasolina Pau en los partidos que España se juegue el cocido?

Sin Marc ni Ibaka ¿dominará España el rebote? ¿ayudará Mirotic a cerrarlo?

¿Habrá regularidad en el tiro para que los rivales no se colapsen sobre Pau?

¿Qué armas tácticas reservará el técnico de Brescia?



En la solución a muchos de estos enigmas se hallará el puesto final de la selección. Su experiencia, compromiso, conocimiento del juego y de los compañeros y competitividad conducen al optimismo. Rebote, defensa, ritmo, equilibrio exterior-interior, circulación y cuidado de balón, y tiro serán las asignaturas troncales de toda competición. 

No habrá que escandalizarse si nos cuesta arrancar y en el camino encontramos piedras. Los íberos en nuestra península somos tan dados a excelsas loas como a las más ácidas críticas. Esto es largo y los nuestros siempre han competido de cine en los partidos sin red de salvamento. 



En cualquier caso y sea cual sea el lugar que finalmente nos ubique la competición, como cantan y despiden sus conciertos Los Secretos “Gracias por elegirnos”. Gracias de verdad, chicos. Ha sido un gusto y un orgullo para todos acompañaros todos estos años.

Mike Hansen, I love this game

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De cuando se batía en duelo en los patios y canchas madrileñas frente a mi amigo Juanjo Ranea “el mejor jugador de Mini que he visto en mi vida”, según Mike, han pasado muchos inviernos, casi todos ligados al baloncesto. Se formó en las canteras de Canoe y Estudiantes, saltó el charco junto a su añorado Sergio Luyk, capitaneó la universidad donde cimentó un tal Shaquille O´Neal  su leyenda, rascó chapa (bronce) en el Europeo de Roma, pero quedó fuera de la lista definitiva de Díaz Miguel para los Juegos del 92 de Barcelona. Regresó a España, jugó en una riestra de equipos ACB y triunfó como expatriado en Alemania. Disfrutó siempre en todos los apeaderos de su extenso camino.
El niño que en las madrugadas de marzo ansiaba algún día jugar la NCAA cumplió su sueño. Ahora el adulto se ha liado la manta a la cabeza para embarcarse en otra aventura onírica y fascinante: devolver a Valladolid a la élite del basket. Así es Mike Hansen, otra historia de amor perenne con el baloncesto.




De la Base de Torrejón al Pez Volador y a La Nevera
Ahora que repetimos elecciones como si no hubiera que hacer otra cosa, se han cumplido tres décadas del Referéndum sobre la OTAN y por extensión del Sí o el No a las bases americanas en España. En una de las mismas, en Torrejón de Ardoz, se crió Mike Hansen Mejías. Allí ejercía su padre, norteamericano, como profesor del colegio. En su pabellón se curtió Mike durante incontables sábados y domingos frente a los soldados norteamericanos. Más altos, más fuertes, más rápidos y en su mayoría afroamericanos, como le sacaban ventaja en casi todos los aspectos del juego, excepto uno (el tiro), tenía que espabilarse para estar al nivel y ganarse su respeto.
Antes papá Hansen (Eduardo) había comenzado el adiestramiento del muchacho (cuando sólo contaba 6 años) en el Royal Oaks de El Encinar de los Reyes. Cinco cursos dieron un balance inmaculado de 110 victorias por ninguna derrota. El pequeño, sin embargo, fantaseaba con la posibilidad de ser algún día un famoso quarterback de football americano. Con sigilo la cesta fue ganando terreno al balón ovalado y Eduardo condujo casi a empujones al crío a uno de los templos del basket capitalino, el Canoe. En la prueba, el talento del niño en la cancha supera a su timidez y es escogido. El examen le resultó relativamente sencillo, de juguete, pues jamás había jugado en canastas pequeñas. Un año en el Mini y dos en el Infantil (con mi amigo Jorge Osma) serían fundamentales en su génesis formativa. Era curiosa la imagen del padre sentado en una sillita extensible, en silencio, viendo las evoluciones de su vástago sobre cualquier patio colegial madrileño.
En la primavera del 85 el apellido Hansen suena entre los más destacados proyectos de los jugadores nacidos en el año 70. En mayo, en el Campeonato de España Infantil de Granada, Canoe quedaría relegado a la séptima posición con el honroso honor de vencer al definitivo campeón (Colegio Leonés) en la fase de grupos. Un mes más tarde, el dúo Hansen-Ranea está a punto de quebrar la primacía catalana en el campeonato de selecciones autonómicas, pero caen 65-62. Llega julio y Miguel Ángel Martín distingue a lo mejor de la camada para acudir a una especie de europeo de la categoría en Alemania, bajo el llamativo nombre de Operación Pasadena. Salen imbatidos con Francia como principal oponente y si hubiera tenido lugar una final se habrían enfrentado a los yugoslavos (invictos en el otro lado del cuadro). En la chavalería enraizó la fuerte defensa y el contraataque como patente de corso. De premio les convidaron a una cena con sus ídolos de la selección senior que por aquellos días andaban disputando su Europeo en Stuttgart. En su bautizo internacional hizo camaradas para siempre, compartió el puesto de base junto al barcelonista Jordi Morella y el verdinegro Tomás Jofresa, soltó las bridas del badalonés Antonio Medianero y continuó chanzas y encestes con su compañero el canoísta Lino Sánchez.
A la vuelta, Miguel Ángel Martín y “Pepu” Hernández (delegado de aquel combinado adolescente) le convencen en una cafetería de Avenida de América para que fiche por Estudiantes. En el Ramiro, compartirá puesto y minutaje en el juvenil con Nacho Azofra. Alcanzan la final del Campeonato de España del 87 en Cádiz.  Mike (28 puntos) fuerza la prórroga con un triple sobre la bocina (con falta no señalada –todavía hoy proclama que le agarraron del pantalón-). Reman, para quedarse en la orilla: el Madrid del añorado Carlos García Ribas (41 puntos) se hace con el título.

 
Una dulce medalla de chocolate
El verano le devuelve a la selección (juvenil para España, cadete en el hemisferio  FIBA). Miquel Nolis, un excelso “hacedor” de jugadores tiene en sus manos un plantel talentoso, pero bajito. Nolis es uno de esos profesores eméritos de nuestro baloncesto que moldeó las habilidades de varias generaciones. En medio de las sofocantes solanas de julio, Manuel Montesinos aumentó la cilindrada de la muchachada para llegar cual motos GP en las duras sesiones físicas de Font Romeu. La ciudad húngara de Videoton les aguarda.
Rumania supone un incómodo estreno con dos postes, Popa (que ya había debutado en la absoluta) y Bobrocxzky por encima de los 7 pies. Mike (27 puntos) cambia el ritmo de una España embotada, propulsa a un incontenible Medianero (17) y Fran Murcia (10) se faja entre los tallos para una victoria justita (82-79).
El letargo no se evapora frente a los belgas que plantan una zona que aturulla a los nuestros. 12 puntos de desventaja al descanso. Jordi Morella (9) pone criterio en la dirección, Hansen (17) y Medianero (15) afinan, y José Miguel Hernández (12) expone su valor dual (dentro/fuera), para salvar los muebles (60-58).
Frente a los rusos, los hispanos salen al abordaje (+15 en el minuto 13), pero la diferencia se esfuma en un periquete (empate a 37 al intermedio). Los puntos de los bases, Hansen (15), Jofresa (14), resultan baldíos ante el esplendor de Minashkin (36) y Miglieniks en la segunda parte. 85-71 para los soviéticos.
El encuentro bisagra es el de Alemania. Los de Nolis se amotinan atrás para forzar 16 errores de los germanos, Pedrera (15 puntos) y Hernández (13) despachan rivales en la pintura y Benítez muestra su clase (24) para horadar la zona. Triunfo holgado 77-58. Con la clasificación lograda, el partido frente a los húngaros (75-70 para España) sirvió para dar entrada a los menos habituales. En la jornada de descanso visita obligada a la bella Budapest y cena como Dios manda en una pizzería.
Al intermedio de las semifinales la suerte estaba echada (28-49). Al que decían sucesor de Petrovic, Arian Komazec, se le caían los puntos (52 del angelito). El marcador final es incontestable (67-94).
En la lucha por el bronce, el encuentro llegó igualado a la media parte (39 a 40 para Rusia). En la reanudación, tras un esperanzador inicio, España se duerme y encaja una parcial descorazonador (0-16) en cuatro minutos. Los triples de Medianero (21 puntos) y Hansen (18) ajustan el resultado para entrar en el último minuto con desventaja de 2, pero los rusos mantienen la mano más firme para apropiarse de la presea (76-84).
La selección concluyó el campeonato en el puesto que por plantel le correspondía. Hansen fue el jugador más utilizado (27,8 minutos por encuentro) en las dos posiciones perimetrales y el mejor anotador (13,4 puntos). Komazec emergió como incuestionable figura del torneo, MVP, con 36 puntos de media y los yugoslavos arramplaron otro oro para su colección, en una final que acabó (83-77) como el rosario de la aurora frente a los correosos italianos.

“Ir a perseguir vuestros sueños”
De esa guisa despachó el gran Luyk a su hijo Sergio y a Mike Hansen en la despedida de Barajas. En Pula (Croacia), Clifford había conocido al entrenador del instituto University Height Academy de Hopkinsville, un pueblo a 80 km de Nashville (Tennessee). Éste ofreció al tierno dúo la beca que les haría soñar despiertos. El high school privado sólo contaba con 240 alumnos, pero se ubicaba en el epicentro (junto a Indiana) del baloncesto colegial estadounidense. En Kentucky la vida gira alrededor de la recogida de maíz, la religión y el baloncesto. La biblia y el balón van de la mano. La imagen peliculera del equipo de baloncesto viajando en el autobús amarillo animado por toda la aldea era una postal semanal.
A Mike el verano del 86 le había abierto los ojos a un mundo fascinante. Estuvo en el Five Star Camp de Syracuse y  dos semanas en Nueva York entre el mítico Rucker Park de Harlem y las canchas de la 22 con Lexington Avenue. Aquello era el paraíso al que más pronto que tarde quería volver.
Los chicos agarraron su oportunidad y no defraudaron. Sergio destacó entre los jugadores de primer año (sophomores) gracias a los 12,3 puntos y 11,9 rebotes, mientras que Mike (22 puntos y 8 asistencias) se postuló entre los mejores en su puesto, pero había calculado permanecer dos años en el instituto, cuando le comunicaron que había rebasado el número de créditos y cumplido el ciclo del bachillerato, por lo que debía graduarse. Las universidades de mayor relieve habían cerrado sus plantillas. Urgía  tomar una decisión si quería quedarse y estudiar una carrera. Escogió un pequeño college, Tennessee Martin, que participaba en la División II de la liga. En los primeros encuentros amistosos frente a centros de mayor empaque, Mike causó muy buena impresión. Frente a Missouri hizo un partidazo y ante Louisiana State University (LSU) deslumbró a su entrenador, Dale Brown, tras una exhibición anotadora (42 puntos). Su ayudante le felicitó y le echó el ojo. Concluyó el curso como mejor rookie de su conferencia (Gulf South Conference) y en el quinteto ideal de la misma. Estaba claro que liga y escuela se le quedaban pequeñas.

Cumplir el sueño
Ha llovido para hundir el Arca de Noé, pero Mike siempre relata que con 9 años su padre le despertó y le llevó desde el domicilio familiar en Pinar de Chamartín hasta la Base para contemplar la final de la Liga Universitaria Americana (el punto culminante del March Madness) cierta noche de marzo del 79. Entretuvieron la espera en la bolera, cenaron una hamburguesa y abrieron los ojos de par en par para visionar el encuentro más seguido de la historia, el enfrentamiento de Larry Bird y Magic Johnson. Crepuscular. De aquella, Mike no se ha perdido ninguna. Así que aquel adolescente, desde siempre anheló jugar en la NCAA y que su padre y sus amigos lo siguieran en Torrejón. Por eso, cuando llegaron las ofertas de universidades de enjundia, no podía negarse, a pesar de que el traslado de expediente llevase aparejado un año en blanco, sin jugar, al ser “red shirt”. Rechazó atractivos ofrecimientos de West Virginia, North Carolina y Arizona (que era la preferencia paterna al conocer al entrenador), para decantarse por LSU.
Su año en el dique seco no cayó en saco roto, pues al estar en el segundo equipo le tocó defender todos los entrenamientos a Chris Jackson, segundo máximo anotador universitario la temporada 88/89 tras Hank Gathers y “el mejor jugador que me he cruzado jamás”, sigue aseverando Mike. El catálogo de fundamentos y recursos que atesoraba Jackson (no se marchaba a la ducha sin anotar 10 triples seguidos limpios) le hizo exprimirse y mejorar exponencialmente en defensa. Chris padecía el “Síndrome de Tourette”, un trastorno neuropsiquiátrico que derivaba en reacciones nerviosas y tics incontrolados. Según Mike, la dolencia le “hacía tener un poder de concentración mayor”, y quizá por eso lideró el porcentaje desde la línea de tiros libres en la liga profesional. En el draft del 90 salió elegido en el número 3 del draft por los Denver Nuggets para desarrollar una sólida carrera con varias campañas rozando los 20 puntos de promedio. Abrazó el Islam, cambió de nombre por el de Mahmoud Abdul Rauf y cayó en desgracia en la campaña 95-96 cuando (amparado en sus creencias religiosas) se negaba a permanecer de pié en la interpretación del himno norteamericano. La NBA le multó e inhabilitó un partido. Llegó a un acuerdo con la Liga, más ya estaba señalado por la opinión pública. Fue traspasado a los Kings de Sacramento, pero la incómoda situación y las lesiones no le permitieron rendir igual y acabó dando tumbos por Europa. Un jugadorazo.
En su llegada al campus de Louisiana (35.000 alumnos), Hansen compartió habitación con Stanley Roberts. El pivot era un diamante, por entonces “mil veces mejor que Shaquille O´Neal”, su alter ego en la pintura, pero Stanley “no sabía decir que no”. Le faltaba mentalidad y madurez. Un pedazo de pan que venía de un ambiente pobre, difícil, y regateaba esfuerzos en su trabajo diario. Su desastroso expediente académico le hizo salir precipitadamente de la universidad al año. Cayeron eliminados en primera ronda ante Georgia Tech de la famosa “Lethal Weapon” -Kenny Anderson, Dennis Scott y Brian Oliver-. Su destino sería un Real Madrid convulso. Pese a sus números, apenas contaba 20 años y promedió 13 puntos, 7 rebotes y 2 tapones, la temprana eliminación del equipo en playoffs frente al TAU propició su salida. Aíto, siempre al quite, estuvo a punto de llevarlo al Barsa, pero regresó a la NBA. En 9 años se calcula que se fundió 35 millones de $ (llegó a tener 22 coches de lujo). Su incremento de peso se tradujo en lesiones importantes, En noviembre del 99 dilapida el contrato firmado meses antes  con los Sixers (120 millones de $) cuando es expulsado de la NBA por consumo de éxtasis. Después de unos cuantos años de aquí para allá y sucesivos problemas con la ley, cuentan que John Lucas afortunadamente lo ha rehabilitado de sus adiciones y se dedica a la venta de coches. Bendito sea.
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En la siguiente temporada (ya sin Jackson y Roberts), Mike Hansen Mejías, como hacía que le llamasen en homenaje a su padres (el sueño “se lo debía a ellos”), ya era miembro oficial de la plantilla y co-capitán junto a Shaquille O´Neal. La labor de la pareja fue alabada por Jim Childers, asistente de Brown: “Son un ejemplo para los demás, por su trabajo en la cancha y fuera de ella. He visto a pocos jugadores que sean líderes de baloncesto y que se esfuercen tanto para conseguir buenas notas en sus estudios”. Shaq, al contrario que Stanley, se había criado bajo una estricta educación (su padastro era sargento). Era disciplinado, muy trabajador y modélico en los estudios. A su enorme fortaleza natural, “nunca vi jugador más dominante… parecía que jugaba con niños”, tercia Mike, fue añadiendo fundamentos de ataque. Dominaba el rebote, contaba con un excelente e intimidante tiempo de salto, corría el campo como un alero y poseía una buena lectura del juego. “Jamás tiré tan sólo”, apostilla Hansen. Una bestia que de primeras se mostró muy tímido y, aunque parezca mentira, hasta esquivo y monosilábico con la prensa. En el vestuario adquirió fama de guasón. Rapeaba. Siempre entre músicas, se compró unos platos para convertirse en disc-jockey. Después de varias semanas con las mismas canciones, en el equipo (hartos) hicieron una colecta para comprarle varios discos y que ampliara el repertorio. Era tan ejemplar en sus deberes académicos que, en cierta semana en que se le agolparon los exámenes, se cargó en un cuarto de hora los dos aros de la cancha central de entreno para que el coach (entre medias sonrisas) enviara a sus pupilos a estudiar. La “criaturita”, All American for ever, estaba llamada a dominar la siguiente década profesional. Mike desvela la causa de la poca puntería de su amigo (el que le regaló su última camiseta de los Magic de Orlando) desde la línea de tiros libres: “Tenía una manaza más grande que un folio, con lo que perdía mucho tacto –toque- en distancias largas”.
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Mike fue el primer español en jugar (con el número 11 de su ídolo Juan Antonio Corbalán; también lo fueron Nikos Gallis y Julius Erving) en la División I de la NCAA. Cada noche se mostraba delante de más de 20.000 espectadores (participó en el partido benéfico que supuso un récord ante 78.000 personas en el Superdome de Nueva Orleans para ayudar a los damnificados del Huracán Andrew). Su madre su suscribió a la revista de la universidad, Tiger Rog, y su rostro aparecía con frecuencia en el Morning Advocate, el periódico editado en Baton Rouge. Ganó físico, velocidad, agresividad y anotación, aunque por el camino se dejara piezas de un base más clásico. Alternó las posiciones de point guard puro y de escolta, entre T.J. Pugh y después Terrell Brandon. A nivel de resultados sólo se puede reprochar la brevedad del recorrido entre los 64 grandes de la NCAA (eliminados en primera ronda frente a Connecticut en el 91, en segunda ante Indiana en el 92 y un curso más tarde, Jason Kidd convertía una canasta en el último segundo para acceder a la segunda eliminatoria con su California). La opinión de Dale Brown (con el que hoy todavía se intercambia correos casi semanalmente) era inmejorable: “Es muy inteligente y vital para nosotros por su capacidad de liderazgo”. Fueron los 4 años más felices de su carrera deportiva enfrentándose a jugadores que marcaron época posterior en los profesionales (Larry Johnson, Billy Owens, Kenny Anderson, Stacey Augmon, Christian Laettner, Alonzo Mourning, Jim Jackson, Harold Miner, Calbert Chaney, Jamal Mashburn, Bobby Hurley o Penny Hardaway…). Ni los rumores de salida hacia el Real Madrid, le sacaron de su aventura colegial.
Nunca olvidará las pachangas de aquellos veranos pegajosos de Louisiana cuando se juntaba en el mítico “Dungeon” con sus colegas de equipo o jugadores de postín como Tim Hardaway, José Vargas, Tito Hortford, Avery Johnson, Dan Majerle, John “gordo” Williams o el fallecido Bobby Mills.

La llamada de la Selección Española
En el año 91, durante su visita anual a las Américas, Díaz Miguel se acerca una semana por Louisiana y vive en directo su explosión televisada por la ESPN (31 puntos de Mike y otros tantos de Shaq) ante Illinois. En primavera le llega una carta con la convocatoria previa a la selección absoluta. En el horizonte el Europeo de Roma. Antonio facilita una primera lista de 15 convocados, a la que posteriormente se unieron los jugadores del Barcelona y Joventut que estaban enfrascados en la final liguera. En la nómina de bases figuraban, Antúnez (recién firmado por el Madrid), Salva Díez, Pablo Laso y Nacho Suárez. La concentración granadina fue eterna y la criba lenta. Hansen promedió 5,8 puntos en los encuentros preparatorios, distinguiéndose en las victorias ante la Cibona (12 puntos) y la selección checoslovaca (16 puntos). Tras casi dos meses de batallar, Mike entró en la relación definitiva acompañando a Rafa Jofresa y a Antúnez en el trío de directores de juego. Se mostraba eufórico y ambicioso: “Nuestro objetivo es el oro. Aquí el base es más organizador y los sistemas más lentos”. Tuvo poca presencia en cancha, disputando 3 de los 5 partidos. España cayó con honor y escándalo arbitral en las semifinales ante los italianos (90-93), para desquitarse en la lucha por el bronce (99-83 sobre Francia) con 6 puntos (2 triples) de Hansen. La competición, en la despedida oficial de Yugoslavia (oro, con Kukoc como indiscutible MVP), destapó al mejor Antonio Martín (entró en el quinteto ideal) de siempre.
España entera se frotaba las manos de cara a los esperanzadores Juegos Olímpicos de Barcelona 92. Hansen entró en el inventario inicial, disputó un torneo preparatorio en Trieste, pero quedó cortado a las primeras de cambio. Se perdió el acontecimiento al que todo deportista quiere acudir, pero se ahorró el mayor sonrojo de la historia de nuestro deporte.

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Vuelta al Estu
Cumplido su periplo universitario, recibió la invitación para acudir a probar al campamento de verano de los Houston Rockets. Lastimado en el tendón de Aquiles y ante la premura en la oferta de Estudiantes, decidió no acudir y volverse.
Para los desmemoriados, entre los que me incluyo, que pensaran que el Año I después de la salida de Pinone, Winslow y Azofra fue un lunar en la  historia del Ramiro, hay rebatirlo por la cuarta posición final (quintas semifinales ligueras consecutivas) de un buen equipo, con Pablo Martínez y Hansen a los mandos, Herreros, Cvjeticanin y Schlegel destacados en las alas y Vecina, Orenga, De Miguel  Kotnik y el sancionado Sanders como pivots. Sin embargo, el cuadro entrenado por Miguel Ángel Martín se mostró irregular durante todo el campeonato, sin la chispa ni el pegamento de años precedentes. Al final de la campaña marchó a la meseta en busca de minutos y relevancia.

Tres años en el Forum
A orillas del Pisuerga. Hansen disfrutó de buen baloncesto, conoció a Paula, su mujer, coincidió con algunos jugadores extraordinarios y hasta fundaron una peña con su nombre en Quintanilla de Onesimo. El viaje de ida no se le ha borrado. A la altura de Olmedo un guardia civil detuvo su auto; era majo e incluso le reconoció, pero no le quitó la multa por exceso de velocidad.
El equipo venía de un año complicado, en que por méritos deportivos había descendido en Murcia. El Caja Bilbao no pudo ascender ¿les suena?, con lo que Valladolid se quedó la plaza. Óscar Schmidt, ahogado en lágrimas en el desenlace de la campaña precedente, no quería pasar el mismo trago, y aceptó de buen grado la directriz marcada por el entrenador Brabender para que asumiera menor protagonismo anotador. Wayne buscaba un juego más coral y equilibrado para disminuir la dependencia hacia el astro brasileño y el giro táctico dio sus frutos, pues mejoraron 8 puestos la posición anterior (terminaron undécimos), rozando los playoffs. Alex Bento y Mike Hansen compartieron puesto y virtudes anotadoras, Lalo García se asentaba como escolta titular (pero ya asomaban Odriozola y Mateu), Óscar “bajaba” sus dígitos hasta los 24 puntos (con un acierto del 48% desde la línea de 3), Fetissov (¡qué talento!) se mostró intermitente, Lavodrama quizá aportó algo menos de lo esperado, mientras que Alex Rodríguez se reveló como un magnífico complemento interior. De la última temporada de Óscar en España, se recuerda el día en que tras un entreno en Vitoria él seguía tirando triples mientras el resto del equipo estiraba… El segundo entrenador se acercó al grueso del grupo, que permanecía entre flexiones sobre en el parquet: “Lleva 22 seguidas”, susurró. El carioca, a lo suyo, ni se inmutaba, con la diana entre ceja y ceja. Los demás, concluidos sus ejercicios físicos, estaba deseando marchar al hotel, por lo que realizaron maniobras de distracción para que Schmidt errara. El brasileño abandonó la cancha cabreado después de encestar 68 consecutivas.  
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La cofradía nacional (Hansen, David Brabender, Lalo, Alex Rodríguez y Sergio Luyk) se conjuró en la temporada siguiente para salvar la categoría, aunque fuese por un sólo puesto. La terna foránea (Sanders, Fetissov y Radulovic) naufragó y estuvieron en un tris de recibir el finiquito a la vez en primavera.
En la 96-97 las cosas se torcieron de salida. Para cuando Paco García se hizo cargo del equipo el balance era desalentador (2-13). El técnico vallisoletano se mostró muy duro en la presentación y en el vestuario cantó la gallina a sus discípulos. Sin tapujos, a cada uno le dijo a las claras delante de todos lo que hacía bien, lo que hacía mal y lo que esperaba de ellos. Mano de santo. La arenga recogió el compromiso grupal y las prestaciones reboteadoras de Jerome Lane y anotadoras de Tony White resultaron providenciales. Tras desarrollar una segunda vuelta memorable alcanzaron los playoffs de permanencia, donde zarandearon al Fuenlabrada (3-0). Objetivo cumplido. Como “recompensa” la directiva había firmado, un mes antes de concluir la liga, a Gustavo Aranzana para el curso venidero. El nuevo entrenador no contaba con Hansen, que se fue con la música a otra parte.

Ciudad de Huelva y el drama de Murcia
El proyecto andaluz pecó de bisoño. Tuvieron que desplazarse como locales a Sevilla hasta que acondicionaron su pabellón para acoger 5.000 espectadores. Dos de los bases se bajaron del carro, Alex Montecchia y el francés Sciarra. La llegada de Pablo Martínez liberó a Mike de responsabilidad en la dirección para convertirse en referencia anotadora (en sus mejores cifras en la península, 399 puntos en 39 partidos). José María Oleart retomó el excelente trabajo de Sergio Valdeolmillos. Por su parte, Granger Hall, Davis y Oliver sumaron toda su experiencia para  llegar con esperanza a las postrimerías del campeonato. En el encuentro de desempate, John Williams anota una canasta inverosímil en el último segundo para dejar al Granada en primera.
Un año después, en la ciudad pimentonera sufrió una bofetada de realidad.  En la desastrosa temporada murciana hubo de todo: cambio de entrenador (entró Manolo Flores por Felipe Coello), más de 20 jugadores desfilaron por la plantilla (7 no terminaron el curso), contrataciones rimbombantes (David Wood y Alanovic) que no valieron para nada, descalificaciones públicas del presidente Valverde a los jugadores y pocos triunfos (sólo 4). Una calamidad.

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“El baloncesto ni empieza ni termina en España”
Estalla la Ley Bosman y maneja ofertas de Francia, Lobos Cantabria, Panionios (le llegan informaciones de problemas en los cobros) y Bayer Leverkusen. Un tanto quemado con sus últimas experiencias, acepta la oferta del país germano. Se encuentra con una estructura seria y muy profesional. Firma el mejor contrato de su vida deportiva y responde con sus mejores números (promedia más de 16 puntos en la Bundesliga y más de 15 en Euroliga). Alcanzan dos finales del campeonato (frente al coco Alba de Berlín), disputa el All Star, gana el Concurso de Triples, participa en dos Korac y una Suproliga y es elegido mejor “Bosman” de la BBL dos años seguidos.
Sintoniza inmediatamente con el entrenador americano Calvin Oldham, al que Mike, entre risas, acusa de ser su mayor impedimento para aprender alemán. Recoge toda la confianza que le otorga el coach y forma una letal pareja exterior con el estadounidense Chuck Evans (el típico base carente de egoísmo que siempre te encuentra y sitúa la pelota en el lugar preciso).
Vive 3 años deportivamente excepcionales en Centroeuropa y rescata una anécdota curiosa: “Hicimos una pretemporada en Filipinas (donde el baloncesto es una locura) porque la Bayer tiene una fábrica allí. Llegamos a Manila en la época de los monzones. Jugábamos todos los días con reglas NBA contra equipos locales que eran durísimos. Eran jugones y muy rápidos. Por el sofocante calor cada partido perdías entre 3 o 4 kilos. Estuvimos en el famoso hotel Shangri La, el mismo en el que habían se habían alojado Alí y Frazier antes de su famosa pelea del 75. Participamos en un montón de actos benéficos y me asombró la pobreza de la gente. Un día al cruzar un semáforo vi que un hombre se descalzaba y luego se orinaba en los zapatos… Luego me contaron que lo hacían para curarse los hongos… Terminamos reventados y nos llevaron a Cebú, una isla paradisiaca para recuperarnos… El Bayer era un club señor”.

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Cáceres, el chasco alemán y la EBA
Los inviernos en Alemania son muy largos y duros, por lo que decide regresar a España. Destino Cáceres. Coincide con Ferrán López, Orenga y Manolo Hussein de entrenador. Los problemas económicos surgen nada más llegar y a mitad de temporada Bobby Martin, Deon Thomas y Veselin Petrovic se apean del burro. Los nacionales dan el callo hasta el final (aún sin cobrar durante 5 meses). La grada emocionada agradece el esfuerzo de los suyos con una gran ovación, pese a consumarse el descenso. Una pena después de 11 años en ACB.
Animado por su anterior experiencia germana coge el hatillo para emprender camino cerca de Dortmund. Brandt Hagen era un equipo peleón de mitad de tabla. Como El Almendro, Mike retorna a casa por Navidad, con la mosca detrás de la oreja. Se ha caído el sponsor y les deben dos mensualidades (raro, raro en el país de de la puntualidad). Sus sospechas se ven confirmadas cuando al concluir un entreno se persona un delegado del gobierno que les comunica que los números no salen. El club está en bancarrota y se echa el cierre. El gobierno asume el agujero y cubre los pagos que se adeudaban. Mike ostenta un gran cartel en Alemania, pero declina ofertas. Ya está bien. Los niños crecen y el basket se le acababa.
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Monta una empresa con su inseparable amigo Sergio Luyk de equipos purificadores de aire acondicionado que provienen de Estados Unidos. Rechaza propuestas LEB. Vive en Valladolid, trabaja en Madrid y mata el gusanillo en el EBA de Palencia, donde pese a perder el último partido contra Vic ascienden a LEB Plata tras solicitar la plaza. Renuncia a seguir con los palentinos, pues no puede comprometerse a entrenar todos los días.
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Gerardo Hernández de Luz (presidente de CB Zamora) le convence para que juegue con ellos en EBA y compatibiliza trabajo y baloncesto. Juega tres últimos años reconfortantes en los que retorna a su pasado con viajes en autobús interminables “Vuelves con las piernas muy cargadas, pero me encanta”. A los 39 tacos pone punto y final a su primitiva relación con la canasta.
En España la crisis se agudiza, baja el volumen de pedidos de los clientes y los cobros se retrasan. Sergio fallece al poco de serle detectado un cáncer terminal. Mike lo habla con Paula y, antes de deber nada a nadie, deciden cerrar la empresa.
 

¿Y ahora qué?
“Los deportistas profesionales somos los únicos que nos jubilamos dos veces”. Revelador, jodidamente revelador. De ser un personaje público, reconocido, privilegiado y querido, a pasar a la vida ordinaria, al anonimato. El tránsito es duro.
Sin tener claro hacia dónde reorientar su vida, para matar el rato da clases de inglés a sus vecinos. Un día acerca a uno de sus hijos a un colegio de Valladolid en el que tiene éste que disputar un partido. Le deja en la puerta y da una vuelta para estacionar el coche. La casualidad le descubre una nueva vida. Justo enfrente de la plaza de aparcamiento ve un cartel en una academia de inglés: “Se buscan profesores nativos”. Entra, pregunta y realiza una entrevista. Pasa por un estricto proceso de formación durante 15 días en Madrid. Se convierte así en nuevo profesor de Vaugham en la capital vallisoletana. Hoy siete años después continúa allí como coordinador de profesores y es feliz. “Te das cuenta de lo importante que es tener una formación (se licenció en Relaciones Internacionales) en la que apoyarte”. Un loco del basket como él recalca la importancia de los estudios en sus charlas colegiales “hay que competir primero en clase y luego en la pista. La cancha es un premio”.
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Uno de los nuestros
Mike ha sido un excelente jugador y un apasionado del baloncesto. En mi opinión era un escolta en la carcasa de un base y como bien dice “el baloncesto siempre tendrá un hueco para un tirador”. Es un axioma universal del juego: al final hay que meterlas por el aro. Antes, ahora y siempre. El tiro es una moneda de curso legal en todas partes y el suyo salía limpio, pulcro, espontáneo, letal. Su ciencia residía en sus poderosos remos (piernas) y en el canto de sus muñecas.
Cuando echa la vista atrás, desgrana vivencias fantásticas y se le apelotonan los recuerdos. Echa en falta a su hermano Roberto (al que se le llevó un infarto), a su íntimo amigo Sergio Luyk y a su querido cuñado Lalo García. Conmueve y conviene recordarlos. La vida a veces da bocados de cruda realidad, pero Mike tenaz sigue su andadura con Paula y sus tres hijos (Mario, Sergio e Iñigo), que por supuesto juegan a basket.
Señala que “el deporte se lo ha dado todo… conocer gentes y lugares maravillosos, aprender a ganar y a perder, competir al máximo, respetar a rivales y a árbitros, acatar la disciplina del entrenador. Sé que es imposible, pero quiero devolver al baloncesto parte de lo que le ha dado…”
Y en esas está, en el maravilloso proyecto de reintegrar a Valladolid a la planta noble, de devolver la ilusión a una ciudad que siempre tuvo y quiso baloncesto del bueno, de categoría. La ciudad que alumbró una pareja única, Carmelo Cabrera-Nate Davis, que se emocionó con las lágrimas de Óscar, que se quebró con el dolor irreparable de Thikonenko, que rescató a Juan Corbalán o que resucitó a Sabonis. La ciudad de Luyk, García y Salvo, sí la ciudad de Sergio, Lalo y Quino. Esa ciudad merece recobrar su sitio.
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Y en esas está Mike, sin prisa, pero sin pausa. Sin gastar lo que no tienen. Llamando a las puertas de instituciones y empresas, volviendo la mirada a una cantera que siempre dio frutos. Ha convencido a un excepcional entrenador de la tierra, Paco García, para llevar a buen puerto su peregrina idea. Salen en LEB Plata con ocho chicos de casa. Paciencia, que habrá que ir quemando etapas. Suerte y al toro, pareja. ¡Aupa Pucela!
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Mil gracias a Santos por su hospitalidad y por abrirme puertas. Memorable el lechazo y la charla con Paco. Habrá que repetirlo.

No tengo palabras para Mike. Solamente gracias. Estoy seguro que se cumplirá otro de tus sueños. 

Saras Jasikevicius, fuego báltico

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Ganó 9 Ligas en 5 países diferentes, 4 Copas de Europa en 3 clubs distintos (caso único), un oro continental y un bronce olímpico con su selección, dos años en la NBA… y el dato definitivo: se casó con Miss Universo. Con algunos, a Dios se le fue la mano con el barro… ¿A quién no le gustaría reencarnarse en Sarunas Jasikevicus?

En Europa es un mito, una figura; en USA un simple mortal, un figurante. Aquí le veneramos con sus defectos, allí se los echaron en cara, le estigmatizaron y redujeron al papel de un mero tirador, como tantos otros. Pesadilla de aficionados y defensas rivales. Azote para los árbitros. Estandarte allá donde paró. Nunca dejaba frío. Fuego báltico en un país helador. Si Lituania siempre tuvo un rey (Arvidas Sabonis, el mayor talento que ha parido la Vieja Europa), dos príncipes le flanquearon Sarunas Marciulionis (que triunfó de pleno en la NBA) y Sarunas Jasikevicius (que acotó su dominio al Continente). En éste nos pararemos. 




Lituania, donde el baloncesto es una religión

Sus tres millones de habitantes adoran el basket. Cuentan que en las fiestas de los pueblos no hay feriantes con canastas, pues cualquier mocoso las enchufa con los ojos cerrados y te arruina el negocio. “En mi país hay cestas en cada patio y los niños aprenden a decir Sabonis antes que mamá”, palabras de Rimas Kurtinaitis en la presentación del Concurso de Triples All Star de 1989, al que la NBA invitó después de masacrar a la selección universitaria estadounidense en los Juegos Olímpicos de Seúl. 

En 1939 se construyó el pabellón de Zalguiris, primero destinado enteramente al basket en todo el continente. El vetusto escenario acogió el primer campeonato de Europa de selecciones. Lituania lo ganó. Después llegó la 2ª Guerra Mundial y por el Tratado de Postdam se anexionó como república Báltica a la Unión Soviética de Stalin. El artífice principal de la gesta deportiva había acudido tres años antes como Frank Lubin para colgarse la medalla de oro a los Juegos Olímpicos de Berlín con su selección, la estadounidense. Concluidos los mismos, decidió visitar con los suyos la tierra de sus ancestros (su padre era lituano). La “mala fortuna” hizo que su cuñada se rompiera una pierna. Bajo las condiciones sanitarias y de transporte de la época la familia consensuó aguardar la convalecencia en el país báltico, hecho que aprovechó la federación para invitarlo a entrenar y jugar con la selección. Así, el rebautizado como Pranas Lubinas se convirtió en creador padre del baloncesto lituano. 

Zalguiris se estableció como su equipo más representativo. Los encuentros frente al TSKA moscovita eran algo más que partidos de baloncesto. En tiempos, algunos de sus jugadores fueron acusados por la KGB de conspirar contra el régimen y salieron deportados a Siberia. Por eso, muchos de los campos de concentración en la estepa albergaban canchas de baloncesto. A otros como Bazauskas y Linkevicius, sospechosos habituales debido a sus orígenes siberianos, se les confiscó de manera permanente el pasaporte y jamás pudieron disputar encuentros internacionales más allá de las fronteras soviéticas.

Alrededor de un sistema rígido y espartano las escuelas deportivas se extendieron por toda la URSS. Los triunfos deportivos tenían un incalculable valor político en plena Guerra Fría. Juri Fiodorov tuteló el hallazgo y crecimiento de muchos de los mayores talentos lituanos. En el final de los 70 y principios de los 80, brotaron excelsos tiradores (Homicius, Kurtinaitis, Iovaisha), escoltas poderosos (Marciulionis) y un pivot marciano (Sabonis). Más tarde despuntarían aleros poderosos, multifuncionales, capaces de cualquier desempeño (Karnisovas). Si en la génesis tuvieron mucho que ver Fiodorov en Kaunas y Antanas Paulaskas (y su alumno Endrijaitis) en Vilnius, para el desenlace devino providencial un personaje ruso, Alexander Gomelski, que estaba en el permanente punto de mira de los agentes de la KGB. El “zorro plateado” era listo como pocos a la hora de detectar capacidades y amalgamar caracteres de muy diversas procedencias (rusos, ucranianos, lituanos, kazajos, letonios, estonios, azerbayanos…). Cuentan que en la apoteósica celebración del oro mundial en Calí 82 se zanjaron viejas rencillas entre ingentes cantidades de vodka. Rescató del olvido a Sarunas Marciulionis, al que Vladimir Obukhov relegaba con desdén. Recondujo a Kurtinaitis al que públicamente conminó a elegir “o el alcohol o el baloncesto”. Enrocó la bendita anarquía lituana (admiraba su desparpajo e imaginación) en la pragmática maquinaria del juego soviético para convertir a una selección de juego funcionarial y sistemas arcaicos en un plantel arrollador. 

En 1985, Mijail Gorbachov es elegido secretario general del Partido Comunista y acuña vocablos desconocidos… perestroika (reconstrucción) y glasnost (apertura). En 1988, la URSS acude como tal a sus últimos Juegos Olímpicos. El oro de Seúl es uno de los mayores milagros de la historia del baloncesto. Después de casi dos años sin pisar una cancha y de varias operaciones en los tendones de Aquiles, Sabonis, contra la opinión médica decide ir a Corea. Cojo, al trote, se merienda a los universitarios americanos (con David Robinson a la cabeza) y a los emergentes y prodigiosos yugoslavos. Increíble, cuando días antes apenas podía caminar. 

Con la caída de la antigua Unión Soviética, Lituania es reconocida como estado independiente en el 91. El país se halla en bancarrota, pero sus estrellas baloncestísticas se movilizan ante la posibilidad de acudir a los Juegos de Barcelona 92. Sabas parlamenta con Samaranch. Marciulionis (asentado como estrella en Okland) visita al grupo musical Grateful Dead (hinchas de los Warriors) en demanda de apoyo. Recaudan 700.000$ con aquella estrambótica camiseta que lucieron en la entrega de medallas. Les sirven para ir tirando. Los jugadores, el técnico (Vladas Garastas) y sus ayudantes (incluido el español Javier Imbroda, que medió para que durante los amistosos se luciera publicidad de Melilla en las camisetas), cobraron únicamente 80.000 pesetas. Llegaron avasando del Preolímpico (12 victorias seguidas), pero la derrota en la fase de grupos frente a los rusos (CEI) les hacía pasar segundos y cruzarse con el Dream Team en semifinales tras vencer sin paliativos a la Brasil de Óscar (aciago con sólo 19 puntos y un pobre 5/20 en el tiro) por 16, con 32 tantos de Sabas y 29 de Marciulionis. Frente a los americanos encajaron un chaparrón de 127 puntos, reservaron a sus figuras y hasta Karnisovas salió del vestuario con una cámara y estuvo sacando fotos. 

El partido por el bronce ante la CEI (Confederación de Estados Independientes o lo que quedaba de la antigua Unión Soviética) era EL PARTIDO. Había que ganar por lo civil o por lo criminal. Tenían a todo el país detrás. Volkov, estratosférico, no permitía el despegue báltico, pero cuando a 10 minutos del final salió eliminado (con 18 puntos) por faltas, los lituanos vieron el cielo abierto. Sabonis (27 puntos y 16 rebotes) y Marciulionis (29 y 8) mantuvieron una línea superlativa. Los triples de Tikhonenko (24 puntos) acercaron a los rusos (que habían regalado las semifinales a los croatas dilapidando una ventaja de 6 puntos a poco más de un minuto), pero en los libros se recoge la victoria lituana (82-78) y su primera medalla olímpica en baloncesto (el lanzador Romas Ubartas conquistó el oro en disco). La celebración fue tal que Sabonis no se levantó a la entrega de los metales al día siguiente. 

En el 93 más de 80 jugadores y jugadoras lituanas estaban jugando fuera de sus fronteras. Marciulionis abrió una escuela de tecnificación de baloncesto en Vilnius; Sabas otra en Kaunas. 

Puestos en situación con un bosquejo de la historia lituana, volvamos a nuestro personaje. 



La tenacidad de una madre

Rita formaba parte de la selección de la URSS de balonmano que había de disputar los Juegos Olímpicos de Montreal 76. No los jugó. “Mi carrera iba muy bien hasta que me quedé embarazada y me perdí aquellos Juegos. El seleccionador Igor Turcin dijo que no quería verme más. Jamás me perdonó que no abortase”. El 5 de marzo de 1976 Rita dio a luz un niño al que puso por nombre Sarunas (“Saras”). La URSS obtuvo el oro olímpico. Rita continuó con su carrera, pero nunca regresó a la selección.

Con unos progenitores deportistas (Lino fue campeón escolar de tenis de mesa), el pequeño Saras siempre se mostraba muy activo, así que su padre decidió llevarlo a la escuela de baloncesto con 6 años. Con 12 estuvo tentado por el tenis, pero el entrenador Mitkevicius convenció a los padres de que el chico tenía verdadero talento. Su hermano Vytenis también llegaría a ser profesional del basket.

Un chico muy alto y delgaducho todavía conserva la amistad de Saras germinada en la tierna adolescencia. Se trata de Zydrunas Ilgauskas, al que todo el mundo apodaba “Bolas” por su parecido, largo y fino como un junco, con el legendario africano Manute Bol. Ilgauskas se labró una sólida carrera profesional (salpicada de lesiones) en los Cavs a la vera de Lebron James. Ya de mayorcitos los amigos escaparon algún mes de junio, después de los playoffs, para presenciar su otro deporte favorito: tenis, en el All England Club de Wimbledon. 

Saras, aquel muchacho de ojos vivos y pelo pincho todavía saliva cuando recuerda la fecha del 31 de enero de 1990 en que McDonalds abrió su primera franquicia en Rusia. No se quita de la cabeza la visión del empleado con gorrito pulsar un botón y llenar un vaso con coca cola. Adiós al racionamiento. Bienvenido el imperialismo americano. Viajar muy jovencito con el equipo nacional le abrió los ojos al mundo: en el 93 coincidió con un tal Tim Duncan en el torneo de Manheim. 


Salto a Estados Unidos

Al concluir la escuela secundaria en Kaunas emigró a Estados Unidos. Conserva un entrañable recuerdo de los Harrold, la familia que le acogió en su año de instituto en la Escuela Solanco (Quarryville, Pensilvania). Ganaron 25 partidos sobre 27 y cayeron en los playoffs estatales. En verano (año 1994) es convocado para disputar el Europeo Junior de Israel. En semifinales se deshacen de la excelente generación española del 76 (Borja Larragan, Carlos Jiménez, Darío Quesada, Richi Guillén, los hermanos Cazorla, Rodrigo De la Fuente e Iker Iturbe…) entrenada por Ángel Pardo. Se cuelgan el oro al ganar 73-71 a Croacia en la final con 10 puntos (cifra que promedia en el torneo) de Saras. En los dos años siguientes se volvería a jugar los garbanzos con los hispanos. En el Mundial Junior de Atenas 95, España les apea en cuartos pese a sus 15 tantos. Un año después dirimen el campeonato europeo sub 22. La España de las torres gemelas (Fran Vázquez y Roberto Dueñas) y la media de altura jamás expuesta (2,04) no pudo con el combinado báltico en el que Saras había ganado presencia (17,5 puntos). El experimento de Ricardo Peral en el triple poste no terminó de salirle a Aranzana y España cayó 85-81.

El asistente Billy Kahn lo había reclutado para la Universidad de Maryland. Los dos primeros años en los Terrapins, Dwane Simpkins, Johnny Rhodes y Exree Hipps le cortaron el paso. Con poca presencia en pista, apenas promedió 4 puntos y maduró la idea de cambiar de college, pero el entrenador jefe lo convenció. En sus dos últimos cursos, sus estadísticas aumentaron hasta los 13 puntos y 4 asistencias. Sin embargo, los notables dígitos no le valieron para que ninguna franquicia se fijara en un escolta blanco de buena mano y su nombre no se oyó en el draft. 

Al concluir su tercer curso en Maryland recibió la invitación de la selección absoluta para debutar en el Eurobasket 97 de Barcelona. Lituania acudió con una selección muy novel (a Saras le acompañaba Jurkunas, compañero de camada y aventura universitaria en Clemson) sin las referencias de Sabonis ni Marciulionis ni los veteranos Homicius y Kurtinaitis. El futuro campeón, Yugoslavia, los despacha en cuartos (75-60).

Agotado su ciclo académico, acude al Mundial de Atenas 98. En la misma ronda entregan la cuchara a Rusia (82-67). Sin las vacas sagradas, Karnisovas y Stombergas asoman como principales enseñas. 


El baloncesto también como profesión

Reanda el camino y firma con Lietuvas Rytas su primer contrato profesional por 50 mil $. Se asienta en un gran año (18 puntos y 5,4 asistencias) y alcanzan la final de la liga lituana, donde se impone 3-0 el Zalguiris. El entrenador Jonas Kazlauskas convence a Sabonis (35 años) para que se una a un grupo ya muy sólido (sólo falta el lesionado Ilgauskas) en el intento de alzarse con el Eurobasket de Francia 99. Del plantel báltico, Saras es el único jugador que permanece en Lituania y no milita en Zalguiris. En las fases de grupos Sabonis muestra una regularidad aplastante (15 puntos) En cuartos espera España que se ha clasificado de carambola por la victoria francesa sobre Eslovenia. Frente a la gran favorita España se rebela: Herreros deslumbra con su muñeca prodigiosa y De Miguel saca de quicio a Arvidas. Con 2 arriba para los ibéricos, Jasikevicius tiene en sus manos cambiar la suerte del partido, pero no atina su lanzamiento. 

Rubrica un buen acuerdo con Unión Olimpia Ljubljana (a razón de 150 mil $) y el exigente entrenador Zmago Sagodinas termina por moldear su juego que crece exponencialmente. De Sagodinas refieren que en cierta ocasión escapó con su equipo de una audiencia papal sin esperar al Sumo Pontífice, que se retrasó, pues llegaban tarde al entreno. En Euroliga luce 13,6 puntos y casi 5 asistencias en 33 minutos. En la eliminatoria de octavos Saras se exhibe en el partido de desempate ante Olimpiakos (30 puntos y 3 asistencias, encadenando una serie de 7 de 7 en triples). En cuartos el Barsa. Un triple a 8 metros de Goldwire con empate en el electrónico decanta el partido hacia los azulgranas en el Palau. Si en el estreno Saras había anotado 14 puntos, en casa estira su producción hasta la veintena. En el definitivo los culés recurren a la mejor versión de los discutidos Gurovic (19 puntos con 4 triples sin fallo) y Goldwire (20) para entrar en la Final Four de Atenas. Jasikevicius no se achantó (22 puntos con 5 triples y 5 asistencias). Olimpia no pasó, pero expuso su academia de talentos (Becirovic, Golemac, Brezec, Zdovc, Kotnik o Millic) en el mayor escaparate europeo. Y Aíto, por supuesto, tomó nota. En Eslovenia ganan la Copa, pero dos derrotas por un punto en semifinales frente al Krka de Novo Mesto, les retiran de la lucha por el título. Pesa a ello Saras es designado MVP (9,3 puntos y 3,4 asistencias). Apenas una semana después de que el Madrid de Scariolo y Sasha Djordjevic le arrebatase la Liga en el Palau, Aíto reacciona y cierra el fichaje de Sarunas Jasikevicius para la temporada venidera. En su presentación el técnico madrileño le valora como “un jugador con calidad de presente y clara progresión de futuro”. Jasikevicius (cerrado en 2,5 millones de euros por 3 años) no engaña a nadie: “Me considero un jugador más ofensivo que defensivo”.



La mano que estuvo a punto de volcar la cuna

Antes de su llegada a la Ciudad Condal disfruta de sus primeros Juegos Olímpicos en Sidney 2000. Saras saca billete a sus padres (recordemos que a Rita la “debía” unas Olimpiadas). Sabonis y Karnisovas no son de la partida, pero Lituania da la cara. En cuartos se imponen 76-63 a Yugoslavia con 18 puntos y 4 asistencias de Jasikevicius y 26 puntos y 8 rebotes de un Einikis sublime. 

En las semifinales tuvieron contra las cuerdas a la selección USA. A 43 segundos de la finalización Siskauskas convierte uno de los tres tiros libres de que dispone para situarse uno por delante (81-80). Anota Vince Carter, pérdida de Masiulis y nueva canasta de McDyess tras rebote ofensivo. Jasikecius recorta (83-84). Lituania fuerza la falta y Jason Kidd anota un solo punto desde la personal. Jasikevicius recorre el campo y lanza un triple frontal lejano y un tanto desequilibrado que no encuentra la red. En sus manos estuvo la posibilidad de ser la primera escuadra en derrocar a una selección olímpica estadounidense compuesta por profesionales de la NBA. Ray Allen, todavía con el miedo en el cuerpo confesaría: “Si entra el triple, esto nos hubiera perseguido el resto de nuestras vidas”. McDyess, que saltó a molestar el lanzamiento pensando “sobre todo, no hagas falta”, respiraba agitado en el vestuario: “Casi me hace saltar el corazón”. Jasikevicius, frustado pese al partidazo (27 puntos –incluidos 5 triples-, 4 asistencias y 3 rebotes), ha mirado de igual a igual a los bases All Star Gary Payton, Jason Kidd y Tim Hardaway. Entre los tres, sólo le han anotado 8 puntos. 

Lituania se recompone y obtiene su tercer bronce consecutivo. Se agarran a la solidez del bloque para merendarse a los locales (89-71). Australia no puede detener a Saras (otros 22 puntos –6 triples– y 6 asistencias), auxiliado por un enorme Stombergas (28 puntos). El base sale muy fortalecido del anillo olímpico: ha promediado 14 puntos y 5 asistencias dejando una sensación de dominio abrumadora. En el Barsa se frotan las manos.



En Barcelona como en casa

Verano del nuevo siglo. Joan Gaspart gana las elecciones en Can Barsa. El sueño Rigadeau no cristaliza, pero la afición se ilusiona con Seikaly. Más, la estrella americana ha perdido brillo, le falta rodaje y reclama unos galones en el juego que Aíto no le concede. Incompatibilidad de caracteres y vuelta a Miami. El año de Seikaly se trocaría en el de Pau Gasol. En la Copa de Málaga se produce el alunizaje de E.T. (25 puntos del mozo de Sant Boi en la final). La Benetton de Garbajosa, Naumoski, Pittis, Santos, Marcus Brown, Nicola, Marconato y Bulleri les elimina en Euroliga. Recuperan tino en los playoffs ligueros (9-0 sin mácula). Ante Unicaja, Saras anota 18, 23 y 20 puntos (de la Costa del Sol, Pau se vuelve con 27 puntos y 9 rebotes) y en la final ante el Real (13, 18 y 18 puntos del lituano). En la capital Gasol realiza otra demostración palmaria de que no es de este mundo (22 puntos) y pone rumbo a la NBA. Saras se ha convertido en un icono del Palau en su debut. Fue el culé que más jugó, anotó y asistió.

Lo reclaman para el Europeo de Turquía 2001. Batacazo frente a Letonia en el cruce (lo que implica la despedida del próximo Mundial de Indianápolis). A los pocos días suena el móvil y le sorprende su interlocutor. Es Sabonis, al que apenas conoce, el que lo llama para animarlo: “No te preocupes, es sólo un mal momento en tu carrera profesional, pero no pasa nada es sólo una experiencia”. Así se lo toma y reacciona. 

En la Copa de Vitoria 2002 mantiene un duelo maravilloso con Elmer Bennett. Después de un esfuerzo épico, sus 28 puntos y 4 asistencias no valen para hacerse con el trofeo. “Benito” anota un afortunado enceste a tablero que “Saras” no puede restañar en la última posesión muy bien defendido por Nocioni. En Liga, los vascos también les echan en semis. La sombra de Gasol es muy alargada. Año sin títulos en un grande… ya se sabe: cambio de entrenador. 

Salvador Alemany pone a Pesic un cheque en blanco. Le fichan a Femerling, Fucka y Bodiroga. Lo que unido a lo que mantiene de casa (Nacho Rodríguez, Jasikevicius, Navarro, Rodrigo De la Fuente y Dueñas) le convierten en un equipazo. El serbio acorta la rotación a 8 jugadores fundamentales y prioriza el trabajo a destajo (cuando llegan a la Final Four sólo ha concedido tenido 6 días de descanso) y la defensa. Expone su libro de ruta al vestuario “Ganar es incompatible con vivir bien. Estén preparados para trabajar más que nadie, para sufrir más que nadie. Ese es el único camino que conozco hacia el éxito”. No enamoran, tumban por agotamiento. Castigan rivales para noquearlos en los asaltos finales con cuatro jugadores que disfrutan lanzando el golpe final y definitivo. 

Copa del Rey Valencia 2003. Después de una durísima semifinal contra Unicaja (78-77), un valeroso TAU Baskonia pone al Barsa contra las cuerdas. Los de Pesic necesitan de una prórroga para alzarse con su primer título. Bodiroga (MVP) exhibe todo su muestrario de talentos, Roberto Dueñas hace de la final su territorio (18 puntos y 17 rebotes, 11 de ellos ofensivos). Jasikevicius, excelso los tres encuentros, promedia 16,3 puntos, 3,3 asistencias en 28 minutos. 




“Cada canasta era como un gol en el Camp Nou”

Es el primer pensamiento que le viene a Saras al recrear aquella Final Four de Barcelona. El pase se había sellado por la vía del sufrimiento: dos tiros libres de Rodrigo De La Fuente dieron el triunfo 79-75 frente al Unión Olimpia. Tras el susto y 16 puntos de Jasikevicius y 21 de Bodiroga, el Palau se convirtió en un manicomio al grito de “A por ella, a por ella”. 

En la semifinal del Sant Jordi, CSKA toma ventaja de salida (hasta 10 puntos), hasta que Bodiroga acompasa las pulsaciones de todos (hace 17 puntos y se adueña del choque) con la inestimable ayuda de Fucka (21).

11 de mayo de 2003. Escenario de gala: la montaña mágica de Montjuic. Rival: Benetton de Treviso, su bestia negra las dos últimas ediciones. Los azulgranas tragan saliva y aguantan la presión del local, del favorito y hasta de la hemeroteca. Femerling y Dueñas tapian la zona. Bodiroga (MVP) se postula como el jugador más dominante del continente (20 puntos, 7 rebotes y 2 asistencias), Fucka vale lo que cobra (17 puntos) y De La Fuente se evidencia estelar (11 puntos) desde el andamiaje. Victoria 76-65 un poco más sencilla de lo previsto. Saras, discreto en sus estadísticas (17 puntos entre los dos encuentros con un paupérrimo 2/13 triples) no cabe de contento. El Barsa, por fin, desviste a sus fantasmas y se hace con su primera Copa de Europa. 

Y llega la triple corona. Pamesa con el maravilloso dúo interior, Oberto y Tomasevic, opone una feroz resistencia en Barcelona. Bodiroga ofrece signos de cansancio, se hace a un lado y Jasikevicius recupera sensaciones y puntería. Deviene providencial en la victoria inicial (76-74) con canasta casi sobre la bocina que supone su punto 22 y en la tercera y definitiva en La Fonteta (15 puntos, 4 rebotes y 4 asistencias). MVP de las finales.



Cuando un amigo se va… algo se muere en el alma

Amén de los triunfos deportivos, Saras se siente tremendamente feliz en Barcelona. Ídolo absoluto del Palau, disfruta de pleno de una ciudad que le encanta. Hace muy buenas migas en la plantilla y sintoniza especialmente con Anderson Varejao, muy tímido en su llegada el año anterior (incluso respetó la promesa que le hizo a su padre: no probar una gota de alcohol en tres meses), hasta que el brasileño se suelta como “el alma de la fiesta”. Al jovencito carioca le vacilan de continuo en el vestuario: “Juegas porque estás saliendo con la hija de Pesic”, le dicen. Era mentira, claro. 

No pasa una semana de la celebración del título cuando la nueva directiva presidida por Joan Laporta aduce recortes presupuestarios en las secciones para ofrecerle una renovación de chiste (Saras jura que estaba dispuesto a rebajarse la ficha un 20%). Otros aseguran que no le terminaba de hacer tilín a Pesic. Pronto localizará otro rincón donde le adoren. 



Cerrar el círculo

Muy dolido, acude al Europeo de Suecia dispuesto a reivindicarse con su selección. ¡Y vaya si lo hace! A los iluminados les dedica 14 puntos y 5 asistencias de media en el torneo. Apalizan a Serbia Montenegro (98-82) con 21 puntos del crack en cuartos y se meriendan a Francia en semifinales (74-70). A su entrenador, Gintaras Sireika, se le cae la baba con su faro: “Es un jugador único, muy creativo. A veces no hace lo que el entrenador espera de él, pero hay que limitarse a sentarnos y verlo”. Su amigo Gasol (máximo anotador del campeonato y 36 puntos en la final) se queda con las ganas de subir a lo más alto del cajón. La Lituania alimentada por Saras (10 tantos y 9 asistencias) en ese punto está más horneada que España. Su pléyade de maravillosos aleros (Macijauskas, Siskaukas y Stombergas) y la solidez de sus pivots (excelente Eurelijius Zukauskas como cuatro) hacen imposible el sueño hispano. Lituania conquista su segundo entorchado europeo y su caudillo, Jasikevicius el MVP… Un granjero rubio del estado de Indiana ha ido tomando apuntes…



Triunfar en La Tierra Prometida

Un grande merecía un sitio grande donde proseguir su exitosa carrera y pronto encontró destino en el Maccabi Tel Aviv, donde arribó a la vez que el saltarín Maceo Baston y un extraordinario alero repudiado por la NBA, Anthony Parker. 

Jueves Santo de 2004. En el último partido del grupo se dirimía un puesto en la Final Four de Tel Aviv. Sabonis, a unos meses de alcanzar la cuarentena, realiza un partido colosal (29 puntos –con 4 triples-, 9 rebotes, 3 asistencias para 36 de valoración). La suerte parece echada: a 9,8 segundos de la conclusión Zalguiris gana de 5 en Tel Aviv. Vujcic recoge un intento triple que no toca aro y convierte bajo canasta (91-94). Jasikevicius (37 puntos y 37 de valoración) comete su quinta falta sobre Gustas. De camino al banquillo felicita al entrenador contrario Antanas Sireikas. Con 2,2 segundos por jugar el base del Zalguiris falla los dos tiros libres. En el segundo, Tanoka Beard invade la bombilla antes de tiempo. Gur Shelef saca de fondo. Su pase de beisbol encuentra a Derrick Sharp, que da un bote y convierte un triple inverosímil sobre la bocina y conduce el encuentro a la prórroga. Es el Milagro de la Mano de Elías. Maccabi vence 107-99. “Nunca he participado en un partido así. Si Dios estaba allí, era evidente que era amarillo”, declaraba perplejo el héroe. 

En las semis de la Final a Cuatro, los macabeos se agarran a sus estrellas para remontar un primer cuarto atemorizador del CSKA (18-27). Saras (18 puntos, 6 asistencias y 24 de valoración) y Parker (27 puntos) administran la presión de la grada y rebajan la de los suyos, que se sueltan. Los rusos se acercan a 4 faltando 5 minutos, pero los hebreos no están para bromas y sentencian (93-85). La final frente al Skipper Bolonia supone el mayor paseo conocido en una final de la Copa de Europa (118-74). Saras (18 puntos, 5 asistencias y 23 de valoración) repite corona y Parker (21 puntos y 34 de valoración) es distinguido como MVP.

Cuarta jornada de los Juegos de Atenas 2004. Los lituanos salen en zona 2-3 concediendo el tiro a las estrellas NBA. Los europeos fundamentan su ataque en una excelente circulación y en la puntería del perímetro (13 de 27 triples). En la resolución, Saras cobra un papel protagonista. A 1.08 para el final Saras toma los mandos. Tres triples consecutivos suyos (uno de ellos con adicional tras falta de Odom) finiquitan el histórico choque (94-90). Con 28 puntos en la buchaca, se muestra irónico en rueda de prensa: “Si no juego allí, será porque no soy jugador de nivel NBA”. En un partido loco, los italianos les dan de su propia medicina (18/28 desde más allá de la línea de 3) para meterse en la final. La Argentina dorada abre una página gloriosa a la historia al desembarazarse de los yankees. Éstos, pese a los 17 puntos de Jasikevicius y los 24 de “Mache” Macijauskas, regresan humillados con un pobre bronce. 

A su vuelta a Israel se las tiene tiesas con el temperamental Pini Gershon (que le inquiere un mayor compromiso y dedicación defensiva), pero la situación se reconduce a tiempo. En la Final a 4 de Moscú, los macabeos sorprenden de salida con una zona 2-3 (que mantendrán todo el partido) al Panathinaikos de Obradovic. Ante la ceguera exterior helena, el serbio ordena cebar a sus grandes (Femerling y Tsartsaris) y equilibra el partido, pero en el cuarto final aparecen los estandartes hebreos, Saras (13 puntos y 8 asistencias), Parker (13 puntos) y Sharp (20) y decantan el resultado (91-82). TAU había hecho la machada frente a CSKA y en la final enseña a todo el continente su “carácter Baskonia”. Los vitorianos dan todo y más, pero se dan de bruces contra el “Muro de las lamentaciones”. Maccabi se sabe el mejor equipo de Europa y lo demuestra (90-78). Jasikevicius, formidable (22 puntos, 6 rebotes y 5 asistencias) recibe el premio MVP. Maccabi se convertía en el primer equipo en 14 años en repetir título de Euroliga.


Mucho más que “Miss Universo”

Saras recuerda su etapa en Israel como “la más despreocupada de su vida”. Allí conoció a Linor Abigail, coronada Miss Universo en 1998, con la que se casaría en el año 2006 en Barcelona. La belleza tiene una historia tras de sí durísima. 

Sí, porque a la edad de 18 años y a falta de un mes y medio para celebrarse el certamen fue salvajemente violada en Milán por su agente de viajes. La modelo salvó de milagro su vida al prometer a su agresor que jamás revelaría la historia. Al llegar al hotel, descolgó el teléfono para contárselo sobrecogida a su madre que la animó a denunciar el caso a la policía. Los carabinieri la pidieron que no hiciera público el hecho hasta que pasase el concurso (que ganó). A su vuelta, el delincuente fue detenido en el mismo aeropuerto de Tel Aviv. Cinco mujeres más se animaron a denunciarle y desde entonces el animal está enjaulado. 

Con el tiempo Abigail dejó las pasarelas, sacó la carrera de derecho y ejerció como abogada criminalista. Desde entonces recorre el mundo dando charlas sobre el tema. Su dolorosa experiencia la recogió la directora Cecilia Peck (hija del célebre Gregory) en un espléndido documental “Brave Miss World”. Por donde va declara valerosa “Creo que esa estúpida corona me sirvió para dar voz y denunciar algo tan atroz”.

En 2008 la pareja se separó. Saras comparte ahora su vida con Anna Doukas con las que tiene dos hijos. 




Cuando el pájaro te pía al oído…

Después de sus exhibiciones olímpicas, su nombre sonaba entre las franquicias NBA. Él, se fue de vacaciones dejando el caso en manos de Maurizio Balducci y Dona Neustadt. Jerry Sloan le veía como complemento de Deron Williams en los Jazz, Nate McMillian lo ansiaba en Portland y los Cavs de sus amigos Ilgauskas y Varejao y el prometedor Lebron James le tiraban los tejos. 

Pero Larry Bird quedó maravillado con el talento báltico en el europeo sueco del 2003. Cuando le notificó que iría a visitarlo a Tel Aviv, Saras casi enloquece y tardó dos semanas en decidir un restaurante ajeno a los ojos de los curiosos. Una respuesta del lituano decidió el fichaje por los Pacers. Cuando se sentaron a la mesa Bird le interrogó: “Bueno, Saras ¿qué vamos a beber?”. A lo que el jugador respondió: “Hombre, después de un partido toca una buena cerveza”. Bird sonrió lacónico: “Perfecto, eres mi hombre”. Durante el verano, el entrenador Carlisle le llamó con insistencia. Jasikevicius tenía tantas ganas de jugar para los Pacers que su factura de móvil ese mes superó los 10 mil $. Bird se mantuvo prudente en un discreto segundo plano: “Haz lo que te haga feliz”. Saras buscaba un proyecto ganador y eligió Indiana a razón de 12 millones de $ en 3 años. Al estar ocupado el dorsal nº 13, escogió la camiseta con el 3 en honor a su ídolo Drazen Petrovic. Cosa de genios. 

Disfrutando de un concierto de U2 en Barcelona dio un salto y se hizo polvo un tobillo al caer. Al día siguiente volaba a Estados Unidos. En el reconocimiento médico no pudo ni correr en la cinta, pero el esguince de tobillo no evitó la firma. 




Un pez fuera del agua

Saras acudía como teórico suplente de Jamal Tinsley, un base clásico con capacidad de dirección y gran visión de juego, con lo que parecía que además podría sumar minutos también en el puesto de escolta. Cuando Tinsley cayó lesionado en diciembre, Saras pareció aprovechar su oportunidad con dos partidos esperanzadores anotando 14 y 16 puntos, pero sufría en defensa y Carlisle le desplazó al banquillo en beneficio de un voluntarioso y sólido Anthony Johnson. Después del bochornoso incidente (el año anterior) en el Palace of Auburn Hills de Detroit, en que 9 jugadores de ambos equipos fueron sancionados por un total de 146 partidos, los Pacers no eran la franquicia ganadora que el europeo había presumido. Sus números como novato, sin ser vulgares no respondieron a las expectativas: 7,3 puntos y 3 asistencias en 20,8 minutos. 

Las circunstancias parecían que ayudaban a un segundo curso más notorio. Se le había despejado parte de la competencia con la salida de Anthony Johnson y su inicio no pudo resultar más halagüeño (20 puntos y 5 asistencias frente a los Bobcats), pero enseguida Carlisle desconfió de su fragilidad defensiva y en cuanto pudo le enroló en un traspaso múltiple hacia Golden State. Allí se suponía que el estilo abierto y veloz de Don Nelson ensalzaría las virtudes del europeo. La baja por lesión de Baron Davis le abrió la puerta de la titularidad y brilló (20 puntos y 8 asistencias) en algún partido como frente a los Wolves. El técnico anunció que habían descubierto una joya, pero como en el Este sus rivales destaparon sus flaquezas y apenas pisó cancha en playoffs. Harto, renunció a su tercera temporada y retornó a Europa. 



Piensa en verde

Su cartel en el Viejo Continente no había menguado un ápice (a finales de verano se había colgado una nueva medalla de bronce con su selección en el Europeo de Madrid 2007). Cuando había dinero a espuertas los dos principales equipos griegos se lanzan a por él. Olimpiakos pone mucha más pasta, pero se decanta por Panathinaikos (7 millones de $ por dos años). Pesa mucho más jugar para Obradovic. 5 mil aficionados le reciben en el aeropuerto de Atenas y Saras devuelve la confianza depositada. 

Dos ganadores unen sus destinos para seguir acaparando trofeos. Entre las temporadas 2007 y 2010 las vitrinas verdes acogen 3 Ligas, 3 Copas y una Copa de Europa. 

Euroliga Berlín 2009. Cruce fratricida con los del Pireo. Olympiakos (entrenado por Giannakis) cuenta con una plantilla larga y extraordinaria: Papaloukas, Teodosic, Jannero Pargo, Josh Childress, Printezis, Bourousis, Vujcic, Schortsanitis. Pana opone otro tanto: Spanoulis, Diamantidis, Jasikevicius, Hatzivretas, Fotsis, Batiste, Pekovic… Tras una lucha sin cuartel maravillosa, se imponen los de Obradovic (84-82). Spanoulis y Jasikevicius hacen 18 puntos por barba, Batiste suma 19. En la final, Panathinaikos 73 – CSKA 71. Los de Messina tienen el título en la mano, pero Siskauskas yerra el triple. Ya se sabe que en primavera “la flor” del maestro Obradovic se abre de par en par. Jasikevicius completa otro buen partido (10 puntos, 4 rebotes y 4 asistencias) y su compañero Spanoulis (13 puntos para sólo 5 de valoración) es elegido MVP.



Esto se acaba

En 2010 aguarda equipo entrenando con Peristeti, rechaza dos ofertas de la Península (CAI Zaragoza y Unicaja Málaga) para firmar con Lietuvas Rytas con cláusula de salida. En enero sale hacia Estambul para ganar en Fenerbahce Liga y Copa. Retorna a Panathinaikos en 2011 para conquistar la Copa (nuevamente designado MVP). CSKA les elimina en la Final Four y, después de 9 años de tiranía doméstica, Olympiakos les arrebata la Liga. 

En 2012 anuncia su regreso al Barsa: “Me llamaron Madrid y Barcelona y sólo contesté a uno”. Se proclaman campeones de Copa en Vitoria. Disputa su sexta Final Four, pero el Madrid se toma la revancha en Londres. Los blancos doblan la rodilla frente a Olympiakos, pero se rearman para alcanzar la Liga. Jasikevicius realiza un último esfuerzo titánico en el Palacio de los Deportes (23 puntos y 2 asistencias) que resulta baldío. 

Sus últimos encestes los convierte en casa. Pone punto y final a su exitosa carrera al concluir la temporada 2013-2014 en Zalguiris Kaunas e inmediatamente ocupa la plaza de ayudante de Krapikas, al que sustituye en 2015 cuando éste es cesado. Y ahí sigue. 



Un líder

Honrado por la Euroliga en febrero de 2015 como “Leyenda de baloncesto”. Después de 13 temporadas en la máxima competición se sitúa entre los 10 mejores históricos en 6 categorías. 

“Golden Boy” transmitió pasión allá por dónde fue y atrajo victorias y títulos. Fundamental en la historia de la primera década del baloncesto europeo del siglo XXI, vertebró proyectos y aglutinó el fervor de los hinchas desde un juego atrevido, descarado y vistoso, pero sus concesiones seductoras a la reverente grada siempre llevaron aparejados trofeos. Sus pases sin mirar, su mecánica de tiro de manual, su exuberante caudal de fundamentos ofensivos, su arrojo febril, su contagioso entusiasmo, su fibra ganadora, su incontenible hambre imantaron al personal propio y ajeno. Tozudo, jamás firmaba un armisticio. Sobreactuante a veces, magnético siempre, nunca dejó indiferencia. “Yo quería el balón. Quería ser un líder”… Orfebre, corsario, trilero, un crack con mayúsculas, vamos.




Aquel All Star de Don Benito

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Todo el mundo tiene alguna historia interesante que contar, pero en el caso de Julio una se distingue sobre las demás: organizó en su pueblo el All Star ACB del año 1985. El evento traía premio, el primer concurso de mates celebrado en suelo europeo. De ahí saldría un nuevo superhéroe con capa que en adelante acompañaría a la chavalería en sus carpetas de camino al instituto. David Russell, el ídolo de La Demencia, sembró fantasías voladoras y recogió cariño y admiración por todas las canchas de la geografía. 

La efemérides fue ofrecida, exportada y publicitada en directo por la única televisión de la época, TVE, en su primera cadena. El monocultivo mediático disparó la audiencia (ahora share) de la gesta (hoy, impensable, sería viral, trending topic o como convengamos denominarlo). Lo cierto, es que a la mañana siguiente, última del año, a los críos se les transparentaban los sueños y machacaban los envoltorios de los bocadillos en las papeleras de los parques, los camareros smachaban las propinas sobre los botes copados de calderilla de las barras y cualquier paisano supo que un hombre podía levitar, saltar a otro, aunque fuese un niño, en su viaje a la canasta. 

Hubo un antes y un después tras aquella maravilla para una generación de adolescentes. Así que conviene ascender al desván, revolver la hemeroteca y pararnos a rememorar aquel regalo de Navidad que llegó entre Papá Noel y los Reyes. 


De dónde veníamos

Si bien los clubes habían ido dando forma a sus aspiraciones en la temporada 82-83, no sería hasta la campaña siguiente cuando se puso en marcha la Liga, emancipada de la Federación, bajo la primitiva denominación ACEB (Asociación de Clubes Españoles de Baloncesto), a la que luego se podó la segunda vocal. En su alumbramiento devinieron fundamentales personas como Antonio Novoa, José Luis Rubio, Gonzalo Gonzalo, Juan Fernández, el genial Josean Gasca (tristemente desaparecido muy poco después), Jordi Bertomeu y, por supuesto, Eduardo Portela. 


El 1 de diciembre de 1983 CAI Zaragoza quebró la dictadura de los dos monstruos del fútbol. El equipo maño se había ganado in extremis el derecho a participar en su histórica edición copera por delante del Cajamadrid de Llorente, Del Corral, Brabender o Beiran. A orillas del Ebro, el Pabellón Municipal, el popular “Huevo” (“el Madison de Zaragoza“ como lo rebautizaron en Nuevo Basket) alumbró a un ídolo, Kevin Magee, que transformaría la ciudad, el equipo y hasta la jerarquía de la competición. Rubio, con Miguel Ángel Paniagua de eficaz intermediario, siempre se vanagloriaba de “haber fichado un Porsche al precio de un Seiscientos”. CAI se merendó al emergente Joventut de Aíto en semifinales y al todopoderoso Barcelona en la final y demuestró al resto de la fauna baloncestística que había mucha vida más allá de los grandes. El resultado supuso un efecto inmediato, enriquecedor, medicinal y saludable para una Liga nueva, la del cambio, la de los dos extranjeros y los primeros playoffs. Fue desgraciadamente una liga inacabada o, mejor dicho concluida en los despachos: el Barcelona en desacuerdo con el injusto dictamen por los incidentes del segundo encuentro de la final (se sancionó a Iturriaga y a Mike Davis, pero Fernando Martín salió de rositas) cometió la torpeza de no presentarse al tercer y decisorio partido en el Pabellón y se dio la Liga por ganada al Madrid ante la incomparecencia del rival. 

Los jugadores limaron asperezas en la concentración del combinado nacional y en junio obtuvieron el pasaporte olímpico. La plata de aquella madrugada del verano de 1984 en Los Ángeles despertó el rotundo interés por la cesta en miles de españolitos. Entre legañas, los más versados incluso habían reparado en futuros iconos, Pat Ewing y Michael Jordan, y en el mal genio de Bobby Knight. Los Juegos habían coronado a una generación espléndida que de la mano del fundamental Díaz Miguel había enganchado a todo un país con un juego rápido, vistoso e irreverente frente a rivales superiores en talla y tonelaje (a los rusos les habíamos tomado las medidas en Nantes 83 y con los yugoslavos nos las habíamos cobrado todas juntas en la semifinal olímpica). Antonio había inculcado patrones fundamentales (defensa, transición, contraataque, circulación de balón, tiro) en la cabeza de sus talentosos jugadores y aquellos términos se habían hecho jerga en el vocabulario de los buenos aficionados. 

Al regreso las radios amenizaban las tardes de los sábados con carruseles especiales de baloncesto. Tan pronto se vociferaba un triple en La Malata, como irrumpía una supercanasta Cola Cao desde Lugo o Huesca. La Primera División de toda la vida de Dios (que nadie la ignore ni la olvide) había mutado definitiva en ACB. 

En este eufórico contexto la selección española acude al Europeo de Alemania 85 y da un paso atrás. Juan Corbalán ha abandonado la selección, pero Vicente “el tío más demente” Gil enchufa el turbo y descarrila a los rusos en la fase de grupos. España se deshace con solvencia de los germanos en cuartos. Los yugoslavos, en decadencia, menosprecian a Checoslovaquia en el cruce y a la selección parece allanársele el camino hacia la final, pero por vez primera desde Moscú 80 se desvía la mirada ante un rival y retornan los fantasmas. En lugar de aferrarse a sus virtudes, España, temerosa, se apoca ante los achacosos lanzadores checos (Havilk, Rajniak, Kropilaken y Brabenec) en la cuesta abajo de su carrera, que desarrollan su juego alrededor de ancentrales ochos y cortes sobre el pivot. Un baloncesto del pleistoceno deja a España fuera de la final y el basket patrio inicia una etapa sombría a nivel de selección hasta que unos chicos, impregnados del mismo polen en el 80 (los juniors de oro) derriban la puerta, abren las ventanas (a la gloria) de par en par y nos reconcilian con la tormenta. Pero esa es otra historia. 


El “culpable”

Para explicar cómo y por qué la ACB arribó con su circo ambulante (me encantó la comparación que hizo Javier Ortiz en su magnífico libro 101 Historias del Boooom del Basket Español) a la ciudad pacense, hay que adentrarse en la historia de Julio Gómez.

De chaval, con 16 años, Julio no se perdía un partido de Copa de Europa del Madrid. Se subía a un autobús a las 7 de la mañana para llegar a la capital hacia las 2 de la tarde. Se zampaba un bocadillo y a la Ciudad Deportiva. Procuraba estar temprano, en la apertura de puertas, para coger un buen sitio entre la grada no numerada del viejo Pabellón. Al concluir el encuentro, tomaba el metro hasta Atocha y de allí un tren nocturno le traía de regreso a su pueblo para acudir por la mañana a clase. Así, cada jueves europeo. 

Como jugador alcanzó el campeonato provincial juvenil con el Colegio Claret (ya es casualidad) dombenitense, pero pronto se desmarcó hacia los banquillos. Con 15 años ya había entrenado con éxito al Instituto femenino Donoso Cortés. Creó el Club Baloncesto Don Benito que durante años se integró junto al resto de los deportes en el Patronato Municipal. Con la mayoría de chicos de la tierra, ascendió en tres ocasiones a la Segunda División Nacional, donde entonces se agrupaban los equipos de Castilla La Mancha, Madrid y Extremadura. 

La singular aventura del Circuito de Baloncesto Profesional emprendida por Andrés López en Córdoba, le costó a Julio pasta a finales de los 80. Dos de sus tres americanos tenían pedigrí: Richard Johnson era el hermano del célebre Reggie (campeón con los Sixers, que en España paseó su arte en el Joventut y en León) y Henry James llegó a probar por Estudiantes, pero sus pocas prestaciones defensivas no convencieron, y continuó camino en el Scavollini de Pesaro y en la NBA. La quimérica empresa fracasó envuelta en deudas, y sin los apoyos prometidos, cuando Don Benito lideraba la competición. 

En el curso nacional de entrenadores coincidió con un tal Luis Casimiro. Congeniaron y al poco, en el 90, el manchego se traslada a Extremadura de la mano de Gómez para iniciar su brillante carrera profesional.

En la campaña 97-98, Julio es el director deportivo de la escuadra que triunfa en la 2ª División Nacional y que jugaría la fase de ascenso en la propia localidad pacense. Subirían a EBA el actual Tenerife ACB, Linense y Don Benito, que permanecería en la categoría 9 cursos, hasta que la crisis de la construcción echó por tierra mecenazgos. Tras aquello, y ya limitado por una delicada salud, Julio abandonó de facto las canchas, después de una vida entregada al deporte de la canasta.


¿Por qué Don Benito?

Con la sana intención de expandir nuestro deporte, las ediciones precedentes de la Copa del Rey se habían celebrado en capitales de provincia neutrales alejadas de los centros neurálgicos (Almería, Badajoz y Palencia). Lo de Zaragoza ya ha quedado constancia que trascendió como un bombazo, y unos meses antes (en mayo) se había disputado en Villanueva de la Serena la Copa Asociación (o Príncipe de Asturias), que abrió el portón de la sala de trofeos de Caja de Alava (Baskonia) con los insignes e inolvidables Essie Hollis y Xavier Añua.

Así que cuando se conoció la designación de Barcelona como sede copera la noticia causó cierta sorpresa y revuelo: Murcia había pujado con fuerza e igualó las condiciones económicas de la Ciudad Condal, pero el recientemente elegido presidente de la Federación (todavía organizadora del certamen), Pere Sust, se había decantado por el ofrecimiento del Barcelona de José Luis Nuñez. El certamen supuso un absoluto descalabro: apenas dos mil espectadores presenciaron la final en el Palau entre Joventut y Real Madrid (sin que en la semifinal catalana entre culés y verdinegros se hubiera registrado una entrada mejor).

Para clausurar el año, una mente preclara en la ACB había imaginado un partido All Star juntando a algunas de sus principales figuras al que precedería el primer concurso de mates celebrado en el Viejo Continente. La ocurrencia borraría el mal trago copero. 

Don Benito se postuló de manera firme para el evento. En pleno extraordinario el consistorio aprobó una partida (3 veces inferior a la cifra final de la Copa del Rey) para afrontarlo. Con el pliego aceptado, Julio y unos cuantos concejales cubrieron los casi mil kilómetros que separan la ciudad pacense de la capital catalana en coche durante una interminable y esperanzadora noche. Cerraron el acuerdo y se pusieron a currar contra reloj. 


Un mes escaso para movilizar a un pueblo

Ya no había marcha atrás. Sí o sí el 30 de diciembre de 1985 a las 18.45 horas tendría lugar el Partido de las Estrellas. Media hora antes, ejerciendo de teloneros, los saltarines de la Liga se disputarían el título al mejor matador con premios en metálico de 250 mil, 125 mil y 75 mil pesetas. 

El pueblo se volcó. Julio no daba abasto. Implicó a conocidos, amigos y miembros del patronato municipal de deportes. Los taquilleros y porteros que los domingos cubrían los partidos de fútbol trasladaron sus funciones al baloncesto. A las pocas horas de ponerse a la venta las entradas, se había cubierto el aforo completo que con gradas supletorias se elevó hasta los 3 mil espectadores. 

A Julio le habilitaron una pequeña dependencia en el ayuntamiento. En un tiempo en el que no existían los móviles (y no pasaba nada) a Gómez se le podía localizar en el consistorio, en su casa o en alguno de los dos bares en los que tomaba un tentempié o hacía un breve descanso. No había pérdida y en la ACB lo sabían. 

Poco a poco se fueron conociendo detalles. Por ejemplo, la composición de los equipos. El Grupo Par de la Liga estaría dirigido por Aíto García Reneses, patrocinado por la marca vaquera Lee, y representado en Rafa Jofresa, Miguel Ángel Pou, Willie Jones, Montero, Villacampa, Rolando Frazier, Eddie Phillips y Chuck Aleksinas. Por el Impar (vestidos por la tabacalera Winston), Manel Comas tendría a su disposición a “Chichi” Creus, Epi, David Russell, George Singleton, Wayne Robinson, Andro Knego, Paco Velasco y Carlos Montes. De la convocatoria inicial algunos se cayeron por lesión (Nate Davis, Andrés Jiménez y Claude Riley), otros cuentan que se borraron (Joaquín Costa no sintonizaba con Manel y en los periódicos se escribió que pretextó una dolencia) o que su club desdeñó cortésmente la invitación (Willy Simmons). 




Y llegó el momento

Los jugadores y entrenadores se reunieron en Madrid para partir en avión hasta el aeropuerto de Badajoz, desde donde un bus les condujo al Parador de Mérida. El resto de la expedición (periodistas y directivos) viajó en autocar por carretera hasta el Hotel Veracruz, lugar elegido para su hospedaje. 

Recepción oficial en el Ayuntamiento, maravillosa caldereta para la prensa que degustó los exquisitos productos de la tierra y cena oficial fueron algunos de los ágapes con los que fueron agasajados los huéspedes. Entre fastos, Julio había distribuido amigos para filtrar tanto personaje. Uno de ellos, muy futbolero, confundió a Epi con Villacampa: “No, Epi es el que viene detrás”, le soltó divertido Jordi. En la víspera, un partido entre periodistas y el equipo de Tercera División de Don Benito (respaldado entonces por zumos Fruco), supuso la inauguración oficiosa del Pabellón Municipal. 

La tarde de autos fue abrirse las puertas y al instante no cabía un alma. Alguno hizo caja en la reventa: por la entrada se llegaron a pagar 4 mil pesetas que, por aquella, eran una pasta. Como anécdota, corrió el chascarrillo de que al partido se habían convocado a segundones (Epi II), sin caer en la cuenta que el bueno de los hermanos San Epifanio era precisamente Juan Antonio, el pequeño. 



El concurso

El protocolo se hallaba dispuesto para esa tarde a las 18.15 horas. Los participantes (Willy Jones, Wayne Robinson, Anicet Lavodrama, Carlos Montes, Miguel Ángel Pou, David Russell y George Singleton), el jurado (Wayne Brabender, Manolo Flores, José Antonio González –Mundo Deportivo-, Nacho Rodríguez Márquez –TVE-, Joan Cerdá –Nuevo Basket-, Sixto Miguel Serrano –Gigantes- y dos aficionados), el speaker (Martín Tello condujo de manera magistral la ceremonia) y un público con apetito, expectante y animoso. 

Se echó en falta al elegantísimo Claude Riley, que convertía los mates de espaldas en volutas de humo, ligeros, etéreos como aves migratorias, y al irrepetible e irremplazable Nate Davis, una semana antes lesionado en el hombro. Su viaje para operarse no tuvo retorno: su mujer enfermó y falleció en Estados Unidos. Nate llevaba semanas preparando el desafío y, en mi opinión (absolutamente parcial), se hubiera llevado el trofeo. Muy grande Nate (nuestro Michael Jordan particular).

Willy Jones tuvo la mala suerte de abrir la función, pues el público tardó un poquito en magnetizarse. Wayne Robinson, pinturero con su camiseta blanca, parecía gozar del favor de muchos seguidores en la grada y convenció a sus incondicionales. Lavodrama mostró su exuberante potencia. Montes hizo honor a su apodo “Saltamontes” y eligió su mejor suerte (de espaldas) para la puesta en escena. Pou, buen jugador, pero artista rupestre, se mantuvo en discreto figurante. Russell traía cartas de navegación de allende los mares y calentó al personal con sus lejanísimos vuelos sin motor. Y Singleton, regio y fino, más dado a la anemia que al vigor, frágil como una fuente de porcelana, quizá adoleció de brío. 

Titubeos iniciales en el recuento de las cartulinas. Las puntuaciones se iban rotulando a mano sobre un tablero. Tras la tercera serie, Russell, Robinson y Lavodrama pasaron por este orden a la final, que iniciaron en sentido inverso. Cada uno disponía de otros tres mates para alcanzar el premio. Revisado hoy el video todos tomaron atajos, pues carecían de inventario en su fondo de armario. 

Un postrero y fantástico cambio de mano de Anicet subió la bolsa. Robinson, a la búsqueda de adhesión, se acantonó en la repetición de su excelente 360º. Russell, paseaba atribulado concitando miradas cuando reparó en un grupo de niños e improvisó para la pirueta final. Por tamaño y complexión eligió al más adecuado y lo sitúo a poco más de un metro de la perpendicular de la canasta. Sólo le dijo que cerrase los ojos. El gachí de 11 años, Gustavo Sosa, ataviado con un chándal azul clarito del eterno rival (Real Madrid), se armó de valor y clavó el Don Tancredo. No movió un músculo. Russell tomó carrerilla, batió con las dos piernas a la vez, saltó por encima del crío y hundió con violencia el balón dentro del aro. Puso el listón en el cielo. El instante lo inmortalizó Fernando Laura para Gigantes. Russell había ganado el concurso y el corazón de todos. Con el rugir de la grada Gustavo abrió los ojos. Aquello era un manicomio al que parecía ajeno. Alguien le tomó del brazo y le acercó a la posición de Pedro Barthe donde visionaría por primera vez la gesta. Sí, aquel mocoso sobre el que había sobrevolado una estrella fugaz era él. Durante unos días sería el chico más popular y envidiado de su pueblo y de gran parte de España. 

El aperitivo había igualado al mejor de los cócteles, relegando a la más exquisita de las comidas, arrinconando el más delicioso de los postres, pero aún quedaba el plato central, el encuentro de las estrellas. 


El partido

Tras subirse en la montaña rusa, la gente, extasiada, seducida, aguardaba ilusionada la siguiente atracción de la jornada festiva. El partido no defraudó. Estuvo igualado y se vieron acciones espectaculares. Dominaron los “Pares”, dirigidos con el criterio habitual por Joan Creus (11 puntos y 5 asistencias), que encontró con fluidez a Epi (15) y Russell (23) en las alas y a los pragmáticos Singleton (15), Robinson (16) y Knego (18) en la pintura. Por su parte Comas, confió el perímetro a los verdinegros, Jofresa, Montero y, sobre todo, Villacampa (23), muy bien acompañados cerca del aro por Eddie Phillips (22) y Aleksinas (23). Los blancos de Winston se impondrían a los azules de Lee 103 a 97.


¿Y el bombo?

Al evento habían acudido los más notables del mundillo baloncestístico (García mandó para la ocasión al recordado Andrés Montes) y a la fiesta se había sumado el popular Manolo “el del bombo” que en un momento dado perdió el instrumento. Sí, cuando se quiso dar cuenta le habían afanado su enorme apéndice. Se dio la voz de alarma y a las 3 horas la benemérita hallaría el tambor en un pueblo cercano. Un chaval se lo había llevado prestado a su casa. 

De aquellos días felices sólo hay que lamentar un hecho terrible, el fallecimiento del prometedor árbitro Pedro Escrigas a la tierna edad de 23 años, en accidente de circulación. Descanse en paz. 


Y así concluye esta historia, la que puso en el mapa baloncestístico a un pueblo de apenas 30 mil habitantes. Con el tiempo, los mates de aquel concurso no resistirían comparaciones con los actuales, pero tampoco las carrocerías eran las de ahora. Eso sí, nada puede emborronar la mística, la magia y hasta la lírica del momento. Que se sepa, nadie pidió el libro de reclamaciones. 



Mi gratitud a dos “locos” del mundo del balón naranja. Gracias a Felipe Ramón Alonso por tu pasión contagiosa y por ponerme en contacto con el gran Julio Gómez, el verdadero padre de la criatura. Cuántos desde lugares recónditos de nuestra geografía han hecho tanto por nuestro deporte. Para ellos mi reconocimiento.

Camarada Biriukov, el hombre que vino del frío

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José Alexandrovich Biriukov Aguirregabiria. Así de rotundo y de redondo. Suena a ruso muy ruso, y a vasco muy vasco. Igual hubiera tenido acomodo en un refinado personaje de un clásico de Tolstói que en un papelito en la celebrada película de Martínez Lázaro (aunque Karra Elejalde le hubiera echado a faltar cuatro de los ocho apellidos exigidos), pero no. Chechu Biriukov fue jugador de baloncesto, y de los muy buenos. 

Hijo de una “niña de Rusia”, se crió en el estricto régimen comunista soviético, enraizó en el Real de Corbalán, Martín y Lolo en la “movida” Madrid de los 80, compartió habitación con el “genio de Sibenik”, vivió un sueño céltico en el Open McDonald´s, lloró la muerte de un amigo (Fernando Martín), digirió descorazonado el fugaz paso de George Karl, se le indigestó el “Angolazo”, dio la bienvenida a un ser superior (Arvidas Sabonis) y de postre el título europeo con el maestro Obradovic. ¿Tiene o no tiene una historia el chico de Doña Clara? Pues a contarla. 

Una madre coraje

El 13 de junio de 1937 zarpaba del puerto de Santurce un viejo carguero, “La Habana”, repleto de niños (1.495). Huían de una guerra civil atroz. 

Clara Aguirregabiria lloró en la salida, durante el trayecto y en su destino. A los 9 años sabía que se separaba de sus padres. Lloró tanto que un miembro de la expedición estaba siempre pendiente para darla consuelo y que su llanto no contagiase al resto de los pequeños. Al llegar a Rusia los tres hermanos Aguirregabiria consiguieron permanecer unidos: cuando en alguno de los orfanatos, que recorrieron a orillas del Volga, barruntaban que los querían separar, huían a los cercanos bosques. 

Los rusos se portaron de maravilla “había gente que quitaba la mitad del pan a sus hijos, para dárnoslo a nosotros”, rememoraba emocionada y eternamente agradecida. Alcanzaron Leningrado el 22 de junio y salieron con banderas y caramelos a recibirlos. Pronto se desencadenó la 2ª Guerra Mundial y los nazis se quedaron a las puertas de Moscú. La Operación Barbarroja ordenada por Hitler fracasó con la llegada del inclemente invierno y el reagrupamiento de fuerzas del Ejército Rojo. 

Los Aguirregabiria recibieron educación y estudios y se establecieron en la capital moscovita. Clara recuerda que en 1959 mandaron a su hermano, un reputado ingeniero de caminos, a Cuba a echar una mano al régimen de Castro y allí desarrolló su vida profesional hasta su muerte. Su hermana, en cambio, contrajo matrimonio con un español y regresó a España. Ella, por su parte, conoció a Sasha, un taxista moscovita, se enamoraron y se casaron. Tuvieron un hijo, Yura, pero no podían acogerse a la Ley de Repatriación acuñada por Franco en 1957. Su marido era ruso, con lo que sólo podía entrar ella en territorio español. Su madre, consciente de la situación, admitió el hecho de que jamás volvería a ver a su hija, a la que aleccionaba con largas cartas sobre el modo de comportarse en cualquier situación. Clara, sí pudo reencontrarse con su padre a través de Cruz Roja Internacional en una ocasión en Toulouse. En 1963 nacería el segundo niño, José Alexandrovich.

El carnet de conducir de Sasha y su desempeño les abrió puertas. Incluso con el tiempo pudo salir al extranjero y permitió a la familia cierto desahogo económico porque podía comprar y vender artículos no disponibles en los mercados soviéticos. 


Cuando tu ídolo es… Valery Kharlamov

Chechu desde temprana edad mostró gran afición a los deportes. Flirteó con la natación, pero lo que de verdad le apasionaba era el hockey sobre hielo, el entretenimiento preferido de los adolescentes rusos. A la que podía marchaba a la calle a jugar con sus amigos. No era fácil conseguir patines, ni siquiera verdaderos sticks, pero con la carestía no menguaba la afición de los chavales, que tenían en Valery Kharlamov un ídolo referencial. 

Kharlamov era hijo de Carmen Orive, apodada “Begoñita”, otra niña embarcada en “La Habana”. Formaba parte de la mítica delantera del CSKA junto a Miklailov y Petrov y tumbó repetidamente con la “Red Army” (selección soviética) a norteamericanos y canadienses. Desde un cuerpo menudo, 1,73 m y 75 Kg, los dioses le habían distinguido para seducir con su depurada técnica y sus fantasiosos movimientos en los más exigentes escenarios (Montreal Forum, Madison Square de Nueva York o el Palacio de Hielo moscovita). Rechazó una oferta astronómica (1.200.000 $ de los de entonces) para jugar en los Philadelphia Flyers de la NFL. Los coches marcaron su vida: nació en un taxi y falleció a los 32 años junto a su esposa en un accidente de tráfico. “Begoñita” no soportó la ausencia y al poco tiempo moría de tristeza. Durante décadas todos los niños rusos querían ser Kharlamov y Chechu, por supuesto, también. 


Mucho más que un entrenador, un educador

El clan Biriukov estaba preocupado. Josechu era un buen niño, hacía sus deberes, pero tenía demasiado tiempo libre. Su madre quería encaminar las energías del adolescente hacia alguna actividad deportiva, pero no tenía mucha idea así que preguntó entre sus conocidos y en el consulado. Fue el propio niño el que resolvió el entuerto: un día entró en casa anunciando que había sido escogido para el equipo de baloncesto en la escuela deportiva, la Trinta o Sovietskay. 

Desde la decena hasta los dieciocho años, Ravil Cheremtiev vislumbró sus posibilidades y tuteló su evolución. Cheremtiev, era tártaro, musulmán y terriblemente tozudo y estricto. Creía en la formación integral de los chicos, a los que “preparaba para el mundo”. A los desplazamientos a las vecinas Polonia y Checoslovaquia sólo viajaban los que obtenían notas aceptables y recibían una buena “característica” (carta de evaluación positiva). Si en el Komsomol (juventudes comunistas) se hubieran enterado que con 16 años Biriukov se bautizó, jamás hubiera puesto un pié en los países satélites soviéticos. En los largos trayectos en tren, Ravil siempre les hacía acompañarse de un buen libro (así los chavales se cultivaban con los grandes clásicos de la literatura universal, siempre que no estuviesen censurados por el Estado). Sus refranes eran sobres lacrados: “una victoria por un punto es una victoria, por dos es una victoria aplastante”. El tártaro encontró remedio ocupacional para las largas vacaciones escolares del mozo: al módico precio de 30 rublos al mes, se le llevaba a un campamento de verano de lunes a viernes durante tres meses para continuar su progresión (con un mínimo de dos entrenos diarios). Allí Chechu conoció a su mejor amigo, Vitaly, con el que todavía mantiene una gran amistad. 

Formaron un gran equipo y cumplidos los 17 años marcharon a competir a la Spartakiada. Los mejores proyectos de las camadas del 63 y 64 se juntaron en Vilnius. En Kazajistán asomaba Thikonenko; por Kirguistán destacaban los 2,15 metros de Grebnev; el polifacético Volkov despuntaba en Ucrania (los vigentes campeones); y Azerbayán contaba con el máximo encestador, el escolta Vagif Gadzhimetov. La selección lituana (Butautas, Sabonis y Marcioulionis) y la que representaba a Moscú (Biriukov, Okhotnikov, Misounov, Kirnishine y Kolochev) se citaron en la gran final. Nivelazo y desenlace de infarto. Ganaron los locales por un punto. Sabonis MVP, seguido por Biriukov, al que a día de hoy la derrota, todavía, le marca como de las más dolorosas de su carrera. 


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¡Qué vienen los rusos!

En el verano del 81 se celebra en Katerini (Grecia) el Europeo Cadete (en España la categoría se asimilaba con la juvenil) para los nacidos del año 64 en adelante (Chechu es del 63). La URSS arrasa. Algunos de los nombres, luego se harían célebres: Miglieniks, Kornishine, Missounov, Tikhonenko, Okhotnikov, Butautas, Sokk y, por encima de todos ellos, un Sabonis imperial que le endosa 39 puntos a España y destroza a la Yugoslavia de Petrovic en la final. 

Para el Europeo Junior del año 82 se reúnen las quintas del 63 y 64. Aleksandr Gomelski llama a filas a Sabas con la absoluta para el Mundial de Cali y obliga a Obukhov a seleccionar a Marciulionis (como jugador número 12) en detrimento de Gadzhimetov. Con la baja de Arvydas, Biriukov acredita un rol estelar. En la final se enfrentan nuevamente con Yugoslavia: los 42 puntos de Petrovic (MVP), se muestran insuficientes frente a los 36 de Chechu y el juego coral de los rusos (sobresaliendo Tikhonenko y Ohotnikov) que se imponen con relativa facilidad (97-87). Chechu y Drazen entran en el cuadro de honor del torneo junto a Villacampa (máximo anotador), el búlgaro Amiorkov y el alemán Schrempf.

Noviembre viene con premio. Gira por Estados Unidos, sin los jugadores del CSKA, envueltos en la Copa de Europa, a los que el club no deja salir. El tour supone un éxito notable. Disputan sin complejos 12 partidos contra varias de las mejores universidades estadounidenses, ganando 9 de ellos. El público les felicita por la calle y algunas personas les piden perdón por los arbitrajes caseros. A Chechu le toca asumir el puesto de base y los atléticos defensores USA se las hacen pasar canutas, pero crece en juego y autoestima. El duelo, retransmitido para todo Estados Unidos, de Sabonis frente al mejor universitario del momento, Ralf Sampson, quedó en tablas y para la historia. Sampson arrastró con 14 puntos y 25 rebotes, a lo que Sabas opuso 21 puntos y 14 rebotes. Virginia se impondría tras dos prórrogas. 


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Disfrutar jugando: Dinamo de Moscú

El caché de Biriukov sube exponencialmente y pasa a formar parte de la primera plantilla del CSKA de Moscú, pero se atisba en un rincón del banquillo, por lo que acepta en secreto la propuesta de Eugeny Gomelsky para llevárselo al otro conjunto de la capital. En el traslado tienen que valerse de una pequeña treta: si debutase con el cuadro del Ejército Rojo ya no se podría realizar el transvase, por lo que finge una lesión. Pregunta al médico del Dinamo cual es la dolencia más fácil de enmascarar y en aquella época, sin resonancias o tacs, le contesta que un dolor en la espalda. Le tratan con acupuntura, mas sigue quejándose. En cuanto se consolida el pase al equipo del Ministerio de Interior (la Policía), se siente como nuevo. 

Se lo pasa bomba en un conjunto joven de juego un tanto alocado, nada mecanizado, repleto de transiciones, contraataques y tiro exterior. Fesenko, un 3-4 de excelso tiro, se convierte en su principal aliado. Dos años dan para alcanzar el tercer y el cuarto lugar en Liga (sería elegido entre los mejores jugadores del campeonato junto a Sabonis y Belostenny) y las semifinales de la Korac. En la fase de grupos, ya había endosado a 36 puntos al Mónaco y al Joventut. Tras ganar el partido salen aplaudidos de la cancha de Badalona, bajo la atenta mirada de su primo Javier. En casa en semis ganan por 7 al Limoges con 29 puntos de Biriukov y 24 de Fesenko; en la vuelta, los franceses penalizan la bisoñez rusa y remontan (al vencer por 13), pese a los 25 puntos de Chechu. A la postre, los galos obtendrían el título a despecho del Sibenik del gran Drazen Petrovic.

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De cómo se fraguó su pase al Madrid

De pequeño, en cuanto sus logros deportivos se hicieron manifiestos, su madre había vislumbrado un futuro onírico: “Esfuérzate, que igual un día tu baloncesto nos devuelve a España”.

Desde Moscú, Clara como refugiada de Cruz Roja Internacional había movido los hilos para salir del país, exagerando su melancolía hacia la patria que la vio nacer. Chechu, mientras, se mantenía un tanto ajeno, feliz: disfrutaba con el baloncesto, se sentía reconocido y ganaba suficiente dinero para llevar una vida cómoda, sin imaginar que en el canto de sus muñecas se hallaba el destino familiar. 

A través del exfutbolista Marsal, su primo Javier Aguirregabiria se presenta en las oficinas del Real Madrid y ofrece los servicios del prometedor Biriukov. En la Castellana no son ajenos a las virtudes del ruso, siguen su desarrollo y con el tiempo van dando forma a un contrato. El Barsa también muestra interés, pero Javier ya ha comprometido su palabra. 

En los días previos a la disputa del Europeo de Nantes, Aleksandr Gomelski, conocedor de la situación, le llama aparte. Charlan y decide bajarle del vagón del campeonato. Le hace un favor, pues de lo contrario no hubiera podido jugar en el futuro con la selección española. El “zorro plateado” entiende que se queda sin un activo importante, pero muestra generosidad. Chechu, afligido, se pierde por las mismas circunstancias la gira anual a Estados Unidos y el Mundial Junior de Palma de Mallorca. Todo en aras a un porvenir mejor en España. 

En el basket soviético sólo se había permitido por entonces la salida al exterior de dos jugadores: Sergei Belov (destino al Partizán), al que finalmente no permitieron jugar, pues cayó en el mismo grupo de Copa de Europa que el CSKA (y los rusos no querían ni en pintura que su antiguo capitán ejerciera de verdugo), por lo que en su estancia en Belgrado se limitó a entrenar al equipo junior, y un desconocido Anatoly Sinschenko que jugó entre los años 80 y 82 en el Austria de Viena en una especie de intercambio deportivo. A posteriori, el caso Biriukov costó la cabeza a algún mandamás del deporte soviético: habían abierto la puerta al mundo capitalista a uno de sus mayores talentos a coste cero (el Madrid no pagó ni un rublo por su contratación).

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Papeles, papeles, papeles

Chechu Biriukov y Clara Aguirregabiria tenían previsto el viaje para el 5 de septiembre. Finalmente se retrasa y aterrizan en Barajas el domingo 2 de octubre de 1983 (más tarde llegaron su hermano Yura y su padre). En el Madrid de Don Luis De Carlos le esperaban para la primavera siguiente, pero la matriarca había conseguido acelerar la partida, escondiendo una razón de peso que hasta muchos años más tarde su hijo no conocerá (no le gustaba un pelo la novia que Chechu se había echado en Moscú). Biriukov firma un compromiso con los merengues por cinco temporadas. Empieza a entrenar con el primer equipo y se estrena en un amistoso en Tel Aviv. Tras el primer entreno, el chaval se dio cuenta pronto de que no estaba en Rusia. Pidió una coca cola en el bar y Sainz le llamó a capítulo: “Aquí se toma agua, vino o cerveza. Nada de esa mierda americana”. Enseguida contó con la confianza de su técnico, al que a día de hoy continua alabando: “Lolo era un grandísimo entrenador, muy sensato y práctico. Con él jugaban los buenos”. 

Pero surgen problemas burocráticos y el tema se enfanga: el delegado de asuntos consulares de España en Moscú malmete y declara inviable la incorporación, al haber renunciado la madre a la nacionalidad española. El Madrid gestiona ante el Ministerio de Justicia una carta de naturaleza que le considere español a todos los efectos. Los precedentes de Luyk, Brabender, De la Cruz, Sibilio o Ricardo García parecen no servir y Chechu desespera hasta que el martes 23 de octubre se deshace el trabalenguas (que si “origen español”, que si “español de origen”) en la rueda de prensa que convoca el Real Madrid para comunicar su nacionalización. El 5 de noviembre la ACEB recibe la documentación para inscribirle. La desestima y detiene el proceso. Chechu estalla: “Si lo sé no vengo. Ya he perdido una año, otro más sería demasiado”. El viernes 9 la FEB concede la venia a la Asociación para la inscripción como jugador español de pleno derecho. Veinticuatro horas más tarde debuta oficialmente (convierte 9 puntos) en el antiguo Pabellón de la Ciudad Deportiva frente al Caja de Álava de Essie Hollis y un juvenil Pablo Laso. Ahora Chechu se puede afeitar la barba. Se ha tachado la jornada 10 del calendario liguero y Biriukov cumple su sueño 13 meses después de pisar “el foro”. Rullán, un “amigo para siempre” y el jugador al que sustituyó (Rafa quedó relegado a la Copa de Europa), trascendió como su principal apoyo y valedor, entregándole las cartas de navegación para desenvolverse en una España cambiante. La pesadilla había concluido, pero todavía tardará 3 años más en poder disputar competiciones europeas y jugar con la selección española. La adaptación no fue sencilla. No conocía el castellano y en los pocos amistosos (5) en los que había participado, se mostró inseguro. Lo evoca como un periodo duro y enriquecedor dentro de un grupo humano maduro, divertido, cultivado y con mucha curiosidad por la vida. 

Sólo habría de esperar un mes para levantar su primer título: la Copa del Rey ganada en Badalona (90-76) al Joventut en la que convertiría 8 puntos en 9 minutos en un papel todavía muy secundario. En primavera vive desde el banquillo la impotencia del equipo en la final de la Copa de Europa de Atenas frente a la Cibona de Petrovic (36 puntos de Drazen). El Madrid cicatriza y se lame las heridas en Liga. Chechu se muestra decisivo en las semifinales de playoffs ante el Licor 43: “Nos ha ganado Biriukov”, declararía el recordado Manel Comas. En la final un jovencísimo Joventut de Aíto da la sorpresa en la apertura en el Pabellón, pero el Real reacciona a lo grande y embrida la fogosidad verdinegra en los dos siguientes partidos con Fernando Martín (33 y 23 puntos) e Iturriaga (36 y 22 puntos) irrebatibles para alzarse con el trofeo. 

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Asentarse en el Madrid

Lolo Sainz da una vuelta de rosca a la plantilla. Mantiene a Corbalán como único base puro, dejando la dirección durante muchos momentos en manos de dos escoltas (Chechu e Itu). En la final de Copa en Barcelona, Biriukov emerge con una actuación descollante (19 puntos y 7 robos de balón) para revalidar el título. En Liga, las bajas (Corbalán y Del Corral están fuera lesionados y Fernando Martín muy tocado) otorgan el papel de favorito al Barcelona. Los blancos se agarran a la pista y la aparición del junior Marcos Carbonell con una asistencia providencial a Fernando Martín les otorga ventaja. En Barcelona, con 15 abajo Lolo solicita tiempo muerto. Sainz no necesitaba parar mucho los partidos y cuando lo hacía, las gruesas voces las oían los de los puestos de pipas de la entrada. Esta vez su tono fue calmado, lenitivo: “Tranquilos chicos, este partido lo vamos a ganar. Hay que hacer las cosas que sabemos y poco a poco meternos dentro”. Había sonado el despertador. Dicho y hecho. El Madrid entra en los últimos dos minutos 8 arriba. La presión final azulgrana deja la diferencia en sólo 2 (86-88). Fernando Martín en todo su esplendor (26 puntos). Segundo doblete consecutivo. 

En la temporada siguiente, Fernando Martín emigra a Portland y su hermano Antonio a la Universidad de Pepperdine. Brad Branson cumple en el papel que realizaba Wayne Robinson, pero Larry Spriggs no está a la altura de Linton Townes. Se ficha a un pujante Pep Cargol a mitad de curso. El Madrid se estrella en los cuartos coperos frente al Cajabilbao de Lockart y Kopicky y demuestra orgullo en las semifinales ligueras ante el Barsa, pero el esfuerzo grupal liderado por Romay y Biriukov no es suficiente y caen 3 -1. “Notamos la falta de un líder que nos empujaba (Fernando Martín)”, apostilla Josechu. 

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La historia del Porsche

Integrado ya perfectamente en la España recién salida de la Transición, Chechu, a mediados de los 80, se dio uno de los caprichos que permite la economía capitalista (si tienes pasta, claro) y se compra un Porsche rojo. Quiere enseñárselo a sus amigos en Moscú, por lo que decide atravesar Europa. En la Alemania Oriental del Muro no le permiten pasar, así que continua camino por la parte Occidental. Al llegar a la frontera soviética, le demandan la documentación y los aduaneros (picados por la curiosidad) desmontan pieza a pieza el deportivo para comprobar si esconde algún producto prohibido. En un momento dado uno de ellos señala una caja grande y le pregunta: “¿Y esto qué es?” Chechu entre asustado y dubitativo responde: “¿Puede ser el depósito de gasolina?”. El guardia se da por satisfecho y le contesta: “Ah sí, eso puede ser”. Desde la lejanía dos amigos habían esperado con paciencia y temor que terminase el espectáculo. Tres horas después se ponen en marcha. Probablemente fue el primer Porsche que circuló por Moscú. Sus colegas hacían cola para dar un paseo. A la vuelta, en mitad de Bielorrusia, al echar combustible, se deja la cartera con la mayoría del dinero encima del coche. Menos mal que la documentación, cheques de viaje y algo de efectivo los llevaba en otro lado. Reanuda el trayecto y sufre un reventón. Cuando va a cambiar la rueda se percata de que en otro de los neumáticos lleva incrustados dos clavos. En fin, anécdotas de un viaje de cuatro días que Chechu aparca como uno de los más maravillosos que ha hecho en su vida. 

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La Korac y el debut con la selección

El Barsa ficha a Audie Norris, poco dado a estadísticas rutilantes, pero que de facto marcaba el territorio. “Era un jugador determinante en la zona”, subraya Chechu, quien probablemente realiza su campaña individualmente más luminosa. Definitivamente rompe en un jugador magnífico. El Madrid repesca a José Luis Llorente y a los Martín, y firma a Wendell Alexis, un alero alto de excelente tiro que puede echar una mano por dentro. Solozábal le amarga en el último momento la Copa de Valladolid a Biriukov (elegido mejor jugador del torneo tras anotar 20 puntos ante el CAI, 31 al Joventut y otros 20 frente al Barsa). Con dos abajo, Aíto diseña una jugada para Chicho Sibilio, Llou hace una ayuda pelín larga y Nacho, parapetado en la esquina, anota el triple determinante en el último segundo. La fortuna cambia de bando. 

Chechu debuta por fin en Europa frente al Charleroi y caminan con paso firme en la Korac. En semifinales vencen los dos partidos al Estrella Roja (19 y 18 puntos de Biriukov). En la final, a doble partido, aguarda el “ogro” Drazen Petrovic y su Cibona. Ramón Mendoza lo tenía atado desde el año anterior y las sensaciones que evocaban su fichaje en plantilla y afición resultaban contrapuestas. En el Palacio de los Deportes, Romay actúa de dique (25 puntos y 7 rebotes) para comerse con patatas a Arapovic, y entre Biriukov y Alexis limitan el caudal anotador de Petrovic (21 puntos en una serie de 6 de 20). La ventaja madridista (102-89) está a punto de evaporarse en Zagreb con un Drazen descomunal (47 puntos, con 8/13 en lanzamientos de 2, 8/10 triples y 7/10 en tiros libres), pero iniciada la segunda parte el doctor Corbalán en su último gran servicio ausculta al enfermo y detiene la hemorragia: espanta la pujante romería croata y anota 13 puntos en 15 minutos; acompasa el pulso de los blancos, elimina incertidumbres y administra talentos (Alexis anota 22 puntos y Biriukov e Iturriaga 17 cada uno). Sin Fernando Martin lesionado, Romay sobresale como faro interior (16 puntos y 10 rebotes). Cibona 94 - Real Madrid 93. La Korac a Cibeles. 

Antes de los playoffs, el calendario ha situado la Copa Príncipe de Asturias. Sin Fernando Martín, Biriukov (bien auxiliado por Alexis que convierte 29 tantos) capitaliza galones (39 puntos), pero el Barsa (Epi y Norris hacen 22) se impone 92-90.

En las semifinales ligueras, Biriukov continúa desmelenado (39 puntos para una serie sideral desde la línea de tres: 8/9). A orillas del Ebro, el Madrid se deshace del CAI de Zeravica, pero el peaje es muy doloroso: sin querer, Chechu cae sobre la rodilla de Romay, que se lesiona de gravedad. En la final, un Madrid muy diezmado, pero henchido de raza, lleva al Barsa contra las cuerdas, pero en el quinto los catalanes arriban más enteros, abusan por dentro (Trumbo encesta 16 puntos, Jiménez y Norris 14) y Epi se muestra Súper (como siempre) con 29 tantos. 

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En invierno, Chechu había recibido su bautismo internacional de hispano frente a Hungría. Concluida la temporada de clubs, Díaz Miguel convoca a sus huestes para el Preolímpico de Holanda. Dos plazas ya están casi dadas (URSS y Yugoslavia). España (sin los Fernandos, Martín y Romay, pero con un buen plantel) pelea a brazo partido para obtener la meritoria tercera. Jiménez (entra en el quinteto ideal) y Chechu (que competía con Epi y Villacampa por un puesto) se destacan como los mejores entre los españoles. 

La preparación para los Juegos Olímpicos fue un horror. Los jugadores estuvieron casi dos meses fuera de sus casas entre China, Japón y Corea entrenando y compitiendo en pabellones de mala muerte. Cuando llegaron a Seúl estaban justitos de gasolina. Aún así ganaron a Brasil en un partido histórico (55 puntos de Óscar) y España se plantó en cuartos. El rival, Australia, parecía muy asequible, con sólo un jugador deslumbrante, Andrew Gaze, pero se equivocó la estrategia y entregaron la cuchara. 

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El año de Petrovic

“Con Drazen no te garantizabas ganar títulos, pero sí muchos partidos… Todo el mundo quería demostrar que eran mejores que el Real Madrid, con lo que estabas jugando permanentemente una final… Y Drazen tenía facilidad para hacer puntos. Jugando mal, te hacía 20 y esto vale mucho”, tercia Chechu. 

La dupla extranjera la completa Johny Rogers, un alero-pivot de tiro poco ortodoxo, pero que metía y ayudaba mucho al rebote. Un excelente jugador. 

En un año complicado donde la pugna de egos se advierte a leguas, Chechu es el elegido para compartir habitación en los desplazamientos con Drazen y en determinadas circunstancias parece un casco azul de la ONU en papel de mediador. 

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La temporada se abre con un regalo inolvidable: el Open Mac Donald´s frente a los míticos Celtics, un tanto envejecidos ya, pero con el carácter de siempre. Los del trébol jamás vieron peligrar el resultado, pero cuando éste se ajustó un poco, ahí estaba el Dios Larry Bird para firmar la esquela. Chechu se sintió impresionado por el tamaño de los profesionales. Incluso pidió disculpas a Danny Ainge después de ponerle un gorro. 

El Madrid respondió al primer reto serio, la Copa de La Coruña. Tras eliminar al Joventut (+ 25) en una exhibición de Petrovic (36), los dos grandes cocos confrontan en la final. Resultó ajustada (85-81), pero el Madrid abría el melón con 27 puntos de Drazen y 23 de Rogers. 

Abril de 1989, final de la Recopa. Real Madrid 117 – Snaidero 113. Exhibición de ataque con porcentajes de tiro espléndidos (12/22 triples el Madrid, por 12/24 de los trasalpinos). Dominio abrumador del rebote por los de Caserta (41 a 20). Drazen, el Mozart del baloncesto europeo ofrece su mejor sinfonía, 62 puntos, desmenuzados en promedios siderales (8/16 en la lanzamientos triples, 12/14 en tiros de 2 y 14/15 desde la línea de personal). Le escoltan Chechu Biriukov (20 puntos, incluidos 4/5 conversiones de 3 puntos), Rogers (14) y Fernando Martín (11 con un dedo roto). Los cañones italianos humean (Óscar Schmidt 44, Gentile 34 y Dell´Agnello 18) y están en un tris de ganar la batalla. Con empate, los árbitros estiman que una falta sobre Gentile se produce fuera del tiempo reglamentario. En la prórroga el Madrid alcanzaría el segundo título de la temporada. Mucho se ha hablado sobre el vuelo de vuelta y el choque de caracteres entre brindis de champagne. 

Petrovic le tenía comida la moral al Barsa. En la última confrontación había señalado con la palma de la mano a su entrenador (5 a 0 le había dicho a las claras). Y Aíto, sagaz como ninguno, rumia venganza y toma nota: habló de bula arbitral con el croata y pinchó en el agraviado amor propio de los suyos, muy escaldados con las pendencias y humillaciones del genio de pelo ensortijado. En la final de Liga, el Barsa dio primero en el Palau (94-69), hasta que Fernando Martín se levantó de la cama para disputar el segundo choque. Cuando apareció por sorpresa a la comida en el hotel de Barcelona, la expedición no daba crédito: “Si creéis que me he venido para perder, estáis listos”. A la orden mi general: Barcelona 81 (Norris 26, Solozabal 20) – Real Madrid 88 (Petrovic 27, Biriukov 17 y Fernando Martín unos testimoniales 7 puntos). El Barsa dio un puñetazo en la mesa para restablecer la ventaja de campo (86-100) con Epi (27) extramotivado. Petrovic (42 con 8 triples) recobró su mejor versión en el cuarto para dejar todo listo para el desenlace en Barcelona. Después de una primera parte bien llevada por los blancos, los azulgranas tocaron a rebato, el Palau se transformó en un “manicomio” y los madridistas, en un arbitraje muy discutido de Neyro (al que Drazen había escupido dos años antes en Puerto Real), se fueron del partido y de la cancha (terminaron sólo 4). Norris y Jiménez (21 por barba) y Waiters (17) dominaron la pintura. Epi, endemoniado, se salió de su tono siempre educado para exaltar a las masas. En el Madrid sólo Biriukov (24) y Antonio Martín (17) mantuvieron la compostura. Así que la “Liga de Petrovic (sólo 14 puntos)” se quedó en Barcelona. 

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Tiempos grises

Verano del 89. Lolo Sainz pasa a desempeñar funciones directivas y contrata como preparador a George Karl. Cuando al primer entrenamiento no se presenta Petrovic, saltan las alarmas. “Me apuesto lo que queráis a que se ha escapado”, diría Fernando Martín. Y acertaría. El croata firmó con los Blazers (que abonarían 140 millones de pesetas) para ya no regresar. 

3 de diciembre. Fallece en accidente de tráfico Fernando Martín, el líder espiritual del equipo y un icono del deporte y de la sociedad española, que queda conmocionada. Las muestras de solidaridad llegan de todas partes. Había que ver a Audie Norris llorar sobre el féretro de su feroz adversario. 

18 de enero de 1990, Biriukov se destroza en Valladolid el cartílago de su rodilla izquierda. Su amigo Del Corral le opera con éxito y “me regala 5 años más de baloncesto”, confiesa agradecido Chechu, que recuerda que Alfonso volvió un año de Moscú sin abrigo (que intercambió por caviar) y eso que en la calle los termómetros marcaban 25 grados bajo cero. 

A George Karl prensa y público le dan más palos que a una estera, pero sin tres titulares del año anterior y varios americanos del montón, llega a la final de la Recopa frente a la Knorr boloñesa de Ray “Sugar” Richardson. En la liga, caen en semifinales ante el Joventut. Todos los jugadores que tuvo a su cargo le consideran un pedazo de entrenador, que se anticipó a los tiempos y que enseñaba baloncesto (“te lo daba masticado”). Durante la semana, los jugadores recibían un mamotreto con las virtudes y defectos del contrario, en el que se especificaban los sistemas propios y ajenos. “Es el único entrenador con el que te divertías incluso defendiendo”, remata Chechu.

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Con la lesión, Chechu se ahorró el “Chinazo” de la selección en Argentina. Hasta el 5 de septiembre no volvería a pisar una cancha de baloncesto. Jamás olvidara la ayuda diaria que durante ese tiempo le prestó el preparador físico Paco López para rehabilitarlo. 

Wayne Brabender inicia la nueva temporada en el banquillo Real. Los dos extranjeros: Carl Herrera y Stanley Roberts tienen calidad, pero están muy tiernos para Europa. Avanzado el año Ignacio Pinedo le sustituye, eliminan al Joventut en las semifinales de la Korac, pero en la ida de la final le da un infarto en pleno partido y fallece al cabo de pocos meses. Entre tanta adversidad, el Madrid de Jareño está a punto de ganar el título en Cantú. 

Para la temporada 91/92 se piensa nuevamente en George Karl y se ficha a Antúnez, Simpson y Ricky Brown. En enero Karl se va (luego firmaría por los Sonics, donde inició una prolongada y exitosa carrera en la NBA) y le reemplaza Clifford Luyk. Estudiantes les manda para casa en Copa, pero el robo de Ricky Brown a Fassoulas les otorga la Recopa. En Liga eliminan al Barsa en semifinales y fuerzan el quinto ante la Penya de Lolo Sainz (en el cuarto Antonio Martín se lesionaría muy gravemente en la espalda en una dolencia que le limitaría de por vida). 

Participa en los Juegos Olímpicos de Barcelona 92. España comparece con un equipo, sobre todo por dentro, bastante ramplón en medio de un enrarecido ambiente con una mala preparación y el plante por la polémica del tercer extranjero. El “Angolazo” es un cilicio en el muslo del buen aficionado español de por vida. Una pena. Eso sí, tuvimos butaca preferente para recrearnos con el Dream Team. 

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Y llega Sabonis

Que se estrena como Drazen con la Copa del Rey de Coruña. Sabas marca diferencias desde inicio (“es el mejor jugador con el que he jugado, lo tenía todo”, revela Chechu) y hace trizas al Joventut en la final (74-71 favorable al Madrid) con 25 puntos del lituano, secundados por otros 20 de Biriukov. Madrid y Bennetton son claros favoritos en la Final Four de Atenas, pero ambos caen en la tela de araña tejida por el maestro Boza Maljkovic con su Limoges. En Liga los blancos recobran el título a costa de los verdinegros un montón de años después. 

Se da la baja a Romay y a Ricky Brown y se contrata a Joe Arlauckas. A la que pueden los futboleros soplan en la oreja del presidente: consideran un despilfarro los sueldos de Antonio Martín, Biriukov y Sabonis. Joventut y Barcelona echan al Madrid de la Euroliga y de la Copa del Rey y ni siquiera el triunfo en Liga impide el despido de Clifford Luyk. Antúnez y Biriukov renuevan a la baja y Mariano Jaquotot poco antes de fallecer contrata a Obradovic, reciente campeón europeo con la Penya. 

Zeljko, sabedor de que en el perímetro tienen un talento limitado, direcciona el juego alrededor de la defensa y de sus dos estrellas interiores, Sabonis y Arlauckas. Bostezan los hipopótamos, pero el Madrid gana su octava Copa de Europa en Zaragoza frente al Olympiakos griego (73-61). Biriukov con la rodilla tocada no juega un solo minuto en la final. 

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A Chechu le quedan dos años de contrato. A final de temporada, poco antes de operarse, le comunican que van a contar poco con él: será un jugador residual. Llega a un acuerdo y firma el finiquito. El Madrid aprovecha que el CSKA está de gira por España para organizarle un homenaje a la carrera y así ahorrarse 40 millones. Los rusos le regalan un traje del ejército. Punto y final a su etapa deportiva. No se planteó ofertas. Un año después aparece la Ley Bosman y se eliminan fronteras. Ahí si se arrepiente, de haberlo sabido hubiera salido al extranjero. 

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La vida después del basket

Junto a algunos de sus amigos de Globomedia monta una agencia de representación, Isac, relacionada con el mundo del espectáculo (fundamentalmente actores y presentadores de televisión). La aventura dura más de 15 años hasta que sobreviene la crisis. Se volvió a casar y es padre de 4 hijos (2 niñas del matrimonio anterior y una niña y un niño del actual).

Desde hace 13 meses regenta su coqueto restaurante Biriukov Bistro en Las Tablas en el que ha sido un placer tomar una cerveza y charlar dos ratazos con él. 

En 2008 Sarunas Marcioulionis reunió en un hotelito de su propiedad a las afueras de Vilnius a muchos de sus amigos y colegas. Avanzada la velada tomó del brazo a Chechu Biriukov: “Muchas gracias. Si tú no te vas a España, yo no consigo nada”. Mayor halago de un compañero, una estrella de tu deporte, no se me ocurre. Nunca se sabrá, porque entramos en el terreno de las elucubraciones, pero lo que sí es cierto es que el señor Biriukov pintaba de escolta titular de la antigua URSS durante una década y que en el Madrid “perdió” cuatro años (uno sin jugar y otros tres sin concursar en competiciones europeas), lo que sin duda lastró su progresión. Sea como fuere, Josechu (el escolta de tiro rasante y la extraordinaria lectura de juego) jamás se arrepiente de la decisión que tomó en su día y que le trajo, a Dios gracias, entre nosotros. 


Mi total agradecimiento a Josechu Biriukov. Por su tiempo, amabilidad, maravillosa disposición y total franqueza. Además pasé un rato cojonudo. Gracias Chechu. 



Dedicado a mi amigo José Tallón, que posibilitó la entrevista, y a toda mi tropa de Madrid y Villalba con Bo como eterno capitán. Dicen que a los amigos los eliges. Dios me dio buen ojo. Muchos se pasan la vida buscando uno bueno, yo me tropecé con una manada cuando, en muchos casos, todavía llevábamos pantalón corto. Gracias tíos.

Las lecciones del profesor John Wooden

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¿Qué se puede pensar de un técnico que la media hora inicial del primer entreno de la temporada la dedicaba a mostrar a sus muchachos cómo colocarse los calcetines y atarse adecuadamente las zapatillas? Que era un educador. Correcto. 

¿Qué diríamos si su puntilloso método no estuviera reñido con los resultados al atrapar 10 campeonatos universitarios? Que contenía un ganador. Correcto.

¿Qué afirmaríamos al conocer que durante 53 años estuvo gustosamente atado a una sola mujer a la que miraba como si se hubiese enamorado esa mañana? Que era un romántico. Correcto. 

¿Qué pensaríamos si después de retirado paseó su “Pirámide de Éxito” estudiada en las principales escuelas de negocios del mundo? Que era un filósofo, un adelantado a su tiempo. Correcto.

¿Qué valor adquiriría alguien elegido miembro del Hall of Fame en 1961 como jugador y en el 73 como entrenador (logro sólo compartido con los míticos Lenny Wilkens, Bill Sharman y Tom Heinsohn)? El de leyenda. Correcto.

Esto y mucho más fue John Wooden, probablemente el coach más reconocido (junto a Red Auerbach y Phil Jackson) de la historia del baloncesto. Su legado trascendió a cualquier deporte y a unas cuantas generaciones. Hacedor de equipos inolvidables, sus records escapan a épocas. 

Pasen que les voy a tomar la lección. 



Nacer en Indiana

“En 49 estados sólo es baloncesto… pero esto es Indiana”. La cantinela es más antigua que sus campos y atribuible a cualquier paisano tan familiarizado con los maizales como a las canastas colgadas junto al granero de su granja. En ese paisaje uniforme creció nuestro protagonista. 

El segundo hijo (después vendrían otros dos) del matrimonio formado por Hugh Josúe y Roxie Anna Wooden asomó al mundo en Hall (Indiana) en la mañana del viernes 14 de octubre de 1910. Ocho años después la familia se traslada a una granja muy cerca de Centerton. No tenían electricidad ni sobraba el dinero, pero el padre se las ingenió para conseguir una forja y fraguar un aro para una canasta que sirviera de entretenimiento a los chicos. La sombra de la Gran Depresión acechaba inclemente a la mayoría de las familias americanas y los Wooden perdieron su granja. Cogieron los bártulos para reinventarse en Martinsville, 30 millas al sur de Indianápolis, donde el padre aceptó un trabajo en un sanatorio local. 

El baloncesto de instituto pasaba por ser una religión en la comarca. En una ciudad de 4.800 habitantes, las noches de partido se apiñaban 5.200 espectadores en el vetusto pabellón. El entrenador Glenn Curtis había conducido a los Artesians al campeonato estatal dos años antes de la llegada de John. Sin embargo, había irritado a los Wooden al relegar al banquillo al mayor de la saga. Después de una pelea con el preferido de Curtis, John estalló: “No voy a darle la oportunidad de que me trate como a mi hermano” y abandonó el equipo. Tras un par de semanas tensas, la situación se recondujo y el muchacho se reintegró al grupo. 

“He tenido bastante éxito, pero no hay nada comparable a ganar el campeonato de high school en Indiana”, reconocería Wooden muchos años después. 

En sus 3 años en Martinsville siempre se le incluiría en el quinteto ideal y alcanzaría las finales estatales. Aquello era una maravillosa locura que bajaba la bandera con un partido el viernes y tres más el sábado. En 1926 cayeron en la final 30-23 ante Marion, en el 27 conquistaron el título (26-23) frente a Muncie, pero éstos se cobrarían venganza un año más tarde (13-12) en el Butler Fieldhouse con una canasta en el último segundo de Charlie Secrist que Wooden jamás olvidaría: “Es el tiro con más arco que vi en mi vida, parecía que iba entre las vigas y entró directamente a canasta”.

Como bachiller Wooden tomó la costumbre de jugar con la llave de la taquilla entrelazada a los cordones de sus zapatillas. 

Su adolescencia vino marcada por el entrenador/mentor Curtis y por la férrea educación en casa. De su padre guardó 7 consejos con los que se manejó durante toda su vida: Sé fiel a ti mismo, ayuda a los demás, haz de cada día una obra maestra, bebe de buenos libros (sobre todo la Biblia), haz de la amistad un arte, construye un refugio para tiempos de necesidad y reza y da gracias todos los días. Amén. 



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“The Indiana Rubber Man”

Con ese sobrenombre (hombre de goma) se le comenzó a apodar en la Universidad de Purdue por el modo en que le lanzaba a rescatar balones imposibles a ras de suelo. El entrenador de los “boilemarkers”, Ward “Piggy” Lambert, marcó profundamente su carrera. Cuando el resto de los colleges, practicaban un baloncesto lento y controlado, Lambert (meticuloso como un maquetista en los detalles) apostaba por un juego rápido y ofensivo. 

Por entonces las universidades todavía no brindaban becas deportivas, por lo que John se afanó en los estudios y en empleos esporádicos como camarero para limar los gastos de la carrera. Su juego destacó de tal manera que fue nombrado All American en 3 ocasiones, alcanzaron 2 títulos de la potentísima Big Ten, y en 1932 (todavía no se había creado la NCAA) la Hells Athletic Foundation reconoció a la Universidad de Purdue como la campeona nacional. 

En 1932 se gradua en Lengua Inglesa y se casa con Nellie, el amor que le acompañó toda una vida, a la que había conocido años antes durante unos carnavales. Tras la ceremonia, para celebrarlo, asistieron a un concierto de Mills Brothers en el Teatro Círculo de Indianapolis: “Pensé que nunca dejarían de cantar”, recalcó el ansioso e impaciente novio. 

Sin una liga profesional de baloncesto organizada, juega algunos partidos para un equipo de Chicago, pero decide rechazar la atractiva oferta de 6.000 S que le realizan los Original Celtics. Sí acepta el puesto como profesor de lengua, director deportivo y entrenador de beisbol y baloncesto en un instituto en Dayton, Kentucky. En su estreno como técnico de los “diablos verdes” registra el único balance negativo (6 victorias por 11 derrotas) de su trayectoria deportiva. La Gran Depresión se lleva por delante al banco donde mantenía sus ahorros y conoce a un empresario de la fruta, Frank Kautsky, que monta el Indianapolis Kautsky´s Athletic Club para ganar todos los campeonatos semiprofesionales que se realizan por los alrededores. Wooden se convierte en el principal atractivo del equipo con una jugada letal en la penetraba para pararse en seco, el defensor se pasaba y anotaba con facilidad. El frutero creó la NBL (National Basketball League) en la que sus representados Kautsy´s caerían en la final pese a los 21 puntos de John. Problemas financieros provocaron la disgregación de la Liga y la vuelta a la vida nómada de los Kautsky´s. Cada jugador cobraba 25 $ por partido (Wooden 50). Así recibió el primer billete de 100 que veía en su vida al anotar una centena de tiros libres consecutivos –llegó hasta 134 seguidos en 46 partidos-.

Compatibilizaba sus clases como profesor de instituto (al poco se trasladó a South Bend, Indiana) con sus escarceos como jugador a tiempo partido. Nacen los dos primeros retoños, su hija Nam y su hijo Jim. En aquella época de romería baloncestística, de un tropezón con el mítico Joe Lapchick durante un encuentro selló una amistad vitalicia. Se enfrentó a un nuevo rico, Eddie Ciescar, propietario de los Ciesar Chrysler Playmouth All American, después de que éste quisiera pagarle la mitad del estipendio fijado. Wooden había llegado jugándose la vida en medio de la tempestad a Pittsburg con el encuentro comenzado para levantarle el partido a los Pirates. Cobró su deuda, pero jamás volvió a jugar para semejante personaje. 


La Guerra e Indiana State

Estados Unidos entra en la 2ª Guerra Mundial y en 1942 se alista en la Marina. Una apendicitis impide al teniente Wooden, instructor de vuelo, comparecer en su primera misión a bordo del portaviones USS Franklin. Su sustituto no regresa a casa. Terminado el conflicto bélico retoma su actividad docente en aula y cancha en Terre Haute. Su registro como entrenador de instituto arroja un notable balance 218/42.

En Indiana State se inicia su etapa como preparador universitario. En su debut en 1947 obtienen el título de conferencia, pero rehúsan su participación en el torneo final de la NAIA, pues ésta prohibía la comparecencia de jugadores de color. Como al año siguiente se suprime la regla, acuden para caer en la final ante Louisville. Clarence Walker ostenta el honor de ser el primer jugador negro en disputar el torneo. El recuento en el bienio con los “Sicomoros” expone un saldo muy positivo 44-15.


La tormenta perfecta y la historia de Eddie Powell

En 1948, a sus 37 años, John Wooden tiene decidido cambiar de aires. La Universidad de Minnesota se abre como primera opción. Su director deportivo, Frank McCormick, le ofrece el cargo de entrenador. Sólo parece existir un obstáculo: quiere que conserve a Dave McMillan, técnico saliente, como segundo. Wooden no lo acepta y se enroca. En el paquete pretende llevarse como ayudante a Eddie Powell, al que había tenido como jugador y alumno en South Bend. Wooden, terco, espera la llamada a las 7 de la tarde, pero se desencadena la tormenta perfecta y la nieve impide que funcionen las líneas telefónicas. Cuando tiempo después las comunicaciones se restablecen, John ya acordado un contrato con Wilbur Johnson, director de atletismo en UCLA, que no le pone esa limitación. 

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Tres lustros para ver títulos

Su aterrizaje en el barrio de Westwood, a los pies de las colinas de Hollywood con el selecto Beverly Hills a una tirada, el esplendoroso Sunset Boulevard donde residen las estrellas cinematográficas y las playas de Malibú y Santa Mónica para un chapuzón, no fue idílico aunque siempre pareciera primavera. El equipo de baloncesto de la universidad pública de California sólo había obtenido registros ganadores en 3 de las últimas 17 temporadas. Virar aquello le iba a costar, más si cabe con la premisa de que en el director atlético, Ron Sanders, convergía la figura de entrenador de fútbol americano, con lo arrimaba el ascua a su sardina y derivó los mejores medios a su programa. “Tras la primera práctica me sentí muy decepcionado. Si hubiera sabido cómo abortar el acuerdo de una manera honorable, lo habría hecho”, confesaría. 

En su arranque mutó el estilo propio de los equipos de la Costa Oeste, para hacer de los suyos un conjunto de juego rápido, ritmo y sencillo. Arqueo positivo con 22 victorias y 7 derrotas. 

Las promesas de cancha propia tardaron 17 años en hacerse realidad. En el minúsculo y asfixiante gimnasio se hacinaban 2.500 espectadores en sus gradas nido. No era extraño compartir pista con equipos de otras disciplinas ni resultaba una quimera observar al propio Wooden o a sus ayudantes barrer o fregar el parquet. En el año 56, las autoridades lo declararon peligroso y los Bruins (osos pardos) emigraban al Venice High School de Long Beach City College o al Pacífico Auditorio Pand de la USC (sus rivales directos en la ciudad) para jugar o entrenar de prestado. Wooden, por su parte, trató de hacer de la necesidad virtud y encallecer a sus jugadores en la dificultad. La travesía duró hasta que en noviembre de 1965, con título en la buchaca, se erigió el Pauley Pavillion, con capacidad para más de 12.000 espectadores. 

Antes de que diera inicio la segunda temporada le llegó una oferta de su antigua universidad de Purdue, muy por encima de los 6.000 euros anuales que percibía. Pidió que le liberasen de cumplir el tercer año, pero los dirigentes se agarraron al acuerdo y propusieron un aumento en la remuneración. Wooden lo desechó respetando lo firmado. El dinero nunca le supuso un obstáculo (su salario más alto alcanzó en el cénit de su carrera los 32.500 euros), e incluso debido a un error de redacción en el primitivo contrato, no le realizaron las aportaciones a su plan de pensiones hasta su decimotercer año en LA. 

En las campañas 50, 52 y 56 UCLA entró en el NCAA, pero con la segunda ronda como tope. Al culminar el curso del 60 con un registro pobre (12-10), Wooden fiscalizó su proyecto bajo uno de sus conocidos postulados: “El fracaso no resulta fatal, la voluntad de no cambiar sí podría serlo”. Autocrítico, pensó que se encontraba rodeado de una corte de palmeros: “A mi lado sólo escuchaba el sí señor”, por lo que incorporó como ayudante a Jerry Norman. Como asistente, el antiguo bruin aportó un espíritu insumiso, incorporó una defensa 2-2-1 presionante a toda pista que elevó las pulsaciones de los angelinos y ensanchó el objetivo del reclutamiento a los más prometedores talentos del país (algo a lo que el entrenador nunca había dedicado especial atención). En 1962 entraron en la Final Four: Cincinnati (futuro campeón) les cortó el paso en semifinales (70-72). En el 63 J.D. Morgan se convierte en el nuevo director de deportes, liberando a Wooden de determinadas tareas administrativas para centrarle en la cancha. Las piezas estaban en un tris de encajar. 

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Ganar con bajitos

En el otoño del 64 ninguno de los titulares superaba los 195 metros de estatura. La dupla exterior la componían un base senior traído del área de Filadelfia, Walt Hazzard, de gran lectura de juego, y un escolta blanco rechonchito zurdo, Gail Goodrich, de excelente mano. El equipo era trabajador y correoso y había depurado la zona presionante con Goodrich y Fred Slaughter adelantados, Hazzard y Jack Hirsch en el medio y Keith Erickson de tapón atrás. Del banquillo se incorporaban asiduamente Kenny Washington y Doug Mc Instosh alargando así la rotación habitual a 7 hombres.

A mitad de curso, UCLA se encaramó al nº 1 en la tablilla de encuestas y se plantó, tras liderar la Pacific 10, invicto en el torneo NCAA. Seattle y USF fueron las siguientes piedras del camino. Michigan supuso el penúltimo escollo. Duke partía como claro favorito en la final. En apariencia los “Blue Devils” tenían de todo más: tiro, altura, tonelaje, defensa y fondo de armario. 

El encuentro se movía en distancias cortas favorables hacia Duke (30-27 en las postrimerías del medio tiempo) hasta que Wooden agitó el avispero. La zona press le rindió excelso rédito. En dos minutos y medio endosaron un parcial de 16-0 para marcharse en franca ventaja (43-30) al descanso. Sin bajar un ápice el pistón, la continuación resultó hasta cómoda (98-83). Entre Goodrich y Whashington habían anotado 64 tantos. La exhibición defensiva (29 recuperaciones) había abierto el melón de la era Wooden y coronado a dos pequeños (Goodrich promedió 21,5 puntos y Hazzard -11 puntos y 8 asistencias en la final- recogió el premio al mejor jugador del año) de escasas virtudes físicas, pero dotados de refinada técnica y extraordinaria inteligencia, que triunfarían en la NBA.

En la temporada siguiente, Wooden logró enmascarar la pérdida de Hazzard, que licenciado había salido rumbo a los profesionales, para articular otro equipo con mayúsculas bajo los mismos postulados con Goodrich de legítimo referente. Así alcanzaron la postemporada con sólo dos derrotas, despacharon a Brigham Young, USF, Wichita y pulverizaron a Michigan en la final (91-80) para revalidar el campeonato bajo el poderío anotador de un descollante Goodrich (42 puntos), pese a la oposición de Cazzie Russell (28 tantos).

Cuando en octubre el primer equipo caía 85-70 en un amistoso frente a los novatos liderados por un descomunal chico venido de Nueva York (que les endosó 31 puntos y 21 rebotes), Wooden ya barruntó que sería un capítulo mediocre. Cedieron el título de la Pacific a Oregon State y no recibieron la invitación para el torneo final. Texas Western dejó a Adolph Rupp con las ganas de obtener su quinto entorchado con Kentucky. Por vez primera un equipo compuesto de salida por 5 jugadores negros resultaba campeón. El entrenador Haskins le buscó las vueltas a la zona 1-3-1 ideada por el “barón” al mantener tres bases durante todo el choque para pasar a la historia. 

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Ganar con Lew Alcindor

“Fue el único entrenador que no me habló exclusivamente de baloncesto durante la entrevista”. Wooden recibió al rutilante jugador de instituto del que todas hablaban en su reducida oficina del tamaño de un trastero. Antes, el escolta titular Edgar Lacy le había mostrado el campus. Se levantó, le estrechó la mano y le invitó a tomar asiento. “Esperamos que nuestros chicos trabajen duro y lleven bien sus estudios… Estoy impresionado con tus notas… Aquí trabajamos duro para que nuestros chicos prosperen y ganen títulos”. Wooden había llamado al chaval por su nombre completo (Lewis) en señal de respeto y se había mostrado cercano, culto y afectuoso. Cuando se despidieron Alcindor sabía que pondría su destino en manos de ese hombre sencillo del Medio Oeste de rictus descansado y aspecto monacal. 

Por entonces, los novatos no podían jugar con la primera plantilla. Gary Cunningham, bajo la estrecha supervisión de Wooden, preparó a fuego lento durante el curso a la excelsa camada (habían rodeado a Alcindor de varios All American de instituto). Para acrecentar las posibilidades del gigante (que estiró en UCLA desde los 2,13 metros hasta los 2,18) trajeron a un antiguo jugador y entrenador de Oregon State, Jay Carty. Éste pulía al diamante, enmendaba cualquier defecto técnico, le colmaba de ejercicios para amplificar el salto y el desplazamiento lateral y le exigía directamente en enfrentamientos individuales plagados de contacto y faltas. 

En el otoño del 66 a Wooden se le habían caído dos titulares, Edgar Lacy (con la rótula quebrada) y Mike Lynn (la gran esperanza blanca, al que habían pillado con una tarjeta presuntamente robada). Tampoco se llevó las manos a la cabeza con la regla que prohibía los mates (es más, no le gustaban) y que perjudicaba claramente el venidero dominio de Alcindor en las zonas. A Wooden le espantaban las excusas, así que se puso manos a la obra. 

Mike Warren (famoso después por su papel en la serie Canción Triste de Hill Street) calcaba la figura de base cerebral, Kenny Heitz y Lynn Shackleford asumían funciones de intendencia con implacable disciplina y Lucius Allen se manifestaba en verso un tanto libre; escolta fino, elegante, de movimientos plásticos, pero remolón en horarios y estudios más dado a la fiesta. Alcindor coronaba el quinteto crepuscular (integrado por cuatro jugadores de segundo año y uno de tercero) al que complementaban dos sólidos jugadores blancos (Jim Nielseny Bill Sweek) que untan de pegamento los equipos. 

Tras dos días de colas, en el flamante Pauley Pavilion se ponía de largo la temporada en medio de una expectación insólita. Los bruins destrozaron a sus vecinos USC en una victoria sin paliativos por 15 puntos. Lew Alcindor asustó a todo el gremio en una maravillosa exhibición y de paso rompió el record de anotación de la universidad (56 puntos). Elevó la marca tiempo después hasta los 61 frente a Washington State. En adelante los rivales no sabrían a qué atenerse: Duke le dobló los marcajes en su primer enfrentamiento y cayeron de 35; en el segundo, cuando obviaron las ayudas, les martilleó con 35 puntos y palmaron de 20. La teoría de la manta corta que siempre te deja algo por tapar. Oregon State llegó a congelar la pelota, sin lanzar durante 20 minutos: “Era tan excitante como ver crecer la hierba”, subrayó un irónico aficionado. 

En los partidos ajustados asomaba la sapiencia del coach. Frente a Colorado State con 2 arriba salió a la perfección el movimiento de ataque diseñado que terminó en canasta y la trampa defensiva urdida en el tiempo muerto. “Nos pusimos en sus manos y nos enseñó exactamente cómo ganar”, asentía admirado Alcindor. Contra California State, Wooden demostró plena confianza en los suyos: ganaban por 2 con 25 segundos por jugar cuando ordenó realizar falta para disponer de la última posesión. Tras los dos tiros libres convertidos, los angelinos desperdiciaron la última bola, pero se impusieron en la prórroga. 

A velocidad de crucero, el equipo arribó inmaculado la Final Four de Louisville. Pese a las bravatas de Elvis Hayes, los Cougars cayeron en semifinales por 15. Una perseverante Dayton porfió hasta donde pudo en la final para sucumbir 79-64. Primer título de la era Alcindor. 

En la campaña 67-68, Mike Lynn había ascendido a titular y Edgar Lucy se distinguía como primer suplente. Todo marchaba de maravilla hasta que a 8 días del encuentro frente a Houston, Alcindor se lastima seriamente un ojo y causa baja en los dos encuentros posteriores. En el partido televisado para todo el país y record de asistencia en el Astrodome, Elvis Hayes (39 puntos) humilla a Alcindor, pero los Bruins sólo pierden de 71-69. Muy diezmado, apenas veía, sólo convierte 4 de los 18 lanzamientos que intenta. La derrota trae dos consecuencias: Lew se juramenta y coloca en su habitación el poster de Sport Illustrated en que Hayes realiza un mate sobre él, y el talentoso Edgar Lucy, que no pisó la cancha en toda la segunda mitad, abandona al poco enfadado el equipo en una situación que Wooden no supo tratar. UCLA se cobró la afrenta en la Final Four a través de una despiadada victoria (101-69) en la que llegaron a tener una ventaja de 44 tantos. La defensa de Shackleford dejó a Hayes en unos míseros 10 puntos. Alcindor, tras anotar 47, se explayó ante los medios: “Quisimos enseñarles buenos modales”. En la final, la defensa angelina colapsó a North Carolina (78-55) con Alcindor estelar (34). Cuatro bruins fueron distinguidos en el mejor quinteto del curso. Abrumador. La prensa llegó a rebautizar el torneo graciosamente como “UCLA Invitational”.

El aviso de los “troyanos” de USC en el último encuentro de la temporada regular 68-69 rompió una racha de 41 victorias consecutivas (85 en casa) e hizo sonar el despertador de los “osos pardos” a tiempo para enfrentar la NCAA. En la final regional arrasaron a Santa Clara, en semis sufrieron algo más ante Drake y coparon sus ansias victoriosas ante Purdue (92-72). Heitz anuló a Rick Mount, la estrella rival. Lew Alcindor se graduaba con 37 puntos como colofón, tres títulos universitarios consecutivos (algo jamás logrado) y sus correspondientes trofeos individuales como mejor jugador y un bagaje de 88 victorias y 2 derrotas. En adelante haría carrera en los profesionales bajo el nombre de Kareem Abdul Jabbar. 


Ganar en el periodo de “entrepivots”

Sin una referencia interior sobresaliente, el entrenador recoge el guante “Va a ser divertido entrenar para ganar otra vez” y el grupo no pierde el compás. Henry Bibby (el padre del talentoso Mike) toma la batuta y expande las habilidades de Sidney Wicks, Curtis Rowe y Steve Patterson, con Kenny Booker haciendo aporte energético en sus apariciones desde el banquillo. New Mexico State no es rival para los “osos pardos”, que esperan oponente de la lucha de gigantes de la otra semifinal. St. Bonaventure, sin Bob Lanier, se empequeñece ante Jacksonville, que había llegado al torneo promediando más de 100 puntos. Su estrella, Artis Gilmore (2,20 metros), naufraga en el encuentro decisivo. Wooden le prepara una estrategia sándwich, entre Wicks y Patterson, y sólo enchufa 9 de los 29 lanzamientos que intenta. 

En la temporada 70/71 Marquette, dirigida por el prestigioso Al Mc Guire, se postulaba como principal favorito. UCLA en un encuentro televisado a toda la nación parecía perder pié ante Notre Dame (su jugador franquicia, Austin Carr -46 puntos- había visto el aro como una piscina), pero los angelinos recobran aire en la Final Four, en el tiempo en que se distinguen a los hombres de los niños. En el primer capítulo, ocho puntos les separan de Kansas. En el definitivo, inscriben el nombre como ganador a costa de Villanova (68-62). 

Dos títulos de mucho mérito preceden a “Big Red”. 

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Ganar con Walton

Un coloso pelirrojo de la zona (provenía del colegio Helix de San Diego) se incorporaba al rebaño del pastor Wooden. El californiano Bill Walton, dominaba la pintura, intimidaba, corría la pista, portaba una gama de movimientos suficientes en las inmediaciones del aro y poseía una extraordinaria lectura del juego. A su vera (todavía gozaron un año más de Bibby), se desplegó un esplendoroso alero, Keith (luego Jamaal) Wilkes, un base de manual (Keith Lee) y un complemento interior formidable, Swen Nater. Se adueñaron despóticamente de la competición durante dos años y medio. Dos nuevos trofeos, invictos, con Walton marcando territorio en medio de guarismos desproporcionados. 

En el 72, frente a Lousville en semifinales (que le acusó de llorón y de gozar del favoritismo arbitral) despejó las ilusiones de los de Danny Crumm (a 33 puntos añadió 21 rebotes) y certificó (81-76) ante Florida State (con el trío Walton, Bibby y Wilkes superando la veintena por barba) el octavo campeonato. 12 meses después la historia se repetía: en el penúltimo episodio los Bruins las pasaron canutas para superar a Indiana (que también se acogió al pretexto de la presunta manita de los jueces); Memphis State (acaudillados por Larry Kennon) llegó a gozar de una ventaja notable (9 puntos) en la primera parte y exigió del mejor Walton (44 puntos, 13 rebotes y 21/22 en lanzamientos de campo) para avasallar en la prolongación (87-66). Noveno entorchado. 

La racha victoriosa se prolongó durante 88 partidos. El 14 de enero de 1974 Notre Dame la quebraba. Acumularían otras tres derrotas: La última en la semifinal del torneo NCCA ante North Carolina State y su astro, David Thompson, supuso el fin del ciclo académico de Walton. Desperdiciaron una renta de 11 puntos para mostrar la bandera blanca en la segunda prórroga al futuro campeón (77-80). Después de 7 años, retornaban al campus sin cortar las redes. 

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Retirarse en la cima

Nueva diáspora hacia profesionales. Del quinteto titular sólo permanecía David Meyers, mayormente conocido por sus vigorosos bloqueos. Los jóvenes, Marques Johnson, Richard Washington, Andrew MCarter y Ralph Drollinger recogen el testigo. Wooden se agarra a una rotación corta de 6 hombres para estirar el chicle y camina entre emociones en el torneo NCAA (dos partidos los salvan en la prórroga). Tras la victoria justita 75-74 (con una canasta sobre la bocina de Washington) ante su discípulo Danny Crum (al cargo de Louisville) en semifinales, entra gozoso al vestuario. Se franquea en primicia ante los suyos y, de paso, toca la tecla (la fibra) oportuna: “No sé cómo lo haremos el lunes por la noche, pero creo que lo haremos bien. Independientemente del resultado, nunca he tenido un equipo que me diera más placer y estoy orgulloso de vosotros. Éste será mi último equipo como entrenador”. Aguarda la favorita, la Kentucky de los mastodontes (Bob Guyette, Rick Robey, Mike Phillips y Dan Hall lindan los 2,10 metros), que han dejado fuera a la imbatida Indiana… pero Wooden tiene media final ganada. 

En San Diego, el 31 de marzo de 1975, la victoria 92-85 (la número 620) cierra su esplendorosa carrera con el décimo campeonato. Tras la misma, un aficionado se le acercó y le soltó: “Felicidades coach. Nos falló el año pasado, pero este título compensa el fiasco”. Acojonante. 

En aquel instante, el hincha no era consciente de cuánto iba añorar al viejo profesor. Llegaron entrenadores de todo calado (Gene Bartow, Gary Cunningham, el afamado Larry Brown, Larry Farmer, Walt Hazzard) pero hubo de esperar dos décadas para descorchar el champagne con Jim Harrick a los mandos. 

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El método Wooden

Aferrado a sus rígidos valores morales ponderaba el grupo sobre la individualidad, el camino sobre el resultado, la educación sobre la victoria. Exigía puntualidad, decoro y compañerismo. Enseñaba educando, que diría el maestro Josep Bordas en el Colell, desde el respeto, el ejemplo y la comprensión. “Jamás se escapó de sus labios la palabra ganar. Sólo nos pedía jugar al máximo de nuestro potencial” (Doug McIntosh). Para el más victorioso, ganar ni estuvo por encima de todo ni fue lo más importante. Nadie que llegara tan alto, mantuvo los pies más firmes al suelo. 

Sus entrenamientos jamás se prolongaban más allá de dos horas. No había interrupciones (sus ayudantes sacaban a los jugadores de la cancha para corregirlos), ni sillas para descansar ni agua para avituallarse. Concedía importancia capital a las prácticas durante la semana: se juega como se entrena. Cuando Sidney Wicks le pidió permiso para saltarse una sesión y acudir a una manifestación contra la Guerra de Vietnam, Wooden desechó la solicitud: “Te comprendo. Yo también soy hombre de principios. Y no tengo principio más básico que el del entrenamiento”. Buscaba la intensidad extrema, la preparación exhaustiva física y mental de sus chicos. 

Vigilaba el lenguaje, la indumentaria y la presencia de los chavales. No permitía tacos, faltas de respeto a compañeros, rivales o árbitros. Perseguía el aspecto desaliñado, la barba o el pelo largo. En cierta ocasión, Walton se presentó al entreno con barba y bigote. El pelirrojo al ser cuestionado alegó que estaba en su derecho y que creía firmemente en ello. Wooden ni se inmutó: “Muy bien Bill, admiro a la gente que tiene creencias y las defiende. Vamos a echarte mucho de menos”. Al gigante, asombrado, le faltó tiempo para correr al vestuario a afeitarse. Algunos le tacharon de inmovilista, estricto, autoritario, envarado, pero la realidad demuestra que sus pupilos le adoraron: “Nos enseñaba a reaccionar ante cualquier situación de la vida. Aprendimos sobre muchos aspectos que los chicos normalmente pasan por alto. Él no nos dejaba hacerlos” (Kareem Abdul Jabbar). Anciano y retirado, Wooden consiguió mantener contacto permanente y afectuoso con 172 de los 180 chicos que pasaron por sus manos, en lo que constituía su gran patrimonio moral. Jamás permitió la retirada de una camiseta, por respeto a los que habían portado el número antes. Era firme y flexible, suave y áspero, ni temeroso ni temerario. 

No tomaba atajos. El dictado de su eficacia se basaba en la simplicidad: “El baloncesto es un juego muy simple que algunos entrenadores insisten en complicar”. Consideraba superficiales el dribling por detrás de la espalda o entre las piernas e incluso los mates. No se distraía con rivales, dedicaba su tiempo a preparar a su equipo hacia principios fundamentales: aguerrida defensa, dominio del rebote, ritmo (velocidad sin prisas), contraataque y selección de tiro. Dirigía los partidos bajo una apariencia tranquila, comedida, sin gritos ni aspamientos, con pocos cambios, sin precisar demasiados tiempos muertos. Se alejaba de los records bajo un axioma hoy pleno de actualidad: “Necesito ganar solamente el siguiente partido”.

Ejemplificaba su baloncesto de empaque mosquetero en dos jugadores, Conrad Burke y Doug McIntosh, en apariencia residuales: “Ninguno de los dos podía tirar muy bien, pero tenían porcentajes de tiro sobresalientes porque no los forzaban. Ninguno saltaba mucho, pero mantenían la posición y hacían un buen trabajo en el rebote. No eran rápidos, pero mantenían un buen equilibrio. Alcanzaron su potencial posiblemente total como ningún otro jugador que haya tenido y los considero tan exitosos como Alcindor o Walton”. Los gregarios percibían el alcance de su tarea y cobraban su parte alícuota de gloria. 

En una época de singulares conflictos raciales, sociales y bélicos “El Mago de Westwood” (apodo que odiaba) mezclaba bien los naipes (estibadores con virtuosos, gigantes con pequeños) para componer una estirpe de ganadores incomparable en el baloncesto universitario.


El Corte de UCLA

El reconocido y hoy todavía vigente sistema de juego lo ideó Wooden en la época de Alcindor tratando de fomentar el poderío del gigante, su habilidad y su excelente visión de juego, a la vez que aprovechaba la inteligencia y la efectividad en el tiro de sus pequeños. 

Se estructura con un dibujo inicial de un base en el centro, los pivots en la prolongación de la personal y los aleros a su misma altura pegados a la bandas (en formación 1-4). El base pasaba a uno de los alas y cortaba sobre un bloqueo ciego del poste del lado fuerte. A partir de ahí el bloqueado podía postear, iniciarse un movimiento flex o jugar una situación de 2 contra 2 entre el pivot y el alero. Se buscaban también pases interiores hacia aleros altos que cortaban hacia dentro tras recibir bloqueos. 

El esquema ha marcado tendencia durante más de medio siglo y se ha demostrado universal, con múltiples variantes, especialmente útil para equipos versátiles, con grandes dotados de movilidad y capacidad de pase, y exteriores listos y con ventaja de estatura en las posiciones de 1 y 3. 

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La Pirámide de Éxito

Durante 14 años John Wooden estuvo desarrollando su llamada “Pirámide de Éxito”. Se trata de un manual de liderazgo y trabajo en equipo que ha sido estudiado en las universidades más prestigiosas y puesto en práctica en importantes empresas de todo el mundo. 

La Pirámide está compuesta por 15 bloques sobre los que reposan los requisitos necesarios para alcanzar el Éxito. La base se cimenta en la Laboriosidad (trabajo duro), la Amistad (respeto más camaradería), la Lealtad (situada en el centro de la pirámide), la Cooperación (en el intercambio de ideas, responsabilidades y creatividad) y el Entusiasmo. Así, pues los pilares fundamentales de la estructura son la laboriosidad y el entusiasmo, con el corazón puesto en el ejercicio del trabajo. En el segundo escalón se encuentran el Autocontrol, la Vigilancia (alerta para aprender de cualquier persona o actividad), la Iniciativa (o la capacidad de actuar sin temer el fracaso), la Tenacidad (con la disposición para mantener el rumbo). En el tercer piso se encuadran la Condición Física y Mental Adecuada, la Habilidad (en la cualidad de ejecutar de forma rápida y correcta), el Espíritu de Equipo o generosidad. En el cuarto peldaño se emplazan el Equilibrio (ser tú mismo) y la Confianza (creerse completamente preparado). En la cima reside la Grandeza Competitiva (teniendo la oportunidad de hallarse en el mejor nivel competitivo cuando la exigencia sea la mayor).

Wooden definía el Exito como “la paz interior alcanzada a través de la autosatisfacción de saber que se hizo el esfuerzo de hacer lo mejor de lo que cada uno era capaz”. El profesor se sirvió de sentencias (woodenismos) para apoyar sus teorías: “La habilidad te llevará a la cima, el carácter te mantendrá allí”. “Creo en ir al frente con un estandarte, no atrás con un látigo”. “Preocúpense más por su carácter que por su reputación”. “Aprende como si fueras a vivir eternamente y vive como si fueras a morir mañana”. “El fallo en la preparación es prepararse para fallar”. “El hombre que tiene miedo de arriesgarse, tiene que enfrentarse al éxito”. “Con pequeños detalles se hacen grandes cosas”. “Mi vida es un constante balance entre enseñar y aprender”…

En su glorioso retiro daba charlas y conferencias por todo el país con un caché no inferior a 30 mil $. 

Familia, Religión y Baloncesto focalizaron su vida. Un periodista le preguntó cuánto tiempo dedicaba a cada cosa: “Las 24 horas del día a cada una”, respondió sonriente. Idolatraba a Abraham Lincoln y a Santa Teresa: “Una vida no vivida para los demás no es una vida”. Recurría a su pasaje bíblico preferido en Corintios 1, 13: “Si no tengo amor… de nada me sirve”. 

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Nelly

Y Nelly llenó su vida de amor y cariño durante 53 años. 

Dicen que nunca empezaba un juego sin buscar la sonrisa complaciente de su mujer en la grada. 

Cuentan que en el 1984 asistieron como invitados a la Final Four celebrada en Seattle. Nell ya se encontraba muy enferma y no podía separarse de la silla de ruedas, siempre empujada por John. Se alojaron en el hotel destinado a la prensa y los entrenadores. Una noche los Wooden dieron las buenas noches y cruzaron el vestíbulo. Antes de llegar a los ascensores, se escuchó un aplauso espontáneo, y luego otro, otro y otro… hasta que la ovación se hizo emocionantemente unánime. La pareja se giró perpleja y conmovida y agitaron sus brazos agradecidos. “No hay mayor respeto que el de los propios compañeros”, sintetizó el profesor al periodista que le recordó la anécdota. Algo tendrá el agua cuando la bendicen…

Un año más tarde Nelly fallecía. Su ausencia supuso para John el reto más difícil de su vida: “Estoy deseando verla de nuevo”, declaraba al periódico de la universidad. Los días 21 de cada mes, después de visitar su tumba, escribía una carta a su amada, la enlazaba con las anteriores y dejaba el paquete apilado junto a su almohada. En la ausencia de su mujer, no cambió ni un solo mueble de la casa. Tan sólo añadió algún cuadro a medida que se sumaban biznietos. 

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Que hablen los grandes…

“Su nombre es lo único que me viene a la cabeza cuando me preguntan por algún entrenador. Con sus consejos ayudaba mucho a cualquier colega que le preguntara” (Jim Boeheim, entrenador histórico de Syracuse).

“Era alguien bajo cuya apariencia de maestro jubilado se escondía el ganador implacable y lleno de instinto asesino que se sentaba en nuestro banquillo” (Kareem Abdul Jabbar).

“Nos enseñó cómo aprender, cómo pensar, cómo soñar. Nos enseñó a hacer una vida para nosotros mismos, nunca alrededor del baloncesto, aunque siempre pensamos que se trataba sobre el juego mismo… Tenía un corazón, un cerebro, un alma que la puso en una posición para inspirar a otros a alcanzar niveles de éxito y de paz interior que nunca hubieran alcanzado por sí mismos… Le doy las gracias todos los días por todos sus regalos desinteresados, sus enseñanzas, su tiempo, su visión y sobre todo su paciencia. Por eso le llamamos El Entrenador” (Bill Walton).

“Su legado trasciende el deporte. Lo que hizo fue producir líderes” (Gene Block, rector de la Universidad).

“John, usted no tiene que usar malas palabras para motivar a los jugadores. La mayoría de nosotros sí… La gente no entendió lo inteligente que era. Fue un tipo humilde al que nunca se le destacó lo bien que había entrenado. Podía entrenar a cualquiera y no era fácil con tipos como Jabbar o Walton porque no era fácil tratarlos. La gente no le da el crédito por lo que llevó a cabo con esos chicos que jugaron para él” (Red Auerbach).

“Usted puede tener una discusión acerca de quién es el segundo mejor entrenador universitario de todos los tiempos. No hay absolutamente ningún argumento para rebatir quién es el más grande: Coach Wooden” (Mike Krzyzewski). 

En el New York Post extendieron las comparaciones dinásticas entre la Universidad de UCLA, los Celtics de Bill Russell y los Yankees de Joe DiMaggio y Mickey Mantle. ESPN le designó el entrenador del siglo XX y Sports Illustrated le nominó como el mejor entrenador de todos los deportes en Estados Unidos. En 2003 recibió de manos del Presidente Bush el mayor honor que puede recibir un civil en Norteamérica, la Medalla de la Libertad. John Wooden falleció el 5 de junio de 2010 en medio del reconocimiento de todo el deporte mundial. Le faltaron unos meses para alcanzar la centuria. 



Decía el recordado jugador Carlos Montes “Sólo hay dos tipos de entrenadores: el que te pone y el que no”. Puede ser Carlitos, pero algunos como Wooden dejan una huella indeleble en jugadores, colegas y público. Son historia siempre viva de nuestro deporte

Navarro, no te vayas al teatro

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Un mal día, más pronto que tarde, recogerá los bártulos de su taquilla y se marchará de puntillas. No se irá al teatro, a donde tantos le han mandado estos años. Emigrará a su casa para siempre. Por el camino habrá hecho millonario a un porrón de protésicos de cadera, habrá dejado una legión de canosos entrenadores con los cables pelaos, una cohorte de incondicionales extasiados, un tropel de hinchas rivales que hubieran dado su abono de temporada por tenerlo en sus filas para los playoffs y un arsenal de jugadas inolvidables. 

Juan Carlos Navarro es un carasucia, que diría el eterno Eduardo Galeano, un jugador de dibujos animados como le adjetivaría Valdano, un hacedor de sueños imposibles, un “mentiroso” impenitente (lo que su enjuto cuerpo apunta, lo desmiente su inmenso talento). Una fuente de inspiración para los niños, un embriagador chute de adrenalina para los mayores. 

¿De quién coño es el once/o el siete? se habrá oído gritar cientos de veces a un histérico entrenador contrario. ¿Pero dónde vas? habrá comenzado a murmurar otras tantas el desobedecido técnico propio para culminar con el consabido “bien tirado” entre las sonrisas cómplices de los compañeros del banquillo. Sí, porque Navarro siempre estuvo fuera de carta, en las recomendaciones de los más reputados chefs que le dieron licencia para tirar, para jugar a su libre albedrío, sin argollas. Los que recelaron de su esfuerzo diario, se plegaron ante sus desmesuradas prestaciones los días de partido. Siempre anidó en él un juego aparentemente sencillo, hasta infantil, salido de una inspiración inagotable: su talento aparecía como el hipo, de repente, natural, incontenible. Lo fácil para Juanqui era de play station para el resto. Atropelló cánones clásicos con jugadas al borde del precipicio. Desmontó las más sudorosas estrategias defensivas. Nunca dio un paso atrás, ni siquiera a un lado, su estilo saludable, irreverente e innegociable le llevó a lo más alto desde donde nunca bajó. En su físico liviano, casi desarmado, aúna la cintura de un maestro de esgrima, el arranque de un velocista y el tino de un orfebre. Se ha servido de los trucos del tahúr en las timbas para reinar sobre los escenarios de la estatura y el músculo. De motorcito ligero, sus críticos le tachan de sobreactuante y de huir del andamiaje. Podría sacarlos la lengua, pero no lo ha hecho. Su ajuar de movimientos es un virus para el scouting en la era del 2.0.

En un lustro la RAE mantendrá una reunión de urgencia para redefinir el término talento y añadirán un sinónimo: Navarro. 

Esta es la historia de un crack absoluto. Lo siento, pero si alguna vez, por no portar sus colores, le ha pitado, es que no le gusta el baloncesto. Si además el silbido es azulgrana, el emisor es muy poco culé o tiene la memoria de una rana. Por Dios, con artistas de este calado uno ha de volverse daltónico y huir de fobias y militancias. 

Navarro es indiscutible for ever.


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Nacido para esto

“A Pau le gustaba jugar al baloncesto, a Juanqui le apasionaba”, afirma sin dudarlo Joan Montes, el técnico que entrenaba en el junior del Barsa a su hermano Ricardo Navarro. No olvida a aquel mocoso de 8 años que ocupaba los descansos de los encuentros en lanzar enfermizamente a canasta. Por entonces el pequeño ya había entrado en el club de su pueblo, Sant Feliú, y cada fin de semana presumía de los puntos que había anotado la mañana anterior. Montes pinchaba en el orgullo del zagal: “Ya, pero seguro que no defiendes ni sabes tirar con la izquierda”. 

Aquel niño no olvida que fue el último descarte de la selección catalana de mini: su lugar lo ocupó un mucho más hecho Xavi Mendiburu. Con 12 años el Barsa lo incorpora a su cantera y al cumplir 14 culmina la temporada 93/94 con el Campeonato de España Infantil: en la final frente a Unicaja, entrenada por Bernardo Rodríguez y que contaba con su hijo Berni, Carlos Cabezas y Germán Gabriel, aparece tras el descanso con 3 triples para bajar la persiana al torneo. Entre las divisiones inferiores se extiende su leyenda con actuaciones legendarias como el día que le mete 55 puntos a la selección madrileña. 

Llegan invictos al Nacional Cadete de Málaga, pero el Joventut del otro genio, Raúl López, les desvirga en dos ocasiones en una semana, la última en la final donde los verdinegros se imponen 92-79. En el certamen junior de la temporada siguiente en Huesca es el Real Madrid de Charly Sainz de Aja (3 títulos en 4 años) el que se corona. El Barsa dirigido por el exigente Juan Llaneza, con un solo encuentro perdido y un plantel esperanzador (Pau Gasol, Navarro, Alfonso Alzamora y Adolfo Sada) se quedó fuera de las medallas. Pero la camada culé del 80 tomó buena nota para conquistar el campeonato en la primavera del 98 en Tenerife, al que llegaron casi de carambola tras una derrota inesperada de la Unió Manresana. En semis se vengaron de su eterno rival, el Joventut, (80-78), que en Cataluña les había birlado el trofeo regional. No habrá un certamen de la categoría de semejante nivel, jamás. Juan Carlos deslumbra hasta abrasar, segundo en la tabla de anotadores tras Julio González (con 20,6 puntos) y de asistentes (4,4 pases), sólo superado por el ramireño Jorge Jiménez. En la final, los de Quim Costa someten a Estudiantes (89-69) amparados en la exuberancia de sus referentes: Navarro (19 tantos) y Gasol (29). Los guarismos de Felipe Reyes en semifinales ante Unicaja (23 puntos y 29 rebotes) lucen espléndidos en la hemeroteca. Nike invitó para su campus de Treviso a 5 hispanos: Raúl López. Dramec, Gasol, Navarro y López Varela. 


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Los Juniors de Oro

El germen de la laureada promoción del 80 emana de diciembre del año 97, en Logroño. Entre la Navidad y la Nochevieja se concentró a los chicos que en la primavera próxima acudirían al mundial oficioso de la categoría en Manheim. Los españoles comparecen a la base americana sita en Alemania sin tres de sus primeros espadas (Navarro, Reyes y Antonio Bueno). En las 13 ediciones anteriores Estados Unidos no había perdido un partido. Pese a empezar con el viento de frente (0-15), se rehicieron y destrozaron los pronósticos frente a los norteamericanos en semifinales (108-101). La puntería (5 triples) de Pau Gasol (en su primitiva versión de ala-pivot) y la decisión clarividente de Carlos Cabezas anotando un aclarado central, otorgan el título a España (80-78) sobre un rival de tronío, Australia, que acaudilla un prometedor David Andersen. 

La muchachada se congrega en verano entorno a la Residencia Blume para preparar el Europeo de Varna. Las pistas de INEF fueron testigos de los sudores del jovial grupo, que tuvo tiempo para conocer, con Felipe de cicerone, la zona de copas de los Bajos de Moncloa y saciar su curiosidad en los sex shop de la calle Atocha. La traviesa chavalería incluso recortó las patillas a Moncho López, por entonces ayudante de Charly. El viaje a Bulgaria, con Pau Gasol amenizando las esperas de improvisado tenor, computaría como transoceánico (20 horas) mediando un buen susto en el arranque de la competición: derrota frente a la correosa Israel (75-79). En la habitación del capitán, Raúl López, la manada se lame la herida y vitamina para afrontar retos. El verdinegro toma la batuta, Juan Carlos el rifle y Felipe se abre paso entre las trincheras. El resto elige arma, fino florete o ruda bayoneta en función de las circunstancias y España va ajusticiando rivales (Bulgaria, Lituania y Croacia e Italia). Los chicos desechan miedos hispanos ancentrales para el cruce de cuartos y se dan un festín (97-73) ante la Rusia de Kirilenko con Navarro desmelenado (30 puntos). En el partido de la verdad, en semifinales frente a los temibles griegos, Raúl hace de sujeto y predicado en una actuación memorable (27 puntos que incluyen la canasta definitiva en el uno contra uno de manual desde el tiro libre). Juan Carlos, no soltaba a su amigo en eterno abrazo y declaración de amor fraternal, chillándole “Te quiero, te quiero”. La final frente a Croacia (81-70) tuvo un desarrollo relativamente cómodo: Berni Rodríguez se pegó como una lapa a Mario Stosic y la pareja de comic, Zipi López (15 puntos) y Zape Navarro (17), cobraron relieve dentro de una cuadrilla comprometida, solidaria y muy talentosa. La guardería que a diario reponía fuerzas con chocolatinas, concluyó la fiesta con un trenecito a gatas en mitad del parquet. ¡Estos críos!

“Si no vamos a por el oro ¿a qué vamos?”, así se despachaba Juanqui en los calurosos días de julio previos al Mundial Junior de Portugal 99. Charly hubiera repetido convocatoria, pero las lesiones de Calderón y López Valera dieron entrada a Francesc Cabeza y Julio González. Para abrir boca victoria ajustada sobre Brasil y lesión en la espalda de Germán Gabriel, al que sus “solidarios” compañeros tiraban la servilleta en las comidas para que se agachara a recogerla y “ayudarlo” en su rehabilitación. Vencen a los otros rivales de grupo (Letonia y Nigeria). En la segunda fase, esmerado triunfo frente a Australia (Navarro enchufa 26 puntos), pero la derrota (68-75) ante Grecia pone a España contra las cuerdas. Aflora el gen competidor de la tropa (+ 15 sobre Croacia) para acceder a semifinales. Los argentinos siempre son cancheros y los ibéricos necesitaron de la tranquilidad de Raúl (con dos tiros libres a falta de 3 segundos) para poner a España por delante (80-79) y pisar un terreno nunca abordado, la final del Campeonato del Mundo Junior frente a EEUU.

La exhibición USA ante Croacia (diferencia de 21 puntos) no amedrentó a Sainz de Aja: “Son ganables”, exponía en la previa. El Pabellón Atlántico construido para la Expo, cuyo techo de madera se asemejaba al casco de un barco en honor al insigne navegante Vasco de Gama, se llenó para contemplar el abordaje hispano. Sin concesiones, sin fisuras, sin excusas, sin atajos, los españoles demostraron ser los mejores de su promoción. Raúl dominó a un buen Keith Dooling, Navarro –MVP de la final y escolta del quinteto ideal- puso patines a sus defensores (después de pasaportarles con 27 puntos, 6 asistencias, 3 rebotes y 2 robos, podía haberles firmado el acta) y Germán Gabriel se calzó sus zapatillas de ballet para impartir una master class de movimientos en la pintura. Con el histórico triunfo (94-87), los chicos cumplieron la promesa: teñirse el cabello de color oro. La audiencia media superó los 2 millones de emocionados y ojipláticos telespectadores. Ocho integrantes de la Armada Invencible más José Calderón se vistieron la zamarra de la absoluta. Crepuscular.


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De cómo se convirtió en La Bomba

Circulan varias teorías sobre el apelativo, casi todas válidas. Dicho queda que Joan Montes seguía los pasos del chavea desde muy pequeño y un día en una conversación coloquial con Agustí Cuesta, exjugador del Cotonificio y por la época entrenador de la cantera azulgrana, éste recelaba sobre Juanqui: “No mide sus acciones, a veces se las tira todas y no selecciona bien, es como meter una bomba de relojería”.

Sus hermanos, Ricardo y Justo, mucho más mayores, recuerdan sus lanzamientos parabólicos (bombas) a una pierna (mediante entrada natural o perdiendo paso) para evitar el tapón en el patio de su casa. 

Montes rememora cierto encuentro de categorías inferiores en Andorra. El equipo rival se atrinchera en una zona y JC anota 6 triples seguidos sin fallo. Cuando sale de sus manos el séptimo intento desde 8 metros, un espectador vocifera: “¡Anda ya!” y por supuesto “la bomba” entra.

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Joan, le tiene una fe absoluta. Así cuando tras la destitución de Manel Comas se hace cargo del banquillo del primer equipo, en su segundo partido en el Palau, ante la lesión de Rafa Jofresa y los achaques físicos de los bases del filial (Chema Marcos y Juan Pedro Cazorla), llama a Navarro (que no ha pasado por el EBA) a filas y le concede 11 minutos ante el Covirán Granada de Pedro Martínez. El descarado no desaprovecha la ocasión (hizo 10 puntos y provocó 6 faltas). Ostenta así el honor de ser el primer jugador de la célebre hornada en debutar en ACB un 23 de noviembre de 1997. Se estrenó con el dorsal 5 que portaba el mayor de los Jofresa. “La Bomba estuvo en el Palau”, titulaba la crónica la mañana siguiente Mundo Deportivo, tras conocer por voz del preparador en rueda de prensa la razón del mote. Montes intentaba rebajar la efervescencia que concitaba el joven: “Tiene cosas buenas y cosas malas. Le he dicho que para mí ha estado entre un 5 y un 6. Ve el aro como una piscina, pero a veces se descentra. Hay que tener paciencia”. A nivel de club fue una temporada decepcionante, sin ni siquiera alcanzar plaza de Euroliga al caer eliminado en semifinales por TAU Vitoria en la Liga de Manresa. Juanqui había metido el piececito en el primer equipo (disfrutando de 120 minutos en 12 partidos con un tope anotador de 17 puntos).


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Aíto y la bofetada de realidad

La directiva blaugrana vira a océano conocido y elige a Aíto para enderezar la nave. La pituitaria del madrileño olfatea el talento precoz a leguas e invita a Navarro y a Gasol a la pretemporada del primer equipo. La noticia coge a Juanqui en sus vacaciones lucenses (allí acudían todos los estíos apretujados en el 1430), se recibe la llamada en el bar del pueblo y la buena nueva casi le malhumora, pues estaba disputando con los amigos el torneo de las fiestas locales. 

Chema Marcos, Alfonso Alzamora, Pau y Juan Carlos inician habitualmente su jornada a las 7.45 horas de la mañana en el pabellón del Picadero, por la tarde sesión con el EBA y al caer la noche trabajo con el senior. El aterrizaje faraónico de Gurovic no amilanó el ánimo del pelotón juvenil. Navarro concede una entrevista en Gigantes: “Me gustaría llegar algún día al nivel de Djordjevic”. El serbio vislumbra el potencial de la pareja, a los que tutela, vigila y advierte: “Si os pillo otra vez fumando, os meto una hostia que ya veréis. Vosotros sabréis si queréis jugar aquí, en la NBA o en cualquier equipillo”. Sasha cumplió su amenaza y cuando vislumbró el cigarrillo que se echaba Juan Carlos tras un partido en Turquía le abofeteó. “Le dio tan fuerte que hasta le hizo daño”, relataba Nacho Rodríguez (otro de los mandamases del vestuario) en el libro “Los Gasol” de Noelia Román. Al mozo le dolió, pero aceptó el sopapo sin rechistar. JC promedia 18 puntos en la EBA y Quim Costa intenta ubicarlo como base puro, “que lea el juego, algo que por su talento descuida, y que cree sin balón”. En abril colabora testimonialmente (3 minutos) en la histórica remontada y título de Korac frente a Estudiantes y en mayo Pau y JC viven in situ (pese a no jugar) en Sevilla el título liguero. Tuvieron tiempo para garabatear en la pizarra del vestuario de San Pablo: “3-0: Navarro y Gasol han estado aquí”. Sin dorsal propio, “La Bomba” luce habitualmente el 16, ha aumentado presencia (19 partidos distribuidos en 180 minutos anotando 78 puntos). En el verano llegaría la explosión mediática lisboeta.

García Reneses había traído del Atlántico al gran Pepiño Casal (al que conocía de la junior) para moldear el cuerpo de la esmirriada pareja de talentos, habituales “objetores” del trabajo físico. Son tales las reticencias iniciales de los noveles que un día encuentra una curiosa nota en su vestuario: “Estamos en huelga”. El gallego no desfallece “lo complicado era hacerles ver que vivir en el gimnasio era el camino a seguir” y “a modiño” (o despacito que se canta ahora) devenga la voluntad del dúo, encontrando la connivencia de los veteranos (Nacho Rodríguez y Roberto Dueñas). Ya no discuten el trabajo extra, no perdonan los entrenos voluntarios ni reniegan por la falta de días libres y el esfuerzo da sus frutos. Llegan a la Final Four de Salónica para darse de bruces ante Maccabi. En el Palau son testigos de la venganza de Sasha Djordjevic (tras la salida por la puerta de atrás) que toma el título liguero para el Real y lo celebra en los medios. Las prestaciones de Navarro han aumentado exponencialmente hasta instalarse con los grandes: disputa 599 minutos en 34 partidos y convierte 249 puntos. Juanqui era habitual en los highlights semanales, bien por los canastones que metía, bien por las gorras que le caían. De premio, Lolo Sainz lo convoca junto a su amigo Raúl López para los Juegos Olímpicos de Sidney, pero el evento resulta un chasco grupal considerable. Pronto le apodan “El piojo” y encuentra el cariño perenne del presidente Pepe Sáez, que le considera su debilidad, el que habitualmente trastea y le esconde las maletas. Olympiakos se ofrece ese verano a pagar su clausula de rescisión (200 millones de pesetas) y le tienta con 100 anuales, pero se queda en la Ciudad Condal. 

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Asentarse en la élite

El Barsa tira de chequera y firma a Jasikevicius, Karnisovas y Seikaly, pero el pivot amigo de Bertín Osborne residente en Miami, desembarca con pretensiones de All Star y Aíto no traga. La espantada del divo reconduce a Pau Gasol a la pintura y explota como jugador. Gasol reluce en la Copa del Rey de Málaga (25 puntos, 6 rebotes y 3 asistencias ante el Madrid) y fascina en la recta final liguera (3-0 al Madrid con una demostración inigualable -22 puntos, 10 rebotes y 4 asistencias- en el viejo Pabellón blanco). Una apendicitis había impedido que el de Sant Boi disputara la eliminatoria europea frente a la Bennetton y el Barsa hace las maletas. Navarro acrecienta sus guarismos ligueros: contiende en 41 partidos durante 915 minutos y factura 498 puntos. 

Un ilusionado Javier Imbroda reclama para el combinado nacional al cuarteto de cámara de la Generación de Oro (Raúl, Juan Carlos, Felipe y Pau) para el Europeo de Turquía de 2001. Los nuevos no desentonan en la pocha, toman el mando de la música (ya se escucha Estopa) e incluso se mezclan entre la muchedumbre en la Playa de la Victoria el fin de semana del Carranza. El juego se vertebra en torno al “Flautista de Hamelín”, como denomina Lucio a Pau, su compañero de habitación, y al talento ingente de “La Bomba”. En el último partido de la fase de grupos, Turquía se quedaba fuera si palmaba con España. Y eso ni Colucci (que expulsó a Imbroda en el minuto 7) ni Kutluay (35 puntos con 5 triples) lo iban a permitir. En octavos, la jeta de Navarro descifra las trampas del Mossad diseñadas por Israel y España sale adelante con la decisiva aportación atrás del pequeño de los Angulo y la rocosa brega de Alfonso Reyes. El trago de cuartos ante Rusia se digiere con dificultad (62-55): a los tiradores se les nubla la vista (1/15 en triples) y España se agarra a la defensa. La muy madura Yugoslavia, a la postre campeona, es un escollo insalvable en semifinales: Stojakovic (30 puntos) se trae la mira telescópica de la NBA y a Bodiroga (15 puntos) no hay quien le tosa en el viejo continente. El bronce sería una recompensa dulce en un partido magnífico: Gasol (31 puntos) y Nowitski (43 puntos) acreditan dígitos de otro hemisferio, Navarro (25 puntos, 5 asistencias y 4 balones robados) se postula para su salto en breve a los profesionales. El puro de la victoria les sabe a gloria. Los nuevos encajarían de maravilla con la generación de entreguerras (los Angulo, Nacho Rodríguez, Alfonso Reyes, Alberto Herreros…) que tanto sufrió, pero los títulos tardarían un lustro en macerar. 

En la siguiente campaña 2001-2002 un esguince en semifinales le impide disputar la final de Copa en Vitoria. Arrastraría la lesión hasta final de la temporada en la que Baskonia se convalida por la vía de un histórico doblete. Esos problemas físicos han determinado un curso irregular que le relega a una incomprensible posición en el draft: es elegido en el puesto 40 por los Washington Wizards. España cae (62-70) en el cruce de cuartos en el Mundial de Indianapolis frente a Alemania. Pese a los 21 puntos de Navarro, el equipo no encuentra el ritmo y termina condenado en el patíbulo de los tiros libres. Las estrellas USA esperan en la insólita y amarga lucha por el quinto puesto: Navarro disputa los 40 minutos y desde el puesto de base baila (26 puntos) a sus oponentes profesionales. Tras la histórica victoria hispana, su amigo Pau cae rendido: “Juanqui tendría que pensar seriamente que su puesto debe ser el de base si de verdad quiere jugar aquí”. 

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Pesic y Europa

El Barsa firma a Svetislac Pesic al que acompaña artillería muy pesada Femerling, Fucka y Bodiroga. El serbio no se anda con bromas: “Ganar es incompatible con vivir bien”. Su Barsa gana a los puntos, las victorias llegan a través del desgate. En la Copa de Rey de Valencia 2003, la final frente a TAU Baskonia se estira hasta la prórroga, el terreno favorito de jugadores como Bodiroga (MVP), Jasikevicius (16 puntos de promedio en el torneo) y Navarro. Pero es Roberto Dueñas (18 puntos y 17 rebotes) el que ciega a los vitorianos. 

CSKA supone el primer obstáculo en la Final Four de la montaña de Montjuic. Los azulgranas tragan saliva y acceden a la final. En lo que se suponía la jornada de reflexión, la víspera, Pesic dirige un entrenamiento de 3 horas (de 8 a 11 de la noche). Los culés se aferran a su defensa (con la coraza de las torres interiores y la laboriosidad de Rodrigo De la Fuente y Nacho Rodríguez) y a las tablas de Fucka y Bodiroga para desarbolar a los italianos de la Benetton. La locura, una liberación y la primera Copa de Europa que pasea por Las Ramblas. El año del triplete se cierra con la captura de la Liga al compás de Saras Jasikevicius frente a Pamesa Valencia. Pese a salir desde el banquillo de los 34 partidos que disputa, JC es el jugador que goza de más minutos (976), anotando 487 puntos. Su rol muta, pero aprende una barbaridad de Bodiroga (que afrontó el envite de Sant Jordi leyendo tranquilamente un libro en el vestuario), a controlar el “tempo”, a jugarse las últimas posesiones. 

En el camino hacia la excelencia la selección da otro paso en el Europeo 2003 de Suecia. Calde, Navarro, Jiménez, Pau y Garbo forman la columna vertebral del bloque dirigido por Moncho López. Navarro se muestra fundamental en las trascendentes victorias sobre Rusia y Serbia. En el farragoso cruce de cuartos frente a Israel emerge Pau (25 puntos). Italia llega a marcharse de 11 en semis, pero Juan Carlos aparece como el Capitán Trueno (21 puntos en la segunda mitad) para meter a España en la final. Lituania ocupa lo más alto del cajón aupados por los sensacionales Jasikevicius (10 puntos y 9 asistencias) y Macijauskas (21 puntos), pese a los esfuerzos de Pau (36 tantos), JC (18) y Garbajosa (17). 

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Deshielo y decepciones con la Selección

Conocido el máximo esplendor, el Barsa reduce presupuesto, deja escapar a Jasikevicius y su sombra se demostraría muy alargada. El emergente Joventut de Aíto (Rudy florece con apenas 18 años) corta las barcelonistas en la Copa, pese al heroico esfuerzo de Navarro (con el dedo anular de la mano izquierda roto convierte 27 puntos en una casi inmaculada serie de 6 sobre 7 intentos triples). Los de Pesic se inmolan en Euroliga: tres derrotas caseras y el certificado de defunción rubricado en Treviso. El serbio estira sin medida la cuerda y el nexo parece descomponerse. Pese a ello, el Barsa alcanza el campeonato liguero en una serie a 5 partidos, en la que Estudiantes pudo pedir la hoja de reclamaciones por el arbitraje de los primeros actos en el Palau. Juan Carlos conquista su cuarta liga el día de su vigésimo cumpleaños. Es nombrado Gigante del Año, tras una campaña excelsa y extenuante (sólo se pierde un encuentro).

España, entrenada por Mario Pesquera, desarrolla una primera fase primorosa en los Juegos de Atenas 2004. Los triunfos de caché sobre los dos posteriores finalistas (Argentina e Italia) y Serbia la conducen invicta a cuartos. El rival, la selección de profesionales USA había tenido un desempeño desastroso, pero en el cruce Stephen Marbury recupera agudeza visual para convertir 31 puntos (incluyendo 6/9 triples), cuando hasta la fecha sólo había convertido 2 lanzamientos de 17 desde más allá de la línea. Antes de emprender el camino a casa, escoció especialmente un tiempo muerto solicitado a deshora por Larry Brown. Juan Carlos se subió a la carrera en el avión de Rodríguez Zapatero para llegar a tiempo al nacimiento de su hija. 

A nivel casero la temporada 2005-2006 habría que calificarla como calamitosa, entregan pronto la cuchara al Pamesa de Pablo Laso en los cuartos coperos de Zaragoza y al Estudiantes en los ligueros (los campeones son Unicaja y el Madrid del triple de Herreros). El Europeo de selecciones de Belgrado, ante la ausencia de Pau Gasol su amigo Juan Carlos da un paso adelante y se muestra deslumbrante (27 puntos a Serbia, 35 a Letonia, 36 a Croacia y 27 a Alemania) para un promedio de 25,2 puntos. Esta vez una canasta de un galáctico Nowitzski (40 puntos) saca a España de la lucha por la final. La contundente victoria francesa en la consolación (98-68) concluye la etapa Pesquera. 

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BA LON CES TO

El Barsa encarga a Dusko Ivanovic su nuevo proyecto. Varapalo en la Copa frente al Real, del que se toma cumplida venganza en la eliminatoria de Euroliga. A orillas del Moldava, en la Ciudad de las Mil Torres, Praga, los catalanes y su entrenador se pierden en desencuentros arbitrales y sucumben ante CSKA. Elegido MVP de la temporada regular doméstica, se evidencia soberbio en las eliminatorias ante el Madrid y Baskonia, pero los vitorianos de Perasovic les tienen tomada la medida y en un contundente 3-0 cercenan cualquier abrigo de esperanza. 

Pepu Hernández aporta a su llegada a la selección cercanía y conocimiento y el grupo lo agradece. Marc Gasol se incorpora a última hora por los problemas físicos de Fran Vázquez. España viaja a velocidad de crucero en el Mundial de Japón. Rivales de enjundia, Serbia en octavos y Lituania en cuartos (a la que la defensa hispana provoca 28 pérdidas) yerguen la bandera blanca. Argentina, talentosa y corajuda, lleva el partido al arrabal; el “Chacho” Rodríguez sopla al genio de la lámpara y la suerte del encuentro se decide a cara o cruz: el triple esquinado de Nocioni no entra y España pasa a la final. Alguien atinadamente dijo que Pau Gasol semeja a un Cristo descolgado cuando abandona la cancha lesionado a un minuto de la conclusión. Pese a la proeza el vestuario es un funeral, pero enseguida se restaña la moral: “Pau también juega” lucen todos en la camiseta de calentamiento. Los griegos que habían ganado brillantemente a los americanos viven su monumental tragedia frente a España que despliega una defensa histórica, de manual para dejar en 47 puntos a los helenos. Carlos Jiménez, colosal, ejerce de SAMUR, en cuestión de segundos llega a donde se le necesita, ejemplifica la intensidad ibérica. Y aparecen todos, para dejar su poso: Felipe abre el candado con 10 puntos, Marc se come a Schorchianitis, Berni, Calde, Rudy y Cabezas anulan la línea de creación de Papaloukas, Diamantidis y Spanoulis, y Navarro y Garbajosa (a los que los técnicos en el último entreno habían derivado los sistemas de ataque) recuperan confianza y tino convirtiendo 20 puntos cada uno… El epílogo dejó una montonera de anécdotas: se conoció el fallecimiento del padre de Pepu (éste había guardado silencio para no perturbar la concentración de los suyos), Pau recogió la Copa de Campeón (cuyo honor correspondía al capitán Jiménez), creyendo que se trataba del trofeo MVP (que también se llevó). “Queríamos ganar por Pau”, resume Juan Carlos. Los hachimakis, las cintas japonesas que simbolizan el esfuerzo, anudadas a la frente de los jugadores… Todo cercano, emocionante, maravilloso, todavía nos pone los pelos de punta. En fin, BA LON CES TO como dijo siempre certero Pepu en la celebración de Plaza de Castilla. 

Resultado de imagen de juan carlos navarro fotos con su mujer y sus hijas

Voces autorizadas señalan que Navarro salió huyendo del régimen cuartelero de Dusko Ivanovic. Él lo niega. Sea como fuere no fue una campaña para recordar. El Barsa del montenegrino pescó la Copa del Rey de Málaga (Jordi Trías MVP), pero en la Costa del Sol un triple de Pepe Sánchez les apeó del carril que llevaba a Final a Cuatro europea. El Madrid de Joan Plaza y un exuberante Felipe Reyes consuman la sorpresa en el Palau y la Liga se tiñe de blanco. El título de máximo encestador (17,3 puntos y 17 de valoración) que no obtenía un español desde la época de Alfredo Pérez en Lugo (temporada 72-73) no consuela a Juanqui que vive su verano más delicado.

“¿Tenéis una pistola?” mascullaba agitado por los pasillos del Bahía Sur a la espera de que Wizards (propietarios de sus derechos vía draft) concretasen su traspaso a Memphis. Joan Laporta había accedido a rebajar su cláusula de rescisión de 10 a 3 millones de euros. Cuando finalmente firmó con los Grizzlies cumplía un sueño, pero asumía un reto, especialmente económico, descomunal. Cobraría 540 mil $ (el 8º jugador peor pagado de la NBA) una tercera parte de su sueldo culé. “Hay que felicitar a Juan Carlos por el valor que ha tenido”, declararía de inmediato Pau. Firmaba sólo por una temporada en una maniobra financiera nefasta, fiándolo todo a realizar una temporada sensacional para que las grandes franquicias le ofreciesen un contrato entre 4 y 6 millones de $ anuales con los que afrontar la deuda contraída con el Barsa. 

En el último encuentro de preparación sufrió una rotura de fibras en el abductor que le impidió disputar los tres primeros encuentros del Europeo 2007 en casa. Sólo estuvo realmente bien en las semifinales ante Grecia: en el magnífico duelo con Spanoulis, el español salió victorioso (23 puntos y 5/6 triples). El campeonato transcurrió raro: la preparación se llenó de actos publicitarios, las relaciones entre presidente y entrenador se enturbiaron y se estuvo pendiente hasta el sonido de la campaña del restablecimiento de Jorge Garbajosa. Y terminó triste: una canasta afortunada de Holden deja el marcador 59-60 para la Rusia de David Platt a falta de 2 segundos. El intento a tabla de Pau Gasol hizo la corbata y se salió. Plata amarga.

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La NBA

Juan Carlos y Vanesa (el amor de su vida desde críos) se casaron para obtener el dichoso visado y embarcaron con las dos niñas (sus dos soles) hacia la tierra prometida. Chapurreaban inglés. JC prefería que le multase un guardia de tráfico antes de tener que entablar una conversación con él, relataba malicioso Pau. En Memphis había poco que hacer, la comida no era la de aquí (cierto día Juanqui llamó atolondrado a su mujer para avisarla que había encontrado chorizo para las lentejas) y la familia no terminó de adaptarse. 

A nivel deportivo la experiencia fue un tobogán. La pretemporada le trajo a España y en el debut frente a Unicaja hizo 21 puntos. El estreno oficial se produjo en casa frente a los Spurs, vigentes campeones: derrota y 9 tantos (incluidos 2 triples). En la segunda semana asombra (iguala frente a los Hornets el récord de lanzamientos de 3 encestados encestados por un novato, 8 -sólo equivoca 1-, alcanzando los 28 puntos). Supera la cifra de 25 puntos en 3 ocasiones (a los Wizards les da en los morros con 28), pero lo alterna con partidos en que apenas pisa la cancha. En febrero Pau emigra a LA y le deja huérfano. Convierte 14 puntos en el All Star rookie de Nueva Orleans y se da un homenaje en el Madison ante cientos de españoles, que aprovechan la Semana Santa, apuntando 17 tantos en la victoria foránea. Con el correr de los días muestra cierto desencanto: habría de juntar un lustro en el Barsa para reunir tantas derrotas y le encasillan como tirador ““es difícil pasar de ser un referente a estar a expensas de lo que hagan otros… me limito a ser finalizador y yo necesito tener en las manos el balón para crear”. Cierra su aventura ante Denver Nuggets comandados por Allen Iverson y Carmelo Anthony: 16 puntos y derrota. Se queda a dos triples de la marca que Kerry Kittles había establecido como debutante (156). Ha disputado los 82 partidos de regular season (30 como titular) y sus guarismos son notables promediando 10,9 puntos en 25,8 minutos, pero no suficientes para en los primeros días de postemporada alguna franquicia puje fuerte por él. Regresa a España y barrunta quedarse. Joan Creus y Joan Laporta habían renovado a Xavi Pascual (sustituto del cesado Ivanovic), condonan la deuda de JC, brindándole un contrato irrechazable, como epicentro de la sección para años venideros. “He demostrado que puedo competir en USA… al jugar en la NBA desmitifiqué el sueño, pero fue una gran experiencia”.

En los posteriores cruces frente a equipos profesionales USA siempre les tomó con ganas de reivindicarse. Al año de volverse casi incendia el Staples Center anotando 34 puntos (7/13 triples) y en otoño de 2010 se dio el capricho de vencer a los Lakers (hizo 25 puntos), en el día que MVPeat Mickeal hizo de Kobe frente a Kobe, al que retó: “Juégate los 100 millones que ganas en un uno contra uno conmigo”. Mickeal, menospreciado y herido, expuso 26 puntos, 13 rebotes y 7 asistencias. 


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De la Era Xavi Pascual a la Dinastía del Madrid de Laso

En el primer curso completo del de Gavá como técnico el rival a batir fue el Baskonia de Ivanovic. En la Copa después de la exhibición de Juanqui ante el Madrid (28 puntos y 10 asistencias), los vitorianos (futuros campeones) les envían a la lona. El duelo vive su continuación en los emocionantes cuartos de europeos: “En este ambiente es imposible perder”, exultante el escolta (19 puntos y 20 de valoración) tras el acceso a la F4, y en la lucha por la Liga (3-1 para los catalanes). A lomos de su capitán (19 puntos, 9 asistencias y 28 de valoración en el definivo) el Barsa cabalgaba en la senda correcta. Al MVP se le uniría Pete Mickeal para la próxima campaña. Europa, habría de esperar: Messina y su experimentado CSKA les habían enseñado la casilla de salida. 

El Madrid del fichado Messina se muestra incapaz en la Supercopa (Navarro otra vez mejor jugador) y en la Copa del Rey de Bilbao (el Barsa avasalla 80-62 en una demostración palmaria en la pintura: Fran Vázquez MVP). Los azulgranas son un martillo pilón. Cuando aterrizan en su ciudad maldita (París), sólo han palmado 5 encuentros. Ahuyentados los fantasmas del pasado (Pop 84 Split en el 91 y tapón ilegal de Vrankovic en el 96), aprendida la lección berlinesa, se muestran intratables y abusan de CSKA y del acaudalado Olympiakos (86-68) para reinar por segunda vez en Europa. Ricky flipa con su compañero perimetral, cansinamente MVP (21 puntos, 5 robos y 3 asistencias endosa a los griegos): “Veía cosas con las que alucinaba. Quería ir a entrenar sólo para verle”. Baskonia guarda un santo (San Emeterio) para sacarles en la última curva y levantar la Liga al Barsa contra absoluto pronóstico. 

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Otro doblete (Copa en Madrid ante los blancos y Liga frente a los “Hombres de Negro”, el meritorio Bilbao Basket de Katsikaris) casero y decepción (el Barsa no pasa de cuartos) en el Viejo Continente: Obradovic es un consumado estratega, mangonea y coacciona a los árbitros, niega el balón a Navarro (que vaga desquiciado) y le concede tiro a Ricky y a Sada. La táctica le sale perfecta. 

Brota espléndido el Madrid de Laso en la Copa 2012 del Sant Jordi. Un Barsa monorrítmico, cansino, se enfanga ante Olympiakos en la Final Four de Estambul, pero el grupo se restablece del golpe. Marcelinho saca un triple de la chistera desde la media cancha para abrir la serie final y Pascual recurre a las defensas alternativas para salvar un match ball en Madrid. Así Navarro, celebra su séptima liga (“la más difícil” según él), ante su afición. 

En las temporadas venideras los eternos rivales monopolizarían los títulos caseros, con momentos sublimes: el triunfo en cuartos del Barsa tras las dos prórrogas en la Copa de Vitoria 2013, la exhibición de Felipe en esa liga, el “Last Shot” de Llull en la edición malagueña de 2014, el palizón blanco (100-62) en Milán, la resurrección azulgrana vía triple de Lampe el día que Laso salió expulsado en silla de ruedas (Navarro, sí, créanselo MVP), la cuadratura del círculo merengue en la temporada perfecta 2015 (Noccioni, Rudy, Felipe, Chacho, Carroll, Ayón… conducen todos los títulos posibles al Museo del Bernabeu), y el nuevo doblete de los de Concha Espina en 2016. La campaña recién concluida se encuadra entre las más calamitosas de las dos últimas décadas de los culés: plaga de lesiones, plantilla mal diseñada, poca comunión con la grada (que incluso silbó a referentes como Navarro) y abrupta salida de Bartzokas. El Madrid picó en la Copa de Vitoria, pero un estratosférico Valencia sabiamente administrado por Pedro Martínez salta la banca para apoderarse de la primera Liga taronja.



La Selección o las Bodas de Caná

Sí, porque estos chicos han maleducado a la afición desde su mayoría de edad, tanto que en varios campeonatos que tardaban en arrancar los mercaderes del templo asomaban con voces discordantes. Unas veces las lesiones, otras la falta de cohesión lógica con los nuevos y las más una medida regulación hicieron acrecentar sospechas y pesimismos. Pero a la que el grupo maduró sació el refinado apetito de los hinchas, dejando el vino más selecto para los postres, cuando no había vuelta a atrás. El arqueo de copas y medallas atestarían la bodega de algún galeón pirata. Pocas veces defraudaron expectativas. 

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3 medallas olímpicas. En Pekín y en Londres, se alcanzó la gloria y faltó un peldaño para el cielo. En ambas casos, el distinguido grupo de profesionales (¡ojo! que hablamos de Lebron, Bryant, Anthony, Wade, Paul, Kidd, Bosh, Durant, Love, Westbrook, Anthony Davis, Harden…) hubo de dar lo mejor de sí, para derrocar a la ÑBA. En Asia, el maestro García Reneses, alimentó una rotación salvaje y trocó roles pretéritos, pero la revolucionada manada llegó fresca al combate. El madrileño tenía mosqueado al de Sant Feliú, pero ante los problemas de lesiones y faltas, no dudo en concederle espacio y galones: los 18 puntos y 4 asistencias en 24 minutos certifican un talento descomunal (similar en ataque al de sus ponderados oponentes). Otro tanto sucedió a orillas del Támesis. Entrenador (“no me lo podía creer” recuerda Scariolo), médicos y fisios (que le vendaron de arriba abajo) no se explican cómo pudo jugar (la fascitis le estaba matando). Cuestionado el mayor de los Gasol sobre los problemas físicos de su amigo, no se cortó: “Mientras tenga la manita bien…”. El caso es que al intermedio Deron Williams y Chris Paul, todavía le andaban buscando (les había hecho 19 puntos de todos los colores). “Me pesa la plata” balbucería Pau, en el pensamiento que resumía el sentir de la tropa, después de recibir la felicitación solidaria de toda la expedición norteamericana que se acercó en romería hasta el banquillo hispano. En Río, Navarro ocupa un papel más secundario en sus quintos Juegos Olímpicos (hazaña sólo alcanzada por otros 4 baloncestistas: el puertorriqueño Teo Cruz, los brasileños Óscar Schmidt y Adriana Pinto y la estadounidense Teresa Edwards). España, tras caer frente a Estados Unidos, obtiene un peleado bronce ante una maravillosa Australia. 

2 Oros Europeos. En 2009 a España parecía quedársele pequeña la plata, pero la cita de Polonia trajo sustos. Pau, recuperándose de operación en el dedo, había arribado muy justo. Patinazo inicial ante Serbia, a 5 minutos de la conclusión España estaba virtualmente eliminada si caía frente a Gran Bretaña, pero la pareja feliz (Pau y JC) lideraron un parcial de 12-0 para salir del entuerto. La derrota ante Turquía provocó un cataclismo: “Teniendo a Pau en el campo, jugarse la última posesión con el chico (Llull), que ha llegado el último…”, equivocaría a decir Marc Gasol. Enseguida rectificó en rueda de prensa y en la reunión grupal se exortizaron los demonios, se zurcieron voluntades. Las dos victorias sobre Lituania y Polonia supusieron el mejor linimento. A partir de ahí se rayó la perfección: franceses, griegos y serbios sufrieron la ira divina. España despachó a sus rivales bajo una diferencia media de 20 puntos. “La vida puede ser maravillosa” abrochó el gran Montes su última retransmisión. El ingenioso Andrés había bautizado a Navarro como “el secretario general del sindicato de electricistas”. ¡Cómo las enchufa el tío! Gritaba.


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La Semana Fantástica

El Oro de Lituania 2011 merece un capítulo aparte. “Para mí es imposible igualar aquel nivel de confianza y de verlo todo tan claro”. Amén.

En la fase de grupos, España realiza ante los anfitriones, probablemente la mejor primera parte de su historia (62-36) con unos dígitos siderales: 10/16 triples y 16 asistencias. En el encuentro siguiente, los turcos bajaron a la ÑBA de las nubes. Segundo ciclo con amplios márgenes de marcador sobre Alemania, Serbia y Francia hasta que llegan las eliminatorias.

“Con Navarro siempre me pasa lo mismo. Me saluda muy educadamente antes de los partidos y luego me mete 26 puntos”, manifestaría resignado Boza Maljkovic. A su Eslovenia se le vino encima un tsunami en un tercer cuarto hispano de fábula, 36 puntos con estadísticas lunares (7/8 en tiros de 2, 7/10 triples y 1/1 desde la personal y 8 asistencias).

El gesto de Marin Dokuzovski, técnico de la revelación Macedonia, señaló armisticio cuando Juan Carlos enchufa un triple a caballito lindando el banquillo. 35 puntos (19 en el tercer cuarto) con cifras inolvidables: 8/14 en tiros de 2, 5/9 de tres puntos y 4/4 en libres, glosadas en 36 minutos legendarios. El tormento de una gota china. Por si acaso, Pau le arropó con una segunda parte sublime (22 tantos).

A Francia se le aguardaba con ganas. Antes de la charla táctica previa en el salón del hotel los chicos juegan distendidos a ver cuántos toques dan seguidos con una pelota. Scariolo toca la fibra eligiendo un video conmovedor de Ayrton Senna pocos días antes de su muerte. Luego se puso especial dedicación en la defensa sobre Parker. Ibaka ejerció de dique de contención (5 tapones en 5 minutos del segundo cuarto). Batum persiguió la sombra de Navarro (27 puntos), al que se asociaron de maravilla Calderón (17) y Rudy (14). Lo más grandioso vino en la entrega de trofeos: a Navarro le correspondió el MVP, pero cuando como capitán había de recoger la copa de campeones cedió el testigo a Felipe Reyes, que pocos días antes había perdido a su padre. Grandes todos, porque al poco se arremolinaron en círculo para cantar el “Todos los días sale el sol, Felipón”.

Quizá Juan Carlos sintetice como nadie el éxito de esta pandilla: “Nunca le hemos tenido miedo a nadie”.

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Y dicen, dicen

“Es el único jugador que he tenido que si considera que debe tomarse un tiro, saltándose un sistema que habíamos preparado, puede hacerlo y ninguno de sus compañeros va a protestar por ello… Es un jugador del Lovre, un artista que merece el éxito que tiene”, confiesa rendido Sergio Scariolo. 

“Navarro juega, los demás trabajan” (Boris Stankovic). En su faceta lucrativa ahonda el doctor de la selección, Víctor Laínez: “Es imposible que con el cuerpo que tiene jugara como juega si no se lo pasara bien”.

“Navarro inventó a Gasol para que él se llevara los focos” (Pepe Sáez conocía su alergia al cortejo mediático).

“Es el jugador con más recursos ofensivos de la historia de nuestro baloncesto” (Raúl López).

“Era mi mano derecha. Es irrepetible. Es un privilegio haber coincidido con él” (Xavi Pascual).

“Simplemente es un genio” (Pau Gasol).

“Tú puedes fabricar jugadores de baloncesto, pero no puedes crear Navarros” (redondea Pepu).

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Se jubilará. Su silueta de barrio, quijotesca, sin afirmar, se esfumará un día silenciosa por el tragaluz del vestuario. Pasará el tiempo y se pensará en él como en una mutación, como algo excepcional. Retornarán montajes ensoñadores de un imprescindible del baloncesto europeo (máximo anotador histórico de Euroliga, superando los 4000 puntos). Wikipedia nos recordará que salió ganador de todas las competiciones que disputó alguna vez con el Barsa y con la selección, salvo los Juegos Olímpicos. Volverá a mimetizarnos su reprise, su arrancada, ese primer paso de vértigo para limpiar rivales, aquel cambio de ritmo feroz que comprometía la gravedad de sus defensores. Sus acciones destilaban veneno desde su concepción. Ideó jugadas que estaban fuera de los libros de texto. No envejecerán ni sus majestuosos lanzamientos desde el parking del pabellón ni sus maravillosas bombas con nieve para sortear gigantes. Nadie podrá obviar su compromiso (de continuo dejó de lado su salud para saltar al campo medio cojo). Regresarán imágenes que pongan en valor su espléndida lectura de juego, su capacidad de pase portentosa, perimetral: la esponjó de algunos muy grandes con los que emparentó, Djordjevic, Bodiroga, Jasikevicius. Un desván colmado de títulos y premios no colmó su hambre voraz: “Siempre se puede ganar más”. Se seguirá hablando del sicario, de su cuidadosa habilidad para amortajar rivales: cuántos duelos habrá zanjado con sus postreros tiros de gracia. Nacido para lo grueso y para lo fino, jamás desdeñó responsabilidades, nadie puso en duda su determinación, nunca se parapetó en pretexto alguno para rehuir desafíos, momentos comprometidos, su territorio predilecto. Tic tac, tic tac. Cuando falta el oxígeno y los corazones se aceleran, él acompasa el pulso. Tic tac, tic tac. Cuando el balón sale de su mano, parabólico, suena el despertador, la bocina. El tiempo se detiene. Décimas de segundo ¡Chof!

Bill Russell, el eterno ganador

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Que Bill Russell es el mayor ganador de la historia del baloncesto no es rebatible. Sus ratios de eficiencia (11 títulos sobre 13 campeonatos), así lo atestiguan. Un depredador al que le falta un dedo para engarzar todos sus anillos. 

Que transformó la concepción del juego no admite discusión. Desde su llegada la defensa cobró una importancia capital, equiparando los dos lados de la cancha. “No se trata de taponar todos los tiros, sino de hacer creer al rival que puedes tapar cada lanzamiento”, rezaba su credo. “Teníamos que procurar mantener el balón fuera de su alcance; era como alejar la comida a un león hambriento”, testimonia JackTwyman, gran anotador en los Royals y posterior comentarista en la NBC. Hegemónico, el poder coercitivo de sus gorras y rebotes tiranizaron la liga profesional norteamericana durante una década. Auerbach le rodeó de compañeros que le hicieron mejor y él les multiplicó exponencialmente sus virtudes para establecer una dinastía histórica. “Tenemos 20 mil espectadores, 10 jugadores, 3 árbitros, 2 canastas y 1 balón. Y lo que ocurra con ese balón es lo único que me importa”, declaraba el dominante pivot. 

No es verdad. Bill era serio, incluso agrio. Desapegado con la prensa, no firmaba autógrafos y hasta parecía desubicado en la elitista Boston, pero era de ley, comprometido, frontal y en una época de plena combustión social muy fastidiosa para los de su raza, se convirtió en un firme defensor de la igualdad y los derechos civiles. 

“Esta es la historia de un negro y de un profesional del baloncesto”, así prologaba su biografía. Les invito a profundizar en un mito, muy a su pesar, de la historia del deporte, Bill Russell. 


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Del sur a Oakland 

Vino al mundo en Monroe (Louisiana) un 12 de febrero (premonitoria coincidencia con el presidente Abraham Lincoln) de 1934. Cuando contaba 9 años la familia se mudó a Oakland (California) para vivir en una casa de protección oficial. No tuvieron un gran recibimiento: el primer día estaba sentado en las escaleras, pasaron 5 chicos y uno de ellos le golpeó. Se fue corriendo y se lo contó a su madre. Fueron al parque a buscarlos y le obligó a pelearse con cada uno de ellos. Sólo venció a dos, pero a la vuelta recibió consuelo y una enseñanza vital perenne: “No llores. No importa que hayas ganado o perdido. Lo que importa es que desde ahora lucharás por ti. Nunca dejes que nadie te pisoteé”. La vida le dio un bocado irreparable cuando 3 años después una enfermedad renal se llevaba a Kathy Russell, su mamá. Bill enfocó entonces sus afectos hacia el padre que se negó a que sus hijos regresaran a Louisiana con su tía y trabajó de sol a sol en una fábrica por 24 $ a la semana para darlos la mejor educación. 

El chaval mataba las horas en la biblioteca pública. Allí se sensibilizó con las historias de sus ancestros esclavos e idealizó a Henri Christophe, primer rey de Haití, que se enfrentó al mismísimo Napoleón. Al baloncesto le condujo su hermano Charlie, que descollaba en el instituto Oakland Tech. En cambio, Bill apuntaba a patito feo: “¿Por qué nos habrá tocado el petardo de los dos?”, maldecía el lumbreras de su primer entrenador en el colegio. Con George Powles, su último técnico en McClaymonds, de inicio tuvo que compartir camiseta con otro compañero. Powles no era un experto en táctica, pero sí un espabilado motivador: “Sois un equipo de negros que sólo puede vencer a los blancos en una cancha de baloncesto sin que se considere un motín. Así que destrozarles”. En su último año de instituto, Bill dio un buen estirón, de 1,70 metros alargó hasta los 1,96 metros y esponjó conceptos, especialmente defensivos (a sus repetidos tapones les bautizaron como “el movimiento Russell”). En la final estatal frente a Oakland Tech muchos ojeadores se mostraban expectantes en su duelo con a O.T. Truman Bruce. No se amilanó. Russell estableció su mejor marca anotadora (14 puntos), alicató el aro propio (12 chapas), deslumbró a Hal DeJulio y ganaron el campeonato. Cuando el ayudante de la Universidad de San Francisco llegó con el cuento a su jefe, Phil Woolpert, éste le ofreció una beca que pilló al muchacho trabajando en la fundición de acero. Bill aceptó entusiasmado la solitaria carta de admisión: “Una escuela pequeña que nadie pudo encontrar. Un tipo alto al que nadie más quería”, reseñaba en sus memorias. 


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La Universidad de San Francisco 

En aquella época los novatos no podían jugar con el primer equipo, así que su debut se produjo en el Pabellón Kezar a primeros de diciembre del año 53. Ganaron a los Bears (osos) de California, Berkeley. Bill anotó 23 puntos y taponó 13 lanzamientos. Todo se vino abajo en los prolegómenos del segundo encuentro cuando un ataque de apendicitis dejaba fuera a K.C. Jones el resto de la temporada, que se cerró con un arqueo de 14 victorias y 7 derrotas. 

Con todos sanos, el curso 54-55 arrancaba con triunfo aplastante sobre Ohio State y tope anotador colegial de Russ (39 puntos). Tras ganar en Loyola, los Dons (señores) se vieron aplacados en UCLA (47-40) por las huestes de John Wooden que lideraba Willie Nauls (futuro compañero céltico). Woolpert llamó a capítulo a los suyos, situó a Hal Perry como tercer jugador negro (con K.C. y Bill) del quinteto titular junto a los veteranos Jerry Mullen y Stan Buchanan y el giro dio sus frutos: no volverían a perder en los dos próximos años. Se tomaron la revancha sobre Bruins de UCLA (56-44) amparados en los guarismos descomunales de Russell (28 puntos y 21 rebotes). 

En Oklahoma la semana siguiente vivirían un hecho diferencial para la fortaleza del grupo. Los hoteles de la ciudad se negaron a alojarlos, así que decidieron acampar en una antigua residencia de estudiantes. La hiriente discriminación sirvió como acicate al vigorizado colectivo que obtendría el prestigioso torneo All-College al superar a tres rivales de alcurnia: Wichita, Oklahoma y George Washington. En el partido frente a los locales los aficionados segregacionistas les habían lanzado monedas; Russell obró con ironía pidiendo a su entrenador que se las guardase. Su actuación cautivó a Bill Reinhart, antiguo entrenador de Red Auerbach en la universidad George Washington, que descolgó el teléfono: “He visto a un chico que llegará a ser algo. Fija tu vista en él. Es justo lo que necesitas”. 

La brillante trayectoria situaba a Wolpert como Entrenador del Año (por delante de Adolph Rupp), mientras Russell era elegido All American. En el escarpado camino a la Final Four, West Texas State enhebró un duelo duro sin balas de fogueo que llevó a Russ dos veces a la lona; éste respondió encorajinado con 29 tantos. Un fuerte constipado le impidió jugar la segunda parte frente a Utah y el marcador se estrechó hasta los 8 puntos. Con el consentimiento de los galenos acometieron el siguiente escollo, Oregon State, en el que se afirmaba un center sueco, Swede Halbrook, de 7 pies y 3 pulgadas. Jerry Mullen, que había polarizado el ataque de los Dons con 24 puntos en el encuentro anterior, se lesionaba en un tobillo al poco de comenzar. Russ sufría dobles marcajes, pues al nórdico le auxiliaba otro gigante, Phil Shadoin. A través de la circulación de balón los de la bahía abrieron otra vía de agua en Stan Buchanan y así llegaron por delante al descanso (30-27). Con 8 arriba y 2 minutos por jugar el choque parecía decantado para San Francisco, pero los Beavers se arrimaron a dos a falta de 13 segundos cuando se señaló una extraña técnica a K.C. Jones. Anotaron el tiro libre y tuvieron en sus manos la victoria, pero el fino tirador Ron Robins marró un lanzamiento esquinado. Antes de arribar, con el susto en el cuerpo, la Final a 4 de Kansas City, rebanaron a Bradley 93-81. 

En las semifinales frente a Colorado, entraba de inicio Bob Wiesbusch (gran lanzador) en lugar del diezmado Mullen. El cicatero ritmo ordenado por el coach rival, “Bebe” Lee, y la tercera falta de K.C. en el minuto 15 con tanteo exiguo (16-15) resultaba preocupante, pero la incorporación de Warren Baxter desenfangó la trama. El otro finalista se trataba de La Salle, actual campeón que conservaba a 4 titulares del ciclo pasado, entre los que emergía Tom Gola (23 puntos y 13 rebotes sobre Iowa), aclamado por algunos como “el mejor colegial de todos los tiempos”, que en 1955 firmaría con los profesionales por la cifra más alta pagada hasta entonces a un rookie (15.000 $). El partido se había exportado como el reto entre “Gola The Great” contra “Russell The Remarkable”, pero el convite lo decantó un invitado sorpresa, K.C, Jones que con 6 pies y 1 pulgada, limitó las prestaciones de Gola (6´ y 7´´) a tan sólo 16 puntos. La defensa coral de San Francisco (que impidió anotar tiros de campo en los últimos 9 minutos y medio de la primera mitad) hizo el resto. Además Jones aportó 24 tantos (uno más que Russell) en el título. Russell fue designado MVP del torneo NCAA (primer afroamericano en lograrlo), en el que batió el record de anotación (118 puntos en total) y Woolpert se convertía en el entrenador más joven (40 años) en alcanzar el campeonato con un cuadrilla de chavales de la zona (el más lejano, Hal Perry, provenía de Ukiah, a 100 millas del campus). La ciudad agasajó a sus héroes y la campaña recaudatoria para la construcción de un pabellón propio no dio sus frutos hasta 3 años después. 

Repetir galardón se antojaba complicado. Mullen y Buchanan habían cubierto etapa y a K.C. Jones la Asociación de Baloncesto de California (amparándose en que la enfermedad sólo le había permitido disputar un partido en 1953) le permitía disputar la temporada regular, pero una vez concluida, la NCAA le impedía competir en su torneo final. El tándem Woolpert-Giudice abría la puerta del cinco titular a jugadores de segundo año de talento: Eugene Brown, Mike Farmer y el tirador Carl Boldt. El retoque en la composición conllevó también el aumento de las pulsaciones percutiendo con la punzante zona 2-2-1 como fuerza de arrastre. Dejaron a sus rivales en una media de 52 puntos, por los 71 propios, para completar un año inmaculado. Cuando llegaron a la NCAA nadie buscaba coartada en la ausencia de K.C. “Simplemente estaremos cambiando de radios, pero la rueda seguirá girando”, declaraba Bill. Si en los primeros encuentros Brown se había unido a Russell en la anotación, en las semifinales frente a SMU (86-68), Mike Farmer y Warren Baxter tomaron el testigo. Aguardaba Iowa que se había desembarazado de Kentucky y Temple. El inicio de los “Howeyes” derivó arrollador, hasta que Woolpert auscultó al enfermo, estrechó la defensa sobre Carl “Sugar” Cain y apareció Russell empequeñeciendo oponentes con 3 chapas seguidas para erosionar el cauce al encuentro. El 38-33 del descanso aventuraba una victoria relativamente plácida (83-71) con Russ inmenso (26 puntos y 27 rebotes). 

Así puso el colofón a un periplo universitario glorioso en el que promedió 20,7 puntos y 20,3 rebotes en 79 encuentros. “Es el mejor defensa que jamás he visto”, le honraba abducido el maestro John Wooden. 


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Melbourne 1956 

Que Bill iba disputar los Juegos Olímpicos lo tenía meridiano. Si no era seleccionado como baloncestista, lo hubiera hecho como saltador de altura, modalidad en la que era considerado el segundo mejor atleta del país (sus 2,06 se quedaron a sólo 6 centímetros del campeón olímpico); amén de que los 400 metros los cubría en 49,6 segundos. 

La competición se celebró a finales de noviembre (pleno verano austral) en el Exhibition Building erigido en tan sólo 12 semanas. El gobierno “aussie” había invertido 13.440.000$ en el evento y para el baloncesto australiano resultó un maná, pues legó un botín de 100.000 nuevas licencias. 

De los 15 aspirantes, Estados Unidos partía como claro favorito. Gerald Tucker dirigía a una pléyade de estrellas universitarias entre las que asomaban Carl Cain, Robert Jeangerad, K.C Jones y Bill Russell. No hubo color. USA dejó un reguero de cadáveres promediando una distancia de 53,5 puntos. En la final, Russell (14,1 tantos por partido) sólo concedió anotar al gigante soviético Manis Kruminch (2,18 metros) desde la línea de tiros libres, y el marcador (89-55) habla a las claras de la superioridad norteamericana. 

El 11 de diciembre, tres días después del regreso, Bill contraía matrimonio en San Francisco con Rose Swisher, sobrina de uno de sus profesores en McClymond. Tuvieron dos hijos (Bill Jr y Jacob) y una niña (Karen), antes de separarse en 1969. Al enlace acudió todo el equipo olímpico. 


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Construyendo un equipo 

El mítico dueño de los Celtics (y de los Bruins de hockey sobre hielo), Walter Brown, contrató en 1950 a un joven Arnold “Red” Auerbach como entrenador de la franquicia. Durante el siguiente lustro el equipo se embarrancaba en los play off. La defensa y el contraataque que preconizaba como patrones el técnico neoyorkino adolecían de un center que les otorgara el balón. La búsqueda del pivot milagroso le llevó incluso a desechar a Bob Cousy, ídolo local en la universidad de Holy Cross, en favor de Charlie Share, un poste de 2,10 metros, al que después intercambiaría por Bill Sharman y Bob Brannum. Claro que la verborrea de “Red” tampoco ayudaba a aliviar la calentura de la parroquia: “Lo que quiero es ganar, no fichar a palurdos que cuenten con el favor del público. Necesitamos a alguien que nos consiga balones en los tableros”. 

La suerte echó una mano a a Auerbach para traer al “Houdini del basket” al Garden. Los Tri-Cities Haws habían elegido a Cousy en el draft, pero éste no quería jugar fuera del área de Boston y tenía decidido dejar el baloncesto y montar una gasolinera y una autoescuela. Ante la negativa del jugador, el propietario Ben Kerner (que le había ofertado 7.000 $) resolvía traspasar sus derechos a los Chicago Stages. A los pocos días éstos desaparecieron, al igual que los Bombers de St. Louis, de los que “Red” arañó a un excelente pivot de 203 centímetros, Ed Macauley. El cierre de franquicias propició que algunos jugadores se encontraran sin destino. Los nombres de tres de ellos, Max Zaslofsky, Andy Phillip y Bob Cousy, se hallaban en el interior de un sombrero. A Boston le correspondió el tercero, el que teóricamente menos caché tenía. Pese a su tiro ramplón, su dominio de balón y sus fantásticos pases convirtieron a Cousy en la principal atracción de la Liga tras el abandono de George Mikan. 

Bill Sharman era un magnífico lanzador, un avanzado del deporte (programaba sesiones de tiro, salía a correr a diario y cuidaba al detalle la alimentación) y constituía el complemento perimetral perfecto del genial Cousy. Con Frank Ramsey, Auerbach colmaba su línea de flotación exterior, inventándose la figura del sexto hombre. El avezado y arriesgado judío le había elegido con un año de anticipación en el draft, pero la apuesta se demostró ganadora. Su poderío físico y constante anotación (13 puntos en 23 minutos de media en su carrera) le abrieron las puertas del Hall of Fame. 

Por dentro, a Ed Macauley se sumó en distintas épocas el singular Gene Conley que llegó a ser campeón en dos deportes profesionales. Era el pitcher titular de los Braves de Milwaukee en las series mundiales del 57 frente a los NY Yankees. Además lanzó para los Philadelphia Phillies y los Boston Red Sox. Auerbach lo firmó por consejo de Sharman en la temporada 52-53 y regresó a los Celtics para entre los años 58 y 61 desempeñar la figura de fiero sustituto de Russell en la pintura (Bill detestaba enfrentarse a él en los entrenos). 

Jim Loscutoff o Chuck resultaron buenos complementos, pero al pastel le faltaba la guinda. El tenaz Auerbach había salivado con las insinuaciones de su viejo maestro Reinhard y entre bambalinas había puesto sobre la pista de Russell a Pete Newell, Dan Barksdale y Fred Scolari. Éste último resume el pensamiento del trío: “No es capaz de acertar al canto del tablero, pero es simplemente el jugador de baloncesto más grande que yo haya visto jamás. Si quieres a alguien que te consiga el balón, él lo hará”. Ni las desastrosas actuaciones del center en el All Star universitario de NY ni en los encuentros preparatorios de la selección olímpica en Washington en presencia de Brown y Auerbach desanimaron al tozudo entrenador que incluso agradeció la sinceridad del joven “Siento la forma en que he jugado. Es la vez que peor he jugado en mi vida y siento que hayáis tenido que verlo”. A lo que el técnico respondió socarrón: “Si es así, más vale que te quedes en Melbourne porque yo me volveré a entrenar a un instituto en Brooklyn”. A la vuelta, Red confesaba a su jefe: “Ningún jugador me había dicho jamás algo así. Cuando juegan mal todo son excusas”. 



El fichaje que cambió la historia 

Bill se convenció él solito de que los Harlem Globetrotters no era su sitio. Se rumoreaba que le ofrecían 50.000 $, pero cuando Abe Saperstein, el dueño del espectáculo, le ninguneó en la reunión tripartita que había establecido con el entrenador Woolpert, el muchacho no quiso saber nada más. 

El problema radicaba en que Boston Celtics elegía en 7ª posición del draft, por lo que habría de mercadear con mucha gente y especial tacto para hacerse con el mozo. 

Los Rochester Royals eran los primeros en la lotería, pero ya disfrutaban de otro buen pivot, Maurice Stokes, no tenían suficiente dinero para atender las demandas de Russell y su propietario, Lester Harrison, estaba más interesado en el hockey, por lo que Brown le echó una mano para evitar el cierre de los Ice Capades. El poco aclamado base, Sihugo Green, fue escogido como nº 1 del insigne draft de 1956. 

El segundo lugar recaía en los Haws, un serio aspirante al título en manos del peculiar Ben Kerner. En Boston jugaba un lugareño de St. Louis, Ed Macauley. A su hijo le habían diagnosticado una meningitis espinal que finalmente devino en una parálisis cerebral, por lo que la prioridad del jugador era regresar a su tierra con su familia. Auerbach lanzó el cebo ofreciendo el trueque de Macauley (All Star) por el prometedor Russell, pero el dúo Kerner-Marty Blake no picó y exigió adicionalmente a Cliff Hagan, un interesante proyecto de alero que había triunfado en la exigente universidad de Kentucky. Entonces el acuerdo se cerró con satisfacción para ambas partes, pues los nuevos halcones fueron decisivos en el título del 58. Para Boston supuso el draft más fecundo de su historia. Al ansiado Russell se unirían K.C. Jones (al que sus obligaciones militares demoraron 2 años su andadura profesional) y el magnífico ala Tom Heinsohn, en la elección territorial, que se encaramaría como novato del año (al acreditar 16,2 puntos y 9,7 rebotes). Auerbach ya contaba con el portaviones de su Armada Invencible. Concluía la época de siembra. 


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El inicio de la dinastía céltica 

Tras un breve cortejo, Russell firmaba su primer contrato profesional a razón de 17.000 $ anuales. El 22 de diciembre de 1956, en partido televisado para toda la nación, debutaba en la Liga ante un expectante Boston Garden frente a St. Louis. Los Celtics llegaban a la cita con un balance de 16-7, tras dos derrotas consecutivas. En la previa “Red” espantó miedos: “Sólo quiero que hagas lo que sabes y que eso nos ayude a ganar. Yo no contraté a un anotador”. A la orden. Los Celtics vencieron gracias a una suspensión de Sharman. Bill colaboró con 6 puntos y 16 rebotes en 21 minutos y 3 tapones colosales al gran Bob Pettit. En adelante su nombre iría unido al shamrock (trébol verde), sería pronunciado con pasión y virulencia por el cronista Johnny Most y desgastaría sus suelas en el irregular parquet del Garden “hay que conocerlo para saber dónde va el balón, pues parece que un fantasma juega con él a su antojo”, observaba Cousy. Su imagen se haría tan célebre como la de la figura que presidía la cancha, el duende irlandés Leprechaun. 

En su primera semana algunos de sus oponentes, Bob Pettit, Neil Johnson (a éste, máximo anotador de la Liga en 3 ocasiones, le tomó la medida al 4º partido cuando le dejó sin anotar) y Harry Gallatin le hicieron ver cómo se las gastaban en la NBA. Tras el partido del Madison algunas críticas arreciaron exacerbadas comparando al recién llegado con Walter Dukes, el pivot que apuntaba alto en Seton Hall y que, tocado en una rodilla, los de la Gran Manzana habían traspasado a Lakers. Gallatin se sobró ante los medios: “Tiene que aprender mucho”. Cousy tomó por los hombros al novato: “Tienes que machacarles, que volverles rabiosos, hacerles saber que si ellos te dan un golpe, tú puedes darles dos”. Carlos Braun, riñó a su compañero en el vestuario de los Knicks: “Igual te has envalentonado demasiado pronto”. Efectivamente, en el siguiente enfrentamiento Russell estaba preparado y borró del mapa inmisericorde al petulante Gallatin. 

Hasta el partido número 12 no apareció como titular y no se terminó de sentir muy cómodo, pues Sharman y Cousy, un tanto desconfiados con las posibilidades anotadoras del joven, posteaban y le apartaban de su hábitat. En un tiempo muerto, “Red” preguntó al cariacontecido chaval y éste no se amilanó: “Yo juego de pivot. Siempre lo hice. Juego ahí dentro ¿sabéis?”. El entrenador se volvió hacia los suyos para patrimonializar el discurso: “Ok, nadie va a jugar ahí dentro, salvo Russ. ¿Habéis oído bien? Nadie”. Por mucho que Cousy siempre ponderara el desempeño solidario de Auerbach “nos trataba a todos por igual… nos chillaba a todos”, encubría la realidad. “Déjame insultarte a gusto, que vean que también lo hago contigo, pero nada de lo que te diga tiene valor”, pactó el técnico con su buque insignia. 

En su debut obtuvo 706 puntos y 948 rechaces en 48 partidos (con 19,6 alcanzaba el mejor promedio de la Liga, pero la distinción de máximo reboteador recayó en Maurice Stokes que disputó 24 partidos más). Se plantaron en la Gran Final. El rival, St. Louis Haws, de contrastada calidad (Charlie Share, Slater Martin, Alex Hannum, Ed Macauley, Cliff Hagan y Bob Petitt), había cerrado con un balance mediocre (34-37) la regular season y tres entrenadores en el trayecto, Red Holzman, Slater Martin y finalmente Alex Hannum (los dos últimos bajo la figura de entrenador-jugador). Las series se abrieron con sorpresa cuando tras prórroga los Haws afanan la ventaja de campo en Boston (123-125) en un formidable partido de Bob Pettit (37 tantos). Los Celtics restablecieron las tablas y la contienda se trasladó a St. Louis en medio de un ambiente febril con lanzamiento de huevos e insultos a los jugadores de color. En la rueda de calentamiento Cousy y Sharman presumieron que el aro no estaba a la distancia adecuada y se lo comentaron a Auerbach que, con las mismas, se fue a la mesa de anotación para reclamar a los árbitros. Kerner pensó que era una treta de Red y se encaró. Éste le sacudió un puñetazo en la nariz de la que manó abundante sangre. El entrenador sólo fue multado con 300 euros y los Haws avanzaron 100-97. El cuarto partido devolvió el empate tras el triunfo visitante. Las siguientes victorias locales conducían la serie al 7º en Boston. Pettit anotó dos tiros libres para forzar la primera prórroga y una canasta en suspensión de Jack Coleman dio paso al segundo tiempo extra. Con 125-123 para Boston y 2 segundos por jugar los Haws ponían en juego el balón desde su propio fondo. La jugada ideada por el maquiavélico Bannum estuvo a punto de quedar para la posteridad: sacó de fondo con el objetivo de que su pase de beisbol atravesara toda la pista y diera en el tablero para ser recogido por Pettit. El dibujo salió perfecto, pero el lanzamiento del astro (en 50 minutos había encestado 39 puntos y tomado 19 rebotes) fue escupido por el aro. Los Celtics ganaban su primer anillo liderados por un estratosférico Heinsohn (en 37 puntos y 23 rebotes) que distrajo un horrible día en el lanzamiento del perímetro (5/40 entre Cousy y Sharman). Auerbach, enajenado, recorría la pista. En el vestuario corrió la cerveza y afeitaron la barba de Russell. Sus compañeros siempre rememoraban una jugada “The Coleman Play” en la que recuperó la ventaja que le llevaba Jack Coleman para con un tapón evitar que los Haws se pusieran por delante a 40 segundos de cumplirse el tiempo reglamentario. La señalaban como la génesis de un campeonato, de una dinastía. 

La venganza se sirve fría. Boston reforzó en la campaña siguiente su rotación exterior con los Jones, K.C. y Sam Jones, llamados a dar muchas alegrías en el futuro. Russell batió todos los registros reboteadores (22,7 rechaces por noche) y era nombrado MVP por los jugadores. Paradójicamente los periodistas no le eligieron en el quinteto ideal. De cara a las eliminatorias, la lesión en la rodilla de su recambio, Jim Loscutoff, limitó las posibilidades célticas. Russ estuvo muy sólo frente al arsenal mostrado por los de St. Louis en la pintura (Pettit, Share, Macauley y hasta Hagan). Jugó diezmado por la torcedura en un tobillo y Pettit realizó una de las exhibiciones más portentosas que se recuerdan (50 puntos, incluídos 19 de los últimos 21 de su equipo) para alcanzar el título en el sexto partido. El sueño de Kerner se había completado y regaló un anillo a cada uno de sus jugadores, pero erró permitiendo la salida del sabio entrenador Hannumm por discrepancias salariales. 

Los Minneapolis Lakers, con el deslumbrante rookie Elgin Baylor de faro, eran sometidos sin piedad en la final de la temporada 58-59 por los Celtics. Su entrenador John Kundla se parapetaba en el factor Russell como distintivo: “No temíamos a los Celtics sin Russell. Si lo quitabas a él podríamos derrotarles. Nuestra primera desventaja con él era psicológica, nos martirizaba cada segundo. Cada uno de mis jugadores pensaba como evitarle al acercarse al aro”. Los Celtics las habían pasado tan canutas en la fase previa para superar a los Nationals de Siracusa (del magnífico Dolph Schayes) que en un momento dado de la retransmisión del 7º partido (ganado por Boston 130-125) a Johny Most, con la emoción, le saltó la dentadura por los aires. 

Un año más tarde aluniza en la liga de manera fantástica el que sería su principal competidor, Will Chamberlain. Se cruzan en las finales orientales. Will supera claramente en anotación (81 puntos más a Bill), pero sus Philadelphia Warriors caen 4 a 2. Nuevamente los Haws oponen una brutal resistencia en las series finales que los Celtics resuelven en el séptimo en casa (122-103) con una exhibición reboteadora de Russell (36 rechaces más 22 puntos) que maravilla al propio Pettit: “Nos ha hecho pensar en cada momento que estábamos fuera del partido”. El juego solidario de los Celtics quedaba plasmado en el reparto democrático de puntos de sus componentes: Heinsohn (22), Cousy y Sharman (19 por barba) y Russell (17), con la participación cada más importante de los Jones y de Tom “Satch” Sanders. La confrontación se repetiría en la final 12 meses más tarde, pero esta vez el aguante de los Haws fue mucho más liviano (4-1). Bill Sharman anunciaba su retiraba y a Sam Jones le llegaba la oportunidad como titular. 


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La rivalidad con LA 

En la temporada 61-62 germinaba un duelo que se habría de convertir en histórico. Los Lakers, ya mudados a Los Ángeles, alcanzarían dos finales consecutivas. Por entonces la diferencia entre ambos era sideral. 6 componentes de la plantilla céltica entrarían en el futuro Salón de la Fama, por sólo 2 de sus rivales. Los Celtics habían ganado 4 de los últimos 5 campeonatos celebrados, mientras que los jugadores californianos recorrían la ciudad en camionetas con altavoz en el techo para atraer adeptos: “Vengan a ver a los Lakers jugar”, vociferaban. Se detenían en cualquier parking, colgaban una canasta y realizaban una pequeña exhibición. Si los Rams o los Dodgers congregaban 100 mil espectadores, al baloncesto profesional apenas acudían 3 mil (la audiencia ascendió copiosamente cuando la directiva contrató para la retransmisión de los partidos al carismático Chick Hearn). Esa campaña quedaría absorbida para siempre por los records insuperables de Wilt Chamberlain en los Warriors (100 puntos en un partido y 50,4 de promedio por noche). Lejos se ubicaría el MVP, Bill Russell, que en sus mejores guarismos anotadores (18,9 puntos) pilotaría a su equipo a las 60 victorias y a un nuevo trofeo. Despachó a Lakers con 30 puntos y 40 rebotes en el 7º, pero los angelinos tuvieron el tiro para la victoria. 

En el año siguiente, Cincinnati Royals (dirigidos por el exuberante hombre orquesta -28,3 puntos, 10,4 rebotes y 9,5 asistencias- Óscar Robertson) puso contra las cuerdas a los del trébol, que necesitaron de otro 7º partido, en el que Cousy emergió con luz propia (21 puntos, 11 asistencias), para acudir a la final. Les esperaban los Lakers. La serie viajaba a California con 3-2 a favor de Auerbach y compañía. Con 9 arriba para los Celtics y 11 minutos por jugar, Cousy se daña un tobillo y abandona la cancha. Los locales huelen la sangre y con West y Baylor aguijoneando, se ponen por delante. Pero “Cooz” Cousy no podía permitir que le amargaran su despedida y a falta de 4:43 regresa para adueñarse del partido y conquistar su último título. El presidente Kennedy, conocido bostoniano, cobijó al equipo en la Casa Blanca (el año anterior la crisis de los misiles en Cuba había imposibilitado la tradicional visita). El protocolario acto se alargó casi una hora. A la salida Tom Sanders se despidió del presidente nº 35 de la manera más cordial: “Cuídate chaval”, le soltó. Apenas 2 meses más tarde JFK era asesinado en Dallas. 

Chamberlain accedía por primera vez a las finales en el curso 63-64, pero el rodillo verde no dio opción a sus San Francisco Warriors (4-1). Russell batía su registro reboteador (24,7), superando por primera vez a Will. El valeroso John “Hondo” (por su parecido con el actor John Wayne) Havlicek se distinguía como el máximo anotador (19,9) de los de Massachussets partiendo desde el banquillo. El binomio exterior se había asentado: Sam Jones sobresalía como hiriente anotador y la entrada de K.C. Jones en el quinteto titular había añadido un punto de fiereza atrás. “Quizá desplegamos el mejor juego defensivo de todos los tiempos”, manifestaría Russ. 


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¡Havlicek roba el balón! 

Poco antes del All Star se había concretado el traspaso de Will Chamberlain por los Sixers de Philadelphia, por lo que se presumía que el vencedor en el Este tenía todas las papeletas para hacerse con el anillo. 6 victorias locales dejaron la solución en el Garden. Con 110-103 y apenas 2 minutos para la conclusión, Auerbach encendió el “puro de la victoria”. Casi se le atraganta. Sus chicos se embrollan y Chamberlain anota 6 puntos seguidos para un total de 30 y 32 rebotes. Russell (15 y 29) comete un error de principiante y su saque de fondo golpea en la parte de atrás del tablero. Tiempo muerto con posesión visitante. Dolph Schayes, conocedor de los pésimos porcentajes de Chamberlain desde la personal, diseña en la pizarra una jugada para que lance Chet Walker, pero “Hondo” se huele el pastel y desvía el balón en una de las intercepciones más mediáticas de siempre. Johny Most casi pierde la voz en el relato. Tom Heinsohn se jubila a lo grande: octavo anillo de la franquicia con endeble oposición de los Lakers (4-1). 


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Auerbach anuncia que cuelga los hábitos 

Sí. En el otoño del 65, “Red” comunica que aquella será su última temporada en los banquillos. Revalidar galardón no parece tarea sencilla: sus chicos envejecen y los rivales se refuerzan. Los Sixers, por ejemplo, han firmado, procedente de la Universidad de Carolina del Norte, al todoterreno Billy Cunningham y clausuran la regular season como líderes del Este. Los Royals de Robertson llegan a adelantarse en la serie frente a Boston, pero los verdes saldan la eliminatoria en el 5º (3-2). Con energías renovadas toman al asalto Filadelfia en el Este y la eliminación (4-1) le cuesta el puesto a Schayes. 

Auerbach tiene enfrente a su otro enemigo antagónico para rematar su carrera: los Ángeles Lakers con la más talentosa línea exterior del momento –Goodrich, West y Baylor-. En la apertura, derriban el Garden en la prórroga. En la previa del segundo partido, el zorro “Red” da un golpe de efecto al divulgar que el próximo técnico celta será Bill Russell. Consecuencia: tres victorias de los suyos. Pero los angelinos no claudican y se llevan los dos siguientes choques (Baylor se ha mostrado sublime en el quinto con 41 puntos). Nadie se quiere perder la despedida del maestro y el Garden rebosa expectante. Los locales salen sin cadena y maduran ventajas elevadas. Entran en el último minuto con 10 arriba y West lima la distancia con 2 encestes. Restan 16 segundos y el propio gobernador del estado le enciende el famoso puro. ¡En qué hora! Los Lakers se sitúan a 2 con sólo 6 segundos, pero Boston aguanta la posesión hasta el bocinazo. Carcomido, tiempo después el entrenador rival, Fred Schaus, manifestaría: “Nadie sabe cómo me habría gustado ganar aquel partido”. Russell homenajeó a su mentor a su manera con 25 puntos y 32 rebotes. Del dichoso puro cuentan que en cierta ocasión una compañía tabacalera regaló 5.000 cigarros a los hinchas de los Royals bajo la premisa de que los encendieran cuando el partido estuviese ganado. Red puso tal énfasis a sus chicos que mediada la segunda parte estaba prendiendo su habano. 


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Enfrentarse al racismo 

Rueda de prensa de presentación. Un maléfico periodista lanza el primer dardo: 

- ¿Cómo primer entrenador negro de las grandes ligas puede ser imparcial sin prejuicios raciales? 

- Sí, responde lacónico y seco Bill. 

- ¿Cómo? 

- Porque el factor más importante es el respeto. Y el baloncesto respeta a un hombre por sus habilidades. 

Russell había sufrido en sus carnes la discriminación y siempre se había rebelado. Jamás borró el día que un policía obligó a su madre a cambiarse de ropa “porque parecía una blanca con un vestido tan elegante” ni cuando el empleado de una gasolinera apuntó a su padre con una escopeta por negarse a esperar a que terminara de repostar el último blanco. En 1961 habían devuelto las llaves de la ciudad al alcalde de Marion, Indiana, cuando tras disputar un partido amistoso se negaron a servir en un restaurante a los jugadores de color. Por idéntico motivo, los componentes de raza negra de los Haws y los Celtics rechazaron participar en un encuentro de exhibición en Kentucky. Firme defensor de la igualdad de derechos, asistió a la marcha del doctor King sobre Washington, apoyó a Muhammed Alí cuando éste se negó a alistarse en la Guerra de Vietnam (le retiraron su licencia boxística 3 años y medio), voló hasta Misisipi (sin escolta) tras el asesinato de Medgar Evans en apoyo de los activistas negros y viajó por diferentes países africanos para conocer la tierra de sus antepasados. 21 jugadores negros le precedieron en la NBA, siempre creyó en la importancia del asentamiento de grandes jugadores de color (Baylor, Robertson, Chamberlain o él mismo) en el camino hacia la convivencia y la igualdad. Entró en la historia cuando en diciembre de 1964, al lesionarse John Havlicek, “Red” dio entrada durante 16 partidos como titular a Willie Naulls para integrar el primer quinteto enteramente negro de la Liga profesional. Como para que le viniera un bobo a preguntarle por prejuicios raciales… 

Auerbach siempre le había servido de bálsamo: “No les des importancia. Tendrías que haber visto a esa gente cuando no elegí a Cousy”. Y es que su relación con la selecta Massachussets siempre anduvo entre brasas: “Preferiría estar encarcelado en Sacramento que ser alcalde de Boston” afirmó cuando le ultrajaron su casa con leyendas obscenas en las paredes y defecaciones en su propia cama. La ceremonia en que los Celtics retiraban su camiseta con el número 6 se celebró en la intimidad por su expreso deseo. Tampoco acudió a la fiesta de entrada en el Hall of Fame, denunciando el racismo de alguno de sus miembros fundadores (como Adolph Rupp). Obama le concedió la medalla presidencial de la Libertad en 2011 con la misma ha posado estos días en Twitter para protestar contra las políticas discriminatorias de Trump. 


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Entrenador/Jugador 

Cuando el avispado Auerbach sabía que iba a ascender a los despachos propuso a Heinsohn como sustituto, pero éste declinó la invitación. Entonces lo tuvo claro, Bill sería su hombre. Como también presumía que éste rechazaría su oferta, urdió una maniobra infalible. Con las primeras calabazas, le emplazó a una nueva cita en la que el jugador había de llevar 5 nombres preparados, pero la lista parecía famélica, así que Auerbach susurró un nuevo candidato. Al oírlo, Russell marchó enfurecido: jamás jugaría para el postulado. Ya en su casa recapacitó y llamó a su futuro manager aceptando el puesto. “Es la decisión correcta. Nadie puede motivarte mejor que tú”. 

En el verano los Sixers se rascaron el bolsillo y le firmaron a Wilt Chamberlain 100 mil $ anuales, para conformar una de las plantillas encumbradas entre las mejores de la historia (Hal Greer, Chet Walker, Luke Jackson, Billy Cunningham, Matt Guokas y el propio Chamberlain). El proyecto exigía las capaces manos de Alex Bannum, que convenció a su estrella de las bondades del juego colectivo y éste rebajó sus registros encestadores (24,3 puntos con un 68,3% en tiros de campo), consolidando sus cifras reboteadoras (24,2 rechaces), repartiendo el balón (sus 7,8 asistencias le elevaron al tercer puesto en la Liga) para que hasta 5 de sus colegas alcanzaran los dobles dígitos anotadores. Auerbach había reaccionado con prontitud, subiendo la puja para darle un dólar más a Bill. Los Celtics completaron un curso excelente con un bagaje de 60 victorias, que palidecía ante el recuento de sus vecinos (69-13). Los de Filadelfia se mostraron intratables en el cruce oriental: era su año. Los Sixers no estaban para armisticios (4-1) con Chamberlain en el centro de las miradas (22 puntos, 32 rebotes y 10 asistencias a lo largo de la serie). “Ha jugado como yo”, declararía Russell. Los San Francisco Warriors del maravilloso Rick Barry tampoco fueron obstáculo (4-2) en la final. 

En Boston tragaron saliva. Orejas tiesas y culo prieto. Pese al favoritismo de los Sixers que se colocaron 3-1 por delante el año siguiente, los Celtics reaccionaron revirados por los titulares de la prensa de Filadelfia que los daba por muertos en los prolegómenos del quinto. Wayne Embry escribió la palabra “Orgullo” en la pizarra del vestuario y Havlicek se descolgó con una actuación descomunal -29 puntos, 10 asistencias- “en partidos como éste si se te caen las entrañas al suelo, las recoges y sigues jugando”, para situar el 2 en el casillero verde. Dos triunfos más contra pronóstico abonarían el pisado terreno de la épica céltica. El décimo anillo lo cosecharían a costa de sus antagonistas adversarios, los Lakers (4-2). 


La noche de los globos 

Cuando Chamberlain firmó para unirse a West y Baylor parecía que los Celtics tenían a todos sus enemigos delante. Achacosos, concluyeron cuartos en el Este, con desventaja en todos los cruces de postemporada, pero como se escribió en Sports Illustrated “jamás hay que fiarse de un equipo por encima de los 30 años”. Ante aquel desafío homérico, Boston despejó contrarios hasta encarar la gran Final. Jerry West había alzado la voz en la apertura de la serie con dos demostraciones celestiales (53 y 41 puntos), pese a que en la previa de la primera le había comentado a Bill: “Me siento vacío”. Avanzado el choque se volvieron a cruzar: “Con que vacío ¡eh! Estuviste llenando mis oídos de viento para engañarme”, le gritó malhumorado el burlado center. Ya en el cuarto encuentro, Sam Jones obró el milagro con un afortunado enceste. 

Y en éstas se llega al séptimo partido, el del patíbulo, el escenario predilecto de Bill Russell y su tropa. El pivot siempre salió triunfante en los quintos encuentros de las series a 5 y en los séptimos de las eliminatorias a 7, a los que llegaba al vestuario con su traje negro: “Soy el enterrador, he venido a enterrar a estos tíos”, pronunciaba crepitante, tieso cual paracaidista, con el ceño fruncido. 

El millonario Jack Kent Cook, dueño de los Lakers, se pavonea ufano colocando 10.000 globos en el techo del Forum para soltarlos en la celebración del título. Incluso se había llegado a definir el orden de las entrevistas, una vez finalizado el encuentro. Los Celtics arriban el cuarto definitivo con una ventaja importante 76-91, pero Sam Jones cae eliminado y Bill Russell comete su 5ª personal. La edad pasa factura, los celtas se tientan las prótesis hasta parecer sitiados (102-103), pero a los angelinos les pesa la presión y no logran ponerse por delante. Un defensor amarillo mete una mano por detrás, el balón sale despedido y le sorprende a Don Nelson en la cabeza de la bombilla para convertir uno de los tiros más agraciados de la historia. La que también señala al entrenador local, Butch Van Breda Kolff como uno de los culpables del anillo nº 11 de los Celtics: nadie entendió como mantuvo en el banquillo a Chamberlain los últimos 6 minutos, después de que éste requiriera insistente su presencia tras haber salido lesionado. Con el 106-108 definitivo había que oír a ese Johny Most: “Pinchamos sus globos, la orquesta de USC está recogiendo sus bártulos y el champán se ha quedado sin gas”. Los globos fueron donados a un hospital infantil de Los Ángeles. 

Sin casi poder articular palabra, Bill Russell pondría fin así a su incomparable carrera como jugador. Con posterioridad alargó su vínculo con el baloncesto como entrenador de Seattle Supersonics, de los que también fue manager general, y Sacramento Kings, y comentarista televisivo. 


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La rivalidad con Chamberlain, el idilio con Auerbach 

Contrariamente a lo que pudiera pensarse Wilt y Bill se llevaban bien. Russell cenó muchas veces en Acción de Gracias en casa de los Chamberlain: “Pórtate bien con mi chico”, le decía sonriente la matriarca cuando salía por la puerta. Sólo se mantuvieron distanciados cuando Russell declaró que su oponente se había borrado en aquel último encuentro de su carrera. Con el tiempo le pidió perdón e hicieron las paces hasta el punto de que cuando Wilt prematuramente falleció de un infarto, su sobrino se acercó a Bill en el funeral comentándole que, llegado el caso, tenía una lista de personas a las que telefonear: Russell estaba en el segundo lugar de la misma. 

Chamberlain, el jugador individual más dominante de la historia, alababa a su oponente: “Probablemente yo no hubiera encajado tan bien en los Celtics como Russ. Tenía que cumplir un papel y el resto de los jugadores el suyo a la perfección”. Queda dicho que el céltico por lo general siempre estuvo mejor rodeado, pero “su deseo por la victoria marcaba diferencias” (Bob Cousy). Ese ansia que le innoculaba a diario Auerbach, “Red pensaba más tiempo en ganar que yo en comer cuando era niño”. El hombre del puro además le educó en el espíritu de grupo: “Me llevaba bien con los compañeros sin necesidad de besarnos el culo. Éramos un grupo de hombres unido que me dieron momentos memorables. Hacer que los demás jugasen bien era una sensación que iba más allá”. Idolatraba a su técnico: “No recuerdo un jugador suyo que no sintiese admiración por Red. Tampoco a ningún rival que no le odiara”. El sentimiento era recíproco: “Se hacía fuerte en las ocasiones más difíciles. Sería el mejor pivot de la NBA en la actualidad”, le adularía muchas décadas después. 

Aún así Chamberlain con frecuencia se quejó: “No se trataba de uno contra el otro, sino de Wilt contra hasta 7 Hall of Fame… Bill era el incuestionable ganador y yo el perfecto perdedor”. Jerry Lucas, el célebre jugador de los Royals tercia en la polémica: “A Wilt le obsesionaban los records, mientras que Russ sólo se preguntaba qué podía hacer para ganar”. 

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¿Con quién irías a la guerra? 

“Pienso que Wilt es mejor jugador que Russell, pero yo escogería a Bill para un partido final… Hay que ser deportista para entenderlo”. Amen, pues la declaración viene de uno de sus más fieros oponentes, Jerry West. 

“Era como ver a Willie Mays (mito del beisbol) o a Cassius Clay por primera vez. Sabes estás ante un jugador único”, vislumbraba el reportero Leonard Koppett. “Se apropiaba de los tableros. Nunca había visto un jugador de su talla con esa capacida atlética” ahonda Tom Heinsohn. “Era el jugador más rápido de la Liga. Larry Costello era demasiado ligero para mí. Siempre me daba problemas y entonces aparecía Bill”, agradece Cousy. 

Con 2,07 metros de estatura, nunca fue más allá del tercer máximo encestador del equipo. Pero su dominio del rebote hacía esencial su primer pase rápido de contrataataque. De movimientos limitados (se apoyaba sobre todo en su gancho de izquierda), con su certera lectura del juego encontraba al compañero mejor situado. “Tú tienes que guardar tu canasta y eso Bill lo hace mejor que nadie” (Pete Newell). Con las alas desplegadas, su imponente envergadura (2,24 metros) obstruía las vías rivales. “Recordaba los movimientos de sus oponentes y ajustaba su repertorio. Pensé que era testigo del cambio del baloncesto profesional” (Charlie Share). Su tiempo de salto se acoplaba con la precisión de un reloj suizo. Si caía en una finta, siempre volvía. Los equipos apuraban ataques más rápidos (a finales de los 50 el promedio de posesión apenas duraba 11 segundos) y con mejor circulación de balón para hallar lanzadores librados. “Nadie se había preocupado de taponar tiros antes que él” (Red Auerbach). 

“Los Celtics tendría que agradecer a Dios eternamente el hecho de tener a Russell” (Dolph Schayes). ¡Y tanto! 

¿Alguien duda que Bill Russell cambio la historia del baloncesto? 

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Entre la variada bibliografía consultada destaco La Leyenda Verde de Juan Francisco Escudero y Antonio Rodríguez, auténtica biblia en castellano del universo céltico, y los maravillosos relatos publicados en sus libros por Gonzalo Vázquez.


La Camiseta

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Nadie del gran público había oído hablar de él cuando le convocaron de urgencia con los profesionales. “A las 11 en punto preséntate sin falta en la puerta de jugadores”, le había comunicado su entrenador en el junior.
Recién llegado le habían acomodado temporalmente en una pensión de confianza junto a un argentino que se pasaba el día canturreando rap. No pegó ojo. No esperaba la noticia. Le había costado un mundo salir del pueblo y todavía estaba cogiéndole el aire a la ciudad. “Sólo te falta la boina y las gallinas”, le vacilaba el que a la postre se convertiría en su mejor compañero y en su lazarillo en la urbe.
Retraído, tímido, era en la cancha donde más a gusto se mostraba. En el instituto pasaba desapercibido (y disfrutaba en el anonimato). Un poco más alto de lo normal, bastante más silencioso de lo corriente, sus notas no sobresalían de la media. Sólo un puñado de colegas conocía que ese verano había llegado de fuera para jugar al baloncesto en el club local.


Llegó con tiempo a la parada del bus que conducía al pabellón. No tardó ni cinco minutos en pasar el 7 (precisamente el número que se enfundaría ese día). A cuarto de hora para alcanzar su destino empezó a salir humo del motor, el conductor detuvo el vehículo y explicó a los pocos ocupantes que aquello pintaba mal y que debían de aguardar un rato para tomar el siguiente. Al chico le dio un vuelco el corazón. Las diez y media. ¿Y si no llegaba a tiempo? Sin pensarlo, echó a correr siguiendo el único itinerario que conocía, el mismo que repetía a diario con el autobús. Boqueaba cuando al atravesar el parque divisó el pabellón. Aminoró la velocidad y acompasó pulsaciones.
A unos 50 metros del portón de entrada un niño que no alcanzaría los 10 años apretaba la mano de su padre. El peque le señaló para que se detuviera. “¿Me firmas un autógrafo?”, le soltó cuando se cruzaron ante la incrédula mirada del progenitor.
El junior continuó camino como si no le hubiese oído pensando que el crío no se refería a él y acrecentó el paso cuando constató que el resto de sus compañeros seniors iban traspasando el pórtico de acceso. El chavalín no soltó a su padre, pero se armó de valor y vociferó: “Perdona, ¿tú no eres Carlos, ese que ha venido de Alcázar que dicen que es tan bueno? Al escuchar su nombre no pudo esconder su asombro. Se viró sin detenerse para gritar: “Sí, soy Carlos, pero de verdad que no me puedo parar. Si  llego tarde a mi primer partido, me matan. A la salida esperarme aquí y te firmo lo que quieras. Mil gracias y mil perdones”.
En ese instante sprintó porque observó que por el otro lado venía el entrenador, que esbozó una mueca divertida cuando comprobó que el chaval navegaba en sudor. “Pues sí que tienes ganas de jugar”. El chico bajó la cabeza un tanto avergonzado y el experimentado adiestrador redujo la incomodidad con una carantoña “vamos que hay que dejar algo para luego, que el rival viene fiero”. Ya en el vestuario, como  no había realizado ningún entrenamiento con el primer equipo, el técnico le presentó: “Éste es Carlos. Le hemos firmado este año y como falta Luis, hoy nos va a ayudar a ganar el partido”.
“Bienvenido chico”, dijo uno. “Ánimo”, se escuchó del otro lado. “Vamos zagal que nos han dicho que eres un monstruo”, mintió el capitán, pues ninguno de ellos le había visto jugar. El que a ojos de todos parecía un figura se pellizcaba para volver a la realidad.
Fiel a su costumbre se vistió rápido y salió un ratito a tirar antes de la última charla del coach. El rival aterrizaba primero en tierras castellanas. Luis, el base titular, lesionado; Richi, el uruguayo que guardaba la zona, con una gripe de caballo no había podido concurrir a entreno alguno; y Pintur, el fino estilista croata, no terminaba de adaptarse, pero jugaría con un dedo de su mano izquierda (la buena) roto. Chungo.
El partido comenzó mal y devino peor. El ritmo lento de los líderes, de posesiones extenuantemente largas, adormeció a los locales. Sin agresividad ni líneas de pase, no robaban balones. Sin fiereza ni contacto, no cerraban el rebote. Imposible correr el contragolpe. Si atrás eran un coladero, en ataque eran el ejército de Pancho Villa. Cada uno hacía la guerra por su cuenta. Sin desparpajo ni naturalidad, ni siquiera desarrollaban los sistemas. Prisas, pérdidas y malos tiros. Los primeros tiempos muertos del coach incidían en la vía pedagógica, recapacitando sobre los errores y tratando de reinsertar el ánimo de los suyos. Como del tono conciliador nada sacaba, rebuscó adentro, en el orgullo. Menos. Extraviados, maniatados. Los jugadores hacían el camino de la cancha al banquillo sin atisbo de reacción. En aquel trasiego, Carlos quedó ubicado junto a Richi en la carreta. El sudamericano que hasta entonces no había comparecido en cancha, le guiñó el ojo: “¿Qué te parece si entre los dos arreglamos esto?”. El muchacho sonrió brevemente, pero no pronunció palabra.
Transcurrieron otros 2 minutos y aquello presagiaba funeral. 25 abajo. El entrenador se mesó los cabellos, se rascó la barbilla y giró de golpe hacia ellos. Se puso en cuclillas y los miró de frente, directamente a los ojos.  Primero se dirigió al veterano: “Richi, si mañana nos invadieran los franceses, serías al primero  que me gustaría tener en mi trinchera. Quiero que le muerdas los huevos a todo aquel que se imagine atravesando la zona. Luego cierra el rebote y se lo das aquí al artista”. Movió levemente la cabeza en dirección al novato: “Chaval, me han dicho que tocas el violín de cojones. Así que afina y deléitanos. Haz lo que te salga de aquí” y con la palma de la mano le tocó la cabeza. “No te cortes. Quiero que juegues y nos hagas jugar. Si tienes tiro, lanzas; si ves un pase, no dudes en darlo. Si te equivocas, la bronca me la como yo. ¡Así que hala!”.
El primer balón que recibió se lo botó en el pié y salió por el lateral. “Vamos, no pasa nada”, escuchó la misma voz desde la banda. Asintió con seguridad y a Galán, que ya peinaba muchas canas, le dio buena espina.
Richi bufaba a todo oponente que le circundara dos metros a la redonda, batió sus alicaídas alas y puso una chapa contra el tablero de las que aulla la grada, se tiró en plancha a por un balón sin dueño y tabicó bloqueos graníticos para las salidas de los aleros y los slalom del niño que por entonces había despejado miedos y limpiaba rivales con la facilidad de un espadachín. En los 3 minutos que se cumplieron hasta el intermedio, bajaron la diferencia a 15. Jodido, pero había un atisbo de esperanza.
En el descanso Galán repasó conceptos y alentó a sus huestes. Cuando casi todos habían salido hizo un aparte con el dúo de marras. Richi sudaba a cascadas, desfigurado. Aún así le preguntó: “¿Qué tal soldado?”. “Mejor que nunca. Lo siento por ellos”, espetó el pivot. El chico sonreía detrás. “Peter Pan, tú sigue igual. Hemos comprado todos la entrada y nos llevas a tu mundo”.
La segunda parte fue un juego de hombres (hombre=charrúa) y de niños (niño=manchego). El veterano bloqueaba, percutía, cargaba, cuerpeaba. El junior dirigía, asistía, anotaba, inventaba. Los parciales iban cayendo favorables hasta voltear el marcador. Con 6 arriba, a 40 segundos para la finalización el aro escupe un lanzamiento de 3 de Pintur; Richi captura otro rechace inverosímil y por el rabillo del ojo vislumbra una silueta infantil. El mocoso atina su quinto triple y además saca un tiro libre adicional. Lo encesta para firmar la esquela del rival. Galán solicita un doble cambio ante la locura del gentío y homenajea a la singular pareja. El uruguayo besa la frente del aprendiz y de camino al banco le echa un brazo sobre el hombro para apoyarse en él. Se tambalea y está a punto de caer. El fisio corre raudo: “¿Qué te pasa?”. El de Montevideo lo mira sin verlo: “Anda dame aire que me lo he debido de comer todo”. Al momento, aparca un segundo la mascarilla para dirigirse a su cómplice: “Te dije que lo arreglábamos”.
Tras el pitido final enorme ovación, manteo a la promesa que tuerce el gesto de Galán, saludos y felicitaciones con los oponentes.
El vestuario es un hervidero. Han remontado 25 puntos a los líderes y los medios de comunicación aguardan para recoger las impresiones de los héroes. Carlos coincide un instante con Galán. “Bien jugado chico y muy obediente: Hiciste lo que te dijo el maestro” para envolverlo entre carcajadas en un cálido abrazo que el muchacho interrumpe: “¡Coño! Perdone coach, pero he olvidado algo”. Sin ducharse y con la ropa de juego puesta sale disparado.
En la puerta de jugadores aguardan unos pocos familiares, pero él busca inquieto a unos desconocidos. Los distingue y corre hacia ellos: “Disculpar lo de antes, pero no podía llegar tarde”. El pequeño, nervioso, ya tenía preparado un papel y un bolígrafo para la firma de su nuevo ídolo. “¿Cómo te llamas?”. “Todos me conocen por Fer”. Carlos garabatea: “Con cariño para Fer, mi primer fan”. Muy emocionado continua la conversación: “Y mil gracias por esperarme. No me perdonaría que no hubierais estado”. Cuando iba a reemprender camino se detiene: “Oye ¿te gustaría quedarte con mi camiseta? Fer abre los ojos como platos, mira a su padre y contesta: “¡Uff! ¡Claro! Pero es tu primera camiseta”. Carlos enseguida le corta: “Ya, pero yo espero vestir más y no se me ocurre nadie que la pueda guardar mejor que tú. Quédatela por favor, que me has dado suerte”. Los chicos se abrazan, se despiden y Carlos sale al trote tiritando, que los primeros fríos del invierno ya se dejan sentir.
Cuando regresa al vestuario aborda al delegado en una esquina. “Oye ¿cuánto cuesta la camiseta? El empleado, conmovido, le tranquiliza: “No sé, no te preocupes. Ésta te la puedes quedar que es la de tu debut”. La respuesta no convence al agitado novel que insiste: “No. Si es para pagarla, que la he regalado”. El otro no salía de su asombro: “Anda ya, vas a pagarla… No me jodas, la camiseta con la que te estrenas y la regalas… ¡Ya te vale! Pero tú sabrás…”.

20 años después. Rueda de prensa multitudinaria en la despedida de Carlos. Internacional en un montón de ocasiones. Multitud de premios y títulos y siempre en el mismo equipo. Sus compañeros y entrenador le rodean. Primera pregunta: “¿De qué te acuerdas? ¿Qué es lo primero que te viene a la cabeza?

Carlos sonríe y se detiene pensativo: “De mi primera camiseta”. Y revela la historia que precede. Cuando concluye, la sala se mantiene en silencio, cautivada. Otro periodista reconduce el trance: “¿Y no te gustaría tener aquella camiseta?”. “No”, responde tajante Carlos. Se gira hacia sus compañeros y formula otra intrigante cuestión: “¿Puedo contarlo?”. Alguien ha asentido. Carlos respira hondo y vuelve la vista a los periodistas: “No me equivoqué. Como dije, la camiseta la tiene el más fiel guardián, la persona a la que cedo el testigo como capitán del equipo. Fer ven para acá”. Como hace dos décadas, dos niños, ya hombres, se abrazan de corazón ante las miradas perplejas de periodistas y compañeros que rompen a aplaudir. 

Luyk, un tío con gancho

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“Hay un antes y un después de Clifford Luyk en el baloncesto español”. La frase hay que atribuírsela hace ya lustros a un rival y compañero, Juan Antonio Martínez Arroyo. Para calibrar su verdadera valía podríamos echar un vistazo a su curriculum (33 títulos), pero su importancia hay que alejarla de los fríos números. El Madrid y la selección después, crecieron al cobijo de su alargada sombra hasta arrimarse a la altura de los grandes, sin excusas, ni complejos. Armado para lo grueso, dotado para lo fino, su estilizada figura guardaba las piezas de un campeón. Respondía a la terca estirpe de jugador de ceño fruncido que cree que lo mejor de ganar es no perder, y así contagió su espíritu depredador a lo largo de década y media.
Socarrón, presume de ser el mejor jugador de mus nacido fuera de la Península Ibérica. Como las cartas sólo acierto a sostenerlas y no sé si será para tanto, indago en las páginas amarillentas del basket para cotejar qué hay de mito en las palabras de reconocimiento del fenomenal base de Estudiantes.



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No hay mus
Clifford inició su particular partida un 28 de junio de 1942 en Chittenango, Siracusa, estado de Nueva York. La urgencia de un parto adelantado una semana le hizo nacer sobre una curiosa superficie: “La cama de mis padres era demasiado blanda, así que se decidió usar la mesa del comedor”. La misma que ocho años más tarde los niños (Hebert y Clifford) transformaron en tablero para su genuina canasta casera. 
Sus padres, emigrantes, se habían conocido en el barco transoceánico que les trasladaba al esperanzador Nuevo Mundo, Él natural de Amsterdam, ella provenía de un pueblo cerquita de Zurich, se entendieron en alemán. La familia vivía en una casa de tres pisos de la que en algunas mañanas de frío invierno tenían que salir con la ayuda de un pequeño tobogán para salvar la capa de nieve que la cubría y no era extraño que los pequeños llegaran a la escuela esquiando.
Cliff compaginó desde los 6 años su destreza con el bate y su habilidad frente al aro, pero concluida su etapa en el instituto público Vernon-Verona- Sherrill el beisbol quedó atrás. En su última temporada como “red devil” sus deslumbrantes registros, 27,1 puntos, le abrían un futuro ilusionante. Por entonces ya levantaba 203 centímetros del suelo. Visitó hasta 5 colleges para decantarse finalmente por el programa de baloncesto de la Universidad de Florida en Gainesville. En su debut junto al entrenador John Mauer promedió unos alentadores 7,3 puntos y 7 rebotes, pero el bagaje grupal fue deprimente (6 victorias por 16 derrotas). Norm Sloan viró la tendencia en los dos siguientes cursos  (balance 15/11 y 12/11). El afamado coach de la célebre chaqueta a cuadros  rojos y blancos, que sería campeón en el 74 con North Carolina State, entregó las llaves de la zona a Luyk y éste devolvió la confianza con guarismos excelentes, 14,9 puntos y 13 rebotes como junior y 21,3 tantos y 15,3 rechaces (séptimo reboteador del país) en su despedida con actuaciones llamativas (40 puntos ante Tennessee y 36 frente a Georgia). Salió licenciado en Ciencias Exactas camino al draft de 1962. Los Knicks le eligieron en la posición 29 de la cuarta ronda en un evento que introduciría en la Liga Profesional a 4 futuros Hall of Fame (Dave DeBusschere, Jerry Lucas, John Havlicek y Don Nelson). En la misma fiesta, sonó temprano otro nombre acreditado por entonces en España: los Philadelphia Warriors designaron a Wayne Hightower en 5ª posición.

Envido
Un año antes Pedro Ferrándiz había saltado el charco para levantarle a los propios Harlem Globetrotters al talentoso Hightower con el consiguiente enfado de su propietario Abe Saperstein, que llegó a escribir una misiva de repulsa al propio Santiago Bernabéu. El impacto del fichaje fue tremendo. Si bien el norteamericano nunca se integró por completo en la dinámica del equipo (siempre parecía hallarse en su mundo, escondido tras un libro, que nadie sabe si terminó de leer, o bajo un sombrero), se trataba de un diamante, un jugador superlativo, absolutamente desequilibrante. A su vera el Madrid avanzaba por la Copa de Europa con paso firme. En octavos de final, la argucia del alicantino ordenando la histórica autocanasta de Alocén conllevó la pírrica derrota por dos puntos en Varese y el cambio de reglamento. Los blancos remontan en casa (83-62), se deshacen del Legia Varsovia en cuartos y superan por dos puntos la desventaja que traían de Ljubljana para meterse en su primera final continental. En un partido magnífico el Madrid cayó con honor (aguantó hasta la expulsión por faltas del valiente Lluis Cortés mediada la segunda parte) en el Patinoire de Ginebra ante el Dinamo de Tiblisi por 90 a 83, pese a los 32 puntos de su estrella.
Ha llovido mucho desde entonces, pero la sección de baloncesto del Real estuvo a punto de desaparecer en el verano de 1962. La situación económica del club era tal que Saporta llegó a proponer la eliminación de todas las secciones (incluida la de baloncesto que le suponía un boquete de 3 millones de pesetas) y el cierre de la Ciudad Deportiva (otro agujero de igual tamaño). Más Don Santiago tenía cariño a sus gigantes y un ángel en casa, Doña María (su esposa), que intercedió por los altotes, aferrándose al prestigio que el baloncesto daba a la Sociedad. Salvados por la campaña, Ferrándiz había cedido su posición en el banquillo a Joaquín Hernández (procedente del desaparecido Hesperia, filial blanco) para asumir la secretaria técnica. Paco Amescua sustituía a Antonio Candelas como delegado del equipo. A Hightower se le comunicaba telegráficamente que no se prolongaba su contrato. Pedro volvió a hacer las Américas para fichar a dos blanquitos que entrarían en la historia del Real. Cuentan que invitado por el presidente de los Knicks se fijó en Burgess y Luyk durante un encuentro amistoso que los enfrentaba a los fabulosos Celtics de Boston. Lo que iba a ser un préstamo de un año, en el caso de Clifford se convirtió en una travesía de 16 temporadas como jugador. Emiliano, la figura del equipo, acudió al aeropuerto a recibir al trío. Ni Rodríguez ni  un desvencijado Barajas impresionaron a Luyk: “¿Éste tío bajito con ese pecho de pollo es el que dices que es tan bueno?”, espetó a Ferrándiz.
Enseguida Luyk maridó con club y ciudad. Hospedado los primeros meses en el Hotel Victoria con el aragonés José María Aybar (su segundo padre) como singular cicerone, se mezcló con toreros (el Viti, Palomo Linares, etc…), aprendió a jugar al mus, degustó la gastronomía hispana,  para enraizar como un “gatito” más. El 25 de noviembre de 1962 Clifford hizo su puesta de largo en Lisboa ante el Benfica anotando 20 puntos en la victoria 61-97.

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El “enemigo” ruso
El partido de vuelta de los cuartos de final de aquella edición de 1963 de la Copa de Europa frente al Honved húngaro supuso la primera retransmisión televisiva de un encuentro de baloncesto en España. Las imágenes llegaron a través de 3 cámaras únicamente. La inconfundible voz de Matías Prats llevó la emoción (el Madrid igualó la eliminatoria) a los pocos hogares que disponían del codiciado aparato. El siempre enciclopédico Prats recurrió a la ayuda de Pedro Macía para adiestrarle en los pormenores de un deporte que desconocía. Su hijo, el pequeño Matías, anotaba las faltas personales. En el desempate, el Madrid se impondría de nuevo a los magiares en el mítico y ancestral Frontón Fiesta Alegre (con un fondo y un lateral encajonados por aquel muro verde).
En semifinales el Madrid cae 79-60 en Brno. Un ardid de Saporta consigue retrasar 17 días el choque de vuelta, lo que da tiempo a Emiliano a recuperarse de su lesión en el tobillo. Sevillano y Burgess avivan la remontada que les conduce a su segunda final consecutiva. Tras arduas negociaciones (Saporta, Bernabeu y Ferrándiz se desplazaron directamente a El Pardo), se consiguió el beneplácito de Franco para acudir a la Unión Soviética y recibir a los rusos en el enfrentamiento a doble partido. Los del Ejército Rojo no tenían cuernos ni rabo ni portaban tridente como alguno se imaginaba y en pleno mes de julio exprimieron la capital española (alucinaron en El Corte Inglés, cataron la vida nocturna, acudieron a una corrida de novillos en Las Ventas, visitaron el estadio Bernabeu y se deleitaron con una revista en el cine Capitol). Cumplida la romería tocaba trabajo. 23 de julio con 40 grados en Madrid y el Fiesta Alegre lleno a reventar. La defensa y el temible contraataque blanco (50 puntos entre Emiliano y Sevillano) llevaban con la lengua fuera a los de la Armada Roja. Un mate de Luyk situaba la máxima diferencia (73-43) entre una grada enloquecida. Flaquean las reservas merengues y el TSKA de la mano de un gran Aleksandr Travin ajusta el marcador (86-69). Antes de partir, los soviéticos no dejaron pasar la oportunidad de visionar la película “West Side Story”: cuentan que el percherón Korneev lloraba como una magdalena.
Devolución de visita e hito histórico. Por vez primera desde la dictadura franquista un equipo español pisa suelo prohibido. Transcurrido un tiempo infinito en la aduana, Moscú y su régimen comunista les reciben con calorazo (33 grados), cordialidad y carestías. Ese primitivo viaje fue el primero de muchos en los vetustos Tupolev de la compañía Aeroflot, de alojarse en el Metropol donde servían la cerveza caliente y a cualquier sopa con dos albóndigas hacían llamar comida, de intercambiar camisas y vaqueros por cuadros (Ferrándiz, antes de meterse en un lío de proporciones bíblicas, tuvo que devolver un lienzo flamenco del siglo XVI adquirido en una tienda que en occidente hubieran tasado en más de 2 millones de pesetas), iconos religiosos y caviar (que terminaba a precio astronómico en el Jockey y demás restaurantes de postín de Madrid). Cumplieron con las obligadas visitas turísticas (cambio de guardia en la Plaza Roja, mausoleo de Lenin, el Kremlin y al teatro Bolshoi). Aquel 30 de julio, entre los 20 mil espectadores que atestaban el Estadio Lenin figuraba el mítico Yuri Gagarin. El “despiste” del protocolo local lo subsanó Saporta aportando la bandera española que junto a varios discos con el himno nacional siempre portaba en su maleta (por si acaso).  Los locales accionaron el rodillo y al descanso (48-34) casi habían enjugado la desventaja. Con 20 abajo y 15 segundos, José Ramón Durand anota el primer tiro libre, yerra el segundo que es palmeado y encestado milagrosamente por Burgess. La igualdad del tanteo implica un desempate a disputar en un máximo de 48 horas. Los blancos acortan el plazo a 24 para que Emiliano pudiera llegar a su boda (la estampa del pasillo a la salida de la iglesia en el que los compañeros homenajean a la feliz pareja, sosteniendo cada uno un balón en alto, es memorable). Españoles y rusos confraternizan fuera de la cancha en una cena entrañable llena de camaradería. Al día siguiente, TSKA(con un banquillo mucho más extenso) se proclama campeón (99-80). A pesar de la derrota, Don Santiago se muestra orgulloso “del paso decisivo para la popularidad de nuestro deporte” y compara metafóricamente la paloma de la paz con un anaranjado balón de baloncesto. En el comportamiento exquisito de ambas aficiones, se demostraba que los pueblos están muy por encima de la necedad de sus dirigentes. Emiliano alababa el rendimiento del dúo norteamericano: “Su labor ha sido extraordinaria. Individualmente no tienen comparación con Hightower, pero en conjunto su trabajo se ha acomodado más y mejor a la dinámica del equipo y a nuestro ritmo de juego”.

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Se acabó la siembra
Si el Madrid dominaba con mano firme la competición doméstica (tras la llegada de Luyk encadenó 4 Ligas consecutivas), para reinar en Europa habría de doblegar a los países de la Europa del Este y posteriormente a las más graníticas escuadras italianas. Y a la tercera fue la vencida. El Real aprovechó el año sabático de los soviéticos (dedicados a preparar bajo la supervisión de Aleksander Gomelski los Juegos Olímpicos de Tokio 64) que habían copado las 6 ediciones iniciales, para alzarse con el título. No fue fácil. En semifinales se enganchó a Emiliano (26 puntos) para sobrevivir en el Palalido milanés (asumible derrota 82-77). El leonés completó una eliminatoria espléndida (otros 32 puntos) y condujo a los blancos (101-78) a su tercera final consecutiva.  Un abarrotado Palacio de Invierno fue testigo de la victoria de Spartak de Brno, pese al empuje de Emiliano (31), Burgess (22) y Luyk (18). Máxima expectación ese 10 de mayo de 1964 en el Fiesta Alegre (3.500 espectadores lo constreñían). Los príncipes de España presidían en el palco. Estrechez al descanso (37-33 para los locales). En la reanudación, los merengues salen desbocados, domeñan el rebote (favorecidos por las eliminaciones de J. Bobrovski y Konechkny), Sainz enciende la mecha de sus cohetes (Sevi y Emi)  para culminar una gesta histórica (84-64). Luyk (25) acompaña al gran Emiliano (28) en el casillero anotador. Muy reseñable el esfuerzo defensivo de Burgess sobre la estrella checa, J. Bobrovski (al que dejó en 8 puntos). El capitán Sevillano levanta el trofeo donado por L´Equipe de manos de William Jones.
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Abierta la lata el Madrid le coge el gusto. Se enfrentan con gallardía a su situación más dolorosa: el fallecimiento en meses de su entrenador Joaquín Hernándezaquejado de un cáncer renal. Ferrándiz regresa al banquillo para completar su primer triplete. En las semis europeasprueba de fuego en Belgrado. Si en casa se habían impuesto 84-61 al OKK que dirigía desde la banda Boris Stankovic y capitaneaba el gran Radivoj Korac, en la capital de la antigua Yugoslavia les enseñaron el significado del vocablo encerrona, con premeditación (en la víspera ya les habían anunciado que el cronómetro electrónico se había estropeado), nocturnidad y alevosía. El partido se prolongó durante 138 minutos. Al delegado merengue ni se le permitía preguntar el tiempo que restaba. Al descanso los españoles perdían 45-32. En la continuación cae lesionado Sevillano, en el minuto 30 salen eliminados por faltas Luyk y Sainz. Poco después el que enfila el camino del banquillo es Burgess entre un preocupante 87-70. Ferrandiz da entrada a Jim Scott (aquel niño grandullón moreno al que Sevillano gastaba bromas que, un tanto despistado con la geografía, en un viaje a Austria pidió a sus compañeros que le avisasen cuando avistaran un canguro)  para auxiliar a Moncho Monsalve. Las desventajas se estabilizaron entre los 10 y los 15 puntos. Por lo visto, tras un escalofriante mate de Scott, el gesto de impotencia hacia su banquillo del genial Korac, que aquella noche alcanzó los 58 puntos (ese año ante el Alviks de Estocolmo había establecido su record de anotación en 99 puntos), significó el término del melodrama con victoria local 113-96. Al  santanderino Manolo Ducal (fiel seguidor), el episodio le costó un disgusto: un aficionado local se cansó de que reclamase insistentemente el tiempo y sin mediar palabra le aplastó el reloj sin sacárselo de la muñeca. Relatan también que una conocida actriz húngara de nombre Elizabeth se pasó los días persiguiendo a los alas blancos, Emiliano y Sevillano. Había que oír a Ferrándiz cuando se enteró, elucubrando sobre una maquiavélica maniobra de los yugoslavos.
Si el Madrid entró por la vía épica en la final, el TSKA tampoco se ahorró sufrimiento, pues los italianos del Ignis de Varese con el dudosamente nacionalizado Tonny Gennari de figura se las hicieron pasar  canutas.
Entre Lolo Sainz, que maniató al cerebro soviético, Alachatchan, y Luyk, sublime (30 puntos), en uno de los mejores partidos que recuerda (salió eliminado por faltas en medio de una gran ovación), evitaron una derrota mayor (88-81). La fantástica reacción de la grada evaporó la inicial “rusofobia” de Clifford de un plumazo. En Madrid, los forasteros fueron convenientemente agasajados (contundentes comidas, toros y fútbol). Emiliano, aprovechó la 4ª falta de Volnov para abrir una vía de agua en un parcial favorable al descanso 36-29. Ferrándiz desembridó a los suyos. Las personales mermaron a las torres rusas y el Madrid apoyado en el dominio de los aros pudo correr a campo abierto. A la conclusión 76-62. Suficiente para coronar el 13 de abril de 1965 la2ª Copa de Europa consecutiva y sacar a hombros a Bernabéu.

Órdago: la nacionalización
Vientos de guerra soplaban en el baloncesto español. Concluida la campaña 63/64, Anselmo López (con la idea de proteger a la selección española) y los clubs catalanes, habían propuesto reducir el número de plazas de jugadores extranjeros. Si la resistencia de la Federación Castellana evitó la medida, un año más tarde, en la Asamblea de julio del 65, se acordó que para la campaña subsiguiente (66/67) quedaba prohibida la inscripción de jugadores foráneos. Saporta abandonó la reunión indignado: “Si me prohibís que Luyk y Burgess puedan jugar como extranjeros, no podréis impedir que lo hagan como españoles”.
“Cada verano me daba cuenta de que donde me encontraba realmente a gusto era en España. Y así comuniqué a Don Raimundo en una gira por Sudamérica mi decisión de nacionalizarme”.  Saporta maniobra y en Consejo de Ministros se le concede la nacionalidad española “en razón a los méritos contraídos por haber colaborado en la conquista de dos Copas de Europa para el baloncesto español”. Lo publica el BOE en su edición de 5 de noviembre de 1965. Sus rivales nacionales habían hecho un pan como unas tortas, pues los capitalinos salían muy reforzados.
La demolición del Frontón Fiesta Alegre obliga a la construccióna la carrera de un Pabellón propio en la Ciudad Deportiva. La primera Copa Intercontinental Trofeo Phillips, posteriormente renombrado como Torneo de Navidad, sirvió para inaugurar el nuevo y moderno recinto el día de Reyes de 1966 (su estreno se había demorado unos días, pues habían olvidado ubicar el baño de señoras). Durante las obras, los blancos disputan algunos de sus encuentros como inquilinos en el coqueto y diminuto gimnasio del Colegio Maravillas.
 Ferrándiz ambicionaba el puesto de seleccionador (del que luego salió como el rosario de la aurora), por lo que pasó a ocupar nuevamente la dirección técnica de la sección. Se pensó en el prestigioso Robert Busnel (“el poeta del baloncesto”), pero el experimento salió rana. El Madrid hizo doblete, venció por la mínima en la final de Copa ante el Juventud gracias a un tiro libre de Emiliano (con 24 puntos del “nuevo español” Clifford Luyk) y también se impuso con suspense (78-73) a su principal rival, el Picadero barcelonés (el presidente Joaquín Rodríguez, con el patrocinio de la cervecera Damn había firmado a Chus Codina, José Ramón Ramos, Lorenzo Alocén y al puertorriqueño Teófilo Cruz para rodear al excelente Alfonso Martínez), en el encuentro decisivo por el trofeo liguero. El Mataró obró de matagigantes y juez de la competición. En ambos títulos se oyeron las quejas discrepantes de los catalanes por los polémicos arbitrajes. El Madrid, involucrado en un grupo durísimo, no pasa de los cuartos europeos. Slavia de Praga (del maravilloso Jeri Zidek) y Simmenthal milanés, dirigido por Rubini y comandado por Bill Bradley cercenan la trayectoria blanca y acceden a semifinales y a disputar la final con posterioridad. La audacia de los lombardos,  que aprovecharon que la futura estrella rutilante de los Knicks se encontraba en Oxford completando su formación académica para conseguir que participase con el equipo en el torneo continental, les otorgó el rédito del título.

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Dos “orejonas” consecutivas
La Liga del 67 fue la única que se escapó del insaciable gaznate del gran Pedro Ferrándiz que retornaba al banquillo. Paniagua (proveniente del  segunda de Manolo Villafranca), Cristobal (ascendido del juvenil), Guardiola (fichado del Sevilla) y José Ramón Ramos (firmado en una operación a tres bandas con Picadero y Estudiantes) reforzaban el nutrido plantel nacional en una edición sin foráneos. Para la Copa de Europa se contrataron dos americanos de categoría, Miles Aiken (máximo anotador en el Águilas bilbaíno) y Jim McIntyre. Ambos saldrían tarifando con el levantino. Doshistóricas canastas de Emilio Seguraotorgan la Liga al Juventud en una enloquecida Nevera que pasea a hombros a Ignacio Pinedo. Clifford Luyk pronto se restablece de los 2 tiros libres decisivos que marró en las postrimerías del encuentro y hace 40 puntos en la final de Copa que el Madrid le gana al Kas en Vitoria. Saporta consigue llevar la final a 4 de la Copa de Europa a Madrid. El Real suda tinta china para imponerse 88-86 en semifinales al Olimpia. En la final, McIntyre acorta la mecha de Vianello, y los bases blancos empeñan sus voluntades en emborronar los porcentajes del americano Chobin (aunque anotó 32 puntos). La táctica da fruto para enviar a la lona al Simenthal (91-83) con 29 tantos de Emiliano, 23 de Aiken (muy por encima de su compatriota Robbins) y  17 de Luyk, que anduvo renqueante de su rodilla todo el año, de la que tuvo que volver a operarse en verano.
En la confrontación decisiva de cuartos de final de la siguiente Copa de Europa por fin asoma un dubitativo Brabender que estuvo en un tris de ser cortado. En la capital los blancos se imponen 64-54 al Macabi gracias al generoso desgaste del novato Wayne sobre Tal Brody, al que limita a tan sólo 5 puntos. El nacionalizado israelí le felicita al final del choque en el inicio de una eterna amistad. En la vuelta Santiago Bernabeu entrega su insignia del club a Moshe Dayan en un gesto envuelto en polémica, pues los estados de Israel y España no mantenían relaciones internacionales por entonces. Brody (26) y Brabender (19) rivalizan en aciertos. Los amarillos estiran la diferencia hasta 14 en la segunda parte. Luyk (31) y Aiken (23) insuflan vida al Real. En los tiempos muertos, Ferrándiz prohíbe la prórroga. Con 2 segundos y 75-74 en contra, Carlos Sevillano recibe falta personal. “No se te ocurra meterlo”, vocifera el técnico. El capitán le hace caso y lanza horrorosamente el primero. El árbitro se acerca, parece amenazarle y anota el segundo. Ferrándiz se lo comía. Si en la prórroga (que no jugó, castigado), el Madrid hubiera perdido por más de 10 (96-88 al final), Sevillano vuelve nadando. En las semifinales a doble partido, Brabender se consagra en su marcaje sobre Djerdja, la estrella junto a Cosic, del Zadar.
En la victoria decisiva en Badalona,  Sevillano se había roto el tendón rotuliano (el percance terminaría con su carrera). Esta vez una canasta milagrosa de Paniagua le había entregado el título liguero a los blancos y de paso había salvado el culo de Emiliano, que no había aprendido de la regañina a Sevillano en Israel.
Lafinal del 68 en Lyon escenifica el esplendor de los suplentes. La espalda de Emiliano dijo basta en la primera parte. Si bien el Madrid llegó a gozar de una diferencia de hasta 10 puntos sobre el Spartak de Brno (que con los hermanos Bobrowski, Konvicka y Novicki entre otros, partía como favorito) a falta de 7 minutos, transcurridos otros 2 la diferencia se limaba a 4 míseros tantos (86-82) con un quinteto de circunstancias y formato pequeño obligado por las eliminaciones. Paniagua, Sainz, Toncho Nava (10 puntos y gran trabajo sobre Pistelak) y José Ramón Ramos establecieron una defensa numantina en torno a un Aiken (26 puntos) colosal para acarrear el cuarto título continental a las vitrinas (98-95). Luyk en su habitual rendimiento sostenido (24 puntos y 13 rebotes) enseñó el legendario camino a Brabender (22 puntos), ya indiscutible. Lolo Sainz fue paseado a hombros en su último partido y los checos cruzaron al vestuario blanco a felicitar muy deportivamente a los vencedores.

El chasco de Montjuic y “el enemigo italiano”
Reabierto el  mercado foráneo (se permite un extranjero por equipo), el Madrid nacionaliza a Brabender, inscribe a Aiken en Liga, recluta a Vicente Ramos del Estudiantes y asoman del junior Rullán, Cabrera y Viñas. Campeones de Liga, pero el tridente (Lluis, Buscató y Enrique Margall) se afana y traslada la Copa del Generalisimo a Badalona (82-81 en Orense), pese a los 28 puntos y 10 rebotes de Luyk. Con todo predispuesto, el Madrid se deja una nueva posibilidad de Copa de Europa en la final de Barcelona. Dilapida una ventaja de 4 puntos a falta de 25 segundos (Emiliano equivoca la estrategia con una entrada suicida y Lipso iguala en el último segundo). Aiken falla una canasta sencilla (que le cuesta su salida del Madrid) en el tiempo extra. Con el público a favor (indignado por unos inexistentes pasos señalados desde la imaginación del colegiado suizo André Pythoud) los rusos (con el antiguo base Alachatchan en la banda, pero dirigidos de facto por Aleksander Gomelski) aprovechan el momento y se alzan con el título (103-99 en la segunda prórroga). Belov se descubre como un jugador magnífico (19 puntos) y Andreiev como un muro de 2,15 metros insalvable (37 tantos y 11 rebotes).
El Madrid somete a su dictado el mercado doméstico (tres dobletes sucesivos), pero no atina en los refuerzos norteamericanos (el prometedor Bob Whitmore marcha de vuelta a su país –le pillan con marihuana- sin debutar, y ni Britelle ni Signorile ni Tim Muller ni Norbert Thimm rinden a la altura) y se debilita en el continente. Brabender pasa una temporada completa (la 69/70) en el dique seco debido a una grave lesión en la rodilla. Entra en liza el maravilloso Varese del maestro Nikolic, escuadra aguerrida y talentosa. Los Ossola, Raga y Meneghin levantan 2 de los tres siguientes trofeos, el del medio en el 71 convierte nuevamente a Belov en héroe de los moscovitas. Nikolic retorna a Belgrado para encargarse de una modesta escuela de baloncesto (cuentan que obligado por las autoridades para conservar su vivienda).

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Duplex con 2 Copas de Europa más
El Torneo de Navidad había conocido su más fascinante edición en diciembre del 71 con el alunizaje de la Universidad de Carolina del Norteguiada sabiamente por el irrepetible Dean Smith. “Baloncesto, Baloncesto”, titulaba en su crónica Marca. El grandioso Emiliano Rodríguez había colgado las botasconcluido el curso de 1973. El homenaje que recibió al alimón con su inseparable Nino Buscató y sus equipos enfrentados a la selección europea resultó conmovedor.
El ojo clínico del Real esta vez daba en la diana. El 10 de Emiliano lo habría de portar durante 7 años un tal Walter, de apellido impronunciable, Szczerbiak, que había recomendado el periodista Vicente Salaner, enviado especial del periódico Informaciones a Nueva York. Si en la prueba en privado gustó (Ferrándiz y Saporta le ligaron un contrato de 5 años), su puesta en escena en público resultó pavorosa: 46 puntos al Barsa del malabarista Héctor Blondet en la aplastante victoria 125-65 que abría la Liga. Carmelo Cabrera dejaba un encuentro para enmarcar en la fase de grupos europea frente al Radnicki yugoslavo (25 puntos, 4 rebotes, 5 asistencias y 9 robos adornaron la exhibición). El Madrid accedió a la final tras unas semifinales descafeinadas, pues la mitad de los franceses del Berck se declararon en huelga por impagos y los blancos no tuvieron piedad. En el Palis des Sports de Nantes aguardaba el fiero Ignis de Varese. El encuentro estuvo a punto de aplazarse por el fallecimiento la víspera del expresidente francés George Pompidou. Si los transalpinos dieron el primer golpe (22-10 en el minuto 8), Ferrándiz viró el rumbo trastocando los emparejamientos de los pivots (a un hasta entonces imparable Meneghin –llevaba 14 puntos- pasó a nublarlo Luyk, mientras que Rullan tomaba a Zanatta), a la vez que daba entrada al genial Carmelo Cabrera. En OK Corral, echaban humo los revólveres: Brabender (22) y Walter (14) nivelaron los disparos de Raga (17) y Morse (24). A falta de 2 minutos y medio y 78-74 en el electrónico, Cabrera, hasta entonces capital (16 puntos) comete dos faltas en ataque y es eliminado.  Ferrándiz “aprovechó la inexperiencia de Sandro Gamba” y tomó una decisión que marcó el destino del partido y transcendería el curso de la futura historia: cuando Vicente Ramos se despojaba del chándal, ordenó salir a Juan Antonio Corbalán. El junior de 18 años no se cortó, mostró desparpajo y aplomo, sacó dos faltas a la presión italiana y anotó los 4 tiros libres decisivos para amortajar a los varesinos (84-82). Luyk que estrenaba capitanía hizo entrega del trofeo a un emocionado Bernabéu: “Habéis escrito una de las páginas más brillantes en la historia del Real Madrid. Soy un anciano y me habéis dado una gran satisfacción”. Para coronar el triplete (en Liga sólo permitió un empate en el Palau), los blancos vencieron 87-85 en la final de Copa alicantina al Juventud en lo que supuso la despedida, entre lágrimas, delos ejemplares Buscató y Enrique Margall. Aquel equipo de ensueño se mantuvo 3 años, 2 meses y 26 días (88 partidos) imbatido en competición nacional.
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Ferrándiz abandona los banquillos al concluir la campaña 74-75 con su decimoprimer doblete, pero tras sobrevivir a otra encerrona monumental en Zadar (los de Cosic estiran el crono hasta 111 minutos), su Real pierde la vitola de favorito y cae en la final europea de Amberes frente al Ignis que, sin Meneghin lesionado ni Raga (cortado por Gamba antes de iniciarse la temporada), se encomendó a Morse (29 puntos). La eliminación en el minuto 27 del americano Yelverton (una figura universitaria que había salido por la puerta de atrás de la NBA al negarse a escuchar de pié el himno americano), allanaba el terreno, pero entró en liza un desconocido Sergio Ricci (13 puntos en una serie de 6 de 9 lanzamientos) para decantar definitivamente el encuentro.
Pedro designó a su ayudante, Sainz, como sucesor con sólo 35 años. Lolo apenas tocó la plantilla: simplemente incorporó a John Coughran del YMCA para aliviar a Luyk en la competencia continental. Una polémica canasta de Brabender sobre la bocina finiquitó la Liga en el Palau a falta de 5 jornadas. El espléndido Juventud, acaudillado por Víctor Escorial, Juan Ramón Fernández y Santillana le arrebató la última Copa del Generalísimo (Franco había fallecido en noviembre). En Europa, Varese (patrocinado ahora por Mobilgirgi) obtuvo su quinto entorchado, nuevamente a costa del Real en Ginebra (81-74). Morse (28 puntos) y Meneghin (23 tantos y 11 rebotes) no dieron opción. La mano de Sainz se empieza a notar en el tiempo venidero: sitúa a Corbalán por delante de Ramos y Cabrera, canjea a Coughran para la Liga (en detrimento de Walter) y revitaliza al equipo de la plaga de lesiones para completar un excelente botín (Liga, Copa e Intercontinental). La Girgi “elige” mal rival (su derrota en Moscú mete en la final al Maccabi), pues los israelitas les derrocan contra natura en la Sala Pionir de Belgrado.
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Clifford saldó su último gran servicio a la Casa Blanca en las semifinales europeas de la temporada (77/78) de su  adiós. Cuando peor pintaban las cosas, con Walter eliminado, Luyk fagocitó a Jerkov en medio del infernal ambiente de Split. En el último minuto, el entrenador Skansi, desquiciado, fue sancionado con técnica. El público comenzó a entonar el himno nacional que los jugadores croatas corearon. El marcador final reflejaba un 72-77, mientras los blancos corrían despavoridos al vestuario. El 6 de abril en Munich la  final europea enfrentaba a dos pentacampeones. Otra vez la aparición de Carmelo Cabrera (con 22-28 en contra) devino decisiva. El mago canario removió los naipes, pellizcó a los suyos y surtió al letal Walter que desde entonces no erró un tiro. Rafa Rullan, ya en versión ilustrada, custodió la zona; Prada drenó el arsenal de Morse y Brabender mostró su contumaz casta y puntería. Luyk como capitán alzaba el sexto trofeo europeo blanco. A lo largo de la primavera el Real se dejó la Liga en Badalona (el Cotonificio de Aíto saca de rueda al Madrid y “Moka” Slavnic agranda su leyenda para hacer campeón a la Penya), mientras que la final de Copa pone en el mapa al Barsa del recién elegido José Luis Nuñez (que quería cepillarse la sección) y de una emergente generación (Epi, Sibilio, Solózabal, De la Cruz…). Dos días antes -2 de junio de 1978- había fallecido Santiago Bernabeu. La Intercontinental de Buenos Aires supuso el dulce colofón a la carrera de dos amigos, Clifford Luyk y Vicente Ramos.Una semana después, el 2 de julio, el equipo de sus amores los homenajeaba en el Pabellón ante la Selección Europea. Ambos recibían la Medalla al Mérito Deportivo.

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La Selección
El 16 de abril de 1966 estrenó la elástica roja en el Mundial oficioso de Chile. Y le quedó que ni pintada durante 150 ocasiones. Clifford la dio lustre y sirvió para que España ascendiera varios escalones. En un país de chaparritos, con el magnífico Alfonso Martínez (de sólo 1,93) como solitario islote en las aguas bravas de la pintura, la nacionalización de Luyk (y después de Brabender) supuso un acercamiento a la zona noble. El campeonato se celebró a la intemperie sobre pistas desmontables de madera colocadas frente a las gradas de los estadios futboleros bajo temperaturas otoñales. Sus 28 puntos en la victoria 81-70 sobre Argentina ya mostraban su ascendencia en la próxima década. España concluía en un esperanzador sexto puesto y se constató el deterioro definitivo en la relación entre Alfonso Martínez (al que pillaron de salida nocturna) y Antonio Díaz Miguel.
El camino hacia el podio llevó su tiempo. Luyk rescata, pese a las infiltraciones de novocaína que antes de los encuentros le inyectaba el doctor Guillen para calmar los dolores de su rodilla, su enriquecedora experiencia olímpica en Méjico 68. Los hispanos cosecharon su plaza de acceso en el previo de Monterrey (la celebración con el equipo polaco entre vodkas derivó apocalíptica). Durante la gira preparatoria a los Juegos, los 26 puntos de Luyk frente a Pacers (entonces en la ABA) habían virado los ojos de los de Indiana hacia su compatriota. Una derrota frente a la poderosa Yugoslavia (a la postre plata) tabicaba el paso a las impensables medallas. Pese al partidazo de Luyk (32 puntos), España tampoco podía con Méjico (72-73) ni con el caserísimo arbitraje del norteamericano Lichty. La Selección remató su participación con una clara victoria (y la séptima plaza) sobre Italia (lo que la situaba a la cabeza de la Europa Occidental). La prima curiosamente se cobró en monedas de oro.
Meritorio 5º puesto (la mejor clasificación hasta la fecha) en el Europeo de Nápoles 60 (con Luyk máximo reboteador del torneo) y crisis institucional en el bienio posterior. La dimisión de Samaranch, encarado con el Secretario del Movimiento, Torcuato Fernando Miranda, acarreó la salida de la Federación de Anselmo López y Raimundo Saporta. El advenimiento del dúo formado por Juan Gich (nuevo secretario) y Enrique Menor (como presidente federativo) tuvo un efecto ruinoso. En el lamentable Europeo de Essen 71, España retrocedía hasta el 7º puesto (algunos periódicos fustigaron sin misericordia a Luyk, que en meses había perdido a su madre y a su amigo José María Aybar, al tiempo que se encontraba descentrado por su próxima paternidad). A pesar de la pareja de marras, España sacó el billete para los Juegos Olímpicos de Munich 72 tras dos durísimos torneos en Groningen y Amsterdam primero y Augsburgo después (con la impactante aparición de un chaval de 17 años, un tal Corbalán, que todavía no había debutado entre los seniors del Madrid). En el medio, Menor ideó una gira de 21 días desarrollada entre Sudamérica (7 partidos) y España (otros 2). El agotador proceso (sólo tuvieron 8 días de descanso) restringió la gasolina de los jugadores hispanos, ubicados en la Villa a tan sólo 100 metros del atentado contra la expedición israelí. El postrero triunfo 84-83 sobre la República Federal Alemana (31 puntos de Luyk), entrañó un triste epílogo (undécimo lugar) para un conjunto sin reserva calórica.
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Saporta regresa a la Federación y Segura de Luna se instala como presidente. Calma y cordura antes del evento que propagó la fiebre de las canastas por la piel de toro, el Eurobasket de Barcelona 73. Luyk ya contaba alrededor con jóvenes y talentosos valores (Santillana, Rullan y Miguel Ángel Estrada) para defender el fuerte. A los perimetrales, fundamentos y puntos se les caían de las manos. El 27 de septiembre se daba el pistoletazo de salida frente al coco del grupo la insigne Yugoslavia, que llevó a España a rebufo para imponerse (65-59). “El verdadero campeonato empieza para nosotros mañana”, declaró juiciosamente el capitán Buscató. Contra Bulgaria, Miguel Ángel Estrada reivindicó su presencia maniatando al gigante Golomeev hasta lograr una diferencia (85-69) notable para posibles empates. El enconado y tradicional duelo entre Meneghin y Luyk condujo a los dos al banquillo, cargados de faltas, antes de cumplirse el minuto 10; Brabender sólo erró un tiro (23 puntos), Santillana (20) apuntaba caché continental y Luyk en su línea (13) en un triunfo insospechadamente cómodo (77-65). La zona gala se atraganta en la segunda parte y otorga una ventaja sustancial a los vecinos (51-58). Díaz Miguel recurre al fondo de armario y Cabrera encuentra recurrentemente a Buscató (23 tantos) para dinamitar el encuentro (85-80). Grecia tampoco opuso excesiva resistencia (86-74). Jueves 4 de octubre, Rusia rival en semifinales y Montjuic rebosante. La URSS sale mandona difuminando a los tiradores locales hasta que emerge Nino Buscató (convierte 8/9 lanzamientos), pero los soviéticos marchan con ventaja al descanso (40-45). Las zonas ideadas por Díaz Miguel comienzan a dar fruto, Estrada se significa como dique de contención y Ramos y Buscató espabilan carteras y salen en estampida al contragolpe. Estrada iguala a 70 y Nino adelanta a España. Ramos, en modo Capitán Trueno, anota 3 suspensiones (78-72). Antonio templa voluntades e introduce al experimentado Luyk y al habilidoso Carmelo para congelar el balón. Un majestuoso gancho de Estrada enmarca el broche definitivo (80-76). Locura colectiva. En la final, Yugoslavia pone a las claras (31-43 al descanso, 31-51 en el minuto 22 y 67-78 en el 40) su hegemonía en los 70. La plata sabe a dorado. Nino, no olvida las palabras premonitorias de Saporta, “al podio se sube con el pié derecho” cuando pone fin a su etapa con la selección. A Clifford le restaban tres competiciones más: meritorias clasificaciones en el Mundial de Puerto Rico 74 (5º) y Europeo de Belgrado 75 (4º) y bajonazo al escurrírsele entre los dedos el pasaporte olímpico hacia Montreal 76.

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El Luyk entrenador
“Mi ilusión es ser útil al Madrid”. Como entrenador en categorías inferiores a un primer año irregular le siguió un ciclo inmaculado, como atestiguan 4 campeonatos de España consecutivos (dos con el juvenil y otros dos con el junior). Clifford aglutinó a una extraordinaria generación. Con Paco Velasco de faro (todavía no se explica cómo no rompió en enorme jugador en categoría senior), Óscar Peña de estilete anotador y García Coll de intendente el perímetro, y Pedro Rodríguez, Guillermo Hernángomez e Imanol Rementería de guardia pretoriana interior, la talentosa muchachada pasó temporadas completas sin palmar un partido. Y no será porque enfrente no hubiese nivel (Toñín Llorente y Marrero en Inmobanco, Villacampa, Montero y Azcón en Joventut, Rafa Vecina en el Barsa). Luyk tocaba a arrebato y su jauría intercalaba agresivas defensas individuales y “tramposas” estrategias zonales, que conducía a un ritmo trepidante de patrones clásicos: contraataque, transición y sencillez en estático.  Su formación se completó durante 6 años como ayudante en el primer equipo. En junio del 90 le llega la alternativa en un banquillo ACB: firma por Villalba que busca patrocinador tras la espantada de BBVA. Y en éstas aparece Jesús Gil y su Atlético como salvador para poner la pasta y acaparar un proyecto que pretendía saltarse etapas y entrar en la élite ya (firmó al deslumbrante Walter Berry y a Shelton Jones). Pero al peculiar presidente le daba sarpullido todo lo que oliera a merengue y enseguida se deshizo del técnico (destituido tras la jornada 9 y un balance de 2 victorias). En la campaña siguiente hizo las maletas hacia Murcia, pero el presidente pimentonero, Juan Valverde, tampoco era un dechado de paciencia, y sólo duró otros 6 encuentros (registro 2-4) antes de ser cesado, aún en contra de la opinión de la plantilla que le apoyaba sin fisuras.
En enero de 1992, George Karl abandona Madrid (un tanto harto de críticas) para aceptar la oferta de los Seattle Supersonics, que habían destituido a K.C. Jones. Luyk muestra tal predisposición hacia el cargo que dirige los cuatro primeros partidos sin cerrar el contrato. “Estoy como en una nube. He visto cumplida la ilusión de mi vida”. Aprovecha el gran trabajo físico de Paco López, reduce el número de sistemas e incorpora “la mirada del tigre”. Dos buenos americanos (Ricky Brown y Mark Simpson) se agregan a 7 internaciones hispanos. Si en Granada un triple de Juan Aísa les echa de los cuartos coperos, en Nantes Brown aprovecha un regalo de Fassolulas para levantarle la Recopaal Paok. En Liga, tras eliminar a Barcelona y TAU Baskonia, el Real se bate hasta el último suspiro frente al Joventut, pero acusa en extremo la lesión en el cuarto partido de Antonio Martín (el collarín con el que abandona la cancha da idea de la seriedad de su lesión de columna). La Penya se impone con justicia 85-72. En la postemporada al triángulo anotador de referencia (Biriukov-Brown-Simpson) se une el fichaje estelar de Arvidas Sabonis y la llegada desde Guadalajara de Lasa y Santos. Luyk cumple su declaración de intenciones: “Si no corremos, 80% de juego interior”. El príncipe lituano abre la despensa de los títulos con la Copa de La Coruña y despliega su muestrario de fundamentos en Bolonia (donde sale ovacionado). Tras eliminar a los de Messina (Santos anula por completo a Danilovic), el Madrid parte como claro favorito para la Final Four de Atenas, pero el maestro Maljkovicteje una tela que enmaraña a los blancos a los que deja en sólo 52 puntos. Ni Luyk ni Skansi “esta tarde el baloncesto ha muerto”, reaccionan bien ante el insospechado campeón, un Limoges con los talentos justos (Michael Young, Dacoury y Forte) muy bien parapetado atrás. El Madrid se lame las heridas y rescata el título liguero 7 años después necesitando del mejor Antúnez (16 puntos y 4 asistencias), de la puntería de Biriukov (13 puntos incluidos 3 triples) y del abrumador Sabonis (22 puntos y 10 rebotes). Con el fichaje de Arlauckas y Kurtinaitis y las bajas de Romay, Brown y Simpson –sancionado por dopaje- Mariano Jaquotot da una vuelta de tuerca más. Laeliminación europea frente al Joventut de Obradovic, sitúa en el disparadero a Luyk, que no salva el cargo (a mitad de curso había desechado una oferta del PAOK Salónica que triplicaba sus emolumentos) ni con el posterior e inapelable (3-0) título de Liga frente al Barcelona. En la temporada 98/99Lorenzo Sanz junior se acordaría de Clifford nuevamente como entrenador del primer equipo para abordar un proyecto complicado de reajuste presupuestario, con una plantilla corta de la que sobresalían los Albertos y Tanoka Beard. En los torneos domésticos no pasaron de semifinales (TAU Cerámica en Copa y Caja San Fernando en Liga ejercieron de verdugos), mientras que en el continente Teamsytem Bolonia les cortó la trayectoria una ronda antes. El Madrid le relegaba a la dirección técnica y fichaba a Sergio Scariolo.

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Solomillo con 31 de mano
Desde fuera da la sensación de que la sigue mirando como si se hubiera enamorado de ella esa misma mañana. “Mi mejor gancho fue con mi mujer, enganchar a Paquita”. Se conocieron en el año 67 en Zorba, una boutique de la Gran Vía, mientras la modelo estaba probándose un traje para un desfile. Él aguardaba con Wayne Brabender y los presentaron, pero no volvieron a verse hasta 3 años más tarde al terminar un partido del Torneo de Navidad. Fue un flechazo. Seis meses después subían al altar de la iglesia de San Sebastián con el consiguiente mosqueo de la prensa rosa, pues ni celebraron bodorrio ni concedieron la exclusiva. Nadie daba un duro por la relación entre la Miss Europa y el famoso jugador, pero han pasado muchas lunas y ahí siguen.  Fruto del feliz enlace nacieron Sergio, Estefanía y Alex. Los chicos siguieron los pasos baloncestísticos del padre y el mayor llegó a jugar como profesional en el Real Madrid, Forum Filatélico y Breogan de Lugo. Estefanía se convirtió en una cotizada modelo. La vida dio un mordisco atroz a la familia cuando Sergio fallecía a la temprana edad de 36 años víctima de un cáncer. En el maravilloso documental “Campo de Estrellas” de Real Madrid Televisión, los Luyk recuerdan el episodio emocionados. “Superar la muerte de un hijo es muy difícil. Es el mundo al revés. Era muy difícil, pero tener a dos hijos más, ayuda” (Clifford). “Cuando falleció Sergio, estábamos mal. La llamada del Madrid, fue todo” (Paquita Torres). En 2009, el Madrid, con Florentino a la cabeza, se acordó de uno de los suyos, y le nombró Asesor Técnico de la sección de baloncesto. “Le dio la vida. Lo agradecemos todos muchísimo”, recalca Estefanía. “El Real Madrid ha sido mi segunda educación en la vida. Estoy muy a gusto en el club y espero seguir muchos años”, remacha el patriarca. Ya lo dice el refrán: de bien nacido es ser agradecido.
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Un jugador vertebral, icónico
“Luyk ha sido el hombre que ha enseñado al jugador español a comportarse en los partidos y en los entrenamientos” (Lolo Sainz). “Tenía una calidad muy por encima del baloncesto que se jugaba por entonces en España” (Juan Corbalán). “Era un tremendo luchador. Siempre estaba al 110%” (Cristóbal Rodríguez). Todo es cierto. Y más.
Antes de que Kareem Abdul Jabbar patentase su “Skyhook”, Clifford popularizó su abovedado lanzamiento en Europa. Sí, el célebre gancho que ponía de los nervios a Ferrándiz hasta que le demostró que “en sus manos era un arma mortífera”. Con el tiempo ganó algo de rango de tiro para alejar a los gigantes rivales de la zona y distribuir juego desde la cabeza de la bombilla.
Cayó en un equipo en el que ser segundo era una tragedia (contaba Corbalán que el afán ganador del grupo era tal, que hubieron de prohibirse los juegos – Monopoly, dardos o cartas – en las concentraciones para evitar males mayores, pues todos querían vencer a toda costa) y multiplicó la fibra competitiva de sus compañeros.
Distinguido por su tamaño, por su porte, por su brillo, por su ambición, su eficacia pasaba por la sencillez. Daría de gladiador en Roma o de bailarín en el Bolshoi. Jamás negaba sacrificios ni rehuía combates (4 veces le pusieron la nariz al pil pil), era de esos pocos jugadores que cuando todo se iba al garete, él estaba allí. Por eso sintonizaba con la grada, cuadraba con todo entrenador, brillaba con cualquier táctica.

Luyk y su gancho. Luyk y su casta. Luyk y sus títulos. Fundamental. Imprescindible. Un día vino y se quedó entre nosotros. A Dios gracias. 
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El fabuloso Chris Webber

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Con frecuencia, un hecho marca la carrera de un jugador. Una lesión inoportuna, una canasta fundamental, una decisión trascendente, una declaración mediática, un fallo irremediable… Éste es el caso de nuestro personaje. Un adolescente al que perseguían los más reputados proyectos universitarios, una estrella en la NCAA cuyo paso a los profesionales vino precedido por un error garrafal grabado a fuego para siempre en los libros de historia.
Eso no emborrona una trayectoria brillante. Nadie olvida el bienio en Michigan de los Fabolous Five porque trascendieron a los títulos e incluso a la propia competición que mutaron para siempre. Como tampoco ha caído en el baúl de los recuerdos su doctorado profesional, sobresaliendo en Sacramento, al mando de unos luminosos Kings que hicieron soñar despiertos a una generación.
Éste es el perfecto ejemplo de jugador de calado al que los títulos no adornaron su ingente calidad, pero al que la memoria del buen aficionado siempre viene a rescatar. Ése mismo que citará de carrerilla el quintero de novatos que transgredió el encorsetado panorama colegial de principios de los 90 y el que pondrá en el pedestal del entretenimiento a los divertidísimos “Reyes”, que desde una franquicia menor, revolucionaron el universo NBA. Hoy giramos la mirada hacia uno de los talentos más ingentes que ha dado nuestro deporte, Chris Webber.



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De ídolo de instituto a parte de un quinteto fabuloso
Delgado como un junco, largo cual poste de la luz, siempre daba la sensación de jugar con niños. A los 12 años era una celebridad en la cuna del automóvil. En el noveno curso entró en el Detroit Country Day School. Cuando salió del instituto era el mejor jugador de la nación (Mr. Basketball) y cientos de cartas de las mejores universidades se acumulaban en su buzón. En el último año había cerrado su ciclo escolar abusando (29,4 puntos y 13 rebotes) y el Campeonato B del Estado en el bolsillo. Medio país aguardaba su decisión.
La Universidad de Michigan era uno de los centros que ansiaba reclutarlo. Dos años antes se habían alzado con el cetro universitario, pero después de un curso flojo, reclamaban nuevos prodigios.
Brian Dutcher, asistente del entrenador Steve Fisher, viajaba obsesivamente al peligroso Chicago Southside. Un chico considerado entre los cinco más prometedores del país (MVP del campus de Nike, había registrado 27 puntos y 12 rebotes en el año) le tenía sorbido el seso, Juwan Howard. Y no paró hasta ganarse su confianza y la de su familia. El mismo día que el chaval firmaba la carta de compromiso, fallecía la abuela que lo había criado. Cuando en el funeral vio entrar por la puerta a los dos técnicos, Juwan sabía que no se había equivocado.
El detalle sirvió para que el ala-pivot se comprometiera de tal manera con la causa como para ayudar a convencer a dos emergentes figuras de la lejana Texas, el escolta Jimmy King y el alero Ray Jackson, de las bonanzas del proyecto.
A Webber le tiraban mucho Duke y Michigan State, donde había jugado el ídolo de cualquier mocoso de la región, Magic Johnson. El 23 de marzo de 1991 se desveló el misterio: Chris elegía la Universidad de Michigan como destino académico. Luego se supo que Howard le llamaba hasta tres veces por semana para condicionar su decisión. Ese mismo día, Jalen Rose, un chico duro de piel de almendruco bragado en el famoso gimnasio de Santa Cecilia en Detroit, había conquistado por segundo año consecutivo el título estatal en la clase A con el instituto público Southwestern. Fechas más tarde Rose se subía al carro junto a su legendario técnico, Percy Watson, al que los Wolverines incorporaban como asistente de Fisher. El repoker estaba completado.
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Cambiar la historia
Desde que pisaron el campus de Ann Arbor aquellos chicos sintonizaron. Se sabían insolentemente buenos. Poco les importaba que el ranking establecido por Associated Pres los relegase al puesto 20 en las quinielas. Arkansas con el dúo All American, Todd Day y Lee Mayberry, al que se sumaba el pivot Oliver Miller partía como favorita después de tres cursos juntos. Bobby Knight que entrenaba por entonces en Indiana a Calbert Chaney, Enric Anderson y Damon Bailey, se situaba en el 2º escalón. Y el último campeón, Duke (repetían Laettner, Hurley Thomas y Hill más el novato de 2,10 Cherokee Park) salía en 5ª posición.
Fisher dio paso de entrada a tres de los chicos (Rose, Howard y Webber) en el quinteto inicial y éstos respondieron con soltura y solvencia. Duke acudía invicta al Chrysler Arena por Navidades. Los cinco novatos se mostraron orgullosos y hasta desafiantes en una entrevista televisiva que clausuraron con un gesto, enseñando la palma de la mano con el dedo corazón entrelazando el índice, que sería su distintivo viral: “5 veces armas jóvenes”, venían a decir en lugar de los “Fabulous Five” con los que les había bautizado la prensa. Tomaron el desafío como algo personal. Odiaban a Duke y todo lo que representaba. Sus jugadores les parecían blandos, sobrevalorados. Hasta que se toparon con ellos en la cancha… Esos chicos blancos, pijos, ricos, sabían jugar de verdad y en la segunda parte llegaron a dominarles por 17 puntos. Aupados por su público y enganchados a su talento y orgullo, los Wolverines igualaron la contienda. Un lanzamiento desde 18 metros de Webber lo repelió el aro y en la prórroga los locales tuvieron opción de alimentar otro tiempo extra, pero el triple no entró y palmaron por 3 puntos. No ganaron, pero la muchachada irreverente se había proyectado a todo el país.
En enero, para cuando comenzaban los choques de conferencia, Jimmy King ya era titular. Mientras, con la protección de la camada, Ray Jackson aguardaba su oportunidad algo mustio. El momento le llegó el 9 de febrero en la visita a Notre Dame. Fisher quiso despertar a sus indolentes huestes incluyendo al último novato en el cinco inicial y la quinta respondió a lo grande: no sólo ganaron el partido, sino que anotaron todos los puntos del equipo. Los veteranos (Michael Talley, el pivot defensivo Eric Riley y los tiradores blancos Voskuil y Pelinka), algunos campeones en el 89, asumieron el movimiento sísmico con gesto contrariado y resignación bíblica.
La cuadrilla había llegado para quedarse y quebrar el inalterable mundillo universitario. Con la venia de Fisher pasaron de la equipación que les embutía a unos pantalones de holgura considerable. Algunos enseñaban pendientes y tatuajes y todos escuchaban hip hop. Eran espontáneos, divertidos y hasta faltones. Ahí se llevaba la palma Rose. Era un chinche profesional, siempre pinchando al adversario. Los nuevos modos (acogidos como propios por la cultura de la calle, especialmente entre la comunidad negra) no fueron del agrado de una parte importante del antiguo alumnado de la universidad y se recibieron gran cantidad de misivas en su contra (en muchos casos racistas). Pero la tropa, lejos de amilanarse, se irguió.
Duke lidera la temporada con el mejor balance (28-2). Shaquille O¨Neal ya da pistas a los ojeadores profesionales como máximo anotador (31 puntos) y Webber (7º reboteador de la nación promediando 10,5 rebotes) y Rose (tercer máximo asistente con 9 por noche) asoman entre los privilegiados. El balance de Michigan (20-8) les ubica en una alejada sexta posición en la Southeast cuando se abre el torneo final NCAA. Las dos primeras rondas enterraron a varios favoritos: Kansas, Arizona, Arkansas, USC y Lousiana State. Miochigan estrenaba su participación en Atlanta. Por casualidad se alojaron en el mismo hotel que Mohamed Alí. El mito se declaró confeso admirador del juvenil quinteto. Les imbuyó arrogancia y confianza. Luego se hizo una foto con los perplejos chicos. Ganaron 73-66 a Temple y 102-90 a East Tennessee State. En octavos sufrieron para imponerse a Oklahoma State (75-72). Ohio State era el incómodo escollo antes de la Final Four. Primeros cabezas de serie de la Región, ganadores de la Big Ten, contaban con dos jugadores de tronío: Jimmy Jackson y Lawrence Fundarburke. Además, los Wolverines no tragaban a los Buckeyes, con los que habían perdido en invierno. Michigan se impuso 75-71 en la prórroga. Howard vociferaba parafraseando a su ídolo boxístico. “Os dije que íbamos a sorprender al mundo”.
Duke se presentaba en Minneapolis después de que una canasta milagrosa de Laettner les diera el triunfo (103-102) en el último segundo de la prórroga sobre Kentucky.  Grant Hill había sacado de fondo con 2,1 segundos por jugar. El preciso pase de beisbol lo recogió Laettner para anotar y cerrar una actuación inmaculada (31 puntos sin fallo en el tiro). Su oponente, Indiana, se había servido de su férrea defensa para destrozar a UCLA. Tras un primer tiempo espléndido de los Bobby Knight (42-37) en el que anularon a Laettner (1 de 6 en el tiro), un parcial de 12-0 devolvió la vida a Coach K y los suyos. El acierto de Bobby Hurley (sus 26 puntos con 6/9 triples le otorgarían, a la postre, el MOP de la Final Four) y el desfondamiento de Indiana, puso en órbita a Duke que con un tiro libre de Park remataron el partido (78-70).
En el otro lado del cuadro, Cincinnati había asfixiado a Memphis con su presión a toda cancha. Por su parte, Michigan ponía en liza por primera vez en la historia un quinteto inicial de novatos (todos nacidos en el 73) en la Final a 4: un base de 2 metros (Jalen Rose) que reunía las cuatro cualidades principales del juego (botar, pasar, tirar y rebotear), dos ala-pivots (Howard y Webber) rápidos, versátiles, intimidatorios y de buena mano y dos aleros incisivos (Jackson y King) con dedicación atrás y tiro. La célebre presión de Cincinnati desorientó y provocó 13 pérdidas de Michigan, que aguantó boqueando hasta el descanso (38-41)- Fue el junior James Voskuil (con 9 puntos en 6 minutos) quién encontró una vía de agua en la defensa “Bearcat”. A pesar de los esfuerzos de Van Exel (21 puntos) y Bonford (18), los Wolverines llegaron más frescos al tramo final para vencer 76-72.
Se alcanzó la primera parte de la final con mínima ventaja para Michigan (31-30) tras multitud de errores y un Laettner desconocido (aciago en el lanzamiento -2/8- y confundido -6 pérdidas-). Pero la llamada a filas de Coach y el despertar de su estrella (19 puntos al final y justamente reconocido jugador universitario del año) recondujo la inercia del marcador. Apoyados en la solidez de Grant Hill (18 puntos) y Hurley (9 puntos y 7 asistencias), Duke reeditó título sin contemplaciones (71-51), anotando sus doce últimas posesiones. Sólo Webber (14) y Rose (11) habían pasado de la decena de puntos. 53 millones de personas contemplaron el partido. Webber tuvo que pedir perdón en rueda de prensa, pues de camino al vestuario, abatido y enfadado, había insultado a los cámaras.
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Una vez en la vida
A finales de junio, USA Basketball había convocado en La Jolla (San Diego) a algunos de los mejores jugadores universitarios (Bobby Hurley, “Penny” Hardaway, Grant Hill, Alan Houston, Jamal Mashburn, Eric Montross, Rodney Rodgers y Chris Webber) para preparar al Dream Team que disputaría los Juegos Olímpicos de Barcelona 92. Dirigidos por Roy Williams, al que había aleccionado convenientemente Chuck Daly, su misión era poner en problemas la defensa de los profesionales con un ritmo vertiginoso, penetraciones buscando doblar pases interiores o al tirador abierto y percutir el rebote ofensivo. En fin, parecerse a las mejores selecciones europeas. Los universitarios con Hurley sacando de rueda a Magic vencieron 88-80. Amén del gran hacer de los chicos (Mullin ya destacó a Webber como uno de los mejores, viéndole ya preparado para jugar con los “pross”; Magic elogiaba a su vecino “su edad y madurez en cancha no concuerdan”), Chuck Daly fue uno de los “culpables” de la derrota, al sacar a Michael Jordan de los instantes calientes del partido. La lección serviría de mucho en el futuro: o apretaban o podían perder. Mano de santo. En adelante ya no harían concesiones en su camino al oro: los primeros apalizados serían los prometedores universitarios que esta vez se irían para casa con una tunda de más de 40 puntos. Eso sí, contarían a sus nietos la semana más dichosa de su vida.

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“Este año sólo sorprenderán al mundo…, si no ganan”
De esa guisa terminaba su alocución un periodista televisivo al presentar la nueva temporada de los Wolverines. Ahora como jugadores de segundo año se sentían no sólo presionados, sino explotados y desarrollaron un juego por debajo de las expectativas. Nike y la universidad habían multiplicado por 10 los ingresos por marketing relacionados con la venta de los productos del equipo. Las zapatillas y calcetines negros causaron furor. Pero los chicos no veían un penique y protestaron a su manera, saliendo a calentar con una camiseta azul oscura sin los distintivos de la universidad ni de la marca deportiva. Desde algunos púlpitos se les azotaba sin medida: “Creo que es uno de los equipos más sobrevalorados y de menos rendimiento de la historia. Ejemplifican todo lo que está mal”, apostolaba en TV Bill Walton. En febrero se publicó que Jalen Rose estaba en la casa de un amigo en la que se vendía crack. La policía no encontró nada, pero la noticia se magnificó y lincharon al jugador. En el siguiente partido, la afición de Illinois le increpó con crueldad y Jalen demostró de qué madera estaba hecho (jugó todos los minutos, anotó 23 puntos, atrapó 8 rebotes y llevó a su equipo a la victoria por uno en el tiempo adicional).
Ya en el torneo NCAA, Michigan partía como cabeza de serie, pero sufrió de lo lindo y necesitó al mejor Webber para vencer a UCLA en la prórroga. Victorias sin brillo sobre George Washington y Temple para entrar en la F4.
Al dictado de Dean Smith, North Carolina volcó el juego hacia el interior, donde Montross (23 puntos) y sus compinches pudieron más que el tino del dúo exterior de Kansas, Walters y Jordan (19 puntos cada uno). El elegante Donald Williams zanjó la cuestión en la victoria 78-68 de la primera semifinal.
Antes del descanso del Michigan-Kentucky ya habían emergido las estrellas (Webber y Howard sumaban 27 puntos entre ambos y Mashburn oponía 17). En la prórroga la 5ª falta de éste diluyó las posibilidades de los de Pitino, que pelearon hasta el final. Pero Michigan mostró pulso y madurez. Rose anotaba 2 tiros libres que dejaban el definitivo 81-78. Partidazo, sobresaliendo Webber (27 puntos y 13 rebotes), Howard (17), Rose (18) y Mashburn (26).
El mastodóntico Superdome de Nueva Orleans y sus 63 mil espectadores fue testigo de una final trepidante. Webber había plantado 2 gorras en los primeros minutos, pero los carolinos no se arrugaron y se situaron 9-4. El escolta Pelinka encesta 2 triples y voltea el marcador hacia un 23-13. La zona 2-3 y el acierto de Williams otorga ventaja 42-36 a los de Smith al intermedio. Tablas en el duelo Montross-Webber con 9 puntos y 3 rebotes cada uno, pero a Michigan le han hecho pupa las 10 pérdidas y la 3ª personal de Ray Jackson. En la reanudación, el daño causado en la pintura por Webber, lo contrapesa el acierto exterior de Williams y Phelps. En las postrimerías del encuentro, Dean Smith se saca de la chistera una zona 1-3-1 que provoca el error de Rose. Montross anota a falta de 57 segundos y sitúa el electrónico 72-67 para NC. Dos canastas de Ray Jackson y Webber lo estrechan (72-71) a 33 segundos. Sullivan anota sólo uno de los tiros libres para los Tar Heels. Webber se hace con el rebote con 11 segundos por jugar y se embarulla. Primero comete pasos (no sancionados) y después solicita un tiempo muerto que no tienen. Michigan es sancionada con técnica y dos tiros libres. Adiós. Donald Williams (mejor jugador del fin de semana y generoso, al dedicar el galardón al moribundo Jim Valvano, que trató de firmarlo para NC State) anota 4 puntos (para 25 en total) desde la personal. Webber, cree haber oído a alguien gritar desde el banquillo para que solicitase el tiempo, pero las excusas no le valen. Ni tampoco el excelente partido (23 puntos, 11 rebotes) le concede consuelo.
Webber (19,2 puntos y 9,8 rebotes) es elegido para el primer equipo All American junto a Calbert Chaney (mejor jugador del año), Anfernee Hardaway, Bobby Hurley y Jamal Mashburn. Y se declara elegible para el draft. Salvo Ray Jackson, el resto de su leva del 73 jugaría en la NBA (aunque Jimmy King cubriese un papel menor).
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Entrada en profesionales
30 de Junio de 1993. Detroit. Ceremonia del draft. David Stern va desgranando las primeras elecciones del draft: Webber (1-Orlando), Shawn Bradley (2- Philadelphia), Hardaway (3- Golden State). Todos “undergrate” (sin cumplir su ciclo universitario). A los veinte minutos Chris y “Penny” intercambian sus gorras: los Magic (limitados también por el tope salarial) buscan un base que surta a Shaq y los Warriors demandan un pivot “con el que aspirar a todo” (Don Nelson). Orlando obtiene además tres futuras elecciones de primera ronda.
A Webber le hubiera encantado jugar al lado de O´Neal (hubieran formado una dupla interior demoledora), pero se muestra contento y hasta chistoso al llegar a un equipo con aspiraciones. En la rueda de prensa en Okland bromea con Chris Mullin y los periodistas: “Si en un encuentro igualado Nelson me dice que pida tiempo muerto, le pasaré el balón a Mullin para que lo solicite él”. Marty Blake, director de scouting de la NBA, le conceptuaba así: “Es el power foward del futuro. Tiene grandes manos y excelente intensidad”.
La noticia de la retirada de Jordan convulsiona todo y el “Caso Dudley” (por el que se buscaba un vericueto para salvar el tope salarial, renovando a un jugador por una cantidad mínima para convertirse en agente libre al año siguiente y firmarle entonces un estipendio mucho mayor) paraliza el mercado de fichajes y la rúbrica de los novatos. Los Hornets rompen la baraja anunciando la extensión de contrato de Larry Johnson por 84 millones de $. Penny ficha por 65 en 13 y Webber por 74,4 en 15 disfrazando unas cantidades iniciales muy bajitas. Con la bolsa llena cumplió parte de sus sueños: compró una casa a su madre (profesora de educación especial), un Cadillac a su padre como los que él mismo fabricaba en la General Motors y abrió una cuenta a uno de sus hermanos para que estudiase en una buena universidad. “Siempre me inculcaron honestidad y espíritu de trabajo”. Los veteranos de la Liga hacían cola en las plantas nobles reclamando aumentos.
Se prepara a conciencia durante el verano, rebaja 8 kilos el peso y perfecciona sus movimientos en el poste bajo. Se curte a diario con Joe Dumars e Isiah Thomas. El 6 de octubre Webber es operado de urgencia de apendicitis. Tim Hardaway (el base estrella) se destroza el ligamento de la rodilla en la pretemporada y, al igual que Sharunas Marciulionis, se perderá todo el curso. Los Warriors se mueven diligentes y contratan al contrastado Avery Johnson de los Spurs, para perfilar un quinteto (con Mullin, Latrell Sprewell, Billy Owens y Webber) muy atractivo.
A Chris el contratiempo le impide debutar, pero a los pocos días se marca el highlight de la noche con una jugada en la que se pasa el balón por detrás de la espalda en un contraataque y realiza un mate descomunal por encima de Charles Barkley, que además comete personal. Impertinente, susurra al “Gordo”: “Quiero ser como tú”- “Si un chaval que viene de jugar en college es capaz de hacer eso a Barkley, quiere decir que está más que preparado par jugar en la NBA” (Paul Westphal, entrenador de los subcampeones Phoenix Suns). En la primera semana de recuentos para el All Star, C-W obtiene más votos que Olajuwon y es elegido rookie del mes de diciembre.
Pese a las bajas y los intentos de amotinamiento (Owens quejoso como sexto hombre y Webber no se ve como pivot puro), los Warriors completan una temporada fantástica (el 50-32 supone 14 partidos más ganados que la campaña precedente). Sprewell ha explotado a nivel de All Star, Mullin (el jugador con fama de más trabajador de la NBA) es un martillo pilón y Webber es elegido rokkie del año por delante de Anfernee Hardaway. Promedia 17,5 puntos, 9,1 rebotes y 3,6 asistencias y es el primer novato en la historia en superar los 1000 puntos, 500 rebotes, 250 asistencias, 150 tapones y 75 balones robados “No recuerdo haber trabajado con un novato con más talento y versatilidad. Será uno de los mejores aleros de la historia”, asumiría Nelson pese a sus desavenencias. Compiten en todos los partidos, pero los Suns de Sir Charles (36 puntos en el primer encuentro y 56 en el último) y Kevin Johnson (38 puntos en el 2º), suponen un muro infranqueable en la 1º ronda de playoffs (3-0).
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Rumbo a Washington
Sus roces con Nelson se hacen insostenibles y sale hacia los Bullets a cambio de Tom Gugliotta y tres futuras elecciones de primera ronda para formar dueto interior con su amigo Juwan Howard. Su llegada dispara la venta de abonos. Pese a los esfuerzos de la bisoña pareja, los capitalinos cierran una temporada calamitosa (sus 21 victorias sólo les deja por encima de los Clippers). Por su parte Nelson no llega a comerse el turrón en la Bahía de San Francisco (Sprewell escamado por los traspasos se había pintado el nº 4 de Webber en una bota y el nº 30 de Owens en la otra). Los Warriors sólo ganaron 26 partidos. Mullin, pese a su sintonía con Nelson, jamás entendió la marcha del novato: “Puedes encontrar otro entrenador, pero no vas a encontrar un talento así”,
El General Manager da un giro a la plantilla: elige a Rasheed Wallace en la 4ª posición del draft, firma a Mark Price que enseguida se rompe y acierta de pleno con su sustituto, Robert Pack, que lo borda. Howard cautiva en la posición de 3 y Muresan se asienta como dique en la zona. Webber se disloca el hombro por segunda vez en diez meses y esquiva durante unos días el quirófano. En los albores de enero se cobra su salida de los Warriors con un partido sideral (40 puntos, 10 rebotes y 10 asistencias). Tras el All Star las desgracias se suceden en forma de lesiones (Webber sólo puede disputar 15 de los 82 partidos y hasta confiesa “haber empezado a perder su amor por el baloncesto”) y media plantilla se pierde lo que resta de temporada. Aun así, concluyen con decoro (39-43) y a Muresan le nombran Jugador de Mayor Progresión (lástima que sus problemas de crecimiento en la glándula pituitaria le impidieran desarrollar una larga y exitosa carrera).
En otoño del 95, Pack y Wallace son intercambiados por Rod Strickland (en el que Chris encuentra un referente en la preparación psicológica de los partidos) y el trueque causa un efecto inmediato. C-W parece olvidarse de sus percances físicos (que en sus dos primeras temporadas evitaron que jugase 95 de los 164 partidos posibles) y raya a gran altura (sirven de ejemplo partidos de 22 puntos y 21 rebotes en noviembre ante Spurs o 33 puntos, 10 rebotes y 7 asistencias frente a su Majestad Jordan). En febrero el equipo cae en una crisis y Jim Lynam sale despedido. Bickerstaff consigue meter al equipo en playoffs (balance 44-38) por primera vez en nueve años. Los Bulls pone fin al sueño (3-0).
En los años posteriores, si el trío (Strickland, Howard y Webber) rinde en la cancha, fuera imantan los problemas y son detenidos en incidentes relacionados con la marihuana, el alcohol e incluso el sexo (aunque Howard y C-W son absueltos de un presunto delito de violación).
Pese a la opinión de sus compañeros “era el jugador más talentoso con el que jugué, pero nunca fue la fuerza motriz de un equipo campeón… Siempre se reía, nunca expresaba frustración… No tenía el físico de los pivots de la élite (Ewing, Shaq, Mutombo), pero sí la habilidad. Era increíble lo suave que podía terminar en el aro y cogía todo lo que le arrojasen” (Tim Legler), o del entrenador Bernie Bickerstaff “es uno de los grandes jugadores de todos los tiempos en cuanto a habilidades y coeficiente de inteligencia”, es despedido por la franquicia en base a su comportamiento improcedente.
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A Sacramento de mala gana
Cuando conoce a través de su familia que los Wizars (antes Bullets) le traspasan a Sacramento por Mitch Richmond y Otis Thorpe, monta en cólera y es su padre quien le tiene que convencer en Maryland para proseguir su andadura profesional.
Los Kings venían de un registro horrible (27-55), pero su General Manager se ganó su sueldo el verano del cierre patronal. Con el impulso de los hermanos Maloof, los nuevos propietarios, Geoff Petrie dio un giro arriesgado de 360º a la franquicia. Concedió las llaves del vestuario a Rick Adelman, que se encontraba en el paro después de recibir el finiquito de los Warriors en el 97; se aventuró al escoger como base en el puesto 7 del draft a un chico que tenía mucha calle y más de mito de playground que de deportista profesional (un Jason Williams expulsado de la Universidad de Florida); confió en la sabiduría de Vlade Divac (agente libre tras su etapa en Lakers); y anhelaba por fin testar las posibilidades de Peja Stojakovic (que con 21 años se había cuajado como máximo anotador de la Euroliga y MVP de la Liga Griega). Más sólidas parecen las apuestas por John Barry y Cedric Maxwell y el rookie Corliss Williamson.
Catorce equipos de la NBA palman pasta y propietarios y jugadores están a la gresca por el nuevo convenio colectivo. Los dueños se cansan y echan el cierre. El conflicto lo desencallan milagrosamente David Stern y Billy Hunter la noche de Reyes del 99, acordando una temporada regular reducida a 50 partidos que daría inicio en febrero. Jordan anuncia su retirada definitiva de los Bulls. La Liga tenía una cornada muy seria con varias trayectorias, así que la bocanada de aire fresco que insufló el pariente pobre de Los Ángeles sirvió para aliviar al enfermo.
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A Webber se le borró el resentimiento al primer día de prácticas: “Vi el trabajo que se estaba haciendo, cómo se estaba jugando y las relaciones entre los jugadores y tuve una gran sensación”. Y es que a lomos de Jason Williams (12,8 puntos y 6 asistencias) el equipo volaba a campo abierto. El impacto del chico blanco fue brutal. Su dominio de balón, sus pases de video juego y sus triples imposibles deslumbraron de tal manera que su camiseta era la más vendida de toda la NBA. “J-W me tiene alucinado”, afirmaba abducido Chris. “Hace cosas que no veía desde Magic Johnson”, continuaba Divac. Los Kings eran el conjunto de moda, el más vistoso de la Liga (anotaban y encajaban más que nadie) y uno de los más televisados. Después de 15 temporadas con guarismos negativos, concluyeron sextos del Oeste con un balance 27-23 (Webber -encuadrado en el 2º mejor quinteto-promedió más de 20 puntos, como desde su ingreso en la Liga, y 13 rebotes, acabando con el reinado en este apartado de Dennis Rodman). Entraron en playoffs donde cayeron en la prórroga del 5ª partido (3-2) ante los siempre competitivos Utah Jazz.
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“Aquí me estoy divirtiendo”
Petrie se mueve en el estío para apuntalar el armazón del edificio. Conocedor de las carencias defensivas del bloque, renuncia a Tariq Abdul Wahad para firmar a Nick Anderson de Orlando Magic (había promediado 15,4 puntos desde que salió de Georgia Tech hacía ya dos lustros), que además había acogido en su casa a Jason Williams cuando le largaron de Florida. Pero la noticia no logró activar al nuevo prodigio, que en lugar de machacarse en verano se perdió con su novia a orillas del lago Morgontown y cuando regresó, rapado al cero y colmado de tatuajes, daba más la apariencia de presidiario que de jugador. La magia de “Chocolate Blanco” se fue diluyendo como si lo vertieran en una taza de café. Eso sí, el pase por detrás de la espalda con el codo en el partido de rookies contra jugadores de 2º año del siguiente All Star ha quedado para el museo de las grandes jugadas. Como bien apunta Gonzalo Vázquez en su imprescindible 101 Historias de la NBA pasó de “entrar en el Hall of Fame a leyenda de Youtube”. Una lástima porque su talento lo hubiera permitido, pero su desidia defensiva y su precipitación le condenaron. Sitiado por las dudas, cuando ya en su ocaso se engarzó el anillo de campeón con los Miami Heat, había mutado en un jugador vulgar (que es lo peor que se puede decir de un genio). En sus comienzos molaba como inaprensible, en lo terrenal se volvió ordinario. Su talento se marchitó entre la pirotecnia. 
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Por su parte, Webber había aprovechado los meses de calor para exprimirse físicamente (111 Kilos de puro músculo), ampliar su radio de acción y mejorar su tiro, especialmente desde la línea de tiros libres. Su crecimiento fue exponencial. Entre mediados de diciembre y enero fue dos veces jugador de la semana y posteriormente convocado a su primer partido de las Estrellas en San Francisco (por el contrario, ni él, ni Iverson ni Vince Carter recibieron la invitación de USA Basketball para participar en los Juegos de Sidney 2000). Con 27 años lideró la clasificación en triples dobles, promedió 24,5 puntos, 10,5 rebotes, 4,6 asistencias, 2 tapones y 2 robos y lo que es casi más importante, había disputado 75 partidos y conectado con Adelman: “Nos deja jugar, nos da responsabilidad, pero sobre todo nos deja ser nosotros mismos”. Tenía cautivados a sus principales rivales: “Webb es uno de esos asesinos natos… está jugando a un nivel inalcanzable… ha logrado llevar a los Kings a otro nivel…” (Kevin Garnett); “es el mejor cuatro de la actualidad” (Stephen Marbury). Los entrenadores lo temían “como a una auténtica pesadilla” (“Doc” Rivers) y lo admiraban sin tapujos “lo tiene todo: puede pelear contra cualquiera, brazos largos, agilidad rapidez, movimientos laterales y conocimiento del juego” (Paul Silas). Sus compañeros alucinaban “Su tiro exterior ha mejorado terriblemente y se ha convertido en un excepcional pasador” (Lawrence Funderburke) y le señalaban como el faro “es un maravilloso jugador y un ganador, y es de los pocos jugadores que tiene la cualidad de liderar un equipo como él lo hace” (Divac). Un encantado Rick Adelman resumía su estado: “Creo que ha logrado la madurez. Ahora sabe hasta dónde puede llegar. Es el hombre ideal para liderar este equipo. Parte de su mejoría está en lo bien que se complementan todos sus compañeros con él. Se le ve disfrutar cuando salta a la pista”. Su ayudante (el mítico entrenador de Princeton), Pete Carrill, iba más allá: “Ha perfeccionado su juego hasta lograr adquirir parte de Magic Johnson y parte de Karl Malone”. Terminaron octavos del Oeste (44-38) y llevaron a los Lakers contra las cuerdas, que necesitaron de sus hinchas “nunca he visto a la gente de LA tan volcada” (Phil Jackson) y del mejor Shaquille O´Neal (32 puntos y 17 rebotes y elegido MVP por unanimidad) para tumbarles en el 5º por 3-2. Era el principio de una “dolorosa rivalidad” o la incubación de un virus.
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La “Fiebre Amarilla” se convirtió en epidemia
Geoff Petrie sigue a lo suyo peritando piezas que completen el puzle. Con la llegada de Dough Christie y Hedo Turkoglu se bosqueja un paisaje defensivo mucho más sólido (Scott Pollard adoquina la zona). El primero ha roto en jugador total (excelente predisposición atrás y puntería adelante) a la sombra de Carter y Mc Grady en Toronto. La llegada del turco al igual que con Stojakovic (ahora titular sin Williamson) es tutelada por Divac. La rotación se amplía y la “plantilla acosadora”, como denominan a la segunda unidad, agitaba los partidos liderada por Bobby Jackson. La etiqueta de equipo cándido no le hacía ninguna gracia a su líder: “No me gusta que seamos tan blanditos”. Y el esfuerzo grupal redujo los puntos encajados de 102 a 94,7.
Webber bien rodeado y en plenitud física es serio candidato a MVP. No esconde sus intenciones: “Para ser campeones debemos creer los unos en los otros. La defensa es la segunda clave… Mis números son comparables con los del resto de la élite, pero para ser el mejor jugador hace falta ganar el título”. En último año de contrato suena para Lakers, Pistons y Knicks (los aficionados locales le jalean “Vente a Nueva York” en el Madison durante el All Star). Hará los mejores guarismos de su carrera (27,4 puntos, 11,2 rebotes, 4,3 asistencias y 1,4 robos). Stojakovic dará un paso de gigante (de anotar 11,9 puntos a 20,5 puntos con 39,9% en triples) y los Kings saldan la temporada con 55 victorias (terceros en el Oeste tras Spurs y Lakers). Phoenix no supone un obstáculo en la primera eliminatoria de playoff, pero Lakers los ponen en la cruda realidad. En los tres primeros enfrentamientos Shaq (44, 43 y 21 puntos) y Kobe (29, 27 y 36) han bajado de una nave nodriza para convertir 200 de los 307 tantos angelinos. Ni el Webber en modo superhéroe (28 puntos y 13,3 rebotes de media) puede con la kriptonita amarilla. Los Kings lidian hasta la extenuación en el postrero duelo en casa, pero Bryant (48 puntos y 16 rebotes) establece su nuevo récord en postemporada y O´Neal mantiene su elevado tono (25 puntos y 10 rebotes). El 113-119 redondea el inapelable 4-0. Un frustrado Jason Williams (sólo jugó una media de 24 minutos en playoffs), que según avanzaba la temporada había visto los instantes finales y decisorios de los partidos desde el banco, pide su traspaso. Trató en vano de disciplinar su juego. Se había vuelto espumoso, ornamental, deslavazado, caótico e inconsistente por momentos. Las más de las veces cuerpo técnico y compañeros preferían el tino, la agresividad y solidez de Bobby Jackson (que además era capaz de contener a los bases contrarios) para jugarse los garbanzos.
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La gran oportunidad perdida
Hasta 15 equipos “tocaron” a Webber. Los poderosos Maloof habían contratado un cartel publicitario en la autopista en la que se veía a Joe con una máquina cortacésped y a Gavin diciendo: “Joe te cortará la hierba si te quedas”. El curioso eslogan caló, pues si Chris se aburría mortalmente en la ciudad de Sacramento, se lo pasaba bomba en su Arco Arena. Le renovaron por el máximo permitido (123 millones en 7 años). “Va a ser Mr. Sacramento”, remarcaba su agente Fallasha Erwin.
Otra vez Petrie dio con la tecla. Canjeó al mediático Williams a Memphis (que había comprado la plaza a Vancouver) por Mike Bibby, el campeón universitario con Arizona en el 97, que había tenido 3 años en los Grizzlies para conocer el oficio. No se había perdido un partido y había crecido en todos los apartados del juego hasta promediar 38,9 minutos, 15,9 puntos, 8,4 asistencias, con aseados porcentajes de tiro (45,4% de 2 y 37,9% en triples). Por si fuera poco, su ética de trabajo era exhaustiva (todos los días de verano curró un mínimo de 6 horas para estar a punto). Loco de contento “el estilo de los Kings es el idóneo para mi juego”, pronto se ganó el beneplácito de fans y compañeros: “En cualquier situación te das cuenta de lo inteligente y astuto que es” (Christie), “necesitábamos a alguien que tuviera el control en todo momento” (Divac). El entrenador concretaba la felicidad de la organización: “Siempre ha sido un base caracterizado por tomar decisiones correctas”. En ese equipo con “el pase como identidad”, circulación de pelota, movimientos sin balón (puertas atrás), infinitos cortes, respeto de los espacios… de eso se trataba.
“Si conseguimos el factor cancha puede ocurrir cualquier cosa” (Webber). Adelman había encajado todas las piezas. Jugando cuesta abajo o al ralentí, sedujeron y obtuvieron el mejor registro de la competición (61-21) para llegar a la final del Oeste después de despachar a Utah y a Dallas. Primer objetivo logrado, pero aguardan los Lakers, que entroncan una racha de 12 triunfos a domicilio seguidos.
Cruce de declaraciones altisonantes y un índice de ruido inicial en el Arco Arena que supera los 112 decibelios, Jackson lo tiene claro: “Aminorar la marcha y jugarles en medio campo”, aprovechando la baja por lesión del mejor tirador local, Stojakovic. Los de púrpura y oro salen desbocados (36 puntos en el primer cuarto), Fox nubla a Turkoglu, Fisher limita a Bibby y la tripleta Bryant (30), Shaq (26) y Horry (18) llama a la puerta. El juego coral de los Kings se evapora y el partidazo de Webber (28 puntos y 14 rebotes) no es suficiente (99-106). Dos victorias de mérito (96-90 y 90-103) les devuelven la ventaja de campo. En el siguiente desencadenan una tempestad en el Staple Center (20-40 en el primer cuarto) y un triple desde medio campo (fuera de tiempo de Smaki Walker) estrecha ligeramente el marcador (51-65). “Estoy viendo un baloncesto estúpido, haced el favor de jugar un baloncesto inteligente”, vociferaba descompuesto Jackson. Al concluir el tercer periodo han reducido la diferencia a la mitad (73-80). Con 2 abajo y 12 segundos, Bryant penetra, pero no consigue ni canasta ni falta, O´Neal rebotea, pero tampoco convierte y Divac despeja el balón como puede, con tal fortuna que el balón cae a Robert Horry (uno de esos jugadores de pulsaciones bajas) que anota en artículo mortis un triple (significa el 100-99) a falta de 0,4 segundos y empata la ronda a 2. El 5º encuentro, igualado y de múltiples alternativas, lo decanta una canasta de Bibby a 8 segundos (92-91). En el 6º partido (ya con Stojakovic), Shaq y Kobe asumieron 72 de los 106 puntos locales, mientras que Webber (26 puntos y 13 rebotes) y Bibby (23 puntos) exhibían galones. Adelman y los suyos se sintieron estafados. Divac y Pollard saldrían eliminados y los Lakers lanzaron 40 tiros libres (27 en el último cuarto). Con 103-102 para los amarillos y 12 segundos, Kobe golpeó a Bibby con el codo. Los árbitros decretaron falta del defensor y cercenaron las esperanzas visitantes. Phil Jackson calienta el desenlace, refiriéndose a Sacramento como una ciudad de vacas y los aficionados agitan cencerros. Igualdad al intermedio (54-52). Una brecha parece abrirse (63-54), pero la 4ª falta de Divac lo conduce al banco y equilibra el tanteo (74-73) con el último cuarto de por medio. Aparecen los secundarios en LA (Fisher, Fox y Horry) y Bibby (26 puntos) toma el mando en Sacramento. Divac es eliminado con una dudosa falta y su compatriota Stojakovic tiene en sus manos la eliminatoria, pero su lanzamiento abierto sólo desde la esquina no toca el aro. Dos tiros lbres de Bibby igualan el electrónico a 10 segundos. Lakers no son capaces de anotar, más aquel era un terreno muy pisado por los angelinos y en la prórroga Shaq (35 puntos y 13 rebotes) corta el poco aire que les queda a los Kings, que son ejecutados (106-112) por los mismos verdugos por tercera vez consecutiva. Amén de favores arbitrales, a los de Adelman les tembló la mano en el día D (16/30 desde el patíbulo de la personal y 2/20 más allá del triple). Iban soplando velas y miraban el título como un preso la puerta de la cárcel. 
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El mazazo no tumbó a Webber, excepcional en toda la serie (24 puntos, 11 rebotes): “Me sentí muy bien al escuchar que mucha gente pensaba que merecimos ganar o que les gustaba nuestro juego. Porque cuando llegué a este equipo no le importaba a nadie. Pero al mismo tiempo perdimos. Fue una experiencia muy dura porque nos dejó hundidos”. Así que, ilusionado, maquinaba venganza en el verano de 2002: “Me he pasado horas visualizando cintas de vídeo para mejorar… Cualquier resultado que no sea el campeonato, no es aceptable”.
Pero aquello fue el canto del cisne de la franquicia porque si bien se mantuvieron los mismos mimbres ya experimentados (y con una excelente química grupal), a su mejor nivel y en la edad adecuada (reforzados con el atlético interior Keon Clark y el anotador Jimmy Jackson) y en la temporada regular se sostuvo un nivel excelente (sus 59 victorias les situaron por delante de Lakers en la División Pacífico), Webber se fracturó un cartílago de su rodilla izquierda en el 2º partido de la confrontación frente a los Mavs y las esperanzas se fueron por el sumidero (eliminados 4-3 en 2º ronda). Con C-W todavía lesionado, los Kings contrataron para la temporada 2003-2004 a Brad Miller (muy buen jugador y otro excelso pasador) de Indiana para reforzar posiciones interiores. Webber llegó muy justo a los playoffs donde los emergentes Wolves de Kevin Garnett (MVP) les apearon en el 7º partido de las semifinales de Conferencia (un triple de C-W pudo llevar el partido a la prórroga, pero no entró). Aquello se resquebrajaba: Divac regresaba a LA, Christie a Orlando y a mediados del curso posterior Webber era traspasado a los Sixers de Philadelphia “Ha sido una de las decisiones más difíciles y emotivas de mi vida. Chris ha sido parte fundamental de una época espectacular y no podré agradecerle lo suficiente lo que ha hecho por nosotros” (Geoff Petrie). Detrás estaban los rumores de sus tiranteces con Stojakovic.
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Chris aún tuvo un año bueno a la vera de Iverson, promediando 20 puntos y 10 rebotes, pero los Pistons eran mucho equipo para el virtuoso dúo y les enseñaron la puerta de salida (4-1) de los playoffs. En enero de 2007, muy maltrecho, rescindía su contrato. Esperanzado, toma un último vagón hacia su aspiración al título y firma por su equipo de niño, los Pistons. Pese a promediar 10 puntos y 6 rebotes, Lebron James y su Cavs ponen fin a sus ilusiones en la final del Este. Y lo que es la vida, en enero de 2008 retorna donde su andadura profesional comenzó: los Warriors de Don Nelson. Tras jugar 9 partidos, el 25 de marzo su rodilla dice basta y pone fin a su carrera.  En febrero de 2009, los Kings retiraron la camiseta de un conmovido Webber: “Fue la época más feliz de mi vida. Disfruté con el baloncesto y con vosotros”, acierta a decir a su público. “Tú me hiciste mucho mejor jugador. Los seis años que compartimos aquí fueron increíbles. Alcancé un nivel que nunca había pensado y hubiera jugado contigo veinte años más”, proclama agradecido Vlade Divac.
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Ay, ay, ay
Varios incidentes erosionaron la imagen de Webber a lo largo de su carrera. En 2002 saltó a la luz el “caso Ed Martin”. El “mecenas” reconoció haber entregado cantidades de dinero a los jugadores de la Universidad de Michigan Louis Bullock, Robert Taylor, Maurice Taylor y Chris Webber, algo taxativamente prohibido por las estrictas normas de la NCAA. El “tío Eddie” blanqueaba así sus billetes procedentes de las apuestas ilegales. Detenido por el FBI, el magnate cantó y declaró que a Webber le había dado 280 mil $. El jugador en principio negó los hechos, pero reculó cuando vio la que se le venía encima (se le acusaba además de perjurio ante un tribunal federal). Salvó la cárcel. La juez le impuso una multa y 300 horas de trabajo a la comunidad. La NCAA consideró nulos los subcampeonatos de los Wolverines.
Pendencias relacionadas con el consumo de marihuana (le incautaron 11 gramos en el aeropuerto de San Juan de Puerto Rico), la conducción bajo los efectos del alcohol, resistencia a la autoridad y hasta una denuncia por violación (que se demostró falsa) salpicaron su trayectoria.
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Una vez retirado, orientó su vida hacia el mundo de la comunicación (comentarista televisivo de la NBA), la producción musical y cinematográfica y es asiduo colaborador de varias fundaciones benéficas (regenta la Time Out) en ayuda a los necesitados. Después de su noviazgo con la modelo Tyra Banks, se casó con Erika Dates y se convirtieron en padres después de llevar 8 años intentándolo.  
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El sitio de mi recreo
Esto es lo que significó Sacramento para mí y un montón de disfrutones durante un lustro. También para Chris y su corte. Un soplo de aire fresco. Un parque de atracciones abierto 365 días al año. Allá donde el tedio se volvía sin vender una estampa. La primavera como estación. Adiós bostezos, fuera legañas. La Fábrica de Charlie Brown para un goloso. La Silicon Valley de los informáticos. Las Vegas en un manirroto. Disney con los críos. El rincón de ocio más pintón que exportó la NBA en el último cuarto del siglo veinte. En el prospecto de entrada al Arco Arena se podría haber leído “igual no ganamos el título”, pero jamás nadie osó pedir el libro de reclamaciones. Los perros movían el rabo a cada rato. Los hinchan vivían al borde del asiento y al mes ya tenía el abono amortizado. En un excelente artículo de XXL Basket de Mayo de 2001 se les tachaba de “jugar para entretener (que no es poco), no para ganar; eran un equipo querido por todos al que pocos respetaban”. Luego arribaron los Suns del maravilloso Steve Nash a la carrera, el equilibrio de los Spurs de Popovich y en la actualidad los Warriors y su tormenta perfecta, pero el primitivo divertimento alumbró en un pesebre modesto en la capital del estado de California, Sacramento. Inolvidable. Y en el vértice, un talento descomunal, Chris Webber. Queda dicho. La Fiebre Amarilla, anclada en dos bestias mayúsculas (Kobe y Shaq) y un Maestro Zen, arramplaron los anillos. Evidente. Como lo es que el aficionado de paladar todavía saliva con aquellos Kings. Chris Webber ya está tardando en entrar en el Hall of Fame.
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¡Vamos chicas!

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¡Cómo no os vamos a querer!
Me da casi igual la plaza que finalmente ocupéis o el metal que agarréis porque a mí y a otros tantos y tantos nos tenéis esposado a la pantalla todos los años por estas fechas. Me vale con vuestro compromiso eterno y vuestras ganas contagiosas. 
Durante meses tenemos delito. Lo asumo, os pido perdón, pero me han soplado que como sois buena gente me sabréis perdonar. Sí, porque repartidas por los mejores equipos de la geografía europea, apenas os hacemos caso. Con el calor, concluye la diáspora y os reunís para que no podamos quitar los ojos del televisor. 



Sois la Selección Femenina y nosotros vuestros fervientes admiradores. Por intensidad, calidad, espíritu de grupo y responsabilidad, nos tenéis ganados. Nadie regatea esfuerzos, ninguna aflora egos y bien que podríais, pero el talento se arrima al colectivo y el valor no se presume, viene de fábrica. 
No sois un equipo, sois mucho más que un equipo. Un ejemplo que poner calidaden las aulas, un espejo en el que reflejarse. Harían bien en señalaros como tendencia, en movilizaros como verdaderas “influencers”. ¡Qué sano sería! ¡Qué gracia tendría! ¡Qué bueno que vinisteis! (si lo argentinizamos). En los tiempos del coaching sólo hay que veros defender, transmitir sensaciones positivas, compartir gestos, escucharos en un tiempo muerto, para sentir algo grande, mimético.
Somos todas/todos partícipes de un Sueño Mundial, maravilloso, en nuestra/vuestra casa. 
Amén de resultados nadie se sentirá defraudado. Seremos cómplices de vuestra brega, de vuestros sacrificios y ojalá que también de vuestros éxitos, pero uno que se deleitó con Anna Junyer o Rosa Castillo, por poner dos ejemplos del pleistoceno, se frota los ojos con el desparpajo, espíritu mosquetero, empeño y calidad que mostráis. Y detrás hay miles de chicas que botan un balón naranja, que intentan encestar, aunque levanten pocos palmos del suelo, ese balón naranja, y el trabajo a destajo de un reguero de entrenadores anónimos que educan y transmiten conocimientos, valores, y la labor no siempre ayudada ni recompensada de miles de colegios y clubes que realizan una labor social sin parangón porque el baloncesto es el deporte femenino que más fichas tramita en España. 
Tenemos la certeza de que nos honraréis con vuestra predisposición y perseverancia. 
Si el botín final es importante, el camino recorrido no resiste comparación. Hicisteis camino al andar, al botar, al tirar y esto no se detiene. El torneo debe ser la plataforma definitiva del baloncesto femenino en España, el enganche último de púbico y patrocinadores tímidos. 
Si Mondelo da como el maravilloso Sancho Panza grandón, sabio, aleccionador, aglutinador de talentos y voluntades, las doce quijotes lidiaréis contra molinos con aspas, en muchos casos más fuertes, más rápidas, pero menos tenaces y peor engrasadas que vosotras. 
Tenemos magas, genios, obreras. Exhibimos mano para atinar, piernas para contener, cintura para driblar, vista para pasar, tacto para bloquear y salto para rebotear. Todo eso lo ostentan un racimo de equipos, pero nosotras/nosotros guardamos un secreto inconfesable, un corazón como una nación ibérica de grande. Y eso genera un plus, una energía renovable a través de una década de campeonatos, un empuje irrefrenable. 
Chicas, no sé si os hacéis a la idea, pero nos tenéis ahí, cerquita, para cuando flaqueen las fuerzas, se manifiesten las dudas, se salgan los tiros o se equivoquen los pases. Eso no lo posee nadie, sólo vosotras. Si llegado el momento os hace falta, frotar la lámpara, pedir un deseo, que hay 45 millones de geniecillos dispuestos a concedéroslo. Chicharreros y canariones harán frente común ahí al lado, los godos desde la Península insuflaremos aliento. Contar con ello. 
Nada es imposible, rotulaba con acierto un magnífico eslogan publicitario, y mucho menos para vosotras. Sin creéroslo, sois buenas porque sois humildes, mutáis a magníficas porque irradiáis la fe de un ejército sin fisuras. No os fieis de las encuestas, despachar favoritismos, habéis llegado a la cima sólo por vuestro trabajo y talento. Que no os regalen los oídos, que al oso hay que cazarlo para venderlo. 
Que sois cojonudas, lo sabéis. Qué hay un pueblo entero detrás, también. Abrid los telediarios. 
¡Vamos chicas! Es vuestro Mundial. Y el nuestro.

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