Gracias RAFA NADAL
La gran esperanza blanca
Esta Copa del Rey la ganará...
Mi decálogo de lo que fue la Copa del Rey 2019
Luis Scola, El último mohicano

Dirk Nowitzki, El Flautista de Hamelin
Paco Velasco, mi primer ídolo
Los Sagi-Vela, una saga de Baloncesto

Adiós al bicho
A Pedro no le gustaba su pueblo, aunque todo el mundo dijese que era precioso.
Carlos Jiménez, el Gran Capitán
Hace bien poco, su nombre tituló secciones de deportes y su rostro cerró telediarios. Esta vez no se trataba de un campeonato, de colgarse otra medalla. No. Desde la normalidad, sin estridencias, “sólo” anunciaba que se hacía a un lado, abandonaba su vinculación con el deporte. Dejaba de ser director deportivo de Unicaja Málaga para dedicarse al cuidado de sus hijos. Lo explicaba sin darse importancia, pensando en plural (nada diferente a lo que en su trayectoria nos acostumbró): “Somos una familia. Mi mujer lleva 20 años sacrificándose, dedicada a mi y a mis hijos. Ya la toca. Es hora de que ella se desarrolle profesionalmente y aproveche su oportunidad”.
No lo dice un cualquiera. Detrás asoma un campeón mundial, un subcampeón olímpico y europeo. No es poca cosa, pero él no le concede significación especial al hecho, lo ve de manera natural. Siempre huyó de protagonismos y orilló egos en su carrera y en su vida diaria. Su apariencia confirma el talante de buen chico y niega el del tenaz competidor que se convirtió, sin buscarlo, en el capitán de la mejor selección española que vieron los tiempos. “No era de hablar mucho. No le hacía falta. Pero cuando tomaba la palabra, todo el mundo lo escuchaba” (Pepu Hernández).
Hoy toca historia grande, incluso a su pesar. La del Gran Capitán (como Gonzalo Fernández de Córdoba), la de un tipo extraordinario de apellidos comunes: Carlos Jiménez Sánchez.
De puntillas
Así aparece Carlos en alguna foto de grupo adolescente con sus compañeros de equipo y así irrumpió y se manejó el chaval de Carabanchel durante toda su carrera deportiva. De muy crío, siendo el más largo de la clase, no iba a pasar desapercibido a los ojos de Pepe Domaica que, enseguida le captó para el baloncesto en su colegio, San Viator, relegando sus cualidades como defensa central de fútbol. Era patilargo, de tallo fino, afilado, de la clase de niños a los que se les adivina un crecimiento definitivo tardío. Eso le sirvió para desenvolverse en posiciones exteriores y para permanecer, involuntariamente, alejado del radar de los grandes. Jamás fue seleccionado para una selección autonómica.
Mediado el segundo año de cadetes, Enrique León se cruza en su vida. Quique, muchos años en San Agustín, había horneado junto a Raimundo Gorgojo a la excelente camada infantil del Real Madrid nacida en el año 76, de la que sobresalían Borja Larragán (proveniente de Buen Consejo), Darío Quesada (de San Agustín), Sergio De Benito (formado en Escolapios) y Carlos Rodríguez (la estrella de Agustinianos). Esa generación arrasaría en el Campeonato de Madrid (+48 sobre el Estudiantes, del otro gran referente de la añada, el antiguo agustino Rodrigo De la Fuente) y se impondría por 3 al Barcelona en la final del campeonato de España oficioso de la categoría. Pero los entrenadores vienen y van, y León se encontraba libre cuando aceptó el ofrecimiento de los de la Plaza Elíptica para sustituir al técnico del cadete que por incompatibilidad laboral debía dejarlo. Quique atisbó las posibilidades de la cuadrilla cuando en primavera ganaron la final del Torneo Virgen de Atocha al Real Madrid (que venía exhausto del Campeonato de España) y convence a Pepe Domaica para que el bloque permanezca unido, sin la obligación de soltar a los jugadores más destacados hacia el cuadro de segundo año. Sanvi mantiene así dos buenos equipos juveniles en Serie A y la añada inferior concluye en una meritoria 9ª posición en el campeonato madrileño. Les cabe un regusto agridulce, pues en la semana del playoff de desempate en Alcalá no pudieron entrenar debido a la lluvia y se llevaron una buena tunda.
La barbacoa
Finiquitada la temporada, el entrenador invita a los jugadores y familias a una barbacoa en su casa de San Rafael, Segovia. Tras la parrilla, las bromas dejan paso a una reunión grupal en el garaje. El técnico no da puntada sin hilo y pregunta a los suyos quién va a continuar. Para sorpresa de algunos, Jiménez toma la palabra: “Yo me quedo en Sanvi. Cuenta conmigo”. Todos adivinaban las novias que rondaban a Carlos (muy del gusto de Ángel Jareño en el Madrid, pretendido por Estudiantes y seguido por Baloncesto León), por lo que la tajante aseveración del capitán provoca un torrente de afirmaciones. La primera, la de su íntimo, FJ Martín, el islote colegial que se había mantenido junto a Carlos desde sus inicios alevines, pues Alfonso, el otro “sanvi”, pasaba a ejercer labores de delegado. El Ok de Javi Martín tenía una significación especial, ya que de todos era conocido que lo tenía casi hecho con Estudiantes. Cuando el tercer vértice en importancia del triángulo, César De la Fuente, un tirador tremendo llegado en cadete que se estaba planteando dejar de jugar, daba el sí quiero, aquello terminó en boda.
León ya vislumbraba las cualidades de Carlos “No le recuerdo partidos de 20 puntos, pero hacía todo bien; era muy inteligente, siempre hacía lo que tenía que hacer”, de manera que le recomendó a Chus Mateo, asistente de Ángel Pardo en la selección junior, que de momento se hizo el remolón.
El milagro de un equipo de patio de colegio
Desde las postrimerías del verano el grupo se hallaba conjurado bajo un objetivo común: llegar lo más lejos posible. Regresó Juan Antonio Trenado, León rescató a Iván Martín de su Madrid, se incorporó un cadete de calidad, Sergio Pérez Pinzas, y llegaron de San Agustín y Santa María del Pilar los dos Nachos para reforzar el perímetro. FJ había destinado gran parte de las vacaciones a la mejora en el tiro, que convirtió en su arma más demoledora. Carlos pegó el estirón físico definitivo para situarse en 203 centímetros.
Hasta navidades trabajaron pesas una vez por semana en un pequeño gimnasio del barrio de Prosperidad. Otro día lo dedicaban a la extenuante preparación física bajo la supervisión de Rafa Pato. Rara era la semana que no se fogueaban en algún un amistoso frente a un conjunto senior de 1ª o 2ª nacional: Cref, Pozuelo, Parla. Y León reservaba de su dinero los viernes el pabellón del Triángulo del Oro, en Plaza Castilla, para evitar contratiempos climatológicos pretéritos.
Salieron como tiros. Antes de las navidades ya habían pasado por la piedra al Estudiantes (sin Rodrigo, que se curtía en el 1ª B de Fuenlabrada) y al Real Madrid. Con el cambio de fase la reglamentación obligaba a jugar bajo techo, así que el pabellón Juan De la Cierva getafense pasó a convertirse en su campo de sueños. Quedaron segundos de la fase regular tras los blancos. En la fratricida Final a 4, vencen a los del Ramiro, caen frente al Madrid y se imponen a Canoe para acceder al Campeonato de España Juvenil a disputarse en Segovia. Una heroicidad.
En el Perico Delgado mostraron un comportamiento desigual. Pagaron la novatada en la dura apertura ante Cajabilbao (66-84). Se soltaron para doblegar 81-77 al Taugrés Baskonia de los hermanos Cazorla y un tal Jorge Garbajosa (los vascos se las hicieron pasar canutas al formidable Madrid de Charly Sáez de Aja en la final) y entregaron la cuchara con la Unió Manresa 68-81. Obtuvieron la séptima plaza al vencer 106-105 a Natwest Zaragoza, en un torneo atípico, sin Barcelona, Joventut, Estudiantes ni Pamesa.
Carlos ya había perdido el anonimato cuando fue seleccionado junto a FJ para disputar en abril el prestigioso torneo júnior de Manheim. Pese al traspiés inicial con Lituania, se trajeron la plata tras deshacerse en semifinales de Australia (84-83) y sucumbir ante EEUU (71-91). Para Carlos su bautismo internacional (50 puntos en 138 minutos) supuso su primer vuelo en avión y la toma de contacto con sus compañeros de quinta (Vidaurreta, Mons, Ayuso, Guillen, Carlos Rodríguez, Quesada, Larragán, Rejón o Francisco Rueda), que sin su estandarte (Rodrigo De la Fuente) compitieron magníficamente. Al grueso de la cosecha del 76, subcampeona continental juvenil, se le unirían en verano Rodrigo, Iker Iturbe y Juan Pedro Cazorla para acometer el Europeo Júnior en Tel Aviv. En semifinales, cinco minutos horrendos ante Lituania -a la postre campeona- dejaban a España fuera de la final. Pero la Generación del Éxodo (De la Fuente, Larragán, Iturbe, Quesada, Vidaurreta y Alex Franco emigrarían hacia universidades norteamericanas) se encorajinó para arrebatarle el bronce a Italia (Rodrigo 18 tantos, Iturbe 13 y Jiménez 11 despuntaron como máximos anotadores). En un gran trabajo coral deslumbró Rodrigo De la Fuente que promedió más de 17 puntos y fue nominado dentro del quinteto ideal. Ángel Pardo no regateaba elogios hacia Carlos: “Para ser un chico salido de un colegio, ha rendido extraordinariamente. Sorpresa agradable. Gran ayuda en el rebote y espíritu de lucha”. Además, sumaba 9,5 puntos en 20,8 minutos. A Carlos siempre le salieron las cuentas.
A su vuelta, Carlos elegía Estudiantes para continuar su vida en Madrid y compatibilizar deporte y estudios. Si Domaica hubiera hecho caso a León, habría sacado una buena pasta: “Le dije que tasase el fichaje por objetivos”. Sonríe el avispado entrenador: “Pensé que sería un buen jugador ACB, pero jamás en la trayectoria que luego tuvo”.
A fuego lento
En pretemporada, Miguel Ángel Martín, al que como a su maestro Ignacio Pinedo, nunca le costó dar paso al talento joven, ya anunciaba el potencial del chaval: “Atención a Carlos Jiménez que tiene unas condiciones fabulosas” y le hacia debutar en el Trofeo Teresa Herrera coruñés ante el Stefanel Milan de Bodiroga, Gentile y Fucka. Carlos anotaría 5 puntos en la derrota 74-93 y compartiría habitación con Gonzalo Martínez.
Apareció 3 minutos en el inicio liguero ante Cáceres, pero su equipo había de ser el EBA junto a un grupo de jóvenes (Paco García, Marcos Salas, Paco De Benito, Pedro Robles, Javi Velázquez, Juanjo Ayuso, Javier Blázquez o Guillermo Rejón) repletos de ilusión y talento sabiamente conducidos por Ángel Goñi. En su primera entrevista en Gigantes, deja entrever su buen juicio: “No creo que juegue en los dos equipos. Tengo previsto jugar este año en el EBA, ya que ahora lo que cuenta es mi progresión… En la ACB noto mucho la diferencia física. Hay cada meneo por la zona que… Por lo demás creo que sí podría jugar ya en la ACB… Cuando llegue el momento de dar el salto definitivo a la ACB, llegará…”. En la vorágine de entrenos y viajes, tras la vuelta de un partido en Huesca, Carlos, en el rellano de la élite, pide a Goñi (y al club) centrarse únicamente en el EBA para continuar su desarrollo técnico y sobre todo físico. El salto del colegio al mundo profesional es demasiado grande y necesita un periodo de maduración. Demandaba el crecimiento, no el reconocimiento.
Borrasca en el Ramiro, con los foráneos, inadaptados, en el punto de mira. “Usted a mí no me cuesta el puesto” (Miguel Ángel Martín a Harper Williams). “Los extranjeros no han entendido nuestra filosofía” (Pablo Martínez). A finales de noviembre, tras una derrota en casa frente al Caja San Fernando de un apabullante Nacho Azofra, destituyen al “Cura”, en lo que supone el debut liguero de Iñaki De Miguel. Su sucesor es su ayudante, Pepu Hernández, que vigila por el rabillo del ojo la evolución de Carlos en el filial. En Navidades, Jiménez es escogido por José Ortiz, entrenador de Fuenlabrada, para participar en el Torneo Sub 23 de Confederaciones de la EBA. Su equipo, el combinado de la región Centro gana la final del torneo al Este 106-92 con los exmadridistas José María Silva (17 puntos) y Roberto Gallego (14) como máximos anotadores. Roberto Dueñas y Carlos Jiménez, todavía en fase larvaria, sólo un punto cada uno, aunque Miguel Ángel Martín vislumbrara un prometedor futuro a su exdiscípulo: “Dentro de unos años será el mejor jugador de España”. Iván Corrales es el talentoso base del equipo.
Estudiantes cerró dignamente el curso, entrando en playoff como séptimo para caer frente a Unicaja. Carlos que apenas intervino con el senior (sólo 7 partidos), progresó adecuadamente en el EBA y salvaron la categoría en la eliminatoria por la permanencia frente al Azuqueca.
Pese a que “no había competido en la élite”, Joan Montes se lo lleva en verano al Mundial Junior de Grecia 95 y espera de él una importante aportación en “rebote, penetraciones y defensa”. España pasa de fase con sólo una derrota frente a la poderosísima Grecia (alumbrada por Rentzias, Papanikolau y Kakioutzis). En segunda ronda, sin un tirador puro, pero apelando al colectivo y parapetada en una gran defensa coral limitan la puntería lituana y la ferocidad argentina, y sólo doblegan la rodilla en la prórroga ante la potente Australia. Los helenos (que serían campeones sin paliativos) hacen nuevamente picadillo la resistencia ibérica (57-80) en semifinales. Los hispanos se cuelgan una meritoria medalla de bronce: gran segunda mitad y triunfo 77-64 sobre Croacia (Vidaurreta 20 puntos, Larragán 14, Rodrigo 11 y Carlos 10 y 8 rebotes). El criado en Sanvi no defraudó las expectativas creadas y realizó un completísimo campeonato. En 25 minutos promedió 9 puntos y 8 rechaces (el mejor del equipo). Le aguarda, ahora sí, el primer equipo de Estudiantes.
Haciéndose un sitio
Jiménez asciende definitivamente junto a Inaki De Miguel y Paco García. En su puesto le espera una competencia feroz (Herreros es el mejor jugador nacional de la época, Aísa retorna de su exitoso periplo francés y Chandler Thompson corrobora todo lo bueno que mostró en Orense). Pero a Carlos no le apremia el éxito. “Nunca tuvo prisa. Desde joven fue muy consciente de sus limitaciones y ni él ni su entorno tuvieron prisa. Si querías, Estudiantes era un sitio en el que podías pasar toda tu carrera. Pagaba bien, entrábamos en playoffs, jugábamos en Europa, había gente en la selección, teníamos buenos jugadores extranjeros y era más fácil no tener prisa porque te proyectaban en el club durante años. Además, le vino muy bien porque físicamente se tenía que hacer. Tenía que mejorar cosas (conocimiento del juego, técnica individual…), pero en lo que no tenía que mejorar nada era en ganas y en poner la cara, ni en trabajo ni en concentración. En eso era muy superior. Era un tío muy ordenado y eso hacía que nos ayudara y nosotros a él. Y no era un jugador que apretase ni al entrenador ni a sus compañeros”. El entonces hijo pródigo Nacho Azofra, da fe del buen coco del chaval en su análisis.
Dentro de una trayectoria irregular, los de Ramiro cuajaron un buen año, llegando a forzar un 5º partido al Barsa en semis y de paso acceder a Liga Europea. Carlos, piano piano, exprimiendo los minutos y forjándose con rivales del calibre de Karnisovas.
Herreros se acoge al Decreto 1006
Verano movidito.
En pretemporada, en un viaje inolvidable, Estudiantes visita Mostar para jugar delante de las fuerzas armadas españolas desplazadas en misión humanitaria al conflicto balcánico. En medio de la barbarie, Carlos no esconde en Gigantes sus debilidades militares cuando sale fotografiado sobre un carro de combate: “Estos temas me encantan. En casa hago maquetas de aviones militares. Me libré de la mili por la altura y me vino muy bien para el baloncesto. Pero si no hubiera sido por eso, hubiera pedido hacerla”.
Regresan al Estu, Harper Williams y Rafa Vecina (éste ejerce un importantísimo tutelaje sobre Carlitos). Herreros fuerza su marcha al Madrid, que suelta 250 millones de pesetas más IVA, y Carlos gana espacio en la rotación. Es impensable que asuma el derroche anotador de Alberto, pero muestra las virtudes que con el tiempo le harán capital (defensa, rebote, concentración, inteligencia y un buen tiro). Nuevamente se sincera en la revista: “La salida de Herreros me benefició claramente… Subí un escalón y me dí cuenta de que era un poco más importante para el equipo… No pretendo ser el sucesor de nadie, pero sí quiero ser mejor que Herreros, con todo lo que eso conlleva… Quiero que llegue un día en que no destaque en nada y, sin embargo, lo haga todo bien”. Otra primavera con el Barsa como dique en las semifinales ligueras y el reconocimiento como Mejor Sexto Hombre de la Liga. Buen paso por Liga Europea con un partido heroico para el buen aficionado estudiantil que comprobó ojiplático como los chavales (Iñaki, Paco y Carlos) se dejaban el alma para darle la vuelta un partido al todo poderoso Olympiakos de Fassoulas y David Rivers. Villeurbane pondría fin en el partido de desempate de octavos a la aventura colegial.
Grandes noticias: Estudiantes ata su renovación 4 años (desoye los rumores venidos de la Ciudad Condal) y la convocatoria para el Mundial Sub 22 de Australia de 1997. Gustavo Aranzana lo percibe como “el más callado; lo observa todo sin rechistar” fuera de la cancha y dentro como “un jugador completo con un gran equilibrio, que puede jugar de espaldas y de cara y un excelente reboteador ofensivo, aunque ha llegado muy bajo de forma”. España no superó el crucial partido de cuartos, frente a Puerto Rico (71-77), pese a la máxima anotación del madrileño (18) y termina séptima. Aranzana lamentaba el desenlace: “Debemos aprender a competir. Con Roberto Dueñas hubiéramos estado entre los cuatro primeros. No tenemos físico ni tiradores” y pese a las dolencias de Jiménez, que no le habían permitido rendir a tope, ponderaba su importancia (7,3 puntos y 5,1 rebotes). Ricardo Guillén (14,1) y Rodrigo De la Fuente (11,8) serían los máximos artilleros de la decepcionada selección.
En su Cincuentenario, Estudiantes firma a otro de esos jugadores “engañosos”: Shaun Vandiver era un gordito culón que arrastraba las rodillas, no saltaba una tortilla francesa y que entendía el baloncesto como los ángeles. La salida de Aísa hacia Francia otorga todavía más sitio a Carlos que ya no mira atrás. Pepu avisa de “todas las cosas que lleva en la mochila” su jugador y que ya va soltando (asombra en la victoria en el Palau con 22 puntos y un triple definitorio en el último suspiro). Campaña irregular del equipo, plagada de lesiones (el pequeño gran Gonzalo Martínez se volvió a destrozar la rodilla), que encalló en la comarca del Bagés. En cuartos de final, Manresa daba la primera pista de lo que sería su sorprendente título liguero. En los vestuarios del Congost, Rafa Vecina (el hombre que era capaz de jugar al baloncesto sin botas, claudica Nacho Azofra) ponía fin a su brillante trayectoria y lloraba su adiós como un niño sin postre. En Europa la también futura campeona Kinder de Messina, Rigadeau y Danilovic había cercenado las esperanzas madrileñas. Mediada la temporada, Carlos había estrenado internacionalidad con la absoluta en los encuentros del preeuropeo. Cumplida la misma, hace oídos sordos a mareantes ofertas y amplía su vinculación con los de la calle Serrano: “El dinero no lo es todo. Aquí también puedo ganar títulos” y participa en el Mundobasket 98 de Grecia. La España de Lolo Sainz alcanza un estimable quinto puesto.
Asentarse en la élite
En el estío del 98 el histórico Juan Francisco Moneo (sal que esto se pone feo, le gritaba con gracia La Demencia) deja la presidencia de Estudiantes. Le sustituye otra institución, Alejandro González Varona. Se consigue la vuelta de Alfonso Reyes y dan el salto al senior Pedro Robles y Felipe Reyes (reciente campeón europeo júnior). Carlos, definitivamente ubicado en el quinteto titular, tiene un arranque accidentado. En el segundo partido, frente a Unicaja, se hace un esguince en ambos tobillos. Tres partidos después, se raja un codo al chocar contra una valla: “la primera noche no puede dormir de lo que me pinchaban los puntos. Perdí la cuenta cuando me llevaban dados 25”. Desde el incidente se acolchó la publicidad. Poca cosa para alguien duro de pelar. Le llaman para el All Star. Alternan el Palacio en Liga con el Magariños en Korac, y excelsas victorias con fragantes derrotas, que les dejan fuera de la Copa. En el continente caminan a paso militar, pasaportan al Ostende para entrar en la final (la hazaña se vio empañada por la rotura del ligamento cruzado de la rodilla derecha de Chandler Thompson). Aguarda el Barsa, al que los colegiales arrinconan en una segunda parte de ensueño y acuden al Palau con 16 puntos de ventaja, pero prenden rápido en la hoguera blaugrana (a los 12 minutos ya palmaban 24-9) y se vuelven sin el trofeo con una zurra que jamás olvidarán (97-70). En Liga, salvan el factor campo y se meten en semifinales pasando por encima de TAU Baskonia, pero el sastre culé le tiene tomadas las medidas (3-0).
Lolo está encantado con la evolución de Carlitos, como cariñosamente le llamaba, aunque recela un tanto de su altruismo: “Tiene pendiente la explosión definitiva. Su carácter nada egoísta puede retrasar su total explosión”. Y en el Europeo de Francia 99, España alcanza una milagrosa e importantísima medalla de plata. Con las maletas hechas en el hotel, Francia (sin nada que jugarse) vence a Eslovenia tras ir 19 abajo y el combinado nacional entra en cuartos de rebote para medirse a la archifavorita Lituania. Sainz encargó la utópica labor de anular al “Goliat” Arvidas Sabonis a Iñaki De Miguel: “Pártete la cara que yo te la pago”. Y el soldado aburrió de tal manera al general de la NBA (3 puntos y 3 rebotes en 16 minutos) que éste al cruzarse en un tiempo muerto con el técnico de Tetuán le imploró: “Lolo por favor quítame esta lapa”. España rayó a una gran altura defensiva y se encomendó a un impresionante Alberto Herreros (28 puntos ante los báticos y 29 sobre Francia en semis) para acceder a la final contra Italia. Los trasalpinos que había hecho lo propio con Yugoslavia, tenían más talento (Carlton Mayers, Andrea Meneghin y Gregor Fucka) y callo y no dieron opción (64-56) a una España cansada y sin tino (36% en tiros de campo). Pero esa segunda plaza sería fundamental en el devenir futuro: “Los Alfonso Reyes, Nacho Rodríguez o Alberto Herreros pondrían la base de los éxitos posteriores”, reconocería Pepe Sáez.
Txapeldun de Copa
Poco antes del inicio de la campaña siguiente, Iñaki De Miguel emigra al Olympiacos en una oferta irrechazable para club y jugador que se embolsan una talegada. En la mejor tradición ramireña su hueco lo ocupa Felipe Reyes, reciente Campeón del Mundo Júnior. Adecco, patrocinador oficial del Estu, pretende sacar de su retiro al mismísimo Michael Jordan bajo el pretexto de recibir clases diarias de golf de Severiano Ballesteros y 12 millones de $. Onírico.
Estudiantes llega a la Copa de Vitoria con paso firme y se enfrenta a los 3 equipos que le preceden en la clasificación. La última edición disputada en el País Vasco (San Sebastián año 1963) había abierto las vitrinas del instituto. Nacho y Gonzalo gripan el motor local (Bennett), Pepu acrecienta el nerviosismo baskonista con sus defensas alternativas y Carlos (9 puntos) complementa a un espléndido Felipe (17). Las semifinales las contemplará Jiménez desde el banquillo, con un constipado de caballo. Anulado André Turner, con los Reyes merendándose a Richard Scott, y Thompson dinamitando desde el perímetro, Estudiantes accede con cierta comodidad (80-65 sobre Caja San Fernando) a la final del lunes ante el Pamesa de Miki Vukovic, en la que la presencia del de Carabanchel (muy mermado) fue testimonial. No importó, Azofra sacó de rueda a Rodilla y Alfonso Reyes, brutal “Robocop” (26 puntos), de quicio a Tanoka Beard que entró pronto en faltas. Dos triples de Aisa y Azofra a falta de 7 minutos pusieron en la rampa del podio (59-50) a los colegiales. El trofeo llegó roto al vestuario. Del destrozo se acusa a Vandiver (espléndido, como casi siempre, con 14 puntos). La plantilla dedica el triunfo emocionada al gran Satur, el utillero de toda la vida fallecido unos días antes.
En las semifinales de la Korac el Unicaja de Maljkovic puso palos en las ruedas estudiantiles y el Magata no pudo ser testigo de la remontada.
Estudiantes tampoco tendría piedad de los taronjas en playoff (3-0 con una excelente actuación de Carlos en La Fonteta, 19 puntos y 4 rebotes). Para la historia queda el error bajo canasta en el Pabellón de Thompson en el último segundo del 5º partido de semis que impidió el pase a la final. Pese a todo, sobresaliente curso de los de la calle Serrano. El Madrid de Scariolo ganaría una Liga de mucho mérito en el Palau.
Los Juegos de Sidney 2000 supusieron el alunizaje de los primeros astronautas de la Generación del 2000 (Raúl y Navarro) y una decepción mayúscula (novenos).
El mejor alero puro de la Liga
Absolutamente establecido, Carlos se afirma como un paradigma de regularidad que se mueve en torno a los 10 puntos y 6 rebotes y en el amo de los intangibles. Estudiantes se armaría alrededor de los dos mejores jugadores nacionales de la Liga en sus puestos, Carlos Jiménez y Felipe Reyes. En las siguientes cuatro temporadas (de 2000 a 2004) alcanzarían con holgura las semifinales de playoff. Mención especial para aquella fantástica eliminatoria de cuartos en la 2001/2002 con un duelo de dibujos animados entre Raúl López y Nacho Azofra. Gigantes nombraba a Carlos mejor defensor de la temporada que por vez primera rebasa los 10 puntos (10,8 de promedio) y calca su desarrollo: “inconmensurable en defensa y rebote y mesurado en ataque”.
En la 2003/2004 se quedan a una brazada del título. Después de eliminar en el quinto contra pronóstico al TAU en Vitoria compitieron bravamente en los dos partidos del Palau. En el que abría la serie final, Pepu enmascaraba defensas y los azulgranas se fueron manteniendo gracias a Ilievski, Navarro y Bodiroga. Cuando quemaba el encuentro, los colegiados señalaron unos dudosísimos pasos a Carlos Jiménez y en el desafío desde la línea de personal salió victorioso el Barsa, con Navarro de verdugo (4 tiros libres seguidos) y Brewer errando el decisivo a falta de 3 segundos (79-78). El siguiente combate parecía adquirir color local cuando se entraba en el último cuarto 64-48, pero los del Ramiro reaccionaron y empataron a 73 merced a un triple de Jiménez. Con 10 segundos Brewer pierde una bola para empatar y el Barsa se sitúa 78-74. A falta de 5 segundos Loncar recibe otra falta; anota el primero, lanza a fallar el segundo y cuando Patterson va al rebote es claramente agarrado por Dueñas. Los árbitros no lo ven y Bodiroga no perdona (80-74). Felipe escenifica la indignación madrileña: “Nadie recibe tantas ayudas arbitrales como el Barsa”.
“Lo veo tan chungo, tan rematadamente difícil, que hasta es posible”, se podía leer en una de las pancartas de La Demencia en Vistalegre. Y… casi. Porque Estudiantes le zarandeó por dos veces al equipo de Pesic en Carabanchel, con un Nikola Loncar tocado por los dioses. En el 5º, el técnico serbio trabó el contraataque y la circulación de balón colegial y sujetó a Loncar y Felipe. Tras un último empate a 46, los culés cargaron bayonetas y Bodiroga, Navarro y, sobre todo, Rodrigo De la Fuente (17 puntos) decantaron el campeonato desde el triple (69-64). Jiménez, excelente en el epílogo, 12 puntos y 8 rebotes en 34 minutos.
Con la selección, Carlos rasca chapa en los europeos de Turquía 2001 (bronce, en la aparición de Gasol y Felipe) y Suecia 2003 (plata) y vuelve con la miel en los labios del Mundial de Indianápolis 2002 (dos victorias de quilates sobre la campeona Yugoslavia y los profesionales USA -Carlos se quedó con la camiseta de Reggie Miller-, no borran la amargura tras la eliminación en los dichosos cuartos ante Nowitzki y su Alemania) y los Juegos Olímpicos de Atenas 2004 (USA endosó a España la única derrota en los cruces de un inmaculado torneo), en los que el equipo parecía que estaba para mucho más. Los de la Generación del 80 conjugan mal el verbo perder, pero todo proceso lleva su aprendizaje.
Algo está cambiando
Tras el exitazo liguero, Estudiantes vende a Felipe Reyes (que durante años marcó dobles dígitos en puntos y rebotes a un nivel estratosférico) al Madrid. El Chacho ocupa con naturalidad y desparpajo el puesto de Brewer y Ángel Goñi sale del cuerpo técnico para dedicarse a otros cometidos. Carlos ya cumple su décima temporada en ACB. Le agasajan con la típica camiseta conmemorativa y desde su discreción responde con un partido total (20 puntos, 7 rebotes, 4 asistencias y 10 faltas recibidas) en la ajustada victoria sobre Lleida. Por votación popular es elegido dentro del mejor quinteto de la Liga junto a Calderón, Charlie Bell, Scola y Garbajosa y es designado Gigante Nacional por la revista. Rompen el maleficio y se cargan al Barsa en postemporada, pero en semifinales se dan de bruces contra el Madrid. Pepu abandona el barco y Carlos cree llegado el momento de cambiar de aires. Así se lo hace saber a la directiva, que en principio no pone reparos. Más el tema se complica cuando el destino elegido es el Madrid. Estudiantes llega a un acuerdo con Akasvayu Girona, que pone más pasta. Pero el jugador no quiere salir de Madrid (Noelia, su mujer, trabaja también en un importante bufete de la capital), y los blancos regatean la guita. En el Ramiro se cierran en banda y remiten a la cláusula completa (3,6 millones de euros). La situación se enroca, comienza la temporada, desde la grada lo flagelan (pasaron de cantarle “Carlos Jiménez qué cojones tienes” a “CJ qué poco pelo tienes”) en la apertura con derrota frente a TAU Baskonia. El nuevo entrenador, Juan Orenga, deja a Carlos en el banquillo los siguientes 4 encuentros porque no le ve centrado y el equipo lo paga con derrotas. Reaparece en casa ante el Joventut y a la sexta obtienen la primera victoria (93-82). Nacho Azofra (17 puntos y 9 asistencias) rinde pleitesía a su compañero: “Él es Don Carlos Jiménez y cualquiera que sepa de esto, sabe lo que aporta, aunque no esté bien en ataque. Sus intangibles son valiosísimos”. A los veteranos se les va sumando el empuje de Pancho Jasen y la frescura de Rodríguez y Suárez, pero Orenga no termina por enderezar la nave y tras la décima derrota en 15 partidos es sustituido por Pedro Martínez.
Llega la fecha límite, 31 de enero, sin acuerdo entre las partes y Carlos asume la situación: “No pensaba que tendría que separar el corazón de la cabeza para jugar al basket”. Se engarza la armadura de profesional y realiza una segunda parte de temporada espléndida. El emergente talento Rudy Fernández lo admira como referencia: “Mi ejemplo es Carlos Jiménez, que es capaz de hacer 33 de valoración metiendo 7 puntos. He aprendido de él la búsqueda de un juego completo”. El de San Viator, concluye en el quinteto ideal a la vera de Prigioni, Navarro, Garbajosa y Scola en las circunstancias más adversas, dando la razón al mallorquín con partidos de 39 de valoración con sólo 4 lanzamientos a canasta o 34 con apenas 5 intentos. La eficacia personificada (8º mejor jugador valorado). Remontan posiciones y se cuelan en playoff. En la derrota en Málaga, el histórico Nacho Azofra disputaría sus últimos minutos como “demente”.
Campeones del Mundo
Jiménez estaba en las agendas de todos los candidatos a la presidencia del Real Madrid, pero un tanto escamado, no quería vivir otro verano en boca de todos y aceptó, en mitad de la concentración del equipo nacional, la oferta de Unicaja, reciente campeón de Liga con Scariolo.
Había llegado feliz a la concentración a San Fernando y al poco recibió el permiso de su viejo conocido Pepu Hernández (a la sazón nuevo seleccionador) para conocer a su primer hijo, Pablo, que ya recibió su primer presente (una camiseta de la selección con su nombre).
Desde que dejaron las maletas en el Bahía Sur, aquello pintaba bien y Pepu supo captar la dinámica del grupo y ganarse a sus discípulos: “No vengo a imponer mi estilo, sino aprovechar el de los jugadores, que tienen mucho talento. Les he pedido intensidad en el trabajo y que se lo pasen bien”. ¡Eureka! Da fe el doctor Delfín Galiano “con Pepu volvió la filosofía de Lolo” y el delegado Manolo Rubia destaca “como el conductor de grupo perfecto” a Pepu. “Cuando vi que Carlos también estaba jugado a la pocha pensé: Ahora sí que nadie nos va a frenar” (refiere el antiguo jefe de prensa Roberto Hernández). En realidad, Carlos no jugó a las cartas (le iban más los libros), sólo contabilizaba el marcador porque “quería formar parte de aquello; eran ratos divertidísimos”. Las tres valoraciones de los miembros de la expedición las recoge Luis Fernando López en su magnífico libro “Estos maravillosos años”.
A España le faltaba una palabra de cuatro letras (Marc) para completar el crucigrama. El “otro” Gasol sustituye a Fran Vázquez lesionado. Y España no habría de perder ningún partido hasta conquistar el título mundial en Japón. Pulveriza rivales y registros, 18 victorias consecutivas (en 9 amistosos y otros tantos encuentros oficiales). Sufre hasta la extremaunción contra Argentina (pero el triple esquinado de Nocioni no entra) y se sobrepone a la lesión de Pau Gasol en el último minuto de aquellas semifinales. Al momento, el grupo lamió la herida: “Vamos a ganar por ti”, le espetó Navarro a su amigo delante de todos. Esa noche Pepu Hernández se entera del fallecimiento de su padre, pero el técnico silencia el hecho (sólo lo saben el presidente, el cuerpo técnico y Carlos Jiménez, al que se lo ha soplado Sáez) y plantea un partido de calado histórico. España deja en 47 puntos a Grecia, que dos días antes había profanado a las estrellas profesionales americanas, endosándoles 101 puntos. Si en semis, lucieron el Chacho y Rudy, en la final Cabezas y Berni se comen crudos a Spanoulis y Papaloukas, Marc empequeñece a Sofo Schortsanitis, Navarro y Garbajosa recobran confianza y puntería (20 cada uno) y Jiménez, actuando de 4, hace un partido para enseñar en las escuelas. Como casi siempre, las estadísticas (4 puntos y 11 rebotes) no hacen justicia a su labor. Está en todo, llega a todo, le cabe todo, ayuda para todo. Sublime pasando a limpio lo sucio. “Un modelo perfecto de jugador de equipo”, diría Pepu. “Imprescindible. Si no estuviera, habría que inventarlo”, remarcaría Gigantes.
Todo el país recordará aquel 3 de septiembre de 2006. Victoria aplastante 70-47 sobre Grecia. Lágrimas de alegría, muchas. Lágrimas de emoción, más. Por Pau y su pie. Por Pepu y su dolor. Por un grupo de chavales talentosos, competitivos, ejemplares, que hacían el corro de la patata portando en sus cabezas los hachimakis (las cintas japonesas que encarnan constancia y esfuerzo), cantaban “El Hombre Despechado” de Riki López y se cachondeaban cuando Pau se adelantaba y recogía por error (pensaba que era el de MVP) el trofeo de campeones que debía haber recibido Carlos.
Dos platas con sabor muy diferente
Si al año siguiente España perdió el oro en su Europeo, en los Juegos de Pekín España ganó la plata.
Algo se quebró en aquel verano de 2007. Desde la Federación se trató de “vender” el oro mundial y la preparación para el Europeo en casa se llenó de actos protocolarios y publicitarios. El marketing limó tiempo al baloncesto y Pepu se mosqueó. Confía en los mismos 12 mundialistas (aguarda a Garbajosa, que se restablece con el tiempo muy justo de su grave lesión con los Raptors) y se distancia del presidente Sáez. Croacia da un aviso al cierre de la primera fase, que sirve a España para centrarse con 4 victorias seguidas y acceder a semifinales. Otra vez Grecia y otro gran partido, el mejor del campeonato con Pau y Juan Carlos (23 puntos por barba) acaudillando el triunfo (82-77). Y España se trastabilla en la final, varada, sin ritmo, frescura, tiro ni circulación de balón. Sólo Calderón encuentra alguna vía de agua individual en el entramado defensivo ruso. Su entrenador, el gran David Blatt, plantea un encuentro árido de pírrico tanteo para llegar con posibilidades al final. Y lo clava. Su compatriota, el formidable base Jon Holden, pone por delante a los antiguos soviéticos en un lanzamiento muy afortunado. El postrero tiro de Pau Gasol sale escupido por el aro y Rusia sale campeona.
El torneo deja sus cicatrices y algunas no se cierran. En primavera estalla el choque de egos entre presidente y entrenador y en el cisma éste sale por la puerta de atrás. Con los Juegos de Pekín a las puertas se piensa en Aíto García Reneses como solución y, pese a las diferencias, aciertan de pleno. El madrileño es, probablemente el mejor entrenador español de siempre, pero tiene su manera peculiar de entender el baloncesto y gestionar el grupo. Sus rotaciones constantes desubican a algunos, que pierden galones. Difumina rangos y sus chicos del Joventut (Ricky y Rudy) son los que mejor parecen entender el libreto del maestro (espíritu defensivo, ritmo muy vivo y situaciones sencillas en ataque). La puesta en escena (81-66 sobre Grecia) no hace pensar en las dificultades posteriores. Ricky, a sus imberbes 17 años, saca al equipo de un atolladero importante para remontar 14 puntos a China en el último cuarto y vencer en la prórroga. Carlos se dio un golpe fortísimo y se lastimó la cabeza y la espalda, lo que le impidió disputar los dos siguientes partidos (trabajada victoria sobre Alemania y paliza ante USA, 82-119). Un triunfo sencillo sobre Angola cierra fase. Antes de los cuartos, los jugadores celebran una balsámica cena en el Mare, el restaurante de Arturo Lanz, antiguo cantante de Aviador Dro. Salen vitaminados y Croacia no opone excesiva resistencia (72-59). Los tiradores lituanos campan a sus anchas en la primera parte de las semifinales (preocupante 42-36 para los bálticos), pero España, sin alardes, se agarra al parquet. Felipe Reyes (13 puntos) y Jiménez (11 puntos y 7 rebotes), empecinados, percuten martillonamente en el último cuarto y con empate a 71 y 7 minutos por jugar, Aíto frota la lámpara y planta una zona que desorienta a Jasikevicius y compañía. Pau, Carlos y Raúl López firman la sentencia desde el punto de personal (91-86): finalistas. En el hotel a García Reneses no le vale y pica a los suyos: “¿Pensáis que ya han acabado los Juegos?”. Carlos adelanta un secretito meditado al presidente Sáez…
La lesión muscular de Calde (que le impide jugar), las tempranas faltas de Raúl y las molestias en la mano de Ricky (muy cobijado todo el torneo por Carlos y Garbo) sacan a Navarro de la chistera. Y Juanqui (18 puntos) rescata al niño travieso que lleva dentro y vuelve locos a las estrellas de la NBA desde el puesto de base. Pese a los marcianos porcentajes de tiro de los pross (12/16 de 2, 3/4 triples y 11/14 tiros libres en el cuarto inicial), España no se arruga y planta cara (31-38). Al intermedio 61-69 con Rudy reivindicando un sitio en la constelación (después de 11 puntos con 3 triples) y la grada silbando la parcialidad arbitral, persiste el tiroteo (61-69). Humeaban las redes de los aros. Felipe se muestra como un Reyes y Navarro sigue esparciendo bombas de racimo (82-91 al cierre del tercer periodo tras triple de Anthony). Pau a su nivelazo (21 puntos). El Pabellón enloquece con un triple de Rudy sobre Lebron (89-91 en el minuto 32). Carlos no olvida los rostros de tensión de los americanos tras el enceste. El incandescente Fernández le hizo un mate a Howard en la cara para llevar el poster en la carpeta hasta que termines la universidad. Pero los USA buscaban la redención, se conjuraron y suben la apuesta. Lebron (14 tantos), Wade (20) y especialmente Bryant no podían permitir la afrenta. Kobe hizo 13 puntos en el periodo definitivo (incluido un 3 + 1 acallando al público que colocaba el electrónico 99-104). Carlos Jiménez enchufó un triple y tuvo otro desde la misma esquina con 105-111 a falta de 1 minuto y medio que no entró (en su único error en el lanzamiento para 12 puntos) y ahí se acabaron las opciones hispanas. Alguien dijo que hay derrotas que condecoran. Tras el partido, posiblemente el mejor de la historia de la selección, Carlos comunicó a sus compañeros en el corrillo que lo dejaba. “No hay mejor despedida posible”, afirmaba. Echa la vista atrás, se reconoce en el niño vio la final de Los Ángeles 84 en Cullera, en casa de su amigo Julio Álvarez, “Yuyu, y guarda con enorme cariño la antorcha que como relevista portó en 2004. Es el momento. Juan Carlos Navarro, rendido, resaltaba su “trabajo impecable como jugador y capitán”.
Málaga, un paraíso; Estudiantes, el infierno del descenso
A Carlos le costó lo suyo abandonar la capital, pero la Costa del Sol le cambió la vida y allí se ha establecido.
Ante la salida de Garbajosa a Toronto, Scariolo lo situó como 4. “Es el jugador con más valoración de la plantilla y el que más impacto tiene”, recalcaría el italiano. En su primera temporada se colarían en la Final Four ateniense de la Euroliga, dejando en la cuneta al Barsa (histórico el triple de “Pepe” Sánchez). En la venidera, el de Brescia cerraba su lustro andaluz entrando como octavos en postemporada. Darían la sorpresa cepillándose al Madrid, para ceder ante el TAU Baskonia, futuro campeón.
Le sustituye Aíto que porta todavía caliente la medalla olímpica. Están a punto de quedar campeones de Copa en Madrid y de entrar en la final ACB, pero TAU (100-98) y Barcelona se imponen en sendas prórrogas (en el Palau, Omar Cook tuvo el triple para pasar la eliminatoria). En el bienio siguiente la poca estabilidad se tradujo en un desfile incesante de jugadores y en la erosión de la grada y la directiva con el entrenador, que terminó con el cese de éste. Playoff sin pena ni gloria.
Y cuando parecía que iba a colgar las botas, Nacho Azofra, por entonces director deportivo de Estudiantes se acuerda de Carlos y le trae de vuelta al Ramiro de la mano de Pepu Hernández. Descenso no consumado en un año horrible, para olvidar, con el que Jiménez puso un triste fin a una espléndida carrera. Regresa a Málaga como entrenador de cantera del club, Repesa le pide que se vista de corto (y participa en 11 partidos) hasta que se recupere de su lesión Sergi Vidal, en un último servicio. Con el tiempo llega a ser director deportivo de Unicaja.
El hombre tranquilo
Aparentaba bonachón y su corazón latía al ritmo más lento registrado por los médicos de la Federación (28 pulsaciones en reposo). Pintaba meticulosamente soldaditos de plomo. Tan noble como firme: “Era caliente jugando. Muy duro y competitivo. Decíamos, pobre Carlos, qué bofetada le han dado… Él ya le había dado tres antes y no nos habíamos enterado”, rememora entre risas Azofra. Ni temeroso ni temerario. Difícil verlo sacando los pies del tiesto (llegó a ser nombrado jugador más deportivo por la ABP), pero cierta tarde perdió la compostura en Vistalegre cuando Dragisa Drobnjak le agredió alevosamente. El de Carabanchel se reviró a por el serbio como un tigre herido: Carlos acudió al entierro de su abuela con la nariz rota, taponada por las vendas. La solitaria anécdota no disipa su temple: “A los 18 años ya parecía un adulto. Jugaba en el EBA con la misma concentración e intensidad que luego con la selección” (Paco García). “Siempre hacía lo que se esperaba de él. Tenía calma. Sabía esperar a solucionar las cosas en frío”, ahonda Nacho.
Un jugador de culto
No era el típico jugador que entraba por los ojos del aficionado medio, su figura trasciende mucho más entre técnicos y compañeros. Nunca fue cabeza de cartel, un bestseller, un superventas, pero era el jugador al que todos los entrenadores ponían y al que todo baloncestista quería tener en su trinchera. Si hubiera gozado de más confianza en su tiro, habría asumido un volumen mayor de lanzamientos. Jamás sería un anotador (24 tantos constituyen su mayor guarismo en ACB y 13 en la selección). Con frecuencia parecía dejarse balas en el cargador. “Disfruto anotando una canasta, pero también colaborando a impedir que nos metan otra. Siempre me he divertido haciendo un poco de todo”, se justificaba ante sus críticos. Pesquera apreciaba las virtudes de un soldado universal: “Asume su papel siempre y da todo lo que le pidas. Capaz de defender a cualquier rival, colosal reboteador e imprescindible en el grupo”.
Si se mostraba tímido en ataque, aunque “sabía estar perfectamente, aprovechaba los espacios, jugaba muy bien sin balón, te seguía las penetraciones, cortaba desde el lado contrario, era muy grande y arrastraba mucha defensa, daba el pase preciso, creaba ventajas, siempre iba al rebote y poco a poco mejoró el tiro de tres… Si recibía con espacio, la metía” (Nacho Azofra compendia sus virtudes ofensivas), en defensa no se admiten peros. En alerta permanente, con las orejas tiesas y el culo prieto. Sacrificado, versátil, disciplinado, contundente. “Nunca jamás he visto a nadie defender como a Carlos Jiménez. Había partidos en los que podía olvidarme del balón y mirarle a él presionar al base contrario, luego coger a su hombre, ir a una ayuda a un lado de la cancha, llegar a tiempo para ayudar en el otro, puntear el tiro y coger el rebote”, recapacitaba extasiado Guillermo Ortiz en su libro “Ganar es de horteras”. Omnipresente, le veía Paco García, “al ser tan grande, ocupaba mucho sitio y llegaba a todos lados”. Gonzalo Martínez alaba su rendimiento sostenido: “Era un diesel. Daba mucha estabilidad y un nivel medio brutal. Aportaba mucha fuerza defensiva y rebote en un sitio que nosotros necesitábamos”. Cierto. Estudiantes nunca gozó de pivots muy grandes y en muchas de las posiciones partía con desventaja física respecto a sus rivales. Una anécdota de su capitán retrata de manera definitiva las capacidades de Jiménez… Durante el descanso Nacho lo arengaba: “Carlos no estás defendiendo una mierda. Ponte las pilas que el base me lleva metidos 10 puntos”. Efectivamente, Carlos podía defender al suyo y a otros dos. Sería negar la mayor no decir que como jugador de equipo, quizá no ha habido otro en el baloncesto español. A mí por lo menos, no me salen tantos.
Mi agradecimiento a mi amigo Nacho (aunque la pandemia impidiera la entrevista con Carlos), a Quique León, Nacho Azofra, Paco García y Gonzalo Martínez por su tiempo, anécdotas y acertadas observaciones. Fue un placer.
Entre la bibliografía consultada destaca la enciclopédica y maravillosa historia de los 60 años de Estudiantes, Estos Maravillosos Años de Luis Fernando López (lo mejor que se ha escrito sobre la selección española), los dos libros de baloncesto del periodista Guillermo Ortiz y las abundantes entrevistas y reportajes de la Revista Gigantes.
La Segunda Oportunidad
Nadie nace sabiendo… Hay que formarse… El secreto está en la base… Estudia, trabaja… Persigue tus sueños, no dejes que nadie los cumpla por ti…
No llegó a saber si se pasó de listo o pecó de tonto. Quizá se saltó pasos, quizá le pudo la ambición y pisó terrenos desconocidos y peligrosos. Se subió a un tren en marcha y descarriló. Ahora volvía al apeadero de salida con la maleta vacía llena de renovadas ilusiones.
Aquellos consejos de su padre siempre le habían acompañado en su camino, le habían guiado, pero llegado un momento igual los malinterpretó. Las voces se apagaron, la caligrafía firme y cuidada se emborronó y los renglones se torcieron hasta un punto y aparte. Su ingenuidad le expuso a un mundo público, cruel, sin miramientos, donde se pasa del púlpito al escarnio en ediciones de periódicos. Su ambición le pervirtió y sus actos, impropios, le delataron. Asumió, cabizbajo, errores, pero el primer paso duro e indigesto ya estaba dado. Había enfrentado la mirada, contado su peripecia y aguardado temblando el dictamen paterno. “Esto no acaba aquí. Empieza aquí. A todos nos han faltado alguna vez veinte céntimos para el euro. Cada uno tenemos nuestro purgatorio. Aprende de ello, recapitula fallos y mira hacia delante. Y siempre, siempre, nos tendrás. No lo olvides”. Javier se abrazó con fuerza a la espalda encorvada de aquel hombre que parecía que todo lo sabía y que le susurró: “Ahora no la cagues”.
Cuando tiempo después oyó cerrarse el portón del Penal del Dueso, admiró la sorprendente claridad de la mañana, la belleza de la marea baja en Berria, mientras Santoña se desperezaba. No había querido que nadie pasara a recogerlo. Transcurrido un rato, subió al autobús de línea dando gracias a la vida por esta segunda oportunidad. Dormitaba en el suave traqueteo del trayecto hasta que sus recuerdos se ordenaron y sus pensamientos afloraron fluidos.
Escarbando, no conseguía identificar su primer vestigio relacionado con el baloncesto. Igual un primer balón Mikasa, la canasta de la habitación, las salidas atropelladas en el recreo entre un torrente de críos. Desde niño se había sentido abducido por ese deporte sin especial parentela familiar (pues nadie lo había practicado), ni tutela colegial (los curas la tenían por entonces como una más de las actividades deportivas que practicaban los chavales).
Igual tuvo que ver la llegada de Nelson iniciado el curso. Hablaba poco y con acento raro, pero el primer día que no llovió y salieron al patio, dejó alucinados a sus compañeros de clase. Tímido, había traído su propio balón, permaneció botando y observando aquel maremágnum de chicos que disputaban varios partidos a la vez. Pasado un rato largo, en un momento de ligera calma decidió probar. Javier, se encontraba debajo del aro y recogió por casualidad el enceste limpio. Impactado, le devolvió el rebote y luego otro, otro, otro… Así hasta diez. El resto de las pachangas se habían ido deteniendo y el ruido había dejado paso al asombro. No es que las metiera, que sí. Es que tiraba perfecto y encima en suspensión con sólo 12 años. El lanzamiento salía natural, suave, sin aparente esfuerzo con el brazo derecho paralelo al suelo y en impecable ángulo recto. Doblaba ligeramente el codo izquierdo para sujetar la pelota y ésta era impulsada desde los tres dedos centrales de la mano derecha dando vueltas hacia atrás sin que la palma tocase el balón. Tras el tiro la mano diestra caía relajada. Nelson permaneció abstraído en su serie hasta que falló y entonces se dio cuenta de que todo el patio lo miraba. La ovación fue espontánea, atronadora y sorprendió al novato, que recogió pudoroso su pelota y marchó para el aula cuando la campana le daba un respiro y avisaba del final del descanso.
Los murmullos tardaron en apagarse a la entrada del profesor de matemáticas y a Javier le costó un mundo atender el desarrollo de las ecuaciones. Otro universo mágico se le había abierto. En el intermedio, salió despavorido para alcanzar al chavea que permanecía sentado unos asientos más adelante y que le había dejado loco una hora antes. “Oye ¿cómo has hecho eso?” le interpeló nervioso. “No sé, supongo que practicando”, le respondió encogido de hombros, Nelson. “¿Me puedes enseñar?”, volvió obsesivo Javier. “No sé si sabré, pero vale”, cortó el nuevo antes de la entrada a la siguiente clase. Y así dio inicio una eterna amistad.
Nelson era hijo de un estadounidense y una santanderina, que había ido a Washington a realizar un curso de postgrado en Relaciones Internacionales. Phil era sólo un joven profesor ayudante que quedó prendado de aquella española que tanta atención le prestaba en primera fila. Se enamoraron, se casaron y tuvieron un niño. Eligieron el nombre en homenaje a su admirado Mandela. A Phil le apasionaba el baloncesto, lo había jugado en el instituto y se quedó a las puertas de obtener una beca en Georgetown con el mítico John Thompson. Pese a la decepción por no poder jugar para los jesuitas, siempre fue un furibundo seguidor de sus “Hoyas” y en cuanto podía se acercaba a la cancha a animarlos. Amén de adorar al “grandioso” (en todos los sentidos) entrenador Thompson, idolatraba a Patrick Ewing y Allen Iverson, probablemente los dos mejores jugadores de la historia del centro. Y esta pasión la transmitió sin ambages a su hijo Nelson, que desde muy pequeño compartía con su padre las madrugadas del March Madness (el loco marzo universitario del baloncesto). Nada era comparable a lo vivido ese mes. En verano regresaban a la “tierruca” materna, disfrutaban de la inmensidad del paisaje cántabro, de las rutas interiores hacia los Picos de Europa, de los baños en las maravillosas playas, de la opípara gastronomía y del cariño familiar. Cuando un atentado a la embajada americana en Tripoli, segó la vida del padre de Phil, el matrimonio, roto de dolor, aceptó las propuestas como profesores de las universidades de Comillas y la internacional Menéndez Pelayo para trasladarse a Europa y fijar su residencia en Santander.
Desde aquel primitivo día, Nelson descubrió a su recién estrenado amigo, un planeta desconocido, un deporte diferente, que en España estaba al alcance de cuatro locos. Javi permanecía embebido cuando su amigo cogía carrete y enlazaba las historias de sus héroes universitarios. Ambos formaron parte del equipo alevín que ese año se creó. En su estreno alcanzaron la final provincial. No estaba mal para unos principiantes. Un bienio después, entrarían en la selección cántabra infantil que disputó el Campeonato de España en San Fernando (Cádiz). Compitieron decorosamente, aunque se hallaban muy lejos de catalanes, madrileños y andaluces. En cadetes, estuvieron a un paso de las semifinales autonómicas, pero los canarios les cerraron el paso sobre la bocina. En el último año júnior, recibieron una ayuda inesperada. Un chico procedente de Badalona de algo más de 2 metros (algo impensable en el colegio) se había matriculado en los Escolapios. Venía del Joventut y tenía una mano y unos fundamentos colosales. Jordi, posibilitó el paso al siguiente nivel. Habían campeonado en la región los tres anteriores cursos. Esta vez en la fase de territorial de Bilbao, lograron el acceso al Campeonato de España de clubs. Un hito para Cantabria. Una heroicidad para un colegio.
En Segovia a los pies del inmenso Acueducto constataron sus limitaciones. Eran buenos, sí. Pero ¿a qué nivel? Estaban a unos cuántos cuerpos en lo físico y en lo técnico de los mejores proyectos del país. A pesar de realizar un buen campeonato, era imposible tutear a los grandes. Podrían jugar en equipos de la EBA, pero tendrían que labrarse sus habichuelas en otros ámbitos. Notables estudiantes, a Nelson le tiraba el cuidado del cuerpo, la fisioterapia. Javi se decantaba por la educación física, así que emigró a Madrid para estudiar en el INEF y además completar su formación como técnico al sacarse el título de entrenador superior.
En poco tiempo, Nelson se ganó una bien ganada fama, abrió consulta propia (que siempre estaba llena) en la que atendía a paisanos de toda la comarca. A algunos, de condición modesta, no les quería cobrar, pero al cabo de unos días recibía huevos, verduras, embutidos, pescado fresco… Mantuvo su relación con el deporte, porque raro era el verano que no formaba parte de alguna expedición que acudía a los campeonatos de selecciones nacionales en categorías de formación. Allí coincidió en varias ocasiones con su amigo, que había crecido como técnico de base y formaba parte del gabinete de la Federación. Javi, había encontrado trabajo como profesor de gimnasia en uno de los colegios que los Escolapios tenían en la capital, lo que le permitía cierto desahogo financiero para desarrollar su verdadera pasión. Así se baqueteó como preparador entre la flor y nata de los principales clubs. Después de ganar el campeonato de España Junior su próximo paso sería liderar al filial de un equipo de la ACB.
Una noche de verano Javier descolgó el teléfono histérico. “Lo dejaba todo”, anunciaba a su amigo. Los gritos de alegría de la pareja no parecían hallarlos a 460 km de distancia. Javier iba a cumplir el sueño de los dos. Una de las universidades más reputadas de Estados Unidos le incluía como entrenador dentro del staff técnico. La conversación se prolongó hasta la madrugada entre exclamaciones, reflexiones y consejos.
Iniciado el otoño, Javier puso rumbo al Nuevo Continente. Llegaba antes de lo que le habían pedido, pero quería estar instalado y listo al inicio de la temporada. Todo lo preguntaba, todo lo absorbía, todo lo disfrutaba. Aunque todavía tenía sus dificultades idiomáticas, encajó bien en el campus y cayó mejor entre jugadores y técnicos. De momento, estaba al final de la fila, relegado a labores residuales, más poco le importaba. Todo formaba parte del aprendizaje. Aparecía el primero y marchaba el último. Disfrutaba de las intensas sesiones colectivas, se deleitaba con las exhaustivas prácticas de mejora en la técnica individual. Pese a alcanzar rendido la habitación, todavía rescataba un rato para apuntar todo lo vivido. Sus ganas contagiosas, su vasta preparación le introdujeron hacia tareas más importantes. Mediado febrero el ayudante responsable de la parcela defensiva cayó enfermo con mononucleosis y Javi ocupó su lugar. El entrenador jefe quedó gratamente impresionado por los arriesgados traps (2 contra 1) y las novedosas estrategias zonales propuestas por el español y las incorporó al libreto táctico del equipo.
Pese a la distancia y a la diferencia horaria, los amigos mantenían un contacto casi semanal. A las vetustas historias que había escuchado de su colega de críos, ahora Javi añadía las de cosecha propia, magnificando todo lo que rodeaba al baloncesto universitario: los pabellones atiborrados, el seguimiento mediático, la posibilidad de sacar una carrera a la vez que practicabas tu deporte, el respeto al propio equipo, la figura del entrenador… Aun cayendo en 2ª ronda ante Missouri, completaron un curso muy elogiable con la gran mayoría de los chicos en el primer y segundo año de carrera. Al regresar a España era un niño el día de Reyes.
El verano se le pasó en un soplo de aire. No paró. En Santander se relajó entre amigos y familiares, practicó un poco de surf en las playas de Liencres y Somo, y rescató las pachangas vespertinas con los antiguos compañeros de promoción coronadas con las habituales cañas e irremplazables pinchos. Asistió de oyente a algunos clinics y ejerció de ponente en otros y participó como segundo entrenador de la selección en el Europeo Junior de Hungría.
Cuando le tocó hacer las maletas para saltar el charco no sintió ni pereza ni morriña. Estaba entusiasmado. Pronto el coach le fue dando mayor peso, le gustaban sus ideas a campo abierto y quería que participase en el juego organizado. Pasadas las navidades le encomendaron otra labor: viajaría una vez a la semana junto al segundo entrenador para ojear los mejores talentos de instituto. Se entrevistaron con grandes promesas juveniles para ir confeccionando el conjunto del curso venidero. Al equipo las lesiones le acecharon en el peor momento y fueron eliminados en tercera ronda con cierto estrépito.
Concluida la Final Four, el escándalo sacudió la planta noble del baloncesto universitario. Corrían rumores acerca de apuestas ilegales y de reclutamiento ilegal por parte de varias universidades de la élite. En el campus se percibía un creciente nerviosismo. Cierta tarde, en las postrimerías del mes de abril, el FBI interrumpió el entrenamiento y se llevó detenidos a los principales dirigentes y a todo el cuadro técnico. Se les acusaba de ofrecer grandes sumas de dinero e importantes regalos para fichar nuevos talentos. Algo tajantemente prohibido por el reglamento de la NCAA. Se les interrogó, aisló y se ordenó su inmediata entrada en prisión. Javier no salía de su asombro. Conmocionado, tras su primera noche en la celda, llamó a España para mal explicar la situación. Sus padres hablaron con los de Nelson, que movieron hilos y le buscaron un buen abogado.
Siempre mantuvo su inocencia. Había dialogado con varios chicos, pero jamás les había ofrecido dinero ni obsequios por jugar en su universidad. No quedó demostrada su culpabilidad, pero tampoco le exoneraron y, en una sentencia ejemplar para varios centros académicos, le cayeron tres años de prisión.
Se le vino el mundo encima, pero enseguida le animaron los mensajes que desde España le llegaban. Familia, amigos, Federación, jugadores, le hicieron sentir su apoyo. Encorajinado, decidió cuidarse con tablas diarias de ejercicio, y continuar su formación como preparador. Devoraba manuales, libros, partidos.
Su abogado y Phil batallaron en tribunales, organismos penitenciarios e incluso escribieron al gobernador del estado y obtuvieron una victoria. No le indultaron, ni conmutaron su pena, pero el último año de presidio lo cumpliría en España, muy cerca de casa.
Dos meses antes de recuperar su libertad recibió una visita inesperada. La de una leyenda de los banquillos del baloncesto patrio, al que había conocido brevemente durante un curso. Javi había tenido una intervención de poco más de 15 minutos explicando la importancia del extra pase y algo debió de mover en el viejo entrenador. Ahora la charla transcurría animosa con el deporte de por medio hasta que el entrenador cambió de tema de improviso: “¿Qué te parecería ser mi primer ayudante en Coruña?”, lanzó. “Coach ¿me está hablando en serio?”, acertó a rebatir el chaval. “Ya te habrán dicho que soy de pocas bromas. Así que sí lo quieres el puesto es tuyo. Creo que llevas mucho basket dentro y es hora de que lo saques. Así que piénsatelo y me dices”. Javier creía estar soñando despierto y contestó rápido para que el hechizo no se acabase: “No tengo nada que pensar. Desde hoy le digo que sí. Mil gracias. No se arrepentirá”. Cuando el veterano abandonaba el habitáculo, a Javier le caían las lágrimas a borbotones. El autobús se detuvo y bajo los peldaños ensimismado.
Meses después la bellísima capital coruñesa se había engalanado para su debut en ACB. Cuando el árbitro principal se disponía a lanzar el balón del salto inicial un grito restalló desde el fondo del graderío: ¡Ánimo Javi! El chaval, en el banquillo, dejó escapar una escueta sonrisa. Reconocería aquella voz amiga con acento extranjero en el medio de una tempestad dentro del océano.
Un cuento de Navidad (de baloncesto claro)
Con las luces del alba irrumpieron los gritos: “¡Despertar, despertar, han llegado! Os lo dije que este año también venían. Que los Reyes son Magos y pueden con la pandemia y con todo”. Los alaridos del chaval habían despertado a padres y abuelos. Profanado el sagrado mandato, en cuanto percibió los primeros rayos de luz había abierto con sigilo la puerta del salón, asomado cauteloso el cogote y atisbado una pila de regalos alrededor del árbol. A partir de ahí, había salido en estampida hacia las habitaciones de los mayores recorriendo el largo pasillo de la casa de los abuelos, que tanto le gustaba.
La noche se le había hecho larga, en eterno duermevela. Sólo canastas imaginarias, vuelos imposibles y fantásticas asistencias, habían conseguido doblegar la vigilia a ratos. Se había acostado como cada noche víspera de Reyes excitado, sobresaltado, por la anhelada llegada de los Magos.
En esta ocasión todavía más. Las circunstancias habían hecho que siguieran la cabalgata desde el balcón de su casa. Y suerte que tenían ellos de vivir en el centro y que la diezmada procesión de carrozas pasara por delante de su portal. Las medidas confinatorias habían reducido la comitiva al mínimo, sin gente en las calles, con los tres carruajes justos e indispensables que recorrieron un trayecto más largo del habitual. El consistorio había dispuesto ampliar el itinerario al mayor número de calles posible en el casco urbano de la ciudad.
Concluido el singular y escuálido desfile, sus padres habían decidido llegar a la casa de los abuelos a las afueras de Vitoria, donde dormirían, dando un paseo. El recién estrenado invierno todavía no se había afincado, siberiano, en Alava y daba gusto estirar las piernas. El matrimonio caminaba acurrucado festejando las ocurrencias del niño, que driblaba bancos, pasaba a las paredes, encestaba en papeleras y simulaba mates en los árboles más bajos. Ni guantes ni gorro. Un buen abrigo y la desgastada pelota de baloncesto acompañaban a Adrián.
A poco para alcanzar su destino, entre tinieblas, un centelleo parpadeante alarmó a la expedición. Pensaron en algún accidente, pero la ertzaina no atendía ningún siniestro, sino que escoltaba la última de las carrozas. Era la del Rey Baltasar, el favorito de Adri, que en breve parecía poner fin a su viaje.
El niño, acongojado, no daba crédito e interrumpió sus botes para marchar corriendo al amparo de sus padres. El trío se arrimó cauteloso hacia el regio grupo, del que sobresalía el Rey. Era alto, bastante alto, y al ver al crío descubrió una inmensa sonrisa. Se aproximó y en un fatigoso castellano le preguntó:
- ¿Cómo te llamas? - Adrián respondió cobijado entre sus padres.
- ¿Y qué le has pedido a los Reyes? (su majestad hablaba con un acento muy raro).
- Una pelota de baloncesto -respondió sin titubear.
- ¿Otra? inquirió guasón Baltasar.
El chaval siguió con su carta:
- Una camiseta del Baskonia.
- ¿Otra? – esta vez fue la madre la que le interrumpió con picardía.
Adrián la miró cómplice y continuó:
- Y que se pueda volver al Buesa, que se reanuden las competiciones en el colegio y que no se ponga más gente enferma.
El Mago le miró complacido:
- O sea que eres aficionado del Baskonia.
Al chaval se le escapó la timidez entre la niebla.
- Si. No me pierdo un partido. Vamos toda la familia. Me hicieron socio cuando tenía meses. Y el año pasado le ganamos la Liga al Barsa. Somos los mejores, aunque a veces perdamos y Dusko se cabree porque no defienden.
El Rey Baltasar atendía las explicaciones del pequeño aguantándose la risa.
- ¿Y quién es Dusko?
El niño torció el gesto extrañado ante la ignorancia del sabio.
- ¿Dusko? Dusko es el mejor entrenador del mundo, pero mi aita dice que con ese genio a ver quién es el guapo que se presenta como novio de su hija a la cena de Navidad.
Las carcajadas resonaban en la Virgen Blanca.
- Además, se ha dejado coleta y parece el Gargamel de los Pitufos. Y acojona todavía más.
- ¡Niño! – cortó de raíz su ama, a la que le costaba mantener el rictus serio, al escuchar la palabrota.
Cuando el Rey pudo recuperar la compostura se acercó aún más al pequeño, que pareció reconocer en él algún rasgo muy familiar. Aquellas trenzas…
- Muy bien. Has pedido muchas cosas, algunas complicadas porque ha sido un año muy difícil. Pero tú pórtate bien, haz caso a tus padres, estudia y ten confianza que verás cómo se arreglan las cosas.
Dio un beso en la mejilla al muchacho a modo de despedida y cuando ya se alejaba se giró como si se hubiese olvidado algo importante:
- ¡Ah! Y no dejes de ser fan de Baskonia.
Adrián hinchó el pecho cual juramento vikingo.
- ¡Eso está chupao! ¡Eso nunca! – gritó a la noche.
El trío restableció camino y el niño rescató el acelerado bote, pero un pensamiento no se le iba de la cabeza.
Al momento llegaron a casa de los abuelos. En cuanto el aita abrió la puerta, el adolescente salió disparado a la cocina donde la yaya ultimaba la cena.
- ¡Abuela, abuela, abuela! – vociferaba endemoniado. ¿A que no sabes a quién nos hemos encontrado?
Sin tiempo para que la mujer diese respuesta, su nieto relataba atropellado la emocionante escena.
El sonido del picaporte detuvo el encantamiento y el pequeño acudió corriendo al encuentro de su abuelo, que llegaba de la calle cargado de bolsas y al que casi tira en su abrazo.
- Abuelo, hemos visto al Rey Baltasar y es clavadito al Pierriá Henry del Baskonia.
El hombre lo detuvo y apuntó una sonrisa.
- Eso no puede ser. ¿Sabes por qué? Porque eso mismo me dijo tu aita hace 40 años, que el Rey Baltasar se parecía a Essie Hollis, cuando nos cruzamos con él aquí al lado, al final de la cabalgata.
Aitor hijo rememoró en su imaginación el mágico encuentro y en un instante se le agolparon muchos recuerdos: los comienzos en San Viator, los partidos al aire libre, los nervios antes de los enfrentamientos importantes, los innumerables amigos, muchos de ellos rivales, y su paso por la cantera baskonista donde los sabios consejos de los viejos maestros Xabier Añua, Pepe Laso, Manu Moreno e Iñaki Iriarte le ayudaron a manejarse en el deporte y sobre todo en la vida.
- ¿A Superbeltza? – gritó enloquecido el niño. ¡Eso es imposible!
Los Magos fueron Magos y trajeron el balón y la camiseta y, con el tiempo y mucha paciencia, devolverían la normalidad a las gentes, a las calles, a los bares y a las canchas de baloncesto.
Feliz Navidad a todos.
Fernando Martin, el gallo del corral
La duda ofende. Que Fernando Martín es uno de los mejores deportistas de nuestra historia no entra en cábalas. Por lo que fue y significó.
Comparar jugadores de diferentes épocas y distintos puestos alimenta sanos ratos de bar y animadas tertulias, que no es poco, pero no da para nada serio.
La pandemia ha traído muertes, pobreza y confinamiento y éste ha desempolvado partidos e imágenes antiguas, nostálgicas para los más maduritos y novedosas para la chavalería. Unos han sacado brillo a sus iconos, los otros han constatado la valía de los ídolos de sus padres y hermanos mayores.
Para contextualizar el pretérito momento, sirve un dato: cuando venía al mundo la irrepetible Generación del 80, iniciaban el camino del boom posterior un magnífico grupo de jugadores dirigido por Antonio Díaz Miguel (injustamente ninguneado ahora) en la selección. Tres cuartos puestos consecutivos palidecen ante el botín actual, pero en la España de la Transición no brotaban tíos por encima de 2 metros como champiñones, a los que enfrentar a los gigantescos soviéticos y yugoslavos, que por aquella competían unidos, ni a los aguerridos italianos. En el arqueo del brillante lustro relucen la medalla europea y la olímpica en LA. Ganar tiene mérito, pero hacerlo con estilo propio trasciende, deja huella.
A la Santísima Trinidad, Corbalán (hoy impartiría su doctorado entre los profesionales USA), Epi (érase una vez un hombre hecho a sí mismo) y Martín, les rodearía la inteligencia de Solozábal, la exuberancia física de Llorente, la defensa de Costa o la agudeza de Chichi Creus en el base; la inimitable elegancia de Sibilio, el don para el contragolpe de Itu, el tiro más estético jamás visto de Margall y la polivalencia de Fernando Arcega en las alas; la garra y capacidad de anticipación del “lagarto” De la Cruz, la inteligencia y velocidad de Andrés Jiménez y el poder intimidador y reboteador de Romay en la pintura.
En plena Movida, Díaz Miguel creó tendencia al amparo de una dinámica sencilla y atractiva: defensa, contraataque, equilibrio interior/exterior y cuidada selección de tiro. Por entonces, el manchego barajaba con destreza, purgando el más nimio detalle (ensayaba con Romay hasta el aburrimiento el supersónico saque de fondo tras canasta rival, insistía a sus bases en la necesidad de volar, adoctrinaba a los aleros en el arte de la parada y el tiro a tablero de 45º para evitar los gorros de las torres oponentes, perseveraba con sus cuatros para que llegaran en ventaja a la zona contraria) y repartía las cartas con inteligencia (alguno gozaba de mayor rol que en su propio club). Un disfrute para la vista.
Pues bien, en aquel talentoso grupo, quizá la llegada de Martín fue el factor diferencial para el acceso a los cajones del podio. Convergían en Fernando muchas de las cualidades para completar un excelente baloncestista (buen tiro de media distancia, la manoletina o medio gancho que tanto le dio de comer, lectura de juego, velocidad en la transición, dureza defensiva, agresividad en el rebote), pero fue su indómito carácter la arista que sobresalió por encima de las demás y la que le hizo superior y dominante.
La naturaleza le sonrió con un físico espectacular. En su acabado Buonarotti hubiera replicado otro David, piernas cual columnas jónicas, brazos de héroe de comic y pecho pétreo. Traía más cuenta esquivarle que chocar con él. La proporción perfecta, imponente, para avasallar en cualquier deporte. Pudo hacerlo en la natación, el ping pong o el balonmano, pero a Dios gracias eligió vestirse con tirantes. Si su fisonomía lo privilegiaba, su cabeza se saltaba pasos. Donde le pinchases, afloraba un ganador. De su colegio en San José del Parque al Estudiantes juvenil, junior y primer equipo. A sus 19 años deslumbraba en el Ramiro hasta alcanzar el subcampeonato liguero y convencer al Madrid de Lolo para contratarle cuando lo tenía hecho con el Joventut (el gran Manel Comas se removía cada vez que lo pensaba).
En aquella Casa Blanca, donde todo llevaba su tiempo de cocción, milimetrado y categorizado por el mítico Raimundo Saporta, el recién aterrizado fascinó desde su llegada en el Campeonato del Mundo de clubs. Rompió moldes, tomó todos los atajos. Enseguida los popes del vestuario descubrieron su sitio natural: el liderazgo. Fernando no temía a nada ni a nadie, asumía retos con la naturalidad del que se conoce preparado, encaraba rivales sin reparar en volúmenes, altura o apellidos ilustres. Martín iba de frente, no desviaba la mirada, no agachaba la cabeza.
Ahora cualquier júnior con buena pinta que todavía no ha ganado nada en el Viejo Continente (hay casos fragrantes) se presenta al draft y lo escogen muy arriba. En los ochenta la NBA era territorio vedado a las grandes estrellas europeas. No iba nadie. Allí eran seres anónimos para las franquicias. Pero Fernando estaba hecho de otra pasta. Siempre positivo. Por sus santos cojones tenía que asumir un desafío homérico que de inicio le hacía palmar pasta y le impedía competir en la selección (la anticuada normativa de la FIBA prohibía el concurso de los “profesionales”). Pese a convencer sobradamente a los Nets de New Jersey en el campus de Princeton, regresó a España sin rubricar el contrato por la indolencia y torpeza de su agente americano, Lee Fentress. Aquí apretaron el Madrid y la Federación (para que jugase histórico Mundial 86) y Fernando demoró un año el salto. El aplazamiento trajo consecuencias negativas, pues en Portland coincidió con un entrenador cicatero, Mike Schuler, que le dio poca bola a él y posteriormente a Drazen Petrovic. Fernando no era un rookie al uso, advirtió a los Blazers de que su apellido castellano llevaba tilde en la i y así le rotularon la camiseta y contravino una histórica costumbre, la de que los novatos portaran las maletas y bolsas del equipo. “Llévalas tú”, le dijo en cheli a Walter Berry (que venía de ser el mejor jugador universitario del año). Ahora vas y lo cascas… Demostró y se demostró que podía jugar allí y al año regresó.
Al poco coincidió en el Madrid con Drazen, que tanto les había hecho padecer en la Cibona. En el vestuario merengue todavía escocían las humillaciones del genial croata (lo de perdonan, pero no olvidan), pero no eran tontos y sabían que el fichaje tenía un destino claro: ganar. Lo hicieron en la Copa coruñesa y en la Recopa ateniense, aunque la impresionante exhibición de Petrovic en el Pireo (62 puntos) levantó ampollas. Fernando que jugó con un dedo de la mano roto, recelaba del acaparamiento del juego por parte del de Sibenik.
Y así llegamos a la final del playoff liguero. El Madrid le había ganado los 5 enfrentamientos al Barsa. A la que podía Drazen se lo hacía saber a Aíto, señalándole el número con la palma de la mano abierta. Éste, más listo que el hambre, preparaba el terreno e invocaba a la bula arbitral del yugoslavo. En esa eliminatoria tiene lugar la anécdota que mejor retrata a Fernando… Tras la aplastante derrota por 25 puntos en la apertura en el Palau, Martín permanecía en la capital con la espalda hecha añicos. En la comida previa al segundo envite, cunde el pesimismo en la expedición blanca. Un espectro asoma por el salón comedor del hotel Calderón para dejar boquiabierto al personal: “Pringaos, yo no me levanto de la cama para perder”. Cuentan que a Petrovic no le cabía la sonrisa en la cara. El Madrid ganó ese partido, aunque perdió la Liga.
En la sobremesa de un domingo Fernando se nos fue demasiado rápido. No olvido que fue a escasos 150 metros de casa de mis padres, no olvido que iba a ir al partido con mi amigo Angelón, no olvido la consternación de todo un país ni el impacto de su muerte entre compañeros y rivales, no olvido el comportamiento del equipo y de su hermano Antonio para darle la vuelta al encuentro frente al PAOK (probablemente sea el más emocionante que haya presenciado por TV en mi vida) sólo 48 horas después. Luego vinieron otros, incluso mejores, pero Fernando Martín fue el primer español que pisó la luna. No lo olvido.
El relato se ha publicado en el blog planetacb.com en un homenaje a la figura de Martín organizado por Javier Balmaseda bajo el título “El hombre tras el mito”. Fue un honor colaborar entre un grupo de gente sobresaliente. Y me apetecía unirlo a contraataquede11.
El niño de la foto es mi hermano David, en un campus en el colegio de La Salle de Herrera Oria un año antes de la muerte de Fernando. Es muchísimo más que mi hermano. Hasta ahí puedo leer.
La Copa vista desde casa
Daba grima ver la imagen aérea del Wizink Center como si se tratara de un paisaje lunar, sin colonizar. Arrancaba el torneo más mágico de Europa (igual me estoy quedando corto), sin su colorido y caluroso público.
Un gusto para los sentidos
Fran Fermoso, procedía en el prólogo con una atinada definición: “Las cenicientas se instalaron en la élite”. Cierto. Guiados por dos príncipes maquiavélicos (Txus y Joan), que pronto asentaran sus posaderas en tronos aún más suntuosos, desarrollan baloncestos que te quitan diotrías, los isleños compartiendo el balón y los castellanos corriendo el campo como nadie en la ACB. Mucho ritmo y poco acierto inicial. Fueron los burgaleses los que abrieron fuego al amparo del robo y sus vertiginosas transiciones. Vidorreta pone fin al disloque en su vitamínica arenga: “¿Cuántas pérdidas sin que nos cueste una falta?”. Y escarba en su arsenal táctico para revertir tendencia desde la larga distancia. Salin se hincha (18 puntos al descanso con una serie de 5/7) y tras otro enceste esquinado de Cavanaugh es Peñarroya el que hace la pausa: “Este triple es mío, pero llevamos cero faltas”. Correcto, una personal entre ambos en el minuto 8. Burgos lidia con el increíble acierto canario (10/13) para llegar vivos al intermedio (51-42). Las pérdidas (9) suponen el único lunar aurinegro.
En la reanudación, Rivero y Kravic hacen daño por dentro y se ajusta el electrónico. Los tinerfeños pierden puntería exterior y trasladan el escenario hacia la pintura. Iluminan a su faro y Shermanidi responde en grande (12 puntos y 5 rebotes en un rato). Un parcial de 16-0 sitúa las distancias en alrededor de los 10 puntos. Los de Peñarroya hacen la goma, se meten en zona, pero claudican: “Nos están matando con el rebote”. En la fiesta de dos timoneles experimentados (Huertas y Cook), se cuela un antiguo soldado del Cid, Fitipaldo (18 puntos y 6 asistencias). Sulejmanovic pone la puntilla y Tenerife da mucho miedo por lo que muestra (en un inaudito partido en el que Marce ha perdido 7 balones, gana bien) y por lo que esconde (Díez, Yusta y Butterfield, más los dos que no se han vestido). El de Bilbao es muy listo y sabe que esto va para largo.
Ser puntuales
Contra un equipo de colmillo tan afilado como el Madrid, no puedes llegar al descanso con legañas, porque es casi imposible recuperar la desventaja de 15 puntos ni tiene justificación desaprovechar la bicoca de una primera parte sin Tavares. Sí, porque a los 30 segundos el caboverdiano cometió su primera falta y fue directo al banco. Igual eso desmontó el plan taronja, al que siempre le fue de perillas sacar al gigante de su cueva con los lanzamientos de Dubi. Felipe hizo su penúltimo servicio a la causa y se pegó al montenegrino con la intensidad acostumbrada (4 puntos y 2 rebotes en 6 minutos). La defensa levantina era blanda y no cerraba ni el centro ni el fondo. Alocén (cada vez más suelto) y Deck penetraban como cuchillos en mantequilla y Carroll y Thompkins tiraban liberados. A Valencia sólo lo sujetaba su acierto desde la personal y el afán de Kalinic. En el tercer cuarto se desata la locura. El Madrid se va hasta los 21, pero entonces los de Ponsarnau se miran dentro y rescatan el carácter. A 3 tiros libres de Prepelic (quizá demasiado ansioso por demostrar mucho en poco), le siguen dos triples de Van Rossom (fundamental for ever) y una canasta de Kalinic para situar el encuentro 63-55, tras un parcial demoledor. El Madrid encuentra a dos tipos de pulso bajo y condiciones físicas (Deck) y técnicas (Thompkins) sobresalientes para reconducir y cerrar el partido. 23 puntos por barba.
Dos formas de vida
Dos patentes de corso, ejemplares a su modo. Identificadas por la cantera, la una, y por la visión cosmopolita y la ancestral gestión profesional, la otra. Ambas reconocibles bajo un mismo hilo conductor, el apego a su ciudad y a su afición. Es difícil señalar dos lugares donde se rumie tanto baloncesto. Y resulta una alegría ver de nuevo a los verdinegros, auspiciados por Grifols, entre la élite.
Pero el viernes, por mucho que Durán se empeñara, no pudo cambiar el dial. La emisora sólo daba reggae. El rastafari Henry no atendía otras peticiones. Se apropió de los mandos y se bailó a su son las dos horas. El singular base (16 tantos y 8 asistencias) alimentó a sus tiradores hasta saciarlos (Peters 17 puntos, Giedraitis 19 y Polonara 19 con 30 de valoración). Baldíos resultaron los arreones de López Aróstegui y Jackson o la insistencia interior de Tomic y Brodziansky. A remolque se vive mal y lo que pusieron no les dio.
Homenajeando a Kobe
Durante un buen tramo, el último cuarto del viernes se movió más cerca de la química que de la física. Si no, es difícil explicar el meneo de Unicaja en los primeros diez minutos. Brizuela se vistió secretamente en el hotel, se enfundó el traje de Kobe y se calzó las zapatillas de Navarro para invitar al ojiplático televidente a una exhibición propia de sus ídolos (14 puntos con un solo fallo). A la sorpresa inicial (7-13), Katsikaris añade una indigesta zona. Además, los malagueños ambicionaban y dominaban el rebote y Guerrero refrendaba su envergadura con dos tapones. El Barsa boqueaba, pero se agarra a 2 triples para tomar aire (15-29). Ante el estropicio, Jasikevicius dispuso a sus otros 4 defensores en permanente estado de ayuda para limitar los poderes de la “Mamba Vasca”, oscureciendo de paso el acierto exterior andaluz (que en el segundo tramo no anotó de 3). Oriola inyectó su energía contagiosa y Higgins rescataba un manual hoy casi obsoleto (la media distancia). Unicaja llega justito al descanso, aún por delante (54-49). A la vuelta del vestuario regresan los triples andaluces, contestados de manera sencilla por un insospechado Calathes (11 puntos en el tercer período). En el arranque del cuarto final se cuece la suerte del encuentro. En un minuto Unicaja entra en bonus, regala 2 balones (perdería otros 4) y en otro pestañeo desperdicia la ventaja (del 65-60 se pasa al 70-77). El despliegue defensivo de Westermann (+32 con él en campo) justifica la controvertida apuesta de Saras. Y cuando parecía que los verdes entregaban las armas, emerge sin tantas piernas, pero con el mismo arrojo, Darío, y un excelente Waczynski. En su mejor, y más conocida versión, Calathes encuentra a Higgins y Mirotic en las esquinas, que triplean. Un tiro libre de éste deja ventaja de 2 para el último ataque de Unicaja. Abromaitis anota sobre la bocina y los malagueños reclaman posible falta de Davis con el cuerpo. En la prórroga Higgins, se pone en el modo clutch de su padrino y no hay más que hablar. Partidazo, que espabila al Barsa y muestra el camino futuro a Unicaja. De todo se aprende.
Esta vez sólo maravilloso baloncesto
Hace tiempo que a Tenerife se le ha caído el cartel de aclamado sparring para tomar el de serio aspirante. Del precedente liguero quedó un poso agridulce de morbo por detalles y declaraciones y se aguardaba el choque con impaciencia. Txus reserva a Sherma y a Marce (con el que se abraza cariñosamente en los prolegómenos y algo susurra) de inicio, dobla a Thompkins y flota a Alocén. Pronto Guerra enseña sus progresos y Fitipaldo (13 puntos al descanso) el buen ojo de Aniano Cabrera. Como a estas alturas dos partidos malos consecutivos de Huertas resultan utópicos, el brasileño anota dos suspensiones nada más pisar cancha. Sin Shermadini (2 faltas en 5 minutos lastran su concurso), Vidorreta apuesta por un quinteto bajito con dos 4, que al principio le da resultado y agranda la ventaja (22-40). Laso recurre a su púgil más vigoroso, Llull (siempre Llull) y éste, que no conoce el miedo, se echa al monte. Llull o siempre está o se le espera. Dos canastas grandes le llenan el pecho. En el bote salvavidas también va Carroll (otros 4 puntitos). El brillo de la pantalla adquiere tonos verdes y aparece Shrek (Tavares) para sembrar el pánico (7 rebotes y 3 tapones al descanso). Los aurinegros se han encomendado a su acierto exterior (6/12 en triples, con Cavanaugh 2 de 2), al talento de sus directores (Marce 9 puntos y 3 asistencias) y a Fran Guerra para irse con ventaja en el intermedio (40-46). “Lo mejor el resultado”, proclamaba Laso después del sufrimiento y de encajar 7 pérdidas. A medida que avanza el tercer cuarto, el Madrid endurece más su defensa. De inicio Fran anota un par de jabbarianas canastas (15 puntos en la planilla final) y Fitipaldo continúa su racha, pero los blancos entorpecen las líneas de pase hacia los tiradores isleños y sólo Marcelhino ve aro con facilidad (en otro clinic de 2x2). Los ajustes ahogan a Lenovo (6 pérdidas en 10 minutos) y afirman a Causeur, sublime. El acto definitivo se abre con una exhibición de Rudy “manos prestas” (un robo, un tapón y una personal en ataque) hasta que su maltrecha espalda le lleva junto a los fisios. El ogro cada vez aterroriza a más criaturas (15 rebotes) y el Madrid parece superior, pero Tenerife no suelta el hueso (Huertas -22 puntos y 5 asistencias- las fabrica de todos los colores). Dos triples de Deck (el tortuga -18 puntos, 7 rebotes y 20 de valoración- va lento, pero seguro) y Causeur (monsieur – quizá beneficiado en la rotación por la falta de Taylor- se fue hasta los 18 puntos en 29 minutos) abren una brecha (79-72) ya irrecuperable para candar otro partido magnífico.
Con la lección aprendida
El susto de la víspera le sirvió de mucho al clan culé. Baskonia se encontró con un problema inesperado: cuando el director tiene que tocar también los instrumentos, malo. Porque si Henry tiene que anotar 10 de los 12 primeros puntos del equipo, malo, si luego no se adhieren otros anotadores. El juego coral que una semana antes había deslumbrado en el mismo escenario ante el Madrid y despachado al Joventud desapareció como por encanto. Precipitado el talentoso Vildoza, ninguneados por la defensa blaugrana Giedraitis, Polonara y Peters, sólo Jekiri pareció acompañar a Henry. Con el paso del tiempo, Saras lanzó incluso el poderío físico de Bolmaro para contener al león vitoriano y lo fue menguando. En una labor muy artesanal, con Mirotic (16 puntos) entrando en materia a la busca de su gran día, Higgins (15) postulándose al MVP y Abrines y Kuric calentando muñecas, Barcelona puso tierra de por medio hasta cobrar 20 puntos de ventaja. La relajación catalana y el carácter Baskonia trajeron algo de emoción a falta de 5 minutos. Se llegaron a acercar 69-65, pero Vildoza pisó la línea de fondo tras un rebote y por ahí se fueron gran parte de las ilusiones vitoriana. El 77-68 llevaba al Barsa a otro clásico.
San Valentín Saras
En el día de los enamorados, Jasikevicius se erigió en el sueño mojado culé. Mereció la pena la espera de su fichaje y la puesta en escena resultó avasallante. La intensidad defensiva con cambios automáticos en los bloqueos y el uso del 2x1 al poste bajo cercenó a los anotadores blancos y lanzó a los suyos en transición. Aprovecharon la ausencia de salida de Tavares para agujerear desde la cercanía la canasta blanca (sus 14 puntos iniciales se concentraron en la pintura). Mirotic doblegó a Deck y el que saltaba desde el banquillo (Smith, Abrines o Davis) gastaba idéntico voltaje y acierto que el quinteto titular. Cuatro triples en el segundo cuarto ensancharon el roto hasta el lapidario 31-52. Tras el paso por el vestuario, el Madrid tiró de coraje, de la chavalería (el despliegue de Garuba a toda cancha pareció abrumador) y del imponente Tavares, pero el esfuerzo fue baldío. El lituano atajó cualquier viso de reacción apretando a sus “cabrones”, Calathes dirigía con criterio y Higgins (qué jugador) percutía sin mesura el aro rival. Apenas hizo falta el concursal testimonial de Mirotic (lesionado) en el segundo tiempo. Felicidades al merecido campeón. Quedó patente lo que ya se apuntaba, que este Barsa de Saras tiene muy buena pinta. Habrá que leer más páginas del libro.
Lo que nos faltó
La gente. ¡Por Dios!
Al que no haya estado en una Copa no sabe lo que se pierde. Es la excusa perfecta para airarte, para disfrutar de los amigos, para encontrarte con antiguos jugadores, compañeros o rivales, para gozar del aperitivo, de una buena comida y del digestivo de la sobremesa (cómo cuesta llegar al primer partido de la tarde). Después del basket, a cenar deprisa dónde te sirvan y al irrenunciable copeo. Los más entusiastas le roban horas al sueño con la Minicopa. El pasacalles de aficiones del sábado es imprescindible, para enseñar al mundo: lo de Hamelín no hace sombra a la fanfarre vitoriana (son unos fenómenos). El resultado final del torneo hasta cierto punto da igual. Los del baloncesto somos disfrutones y Gigantes. Por eso vemos las cosas desde más arriba, con esperanza, porque siempre que llueve escampa y queda un día menos para que nos podamos juntar alrededor de la próxima Copa. ¡Qué ganas!
Hasta luego cocodrilos
Nunca gustan las despedidas. Enñoñan y encogen el corazón, pero hay que afrontar la jubilación o el cese de actividad de algunos de nuestros mejores jugadores.
Ella/os nos pusieron en el mapa, nos hicieron sentir orgullo y respetar al contrario y el juego, nos situaron en un territorio desconocido (la noble planta del baloncesto mundial, un peldaño por debajo de los inalcanzables norteamericanos). Cuentan que tras los desastres de los JJOOs de Atenas y el Mundial nipón, el Comité Olímpico USA copió el modelo ibérico para afrontar las grandes competiciones. Nos miraban con admiración (sirva como botón de muestra el desfile repleto de pleitesías del combinado de estrellas NBA hacia el banquillo hispano donde digería la derrota un extenuado Pau Gasol) y hasta con inconfesable temor.
En el masculino, hay que pasar página. Pau apaga la luz y cierra la puerta a la irrepetible quinta del 80. Es impensable que 8 jugadores de una camada (incluido Calde, un año menor) alcancen la internacionalidad absoluta y un cuarteto de elegidos arribe a la NBA. Ellos siguieron el sendero marcado con miguitas por las generaciones precedentes y todos sitúan como epicentro aquella plata europea de París.
El camino lejos de ser fácil fue maravilloso porque a aquellos chicos paridos para triunfar les costó perder para volver a ganar. El regusto amargo de Indianapolis y Atenas se compensó de largo en el dorado del sol naciente. Sabiamente conducidos por Pepu (que dio con la tecla y hasta se sobrepuso al fallecimiento de su padre) el talentoso grupo salvó el contratiempo de la lesión de su estrella y líder para la final. La fe y el convencimiento colectivo dejaron a Grecia en unos 49 pírricos puntos subiendo a lo más alto del podio. Para sorpresa patria aquellos descarados no sentían vértigo en las alturas y afrontaban desafíos sabiéndose buenos, pero sin desdeñar oponentes ni desconocer dificultades. Salvo en contadas excepciones, España apabulló en el concierto continental. Nos acordaremos con nostalgia de aquellas citas en las que nos costaba arrancar, se dudaba -qué incautos y hombres de poca fe éramos desde casa- para culminar imantados al oro tras diferencias de 20 ¡sí 20 puntos en las finales! Inaudito.
No todo fueron victorias. Lo del Mundial aquí con el mejor equipo jamás juntado fue una estocada baja, pero aquella muchachada unía, alegraba y sacaba pecho a todo un país. El ejemplo de arriba y el trabajo anónimo desde abajo rendía dividendos y así se incorporaron con naturalidad al furgón ochentero descomunales talentos (Garbo, Marc, Rudy, Chacho, Llull, Ricky, los Hernángomez Geuer…) y piezas imprescindibles en el puzzle (San Emeterio o Claver siguiendo la estela del gran capitán, Carlos Jiménez).
Si en Europa su dominio fue incontestable, en los Juegos sólo Estados Unidos nos miró por encima. Y con miedo, con mucho miedo. En Pekin las estrellas más rutilantes del universo, Kobe, Lebron, Wade… tuvieron que remangarse para doblegar a las insolentes huestes de Aíto. Con la lección aprendida, en Londres los del coach K volvieron a rescatar su mejor versión para colgarse el oro. La edad no perdona y en Río no había ni las piernas ni la frescura para afrontar el homérico desafío. Pero los chicos se mantuvieron tercos y regresaron con un más que meritorio bronce.
Aún sin el faro habitual (Pau, siempre Pau), la cada vez más reducida tropa conquistó otro metal dorado en suelo asiático. En China, Scariolo dio un curso de sabiduría y gestión, y Ricky (alumbrado por Raúl, mi cromo preferido) una lección de madurez y categoría, salvando su dolorosísimo episodio familiar, para desdecir a los que recelaban de su tiro desde que se instalara entre los grandes sin un pelo de su ahora poblada barba.
Viéndolos, igual la chavalería nacida en este siglo pensó que brotaban tíos de 215 centímetros como champiñones, pero no. Suena a onírico que dos chicos de Sant Boi realizaran el salto inicial más fraternal de un All Star, pero fue verdad. Parece de Piratas del Caribe el botín obtenido en estas dos décadas, pero fue verdad. Pálpense porque aquellos hombres nos enseñaron a afrontar retos sin temor, sin dudas y nos hicieron prisioneros de sus anhelos y ambiciones para siempre. Jugaban con ventaja, tenían 46 millones de partidarios detrás. Nadie se lo regaló, les costó lo suyo, pero se lo ganaron a pulso.
Hay que quedarse de pie y extender la alfombra roja para despedir a Laia porque el paso dado en el femenino todavía creo que tiene una dimensión más importante. Veníamos de un ancestral oro en Perugia y ahora nuestras chicas son referentes en el basket mundial. Cada verano la absoluta refrenda la apabullante colección de preseas que recogen nuestras pequeñas. No hay misterio, de la cantidad (es el deporte federado con mayor número de fichas) sale la calidad. El trabajo callado de miles de niñas, entrenadores, clubs y colegios da frutos con los calores. Pese a quedarnos este verano a dos tiros de entrar en las semifinales de los dos grandes torneos, nadie nos apea de la élite.
A simple vista, Laia no te llamaría excesivamente la atención ni en la calle ni en la cancha. Nunca lo ha buscado. Error. Ajusten sus lentes y rescaten videos. ¡Qué deleite para los sentidos! Nadie con su inteligencia, su capacidad de pase y su exquisita técnica individual. Sus inverosímiles acciones guardan una explicación sencilla: es Laia. Puro talento, cincelado a fuego en interminables horas de curro. Pero es más, mucho más. Su aire aparentemente despistado y serio confunde. Es también carácter. Es cabeza y mano de esta selección. Su guía. Es Laia.
Desde la discreción recogió el testigo ofrecido por las Valdemoro, Aguilar, Ferragut o Montañana para tutelar con naturalidad y experiencia a emergentes milenials. Ha sido un duro trago competir sin Little (clave en la escalada en condiciones de cierta equivalencia física hacia la cima), Xargay, Cruz y Nicholls y lo será hacerlo sin Laia, pero el futuro está garantizado. Las chicas que están y que aguardan son muy buenas, aunque ya no vaya a estar el defenestrado y laureado Mondelo. Paciencia que “las medallas no se compran en el supermercado” (la última perla de Palau, que no da puntada sin hilo, en la Villa). Es Laia. Ya se lo decía De Niro a Billy Cristal en Una Terapia Peligrosa. “Sí Laia, tú, tú eres buena, muy buena”.
No, no se sienten todavía, no paren de aplaudir hasta que les salgan escaras. Lo merecen. La arruga es bella. Las canas suman atractivo, molan. Gracias por tanto y durante tanto. Chicas, chicos, ha sido una gozada. Hemos aprendido de geografía en el viaje, avanzado unos cursos de medicina con vuestras lesiones y hasta hurgamos en la RAE encontrando una acepción positiva a las bombas. Nos hemos sentido representados en vuestros valores y llorado con vuestras decepciones. Y nos habéis demostrado que más allá del resultado está el camino. Lo decía el maestro Wooden, triunfas cuando lo das todo, cuando exprimes tú máximo, cuando compites a tope. Y ahí siempre habéis ganado y nos habéis ganado. Y las veces que tocó recoger los bártulos y volver sin premio, también mostrasteis ejemplo, felicitando y respetando a rivales y árbitros. Porque la realidad del deporte es que pierdes más que ganas. Sí, igual sin pretenderlo porque también sois modestos, nos habéis educado.
Los que decidáis echaros a un lado, decid hasta luego, pero no os vayáis muy lejos porque os seguiremos queriendo y necesitando. En otras facetas, pero nos haréis mucha falta.
En fin, que las despedidas son fastidiosas y estaréis deseando descansar. Los amigos se eligen, la familia te toca. ¡Qué suerte hemos tenido con vosotros! GRACIAS
Olajuwon, el bailarín más alto del mundo
Cuentan y no acaban que durante un tiempo sacó a bailar a los tíos más altos del planeta. Cuentan que se embutía en un chaqué rojo, en el que aparecía rotulada la palabra “Rockets”. Se colocaba coqueto su pajarita, se calzaba sus zapatillas “Etonic” de blanco charol, pedía una pieza musical y se deslizaba con gracia por su escenario particular, la pintura. Sus fintas y acompasados pies volvían loco a la pareja de cada noche, que no podía seguirle el ritmo. Nadie se movió con su finura por la línea de fondo. Era un ladrón de guante blanco en el banco más concurrido y protegido del hemisferio norte, la zona, la particular Reserva Federal, el hábitat que salvaguardaban los guardianes más fieros del orbe.
Con todos pudo, a todos engañó sibilinamente. Les enseñó sus trucos, pero ninguno consiguió desenmascararlo. Te la liaba con un lanzamiento abierto, te destapaba con el bote y barruntaba la estrategia mortal al recibir de espaldas. Amagaba un reverso, metía otro para esbozar un tiro que no realizaba. Nada por aquí, nada por acá. Para cuando el defensor quería darse cuenta, el escapista había salido por el otro lado esparciendo el veneno definitivo. Su oponente tragaba cianuro en lo que recogía el balón que caía suavemente de las redes. El rival no encontraba el cómo, pero aquel africano entre fiero y delicado, se la había jugado de nuevo. En él, baile y magia iban de la mano, de sus pies. Ogro y príncipe. Fino esgrimista, no rehuía el combate, el cuerpo a cuerpo. Al tacto podía tener la aspereza del almendruco o convertirse en un suave visón. Además, fue un oportunista, pues nadie sacó más rédito en el periodo de entreguerras del exilio jordanesco que Hakeem. En el Paleolítico, en la época de los grandes dinosaurios, David Robinson y Pat Ewing, excepcionales jugadores, quedaron a varios cuerpos del nigeriano que se engarzó dos anillos. Hoy repasamos la historia de uno de los grandes.
Memorias de África
Esta película no tiene jungla, sabana, leones o las hoy infaustas pateras. Nuestro protagonista nació y se crió en Lagos (capital entonces de la nación más poblada de África, Nigeria) dentro de una familia acomodada. Sus padres regentaban una próspera empresa cementera, lo que les permitió enviar a varios de sus seis hijos a formarse fuera (la mayor, por ejemplo, cursó medicina en El Cairo). Akeem estudiaba en el Muslims Teachers College y destacaba por su estatura y por su facilidad para el deporte: hubo de abandonar el balonmano por la disolución del equipo y algunos achacan su excelente movilidad lateral posterior a su buen desempeño como gigantesco portero de fútbol.
Dicen que Ganiyu Otenibade, por entonces entrenador de Lagos State y asiduo colaborador de la escuela, fue quién lo descubrió para el baloncesto a los 17 años y cultivó sus primeros fundamentos. En el año 78 ganó la medalla de oro en el Festival Nacional del Deporte de la Universidad de Ibadan. Pronto dos entrenadores norteamericanos de la Federación atisbaron las aptitudes del mozo e incluso llegaron a disputarse la tutoría del embrionario proyecto. Oliver Johnson le llamó para entrenar con el equipo nacional absoluto, mientras que Richard Mills se lo llevó a Francia, en una gira preparatoria del Campeonato Junior Africano, deslumbrando ante Togo (con 60 puntos y 15 mates). La República Centroafricana supuso para Akeem el epílogo del torneo continental (cuando Anicet Lavodrama y los suyos los apartaron en semifinales) y el prólogo de su esplendorosa carrera (Chris Pond, el técnico oponente, cautivado por las virtudes del chico le ofreció casi de tapadillo la posibilidad de acudir a la Universidad de Houston “como posible estudiante en consideración de beca”, para entrevistarse con su amigo, el entrenador Guy Lewis). Por cierto, el certamen lo ganó la local Angola y Lavodrama también haría las américas para desarrollar en Houston Baptiste University su periplo colegial, antes de aterrizar en la Península Ibérica.
El sueño americano
A su llegada en octubre de 1980, a Akeem le tocó desmontar algunos tópicos sobre su origen y forma de vida. Debido a un cambio en los vuelos, aterrizó antes de lo previsto y como nadie acudió a recibirlo decidió coger un taxi que le llevara al campus. Refiere la leyenda que entre su inglés africanizado y la poca pericia del taxista terminó en la Universidad de Texas, en Austin, la capital del estado, a unos 200 km de su dirección definitiva. Fantasía o realidad, ya en destino fue recibido por el asistente principal, Terence Kirkpatrick, y jugó un encuentro de exhibición a un nivel mediocre. Aun así, convenció al entrenador Lewis (gratamente impresionado por la capacidad taponadora del africano), que le ofreció inmediatamente una beca bajo la imposición de que no hablara con ningún otro college.
Guy Vernon Lewis era todo un personaje en la universidad. Disputó el primer partido de la historia de los Cougars como pivot titular (1,90 metros) en 1946, culminando la temporada como máximo anotador del equipo. En el año 53, el preparador Alden Pascue recurrió a su primitivo líder para que le acompañase en el banquillo. Dos cursos después, Lewis se hizo con el cargo de entrenador principal. Siempre elegante, de costumbres muy particulares (colocaba con esmero los vasos de agua a la derecha de su asiento, lanzaba al aire una toalla de cuadros rojos tras cada victoria -obtuvo muchas, 592, por 279 derrotas-) a lo largo de su dilatada carrera metió a los “Pumas” en cinco Final Four, pero se le resistió el título. Vivió dos épocas doradas, la primera en el bienio 67-68 al abrigo de un gran center, Elvis Hayes, magnífico reboteador y tirador, que quiso en vano poner en entredicho el reinado de Lew Alcindor (Abdul Jabbar) en UCLA. Gozó de un sensacional escolta a finales de la década siguiente, Otis Birdsong, pero no rozó las mieles del triunfo hasta el aterrizaje del portento africano. A Lewis se le ensalzó como reclutador, pero se le censuró su bagaje táctico para completar un cuadro campeón. Pese a ello su aventajado pupilo le describió como “un motivador, un líder, un hombre duro”. El preparador devolvía los elogios “es el mejor taponador que jamás haya visto”.
La toma de contacto en Tejas fue gradual. Como su nivel académico no le permitió inscribirse con el equipo a su llegada, aprovechó para ganar peso (engordó desde los 88 hasta los 110 kg), adiestrarse en los fundamentos del juego (en los veranos el padrinazgo de Moses Malone, en las interminables sesiones del gimnasio Fond Recreation Center, resultó vital en su desarrollo posterior) y se empapó de una NCAA que viviría uno de sus lustros más deslumbrantes. Podía entrenar, pero no disputar los partidos junto a sus compañeros. De Paul, al amparo de su estrella Mark Aguirre -número 1 del futuro draft-, partía de favorita en las encuestas. Refulgían dos pivots, Kevin Magee (pequeño, macizo, con absoluta facilidad para puntuar -28,9- y rebotear -12,9-) en California Irvine, y Ralf Sampson (altísimo -2,23- y adelantado a su tiempo) en Virginia. El Torneo final dejó caer hasta 8 favoritos en la primera ronda. En la Final Four, Indiana abría en canal a Lousiana State y North Carolina (Al Wood -39 puntos- hizo el encuentro de su vida) dejó a Sampson en unos 11 pírricos tantos para enfrentarse a los de Bobby Knight en la final. Victoria sin paliativos de los Hoosiers (63-50), sabiamente conducidos por Isiah Thomas -sus 21 puntos le elevarían al puesto segundo en la lotería de junio- que maniataron el célebre ataque Tal Heel.
“Phi Shama Jam”
Ya con el nigeriano en el roster y Robert Williams establecido como uno de los mejores bases del país, Houston afrontaba la campaña 81-82 en la posición vigésima de las quinielas, que lideraban UCLA (sancionada por reclutamientos ilegales al poco), Kentucky y North Carolina. En el March Madness, los Cougars se deshicieron de Alcorn St (94-84), Tulsa (78-74), Missouri (en el 79-78 devinieron determinantes los 58 puntos, 9 asistencias y 8 rebotes que juntaron Rob Williams, Lynden Rose y Reid Gettys) y Boston College (99-92). En la final regional, opusieron al mejor jugador de la Big Eight, Ricky Frazier y sus 29 puntos, un gran trabajo coral con 6 jugadores por encima de la decena, Rose (16), Young (15), Drexler (14), Olajuwon (13), Micheaux (11) y Williams (10). En la Final a 4 siempre fueron a rebufo de la colosal North Carolina enchufada desde el vestuario (14-0 de salida). Los señuelos zonales tejanos limitaron la ofensiva de los de Dean Smith, pero no les dio. Echaron en falta a Williams (sólo 2 puntos cuando había promediado 22). Los esfuerzos de Micheaux (18), Rose (20) y Drexler (17) resultaron baldíos (63-68) ante los descomunales Sam Perkins (25), Jordan (18) y Worthy (14), que concluirían campeones, enceste de Michael mediante, ante Georgetown en una histórica final (63-62). Worthy (número 1 del draft unos días después) estableció su récord anotador colegial (28 puntos) y Pat Ewing se postulaba como futura estrella profesional (23 tantos y 11 rechaces). Akeem en su debut partió de sexto hombre y alumbró unos registros más que esperanzadores: 8,3 puntos, 6,1 rebotes en 18,2 minutos (sobre 29 partidos).
En la siguiente campaña Sampson y Ewing polarizaron inicialmente los focos. Su duelo en Maryland el 11 de diciembre se retransmitió a toda la nación y Virginia (68-63) y Sampson (23 puntos por 16 de Ewing) salieron momentáneamente vencedores. Houston, por su parte, afinó la maquinaria (al trío Micheaux, Drexler, Young, se le añadía la aportación perimetral de Reid Gettys -el mago del pase- y Benny Anders y la fortaleza intimidatoria de Olajuwon, primer taponador del país con casi 5 chapas). Alcanzaron marzo a la cabeza nacional en un balance 27/2 y 22 victorias consecutivas. Mostraron músculo en las últimas victorias regionales frente a Memphis State (que tenía en Keith Lee un jugadorazo) 70-63 (Olajuwon 21 puntos y 5 tapones) y Villanova (89-71) en una evidencia de plenitud del binomio interior (Micheaux 30 puntos -su máximo-, 12 rebotes y 4 tapones y Olajuwon, 20, 13 y 8). En la Final Four aguardaba espléndida Louisville (16 triunfos consecutivos, el último ante sus vecinos de Kentucky, 5 fases a 4 en 12 años, gobernados por el legendario Denny Crum y con los hermanos McCray de referentes). El partido resultó de época: los bases (Milton Wagner y Alvin Franklin) mantuvieron un brillante duelo anotador y Charles Jones (8 rebotes) se impuso a Olajuwon hasta el descanso. Mediada la segunda parte Akeem captura 6 rechaces (para un total de 22) en 5 minutos y lanza a los suyos a la contra en un parcial demoledor de 21-1. El equipo hizo honor al apelativo que en su día les colocó el columnista del Houston Post, Thomas Bonk, “Phi Shama Jam” por su sobrenatural facilidad para realizar mates (esa noche machacaron el aro rival en 14 ocasiones, 11 de ellos tras el descanso). De la tunda (94-81) sobresalieron Olajuwon y Drexler (21 tantos por barba) y Young (16). En la final esperaba la Cenicienta del torneo, la singular North Carolina State del extravagante Jim Valvano, que había tenido que obtener el título de su conferencia (Atlantic Coast) para recibir invitación directa al torneo y había dejado en la cuneta por sorpresa a rivales de la talla de Pepperdine, Nevada Las Vegas, Utah, Virginia (pese a los 23 puntos, 11 rebotes y 4 tapones de Sampson en su despedida, distinguido por tercer año consecutivo como mejor jugador universitario por los premios Naismith College y ACC Men´s Basketball) o Georgia, ya en Albuquerque por 54 a 52. Ante el pasmo general, los de Valvano, en clara inferioridad física y técnica, salieron a tumba abierta sin especular y pese a sólo embocar 4 de sus 18 primeros lanzamientos se marcharon al descanso 33-25 por delante. Houston viró el electrónico en la reanudación en una racha de 17-2, pero ahí Lewis equivocó la estrategia ordenando congelar la pelota. Con 3.43 por jugar y 44-50 en contra, Valvano recurrió a la argucia que le había llevado a remontar los encuentros anteriores. Forzó faltas e hizo pasar por el patíbulo de la línea de personal a los jugadores tejanos. En el ancestral 1 + 1 sólo Drexler convirtió los dos tiros libres. Un desesperado lanzamiento de Wittenburg no encontró la canasta rival, pero sí a su compañero Lorenzo Charles que encestó en último segundo para obrar uno de los mayores milagros del baloncesto universitarios. El curso dejó un sabor agridulce en los Cougars: disfrutaron de su temporada más pirotécnica (realizaron 5,34 mates por noche), casi inmaculada (apenas 3 derrotas), aunque se ahogaron en la orilla. Michael Yong terminaría como máximo artillero del conjunto, 17,3 puntos, a los que añadía 5,7 rebotes. Olajuwon aumentó sus guarismos (13,9 puntos, 11,4 rebotes y 5,1 tapones) para distanciarse aún más en las finales (18,8, 13,2 y 8) y quebrar la banca los dos encuentros de Nuevo México sumando 41 puntos, 40 rebotes y 19 tapones, siendo designado MVP aún en el equipo perdedor.
En el cierre definitivo a su etapa estudiantil, sus brillantes registros (16,8 puntos, 13,5 rebotes en 34 minutos) tampoco se redondearían con el título. Arribó, destacado de high school, Rickie Winslow en el puesto de Drexler, que había firmado por los Blazers. Llegaron al faraónico Kingdome de Seattle habilitado para 40.192 espectadores, tras eliminar a Louisiana Tetch, Memphis State y Wake Forest y les contó un mundo deshacerse de Virginia en la prórroga (Sampson ya había emigrado a profesionales). En la otra semifinal, duelo de velociraptors con Ewing emergiendo ante el triunvirato interior de Kentucky (Sam Bowie, Mel Turpin y Kenny Walker) en una defensa de manual de los de John Thompson que dejaría a Kentucky en unos patéticos 11 puntos en la segunda mitad (3/33 tiros de campo con una serie de 0/21 de sus titulares). Georgetown dominó en el juego y en el marcador durante toda la final. Los Cougars hacían la goma y se llegaron a situar 54-57 con 10 minutos por disputar, pero la profundidad de banquillo de los Hoyas, personificado en Michael Graham y Reggie Williams (33 puntos y 12 rebotes entre ambos) decantó un choque desigual (85-74). “A veces he estado obsesionado por el campeonato. Me despertaba en medio de la noche. No quería 10 como Wooden, tan sólo quería uno y ahora ya lo tengo”, declaraba aliviado Thompson. “Hicieron lo que un gran equipo debe hacer siempre. No se preocuparon de las anotaciones individuales. Ellos no son un equipo egoísta y el equipo que jugó como tal ganó”, lamentaba contrariado Olajuwon. Efectivamente los números de los principales encestadores Williams (19), Wingate (16), Graham (14), Jackson (11) y Ewing (10) por los Hoyas, y Franklin (21), Young (18) y Olajuwon (15 y 9 rebotes), se diluyeron en el objetivo de la conquista del título.
Una moneda al aire
The winner is… (que se decía antes) … Houston. Sí, y por dos veces consecutivas los Rockets se llevaron el premio gordo del draft. El coin flip decantó la suerte de la lotería a favor de los tejanos. Si en el 83 eligieron a Ralph Sampson, un año más tarde se inclinaron por “The Dream”, como le había apodado uno de los asistentes de Lewis, para formar un juego interior onírico, The Twin Towers, las Torres Gemelas. Esa ceremonia pasó a la historia por ser la primera oficiada por el revolucionario David Stern como comisionado, por ser la última regida mediante el sistema del lanzamiento de la moneda al aire y por aportar el mayor montón de talento conocido a la NBA… Olajuwon (nº1), Sam Bowie (2), Michael Jordan (3), Sam Perkins (4), Charles Barkley (5), John Stockton (16), entre otros… Hasta el icónico atleta Carl Lewis fue escogido por los Bulls en la posición 208 (también fue seleccionado para el fútbol americano por los Dallas Cowboys) … Una locura. Busquen, comparen y si encuentran alguna cosecha mejor, bébansela.
Creada en San Diego en 1967, trasladada a Houston en el 71, la franquicia de los Rockets había vivido su momento más dulce una década más tarde de la mano del gran Moses Malone. Los orgullosos Celtics alcanzarían su decimocuarto título en la temporada 80/81 a costa de los tejanos. Tras la era Malone, Houston puso en manos del experimentado técnico Bill Fitch (campeón con Boston) el proceso reconstructivo. Pese al buen debut de Sampson (Rookie del Año, tercer mejor taponador y quinto reboteador de la Liga), resultó un curso de transición hasta la llegada de Olajuwon.
Las Torres Gemelas
El impacto del nigeriano y su combinación con Sampson derivó brutal desde su génesis. Si en el estreno, promediando Ralph 22,1 puntos y Akeem 20,6, entraron en play offs (gracias a un balance 48/34) para entregar la cuchara, bisoños, a las primeras de cambio ante Utah (2-3), en el segundo curso confirmaron la atractiva apuesta. Aunque tuvieron que cortar a John Lucas, que recayó en la droga, alzaron el cupo de victorias hasta las 51. En postemporada Sacramento y Denver no fueron obstáculo y se plantaron en la final del Oeste frente a los luminosos Lakers. En temporada regular, LA se había impuesto en los tres primeros encuentros con un chaval de 39 años (Jabbar) promediando 42 puntos. A la cuarta, Houston había abierto el melón reduciendo los poderes del mozo a sólo 18 tantos.
Los angelinos inauguraron su casillero de victorias (119-107) en la serie, merced a otro despliegue del rey del gancho, que confirmaba su nominación en el quinteto ideal de la Liga (por un voto más que Olajuwon) con unas estadísticas deslumbrantes en la apertura (31 puntos, 6 rebotes y 3 tapones) que superaron los 28 tantos y 16 rechaces del de Lagos. En el siguiente asalto Olajuwon cumplió uno de sus sueños infantiles, taponar el célebre “Sky Hook” (lo hizo por dos veces) y los Rockets asaltaron sin miramientos el Forum (102-112) en una palmaria demostración de su dúo de goliats (Sampson 24 puntos, 16 rebotes, 9 asistencias y 5 chapas; Olajuwon 22 puntos, 13 rebotes y 6 gorros). En las dos posteriores derrotas en el Summit, Pat Riley llegó a asomar la bandera blanca, “no tengo más respuestas para tratar de pararle”, tras las exhibiciones del africano (40 puntos y 12 rebotes y 35 y 8). De vuelta a California, a falta de 5.14 y un marcador de 103-99 a favor de los amarillos, Olajuwon (30 puntos) y Mitch Kupchak se enzarzaron en una pelea y fueron expulsados. Un triple de Robert Reid empata el partido en el último minuto. Byron Scott desaprovecha la última posesión local y Houston saca desde el centro del campo con un segundo por jugar. McCray encuentra a Sampson que se gira, sin saber exactamente donde se encuentra el aro, y anota un milagroso (según Riley) lanzamiento (29 puntos) que les da el paso inesperado a la Final.
La Leyenda del Pájaro
Esperaban los todopoderosos Celtics, que pisaban con zapatillas de andar por casa terreno conocido, las Finales. A esas alturas y en semejante escenario los del trébol nunca admitían bromas. El sábado previo a la apertura, su entrenador, el mítico K.C. Jones tuvo que poner fin al entreno “se estaban comiendo los unos a los otros, tenía miedo de que se lesionara alguien”. Las faltas mellaron de inicio el poderío interior tejano (a los 5 minutos Sampson -sólo 2 puntos- ya había cometido 3 y a la vuelta de vestuarios la señalización de la cuarta y quinta sobre Olajuwon -33 puntos y 19 rebotes- abrieron la definitiva brecha). El legendario sexteto bostoniano se ancló a las dobles figuras (Bird 21 puntos, 9 rebotes y 13 asistencias; McHale 21 puntos y 8 rebotes; Parish 23 puntos y 5 rebotes; Dennis Johnson 19 puntos, 12 rebotes y 8 asistencias; Walton 10 puntos y 10 rebotes). No hay más preguntas señoría.
Otra devastadora racha local (34-19) en el tercer cuarto acaudillada por Bird (31 puntos, 10 rebotes y 7 asistencias) desniveló el segundo encuentro.
El desarrollo del siguiente envite en Houston hacía pensar en un nuevo triunfo verde (en ventaja 94-102 a falta de 3.19), pero los “cohetes” voltearon el marcador (106-104) en ese lapsus. El esfuerzo grupal (Olajuwon 23 puntos y 10 rebotes; Sampson 24 y 29; Reid 20 puntos y 9 asistencias; Lloyd 14 puntos; McCray 12 puntos y 6 rebotes) se vio recompensado. Bird no se separaba de la linde del triple doble (25 puntos, 19 rebotes y 11 asistencias) y McHale tenía puesto el piloto automático (28 puntos y 18 rebotes).
El nuevo combate en territorio aeroespacial marcó la serie. Igualdad extrema con tres empates y 9 cambios en el marcador del último cuarto hasta que el Pájaro dijo basta con un triple que situaba el electrónico 101-104, previo al definitivo 103-105.
En el siguiente choque, Houston puso una tirita a la herida, pese a que a los 14 minutos Sampson (cuando llevaba 12 puntos) fuera expulsado tras propinar un puñetazo a Sichting. El altercado envalentonó a los Rockets que se llevaron su mejor encuentro (111-96). Olajuwon igualó el récord de tapones que tenía Walton (8) en uno de los partidos de las finales del 77, además de enchufar 32 puntos y embolsarse 20 rebotes.
Pájaro viejo no entra en jaula. En la primera opción de cierre, los Celtics alzaron su decimosexto anillo. Sin piedad, como si al descanso no hubieran llegado con una diferencia a favor de 17, arrearon un nuevo parcial de 7-0, que llegó a alargarla hasta 27. Los números no mienten. En el definitivo 114-97 el sexteto se mostró inabordable (McHale 29 puntos y 15 rebotes; Parish 11 y 14; Walton que “había olvidado lo bonito que era esto”, 10 y 11; Ainge 19 puntos y Dennis Johnson 10 puntos, 5 rebotes y 5 asistencias). Salvo Sichting, el resto del banquillo céltico sólo participó en los últimos 2 minutos. Bird comía en la época en una mesa aparte con distinta vajilla (tercer MVP consecutivo y tercer triple doble en la serie con 29 puntos, 13 rebotes y 12 asistencias, antes de irse a entrenar otro poco a su granja de Indiana “para mejorar su juego”).
El derrumbe de una torre
Si Akeem progresaba muy adecuadamente al amparo del ayudante Carroll Dawson que insistía machaconamente en reversos, ganchos y tiros, la salud de Ralph se deterioraba hasta que pronto dijo basta.
Merece la pena detenerse en Sampson. Un auténtico ídolo para el estado de Virginia. A los 14 años, ya alzándose 190 centímetros del suelo, en el colegio le apodaban “stick” (palillo) por su extremada delgadez. Tanta que su madre no permitía que le viesen a torso descubierto. Siguió creciendo de tal manera que encargó una camiseta para responder a todo el que le abordaba acerca de su estatura: “Sí, mido 7 pies (2,13 metros)”, aunque estirara después 13 centímetros más. Con 17 años realizó una actuación descomunal (29 puntos, 23 rebotes y 8 tapones) para obtener el campeonato estatal ante Bruton (70-57), que repitió en su último curso de instituto (70-51 sobre Sulfolk). Sus 29,5 puntos y 20,4 rebotes de media le situaron en los mejores quintetos de la nación y llegó a recibir hasta 16 ofertas de las mejores universidades. Cuando el 31 de mayo de 1979 anunciaba que ponía rumbo al campus de Charlottesville, para jugar en la local Virginia, emocionó a todo el estado, llegando a superar en popularidad al tenista Arthur Ashe. Contribuiría de paso a la integración en una ciudad, Harrisonburg, de aplastante mayoría blanca (95%). Durante su brillante etapa universitaria estuvo tentado por Auerbach y sus Celtics y después por Lakers y Clippers. A todos dijo no. En su último partido en casa se agotó el papel una semana antes y se leían pancartas de adoración “Sampson es Dios” o incluso propuestas de matrimonio “cásate conmigo”. Ganaron 83-81 a Maryland, pero el título se volvió a escapar. Después de 3 nominaciones consecutivas como mejor jugador del país, su elección como número 1 del draft no albergaba duda. Rookie del año sin discusión, completó tres campañas excepcionales de profesional hasta que su cuerpo evidenció símbolos de flaqueza. Ya no le sostuvieron ni su machacada cadera, ni sus delicadas rodillas ni su castigada espalda. Cuesta creer que disputase sus primeros 236 partidos consecutivos como “pro” sin casi percances, para luego ser un fijo en la enfermería. Una pena porque sintonizó y se complementó con Olajuwon desde el primer día, pero lo que su excelso talento le dio, su liviano físico se lo quitó. Desgraciadamente la elucubración de Bobby Knight no se cumplió: “Puede ser tan bueno como el mejor jugador norteamericano que haya visto en mi vida”. No, pero pocos se han manejado en una cancha con esa desenvoltura y talla. Mediada su cuarta campaña, fue traspasado a Golden State Warriors. Mustio, ya no era ni la sombra de aquel maravilloso e ilusionante jugador capaz de hacer cualquier cosa. Una pena.
El largo camino hacia el título
Tras el subcampeonato, muy pronto se diluyeron las esperanzas al título. Lewis Lloyd y Mittchell Wiggins fueron suspendidos durante dos años por consumo de cocaína y Sampson (sólo 43 partidos, promediando 15,6 puntos) inició su cuesta abajo, maltratado por las lesiones. En el All Star, Moses Malone agasajaba a su pupilo: “Este chico (Akeem) es un jugador. Denle tiempo y se hará el dueño de la Liga” y el pipiolo se empeñaba en dejarlo bien (23,4 puntos, 11,4 rebotes y 3,39 tapones en temporada regular). Más no pasarían de la segunda ronda de play off en Seattle.
Al poco de iniciarse la siguiente campaña, Akeem es acusado de drogadicto. El africano le cruza la cara a su compañero Robert Reid por difundir los rumores esparcidos, al parecer, por el jugador de los Pistons Adrian Dantley, a la vez que ofrece 100 mil $ al que demuestre su adicción. Asunto cerrado. En las Navidades, las “Twin Towers” separan sus caminos. Sampson es traspasado a cambio de Joe B. Carroll y Eric “Sleepy” Floyd. Pero aquello no funciona y Olajuwon arremete contra el entrenador Fitch “los jugadores tienen miedo de cometer cualquier error y nadie conoce su papel en el equipo” y los recién llegados Floyd “es egoísta, sólo quiere anotar, no pasar dentro” y Carroll “le falta sangre”. En aguas revueltas, vuelven a naufragar en el cruce antes Dallas (1-3), pese a que los 150 puntos del nigeriano (más 16,8 rebotes y 2,7 tapones) suponen un récord NBA en una eliminatoria cerrada en 4 partidos. Entra en el mejor quinteto de la Liga y en 6 encuentros hace más de 20 puntos y 20 rebotes.
La temporada 88/89 se inicia con plena revolución, pues 9 jugadores (destaca el pivot de los Sacramento Kings Othis Thorpe) nuevos acompañan al entrenador Don Chaney. Olajuwon cierra el curso como único jugador en situarse entre los 10 mejores de 4 clasificaciones (primero en la lucha por el rebote: 13,5 por noche), pero a nivel colectivo no salen de la mediocridad para caer en primera ronda ante Sonics ese año y Lakers en los dos siguientes. Consigue el 29 de marzo de 1990 el tercer cuádruple doble de la historia de la Liga (18 puntos, 16 rebotes, 10 asistencias y 11 tapones) ante Milwaukee, después de que el día 3 de ese mes se hubiera quedado a un pase (29 puntos, 18 rebotes, 11 tapones y 9 asistencias) de completar la hazaña contra Golden State. En lo personal vive un trienio difícil. Su expareja le demanda por romper la promesa de matrimonio y un juez federal dictamina en favor de la agraviada, a la que ha de pasar una manutención de 1500 $ mensuales para el mantenimiento de la hija en común. Los medios le acechan y se enzarza con algún periodista. Sufre fuertes dolores en las piernas y en el verano del 89 es hospitalizado para tratarse de varios coágulos. A principios del 91 un codazo de Bill Cartwright le provoca una grave fractura en la córnea. Es intervenido, se pierde 2 meses de competición y tiene que usar gafas protectoras. Añade una “H” a su nombre Hakeem (hombre sabio) y refuerza sus creencias musulmanas. La incorporación de Kenny Smith deviene capital para alcanzar el mejor balance de victorias -pese a los 26 encuentros de ausencia del pivot- de la franquicia (52/30). Chaney es designado entrenador del año, pero no pasan de primera ronda. En la siguiente, regresan las arritmias y problemas cardiovasculares y se quedan sin play offs (por primera vez en 8 años). Enfrentado a la gerencia de la franquicia, que le infravalora, está en un tris de salir del equipo.
Dando pasos hasta el Campeonato
La temporada 92/93 trae signos esperanzadores: una buena elección en el draft (Robert Horry), la reconciliación con la directiva que conlleva la dificultosa renovación millonaria de Hakeem (arreglada con el propietario Charlie Thomas en un vuelo de pretemporada a Yokohama), convertido en ciudadano estadounidense, y un mejor comportamiento en postemporada (tras un excelente balance 55/27). Eliminan a los Clippers de Mark Jackson, Ron Harper y Danny Manning, para caer en el séptimo, después de prórroga, 103-100, en Seattle.
Rudy Tomjanovich, que se había hecho con los mandos de la plaza en el 91, va ensamblando piezas en inteligente postura “no voy a imponeros estilo, vais a ser vosotros quienes lo hagáis, éste va a ser vuestro equipo”. Descartan a Sleepy Floyd y firman de la CBA a Mario Elie y Scott Brooks, del draft al prometedor base Sam Cassell y de Europa al venezolano Carl Herrera. Y salen esa campaña 93/94 como tiros (22/1). En el All Star, pese a perder, Olajuwon y Robinson (19 puntos cada uno) humillan a un subidito O´Neal: “Preparaos que os voy a dar un repaso”. Los problemas de riñón de Sean Elliot obligan a interrumpir el canje con Robert Horry. Se llega a la postrera jornada de la “regular season” con el título de máximo anotador en disputa: David Robinson convierte un fardo de puntos -71- ante los Clippers para adelantar a O´Neal en línea de meta (29,8 puntos por 29,3), con Olajuwon levemente rezagado (27,3). Houston concluye segundo en el Oeste, a la vera de Seattle. George Karl debería haberse tapado: “No veo a ningún equipo capaz de ganarnos en 7 partidos”, pues Denver les echa a las primeras de cambio.
Olajuwon promedia 34 puntos para derribar la fortaleza Blazer. El siguiente cruce pertenece a la hemeroteca. Phoenix aborda el Summit en los dos primeros enfrentamientos con Charles Barkley y Kevin Johnson superlativos. Houston devuelve la afrenta a los “soles” y pone las tablas a domicilio. La eliminatoria parece recobrar la cordura con dos victorias locales para afrontar el definitivo en Tejas. El “Gordo” renqueante de sus aductores, aunque apenas puede saltar lo da todo (24 puntos y 15 rebotes), pero la ayuda de Kevin Johnson es insuficiente ante el poderío de Hakeem (37 puntos y 17 rebotes) y el tino de Cassell (22) y Horry (15). La final del Oeste ante Utah es más compleja de lo que apunta el resultado (4-1). Stockton y Malone exponen sus cartas, Jerry Sloan se resigna a rezar, pues Olajuwon comanda el combate desde el inicio (72 puntos en los dos primeros choques), iluminado por la concesión de su merecido MVP (al que añadir el de Mejor Jugador Defensivo). Nada que oponer a tal poderío. El prolongado buen hacer de Tomjanovic (los Rockets ya se saben bien mandados), listo en su gestión, capaz en su toma de decisiones, coloca a los Rockets en situación de acceder el anillo y romper el mal fario de la “Choke City” (ciudad agobiada), pues no había conocido campeón en ninguna de las ligas profesionales.
La terrible serie ante los durísimos Knicks de Pat Riley fue la de tanteo conjunto más bajo de la historia (1215 puntos). Ambas escuadras cementaban las zonas (Ewing, Mason y Oakley vs Olajuwon, Thorpe, Horry y Herrera), presumían de férrea presión en el perímetro y procuraban liberar a sus tiradores (Derek Harper y John Starks vs Kenny Smith, Vernon Maxwell, Ellie y Cassell). Todo muy parejo.
El poderío en la pintura (Olajuwon 28 puntos y 10 rebotes, Thorpe 14 y 16, Herrera 10) unido al temple de Cassell en el último cuarto, bastó para abrir el casillero tejano. Los neoyorkinos elevaron su efectividad del 34 al 52%, con 7/10 triples entre Harper y Starks, dando una vuelta de tuerca atrás, para robar el factor campo. La rescatada circulación de balón y la gran lectura de juego de Olajuwon, que desde 1991 triplicaba su número de asistencias, enjugaba el hurto en la Gran Manzana. Oakley y Mason daban una palmaria demostración de garra para restablecer la igualdad y poner por delante a NY en el último enfrentamiento en el Madison. La transmisión de ese encuentro, dominado por la intimidación de Ewing -8 tapones- y la superioridad de Harper y Starks, fue interrumpida durante 10 minutos por la persecución y detención en directo a O.J.Simpson. En los dos encuentros del desenlace en Houston, Olajuwon no hizo prisioneros (30 puntos y 10 rebotes y 25 y 10) y dejó inédito a Ewing en la puntuación de los cuartos definitivos. En el sexto, Starks que había anotado 16 puntos en los últimos 12 minutos, erró el lanzamiento triple que les hubiera dado el título. Para el 7º asomaron los bases de Houston (Smith ya había sacado la cabeza en el precedente con un triple clave y Maxwell sirvió como inhibidor de Starks, 2/18, negado en el tiro). Diez años después de su llegada a profesionales, Hakeem Olajuwon -MVP de las finales con 27 puntos, 9 rebotes, 4 tapones, 3,5 asistencias en 43 minutos de promedio- honraba y hacía feliz y campeona a una ciudad, cuya franquicia había cambiado 12 meses antes de dueño (Leslie Alexander). Lo de “Houston, Houston tenemos un problema” ya sólo queda para las películas del espacio.
Repeat
En los instantes previos al partido frente a New Jersey, David Stern les hace entrega de los anillos de campeones. El de Hakeem es engarzado en platino, pues el Islam prohíbe el uso del oro. En otoño el nigeriano visita en la cárcel al boxeador Mike Tyson, condenado por violación. Portland y Orlando (O´Neal 30, Hardaway 29) ponen fin al inicio virginal de Houston (9-0). Se lesiona en su mano derecha, al chocar contra una cámara de TV ubicada en la línea de fondo y monta en cólera. Llegan al parón del Partido de las Estrellas de forma muy irregular (29/17) con Maxwell sancionado con 10 partidos al agredir a un aficionado. Dos circunstancias conmocionan la Liga: la vuelta de Michael Jordan y la operación de canje por la que Clyde Drexler y Tracy Murray terminan en los Rockets a cambio de Otis Thorpe y una elección en el futuro draft. Houston se resiente en el rebote, finalizan 47-35 en un poco halagüeño 7º puesto del Oeste con el factor campo en contra de todas las eliminatorias. Roen el duro hueso de los Jazz en 5 partidos (2-3). Batieron el récord de triples en el segundo encuentro (19) y un Drexler imperial (desde su llegada instalado en el asiento del copiloto) justificó su traspaso en los dos últimos (41 y 31 puntos). “A los Rockets, como a las serpientes., hay que rematarlos” (Charles Barkley tras adelantarse 3-1 en la serie). Lo que ocurrió después le dio la tozuda razón, pues los tejanos levantaron la serie y la finiquitaron en un épico desenlace en Phoenix (114-115). Kevin Johnson (46 puntos y 10 asistencias) descargó toda la munición, bien auxiliado por Barkley (18 puntos y 23 rechaces), pero el dúo estelar visitante “Bonie” Olajuwon & “Clyde” Drexler (29 dianas cada uno) solventaron el duelo del salvaje oeste.
Ni siquiera la elección de David Robinson como merecido MVP de la temporada distrajo a Olajuwon de la llamada “Batalla de Texas”. En El Álamo acechaba el almirante Robinson con toda su tropa. Los “cohetes” obviaron el tute que traían (12 partidos en 24 días) y Horry aprovechó un despiste de un Rodman sin domesticar para anotar la canasta definitiva del primer choque (93-94). En el segundo, Olajuwon, con la chapa de sherriff prendida, explicó al detalle su manual de movimientos (41 puntos -19 en el tercer cuarto-, 16 rebotes y una milimétrica visión de juego; Horry hizo 5/8 en triples cuando aquel era doblado) para encauzar el pleito (96-106). Los Spurs demostraron orgullo y sentido para hacerse con los dos siguientes triunfos foráneos, aislando a Olajuwon (necesitó 32 tiros para hacer 43 puntos en el tercero) y aplicándose en el rebote. En la vuelta a casa, Bob Hill (preparador de San Antonio) concentró a sus hombres en un hotel del extrarradio para darles la sensación de que volvían a jugar fuera, más cometió un error definitivo castigando de salida a Dennis Rodman por llegar tarde a un entreno. El 18-32 del cuarto inicial presagió la exhibición de Olajuwon (43 puntos, 9 rebotes, 8 asistencias y 5 tapones) y Cassell (30 puntos y 12 asistencias) en la masacre (90-111) previa a la solución definitiva. En el Summit el señalado Robinson falló 2 tiros libres y perdió un balón trascendental en la derrota 100-95. David asumió su inferioridad ante el “Goliat” africano (35,3 puntos promediados) y, tras recibir otros 39 tantos, declaró “aunque suene cómico, creo que le he marcado bastante bien”. Hay que concederle mucho valor al mayúsculo desempeño de Houston que arribó la postemporada sin Maxwell (en excedencia voluntaria), Herrera (dañado en el hombro) y tres agentes libres para mitigar la baja de Thorpe y se presentaron a la final nacional como el único equipo en la historia en ajusticiar a otros tres que en temporada regular hubieran obtenido más de 50 victorias. El feroz Oeste.
Por el lado oriental, el equipo de Disney se presentaba como animada alternativa. Gozaban del base más chispeante e imaginativo, Anfernee “Penny” Hardaway, que surtía a sus tiradores Nick Anderson y Dennis Scott y cebaba al descomunal Shaquille O´Neal. Horace Grant, con muchos tiros pegados, paliaba en parte el mayor defecto de los de Orlando, su inexperiencia.
Las finales se abrían con un lance espectacular, a la altura del evento con los rifles humeantes (se batió la marca de triples lanzados y convertidos). Los Magic aprovecharon la caraja de los campeones (adormecidos tras 6 días de descanso) para marcharse por hasta 20 puntos en la primera mitad. La sangre no llegó al río y Houston pudo retorcer la desventaja merced a la inspiración de Kenny Smith (23 puntos -5 triples en el tercer cuarto- y 7 asistencias), Drexler (23 puntos, 11 rebotes y 7 asistencias) y Horry (19 puntos, 8 rebotes y 5 tapones). Lanzado por sus estrellas, Penny 26 puntos y 5 asistencias, y Shaq 26 puntos, 16 rebotes, 9 asistencias y 3 tapones, Orlando parecía tener el encuentro en la mano (110-107), pero a Nick Anderson (22 puntos) le tembló y erró 4 fatídicos tiros libres en los últimos 10 segundos del tiempo reglamentario. La piedad no casa con los títulos. Kenny Smith envolvió el regalo a 1,6 segundos de la conclusión con un triple que desembocaba en la prórroga. Olajuwon (31 puntos, 6 rebotes, 7 asistencias y 4 tapones) esperó su palabra -palmeo- para completar el crucigrama (118-120) a falta de 3 décimas. El periodista del Houston Chronicle retrataba la cara de bobos que se les había quedado a los locales, personificada en Buzz Broman (su entrenador de tiros libres) al que le auguraba menos futuro “que al profesor de abstinencia sexual de Madonna”.
En el embarque siguiente, Houston ahondó en el shock rival para distanciarse (32-52) hacia el minuto 20. Reaccionaron pertinaces O’Neal (33 puntos, 12 rebotes y 7 asistencias) y Hardaway (32 puntos y 8 asistencias), sin que su esfuerzo sirviera ante la omnipresencia de Olajuwon (34 puntos, 11 rebotes y 4 tapones), la puntería de Cassell (31 tantos en 30 minutos) y el saber estar de Drexler (23). El aporte energético y anotador (41 tantos por 11) desde el banquillo tejano no admitía comparación. Horry además se mostraba como un aventajado ladrón (sus 7 robos eran récord en unas finales). “Nos está traicionando la impaciencia y la presión. En Houston jugaremos con la lección aprendida”, alzaba la voz Penny.
Muy ajustado resultó el choque en Texas (106-103), sentenciado por el polivalente Horry, Su triple a falta de 14 segundos ponía el clarificador 104-100 y su punto número 11 en el cuarto. Antes el afán de O´Neal (28 puntos, 10 rebotes, 6 asistencias y 3 tapones), Hardaway (19 puntos y 14 pases de canasta) y Grant (18 tantos y 10 rechaces) volvía a quedar inoculado por el núcleo duro de los Rockets (Olajuwon 31 puntos, 14 rebotes y 7 asistencias; Drexler 25 puntos, 13 rebotes y 7 asistencias; Horry 20 puntos y 9 rebotes; Ellie 17 puntos). Sin noticias de Anderson (que no había encontrado burladero) y Scott (5/24 tiros entre ambos). La soga ya se combaba.
Penny y Shaq (otros 25 puntos por cabeza), muy solos, claudicaron en el cuarto (113-101). “Sweep, sweep, sweep” (barredlos, había clamado la grada del Summit). Olajuwon, obediente, siguió en su versión huno -35 puntos, 15 rebotes y 6 asistencias-, pese a la feroz oposición de Shaq durante toda la serie. Elli y Horry no perdieron onda con 4 triples cada uno y 22 y 21 tantos. Drexler, que 6 meses antes se hallaba “frustrado y sin ilusión” en Portland, no dejó pasar la oportunidad y sumó en todos los apartados (15 puntos, 9 rebotes y 8 asistencias). Y Cassell demostró de nuevo que había llegado para quedarse (13 puntos). Tomjanovich pronunció una frase histórica: “a todos los que nos miraron con recelo, nunca subestimen el corazón de un campeón” (partieron desde la marca más baja, décima posición en temporada regular, de un equipo luego campeón) y destacó al binomio estelar en la conquista: “Hakeem es el motor, pero Clyde (20,2 puntos, 6,4 rebotes y 4,7 asistencias en playoffs) es la batería, el auténtico revulsivo”. Kenny Smith resaltó arrobado a Drexler “le veíamos como un intruso hasta que nos conquistó cuando Hakeem cogió la anemia” y Horace Grant ensalzaba el papel de Robert Horry: “Tiene todas las bazas para ser el relevo natural de Pippen”. Orlando, que no había encadenado 4 derrotas consecutivas durante el curso, pagó la novatada y nunca encontró a un tercer hombre que siempre emergía en los tejanos.
Del reinado de Jordan al de Shaq y Kobe
Durante las vacaciones se libra por los pelos (una lesión de última hora) de boxear frente a Shaq en la esperpéntica pelea organizada en uno de los casinos de Donald Trump de Las Vegas por el agente de ambos, Leonard Amato. Chicago se rearma con el díscolo Rodman y baten el récord de victorias (72-10). Houston concluye 5º en el Oeste y se desembarazan de los Lakers del regresado Magic sin mayor obstáculo, pero encallan ante el excepcional plan defensivo ideado por George Karl. Los Sonics (en los que sobresalen Schrempf, Payton y Kemp) reducen a 15 puntos en los 3 primeros partidos la media anotadora de Olajuwon cuando su registro histórico en playoffs era de 28 “me sentía como un animal atrapado en una red”. En el cuarto encuentro liquidan de manera definitiva la eliminatoria provocando 18 pérdidas tejanas y llevándolos a un pobre 38% de acierto en el tiro. Más, Seattle no puede aplacar la sed de victorias con la que regresa al trono Michael Jordan y caen en una disputada eliminatoria 4-2. En verano, Hakeem se cuelga el oro con USA en unos discretos JJOOs de Atlanta. Tras los mismos contrajo matrimonio siguiendo la tradición musulmana con su esposa Dalia Asafi, que por entonces contaba con 18 años.
El estío traía un premio “gordo” para Houston. Llegaba Barkley a cambio de Sam Cassell, Robert Horry, Mark Bryant y Chucky Brown en su último intento a sus 33 años de alcanzar el campeonato. “Sir” Charles había promediado 23,2 puntos y 11,6 rebotes en su periplo profesional y su contratación fue alabada por los pesos pesados del vestuario. “Es una operación cojonuda” resumiría Drexler. Y el de la universidad de Auburn respondió desde el principio (en el segundo partido acudió a Phoenix para recibir la ovación del graderío y amargar el Hallowen a la familia Colangelo aportando 20 puntos y 33 rebotes). Pero la salud no iba a respetar a los tejanos: Olaujwon sufrió dos episodios de arritmias, por lo que fue ingresado, Drexler padeció problemas musculares y Barkley tenía la cadera hecha papilla. “El único sitio del cuerpo donde la grasa no me protege”, ironizaba. Aun así, no tuvieron mayores contratiempos para limpiar a los bisoños Wolves (ya apuntaba a estrella Kevin Garnett) y hacerse fuerte en el duro cruce ante Seattle (4-3) que sirvió de aperitivo a la cruenta final occidental. Hakeem se despachó a gusto ante las supuestas malas artes de los Jazz “son unas bandas de farsantes… siempre juegan a la falta y al engaño” e incluso remitieron videos a la Liga remarcando los bloqueos ilegales de Utah. Se repartió a base de bien y la paridad presidió la serie (el sexto choque, y la eliminatoria, se decidió por 3 puntos tras un decisivo triple de Stockton). Si Malone había recogido el MVP de la temporada regular, su Majestad Michael siempre duerme con un ojo abierto y atracaba la joyería a cara descubierta para cubrir un quinto dedo con otro anillo.
El algodón no engaña y el DNI tampoco. De los titulares del siguiente curso, salvo Maloney ninguno baja de la frontera de los 35 años. Hakeem se convierte en el 12º jugador de la historia en pasar de los 24 mil puntos. Aun con flato, entran de milagro, octavos con igual número de victorias que de derrotas, en postemporada. Pelean con orgullo (2-3), Barkley se pierde lesionado los dos últimos encuentros, ante Utah y Drexler anuncia su retiro. Jordan corona su reinado (sexto campeonato).
En la temporada del lock-out y 50 partidos, Pippen, con muchas vidas gastadas, se une al proyecto, pero mezcla mal (especialmente con Barkley). Afloraron egos y la plantilla demandaba el libro de reclamaciones a cada rato. Los Lakers los destrozan en las eliminatorias iniciales y San Antonio Spurs abre la despensa de los títulos. Los virtuosos jóvenes, Steve Francis y Cutino Mobley, no pueden detener el imparable declive en el siguiente bienio sin playoffs. El singular e inflamable dúo O´Neal-Bryant somete a su dictado a toda la NBA durante 3 años hasta que se tiraron los trastos a la cabeza. Hakeem con 38 tacos pone rumbo a Toronto para dar sus últimas brazadas, buscando una franquicia con aspiraciones. Vince Carter es un gran jugador, pero hasta sus compañeros dudan de su fuerza de arrastre para liderar al grupo hacia el anillo. Detroit se merienda a los Raptors a las primeras de cambio y Olajuwon, muy diezmado, decide poner fin a su gloriosa carrera profesional tras 18 años (17 de cohete). Hasta las estatuas algún día llegan a envejecer.
Un grande entre los grandes
Más allá de todos sus registros (sigue siendo el máximo taponador histórico de la NBA), jugadas (patentó aquel “dream shake”, pasito atrás previa finta de gancho y posterior penetración), nominaciones y títulos, ha quedado para la historia (desde 2008 orbita en la cofradía del Hall of Fame) como uno de los más grandes jugadores de todos los tiempos, sublimando la posición de pivot. Jugador de una pieza. Supuraba clase, concentró todas las habilidades. Aunaba pulcritud y fiereza. Instalado en la excelencia, le caía igual de bien la etiqueta que el mono de andamiaje. Duro como el pedernal, fino como el coral, académico en sus fundamentos, mostró a toda una generación cómo dominar con distinción desde el poste bajo, cómo leer, distribuir y lanzar desde el cuello de la bombilla. Intimidaba delante y detrás, abarcaba todos los ángulos de la zona. Más efectivo que dado a las guirnaldas, al fogueo. Coleccionó cadáveres, no dejó ilesos, a su ajuar no se resistió ninguno de sus coetáneos. Con la retirada elevó su magisterio hacia determinados jugadores (Kobe Bryant, Yao Ming, Amare Stoudemaire o Lebron James) que recurrieron al profesor emérito para elevar su ya excelso nivel. Lucía cual delfín en aguas bravas, podía pegarse con un bisonte, escurrirse como una lagartija o disfrazarse camaleónicamente para descomponer rivales. Si de chaval idolatró a Kareem, en su madurez se convirtió en modelo e ídolo de Shaq. Pasan los años, el baloncesto y la vida han cambiado mucho, los triples dominan el juego, la media distancia y el juego interior son disciplinas en extinción, pero cada vez que un chico recibe de espaldas, traza un amago, perfila un reverso y anota con delicadeza en las proximidades del aro, algo nos hace tilín y nos recuerda a Hakeem Olajuwon. Sus maravillosos movimientos se conservan en formol. Por algo será.
5 Sentidos, El Sitio De Mi Recreo
Te das cuenta de que te haces mayor cuando cierran o traspasan alguno de los bares que han “copado” tu vida. Lo fueron Deza y La Bodega en su día en mi “Prospe” y ahora me ocurre con 5 Sentidos. Es la primera vez que dedicó un texto a un bar, pero creo que la ocasión lo merece.
Me acercó al restaurante la casualidad o mejor dicho la envolvente afición al baloncesto de mi amigo Felipe, al que conocí gracias a este blog. Aterrizamos una noche, con bastante cautela, en una de las luego famosas “friki-cenas”. Me espanta la palabra friki, pero lo paso bomba en las cenas entre amigos y familiares. El sitio, pequeñito, aparentemente no tenía nada de extraordinario, no llamaba excesivamente la atención. Error. En cuanto asomé por la puerta supe que me iba a gustar. Iñigo nos recibió protocolario con su habitual amabilidad y nos presentó al resto de los comensales. Al momento no recordaba ni uno sólo de los nombres, pero me encontraba la mar de a gusto. Una cerveza y las primeras conversaciones sobre la actualidad cestística dieron paso al coqueto salón. Con el primer invitado que compartí mesa y mantel fue Pepu Hernández. Enseguida nos enganchó su verbo fácil y su proverbial memoria para repasar grandes momentos en Estudiantes y en el equipo nacional. Esa velada la disfrutamos todos a través del entrenador que nos había hecho campeones del mundo.
Cada mes el grupo aguardaba con impaciencia el anuncio que hacía Iñigo de los nuevos invitados. Así aparecieron para alegría de la parroquia entre otros Chechu Biriukov o Nacho Azofra a los que había entrevistado para el blog, Alfonso Reyes, José Luis Llorente, Pablo Martínez, Quique Villalobos, Jota Cuspinera, Julián Aranda, Ferrán López, Joe Arlauckas… Todos tuvieron su punto, unos más extrovertidos, otros más entretenidos, pero todos nos recreaban sus carreras y afrontaban las curiosas preguntas. Creo que ninguno se sintió incómodo y gozaron de las deliciosas viandas y de la charla. Quizá la palma se la llevó el legendario Lolo Sainz, al que la tremenda demanda le hizo acudir dos noches. Yo fui a la primera y en la barra vencí mi timidez inicial preguntándole, a sabiendas, si había entrenado en el colegio Claret. Su sonrisa lo devolvió a sus inicios como técnico. Nos ganó a todos con su simpatía, campechanía y su magnífica retentiva. Ocho décadas qué bien llevadas. Un mito de carne y hueso.
Además del desfile de jugadores, entrenadores, y árbitros (me dio coraje perderme por razones de salud las tertulias con algunos de ellos, Willy Villar, Mateo Ramos, Edgar Vicedo, Iñaki De Miguel, Piti Hurtado, Andrés Miso, Javi Cabrerizo, Óscar Carretero, Charly Sainz de Aja, Salva Guardia, Delfín Ramiro…) también nos visitaron periodistas del ramo y disfruté de las conversaciones igual o más. Cuando vino mi admirado Antonio Rodríguez, le pedí a Iñigo que me dejara sentarme a su lado (quería consultar la enciclopedia de primera mano). Ese día Lucas Sáez le dio un maravilloso y sosegado contrapunto. Carlos Sánchez Blas y Pilar Casado me imantaron aún más hacia mi vocación frustrada, Chema De Lucas regaló a helados e hizo gala de su excelso conocimiento de equipos, jugadores y mercados (la primicia de Mirotic fue un pelotazo) y supe que Ignacio Ojeda era el hijo del histórico Enrique de As y pensé que le aguardaba un buen futuro. En la fiesta de primer aniversario le declaré mi admiración al mejor narrador de baloncesto que yo haya visto, Fran Fermoso. Un crack. Otro descubrimiento fue el singular Rafa Muntion. Venía de retransmitir un partido en DAZN y lo pasamos genial. Un fenómeno con muchos tiros pegaos. Estuvo con el abrigo puesto porque se marchaba igual dos horas… Se le ocurrió invitar a una ronda cuando casi estaba en la puerta y fue su perdición... Vino con Gerard Solé, ya establecido como otro de los grandes cronistas de la actualidad. Al gran José Manuel Puertas (brutal su Tirando a Fallar semanal) nunca pude pillarle in situ, pero me deleitó su palique a través del chat. Tampoco coincidí con Santi Escribano, Pablo Malo de Molina o Enrique Corbella.
Normalmente las sesiones eran los jueves por la noche. A la mañana siguiente tocaba remar en el curro, pero sarna con gusto no pica y esos ratos son impagables. Hubo sus piques entre y madridistas y estudiantiles, sin llegar nunca la sangre al río. Hubo algunas confidencias de nuestros ilustres tertulianos, pero jamás nada salió de la cripta. Lo que se hablaba en 5 Sentidos, quedaba en 5 Sentidos.
Y en esto llegó la pandemia y lo paró todo. Y a Iñigo se le ocurrió una idea… Y si hacíamos las charlas una vez a la semana a través de Zoom… Y funcionó, vaya si funcionó. Por nuestras pantallas lucieron Beirán, Pablo Aguilar, Sebas Saiz, Luis Güil, Fernando Calero, Javi Zamora, Paco Redondo, Manuel Peña, Pep Cargol, Rodrigo San Miguel, Porfirio Fisac, Carlos Santos, David Sardinero, Pedro Martínez, Moncho Fernández (todavía se escuchan las carcajadas con su acojonante imitación de su paisano David Vidal), Txus Vidorreta (había tenido el privilegio de tomar una cerveza con él después de su partido frente al Estu y tiene todo el baloncesto en la cabeza), Sito Alonso, Ponsarnau, Tomás Jofresa, Mike Hansen, Jordi Martí, Berni Rodríguez, Dani Gómez (scouting de los Suns que nos destripó muchos de los entresijos de las franquicias profesionales) o Raúl López (menos mal que era tímido y que no le gustaban mucho estas cosas porque estuvo 3 horas y se echó unas risas como si tuviera delante a Leo Harlem). Había semanas que coincidían dos reuniones y, si caía en finde, la cosa se alargaba hasta las tantas. Vamos que el que no pasaba por 5 Sentidos, casi que como que no pintaba nada en el panorama del baloncesto nacional.
Y así Iñigo nos tuvo entretenidos cual flautista de Hamelín durante el dichoso Covid sobreponiéndose a unas circunstancias profesionales y personales muy duras. A mí desde luego me dio un ejemplo de positivismo y superación. Olé por tus dos pelotas de basket, tío. No tendremos días para agradecértelo bastante.
De la tropa de frikis no mencionaré nombres para no olvidar a nadie, pero como el Dream Team el equipo me saldría de carrerilla.
Ahora que parece que vamos volviendo a la normalidad, nuestra parejita preferida. Iñigo y Laura, han decidido hacer un parón y dedicarse a otros proyectos. GRACIAS porque durante un tiempo hicisteis del 5 Sentidos El Sitio de mi (nuestro) Recreo (que cantaba Antonio). Que os vaya bonito porque os lo merecéis, por currantes y por buena gente. No os podéis esconder porque os seguiremos allá donde vayáis. Hasta luego guapos.
Los milagros de Navidad
¡Acojonante!
Anodado me hallo.
Para empezar, diré que no ví ninguno de los tres partidos y ando perplejo todavía por la hazaña blanca que he visionado al poco de levantarme. No doy crédito, aunque ayer vacilara un rato en chat de amigos poco antes del comienzo del encuentro: ¿A que gana el Madrid?, llegue a poner entre atrevido y alocado, con cierto pálpito.
No me da tiempo a revisar los partidos de baskonistas y culés, así que profundizaré algo más en lo sucedido en el Palacio, con la calma de haberme sentado frente al televisor sabiendo de antemano el resultado y sin la emoción que te otorga el directo.
Los de Vitoria y la Ciudad Condal madrugaron, cruzaron el pasillo de puntillas y abrieron sigilosos la puerta del salón, asomaron las cabezas y salieron disparados a las habitaciones de sus aficionados gritando sin medida: ¡Hay regalos! ¡Hay regalos!
Porque si Spahija le ha dado la vuelta al calcetín, devolviendo el color y la alegría a las caras de sus hinchas y la perdida confianza a muchos de sus jugadores, Jasikevicius es, además de un excelente entrenador, un agitador de masas, conciencias y voluntades.
Los vascos afrontaron el envite con sólo 8 jugadores sanos (sí, la pandemia y las lesiones están asolando vestuarios), la cabeza alta y las ideas claras. Baldwin asoma por fin en el jugador que todo el mundo sabía y se adueñó del partido y Costello se mostró como fiel escudero. No sé si este año les dará para llenar la Virgen Blanca, pero se hace camino al andar. En Navidades no se ganan campeonatos, pero es un notición que Baskonia haya vuelto. ¡A seguir!
No tengo dudas de que el Barsa es el favorito número de esta Euroliga. Sin su capataz (Calathes) ni su principal ejecutor exterior (Higgins), andan líderes, sacando partidos que se enfangan y está acostumbrando al Palau a creer, a vivir en la épica. Ayer, ante el tapado de la competición, neutralizó una desventaja que rondaba la veintena en el último cuarto para hacerse con el choque en la prórroga en otra noche mágica. Saras quiere “cabrones” (soldados) para los buenos y, sobre todo, para los malos días. Pero además goza del mayor talento ofensivo del Viejo Continente (Mirotic) y de una mano de seda (Kuric). El vetusto escenario ha recuperado identidad y compromiso y los azulgranas llegarán muy muy lejos.
Lo del Madrid-CSKA tiene explicación y la dio conciso y cabreado Itoudis: “Ellos tenían el deseo”. Los blancos podían haberse agarrado al parte de enfermería, aducir que tenían que pasar por la guardería de Valdebebas para enfrentar el partido, pero salieron poseídos hasta donde les llegaran las fuerzas, fieles a un himno y a una filosofía ancestral, veteranos y noveles. Que Llull y Rudy ya no están para todos los partidos es una realidad, pero es sabido que no te fallan en estos. Están y siempre se les espera. El gen competitivo no se les borra. Tavares, único interior puro, aparcó divergencias con los árbitros y se centró en lo que mejor sabe hacer: dominar la pintura. Williams-Goss crece y crece y le va a dar muchas cosas al Madrid. Su nivel físico atrás impresiona y pasa los bloqueos como nadie. Me recuerda a los bases de antes: sabe donde está y primero dirige y luego anota (ayer puntuó cuando su equipo más lo necesitaba). Pongamos a lo Corbalán, vamos. Lo de los chavales daba miedo: no tienen edad para entrar en una discoteca y jamás se habían puesto la camiseta del primer equipo en partido oficial. Pero gozaban de una ventaja nada desdeñable: desde hace años conocen lo que pesa esa casaca porque cada fin de semana se la enfundan. Lejos de amilanarse, el escudo les dio alas.
Chus Mateo merece una mención aparte y me alegra un montón por la cantidad de grandes entrenadores que hay en España. Se ha inmunizado al Covid de Laso y está dirigiendo con criterio y conocimiento. Ayer sabiendo de la escasez de piezas de que disponía, rotó con inteligencia y rapidez, procurando mínimos descansos a sus mayores. Entraron en el tramo final extenuados, pero con la fe inmaculada. Sorprendió dejando a Taylor para la intendencia defensiva y a Urban como amenaza exterior. Más la estrategia de quintetos plagados de enanos le dio rédito. Lo del señor Fernández de 4 es para hacérselo mirar. En dos palabras que diría el otro: im presionante.
El miedo a la pandemia en la proximidad de la Nochebuena ahuyentó mi deseo de ir al Wizink, pero como en aquel viejo Torneo anhelado por todos durante estas fechas, los milagros en Navidad existen. ¿Quién se atreve a negarlo?
Salud y felices fiestas para todos. Cuidaros mucho,
Vuelve la Copa
A unos días del inicio de la Copa, aquí andamos cautelosos palpándonos las carnes entre vocablos pandémicos… mascarillas, test, certificados, brotes, que esperemos dejen paso a las canastas, asistencias o mates. Nada puede hacernos más feliz a los buenos aficionados al baloncesto que el retorno con público de su competición más luminosa y celebrada.
La Reconquista de los fieles no podía hallar mejor marco que la bella Granada. La mora y la cristiana, la paya y la gitana. La del Albaicín, el Sacromonte, los Palacios Nazaríes y la Alhambra. La ciudad sin estaciones, da igual cuando la visites, siempre luce espléndida. Allá que vamos.
Y el calendario, como el algodón, no engaña. Al festejo acuden a mitad de curso los estudiantes más aplicados. Algunos de mejores dotes (Baskonia, Unicaja y Gran Canaria) desperdiciaron sus talentos y se quedaron fuera. Se agradece ver por estas lides proyectos ilusionantes (Breogán, Manresa y Murcia) que a estas alturas han desarrollado los baloncestos más vistosos. No es casualidad que estén entre los más granados en puntos y recuperaciones. Sean bienvenidos lucenses, manresanos y murcianos, que no murciélagos, como llegó a equivocar un novillero al dedicar el brindis de su faena en el coso pimentonero.
Resulta gratificante en estos tiempos el mensaje identificativo de Sito Alonso hacia su club y su ciudad. Habla con pasión de la alegría de la gente, de la implicación del patrocinador, de las becas a los jóvenes deportistas, de su implicación en la cantera y alaba a sus guerreros, vilipendiados en los entornos más puristas. Frente a los críticos, defiende a capa y espada un baloncesto físico y dinámico para competir entre los grandes. Enarbola el talento de sus pequeños y la gallardía de sus gigantes.
Para los amantes de las series ya escribí hace unos días el parecido de Pedro Martínez y el célebre Mac Gyver. Ambos, de un chicle, un reloj parado y cuatro cables pelados te hacen una bomba de mano y sacan a los suyos del entuerto. Y lo hacen a diario con nocturnidad o plena luz del día y alevosía. Igual no le llevarías de monologuista al Club de la Comedia, pero denle unos días y el señor Martínez te hace un equipo reconocible que te entra por los ojos. Su ciencia no es discutible y el ritmo de su juego tampoco. La mayoría de los jugadores mejoran a su vera. Algunos… Moneke, Francisco, Bako, Thomasson o Sima, le deberán parte de sus próximas nóminas. Me alegra especialmente lo de Dani Pérez, magnífico en categorías inferiores para terminar de cocerse a fuego muy lento y convertirse en un sublime director de orquesta.
En Lugo no se salieron del carril ni con la sorprendente salida de Paco Olmos. Desde el minuto uno de la temporada la romería hacia el Pazo tenía buena pinta. Los Quintela ejercían de caudillos locales y acoplaron a los nuevos en la singular cofradía. Adoptaron para la causa a un tal Dznan Musa (al que equivocada y tempranamente habían comparado con Luka Doncic), le dieron a probar el pulpo, y el rapaz como por encantamiento de una meiga devino en una estrella de la liga. El triunfo ante Baskonia certificó su clasificación copera. No se me ocurre mejor homenaje para su ancestral entrenador, el gran Ricardo Hevia, recientemente fallecido.
Tenerife igual está más tapado que en ocasiones precedentes. Hizo pupa la lesión de Shermadini (un pivot a la antigua que no pasa de moda), pero el grupo tiene mimbres para liarla. Pasan los años y Marce (magníficamente auxiliado por Fitipaldo) no se apea de la élite de bases de la ACB. En sus cabezas, en los cantos de las muñecas de aleros (bajos y altos) y en el acierto interior del particular georgiano, estará el camino de los chicharreros en la competición. Nadie mueve el balón como ellos. Veremos si el divertimento se transforma en premio.
¡Qué pintón tiene la Penya este año! Con el respaldo económico de Grifols ha vuelto por sus fueros y no hay que descartarla para algo grande. El manantial badalonés no se seca nunca y no paran de emerger jóvenes repletos de virtudes, a los que se les han unido hijos pródigos más curtidos que dotan a la plaza de su especial identidad. Tomic es un faro interior de otra época, a gusto entre la chavalería, puede todavía hacer mucho daño por momentos. Bien llevados por otro de la casa, Carles Durán, no sé hasta dónde les dará, pero tengan por seguro que nos lo harán pasar bien.
Valencia llega a la Copa con la enfermería vacía y ya no es poca cosa. En plausible decisión, la directiva decidió no acudir al mercado cuando había más tocados que sanos y la cantera dio un paso adelante. El entrenador le echó valor y los mozos respondieron. En el Palau la muchachada se licenció y en el Wizink, con la tropa casi al completo, dieron un golpe de mano. En la temporada me ha admirado el temple de Peñarroya en la gestión del grupo y la dirección de equipo. El fruto parece maduro y los ches al completo son un equipazo. Ojito con ellos.
Entre tanto partido el Madrid se muestra tambaleante. El plantillón salta a la vista, pero Laso anda “jodido y preocupado por haber perdido la continuidad en el juego”. Los roles no parecen del todo definidos, los bases (irregulares) no han hecho carburar la máquina, adolecen de un tirador puro, los treses llegan tocados y los cuatros que dan descanso al sorprendente Yabu todavía cortos de preparación. No es buena señal que los blancos tengan que peregrinar a sus milagreros históricos Rudy y Llull para sacar los partidos. Pero ojo con obviar a los blancos porque pocos tienen su gen competitivo en el continente y un león herido es muy peligroso.
El Barsa se anuncia como el gran favorito. El actual campeón de Liga y Copa saca a sus rivales físicamente del campo. El meneo europeo administrado en el Palacio fue de aúpa. Sorprende Jasikevicius que, de jugador defendía con la mirada, haya armado una escuadra de hormigón, más sin postes intimidadores (pues apenas taponan). Dinamismo e intensidad atrás y excelente lectura y adecuada ejecución de los sistemas en ataque. Es listo y convincente el báltico que incorpora trampas tácticas a los partidos. Veremos si no echan de menos al estelar Higgings (aunque Lapro y Kuric están de dulce. Mirotic se encuentra en el mejor momento de su carrera, incansable a la hora de producir. Saras perseguirá vociferante a los suyos para evitar lapsus de concentración como el que en la pasada edición casi le cuesta el encuentro frente a Unicaja. Ahora mismo son los claros candidatos, pero van por el lado más áspero del cuadro y nadie descarta un asalto al poder taronja o una resurrección blanca, que cosas más raras se han visto.
En cualquier caso, lo disfrutaremos y que gane el mejor.
El eterno milagro del baloncesto español
Año 2022 después de Cristo y la selección española de baloncesto sigue ganando medallas.
Lo de este torneo y este verano parece una fantasía, pero el hecho real y palpable es que, transcurrida la Edad de Oro de los Gasoles, Navarro, Calderón, Reyes, Raúl, etc…, España sigue en lo más alto. De aquella fabulosa hornada sólo queda un viejo gladiador castigado, magullado. Un Rudy Fernández alejado de exhibiciones anotadoras, pero que sigue encerando parqués en busca de balones imposibles, limpiando carteras a los aleros más afamados del continente y enchufando triples imposibles desde el parking del pabellón. Nadie ganó tanto con la selección, nadie quiere seguir ganando como él. Si su cuerpo emite alarmantes señales de debilidad, su voracidad competitiva permanece intacta.
Otro dato pendiente de confirmación es el lugar de nacimiento del señor Scariolo, Don Sergio. Parece que le alumbraron en Brescia, pero no en Italia como hasta ahora se pensaba, sino en una de las calles que empiezan por B del madrileño barrio del Parque de las Avenidas de Madrid. En cualquier caso, al engominado técnico (las primeras canas ya le salieron entre nosotros), nadie le discute sus habilidades. Que su coqueta imagen no distraiga al personal de su verdadero ser: es un currante brutal que trabaja y hace trabajar a sus ayudantes hasta la extenuación. La preparación de los partidos, su desarrollo y margen de maniobra no son fruto de la casualidad. Hay mucho bagaje táctico detrás. Si antes miraba los campeonatos de atrás a adelante, calcando las Bodas de Caná al dejar el mejor vino para el final, en este Europeo ha tenido que remangarse desde el principio y multiplicar panes y peces. Nos quitamos el sombrero con la asignación de roles (tan importantes en el deporte moderno), las rotaciones y la riqueza y oportunidad de las variantes tácticas y el intervencionismo puntual durante los encuentros. Alucinante.
La pareja Hernangómez Geuer debe estar muy orgullosa de sus cachorros. Ahora la familia colecciona MVPs. A Willy se le caen los puntos de los bolsillos. Si atrás se le atisban huecos, en ataque es una mina, con una buena cantidad de movimientos en las proximidades del aro, clarividencia y determinación en las continuaciones (nunca baja el balón y gana tiempo), buen toque y seguridad desde la línea de personal. Tener un referente interior además conquista espacios para los tiradores. Juancho es un todocampista, versátil y duro. Imprescindible en defensa y el rebote, ha asumido tiros cuando queman. Y como buen actor nos tenía pelín engañados dejando su mejor actuación para la final. De Óscar.
A Lorenzo Brown apenas le había visto jugar. Me ha sorprendido su integración, su tranquilidad, su capacidad de dirección y su facilidad y personalidad a la hora de anotar. Aunque estoy absolutamente en contra de su nacionalización express independientemente del resultado alcanzado. Ha obrado como un pedazo profesional, superando polémicas e incluso expectativas.
Me paro y me descubro con Alberto Díaz. No entendí cuando le cortaron y aplaudí su nueva llamada. Otro hubiera llegado de mala gana. Él no. Todo buen equipo debería contener un Alberto Díaz, por su comportamiento irreprochable, por el mimetismo que transmite su coraje y su defensa y por su inteligencia (hace muy bien lo que sabe hacer y se permite pocas aventuras). Y además toma tiros cuando debe. Un ídolo anónimo hasta ahora, que en la temporada venidera será ovacionado en todas las canchas, Y si no, al tiempo.
Garuba llegó justo de preparación, con un tobillo tocado y un año de incertidumbre, pero su fiereza atrás y su instinto para el pase y el rebote ha devenido capital. Alberga mucho margen de mejora, pero ahí es insustituible.
Sebas es nuestro primer emperador (con el permiso de Pablo Aguilar) en la tierra del Sol Naciente. Con minutos contados, no los ha desperdiciado y siempre ha sumado. Un samurai encomiable que en próximas fechas copará más protagonismo.
La pareja de talentosos escoltas salidos del Ramiro ha tenido sus momentos. Darío para desatascar partidos (vital en cuartos) y Jaime en un papel un tanto más híbrido, pero sacando brillo a la lámpara contra los franceses. Ambos muy necesarios en la generación y creación de juego. Tienen el arrojo de los guerrilleros y la finura de los esgrimistas.
Del trío más novel (Parra, López Arostegui y Pradilla) hay que dignificar su valor. Jamás habían estado en una gran competición y, sin la relevancia que alcanzan en sus equipos, han cumplido de maravilla. Suyo es el presente y será el futuro.
Este equipo, con sus limitaciones y carencias, pero aflorando sus virtudes ha conseguido engancharnos y democratizar el juego. Esto es, que todos nos sintamos partícipes. Con ellos, todos ganamos y todos perdemos. No el nosotros ganamos y ellos pierden, tan nuestro.
Los que hemos jugado alguna vez, entrenado otro poco y no hemos empatado con nadie, jamás pensamos que estaríamos en el medallero. Y los que saben, si no se tiran el pisto, yo creo que tampoco. Pero esto es deporte de máximo nivel y, después de un verano donde todos nuestros chicas y chicos de formación han subido al podio, los mayores no querían quedar mal con sus hijos. Otro verano para recordar y van… Sólo un ruego a los clubs: miren hacia abajo y pongan a jugar al talento que viene. Nada te garantiza los éxitos, pero al menos los equipos tendrán identidad.